Introducción
Cap. 5
Cap. 6
Cap. 7
Cap. 8
Cap. 2
Cap. 1
Cap. 4
Cap. 3

Estudios monográficos

Juan Bravo y la arqueología

subacuática en España

Juan Blánquez Pérez

Universidad Autónoma de Madrid

1. Juan Bravo y el Mar. Breves notas de un buceador arqueólogo

Con toda seguridad en otras páginas de este mismo Homenaje se presenta al lector una adecuada biografía de Juan Bravo Pérez mas, no por ello, queremos dejar de resaltar aquí algunas notas sobre la misma que, con seguridad, permiten entender mejor su trayectoria científica a lo largo de más de treinta años de trabajos en favor de la arqueología subacuática -submarina como él la ha siempre llamado- y, en definitiva, de la historia de la ciudad de Ceuta.

Juan Bravo Pérez empezó a bucear en 1958, tan sólo quince años después del descubrimiento por J. Cousteau y E. Gagnan de la escafandra autónoma, una innovación tecnológica que permitía por primera vez al hombre desconectar de superficie para trabajar, con total independencia, en los fondos marinos. De aquella manera, la imagen tradicional de los buzos de puerto trabajando en la vertical de los barcos quedaba superada y, con ello, se abría una nueva página en el conocimiento del pasado: el desarrollo del buceo científico aplicado a la biología marina... y al patrimonio sumergido (Ivars y Rodríguez Cuevas 1987).

Desde entonces, el desarrollo del buceo deportivo en ciudades como Ceuta, o en sus vecinas norteñas de Cádiz, Almuñecar o Almería fue notable y, con ello, el rescate de numerosas piezas arqueológicas que pronto pasarían a “decorar” estancias de sus respectivos clubes o a depositarse en los Museos Provinciales o Municipales. Reflejo de estas afirmaciones ha sido, con el tiempo, el anforario del Museo de Almería, el más completo de Andalucía hasta la fecha (figura 1) seguido, probablemente, por los de Ceuta (figura 2) y Cádiz y sólo superados por el expuesto en el Museo Nacional de Arqueología Submarina en Cartagena (figura 3).

Consecuencia de aquel auge deportivo acontecido en los años 60 y 70 fue la paulatina configuración de significativos fondos museísticos con materiales

Figura 1.- Ánforas y anclas del antiguo Museo de Almería (fotografía de J. Blánquez).

Figura 2.- Detalle de la Sala de Arqueología Subacuática del Museo Municipal de Ceuta con la colección anfórica

arqueológicos de procedencia subacuática que, en el caso de Almería, alcanzaría notable significación hasta el punto de constituir, con toda probabilidad, el más importante de Andalucía. Factores coyunturales, caso de la limpieza de sus aguas y, por ende, de frecuentes concursos de pesca submarina, indudablemente, lo favorecieron. Todo ello, junto con otras circunstancias coincidentes, favorecería en los años 80 la realización de la Carta Arqueológica Subacuática de la Costa de Almería (Blánquez et alii 1998); por cierto, la única acometida hasta la fecha (figura 4) ¡Cuantas veces, públicamente, Juan Bravo ha defendido y pedido la realización de su homónima para las costas ceutíes! (Bravo y Villada 1993, 95).

Derivado de aquellas actuaciones se entiende entonces cómo, ánforas y cepos, los objetos más frecuente mente recuperados por los buceadores deportivos, han quedado grabados en el subconsciente de todos como iconos de la Arqueología Subacuática y, coherente con su generación, han sido los hilos conductores en los estudios de Juan Bravo a los que, posteriormente, se añadiría-con el estudio de la nave L’Assuré- la historia de Ceuta a finales del s. XVII (Bravo y Bravo 1989). Ahora bien, en unos y otros siempre atento al ensayo histórico “profundizar en su estudio (de los restos materiales) para dar a conocer un episodio más de la historia de nuestra ciudad que había quedado en el olvido “ (Bravo y Villada 1993, 12).

En efecto, para nuestro homenajeado, como él mismo defendía desde sus primeras publicaciones (Bravo y Muñoz 1965, 6 y 14) la finalidad del trabajo arqueológico submarino ha estado “orientado siempre con el sentido de la lógica” y, por ello, nunca se limitó al mero rescate de piezas. Así, “la configuración del litoral ceutí (...) embarcaderos y corrientes (...) su catalogación(...) y, en los casos necesarios, el trabajo material de reconstruir algunas”

Figura 3.- Anforario del museo de Cartagena (fotografía de J. Blánquez).

