El abrigo y la cueva de Benzú memoria de los trabajos arqueológicos de una década en Ceuta (2002-2012)
Capítulo 1
Posición teórica y práctica en el estudio de las sociedades cazadoras-recolectoras pescadoras del abrigo de Benzú.
SU CONTEXTO EN LA REGIÓN HISTÓRICA DEL ESTRECHO DE GIBRALTAR
JOSÉ RAMOS
El Proyecto Benzú se ha desarrollado desde unas visiones metodológicas definidas. Para nosotros esto es importante al estar relacionado con una explicación de la Arqueología, donde se conjuga teoría y práctica. Los planteamientos teórico-metodológicos están directamente relacionados con el enfoque epistemológico, ontológico y metodológico que se proyecta en la investigación científica (Gándara, 1993; Bate, 1998).
En el fondo pretendemos iniciar nuestro procedimiento de investigación desde una posición valorativa que nos acerca a la teoría del conocimiento para aproximarnos a la realidad, con la formulación de una lógica o desarrollo metodológico (Bate, 1998: 35 y ss.). Trabajamos desde hace años en la posición teórica y metodológica de la Arqueología Social, que integra una directa relación de la problemática arqueológica relacionando métodos y técnicas (Ramos, 1998a, 1998b, 1999, 2000a, 2000b, 2000c; Ramos, coord., 2008). Exponemos una sucinta visión de es tos aspectos, para entender desde qué perspectivas hemos abordado el estudio del yacimiento de Benzú. En sentido amplio estamos interesados en conocer el pasado, para comprender mejor nuestro presente (Thompson, 1981) y en la medida de lo posible contribuir a su mejora y transformación.
Para esto estamos preocupados en realizar una práctica arqueológica que aspira a profundizar en la ordenación del proceso histórico, en concreto en la región histórica del estrecho de Gibraltar (Ramos, 2012). Para llegar a dicho objetivo es necesario partir desde las unidades mínimas de análisis arqueológicos. Desde hace años trabajamos también, desde el concepto de «producto arqueológico» (Ruiz et alii, 1986), como unidad, que permite analizar cualquier objeto arqueológico en el marco social y económico de los procesos de producción-trabajo, distribución y consumo (Bate, 1998: 58 y ss.) de cualquier sociedad. Estamos convencidos que el análisis del registro arqueológico debe superar la descripción de los objetos para aspirar a reconstrucciones de mayor profundidad histórica, social y económica. Con esto, intentamos superar la gran tradición descriptiva y tipológica de los estudios paleolíticos, preocupada básicamente en la cuantificación, descripción y definición cultural de los objetos. Pero, como experiencia de «oficio», nosotros también contamos, medimos y controlamos cuantitativamente los registros arqueológicos. La cuestión es que además de ello, la vinculación de nuestra actividad arqueológica a la posición teórica que hemos indicado, nos exige trabajar con objetivos más amplios. Nos interesa una explicación de la Arqueología, vinculada no sólo a la llamada «cultura material», sino preocupada por el estudio de las sociedades del pasado (Arteaga, 1992: 181).
Para poder desarrollar estos aspectos, desde una premisa metodológica, utilizamos una serie de categorías históricas (Vargas, 1990; Estévez et alii, 1998; Estévez, 2009). En suma intentamos comprender el modo de producción y la valoración de las sociedades concretas — modos de vida y modos de trabajo de las sociedades en el proceso histórico —. En este caso, estas categorías se aplicarán a los datos obtenidos en Benzú, intentando realizar una síntesis económica y social.
También intentaremos tener presente la contrastación de similares modos de vida en la región histórica atlántica-mediterránea del estrecho de Gibraltar, desde la hipótesis que mantenemos de relaciones y contactos entre las sociedades de las dos orillas, tanto de las cazadoras-recolectoras en el Pleistoceno, como de las tribales comunitarias en el Holoceno.
Como hemos indicado en otros trabajos, acudimos a la «Metodología de las Ciencias» (Echeverría, 1999; Chalmers, 2000). Estamos intentando desarrollar un programa coherente entre teoría y producción arqueológica. Desde aquí se genera una metodología de trabajo que aspira a obtener información del camino que siguen los objetos, desde la captación, técnica, producción, consumo y abandono (Pie y Vila, 1991; Terradas, 1998; Clemente, 1997 y 2006; Clemente, Risch y Gibaja, eds., 2002; Clemente y Terradas, 1993; Clemente y Pijoan, 2005; Domínguez-Bella, 1999 y 2002; Domínguez-Bella et alii, 2006; Domínguez-Bella y Maate, eds., 2009; Clemente y García, 2008).
Hay por tanto todo un camino lógico-metodológico que se inicia en el contexto de ubicación del pro ducto, como unidad mínima de análisis (Ruiz et alii, 1986) y que aspira llegar a la comprensión de la pro piedad, trabajo y distribución de productos, desde el proceso práctico de investigación arqueológica. El procedimiento de investigación parte de este modo de una teoría sustantiva, que queda so metida a la contrastación y puesta en práctica del trabajo arqueológico. Este modelo pretende de es te modo ser dialéctico, no cerrado y sujeto al planteamiento de hipótesis de trabajo, que necesitan ser contrastadas con las bases de partida, una vez que se ha realizado el trabajo arqueológico.
El procedimiento de refutación o validación resulta así fundamental (Lakatos, 1998; Bate, 1982 y 1998). Metodológicamente he intentado plantear en los últimos años unas líneas de investigación que intentan superar el empirismo y el subjetivismo, que tanta carga han tenido en los estudios paleolíticos. Hemos intentado partir de la lógica histórica (Thompson, 1981; Carbonell et alii, 1999: 299) generan do estrategias y planteamientos de hipótesis que han sido contrastadas en la práctica empírica (Ramos, coord., 2008; Ramos, 2012). En este proceso personal de investigación hemos intentando estar muy atentos a la relación y coherencia entre teoría y práctica. Otra premisa importante desde la que trabajamos es la «perspectiva no adaptativa de las sociedades al medio» (Ramos, 2000a; Ramos, coord., 2008), que está vinculada a las capacidades de superación social e histórica que tiene nuestra especie. Somos plenamente conscientes que no se entiende esta perspectiva, sobre todo desde el ámbito de investigación anglosajona, dominado por ideas y es que mas de la Arqueología Procesual (Binford, 1983 y 1985; Gamble, 1986, 1995 y 2001).
Frente a la adaptación biológica, propia de los animales, creemos que nuestra especie, por valores como la solidaridad y el apoyo mutuo fue capaz de superar grandes adversidades, las limitaciones alimenticias, los rigores y cambios climáticos. Además de biología hemos desarrollado cultura y valores humanos. Nuestra especie es mucho más que una agrupación gregaria de estómagos bípedos (Nocete, 1988). Somos mu cho más que animales (Terrazas, 2011).
La Arqueología Social supone así una proposición teórico-metodológica global, que aspira a ser alternativa a otros modelos y prácticas arqueológicas, que son dominantes en el panorama historio gráfico reciente, como la Arqueología Histórico-cultural, la Arqueología Procesual adaptativa-ecológica, y la Arqueología Posmoderna. Por tanto consideramos fundamental la reconstrucción socioeconómica de la Historia (Thompson, 1981) en una relación de economía y sociedad, donde hay que profundizar en el conocimiento de los sistemas de valores, de las contribuciones ideológicas y de la reproducción social (Bate, 1998: 41; Pérez, Vila y Escoriza, eds., 2013)
MARCO CONCEPTUAL PARA EL ESTUDIO DE LAS SOCIEDADES CAZADORAS-RECOLECTORAS PESCADORAS
El tipo de sociedad que vamos a analizar en esta primera parte de la Monografía del yacimiento de Benzú se vincula a la ocupación recurrente de un Abrigo que tiene depósitos arqueológicos que son consecuencia de la ocupación de sociedades cazadoras-recolectoras. Dada nuestra perspectiva de estudio teórico-metodológica, en relación a los grupos sociales ocupantes del Abrigo consideramos su posición en el proceso de hominización. Entendemos que éste pue de ser considerado como un proceso de coevolución biosocial (Terrazas, 1999: 23) donde no sólo intervienen los componentes biológicos, sino también los psíquicos y sociales (Bate, 1986 y 1992). Intentamos trabajar así en el marco del planteamiento de una teoría de coevolución biosocial, aleja da de las propuestas adaptacionistas que tan sólo intentan explicar la Historia como consecuencia de la adaptación de los grupos humanos al medio natural (Ramos, 2000a y 2000b).
