Introducción
Cap. 5
Cap. 6
Cap. 7
Cap. 8
Cap. 2
Cap. 1
Cap. 4
Cap. 3

Vida y obra del autor

Biografía y semblanza de Juan Bravo

J. A. Bravo Soto

Instituto de Estudios Ceutíes

Nunca deberíamos perder la capacidad de observación, de aprendizaje, ni de sorpresa ante los hechos que la naturaleza pone ante nuestros ojos, sea cual fuere nuestra cultura.

El recuerdo es muy claro, como si lo estuviera vi viendo ahora mismo, la fecha no la puedo precisar, pero sería al final de la década de los 50 y yo debía tener unos 5 o 6 años. Aquella tarde estaba sentado en el alféizar de la ventana agarrado por los brazos de mi madre. De pronto aparece mi padre por la calle Machado con una caja gris sobre los hombros y cuando llega a nosotros la deja sobre el suelo, su cara sudorosa por el esfuerzo e invadida por un brillo especial de satisfacción. Dentro de la caja había un equipo de buceo Nemrod con las botellas de un color amarillo brillante y un regulador plateado de dos tráqueas. A mi madre le iba a dar algo, meterse en ese gasto con las penurias económicas de la época, por el contrario a mí me dejó alucinado, era una maravilla e imaginé todo tipo aventuras bajo el agua con aquel arte facto sobre la espalda. Sin embargo, mi mentalidad de entonces no alcanzaba para predecir que el mar y la posibilidad de respirar en su interior iban a marcar la vida de mi padre y de nuestra familia.

A principios del siglo XX, Juan Bravo García y María Pérez Acedo, mis abuelos paternos, salen de Álora y del Valle de Abdalajís, con la intención de mejorar; cogen el velero de Ceuta y desembarcan en nuestra ciudad, aquí se establecen en un patio de la calle de la Marina Española donde inician su vida familiar, fruto de esa unión tienen tres hijos. Juan Bravo Pérez, mi padre, nace el 23 de febrero de 1920, es el segundo y único varón. Su infancia transcurre como la de cualquier niño de la época con pocos recursos económicos, va por primera vez a la escuela a los seis años, sin querer y llorando porque no sabe leer, el maestro le tiene que convencer para entrar, pues a eso va allí: a aprender. De aquellas fechas de deberes bajo la luz de un quinqué, quemándose la frente por el cansancio, recuerda con cariño los coches de caballo circulando por las calles sin asfaltar, la aparición de los primeros camiones Berliet de ruedas macizas, la in auguración del puerto por Alfonso XIII, y sobre todo el placer que le producía asomarse a la muralla de la Marina para ver el mar y los barcos.

Una cierta mejoría económica hace que mis abuelos con sus hijos se trasladen a la calle Obispo Barragán donde ya tienen luz eléctrica. Viviendo en este lugar el país rechaza al Rey y se define por la II República.

Pronto se despierta en mi padre el interés por la ebanistería. Tras una formación básica en la escuela se mete muy joven a aprender este oficio, pero la entrada del nuevo régimen no se lo permite hasta los 14 años, tiene que volver a los estudios y lo hace de noche con D. Baldomero Olivencia, por la mañana reparte pan con sueldo de 2,5 pesetas al día.

Cuando cumple la edad adecuada entra de aprendiz en la ebanistería de Florencio Arcos, cobrando bastante menos: 1 peseta a la semana. En una ocasión ve al maestro trazar unas piezas, escondido como un alquimista, sin querer enseñar esa parte del oficio, para evitar la competencia, entonces decide seguir estudiando por la noche, se matricula en la Escuela de Artes y Oficios don de aprende dibujo lineal y artístico, y perfecciona sus conocimientos de matemáticas. En aquel lugar hizo unas láminas preciosas de una máquina de tren, un ascensor y una caja de cambios, las guardaba como un tesoro, pero yo se las descubrí de niño y con un lápiz primero se las emborroné y como no me debió gustar el resultado final, las destrocé con mis manos, debía estar en la etapa destructiva de mi infancia.

Con el paso del tiempo mis abuelos se trasladan a la calle Simoa y más tarde a la calle Molino donde les coge la Guerra Civil Española. Aquel 18 de julio amaneció con neblina; camino de su trabajo, mi padre, se encuentra el bando de los rebeldes pegados por todas par tes, conminando a los ciudadanos a acatar la nueva situación y condiciones, y lo más preocupante, que quien no las cumpliera sería pasado por las armas. En la puerta del taller la guardia de asalto no le permite la entrada al trabajo y sin otra cosa que hacer va a darse un baño al Sarchal, inconsciente de lo que se avecinaba.

Varios días más tarde los barcos republicanos bombardean Ceuta y el pánico cunde en la población. Mi abuelo, todo un estratega, coge a su familia y la esconde en el Desnarigado, donde pasan una noche, al día siguiente se trasladan a Calamocarro y allí están otros 5 o 6 días con otras familias, viviendo a la intemperie hasta que se acaban los víveres y los falangistas les exaltan los ánimos para volver a la ciudad, tachando de cobardes a los que no lo hacen.

Al inicio de la Guerra Civil mi padre tenía 16 años y empieza a barruntar en su cabeza la idea de hacerse marino mercante. Para aprender y obtener el título adecuado -la cartilla naval-, intenta alistarse en la Marina, pero le exigen el permiso paterno, cosa que no hace, prefiere esperar hasta el mismo día que cumple los 18 años. Se traslada a Cádiz donde hace las prácticas en el Juan Sebastián Elcano durante unos meses, en ese velero saca el título de señalero timonel con el número cuatro de su promoción, aprende el código internacional, el código de escuadra, morse y a manejar el timón (figura 1).

Terminada su formación naval es destinado al Gobeo, un petrolero cargado de combustible de aviación, cuya ruta era Cádiz- Palma de Mallorca,

Figura 1.- En el Juan Sebastián Elcano, durante la Guerra Civil Española, aprendió código internacional, código de escuadra, morse y a manejar el timón (fotografía tomada en septiembre de 1938 en la localidad gaditana de San Fernando).

para abastecer a los aviones de la Legión Cóndor. Cuando salían de puerto navegaban sin luces, ponían proa al Estrecho de Gibraltar, donde izaban bandera italiana y, cambiaban el nombre original por “Capacitas”. Luego seguían rumbo paralelo a las costas africanas hasta la altura de las Balea res, y a ese nivel lo cambiaban 90º norte hasta llegar fuera de la rada de Puerto Pi en Mallorca, a espera de la orden de atraque. Ese barco era una bomba en potencia ante el mínimo incendio a bordo, o el ataque por aire o por mar del bando republicano. Mi padre hizo en él tres viajes y en uno de ellos frente a Gibraltar, de noche, recibe los siguientes destellos en morse: WHAT SHIP, se guido de FROM, los mandos del barco no saben lo que preguntan desde el Peñón y él les dice las palabras en inglés sin saber que significaban, la orden de sus superiores fue la de no contestar y seguir navegando, me imagino el miedo de aquellos jóvenes marinos, en la flor de la vida, teniendo en cuenta la carga que llevaban.