Figura 4.- Planimetría de la prospección arqueológica subacuática realizada en Pecio Gandolfo, en Almería (Blánquez et alii 1998, 82, fig. 18)

han constituido el grueso de su corpus metodológico. Estas afirmaciones se entienden y adquieren verdadero valor si nos fijamos en el contexto temporal en el que se producían: la España de los años 60, cuando la metodología arqueológica -y mucho más la subacuática actuaba con unos parámetros casi totalmente diferentes a los actuales.

Pero no debe esperar el potencial lector de estas apretadas notas, especialmente si es joven, una reseña argumentada de sus principales publicaciones sino, más bien, un apunte de lo que para la comunidad científica y, ¿por qué no?, para nosotros, han supuesto las investigaciones de Juan Bravo Pérez y, a la vez, una llamada de atención sobre la que consideramos la principal virtud que cualquier lector de su obra observará: el afán de este investigador por dar a conocer y proteger el rico patrimonio subacuático ceutí en una época -bueno es repetirlo en la cual la Arqueología Subacuática española despuntaba. Nunca como ahora, entrados ya en el s. XXI, es tan oportuno mirar atrás, hacer historiografía, y en el caso que nos ocupa como en todos los demás ésta ha de ser contextualizada en su espacio -Ceuta- y en su tiempo -los años 60 y 70.

2. Panorama de la Arqueología Suba cuática en España.

Los años 60 El protagonismo del mar en el desarrollo de los pueblos ha sido fundamental a lo largo de los siglos. Esta máxima, pensamos que objetiva, en el caso concreto del Mediterráneo y sus culturas ribereñas, constituye un ejemplo paradigmático. Es así cuando la ciudad de Ceuta -la antigua Septem Fratres- cobra verdadera relevancia, si bien hoy en parte devaluada por su posición continental africana con respecto al sur de la península europea. Sin embargo, en época romana o durante la Tardía Antigüe dad ambas costas configuraban culturalmente el denominado “Círculo del Estrecho” y, gracias a él, un protagonismo económico floreciente acicatado por el comercio naval, la salazón e industrias derivadas.

Aquellos vínculos culturales y comerciales con la península, como no podía ser de otra manera, se mantuvieron en la posterior época islámica. Valga como ejemplo el hecho todavía hoy significativo de cómo los geógrafos árabes tras la conquista musulmana del Magreb y Al-Andalus hacían corresponder para cada puerto del lado africano otro ibérico, o de Sicilia: desde Ceuta se partía para Algeciras y desde Melilla a Salobreña (Bunes y Martínez Lillo 1993, 110) así, hasta llegar a 1656, en que Ceuta pasó a ser parte incuestionable del Reino de España. Toda esta dilatada actividad comercial y tráfico marítimo han convertido el fondo del mare nostrum en el más rico yacimiento arqueológico conocido hasta la fecha, a la espera de que el necesario desarrollo tecnológico y una adecuada política cultural permitan acceder a su conocimiento a través de la, cada vez más exigente, Arqueología Subacuática.

2.1. Los trabajos subacuáticos anteriores a 1965

La actividad arqueológica subacuática acometida en España en el momento de iniciar sus trabajos J. Bravo estaba limitada, fundamentalmente, al área catalana, Baleares, Murcia y, de manera puntual, en determinadas zonas del litoral andaluz. Básicamente fueron labores de recuperación de materiales anfóricos, pero sirvieron de base a los primeros inventarios -Cartas Arqueológicas caso de Cataluña y a la aplicación de una embrionaria metodología: mangueras de succión, planimetrías de los fondos marinos, fotografías, etc. Así, de norte a sur, el panorama de actividades podríamos resumirlo de la siguiente manera. En Cataluña, entre 1958 y 1961, buceadores deportivos del CRIS habían acometido sucesivas inmersiones en el conocido hoy como pecio de Palamós (Illes Formigues, Gerona). Se trataba de una nave romana, del periodo republicano, con un cargamento anfórico, si bien como elemento excepcional habría que destacar la recuperación de una bomba de sentina (Foerster, Pascual y Barberá 1987). Posteriormente, uno de sus investigado res estudiaría piezas similares encontradas en otros pecios catalanes, caso de Los Ullastres y Cap del Volt (Foerster 1985, 331 y ss.). Prácticamente al tiempo (1961) en el fondeadero de Punta Salinas (Gerona), cercano a L’Escala y apto para embarcaciones de pequeño cabotaje, se recuperaron cepos de pequeño tamaño publicados por este investigador y R. Pascual (Foerster y Pascual 1961). Un año después, en 1962, fue cuando por primera vez se empleó la denominada “manguera de succión” (fi gura 5). Se trataba en aquella ocasión del pecio Sa Nau Perduda (Cap Sa Sal, Girona). Los trabajos arqueológicos se prolongaron, de manera intermitente, hasta 1969, y a través de los mismos fue posible documentar una pequeña embarcación romana de, no más 15 ó 20 m. de eslora (Foerster y Pascual 1972).