Antropológicamente los grupos humanos cazadores-recolectores-pescadores, al menos desde el Homohabilis (Aguirre, 2000), presentan características que permiten ser considerados con criterios históricos de sociedades. Son mucho más que demografía. Resulta básico para la comprensión de éstas el conocimiento de sus prácticas económicas. Su modo de producción se enmarca en formas socio-económicas vinculadas a la manera de obtención de los alimentos por medio de la caza, la pesca y la recolección. Al igual que en otras sociedades, las cazadoras-recolectoras-pescadoras se comprenden también por su peculiar forma de acceso a la propiedad, que en este caso se ejerce sobre la fuerza de trabajo, los medios e instrumentos de producción. Las formas de la propiedad, que determinan las relaciones de producción, son colectivas, documentándose diversas formas de posesión individual y colectiva (Bate 1986 y 1998).
Estas bases definen el modo de producción y el control social sobre la naturaleza por el desarrollo de unas técnicas, de un trabajo y de unas relaciones sociales específicas (Bate, 1986 y 1998; Estévez, 2000 y 2009; Estévez y Mamelli, 2004).
Así, más que de adaptación al medio de estos grupos, habría que considerar sus prácticas y relaciones, tanto con el grupo social, como con el medio natural (Ramos, 2000a, 2000b). Resulta evidente que por una tecnología muy elaborada consiguen transformar y superar ese medio, que fue bastante hostil en numerosas etapas del Cuaternario. El control de la naturaleza vino por medio del trabajo en sociedad.
Estas consideraciones son de interés para la propia dignificación histórica de estas sociedades. Se les ha llamado, tradicionalmente, «predadoras» en un sentido peyorativo, por no tener una estrategia planificada de control de los alimentos, siendo contrastadas con las llamadas «sociedades producto ras neolíticas». Se les ha limitado a meros grupos erráticos adaptativos. Se les ha negado una capacidad de organización social, con una pretendida «baja productividad». Pero estas ideas se contrarrestan porque el desarrollo de las prácticas organizadas de caza y recolección constituyen ya formas definidas de producción (Testart, 1982, 1985, 1986 y 1987; Bate, 1986 y 1998; Ramos, 1999).
El conocimiento de su equipamiento técnico y de sus patrones de asentamiento y movilidad, dentro de ser sociedades propiamente nómadas, está demostrando que los grupos humanos cazadores recolectores-pescadores no eran simples saqueadores de la naturaleza, sino que desarrollaron claras estrategias de organizar la caza y de ocupar territorios de forma estacional y cíclica (Hahn, 1977 y 1986; Weniger, 1987 y 1991; Argelés et alii, 1995; Estévez y Mamelli, 2004). Estas sociedades han tenido, aparte de su concepción económica, valores de gran interés y de gran alcance y reflexión para la especie humana. Han ofreciendo aspectos muy positivos al considerar sus relaciones sociales, basadas en la solidaridad, el apoyo mutuo y la reciprocidad; aunque algunos aspectos sean contradictorios, en relación a una completa igualdad entre hombres y mujeres, existiendo auténticas desigualdades en este sentido (Piqué et alii, 2008; Vila, 1998a y 2002; Vila y Ruiz, 2001; Vila y Estévez, 2010; Pérez, Vila y Escoriza, eds., 2013).
La profundización en el análisis de las relaciones sociales de producción permite valorar el acceso a los recursos como valor social de los bienes producidos y explicar así las diferencias sociales entre hombres y mujeres (Piqué et alii, 2008: 59 y ss.; Pérez, Vila y Escoriza, eds., 2013). De este modo se ha expuesto una contradicción entre producción y reproducción, en el marco de la división social-sexual del trabajo, por la cual se ha desvalorizado el trabajo de las mujeres y su aporte productivo. Esto generaría un control social que se justificaría en el marco de ceremonias, mitos y leyendas (Estévez et alii, 1988; Escoriza, 2001; Pérez, 2011; Vila, 2002 y 2011). El modo de producción puede verse concretado en el modo de vida (Vargas, 1990). Éste representa los modos de organizar la vida y producir en un mismo sistema de relaciones sociales de producción.
El modo de vida se produce en una determinada región histórica, como en el caso que estudiamos en la región histórica del estrecho de Gibraltar, que tiene un definido ecosistema y recursos líticos, de agua, de sal, de fauna terrestre, de fauna marina, de vegetación… (vid. Capítulo 3). En un mismo modo de producción, por ejemplo cazador-recolector, se han podido producir di versos modos de vida, de cazadores, de cazadores-recolectores, de pescadores-mariscadores. En es tos casos, el medio ha tenido relevancia significativa, pero han sido los propios grupos humanos los que han sido capaces de organizar estrategias socioeconómicas muy claras de producción y de trabajo (Ramos, 2012).
Los modos de vida pueden tener en las prácticas concretas diferentes modos de trabajo (Vargas, 1986 y 1987). Estas categorías abren un panorama amplio de superación de los casilleros normativos culturales de la Arqueología tradicional del Paleolítico. Las sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras del Paleolítico se merecen un estudio más amplio que ser meramente encasilladas en «…enses», de tipo «Achelense», «Musteriense», «Ateriense»… En este sentido consideramos que las sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras son mucho más que piedras que se han asociado a culturas y que han tenido sólo definiciones por los conjuntos y estadísticas de su presencia porcentual, casi siempre de fósiles-guía (Estévez y Vila, 1999 y 2006; Carbonell y Mosquera, 2000). Al considerar algunas características básicas de estas sociedades cazadoras-recolectoras-pesca doras hay que indicar que en general los ciclos de producción y consumo son breves (Bate, 1986). Han desarrollado también procesos económicos simples, pero de gran interés, que afortunadamente por el aumento y aplicación de técnicas analíticas y arqueométricas, se están pudiendo estudiar en el re gistro arqueológico, con formas de distribución y cambio. Éstos se concretan según las características del entorno.
El estudio de las materias primas para la elaboración de herramientas o productos tecnológicos ya elaborados y objetos relacionados con la decoración, abalorios…, están permitiendo analizar aspectos de gran interés de la movilidad de los grupos sociales y de la distribución de pro ductos arqueológicos, muy significativos para estas sociedades (Hahn, 1986; Weniger, 1982, 1989 y 1991; Terradas, 1995 y 1998; Domínguez-Bella, 2002; Domínguez-Bella et alii, 2002 y 2004). Son sociedades nómadas, ello les condiciona a no acumular excedentes y les define su modo de vida con destacadas condiciones de movilidad de los grupos (Weniger, 1991). Éste aspecto es importante, no tiene que ver sólo con sus características económicas, sino que está relacionado con la propia ideología de estas sociedades, que no conciben el atesoramiento o acaparamiento de bienes en el marco de sus relaciones sociales. La movilidad y el nomadismo explican en muchas ocasiones las propias características y composición de las bandas. Se han estudiado también interesantes fenómenos vinculados a conceptos como nomadismo restringido (Sanoja y Vargas, 1979), que explica una estrategia económica de asentamientos estacionales y la existencia de lugares mayores de agregación de grupos para el desarrollo de prácticas sociales importantes para la continuidad de la banda y de los propios grupos agregados (Bosinski, 1988; Weniger, 1989). Resulta claro que esta forma de territorialización (Bate, 1986 y 1998), vinculada a verdaderas posesiones consensuadas o apropiaciones estacionales (Arteaga, Ramos y Roos, 1998), se relaciona claramente con la propia estructura económica y a la forma de apropiación de los territorios (Cantalejo et alii, 1997 y 2006; Ramos y Cantalejo, 2011). Al valorar los aspectos de la producción, se ha incidido en el análisis de la productividad natural, tecnología y complementación económica (Bate, 1986).