Su segundo destino fue el Castillo Monforte, un carguero que llevaba vituallas a los puertos tomados por el bando rebelde, con él estuvo en Barcelona, Vinaroz y Castellón de la Plana. Con posterioridad hace de nuevo el itinerario Cádiz-Mallorca llevando el mismo combustible que con el Gobeo, pero esta vez en un barco más moderno, el Campuzano. Ya en los últimos estertores de la Guerra lo trasladaron al José Luis Díez, atracado en la factoría de Matagorda (Cádiz).

Sus buenos conocimientos de señales hacen que sus mandos le encarguen unas clases de morse en la escuela de torpedistas y electricistas, en esa línea pudo tener fu turo en la Armada Española si hubiera escuchado los consejos de su jefe D. Luis Charlo, pero como ya había vivido muy fuerte la vida de marino durante 16 meses, con todas sus penurias y calamidades, decidió licenciarse, volviendo a Ceuta para retomar su antiguo trabajo de ebanista. De esa etapa conservó buenos amigos, sé que se reunieron en la década de los ochenta en Marín.

En España, terminada la Guerra Civil y al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la situación económica era de miseria y de miedo, se inicia un largo proceso que duraría muchos años para olvidar aquel episodio fratricida, que cercenó la juventud de mucha gente.

Con 20 años entra de nuevo en la ebanistería de Florencio Arcos donde permanece 24 meses y alcanza el título de oficial de primera, llegando a tener un sueldo de 12 pesetas diarias. Luego acepta la oferta de Mateo Mauricio y Antonio Ruiz para unirse a su plantilla, en el taller ubicado en el Pasaje Gironés, después en la Marina y finalmente en el Recinto Sur. Con este equipo hizo algunos trabajos de los que se siente muy orgulloso. Tal es el caso de los realizados en Vicente Martínez y La Esmeralda.

Además de los valores propios de la persona, los amigos también definen nuestro trayecto por la vida. Mi padre siempre tuvo buenos amigos, pero hay una familia con la que entabló una amistad, sincera y duradera, me refiero a los Rivera. Ignacio, Manuel, José y Rafael tu vieron mucha importancia en su juventud. Ya se cono cían antes de la Guerra Civil, pero tras ella se reanudó con más intensidad. Iban a la misma playa, la de San Amaro, donde con esquifes propios, alquilados o roba dos temporalmente, hacían de las suyas por las playas cercanas, se acercaban a los Isleros o daban la vuelta a Ceuta. Con Ignacio, por entonces estudiante de bachiller, se dedicaba a coger animales y disecarlos, conservándolos en cajas de madera. Un lagarto preparado por ellos llegó a mantenerse en buenas condiciones más de 20 años.

Pero con el Rivera que mi padre tuvo una amistad más intensa, sobre todo en los asuntos referentes al mar, fue con Manuel, que trabajaba en la sastrería del padre, donde se reunían con frecuencia. Ambos diseñaron y empezaron a construir entre 1940-1941 una yola, a la que llamaron Rosita, con una eslora de 8 metros, 4 remos y timón. Mi padre estaba delgado, trabajaba mucho, no paraba de hacer cosas y posiblemente su alimentación no era buena, el caso es que un día al intentar darle la vuelta al casco de la yola tuvo un esputo hemoptoico. Acude al Dr. Claudio Romero quien le diagnostica una tuberculosis pulmonar y le asusta con un pronóstico bastante sombrío. Mi abuela, una mujer con poca cultura, pero lista como pocas, se lo lleva a Málaga donde le atiende un neumólogo. Este médico es menos pesimista e inicia el único tratamiento posible de la época. En el Valle de Abdalajís a base de aire puro, descanso, excelente alimentación y calcio se repone totalmente y a los tres meses vuelve a Ceuta con ganas de comerse el mundo y terminar la yola. Aquel barco tenía poco calado y nave gaba muy rápido. En una ocasión se adentraron hasta la mitad del Estrecho, el Ferry Ceuta - Algeciras al verlos les dio una vuelta, pensando que navegaban en lo alto de una tabla. Y esto llegó a oídos de mi abuelo, quien puso el grito en el cielo.

Entrados ya los años 40, en los días previos a las vacaciones de Navidad, baja a al Sarchal, nuestra playa de siempre, a darse un baño, allí se encuentra con Salvador Fossati, que con unos amigos está probando unas gafas de buceo modelo “Pinocho” de Nemrod. Esa máscara llevaba el tubo respirador incorporado en la parte superior y abarcaba la nariz y los ojos, dejando la boca fuera, por lo tanto a diferencia de los modelos actuales, con aquella se respiraba por las fosas nasales, esto debía ser muy incomodo y dificultoso. Fossati se la deja a mi padre para que vea por primera vez el mundo submarino a través de un cristal, aquello le deja impresionado, y de inmediato empieza a gestar la idea de fabricarse unas parecidas, pues él no tenía poder adquisitivo para unas originales. Pone todo su potencial imaginativo en marcha y con unos trozos de goma de cámara, un círculo de vidrio transparente, un tubo y otros utensilios de fabricación propia o adaptados consigue construirla (figura 2).

Figura 2.- Máscara submarina de fabricación propia.

Tan solo con el bañador, las gafas de construcción artesanal y unas alpargatas como aletas, Manuel Rivera y él se dedican a disfrutar de los fondos marinos de nuestras costas. Rápidamente se dan cuenta que bajo el agua hay muchos peces, algunos de buen tamaño y esto les despierta el impulso predador, por lo que empiezan a maquinar el instrumento adecuado para saciarlo.

Había por esa época un comercio en Ceuta llamada Radio Self, cuyo dueño, Antonio Benítez Muñoz, era aficionado a la caza y la pesca. Él fue el primero en traer a nuestra ciudad material relacionado con la pesca submarina. En el escaparate de su negocio aparecen un día dos modelos de fusiles submarinos de muelle, uno pequeño llamado “pistolete” y otro de mayor tamaño, de unos dos metros. Mi padre tiene la oportunidad de ver funcionar a uno de los fusiles pequeños, propiedad de Ramón del Río y se lo comenta a Manuel Rivera, con más poder adquisitivo, para que se compre uno, pero le aconseja que sea el grande, ya que el pequeño tiene poca fuerza de disparo.

Dicho y hecho, estaba haciendo un trabajo en la calle, en concreto en el Banco Español de Crédito, cuando aparece su amigo con el fusil que se acaba de comprar. Ese mismo día, que digo horas más tarde, se van a la playa del Chorrillo donde consiguen arponear dos peces, uno de ellos un sargo soldado de buen tamaño, los muy "fantasmas" lo pasean por la ciudad hasta su total desecación.