En las Islas Baleares, concretamente en Ibiza y con anterioridad al inicio de las investigaciones de J. Bravo, tan sólo se conocía el fondeadero y nave de Grum de Sal. Ubicado en la Bahía de San Antonio, junto al islote de Conejera, en 1962 y 1963 se había localizado y trabajado en una embarcación romana, altoimperial, de notable envergadura con más de 35 m. de eslora. El cargamento, básicamente, se componía de ánforas Beltrán IV (Dressel 14b) para garum y salazón de escómbridos (Vilar y Mañá 1964). La riqueza arqueológica del litoral ibicenco favorecería, veinte años después, la realización de su Carta Arqueológica Submarina (Martínez Díaz y León 1993, 251 y ss.), así como el estudio detallado de la arquitectura del barco.

También en aquellos años (1960), en el litoral murciano se habían acometido trabajos subacuáticos en el de nominado “Polígono Submarino de Cabo de Palos”, una amplia zona litoral que comprendía desde el límite con la provincia de Alicante hasta el citado Cabo de Palos; es decir, todo el frente correspondiente a la Manga del Mar Menor con, aproximadamente, 28 km. de longitud. Los trabajos subacuáticos acometidos de manera continuada, si bien intermitente, se prolongaron a lo largo de dos décadas, hasta 1980, y a lo largo de los mismos se llegaron a localizar hasta un total de veinte pecios (Mas 1985a, pp.153 y ss.).

Uno de los trabajos de mayor antigüedad dentro de aquel Proyecto fue la excavación del pecio de Punta de Algas, en San Javier (1959-60). Se trataba de una nave romana republicana con ánforas Lamboglia 2 evolucionadas y constituyó, posiblemente, la primera excavación acometida de manera sistemática en nuestro país (Mas 1969-70) con la ayuda de buceadores de la Armada (C.B.A.). Diez años más tarde, a pocas millas de distancia, se excavaría el pecio de San Ferreol (San Pedro del Pinatar). De nuevo otra nave republicana esta vez con un cargamento de campaniense B y ánforas Dressel 1b, solo  que esta vez sólo con arqueólogos buceadores y por primera vez en España (Mas 1985b).

Figura 5.- Detalle del proceso de trabajo subacuático con una manga de succión (fotografía de J. Blánquez).

Por lo que respecta al litoral andaluz, en 1960 ya se habían efectuado rescates de materiales -no excavaciones propiamente dichas- en el denominado Pecio Gandolfo (Dalías, Almería). Se trataba de una embarcación romana con, fundamentalmente, ánforas de salazón Dressel 14 y 17 (Pascual 1968) encallada a causa de las entinas naturales cercanas a la costa. Posteriores estudios, englobados ya dentro de una Carta Arqueológica Submarina, pusieron de manifiesto la riqueza arqueológica de los fondos del entorno y favorecieron interesantes matizaciones a lo, hasta entonces, publicado (Roldán 1993, 277 y ss.). Se acometió un estudio exhaustivo de sus materiales (Blánquez et alii 1998) hasta el punto de llegar a permitir apuntar la posible procedencia original del cargamento así como el inventario, primera vez, del conjunto total de los tituli picti anfóricos (Martínez Maganto 1993, 285 y ss.) posteriormente mejorado (Liou y Rodríguez Almeida 2000), parte del cual reproducimos en la figura 6.

Otro pecio de notable importancia, junto a la isla de Escombreras, fue el pecio de El Capitán, descubierto por buceadores de La Armada en 1961; de ahí su nombre. Años después, ya en 1972, el entonces Patronato de Arqueología, con el empleo de la denominada “chupona”, realizaría diversas catas encaminadas a delimitar este área arqueológica de notable riqueza. De aquellas labores de rescate, complementadas con planimetrías básicas, se llegó a recoger más de un centenar de ánforas grecoitálicas, plomos y vajilla que, lamentablemente, no acabaron con continuadas actividades clandestinas dado su cercanía a tierra (Mas 1973).

