El abrigo y la cueva de Benzú memoria de los trabajos arqueológicos de una década en Ceuta (2002-2012)

Introducción
Cap. 1
Cap. 2
Cap. 3
Cap. 4
Cap. 5
Cap. 6
Cap. 7
Cap. 8
Cap. 9
Cap. 10
Cap. 11
Cap. 12
Cap. 13
Cap. 14
Cap. 15
Cap. 16
Cap. 17
Cap. 18
Cap. 19
Cap. 20
Cap. 21
Cap. 22
Cap. 23
Cap. 24
Cap. 25
Cap. 26
Cap. 27
Cap. 28
Cap. 29
Cap. 30
Cap. 31
Cap. 32
Cap. 33
Cap. 34
Bibliografía

Capítulo 24

Los fitolitos

INTRODUCCIÓN

La imagen que habitualmente nos hacemos sobre la Prehistoria es la que ha sido generada a lo largo de generaciones de estudiosos y estudiosas de la Arqueología; unos y otras han contribuido (desde diferentes perspectivas ideológicas, diferentes épocas y mediante el estudio de diversos materiales y yacimientos concretos) a generar eso que en la literatura, tanto especializada como divulgativa, se conoce como la «reconstrucción de nuestro pasado». A pesar de los esfuerzos que continuamente se realizan para contribuir a esa reconstrucción, existe una tendencia a centrarse en determinados tipos de materiales, mientras que otros apenas han sido tenidos en consideración. En este capítulo se tratará un tipo de análisis, aplicado de forma exploratoria en la Cueva de Benzú (Ceuta), con el objetivo de identificar posibles restos de vegetales consumidos por quienes habitaron la cueva. La escasa perdurabilidad de este tipo de restos ha propiciado que históricamente se construyera una visión de la Prehistoria en la que estos recursos cumplirían un rol generalmente secundario y asociado a la esfera de trabajo femenina (Berihuete y Piqué, 2006; Zurro, 2011). A pesar de ello, en el caso del estudio de las sociedades agrícolas este hecho se ve atenuado al considerar los cereales como el alimento base para el sustento del grupo. En este caso nos referimos a los niveles denominados neolíticos del yacimiento de la Cueva de Benzú correspondientes a contextos del VI milenio a.n.e. (Ramos y Bernal, eds., 2006) y en los que se podría presuponer la existencia de una (incipiente) economía productora-agrícola. A pesar del rol secundario de los recursos vegetales en la investigación prehistórica, el análisis arqueobotánico en este tipo de contextos cobra un protagonismo especial (Buxó, 1997; Buxó y Piqué, 2008). Ello se debe al gran impacto que supone la producción agrícola no sólo por la consecución del producto deseado, sino también por la generación de productos secundarios como la paja, la posibilidad de almacenamiento masivo de alimentos, etc.

EL CONSUMO DE RECURSOS VEGETALES EN PREHISTORIA VS. EL ANÁLISIS DE RESTOS VEGETALES EN ARQUEOLOGÍA

El análisis del consumo de recursos vegetales en Prehistoria implica desarrollar las metodologías necesarias para saber no sólo qué se usaba (incluyendo en el uso también qué se comía), sino también de qué manera se usaba o cómo se complementaba el uso de estos recursos con otros de otra índole; en definitiva, qué papel jugaban estos recursos en la reproducción física y social de estas sociedades (en su vida cotidiana).

Ésta no es en absoluto una tarea sencilla. Para empezar, toma como punto de partida la identificación de restos de origen vegetal en los yacimientos arqueológicos. El análisis de restos vegetales en Arqueología (básicamente su identificación, el análisis de las características de los restos así como su cuantificación), entraña en sí bastantes dificultades.

Ciertas características propias de los materiales vegetales contribuyen a ello. En primer lugar, es evidente la alta biodegradabilidad de los materiales orgánicos. En segundo lugar, más allá de los problemas de conservación de la materia vegetal, gran parte de los objetos manufacturados con materiales vegetales presentan una gran fragilidad. Otras cuestiones, como el hecho de que parte del consumo alimentario apenas deje rastro, colaboran en que la recuperación de restos vegetales no sea automática en los yacimientos arqueológicos.