La productividad natural varía en cada región en relación a la biocenosis. La tecnología es muy importante, pues define las estrategias socioeconómicas de obtención de recursos. Ha estado en la base de la ordenación cultural de estas sociedades, al ver el cambio histórico en el cambio tecnológico (Gómez Fuentes, 1979). Esto representa una tradición muy pesa da en los estudios paleolíticos, que todavía tiene peso sustancial en la forma en que se denomina a los tecno-complejos y los registros tecnológicos desde una perspectiva cultural (Ramos, coord., 2008). Por tanto, como superación de dicha tradición, la incidencia en la complementación económica muestra la riqueza y variedad de estas sociedades. La Arqueología del Paleolítico ha demostrado la variedad de estrategias económicas, relacionadas con diferentes modos de trabajo de estas sociedades. Se ha estudiado con detalle la diversidad funcional específica y diferenciadora de los asentamientos (Weniger, 1989; Carbonell et alii, 1995a, 1995b, 1999 y 2000; Carbonell, Rosas y Díez, eds., 1999; Bermúdez de Castro et alii, 1999; González Morales, 1999; Finlayson y Giles, 2000; Bosinski, 1996 y 2002; Barroso, coord., 2003; Finlayson, 2009; Rosas, 2010 y 2011).
Se comprueba así la complejidad y riqueza de matices de estas sociedades, en relación al control de la técnica y productividad natural (Bate, 1986: 11). Con ello se vincula el buen conocimiento del me dio, de las propiedades de los minerales y rocas, así como de sus características, de las propiedades de los vegetales, tanto a efectos de consumo, como los relacionados con la herbolaria y cualidades terapéuticas de los mismos.
La productividad natural varía en cada región en relación a la biocenosis. La obtención y aprovechamiento para la vida cotidiana de estos recursos explica en gran medida los diversos casos de movilidades de estos grupos (Weniger, 1989). La tecnología ha sido lo que tradicionalmente más se ha estudiado (Estévez y Vila, 1999; Ramos, 1999). Se ha considerado tradicionalmente como cambio morfológico — perspectiva Histórico-cultural — (Bordes, 1950, 1954, 1961, 1976-1977 y 1978), o como análisis funcional — visión de la Nueva Arqueología — (Binford, 1983 y 1985; Jochim, 1976; Beardsley et alii, 1966). Desde una visión social y económica del análisis de esta sociedad, se aspira a obtener información de la tecnología, en relación a su contextualización espacial; así como del camino que tienen los objetos, desde la captación, técnica, producción-consumo y abandono (Vila, 1977, 1985 y 1988b; Pie y Vila, 1992; Terradas, 1998; Domínguez-Bella et alii, 2002 y 2004; Clemente y Pijoan, 2005; Clemente y García, 2008). En este sentido entendemos muchas de las semejanzas técnicas que se aprecian en los asentamientos del Pleistoceno en el Norte de África y Sur de Europa (Ramos, 2012). Así consideramos que las similitudes tecnológicas no son sólo coincidencias, sino producto de claras relaciones basadas en el contacto y en prácticas de observación y transmisión cultural.
Como hemos indicado, como una alternativa hay una forma diferente de estudiar las evidencias de estas sociedades. El camino indicado de estudio parte de los productos, que en su contexto espacial permiten incidir en el análisis de las estructuras para la definición de áreas de actividad (Ruiz et alii, 1986). Se aspira así a llegar a la comprensión de categorías de mayor alcance histórico, como la propiedad, el trabajo y la distribución de productos. Hoy sabemos que esto es posible desde la práctica empírica arqueológica. Este tipo de aplicación metodológica pretende obtener información de las técnicas, de las herramientas y de sus funciones, con la idea de definir la vida cotidiana (Veloz, 1984; Mena, 1989) de esta sociedad. En cuanto al análisis de las relaciones sociales de producción, hay que indicar que están directa mente relacionadas con la organización social de los grupos, con el proceso de trabajo y la distribución de productos (Godelier, 1974 y 1980).
En relación con ello, se puede afirmar que las bandas de cazadores-recolectores no han tenido propiedad real sobre los medios naturales de la producción (Testart, 1985), pero sí disponibilidad y propiedad de los instrumentos de producción y de su fuerza de trabajo.
Esto es de gran interés respecto a la territorialidad, pues el que no hayan tenido una propiedad efectiva sobre los medios naturales de producción no implica la existencia de «territorios» controlados en cuanto a posesión consensual o apropiaciones estacionales (Ramos, 1998a: 17). Territorialidad, estacionalidad o análisis de la movilidad constituyen aspectos de la investigación de estas sociedades que aún pueden aportar gran información. Los nuevos enfoques del estudio del ar te y de los patrones de asentamiento así lo indican (Conkey, 1980; Utrilla, 1994; Cantalejo et alii, 1997 y 2006, Ramos y Cantalejo, 2011). De igual modo, los estudios de captación y distribución de materias primas (Domínguez-Bella, 2002 y 2006; Domínguez-Bella et alii, 2002, 2004 y 2006) y de productos — objetos-abalorios — (Weniger, 1982 y 1989; Bosinski, 1988) están ofreciendo también mucha información en un sentido social y económico. Las bases antropológicas y las evidencias arqueológicas permiten así plantear la idea de sociedades con forma de propiedad colectiva, donde los miembros de la estructura social son copropietarios de la fuerza de trabajo y de los instrumentos de la producción (Testart, 1985 y 1986). Las formas de propiedad se expresan por relaciones de reciprocidad. Se sitúan en un sistema que ha sido considerado por algunos autores como igualitario de apropiación, y en los modelos de inter cambio y distribución (Bate, 1986 y 1998).
Esto debe contrastarse con la situación de la mujer en es tas sociedades (Vila, 2002 y 2011; Vila y Estévez, 2010). En el ámbito de las relaciones sociales también hay que considerar los modelos de parentesco y la incidencia que todo ello tiene con al acceso a los medios de producción, la organización del trabajo y la distribución de los productos (Godelier, 1974 y 1980). Desde perspectivas sociales, en síntesis se puede indicar que son las bases económicas y los tipos de movilidad en relación a las apropiaciones diferenciadas de recursos, los que a la larga generan las ampliaciones desde la unidad básica y conllevan estructuras de movilidad-intercambio, inter-bandas de mujeres y hombres. Esto nos aproxima a la importante noción en estas sociedades del modo de reproducción, que se vincula con la superestructura ideológica de estas sociedades. Esto ha sido objeto también de interesantes debates (Vila y Ruiz, 2001; Vila, 2002 y 2011; Gassiot, 2002; Ramos et alii, 2002; Bate, 2004; Pérez, 2011), pero parece evidente que la unidad doméstica es significativa en esta sociedad, que además es exogámica, lo que permite alcanzar unidades mayores no parentales como las bandas. Otro tema de gran interés radica en la investigación de la división sexual del trabajo y en su incidencia en las formas de las divisiones sociales del mismo, en el papel de la situación social de la mujer y en la consideración que tiene este trabajo en cuanto al verdadero aporte productivo del mismo (Estévez et alii, 1988; Vila, 2002 y 2011; Piqué et alii, 2008; Pérez, 2011); pero también de los diferentes sectores sociales por rango de edad, especialmente niños y ancianos.