Figura 6.- Parte de los titulipicti de Pecio Gandolfo (Martínez Maganto 1993, 217, fig. 121).

Figura 7.- Detalle de una de las recuperaciones en aguas ceutíes, concretamente un cepo en el momento de su izado en el C.A.S

2.2. El panorama de la Arqueología Subacuática ceutí

Los primeros trabajos subacuáticos -fundamentalmente rescates- acometidos en las costas de Ceuta se remontan a 1956. Fueron las actividades llevadas a cabo por el Club de Actividades Subacuáticas de Ceuta (C.A.S.) en fondos cercanos al Castillo de Santa Catalina que, posteriormente, se extendieron a las dos bahías que contornean la península de Punta Almina, al constituir éstas potenciales puntos de desembarco y fondeo en las navegaciones a través del Estrecho.

Tradicionalmente, los materiales obtenidos respondían a lo que hoy denominamos ámbito cultural del Círculo de El Estrecho: ánforas fenicio-púnicas, republicanas, cepos pétreos o de plomo de anclas romanas (figura 7). Pero no sería hasta el inicio de los trabajos de J. Bravo cuando se tomase conciencia del valor cultural de los habituales “cuellos anfóricos”. De nuevo el interés y persistencia de una persona, con sus limitaciones y aciertos, iba a sentar las bases de la arqueología subacuática en Ceuta en un mecanismo semejante al llevado a cabo por F. Foerster en Cataluña o J. Mas en Cartagena.

3. La dicotomía buceador deportivo y arqueólogo buceador

Desde los años 60, el paulatino desarrollo de la Arqueología Submarina, paralelo al auge del buceo deportivo, planteó en repetidas ocasiones y foros, tanto internacionales como españoles, la oportunidad -o no- de una colaboración entre ambos. Valgan como ejemplo las opiniones vertidas en favor de la misma en las actas del IIº Congreso Internacional de Arqueología Submarina, celebrado en Albenga (VV.AA. 1961); o el posteriormente celebrado en Barcelona, tercero de la serie (VV.AA. 1971) donde, por cierto, se presentaría el primer ensayo de Carta Arqueológica Subacuática centrada en las costas cata lanas (VV. AA. 1971, XXX). De igual modo, investigadores de manera individual, han defendido esta tesis (Nieto 1984) y, como no podía ser de otra manera, el propio J. Bravo (Bravo y Bravo 1989, 12).

La década de los años 80 marcaría, sin embargo, un punto de inflexión en este tema que, bajo nuestro punto de vista, iba a acabar con tan larga discusión. Numerosas circunstancias coincidentes habían cambiado los parámetros de esta dicotomía. La exigencia científica de la Arqueología hacía ya inviable defender la existencia de una modalidad subacuática centrada en la mera recuperación de materiales. Contexto y estratigrafía constituirían, a partir de entonces, dos pilares básicos en toda excavación y su aplicación hacía necesaria una formación especializada ajena al buceo deportivo. En este sentido es reveladora la consulta -siquiera somera- de las actas del VIº Congreso Internacional celebrado, años más tarde, nuevamente en España (VV.AA. 1985). La realización del mismo con 207 asistentes procedentes de más de 14 países, así como las 86 comunicaciones presentadas al mismo ponían en escena el inevitable relevo de toda una generación y una manera de acometer la Arqueología Subacuática; si bien, en honor a la verdad y sin por ello ser contradictorio, sin la cual ésta no se habría desarrollado.

La tradicional separación existente, hasta entonces, entre la arqueología desarrollada en tierra y la acometida bajo las aguas llegaba a su fin. La arqueología se concebía ya como una ciencia única al margen del medio en que se acometiera. De ahí el cambio de su denominación tradicional -submarina- por subacuática; los fondos de ríos, lagos y pantanos, las denominadas “aguas del interior o continentales”, quedaban definitivamente incluidas en el campo de la investigación arqueológica (Rubio 1993).