La posibilidad de ver y pescar bajo el agua atrae a otros jóvenes ceutíes, formándose grupos que se dedican a esta práctica por todo nuestro litoral, incluyendo las aguas de Marruecos bajo protectorado español. La mayoría se reúnen en una sección de actividades subacuáticas dentro de la Unión África Ceutí. Curiosamente los equipos de pesca submarina se llamaban: AZUL, BLANCO, ROJO, VERDE etc. como los bandos bizantinos, no sé si esto reflejaba el pique y las discusiones entre ellos. El caso es que por aquellas fechas había en Ceuta más de diez equipos de tres miembros cada uno. Como ya he dicho inicialmente, mi padre pescaba junto a Manuel Rivera, más tarde formaron el equipo AZUL cuando se unió a ellos Manuel Pumares, una persona estupenda de la que tengo recuerdos imborrables (figura 3). Anualmente se celebraban los Campeonatos Ceutíes de pesca submarina, y los equipos más fuertes solían ser el AZUL y el BLANCO formado por Salvador Fossati, Manuel Martínez y José Lara, aunque ocasionalmente cambiaba de miembros incorporándose Rafael Rivera o Emilio García. Sé de buena tinta que eran unos canallas entre sí, llegaban a esconder los peces capturados bajo la arena, para que el otro equipo creyera haber ganado la competición, no hace falta decir que al final desenterraban sus capturas ante el cabreo, pataleo y maldiciones de los contrincantes.

En 1951, Juan Bravo Pérez decide dejar la soltería y con 31 años, se casa con Encarnación Soto Rouco, cuya familia procedía de Ronda. Mi madre tuvo tres hijos, yo fui el primero, luego vino, a los cinco años, mi hermana María de la Encarnación y por último, el benjamín de la familia, mi hermano Jesús.

Figura 3.- El Equipo AZUL con Rafael Rivera a la izquierda. En el centro Manuel Pumares, detrás Juan Bravo Pérez y a la derecha Manuel Rivera.

Aunque mi madre no practicaba los deportes sub marinos, solía acompañar a mi padre por esas playas de Ceuta y Marruecos en busca de pesca (figura 4). Con mucha frecuencia iban con ellos Manuel Rivera y su es posa Loli Sánchez. Yo creo que disfrutaron mucho de la virginidad de nuestras costas, sin las aglomeraciones actuales, en la mejor etapa de sus vidas, sin importarles lo que dijeran los demás por irse a veces tan lejos y solos, en una sociedad que no veía con buenos ojos este tipo de cosas. A tenor de lo que he oído, nunca han olvidado ese periodo de sus vidas.

Figura 4.- Aquellos tiempos de pocos medios, pero de grandes mo mentos.

Cuando yo nací, mi padre estaba muy enfrascado con la pesca submarina y yo no iba a ser un obstáculo, con 40 días ya era un acompañante más, reflejo fiel de lo que digo es una foto mía con esa edad al lado de un mero mucho más grande. Pero la cosa no se quedaba ahí, si había que ir en barco a pescar a El–Marsa, me subían a bordo aunque por el camino echara la papilla, si a ese lugar iban andando, tampoco había problemas: moisés en mano y camino adelante por aquellos pedregales. Los marroquíes cuando veían este comportamiento los tachaban de locos y fanáticos de la pesca.

En el año 1954 el presidente de la Unión África Ceutí, Sr. Cavilla, se entera que la Unión Internacional de Clubs y Asociaciones de Caza, Documentación y Exploración Submarina va a organizar, entre el 11 y 13 de septiembre, el primer Campeonato Mundial de Pesca Submarina, en aguas de Tánger, se lo propone a su gente y los equipos AZUL y BLANCO sin pensárselo dos ve ces se ponen en marcha. Acuden al evento en un camión del ejército donde iban sentados en la zona de la carga, sobre sillas de tijera. Los bañadores del equipo AZUL eran modelos exclusivos, pues lo había hecho Manuel con restos de chalecos en la sastrería de su padre. También las gafas de buceo eran exclusivas y hechas a mano, de artesanía; eso sí las aletas eran compradas, ya habían abandonado las alpargatas.

Cuando llegan a Tánger es de noche y en el camping del Club Polynesie la gente está bailando, al venir de una España en total represión sexual lo primero que se fijan es en los mínimos bikinis de las mujeres, nada más bajar del camión, sin montar siquiera las tiendas de campaña, se unen a la fiesta.

Al principio del campeonato las cosas no van bien, las piezas capturadas son escasas y se corre el rumor de que han ido allí para quitarse el hambre, incluso el mate rial del equipo AZUL es fotografiado por curiosos y participantes como algo digno de un museo. Afortunadamente, en los días sucesivos la pesca mejora y cogen dos meros grandes, al final quedan en tercer lugar entre dieciséis equipos de todo el mundo, con una dotación material infinitamente mejor. Un año más tarde participan de nuevo, las tiradas se hicieron en Tánger y Melilla, esta vez quedaron en quinto lugar. En esos dos años fueron el equipo más regular.

Esta fase predadora de animales marinos claramente obedecía a dos objetivos; uno era satisfacer el componente cazador de todo ser vivo, sobre todo en la juventud, y el otro sacar alguna ayuda económica tanto para la casa como para poder seguir manteniendo el deporte, cuyo material era caro. Las pesqueras eran impresionantes, a veces las ponían sobre el suelo de la Plaza Azcárate y era todo un espectáculo ver tal cantidad de meros juntos, a veces más de 150 Kg.

Aquel grupo de pescadores submarinos afiliados a la Unión África Ceutí decide un buen día caminar por su cuenta y fundan el C.A.S (Club de Actividades Submarinas) cuya primera sede fue una casa alquilada en la calle Espino y su primer presidente Salvador Fossati. Más tarde tuvieron una salida al mar en la playa del Puente Cristo, donde se construyó la sede actual.

Alrededor de 1958 llegan a Ceuta los primeros equipos autónomos de buceo, basados en el “aqualung” de Jacques-Yves Cousteau y Émile Gagnan. Antonio Benítez, el dueño de Radio Self quien los trajo, Manuel Rivera y mi padre se compran los tres primeros. El precio, 14000 pts, una fortuna para la época. En el caso de mi padre se pagó con el abandono del tabaco, los trabajos bajo el agua y con la pesca. Al poco tiempo se dictó la prohibición de hacer pesca submarina con ellos, lo que fue todo un acierto.

Nadie hizo un curso especial para aprender el manejo del aparato, estos pioneros aprendieron sobre la marcha, con la práctica y la lectura de Hombres de Otro Mundo de Clemente Vidal Solá. Al poco tiempo se sumergieron a 68 m y empezaron a dar cursos de buceo, indudable mente el entusiasmo y el desconocimiento les hizo ser atrevidos. No obstante, consta a su favor, que el nivel de los buceadores ceutíes siempre ha sido muy bueno y hay pocos accidentes de buceo registrados en nuestra ciudad.

Ocurrió durante un concurso de pesca submarina en la Isla del Perejil, mi padre en lugar de dedicarse a los meros, llenó su portapeces de restos cerámicos cubiertos de incrustaciones marinas. Aquello fue objeto de mofa del resto de los participantes y de enfado por sus compa ñeros de equipo. La vuelta a Ceuta fue pregonando por todo el camino la venta de “botijos viejos y morunos”. Por aquellas fechas ya estaba en Ceuta Carlos Posac Mon, profesor de griego, y arqueólogo, quien les dio el verdadero valor a lo recuperado: eran restos de ánforas romanas (figura 5).