En este sentido hay gran interés en el estudio de las diversas unidades domésticas, composición, variedad y fluctuaciones del tamaño de los grupos (Weniger, 1982, 1989 y 1991; Bate, 1986). Se ha abierto una línea de gran interés sobre el estudio de la mujer en las sociedades cazadoras recolectoras, sobre su acceso diferencial al trabajo y a la alimentación y sobre el verdadero sentido de la desigualdad entre géneros (Estévez et alii, 1998; Vila, 2002 y 2011; Vila y Ruiz, 2001; Castro y Escoriza, 2004-2005; Pérez, Vila y Escoriza, eds., 2011).
La ideología y las formas de conciencia social están claramente vinculadas a la propia estructura de esta formación social; a los rasgos igualitarios generales en contrastación a otras sociedades (Bate, 1986 y 1998) y a las contradicciones de desigualdad de la mujer (Vila, 2002; Vila y Ruiz, 2001; Castro y Escoriza, 2004-2005; Pérez, Vila y Escoriza, eds., 2011). De todos modos resultan básicas las relaciones de reciprocidad de estos grupos humanos, expresados ante su propia precariedad y carencias estructurales. Así, la reciprocidad es la expresión social de las relaciones colectivas de propiedad (Bate, 1986 y 1998) y una manera de garantizar la subsistencia. Las expresiones ideológicas se manifiestan también en las representaciones artísticas, en los rituales funerarios, como expresiones que permitían una mayor cohesión de la propia estructura social, manifestándose en agregaciones estacionales que cumplen un gran valor para la continuidad de esta formación social (Cantalejo, 1995; Ramos et alii, 1988 y 2002; Cantalejo et alii, 2006; Ramos y Cantalejo, 2011).
APUNTES DE HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN DEL PASO DEL ESTRECHO DE GIBRALTAR EN LA PREHISTORIA
Hemos analizado este tema en varios trabajos recientemente (Ramos, 2008; 2012: 28 y ss.; Ramos et alii, 2008c) generando un primer intento de valoración historiográfica de la región, desde una visión externalista a la propia disciplina, implicada en el contexto histórico y sociológico de los investigado res, así como de las circunstancias de la época, y en el marco metodológico de las tendencias de investigación. Hemos valorado así las circunstancias de conformación del «africanismo» en la burguesía española del siglo XIX, y cómo a raíz de lo que representó la figura y la obra de Pedro Bosch Gimpera se generaron dos visiones contrapuestas, sobre la valoración de lo africano como fenómeno dinámico (Bosch, 1930, 1932, 1944 y 1954), frente a las tendencias etnocéntricas de orientación norte-sur en los modelos explicativos, que tanto éxito tuvieron en la España del Franquismo (Martínez Santa-Olalla, 1941 y 1946; Almagro, 1946, 1958 y 1968).
Consideramos que esta visión historiográfica debe incidir en las circunstancias estructurales, polí ticas y económicas de la época. Debe desarrollarse en relación a la propia historia del Protectorado Español de Marruecos, en su marco institucional (Ramos, 2008), en las actividades desarrolladas, así como en la tendencia histórico-cultural de investigación. En este sentido se está avanzando en una re visión de las líneas de trabajo de campo, de la presencia de los arqueólogos destacados: Pelayo Quintero, Miguel Tarradell…, profundizando en su obra, y en el contexto de la investigación internacional (Gozalbes, 2003; Parodi, 2006).
La región natural del estrecho de Gibraltar había sido definida desde el marco de Círculo del Estrecho por Miguel Tarradell (1960), aunque aquella noción conllevara implícitas la concepción típica de Kulturkreise del Historicismo Cultural; el profesor Tarradell realmente fue un adelantado a su época y fomentó estudios que acercaban desde sus perspectivas culturales ambas orillas (Tarradell, 1952, 1954, 1955a, 1955b, 1958a, 1958b y 1959; Tarradell y Garriga, 1951; Pericot y Tarradell, 1962). En un sentido amplio hay que considerar que la «ciencia oficial» no podía aceptar que los avances tecnológicos y artísticos procedieran de África, en momentos de un desarrollo imperialista, en que las diversas burguesías nacionales intentaban extraer recursos de dicho continente y consideraban como «salvajes» a sus habitantes (Kuper, 1973; Rossi y O’Higgins, 1980).
Estudios en esta línea de considerar las circunstancias de la investigación en relación a la historia política y social de la época se han comenzado a desarrollar para el análisis del Paleolítico en el Sur de la Península Ibérica (Ramos, 1994; Castañeda, 1995-96; Estévez y Vila, 1999 y 2006). Ha influido en su desarrollo el con texto y las circunstancias históricas, económicas y políticas de cada época (Díaz-Andreu, 2002; Fernández, 2001; Ramos, 2008). Dicho contexto sociológico permite comprender la ideología de los propios investigadores, la aceptación de planteamientos y los rechazos de otros en relación al pensamiento de la época (Moro y González Morales, 2003 y 2004). Por supuesto que ello está también en relación a la posición social de los investigadores en cada momento histórico ante el sistema productivo y su ideología.
VISIÓN CRÍTICA CON LA NORMATIVA HISTÓRICO-CULTURAL DOMINANTE
Este enfoque en el estudio de las sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras es fundamental para dar otro intento de explicación de la ordenación normativa (Vicent, 1994; Estévez y Vila, 1999 y 2006; Ramos, 1999), que desde el Historicismo Cultural se ha fijado en la sucesión tecnológica de las culturas, que para el Sur de Europa, en la línea de la tradición francesa, expuso la seriación: Achelense-Mus teriense-Auriñaciense-Gravetiense-Solutrense-Magdaleniense-Epipaleolítico microlaminar (Sauve terriense)-Epipaleolítico geométrico (Tardenoisiense)-Neolítico (Breuil, 1912; Obermaier, 1925; Bordes, 1961 y 1978; De Lumley, 1984 y 1998; Otte, 1996). Y para el Norte de África: Achelense-Musteriense-Ateriense-Iberomauritánico-Capsiense-Neolítico de tradición Capsiense-Neolítico… (Balout, 1955 y 1965; Vaufrey, 1955; Biberson, 1961a y 1961b; Pericot, 1953 y 1966; Pericot y Tarradell, 1962; Camps, 1974; Ferring, 1975; Hahn, 1984; Nehren, 1992; Chavaillon, 1998; Bouzouggar y Barton, 2005 y 2006; Otte et alii, 2006).
Somos críticos con la visión reduccionista que este tipo de modelos plantea, por la visión limitada de considerar sólo algunos aspectos de la llamada «cultura material», como elementos definitorios de determinadas sociedades (Ramos, 2011 y 2012). En el marco mismo del normativismo hay reacciones conceptuales fuertes al considerar como Paleolítico Medio al Musteriense y al Ateriense, y el desfase que esto conlleva con los modos tecno lógicos (Nami y Moser, 2010). Evidentemente se han planteado otras ordenaciones evolucionistas normativas, que en algunos casos han visto el cambio sólo en la diferencia de nomenclatura: la ordenación de modos tecnológicos: I-II-III-IV (Clark, 1981).