Todos estos factores hacen que en numerosas ocasiones apenas contemos con indicios que permitan una aproximación al consumo que de dichos recursos se hizo. Sin embargo, pueden implementarse estrategias que permitan solventar al menos parcialmente estos problemas. Ello implica necesariamente plantear el trabajo de campo de una determinada manera que haga posible recuperar estos restos. Me refiero concretamente al diseño e implementación de estrategias de muestreo específicamente dirigidas a la aplicación de determinadas técnicas (Zurro, 2006). Contamos, de hecho, con diferentes procedimientos que permiten la identificación de prácticamente todo tipo de materiales vegetales La aplicación conjunta de las mismas (antracología, carpología, etc., así como análisis de microrrestos) permitirá obtener una imagen de lo que fue el uso de estos recursos en la Antigüedad. A diferencia del análisis de macrorrestos, que requieren generalmente una carbonización para que sea posible su conservación, el análisis de microrrestos presenta la particularidad de que permite abordar esta cuestión y recuperar pequeños fragmentos de materiales vegetales, o al menos aquellas partes que presentan una cierta perdurabilidad (como fitolitos, almidones o esferulitas) independientemente de la acción del fuego.

EL ANÁLISIS DE FITOLITOS

Los fitolitos son réplicas de células vegetales (en ocasiones simplemente de espacios intercelulares) formados de sílice amorfo o dióxido hidratado de sílice (SiO2 • nH2O). Presentan una cantidad variable de agua (entre 4 y 9%) y pueden contener pequeñas cantidades de otros minerales (Al, Fe, Mn, Mg, P, Cu, N y C). Éstos se generan como consecuencia de procesos metabólicos en la planta (Hope Jahren, 1996). La solución silícea que se encuentra de forma recurrente en el suelo, y que es vehiculada a través del organismo de la planta, sufre un proceso de saturación debido a procesos de evapotranspiración depositándose de la manera ya explicitada.

Una vez la planta muere y se degradan los tejidos empieza el proceso de putrefacción. Es entonces cuando estas partículas (minerales) son liberadas de los tejidos vegetales, integrándose en la matriz sedimentaria.

Dado que las células vegetales presentan morfologías variadas acorde a su función y a su ubicación en los tejidos correspondientes es posible, grosso modo, determinar la procedencia de dichas réplicas celulares. Por otra parte, y debido a que el reino vegetal presenta también grandes variaciones de todo tipo, es posible saber de qué tipo de planta procede, con mayor o menor grado de precisión dependiendo del caso1.

El grado de silicificación varía enormemente tanto entre diferentes tejidos como entre diferentes especies. Las variables implicadas en ello pueden estar asociadas directamente a la planta (como una cierta predisposición genética a la silicificación, por ejemplo) o ser ajenas a ella y depender de otros factores como la cantidad de agua disponible o la composición química del suelo.

El caso que nos ocupa es ideal porque precisamente las gramíneas son especies especialmente productoras de fitolitos. Este hecho facilita enormemente los estudios arqueológicos en contextos agrícolas, no sólo por la riqueza de las muestras y el carácter diagnóstico de algunos morfotipos (Ball, Gardnery y Brotherson, 1996; Miller-Rosen, 1992; Harvey y Fuller, 2005), sino también porque muchas de estas especies han sido monitoreadas para estudiar el proceso de silicificación per se (Bennet y Parry, 1980; Bennet 1982a y b).

ANÁLISIS REALIZADOS EN LA CUEVA DE BENZÚ

Los análisis realizados hasta el momento en la Cueva de Benzú tan sólo pueden considerarse exploratorios. El número de muestras analizado (tres muestras, ver TABLA 24.1), así como la pertenencia de las mismas a diferentes áreas del yacimiento, ofrecen una imagen muy localizada que no permite realizar extrapolaciones.

Tabla 24.1. Muestras analizadas de la Cueva de Benzú (columna A. Muestras; B. Localización en el yacimiento; C. Peso original de la muestra en seco; D. Peso del residuo extraído; E. Cálculo del residuo por gramo original de sedimento)

El objetivo principal de estos tres primeros análisis radicaba en valorar la viabilidad de estos estudios mediante la comprobación de la existencia de fitolitos, así como en realizar una primera evaluación

1. Para una consulta más pormenorizada de este tipo de cuestiones remitimos a Piperno (1988) o a Pearsall (1989).

de su grado de conservación. De forma secundaria, gracias a estos primeros análisis se obtendría una imagen del espectro fitolitológico de las muestras (tipo de tejidos y/o plantas existentes). Las muestras fueron escogidas de forma dirigida aunque no sistemática de manera que, como se ha dicho, fuera posible sondear diferentes áreas del yacimiento.

El análisis de fitolitos requiere su separación del resto de componentes de la matriz sedimentaria, de manera que sea factible su visualización mediante microscopía óptica. El protocolo utilizado para ello (Madella, Powers-Jones y Jones, 1998) consiste básicamente en la eliminación de carbonatos cálcicos, defloculación de la muestra, eliminación de la materia orgánica y separación del sílice amorfo del resto de minerales mediante la aplicación de un líquido pesado calibrado.