La aparición de los equipos de buceo con aire comprimido y la prohibición de pescar con ellos hizo que las actividades bajo el agua tuvieran más diversidad, ya se podía observar la vida submarina sin el apremio de la apnea. Se potencian con esto la biología, la arqueología, la fotografía, los trabajos sobre barcos hundidos, en puertos y plataformas petrolíferas, y aparecen nuevas modalidades deportivas.

A partir de 1960, con 40 años, mi padre inicia un alejamiento progresivo de la pesca, dedicándose más a la arqueología, a los rescates bajo el agua y a promocionar el buceo entre la juventud. Para esto último nunca tuvo problemas, ya que pocas personas he conocido con más empatía con los jóvenes, nunca lo he visto desentonar con ellos y siempre sus opiniones han calado para iniciar proyectos.

El entusiasmo inicial por las actividades subacuáticas en nuestra ciudad condujo a acontecimientos muy bonitos. Tal es el caso de la travesía del foso bajo el agua, yo era muy pequeño, pero es de las cosas que no se olvidan, aquella fila india de buceadores nadando lenta mente por el centro del canal desde la bahía norte a la bahía sur, con las botellas amarillas resaltando sobre el fondo. Otro acontecimiento casi totalmente olvidado fue la colocación de una Virgen del Carmen en la Piedra del Pineo, ese día fue memorable para Ceuta.

Figura 5.- Vista de una de las recuperaciones subacuáticas en aguas ceutíes.

Nuestras aguas son de una belleza extraordinaria, pero temibles con temporal, ese ha sido el motivo de algunos naufragios. Los equipos de buceo y quienes los utilizan han ayudado de una forma importante a solucionar muchos desastres de este tipo. Mi padre participó en varios, su profesión le dio habilidad y recursos para solucionar problemas bajo la superficie del mar, los más importantes fueron, el Tuxhan, hundido en la Laja del Ca ballo al chocar con un escollo; el Alonso Baro, un barco de almadraba que naufragó frente al Desnarigado; y El Niño la Brecha, con la proa totalmente destrozada por la colisión con otro barco al encontrarse en una de las es quinas del muelle España. Estos rescates fueron muy laboriosos y salvaron de la ruina a sus armadores.

Figura 6.- En su taller de ebanistería, fotografiando un ánfora.

Llegó un momento en que mi padre consideró oportuno su independencia profesional, deja el taller de Mateo Mauricio y monta el suyo propio con dos socios, Antonio Cañete y Ángel Duo, en la calle Isidoro Martínez, cerca del Pasaje Recreo. No sé si a ese lugar debiera llamarse sólo taller de ebanistería, pues fue un sitio donde se reunía la gente más dispar que uno pueda imaginar y allí además de muebles se hacían otras actividades muy diversas, sirvan a modo de ejemplos la reconstrucción de un ánfora, la realización de un boomerang, de una estufa para cultivos bacteriológicos o de un aparato de orientación submarina (figura 6); incluso en sus bancos prepa ramos dos esqueletos humanos para mis estudios de anatomía. Ese taller fue hasta su jubilación el santuario don de podía realizar todo lo que se le venía a la mente. Sería injusto si no recordara otro lugar importante para su vida: la zapatería de Ricardo Muñoz. Hasta su desaparición hace algunos años fue parada obligatoria y entre sus paredes mi padre y Ricardo razonaron muchas cosas y gestaron otras, el flujo de ideas era muy bueno, en ambos sentidos. En ese lugar yo he visto debates de todo tipo, era un verdadero foro de discusión y cultura.

Figura 7.- Una de sus últimas inmersiones, durante la recuperación de un cepo de ancla romana.

Como dije antes vamos siguiendo en la vida una trayectoria en base a lo que somos, a los amigos, pero también a los acontecimientos que ocurren alrededor. En el caso de la relación de mi padre con el mar fueron la aparición de las gafas de buceo, el fusil submarino, el equipo de aire comprimido, el hallazgo de los primeros restos de ánforas, los cepos de anclas y sobre todo un hallazgo realizado en marzo de 1962 por Juan Ortuño y Juan Díaz Triano con otros buceadores (Ferrón, Pérez Florency y Morales): se trataba de tres piezas de plomo antiguas, que formaban las partes metálicas de las anclas utilizadas por las naves romanas, eran un cepo, un arganeo y un zuncho (figura 7). Desde entonces a estas tres piezas se las denomina “Ancla de Ceuta” y están depositadas en el museo del C.N. CAS. Encontrar las tres juntas es extraordinario, y lo más frecuente es localizar sólo el cepo. El resto de aquellas antiguas anclas era de madera, lógicamente el paso del tiempo bajo el agua hacía desaparecer este material. Que se sepa sólo se ha sacado intacta (madera y plomo) una de las anclas de las dos naves que Calígula tenía para su disfrute en el Lago Nemi, al sur de Roma. Cuando el lago se desecó artificialmente en 1927 por orden de Mussolini apareció entre todo el abundante material el ancla mencionada, de la que existe una fotografía, por desgracia, el contacto con el aire, la mala conservación y el incendio de 1944, hicieron desaparecer todo resto de madera de aquellos navíos. Por lo tanto no hay ningún ancla completa que nos permita conocer con certeza cómo se construían. Pero es que además el ensamblaje entre las tres piezas sobre la madera tiene su dificultad, pues el cepo suele tener un pasador en el centro y el zuncho unos ángulos determinados para las uñas y la caña. Por aquellas fechas se lanzaron varias teorías sobre la construcción, algunas eran prácticamente imposibles. Mi padre estuvo dándole vueltas al problema en su taller hasta que finalmente llegó a la conclusión de que se fundían sobre la madera (figura 8). Para demostrarlo hizo réplicas a escala y a tamaño normal, llegándolas a utilizar desde un barco y comprobando su buen funcionamiento. Curiosamente lo esencial de su hipótesis se publicó en un artículo muy modesto, a tipo de carta al director, en la revista CRIS de Barcelona, en el año 1963. Hoy en día prácticamente todo el mundo admite la teoría de mi padre (figura 9).

Figura 8.- Proceso de fundición de un cepo sobre la caña.

Figura 9.- Detalle de una de sus reproducciones del ancla romana de Ceuta a escala natural, depositada en el Palacio Municipal.

A partir de entonces se vuelca en sus horas libres en el estudio de las anclas antiguas y su evolución, en el taller y en mi casa había cepos por todos lados, incluso debajo de las camas; llega a tocar temas tan específicos como las deformaciones por el uso y la mejora que supone el alma de madera, los relieves de las caras externas, el tema del ensamblaje del zuncho-contrapeso con las uñas y caña, incluso presume la existencia de los clavos internos del zuncho antes de que se encontraran en algún ejemplar. La década entre 1960-1970 fue de mucho trabajo relacionado con este tema, de discusiones con los grandes expertos mundiales para que aceptaran su hipótesis, pero siempre desde la demostración práctica que su modelo se podía llevar a cabo y además funcionaba en lo que era su misión: mantener un barco en superficie mediante el agarre del ancla al fondo.