También han sido formulados modelos evolutivos basados en determinismos regionales y sobre supuestas prácticas individualistas vinculadas a los denominados paisajes de costumbres (Gamble, 2001). Pero la propia dinámica de investigación ha ido demostrando los errores del modelo tan simple de secuencia, basada en grandes líneas en la sucesión normativa de objetos-tipo, dígase el bifaz para el Achelense, la raedera y la punta para el Musteriense, el raspador carenado para el Auriñaciense, las láminas con borde abatido para el Gravetiense, las piezas con retoque plano para el Ateriense y Solutrense… Por otro lado la visión de Gamble es muy determinista respecto al medio y ecosistema, y repite conceptos Norte-Sur para las explicaciones, donde el mundo africano mediterráneo no existe (Gamble, 2001: 416-418). Aspectos logrados en estudios como en Peña de la Grieta de Porcuna en Jaén (Artega, Ramos y Roos, 1998) venían a plantear la hipótesis, desde el marco de los modos de vida, de la diferencia de prácticas de trabajo y de actividades en la costa e interior, mostrando una alternativa de necesario seguimiento a la ordenación Solutrense-Magdaleniense en el Sur de la Península Ibérica. Igualmente para el Norte de África, los recientes estudios de diversos equipos, en Libia, Túnez, Argelia y Marruecos, están evidenciando la interestratificación sucesiva Musteriense-Ateriense, rompiendo paradigmas de hondo calado (Garcea, 2004; Garcea, ed., 2010; Nami y Moser, 2010; Linstäedter et alii, 2012), que además estaban cargados de visiones difusionistas, a nuestro modo de ver, muy simples.
ESTRATEGIAS DE TRABAJO PRÁCTICO EN EL ABRIGO DE BENZÚ
Los trabajos de campo que hemos realizado en el Abrigo de Benzú han sido desarrollados considerando la posición teórica-metodológica desde la que trabajamos, y han estado orientados a la re construcción de los modos de vida de las sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras del yacimiento en su contexto territorial. Se han ido conformando en metodología y aplicaciones de técnicas arqueológicas, geoarqueológicas y arqueométricas. Como se ha indicado en otros trabajos (Ramos y Bernal, eds., 2006; Ramos et alii, coords., 2011; Ramos et alii, 2008a) el estudio del Abrigo de Benzú nos pone en relación con una serie de temas y líneas de investigación de gran interés vinculados a las ocupaciones humanas de la región del Norte de África y del estrecho de Gibraltar. Pasados diez años de trabajo en el yacimiento somos conscientes que sus aportaciones han servido para reflexionar y avanzar en el conocimiento sobre:
■La Geología del Cuaternario en la región (Durán, 2003; Chamorro, Domínguez-Bella y Pereila, 2003; Rodríguez-Vidal y Cáceres, 2005a y 2005b; Chamorro et alii, 2011).
■ Fijación de una secuencia cronoestratigráfica con sistemas de datación diversos (Durán, 2004).
■ La reconstrucción ecológica del medio natural y de los recursos utilizados por las sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras: fauna terrestre (Arribas, 2003; Arribas, Ramos y Bernal, 2006; Monclova, Toledo y Sánchez, 2011a y 2011b); fauna marina (Cantillo y Soriguer, 2011; Cantillo, 2012); vegetación (Ruiz Zapata y Gil García, 2003; Ruiz Zapata et alii, 2005; Uzquiano, 2006); recursos líticos (Domínguez-Bella et alii, 2006 y 2010; Domínguez-Bella y Maate, eds., 2009).
■ La importancia de la región histórica del estrecho de Gibraltar, respecto a posibles relaciones y contactos de sociedades del Pleistoceno de ambas orillas.
■ La complejidad de la Antropología Física, en el marco de un número reducido de registros que están sometidos a modas y tendencias de la investigación. Y además en la problemática de asociación de tecno-complejos a grupos humanos.
■ La definición de un conjunto tecnológico de modo III antiguo — 250 Ka. — (Ramos et alii 2006, 2007 y 2008a). Existe Musteriense en el Norte de África, con peculiaridad personal, como ha podido evidenciar el estudio de captación de materias primas (Domínguez-Bella et alii, 2006 y 2010), análisis tecnológico (Ramos et alii, 2007 y 2008a; Ramos et alii, coord., 2011) y estudio funcional (Clemente, 2006). Se han analizado más de 40.000 productos líticos tallados.
■ Explotación de recursos marinos por sociedades cazadoras-recolectoras hace 150 Ka (Cantillo et alii, 2010; Cantillo y Soriguer, 2011; Cantillo, 2012; Ramos et alii, 2011a; Ramos y Cantillo, 2009 y 2011).
■ Incidir en el análisis de modos de vida de las sociedades prehistóricas (Ramos, 2012).
■ Todo ello ha ido acompañado de numerosas publicaciones (vid. supra «Publicaciones generadas por el proyecto…» en el capítulo Introducción) y de dos tesis doctorales (Vijande, 2010; Cantillo, 2012), estando en marcha, en el momento de redactar estas líneas, la realización de otras dos tesis doctorales más
OBJETIVOS A MEDIO Y LARGO PLAZO EN EL NORTE DE ÁFRICA
Los trabajos de campo, y estudio del registro arqueológico realizados en Abrigo de Benzú, en relación a otros estudios que desarrollamos en la región del Norte de África (Ramos et alii, 2008a y 2008b; Ramos et alii, eds., 2008 y 2011b), están abriendo un panorama novedoso en el conocimiento del registro arqueológico de la orilla sur del estrecho de Gibraltar. Exponemos algunas líneas de trabajo y temas de investigación de este contexto regional, que hemos desarrollado recientemente (Ramos, 2011 y 2012) y de las que aquí presentamos una síntesis.
La secuencia geoarqueológica de los depósitos cuaternarios
Los estudios de estratigrafía del Cuaternario en Europa han abordado la sucesión de períodos glaciares e interglaciares. En África del Norte se ha estructurado a partir de la sucesión de etapas húmedas y otras etapas más secas, utilizando los conceptos de pluviales e interpluviales. El modelo ha tenido en cuenta la latitud de las regiones analizadas.
En el Norte de África un pluvial iba asociado a un período húmedo con abundancia de lluvias y fenómenos de sedimentación inmediatos. En las fases interpluviales, contrariamente, el clima era árido y seco. Se ha precisado también para el último máximo glacial el predominio de un clima seco en el Norte de África durante el último máximo glacial (Texier, Debénath y Raynal, 1982; Texier et alii, 1988; Texier, Raynal y Lefevre, 1985 y 1985-1986; Texier, Lefevre y Raynal, 1994).
En Europa, las etapas del enfriamiento climático conllevaban una glaciación, y sincrónicamente se producían efectos de regresión marina, con descenso destacado de las líneas de costa. Por su parte los períodos interglaciales conllevan un calentamiento climático y una subida del nivel del mar. Choubert (1965) consideró las peculiaridades de las formaciones marinas y formaciones continentales, desde la noción de estadio cuaternario. Estas fases se alternaban en el tiempo según la sucesión climática del Cuaternario. En depósitos litorales podían comprobarse la alternancia de estos estadios en una misma capa. En los depósitos continentales los interpluviales corresponderían de forma general a fases de erosión (Raynal et alii, 1988). Los trabajos de campo y publicaciones realizados por la Mission Préhistorique et Paléontologique Française au Maroc, en colaboración con el Servicio de Arqueología de Rabat, en depósitos marinos y continentales de Marruecos llevaron a componer un modelo cronoestratigráfico general para la geología del Cuaternario de Marruecos (Texier, Debénath y Raynal, 1982; Debenath et alii, 1986).
De este modo para los depósitos continentales se proponía una subdivisión del Pleistoceno, contrastando la alternancia de épocas de aridez y de pluviales, en cuatro períodos de rexistasia (fase de frío) mayores, denominados de más antiguo a más reciente: Moulouyense, Amiriense, Tensiftiense y Soltaniense. Estos estudios han podido superar la noción clásica, de estrato-tipo, y han representado un intervalo de tiempo. Cada período de rexistasia se correlacionaba con un glacial europeo: Soltaniense con Wurm, Tensiftiense con Riss, Amiriense con Mindel, Moulouyense con Günz (Texier, Raynal y Lefevre, 1985-1986).