Recordamos en aquellos años una reunión llevada a cabo en Barcelona con motivo de la edición del Salón Náutico en 1987. En uno de sus Salones de Prensa se llevó a cabo una medio improvisada reunión entre arqueólogos y cargos de la FEDAS con objeto de comentar las nuevas orientaciones que la arqueología subacuática española estaba adoptando, ya de manera definitiva, acordes con las, por entonces, resoluciones del Consejo de Europa. Citamos de memoria pero, entre otros arqueólogos, estaban Víctor Antona, entonces Director del Centro Nacional de Cartagena; Belén Martínez, di rectora de la Carta Arqueológica Subacuática de Ibiza y Técnica del Ministerio; Martín Bueno, por entonces Subdirector General de Arqueología; Javier Nieto, director de las excavaciones del barco romano de Culip IV (Gerona) y Lourdes Roldán y nosotros mismos, directo res de la Carta de Almería. Por parte de la Federación y Clubes deportivos estaban, entre otros, Juan Bravo re presentando a Ceuta. ¡Por fin conocía a este hombre tan tas veces leído y citado! (figura 8).

Pero lo que más me sorprendió de él fue observar con que noble actitud aceptaba ver cómo las nuevas orientaciones de la práctica arqueológica -los preceptivos Permisos de Prospección y Excavación- exigían, ya de manera definitiva, una titulación universitaria paralela a la de buceador. Se apartaba así, definitivamente, a los Clubes Deportivos de dicha actividad. Igualmente ha quedado grabado en nuestro recuerdo su disciplina al asumir, como representante en aquel momento del buceo deportivo de Ceuta, la responsabilidad de comunicar al CAS la necesidad de abandonar este modo de trabajo.

Sin embargo, con la perspectiva que da el tiempo y aunque, irónicamente, la actividad arqueológica subacuática esté hoy prácticamente paralizada en España por una serie de circunstancias que no vienen al caso ahora comentar, la teórica imposibilidad de participar el buceador deportivo en la práctica arqueológica no es tal. Su incuestionable pericia bajo las aguas, así como el siempre mejor conocimiento del fondo marino son factores imposibles de soslayar a la hora de estructurar una actividad, o un proyecto científico, bajo las aguas. Equipos en los que, por pura cuestión de método, están hoy caracterizados por su interdisciplinaridad -arqueólogos, topógrafos, geógrafos- tienen perfecta y necesaria cabida los buceadores deportivos. Una pieza más, como todas las anteriores, en favor de la investigación de nuestra historia bajo las aguas.

4. Las Instituciones

Prácticamente, hasta la década de los años 80, no surgen en España instituciones de carácter científico dedicadas a la investigación de la Arqueología Subacuática. Dos males endémicos, la falta de una adecuada legislación y la no incorporación de esta actividad a los circuitos universitarios, bajo nuestro punto de vista, lo habían impedido. Con respecto a lo primero no deja de ser significativo cómo la UNESCO, ya a mediados de los años sesenta, en su Recomendación de 5 de Diciembre de 1965,

Figura 8.- Artículo de El Faro de Ceuta (16 de febrero de 1987), rememorando la asistencia de J. Bravo al Salón Náutico de Barcelona.

Figura 9.- Artículo de El Faro de Ceuta (17 de marzo de 1989), que alude a la inauguración de la exposición La Arqueología Subacuática en España.

Figura 10.- Detalle de las salsas de Caja-Ceuta donde se desarrolló la exposición La Arqueología Subacuática en España (fotografía D. Bernal)

recogía la ampliación del patrimonio arqueológico (además de la plataforma continental) a las aguas interiores.

Por lo que respecta a lo segundo apuntar otro dato revelador: cómo, hasta el inicio de la década de los años 80 (Blánquez 1982; Nieto 1984), no se publicarían en España los dos primeros “estados de la cuestión” elaborados ya por investigadores especializados en esta modalidad científica; de igual modo que, hasta el final de la misma, no se acometería en nuestro país la primera exposición nacional, itinerante, sobre el tema (Antona y Blánquez 1988), la cual, por cierto, también visitó la ciudad de Ceuta (figuras 9 y 10). Hasta entonces -durante tres décadas- la escafandra autónoma había favorecido el buceo deportivo y, a través del mismo, la actividad arqueológica se había limitado en la mayoría de las ocasiones al rescate de los objetos aparecidos en los fondos marino; preferentemente ánforas y anclas.