Figura 10.- Artículo periodístico de El Faro de Ceuta (12 de septiembre de 1975, p. 20), glosando el trabajo de J. Bravo y R. Muñoz (extraído del Anexo II de la Carta Arqueológica Terrestre del Término Municipal de Ceuta).

Yo recuerdo su correspondencia con el Sr. Federico Foerster, un alemán afincado en Cataluña muy dedicado a la arqueología submarina, constantemente le exponía sus dudas acerca del modelo, y una a una mi padre se las fue aclarando, hasta el punto que quedó totalmente convencido. También estuve presente cuando otro estudioso sobre anclas antiguas, Gerard Käpitan, vino expresamente a Ceuta a conocerlo y ver todos sus trabajos.

Para dar mayor difusión a su hipótesis publicó una serie de artículos al respecto, escribió un libro junto a Ricardo Muñoz, titulado Arqueología Submarina en Ceuta (figura 10) y participó en el I Simposio del Comité Científico de la CMAS celebrado en La Habana (Cuba), el año 1970, con el trabajo Evolución y Técnica en la construcción de las anclas antiguas, que despertó mu cho interés entre los asistentes, ya que además de la exposición teórica él llevaba toda una gama de anclas he chas a escala para mostrarlas (figura 11). Después de aquel Simposio, vino con ganas de seguir en esa línea de difundir sus datos, y se le ofertó la posibilidad de ir en años sucesivos a Londres, Niza y Estocolmo, sueño no realizado por falta de medios y la necesidad de su trabajo diario para mantener la economía doméstica, llegó incluso a pedir una ayuda al entonces alcalde de Ceuta, Sr. Zurrón, que le fue denegada.

Por esas fechas (1968) mi padre había sustituido al Sr. Francisco Lecha en la presidencia de la Federación Ceutí de Actividades Subacuáticas (FCAS), esta etapa la caminó junto a Ricardo Muñoz, que en su labor de Secretario fue alma y vida de la entidad. Este nuevo cargo le llevó a repartir sus horas de vigilia con la organización y promoción del buceo entre la juventud. Por este motivo organizó varios cursos sin coste alguno para estudiantes y jóvenes con pocos medios, sólo se requería una edad mínima de dieciséis años y el consentimiento paterno. Se iniciaron actividades como la biología submarina, la natación-velocidad con aletas y la orientación submarina. En estas dos últimas modalidades nuestra ciudad siempre tuvo muy dignos representantes en las competiciones nacionales, incluso algunos miembros formaron parte del equipo de nuestro país en las internacionales.

Figura 11.- Artículo periodístico de El Faro de Ceuta (4 de septiembre de 1970, p. 13), mencionando la participación de J. Bravo en el Congreso a celebrar en La Habana (extraído del Anexo II de la Carta Arqueológica Terrestre del Término Municipal de Ceuta)

Figura 12.- Aparato de orientación submarina fabricado por Juan Bravo Pérez, utilizado por el equipo ceutí en las primeras competiciones.

Al inicio de la orientación submarina en nuestra ciudad los aparatos que manejaban los buceadores bajo el agua los construía mi padre en su taller, en esencia consistían en una brújula de mucha precisión montada sobre una cruz de madera y un dispositivo para medir distancias (figura 12). Tanto uno como otro fueron mejorando con el tiempo y llegaron a tener mucha exactitud. La prueba consistía en hacer un recorrido bajo el agua salteando una serie de boyas y llegar al centro de una meta. En tierra se trazaban los rumbos que el buceador iba a seguir bajo el agua con su brújula y contador de metros. Ceuta llegó a tener muy buenos representantes en esta modalidad tal es el caso de José María Garrido y J.L.Barreto.

Sin embargo, en esta etapa de su vida, a él le tiraba mucho más la arqueología submarina. Además de las anclas antiguas, su tema principal, se dedicó al estudio y reconstrucción de las ánforas halladas en nuestras costas, clasificó las romanas según las tablas de Dressel y las púnicas según la de Mañá, incluso hizo el primer mapa arqueológico submarino de Ceuta por la agrupación de los hallazgos sobre una carta, de esa forma pudo averiguar que existían determinados sitios que pudieran ser considerados como fondeaderos de las naves antiguas.

Figura 13.- Piletas de salazones aparecidas durante la construcción del Parador de Turismo “La Muralla” (fotografía de C. Posac).

Por la tipología de las ánforas, muchas de ellas portadoras de garum, llegó a sospechar que Ceuta era una zona de fabricación de este producto tan apreciado en la civilización romana, esta suposición se vio confirmada tras los hallazgos de una fábrica de salazones de esa época durante la construcción del Hotel La Muralla (figura13).

Tras el hallazgo del “Pecio Isleos de Santa Catalina” en el año 1962, siempre tuvo gran interés en su estudio, fue el primero que se dio cuenta del expolio de los cañones de bronce, localizó su paradero en Francia, tras pasar por el puerto de Tánger y organizó varias campañas para su recuperación, contando con unos medios muy modestos, dado el escaso apoyo de las instituciones. Como siempre tuvo que aguzar el ingenio, disponer de los amigos y contar con gente que no cobraba por el trabajo submarino, para sacarle el mayor partido posible a su proyecto. Pues a pesar de todo ésta ha sido, hasta la fecha, la mayor recuperación submarina de nuestra ciudad, la que se ha hecho con mayor rigor y lo más importante: sacó a la luz un acontecimiento histórico, ocurrido a finales del siglo XVII, totalmente olvidado.

Su interés por la historia de nuestra ciudad queda fuera de toda duda, pero además siempre quiso que los restos recuperados en nuestras aguas formaran parte del patrimonio local, de ahí su lucha para que las piezas arqueológicas de interés no salieran de Ceuta, todos sabemos los beneficios que se pueden sacar vendiendo un ánfora, un cepo o incluso un cañón, y a esto no son ajenos los buceadores locales. Pero él con su forma de ser y honradez se ganó la amistad de la mayoría ellos de tal forma que casi todo lo recuperado se ponía en su conocimiento, ese material al menos era dibujado, fotografiado y señalado el lugar de origen. Gracias a él o a su mediación piezas de incalculable valor están hoy en Ceuta. Su labor en este sentido también abarca la organización y conservación del material submarino de la Sala Municipal de Arqueología cuando estaba ubicada en los Jardines de la Argentina y más recientemente en el de la sala III del Museo Municipal, donde hay una excelente colección de ánforas, anclas antiguas y material del Pecio Isleos de Santa Catalina) (figura 14). De este hallazgo había un asunto pendiente y era donde ubicar el cañón de bronce de casi 2095 Kg. encontrado en la campaña de 1970, que estaba totalmente abandonado en un almacén. Consiguió sacar los fondos necesarios para hacerle una cureña, según unos dibujos enviados por el Sr. Jean Boudriot, un experto en arquitectura naval francesa del siglo XVII, y que esta pieza de artillería se colocara en la sala de entrada del Ayuntamiento para disfrute y recuerdo de todos los ceutíes.