Se organizaba así el Pleistoceno Inferior en los depósitos del Moulouyense. El Pleistoceno Medio en los del Amiriense. El Pleistoceno Superior en los del Tensiftiense y Soltaniense. El Holoceno c rrespondería con depósitos del Rharbiense.
También se ordenaba la cronología marina con la sucesión de Messaoudiense, Anfatiense y Ouljiense en el Pleistoceno, y el Mellahiense para el Holoceno (Texier, Raynal y Lefevre, 1985). El modelo norteafricano de reconstrucción de la secuencia del Cuaternario debe ser contrastado, considerando los depósitos marinos y los continentales, con la reconstrucción del medio natural de territorios situados más al Sur en el Gran Erdg-Sáhara (Weisrock, 2008; Mainguet et alii, 2008; Lespez et alii, 2008).
Es muy significativo el contraste del modelo del Norte de África, con el que se ha considerado para el Sur de la Península Ibérica, en relación a la ordenación en biocenogramas y aplicación del concepto mediterráneo a etapas glaciales e interglaciales (Ruiz Bustos, 1995, 1997, 1999a, 1999b, 2002 y 2007). Estas oscilaciones climáticas que tanto transformaban la naturaleza tenían una incidencia directa sobre el medio natural, la vegetación y la fauna. Sus registros evidencian las transformaciones climáticas de forma muy destacada. Y además tuvieron incidencia importante sobre las sociedades prehistóricas. Todas estas consideraciones de escala regional amplia incidieron en la paleotopografía de la región del estrecho de Gibraltar, que osciló mucho en las diversas etapas del Cuaternario (Rodríguez-Vidal y Cáceres, 2005; Abad et alii, 2007, Chalouan et alii, 2008; Chamorro et alii, 2011), en relación con la historia climática global. Por medio de procesos eustáticos, se generaron fenómenos de transgresión (subida del nivel del mar) y regresión (descenso del nivel del mar). La complejidad y elevación tectónica de la región ha incidido también considerablemente, variando en el tiempo (Chamorro et alii, 2011: 21). En las etapas frías el nivel del mar descendió mucho, hasta 120-130 metros por debajo del nivel actual (Alimen, 1975; Collina-Girard, 2001; Fa et alii, 2001; Bouzouggar, 2003). En dichos momentos las costas estarían más próximas, existirían amplios valles (hoy sumergidos en el área del estrecho de Gibraltar) y se localizarían muchas islas.
En los momentos cálidos se fundían los hielos de las masas polares y subía el nivel del mar — etapas interglaciares —. Actualmente vivimos en una de estas etapas. Estos fenómenos naturales conllevan la sucesión de épocas de aridez con otras de mayor lluvia (Texier, Debénath y Raynal, 1982; Texier et alii, 1988; Texier, Raynal y Lefevre, 1985 y 1985-1986; Texier, Lefevre y Raynal, 1994). En el Sur de la Península Ibérica la presencia de fauna y los estudios de bio cenogramas están confirmando estas características, con un predominio generalizado de buenas condiciones climáticas, desde la noción de Interglacial Mediterráneo, y donde los momentos fríos fueron más escasos y menos intensos (Ruiz Bustos, 1995, 1997, 1999a, 1999b, 2002 y 2007).
De este modo, la separación entre ambas orillas en la región del estrecho de Gibraltar llegó a ser de escasos kilómetros, por lo que los grupos humanos de cazadores-recolectores-pescadores que se asentaron en yacimientos de la región en el Pleistoceno Medio y Superior no tenían barreras natura les insalvables que les impidieran la movilidad entre ambas orillas. Además hay amplias zonas hoy sumergidas que debieron haber sido utilizadas y explotadas por las sociedades prehistóricas en los momentos fríos y hoy están cubiertas por el mar. Todo ello incide a plantear que el paso del Estrecho por estas sociedades sea una hipótesis a tener en cuenta en muchas etapas del Pleistoceno.
El mejor conocimiento de las bases geológicas es fundamental para profundizar en el estudio de las sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras. Nos interesa el enmarque geomorfológico de los yacimientos, la ubicación de las terrazas cuaternarias, así como el contexto geológico de los asentamientos arqueológicos en consideración a los diversos depósitos: terrazas, playas y lagunas; incidiendo en su morfología y génesis. En este sentido es básico incidir en la sucesión estratigráfica y en el con trol de la cronología absoluta de las ocupaciones. También consideramos de gran interés los estudios de geoarqueología, que pretenden analizar los procesos de transformación del medio, y las inferencias de tipo paleoclimático que se puedan obtener; así como la incidencia social-humana en dichos procesos (Arteaga y Schulz, eds., 2008).
Los registros antropológicos son limitados todavía en el Norte de África, pero de un interés considerable en relación a los de la Península Ibérica. Son conocidos los testimonios fósiles datados en Pleistoceno Medio en Ternifine-Tighenif (Argelia), valorados como Atlanthropus mauritanicus. Se ha considerado una variedad norteafricana de Homoerectus, asociada a un tecnocomplejo Achelense (Arambourg, 1954; Camps, 1974; Nehren, 1992: 45; Hadjouis, 2007a; Geraads et alii, 1986). Los registros de Homo erectus en la región (400.000-100.000 años) se completan con los de Salé y Kebibat en Rabat, y los de Carrière Thomas I — datado el nivel estratigráfico de su localización recientemente por OSL entre 360 y 470 — (Raynal et alii, 1995, 2001 y 2010: 380), OuladHamida y SidiAbderrahmane en Casablanca (Debénath, 2000 y 2001: 21).
Ha habido diferentes explicaciones sobre ellos; Bräuer (1984) los consideró como Homo sapiens arcaicos; Denise Ferembach (1986) los valoró en transición entre Homo erectustípicos como los de Ternifine-Tighenif y los Homo sapiens arcaicos de DjebelIrhoud. Se han considerado recientemente como Homoerectus evolucionados (Zouak, 2001: 154). Los investigadores partidarios de las cronologías cortas consideran los restos más antiguos en el Pleistoceno Medio, sincrónicos a la glaciación Riss europea, en relación a depósitos del Cuaternario continental de Marruecos del Tensiftiense (Debénath, 2000: 132). La continuidad y sucesión histórica de los grupos de Homo erectus en la región se han valorado en línea evolutiva regional (Hublin, 1989 y 1993; Hublin y Tillier, 1981 y 1988). En los años 60 del siglo pasado se localizaron registros en Djebel Irhoud a cargo del profesor Émi le Ennouchi, que fueron considerados como neandertales (Ennouchi, 1965 y 1966). Rápidamente fue ron aceptados en su adscripción contemporánea con los neandertales europeos (Arambourg, 1965: 6). En los años 70 fueron presentadas matizaciones respecto a los clásicos neandertales europeos, pe ro se continuaba afirmando su clara relación con el Musteriense (Camps, 1974).