El residuo resultante (ver columna d. TABLA 24.1) está compuesto por diferentes partículas de sílice amorfo y comprende no sólo fitolitos, sino también otras partículas de similar naturaleza (diatomeas, espículas de esponja, etc.). La visualización de los fitolitos se realiza mediante el uso de microscopía óptica, generalmente entre 200 y 1.000 aumentos.

Su identificación, por otra parte, se realiza habitualmente sobre la base de criterios relativos al tamaño (que oscila entre 5-500 µm) así como de tipo morfológico. El conteo genera lo que denominamos el phytolith sum, unidad de análisis sobre la que se basa la interpretación (correspondería al producto final de un método específico de conteo, equivalente por tanto al pollen sum del análisis palinológico, ver Zurro, 2011: 106 y López Sáez, Burjachs y López García, 2003, respectivamente). El phytolith sum se considera representativo del phytolith assemblage (Pearsall, 1989) o Conjunto Fitolitológico (Zurro, 2011), entendido como el total de fitolitos presente en una muestra.

En el caso de la Cueva de Benzú, las muestras fueron visualizadas con un microscopio Olympus BX50 a 400 aumentos.

Las muestras analizadas no presentaron una gran riqueza, siendo los residuos en una de ellas de hecho inexistentes (muestra CB2). Debido a la pobreza de las muestras, y a pesar de formar parte habitual de este tipo de estudios, tampoco se ha realizado un estudio cuantitativo de los residuos extraídos2.

Por otra parte, el estado de conservación de estas partículas en CB1 y CB3 es relativamente bueno, nada incongruente con la relativa baja edad del yacimiento.

En primer lugar, es remarcable que la muestra número 2 no presente restos arqueobotánicos de ningún tipo. Por el contrario, en la 1 y la 3 aparece una altísima cantidad de microcarbones. En cuanto a la analítica que nos ocupa, se da la paradoja de que las muestras apenas presentan fitolitos pero, por el contrario, aparecen gran cantidad de esqueletos silíceos (esto es, fitolitos en conexión anatómica). Es de remarcar, además, que éstos son de tamaño considerable ya que llegan a presentar hasta 40 células en conexión. Su presencia parece corresponder claramente a dos tipos de aportaciones. En las tres muestras aparecen gran cantidad de fitolitos en conexión anatómica (denominados en la literatura especializada esqueletos silíceos), que aparecen en dos modos: 

2. A pesar de que sea posible realizar un cálculo de residuo por gramo de sedimento (Albert et alii, 1999 y 2003; Albert y Weiner, 2001), la impureza del residuo, que presenta gran cantidad de microcarbones y otras partículas minerales, convierte este dato en no indicativo de la riqueza de las muestras. En el presente caso ascendería a 0,00105 en el caso de CB1; 0,00108 en CB 2 y 0,00119 gramos en CB3. El hecho de que la muestra CB2 sea, de hecho, estéril en lo que a fitolitos y otros restos arqueobotánicos se refiere, demuestra esta afirmación.

Figura 24.1. Esqueleto silíceo de la muestra CB1 en el que puede apreciarse claramente la presencia de estomas (imagen tomada a 400 aumentos)

■ En primer lugar la gran mayoría aparecen quemados, correspondiendo en este caso a células largas, que encontramos en las plantas herbáceas mayormente en tallos y hojas (FIGURA 24.1).

■ Por el contrario, los esqueletos silíceos que no aparecen quemados, corresponden al reverso de las hojas (presentan células estomáticas, responsables del intercambio gaseoso).

El análisis de tan sólo tres muestras, así como el carácter estéril de una de ellas, imposibilita establecer conclusiones generales sobre el consumo de vegetales en la Cueva de Benzú.

Por otra parte, los presentes resultados permiten confirmar la viabilidad de este tipo de análisis y afirmar su utilidad para conocer la gestión de los recursos vegetales por parte de las gentes que utilizaron la cueva. Este resultado permitiría plantear la hipótesis de un doble origen del input vegetal en las muestras. Por una parte un uso de tallos asociado al fuego (podrían corresponder a cenizas asociadas a algún hogar del yacimiento) y por otra un uso no asociado al fuego, de corte más generalista (tal vez derivado de alguna práctica de acondicionamiento de la cavidad).

En todo caso, se reitera la necesidad de extender los presentes análisis de manera que se confirme por una parte la viabilidad de los mismos, así como la existencia de señales heterogéneas en unas y otras zonas de la cueva. Esta heterogeneidad posibilitaría identificar diferentes señales antrópicas asociadas a los procesos productivos realizados en la cueva.

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