En 1989 fue nombrado Director del Instituto de Estudios Ceutíes, tras el Sr. Antonio Bernal. En este cargo estuvo durante 8 años, fue una etapa en la que estuvo rodeado muchos y buenos colaboradores y quizá ese periodo fue importante para crear el germen de lo que esta entidad es en el momento actual.

Hace mucho tiempo cayeron en manos de Ricardo Muñoz los planos de un bergantín-goleta de 50 m de eslora llamado Rosendo, construido en Ceuta en 1918. Se los enseñó a mi padre y con su tacto habitual, le animó a realizar una maqueta. Ese fue un gran reto y motivo de frecuentes quebraderos de cabeza. Después de algunos titubeos iniciales se puso mano a la obra, y poco a poco con muchas dificultades lo terminó en diciembre de 1998. El esfuerzo mereció la pena y esa réplica a escala 1:50 refleja hasta en los más mínimos detalles lo que fue aquel barco.

Después de su jubilación fue durante varios años Profesor de Ebanistería en los Cursos de Formación Profesional organizados por el Ayuntamiento de Ceuta, como aún tenía facultades, por las tardes hizo la estructura del paso de la Hermandad del Descendimiento, y una consola preciosa de estilo isabelino, actualmente propiedad de la Esmeralda.

Figura 14.- Material del pecio de Santa Catalina expuesto en el Museo Municipal de Ceuta.

A sus 83 años, mi padre está retirado de toda actividad pública y de investigación, sin embargo goza de una salud envidiable, a pesar de haber pasado por varias enfermedades importantes que ha superado gracias a sus ganas de vivir y al apoyo de la familia (figura 15). Aún lo veo con facultades para hacer más cosas, pero hay que dejar paso a los demás y disfrutar de la vida por el simple hecho de vivir, sin otras pretensiones.

Para mí reúne varias cualidades muy importantes, que definen su camino por la vida, es una persona vitalista que no se amilana ante situaciones adversas, conecta bien con la gente sea cual fuere su edad, es amigo de sus amigos, hábil en su profesión y con sus manos, trabajador, le gusta aprender y tiene capacidad investigadora pese a que su formación académica no ha sido la adecuada. Con esto quiero decir que se puede ser buena persona, hacer cosas muy dignas y saberlas transmitir, sin haber pasado por la universidad, y ese es el caso de mi padre.

Figura 15-. Selección de tres artículos de El Faro de Ceuta (respectivamente del 16/II/1994, p. 7, del 4/IV/1995, p. 48 y del 12/XII/1998, p. 11), que muestran la continuidad del trabajo de J. Bravo en pro de la arqueología subacuática ceutí en los últimos años (extraídos del Anexo II de la Carta Arqueológica Terrestre del Término Municipal de Ceuta).

Bibliografía de J. Bravo Pérez

D. Bernal Casasola

Universidad de Cádiz e Instituto de Estudios Ceutíes

La bibliografía de este autor incluye más de una veintena de trabajos, constituyendo la práctica totalidad de ellos artículos, así como dos libros (Bravo y Muñoz 1965; Bravo y Bravo 1989). De ellos, catorce trabajos constituyen el nódulo de su producción, de autoría exclusiva, siendo las dos monografías citadas y los restantes estudios realizados en colaboración con otros autores. Se presentan a continuación dichos títulos siguiendo un orden cronológico en la publicación de los mismos, independientemente que se trate de contribuciones únicas o en colaboración con otros autores. Prácticamente la mitad de sus trabajos fueron publicados en los años sesenta, continuando hasta mediados de los años setenta con un ritmo de publicación prácticamente anual, muy notable para la época en cuestión. En las últimas dos décadas ha continuado realizando síntesis, fechándose en este momento los trabajos coeditados con otros investigadores.

- BRAVO PÉREZ, J. (1963): “Algo más sobre el ancla llamada romana”, CRIS, Revista del Mar, nº 57, Octubre 1963, pp. 4-6.

- BRAVO PÉREZ, J. (1964): “Los cepos romanos con alma de madera”, CRIS, Revista del Mar, nº 67, Agosto 1964, pp. 4-6.

- BRAVO PÉREZ, J. (1964): “Anclas romanas”, CRIS, Revista del Mar, nº 70, Noviembre 1964, pp. 8-10.

- BRAVO PÉREZ, J. (1964): “Un cepo de ancla decorado en aguas de Ceuta”, Rivista di Studi Liguri XXX (nº 1-4), pp. 309-311.

- BRAVO PÉREZ, J. (1965): “Más cepos de anclas romanas en Ceuta”, CRIS, Revista del Mar, nº 78, Barcelona, Julio 1965, pp. 10-11.

- BRAVO PÉREZ, J. (1965): “Deformaciones de los cepos de anclas romanas”, CRIS, Revista del Mar, nº 83, Barcelona, Diciembre 1965, pp. 2-4.

- BRAVO PÉREZ, J. y MUÑOZ, R. (1965): Arqueología submarina en Ceuta, Madrid.

- BRAVO PÉREZ, J. (1966): “Cepos de anclas con relieve”, CRIS, Revista del Mar, nº 86, Marzo 1966, pp. 2-4.

- BRAVO PÉREZ, J. (1966): “Más sobre anclas romanas”, CRIS, Revista del Mar, nº 95, Diciembre 1966, pp. 16-17.

- BRAVO PÉREZ, J. y MUÑOZ, R. (1966-68): “Hallazgos arqueológicos submarinos en Ceuta”, Noticiario Arqueológico Hispánico 10/12, pp. 159-171.

- BRAVO PÉREZ, J. (1968): “Fabrica de salazones en la Ceuta romana”, CRIS, Revista de la Mar, III, Barcelona, p. 30.

- BRAVO PÉREZ, J. (1970): “Anclas romanas de Ceuta”, XI Congreso Nacional de Arqueología, pp. 821-826.

- BRAVO PÉREZ, J. y BRAVO SOTO, J. (1972): “Vestigios del pasado de Ceuta”, Inmersión y Ciencia, 4, Barcelona, 1972, pp. 5-39 (reeditado en 1984 con el mismo título en Transfretana,4, Ceuta, pp. 49-82).

- BRAVO PÉREZ, J. (1975): “Ánforas púnicas recuperadas en Ceuta”, Inmersión y Ciencia, núm. 8-9, Barcelona, pp.25-33.

- BRAVO PÉREZ, J. (1976): “Evolución y técnica en la construcción de Anclas Antiguas”, Ancorae Antiquae I, Sala Municipal de Arqueología, Ceuta, pp. 1-19 (editado asimismo en el nº 2 de la revista Inmersión y Ciencia).

- BRAVO PÉREZ, J. (1976): “Cepos de anclas con relieves recuperados en el Mediterráneo Occidental”, Ancorae Antiquae II, Sala Municipal de Arqueología, Ceuta, pp. 1-24.