Fue por ello positivo el hecho de que algunos Clubs Deportivos, sensibles a la importancia de aquel patrimonio sumergido, crearon dentro de los mismos Secciones específicas dedicadas a la Arqueología. Sin embargo, con la perspectiva que da el paso del tiempo, creemos más correcto destacar, más bien, la presencia en los mismos de determinadas personas especialmente interesadas o conscientes de la proyección histórica de aquel patrimonio.

Así, en 1954, se creaba en Barcelona el Centro de Recuperación e Investigaciones Submarinas (CRIS), pionero en su género, y aglutinante de muy diversas actividades: arqueología, biología marina, fotografía... y, en la modalidad que nos ocupa, a personas de indudable prestigio si tenemos en cuenta los criterios metodológicos de la arqueología (en tierra) de entonces con la carencia de arqueólogos buceadores. De esta manera se entienden las obligadas citas -prácticamente en exclusiva- de pecios del área catalana en aquellos años en la bibliografía arqueo lógica española.

En esta misma línea del buceo deportivo, 21 años después, en 1975 y con carácter ya nacional, se creaba en Madrid el Centro de Investigaciones y Actividades Subacuáticas (CIAS) con la intención de regular las muy diversas actividades que se estaban llevando a cabo al amparo de las correspondientes Secciones de Arqueología de los clubes pues, quiérase o no, durante estas dos décadas la práctica totalidad de los trabajos arqueológicos subacuáticos llevados a cabo en España estuvieron protagonizados por buceadores deportivos.

Mientras, en 1970, al amparo de Ley se creaba el Patronato de Excavaciones Arqueológicas Submarinas de Baleares, si bien centrado en la isla de Mallorca y, meses más tarde, los de Cartagena, Gerona y Ceuta. Indudable mente, la presencia y actividad de personas como J. Mas, F. Foerster y J. Bravo, respectivamente, no debería valorarse como meras casualidades. Ello explica a su vez cómo aun a pesar del interés de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, del por entonces Ministerio de Educación y Ciencia, por aunar en los mismos “todas las autoridades, organismos y personas vinculadas a esta actividad” (Antona y Blánquez 1988, 94) había una notoria la ausencia de Patronatos en otros lugares de costa. Tres años después, en 1973, al amparo de la sede cartagenera, se creaba el Centro de Arqueología Submarina de Cartagena, germen del posterior Centro y Museo Nacional de Investigaciones Arqueológicas Submarinas (1980).

Un año antes, el citado Centro de Cartagena había organizado un Seminario de Arqueología Submarina en la Universidad Autónoma de Madrid, primero en su género en el ámbito universitario español, con la decidida intención de acabar con la endémica falta de arqueólogos especializados en la investigación subacuática. Posterior mente, en esta misma universidad se celebraría el I y IIº Curso de Arqueología Subacuática (VV.AA. 1988 y 1993) convirtiéndose así, a finales de la década de los 80, esta Universidad Autónoma en referencia obligada en los estudios de la arqueología subacuática española.

Como consecuencia de la aprobación, en 1985, de la todavía hoy vigente Ley de Patrimonio Histórico Español, el por entonces Ministerio de Cultura, aprobaría el Plan Nacional de Documentación Subacuática del Litoral Español siguiendo, así, recomendaciones del entonces vigente Consejo de Europa para la protección del patrimonio subacuático. Sin embargo, el arranque del Estado de las Autonomías y, con ello, el traspaso de todas las competencias en cuestiones de Cultura a las Autonomías marcaría otro punto de inflexión en el desarrollo de la Arqueología Subacuática en España que escapa aquí, a la intención de estas páginas (Blánquez y Martínez Maganto 1993, 31 y ss.).

5. Juan Bravo y sus aportaciones a la Arqueología Subacuática ceutí

Tal y como apuntábamos al inicio de estas líneas, toda la obra científica de Juan Bravo puede agruparse, temáticamente hablando, en tres líneas fundamentales. Una primera, llevada a cabo entre 1963 (su primera publicación) y 1975, con el estudio de las anclas (cepos de plomo, con núcleo de madera y anclas de piedra). Una segunda temática, la más ampliamente desarrollada, en torno al estudio de ánforas, tanto fenicio-púnicas como, fundamentalmente, romanas y, derivado de ellas, el comercio de la salazón (1968-1993). Por último y también tercera en el tiempo (1989, 1990 y 1998) con el estudio del naufragio de L’Assuré, conocido bibliográficamente como el pecio de Isleos de Santa Catalina, fechado a finales del s. XVII, sin duda alguna la recuperación subacuática más importante llevada a cabo en Ceuta hasta la fecha (Bravo Pérez y Bravo Soto 1998, 305).