Los registros de Djebel Irhoud fueron posteriormente interpretados como Homo sapiens arcaicos (Hublin y Tillier, 1981 y 1988; Hublin et alii, 1987; Smith et alii, 2007) y se ha localizado un nuevo resto de ilion — Irhoud 5 — (Tixier et alii, 2001) considerado en dicha línea. Han sido valorados reciente mente como Homo sapiens sapiens (Debénath, 2001: 21; Tillier y Majó, 2008: 586). En los últimos años se ha considerado una especie de conexión entre estos grupos, valorados ahora como modernos, y las poblaciones del Pleistoceno Superior de Afalou y Taforalt, que son ya estimados como equivalentes africanos a los cromañones europeos (Stringer y Gamble, 1996). La reciente obra de síntesis de Stringer y Andrews (2005: 161) continúa con dicha idea de valorarlos en el grupo de Homo sapiens. El problema, aparte del limitado grupo de registros y de la indefinición antropológica, radica en que con seguridad no sabemos cuáles son los autores artífices de los tecnocomplejos musterienses de finales del Pleistoceno Medio. No se conoce definitivamente la relación entre Homo erectus y Homo sapiens sapiens arcaicos, considerándose la cronología de éstos anterior a 100.000 B.P. (Debénath, 2001: 22). Se está planteando la asociación de Homo sapiens sapiens anatómicamente modernos a los autores del Ateriense (Zouak, 2001: 155).
El limitado registro antropológico
Pequeña sinopsis de las ocupaciones en ambas orillas con registros de Pleistoceno Inferior, Medio y Superior
El problema del paso de comunidades primitivas por el estrecho de Gibraltar se vincula con la posibilidad inicial de acceso a Europa de grupos humanos portadores de tecnocomplejos de cantos tallados de modo 1, por encima del millón de años. Esto cuestiona evidentemente la problemática de las cortas cronologías para el poblamiento de Europa (Roebroeks y Van Kolfschoten, 1995), y sitúa toda la región con gran futuro en los estudios de Pleistoceno Inferior. El debate al respecto pensamos que no está ni mucho menos cerrado.
Las evidencias en el Sur de la Península Ibérica en la zona del sureste de Andalucía, de interesantes ya cimientos paleontológicos y con ocupación humana del Pleistoceno Inferior nos llevan claramente a re flexionar sobre posible procedencia africana en contextos anteriores a 1 M.a. Salvo algunas excepciones (Gibert, 2004; Gibert et alii, 1998; Gibert et alii, eds., 1999; Gibert, 2010; Gibert, Scott y Ferrández-Canadell, 2006; Otte, 2011; Ramos, 2011 y 2012), se ha negado el paso del Estrecho en estas etapas antiguas. Pensamos que hay mucho trabajo por realizar y el potencial arqueológico es formidable al respecto.
Una constante en el panorama arqueológico actual es el de cronologías más antiguas en el Norte de África, augurando flujos de relaciones sur-norte inicialmente, que se pueden enmarcar en las movilidades características de las sociedades cazadoras-recolectoras. De este modo la tecnología de modo 2 está documentada con seguridad en 1,9-1,8 millones de años en el Norte de África (Sahnouni, 1998, 2006 y 2007; Sahnouni, Hadjouis y Carbonell, 2000), sien do el registro más reciente en el Sur de Europa, por ahora entre 1,3-1,1 millones de años (Turq et alii, 1996; Martínez et alii, 1997; Gibert et alii, 1998; Martínez et alii, eds., 2009; Toro, Agustí y Martínez, coords., 2003; Toro et alii, 2009). En el momento actual de la investigación se plantea la posibilidad de relaciones y contactos en grupos portadores de tecnología de modo 2 — tecnocomplejo Achelense —, en Pleistoceno Inferior y Medio (Ramos, 2002, 2011 y 2012). Esto se evidencia por la manifiesta sintonía de la tecnología documentada en el Sur de la Península Ibérica, con destacadas series estratigráficas en ríos como el Guadalquivir y el Guadalete, respecto a la más antigua tecnología norteafricana. Es un hecho plenamente constatado en los tecnocomplejos del Sur de la Península Ibérica de grupos humanos con presencia destacada de bifaces, hendedores y triedros enmarcables en formas de elaboración y procesos de trabajo similares a los del modo 2 del Norte de África.
Recordamos al respecto la ordenación de Enrique Vallespí de un Achelense autóctono a partir de la evolución de los complejos de cantos tallados hacia industrias de bifaces. Y la idea de continuidad tecnológica enmarcada en un Achelense Antiguo Ibérico al que sucede el Pleno Achelense (Vallespí, 1986a, 1986b, 1987 y 1992). Ese modelo lo ha contrastado en la secuencia del Valle del Guadalquivir (Vallespí, 1994 y 1999). Incidimos también en el interés de la secuencia del río Guadalete (Giles et alii, 1990, 1996 y 2000) y existen ya testimonios estratigráficos de alto interés, dada la situación geográfica para la cuestión que aquí tratamos, en río Palmones (Castañeda, coord., 2008), Campo de Gibraltar (Castañeda, 2008; Castañeda et alii, 2008) y Banda Atlántica de Cádiz (Ramos, 2007-2008; Ramos, coord., 2008). Recordamos también la mayor antigüedad de la tecnología de modo 2 en el Norte de África, con depósitos datados en 1,2 millones de años en Cantera Thomas I, nivel L de Formación 1 del grupo de Oulad Hamida (Rhodes et alii, 2006; Raynal et alii, 2010).
En el Sur de la Península Ibérica se ha precisado recientemente la presencia de modo 2 en 0,9 Ma en Cueva Negra (Murcia), y en Solana del Zamborino en 0,76 Ma. (Scott y Gibert, 2009). También ha sido mencionada fauna africana en yacimientos del Sur de Europa, asociados a tecnología lítica entre 1,2 y 1,3 Ma. (Gibert, 2010: 11). Las relaciones en el ámbito antropológico han sido también planteadas. Hay que recordar los vínculos que ha establecido Emiliano Aguirre entre los homínidos del nivel TD6 de Gran Dolina de Atapuerca con Ternifine-Tighenif (Aguirre, 2000: 72). En un sentido amplio se trataría de variantes de Homo erectus en ambas regiones, como autores de la tecnología de modo 2. Una gran duda es conocer quiénes fueron los autores de la tecnología de modo 1, tanto en el Norte de África como en el Sur de Europa. Es muy interesante el conocimiento real de la continuidad de los grupos humanos en el Pleistoceno Medio y Superior.
La problemática planteada hace unos años, de la posibilidad de grupos neandertales en el Norte de África está hoy cuestionada, y se enmarcan actualmente en considerar la ocupación norteafricana por grupos de Homo sapiens arcaicos (Debénath, 2001; Zouak, 2001; Stringer y Andrews, 2005; Smith et alii, 2007). En relación a esta propuesta, autores como Stringer y Gamble (1996) niegan las rutas de acceso a Europa por el estrecho de Gibraltar y solamente consideran el pa so por el Próximo Oriente. Idea que es muy extendida y que constituye prácticamente el paradigma oficial (vid. por ejemplo Mellars y Stringer, eds., 1989; Mellars et alii, eds., 2007; Gamble, 1993, 1986 y 2001; Akazawa, Aoki y Bar-Yosef, eds., 1998; Straus, 2001; Mellars, 2006).
De manera independiente a la definición antropológica, la realidad es la ocupación de ambas regiones por grupos humanos en el Pleistoceno Medio avanzado y los inicios del Pleistoceno Superior, que tienen una tecnología muy similar enmarcada en el concepto normativo Musteriense. ¿La sintonía tecnológica es producto de similitudes antropológicas? Sabemos que no puede adoptarse un modelo simple de relación grupo humano/tecno-complejo. Pero estamos convencidos de la necesidad de profundizar en el conocimiento del modo de producción y de los modos de vida de las comunidades para obtener una visión histórica completa de estas comunidades.
La realidad en este momento es la mayor antigüedad de las cronologías del Musteriense en el Norte de África en enclaves bien definidos como Ifrin’Amar (Nami y Moser, 2010), DjebelIroud (Smith et alii, 2007) o Benzú (Ramos et alii, 2008a). Hoy sabemos de la antigüedad de la tecnología de modo 3 en el Norte de África, con registros en el Abrigo de Benzú entre 254 ± 17 Ka (estrato 2) y 70.000 Ka (estrato 7) (Ramos et alii, 2008a). En el momento actual, la realidad de las cronologías de modo 3 en el Sur de la Península Ibérica es mucho más reciente, constatándose la presencia de grupos de neandertales en la Península Ibérica entre 170.000 y 30.000 B.P. (Garralda, 2005-2006; Finlayson, 2000: 35 y 2009; Finlayson et alii, 2000; Finlayson, Finlayson y Fa, eds., 2000; Barroso, coord., 2003; Barroso y De Lumley, 2006).