- BRAVO PÉREZ, J. (1988): “¿Fondearon los fenicios sus naves en las costas de Ceuta?”, Cuadernos del Archivo Municipal, 1, Ceuta, pp. 5-9.

- BRAVO PÉREZ, J. y BRAVO SOTO, J. (1988): “Rescatado en Ceuta un naufragio del s. XVII”, Revista de Arqueología nº 92, pp. 50-51.

- BRAVO PÉREZ, J. y BRAVO SOTO, J. (1989): La flota que nunca llegó a su destino (Naufragio de dos navíos franceses en Ceuta, 1692), Granada, 1989.

- BRAVO PÉREZ, J. y BRAVO SOTO, J. (1990): “L’Épave Isleos de santa Catalina. Naufrage d’une navire français à Ceuta (1692) », Cahiers d’Archéologie Subaquatique IX, pp. 55-74 (=en la misma revista también está publicada la versión del texto en castellano en las pp. 75-82).

- BRAVO PÉREZ, J. y BRAVO SOTO, J. (1991): “L’Épave de Santa Catalina (Ceuta)”, La ceramique, l’Archéologue et le Potier. Etudes de Ceramiques a Aubagne et en Provence du XVI au XX siécle, Arguilla, pp. 39-40.

- BRAVO PÉREZ, J. y VILLADA PAREDES, F. (1993): “Las ánforas prerromanas del Museo de Ceuta”, Transfretana, 5, Ceuta, pp. 93-112.

- BRAVO PÉREZ, J., HITA RUIZ, J.M., MARFIL RUIZ, P. y VILLADA PAREDES, F. (1995): “Nuevos datos sobre la economía del territorio ceutí en época romana: las factorías de salazón”, Actas del II Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar, T. II. (Ceuta, 1990), Madrid, pp. 439-454.

- BRAVO PÉREZ, J. y BRAVO SOTO, J. (1998): “El pecio Isleos de Santa Catalina: Un naufragio del s. XVII en Ceuta”, Homenaje al Profesor Carlos Posac Mon, Tomo II, Ceuta, pp. 305-324

Reflexiones arqueológicas sobre la figura de J. Bravo

J.M. Hita y F.

Villada Consejería de Educación y Cultura de la Ciudad Autónoma de Ceuta

Instituto de Estudios Ceutíes

Al aceptar la amable invitación de los organizado res a participar en este Homenaje pensamos cuál podría ser nuestra mejor aportación en este merecido tributo a nuestro amigo Juan. Rápidamente llegamos a la conclusión de que era la cercanía al personaje el aspecto que podríamos desarrollar para intentar arrojar algo de luz sobre algunas características de la labor llevada a cabo por el homenajeado en los últimos cuarenta años. No espere pues el lector en estas páginas un estudio crítico de la bibliografía producida en este amplio periodo, tampoco una fría valoración de sus principales aportaciones a la investigación arqueológica submarina en nuestro país, ni tan siquiera uno de esos panegíricos tan habituales en este tipo de obras. Nuestra aportación será tratar de poner de relieve, especialmente a aquellos que no tienen la fortuna de disfrutar de su amistad, algunos aspectos de su biografía intelectual y de sus preocupaciones que confiamos contribuyan a valorar en su justa medida su trabajo a lo largo de casi cuatro décadas.

***

Como él mismo ha contado en distintas ocasiones la relación de Juan con el mundo de la investigación arqueológica surge de un modo fortuito. Gran aficionado al submarinismo, en el curso de una competición de pesca por equipos, nuestro homenajeado descubrió en el fondo marino ceutí unos extraños objetos que inmediatamente captaron su atención. Olvidó la pesca y se dedicó a recogerlos. Al regresar a tierra y ante la atónita mirada de compañeros y jueces apareció cargado con esos objetos “inútiles” y sin una sola captura. El enfado de sus compañeros y las bromas de amigos y curiosos fueron posiblemente uno de los primeros tributos que hubo de pagar por su nueva afición.

Por una afortunada coincidencia del destino residía en Ceuta en aquel entonces Carlos Posac que había iniciado poco antes sus investigaciones arqueológicas en la ciudad. Sin dudarlo le llevó esas piezas que rápidamente fueron identificadas por aquél como fragmentos de ánforas. Posac le animó a continuar buscando y así comenzó todo. Un nuevo universo, insospechado hasta aquel momento, se abría ante Juan y su innata curiosidad y perseverancia harían el resto. Desde entonces las recuperaciones de cepos, ánforas, etc... no cesaron (figura 1).

Consideramos que es éste un hecho crucial para entender la posterior evolución del trabajo de este singular investigador. Si es cierto que esta anécdota refleja el carácter fortuito de los inicios de los trabajos no lo es menos que otros antes que él quizás vieran esos mismos fragmentos y los ignoraron por completo.

En su caso se daban sin embargo, unas circunstancias que hicieron posible el comienzo de una aventura intelectual de tan amplias dimensiones. Como a él le gusta recalcar, Juan carece de una formación académica propiamente dicha. En los años de su infancia y juventud las posibilidades que tenían de acudir a la escuela los hijos de familias humildes eran muy remotas. A temprana edad gran parte de aquellas generaciones abandonaban sus en seres escolares para adentrarse en el duro mundo del trabajo a fin de obtener unos ingresos que, por modestos que fuesen, resultaban imprescindibles para la subsistencia familiar. Juan no fue una excepción. Tras completar los ciclos formativos de su infancia y primera adolescencia, el mundo del trabajo fue su auténtica escuela. Durante años ha fabricado objetos de la más variada naturaleza y es en ese proceso de transformación de las materias primas en objetos útiles en el que adquirió una experiencia que tan decisiva iba a ser en su investigación.

Figura 1.- Detalle de una de las recuperaciones de materiales arqueo lógicos subacuáticos en aguas ceutíes

Si a esa formación práctica añadimos su extraordinaria curiosidad, su inquietud por conocer y su indudable ingenio tendremos los pilares sobre los que cimentó sus investigaciones.

Con estos antecedentes es lógico que sus estudios de aquellos objetos se abordasen desde una perspectiva totalmente novedosa a los usos académicos habituales. Así, casi sin darse cuenta, nuestro amigo Juan se convirtió en uno de los pioneros de la arqueología experimental tan en boga hoy en día.

Centrándonos en sus investigaciones sobre el ancla romana abordó su estudio de manera absolutamente “ortodoxa”: describió y analizó aquellos objetos para intentar reconstruir cómo iban dispuestos, cómo fueron construidos, qué función desempeñaba cada una de las piezas... La pérdida de los materiales orgánicos (maderas, sogas, etc.) había dejado a los arqueólogos un conjunto de piezas de plomo inconexas que constituían elementos aislados de un rompecabezas cuya imagen completa aparecía muy desdibujada. Esse fue el reto, que afrontó con su habitual tenacidad y sentido práctico nuestro investigador.

Las propuestas de reconstrucción del ancla romana aceptadas en aquel momento se revelaron a sus ojos incongruentes: simplemente los objetos de plomo no podían ser ensamblados como se proponía. Se inició entonces una ingente labor de reconstrucción a partir de maquetas a escala que desembocaron en una novedosa pro puesta de reconstrucción del ancla romana que hoy se ha convertido en canónica (figura 2).

Figura 2.- Detalle del proceso experimental de fundición del cepo de un ancla sobre el propio astil de madera de la misma, realizado por J. Bravo.

Animado por un entusiasta grupo de amigos, los resultados de sus investigaciones fueron publicados generando por parte de algunos de los más reputados arqueólogos del momento fuertes críticas hacia las propuestas de este “advenedizo” que fue considerado por muchos como un nuevo “erudito local” sin conciencia de sus propias limitaciones. Juan no se amilanó ante la lluvia de críticas recibidas. Continuó recuperando nuevas piezas, construyendo nuevas maquetas e incluso anclas a escala real que probó personalmente. ¡Casi dos mil años después anclas romanas volvían a ser utilizadas para fondear en las calas ceutíes! Sus experiencias siguieron siendo publicadas y, al cabo de algún tiempo, las críticas de antaño se convirtieron en elogios y Ceuta se transformó en un lugar de peregrinación de algunos de los más insignes arqueólogos europeos para ver “in situ” aquellos pequeños tesoros construidos con enorme paciencia (figura 3). Los trabajos de investigación continuaron y fueron paulatinamente publicados definiendo nuevos modos de construcción a raíz de los nuevos hallazgos, analizando las deformaciones producidas por el uso, en fin, dando como resultado el ingente cúmulo de publicaciones sobre el ancla romana que todos conocemos.

Figura 3.- Una de las anclas romanas reconstruidas por el autor, conservada en la actualidad en las instalaciones de la Autoridad Portuaria.

De este modo, el “aficionado” acabó ganándose el respeto de los medios académicos. Años después, un interesantísimo conjunto de reproducciones a escala muestran en el Museo de Ceuta la evolución de las anclas des de las primitivas piedras horadadas hasta las actuales construidas en hierro (figura 4).

Junto a su sentido común, su excelente formación artesanal y su perseverancia, otra característica que, a nuestro juicio, define el trabajo de nuestro homenajeado, es su vocación por mostrar a los demás los frutos de sus investigaciones. Juan no guardó para sí sus maquetas y dibujos.

Efectivamente, durante estos años se intensifica también la tarea divulgadora de nuestro personaje. Conferencias y charlas, en nuestro país y fuera de él, que se convertían en todo un espectáculo cuando Juan aparecía cargado con sus numerosas maquetas que eran manipuladas por los asistentes, aportando al estudio arqueológico un aire fresco que rejuvenecía los anquilosados cimientos de la vieja erudición universitaria.

Figura 4.- Cuadro con maquetas a escala de la evolución tipológica de las anclas antiguas, conservado actualmente en el Museo de Ceuta.

Se suceden también las exposiciones públicas en Ceuta concebidas como un medio para difundir los nuevos descubrimientos y también para captar a nuevos colaboradores interesados en participar en nuevas actuaciones.

Es ésta otra faceta que, como ya indicamos, consideramos determinante en la obra de Juan Bravo: su afán por dar a conocer el resultado de sus estudios –de ahí su amplia bibliografía- y su compromiso con la recuperación y conservación del patrimonio arqueológico ceutí. Acciones que lindan en muchas ocasiones con el relato de aventuras.

Como ejemplo puede traerse a colación la recuperación de parte de los restos del navío francés L´Assure en los isleos de Sta. Catalina. Con el apoyo de un entusiasta grupo de colaboradores del Club de Actividades Subacuáticas, Juan logró recuperar, casi sin medios pero dando muestras una vez más de su ingenio, un valioso legado que estaba siendo expoliado y hoy es exhibido en el Museo de Ceuta. Ideó una curiosa balsa formada por bidones vacíos, atados entre sí a una estructura de madera de pino, que servía de soporte a un “tractel” que le permitiese izar los cañones del lecho marino y trasladar los a puerto (figura 5). Tras una amplia labor de investigación, conjuntamente con su hijo, fue publicado un interesante y ameno volumen –La flota que no llegó a su destino- en el que se recoge la historia de este infortuna do navío. Así pues, ante la indiferencia de la mayoría y la hostilidad de otros, su perseverancia había dado nuevamente sus frutos.

Figura 5.- Detalle de la balsa de construcción personalizada utilizada para el izado de los cañones de época moderna del pecio Isleos de Santa Catalina.

Figura 6.- Vista general de la Sala de Arqueología Submarina del Museo de Ceuta.

Otra muestra del compromiso de Juan en la recuperación de los testimonios de nuestro pasado y su puesta a disposición del resto de sus conciudadanos lo constituye su actuación, conjuntamente con Carlos Posac, para la documentación de los primeros restos de las factorías salazoneras ceutíes de época romana de las que apenas conservamos más testimonios que las fotografías y dibujos realizados por él con enormes dificultades. Soportando fuertes presiones, trabajando casi a escondidas, ambos consiguieron preservar estos importantes testimonios para nuestra historia. Son estos ejemplos de una amplia actuación de compromiso con la lucha por los bienes culturales en nuestra ciudad en la que la figura de ambos es esencial.

Algo semejante podríamos decir de su afán por mantener y consolidar la institución museística en nuestra Ciudad. En aquellos duros años en que la Sala de Arqueología Municipal fue prácticamente abandonada a su suerte, en que la nueva sede del Museo era poco más que un edificio de paredes desnudas y un atractivo proyecto, en un momento en que el Museo quedó huérfano casi por completo de personal, Juan asumió personalmente la tarea de empezar a organizar la sala de Arqueología Sub marina, instalando los cepos y ánforas hoy exhibidas, cediendo sus maquetas y reproducciones. Era su contribución a mantener la idea del Museo viva en esa larga travesía del desierto. Así, este esfuerzo, no exento de ro ces y polémicas, fue decisivo para, en un momento en que su continuidad peligraba, hacer posible que la idea de contar con un Museo se mantuviese y llegase a alcanzar el status que hoy posee (figura 6).

La ligereza de los humanos en el enjuiciamiento de las obras de sus semejantes parece una característica común a esta especie. Intentar juzgar la labor de Juan Bravo desde los parámetros actuales es, en nuestra opinión, in justo. Muchos de los hallazgos de hace treinta años carecen del estudio que el actual desarrollo de la disciplina arqueológica ha alcanzado hoy. Los criterios museográficos evidentemente han evolucionado. Pero lo que nunca podrá negársele es su trabajo y su compromiso personal en la conservación de nuestro legado patrimonial cuando muchos otros, con mayor formación académica y mayores recursos y posibilidades, optaron, simplemente, por inhibirse.

Por eso, con la perspectiva que dan los años, únicamente podemos agradecer a Juan Bravo su esfuerzo, su trabajo y su generosidad, que ha permitido que otros muchos hoy en día sigan la senda por él trazada.

Intoducción
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