También es muy significativa la vinculación a la explotación de recursos marinos, en las dos orillas, de grupos humanos con tecnología de modo 3 (Stringer et alii, 2008; Cortés et alii, 2011; Cantillo y Soriguer, 2011; Ramos y Cantillo, 2011; Ramos et alii, 2011a). Este importante hecho, unido a la similitud tecnológica (Ramos, 2007-2008, 2011 y 2012) nos per mite plantear la hipótesis de similitudes en los modos de vida en las dos orillas por grupos humanos, en principio antropológicamente diferentes. Esto se plantea en el marco del debate permanente de biología y cultura, y contrapone los éxitos planteados por los llamados «grupos modernos» en la de nominada «The Human revolution» (Mellars, 1999; Mellars y Stringer 1989; Mellars et alii, eds, 2007; Mellars y French, 2011; Klein, 2008). Las posibles relaciones y contactos en el marco de grupos humanos portadores de tecno-complejos denominados Ateriense, Iberomauritánico y Capsiense, respecto a los grupos humanos con tecnología de tipo Paleolítico Superior en Europa, es también un tema clásico de la Prehistoria africana y europea (Pericot y Tarradell, 1962; Camps, 1974).
Frente a modelos tradicionales evolutivos, de su cesión Musteriense-Ateriense, los recientes estudios están comprobando la complejidad de la inter estratificación de ambos complejos, en enclaves bien estudiados como Ifrin’Amar, llegando a valorarse los complejos con pedúnculos como una variante del Musteriense norteafricano (Nami y Moser, 2010). Esta situación, que ya había sido planteada para conjuntos de Libia (Garcea, 2004; Garcea, ed., 2010), empieza a consolidarse en otros yacimientos. En este sentido se está considerando como una facies, dentro del mundo Musteriense (Nami y Moser, 2010; Linstäedter, et alii, 2012). Vemos de gran interés la situación que rompe paradigmas clásicos, pero consideramos que explicaciones por facies norma tivas (Bordes, 1976-1977), o dentro de la llamada «variabilidad musteriense» son demasiado simplistas.
Hipótesis en la línea de estudio de los modos de vida abren grandes vías a estos importantes problemas. Como hemos podido comprobar en el apartado anterior, el tema tuvo un amplio debate en los en foques y orientaciones de los estudios prehistóricos de la Península Ibérica a enmarcar en las circunstancias teóricas y metodológicas de la época (Pericot, 1942; Martínez Santa-Olalla, 1946: 43; Pericot y Tarradell, 1962: 98; Almagro, 1968: 15). La realidad estratigráfica que se comprueba es la ausencia de tecnocomplejos de la secuencia clásica en el Sur de la Península Ibérica (Chatelperroniense, Auriñaciense, Gravetiense) y la similitud de sucesión con el Norte de África, desde tecno-complejos de tipo Musteriense a los de tipo Solutrense. Esto vuelve a plantear relaciones de gran sintonía tecnológica entre los productos elaborados por grupos de cazadores-recolectores en el Pleistoceno Medio y Superior en ambas orillas. Recientes estudios estratigráficos, medioambientales y paleo-ecológicos venían a relacionar fases avanzadas con tecno-complejos de tipo Ateriense, con fauna de paisajes abiertos y secos — gacelas, cabras salvajes, caballos y bóvidos — (Debénath et alii, 1986; Texier, 1985-1986 y 1988; Texier, Debénath y Raynal, 1982; Texier, Raynal y Lefebvre, 1985; Raynal et alii, 1988).
Se dieron así explicaciones de carácter adaptativo-ecológicas para considerar el paso del Estrecho, en el marco de una tendencia a la aridez en el Norte de África en el estadio isotópico 2, en torno 20 Ka. (Bouzouggar, 2003). La sintonía antropológica es también destacada para estos contextos, con grupos antropológicos denominados modernos en ambas orillas (Ferembach, 1986: 582; Hublin, 1989). Sobre la tecnología, ya se ha planteado muchas veces la base de los tecnocomplejos de modo 3 Musteriense, en los registros del Ateriense, con presencia de técnica levallois, de técnica laminar y de raederas, unido a los nuevos productos pedunculados (Tixier, 1958-1959 y 1967).
La sucesión de tecnocomplejos en el Norte de África de Ateriense-Iberomauritánico se correspondería en el Sur de la Península Ibérica a la documentada en los tecnocomplejos de modo 4 de tipo Solutrense-Magdaleniense (Ramos, 1998b y 2012; Castañeda, 2002). La sintonía tecnológica es también destacada en el contexto de relación Iberomauritánico Magdaleniense. Es un tema que también ha sido muy debatido y enmarcado en un contexto medi terráneo (Camps, 1974: 69 y ss.). Se han definido así los tecno-complejos de tipo Iberomauritánico entre 22-20 Ka. hasta al menos 9 Ka. (Hachi, 2003a: 86 y 2003b; Barton et alii, 2005). Los recientes es tudios en las dos orillas del Estrecho confirman la sintonía y similitud de medio ambiente, fauna y ve getación (Gilman, 1975: 126; Ruiz Zapata y Gil, 2003b; Bouzouggar y Barton, 2006).
En ambas orillas destaca también en estos momentos la explotación de recursos marinos (Ramos et alii, 2011a). Además la sintonía tecnológica es manifiesta en series muy homogéneas de láminas y de puntas con bordes abatidos (Camps, 1974; Gilman, 1975; Aura et alii, 1986 y 1988; Jordá Pardo et alii, 1990, 2003 y 2008; Sanchidrián et alii, 1996; Cortés y Simón, 1997 y 1998; Cortés, ed., 2007; Simón, 2003; Ramos et alii, coord., 2008; Ramos et alii, 2008b y 2011b). Los últimos grupos de cazadores-pescadores-recolectores tienen también una gran sintonía en la tecnología lítica, con el mantenimiento de grupos de dorsos abatidos y la documentación del microlitismo geométrico.
La variedad de especies y el destacado peso de la pesca y marisqueo en la alimentación es también una constante (Gilman, 1975; Finlayson, Finlayson y Fa, eds., 2000; Cantillo et alii, 2010; Ramos et alii, 2011a). Consideramos por tanto que estamos en dos regiones vecinas, separadas por un estrecho brazo de mar, donde la geología, geografía, medio natural, clima, recursos han sido muy semejantes. Las gran des y constantes relaciones de la tecnología de las dos orillas las valoramos en sentido amplio en la propia estructura económica y social de estos grupos, donde la movilidad organizada de las comunidades de cazadores-recolectores ha debido ser normal y frecuente en el transcurso del Pleistoceno. Más que en modelos trasnochados difusionistas, nos interesa ver en la propia composición y estructura social de las sociedades cazadoras-recolectoras la lógica de las movilidades y contactos. Éstas han sido desarrolladas en otras zonas marinas de canales y pasos naturales del planeta.
Hay ejemplos muy bien estudiados en este sentido en Canal Beagle en Tierra de Fuego, Argentina (Vila et alii, 1985; Vila y Wunsch, 1990; Estévez et alii, 2001; Balbo et alii, 2010), o en el área Caribe del Noreste de Venezuela (Sanoja y Vargas, 1979 y 1995), donde se comprueba la movilidad de estas sociedades como parte fundamental de su modo de vida.