5.1. Las anclas de piedra

El carácter, en cierto modo atemporal, de las anclas en piedra convierten su potencial estudio en una tarea ingrata. Sin embargo a cualquier lector de la obra de J. Bravo le puede llamar la atención cómo éstas fueron, no obstante, motivo de su atención desde un primer momento (Bravo y Muñoz 1965, 14 y fig. 41; Bravo y Bravo 1972, 51 y ss., fig. 1).

Figura 11.- Tipología de las anclas pétreas procedentes de aguas ceutíes, según J. Bravo.

Figura 12.- Cepos de plomo de época romana procedentes de S. José, en la costa almeriense (Blánquez et alii 1998, 117, fig. 41).

Ello no debe extrañar al lector. Si quisiéramos resaltar dos significativas características de los 32 años de estudio de este incansable buceador serían, pensamos, su amor a Ceuta y, derivado del mismo, su conocimiento del mar. ¡Qué fácil es, así, caracterizar su producción científica!: anclas de piedra, cepos romanos, producciones anfóricas, la industria de la salazón... para nosotros, todas ellas, diferentes manifestaciones de lo apuntado con anterioridad: un ceutí enamorado de su historia apoyada en la mar.

Como sistema de fondeo las anclas de piedra siempre han constituido una propuesta fácil y barata. Ello las ha convertido en un tipo de muy larga pervivencia mediterránea asociada, por lo general, a embarcaciones de pequeña envergadura dedicadas a la pesca litoral. Sus formas -y los ejemplares ceutíes lo cumplen- son sencillas: perfiles planos; perforaciones para favorecer su enganche al fondo, dado que trabajarían por rozamiento (Blánquez et alii 1998, 232).

Las de triple perforación, caso de las ceutíes, se conocen en la terminología especializada de Honor Frost como “anclas compuestas” y son de notable mayor tamaño y peso. Las citadas perforaciones facilitarían, no sólo el cabo de arrastre sino también los siempre útiles vástagos de madera, que se clavarían en el fondo. Documenta do este tipo también desde muy antiguo, en Chipre y Malta a partir del 1600 a.C., desde época grecorromana se generalizaron por todo el Mediterráneo (Cañadas et alii 1992-93, 152 y ss.).

De los ejemplares ceutíes publicados por J. Bravo destaca una, de notable tamaño y única perforación, con forma trapezoidal; si bien al no poderse asociarse a mate riales cerámicos no es posible concretar su cronología (figura 11). Sin embargo, llama la atención que en su siempre presente- deseo de proyectar en la Historia el valor intrínseco de los hallazgos submarinos, para el caso de las citadas anclas de piedra planteara ¡a inicios de los 70! la potencial presencia de naves fenicias en su derrotero hacia el Atlántico: “Hasta ahora no se han encontrado res tos arqueológicos que afirmen el paso de las naves fenicias por nuestras costas pero (...) tal vez pudiera decirnos algo del paso de esta civilización las piedras horadadas de las que ya hemos hablado” (Bravo y Bravo 1972, 53); cuestión ésta que volvería a defender en posteriores trabajos (Bravo 1988).

Lo que en su día era no fue mas que una mera hipótesis hoy, en el estado actual de las investigaciones, es totalmente plausible. Baste recordar los hallazgos arqueológicos encontrados en las Islas Canarias (Atoche, Martín Culebras y Ramírez Rodríguez 1979; Atoche y Martín Culebras 1999); o los mucho mejor conocidos de la costa portuguesa (Arruda 1999-2000). Así, pues, sólo falta ahora una constatación directa en la bahía de Ceuta.

5.2. Sus estudios de anclas romanas

Son, probablemente, los más conocidos y numerosos. Iniciados en 1963 -fecha ésta también de su primer trabajo- (Bravo 1963) los ha mantenido hasta, práctica mente, la actualidad. Son un total de más de una decena de aportaciones de variada orientación: divulgativos, publicados en CRIS; puntuales de investigación, en Ancorae Antiquae I y II y Congresos Nacionales; y compilaciones editadas por el Instituto de Estudios Africanos, del CSIC, y en la revista Transfretana.

Todo ello refleja, bajo nuestra manera de ver, la trayectoria vital de este buceador investigador que debe ser valorado -¡qué mejor rigor científico!- en su contexto temporal y espacial. Como buceador deportivo que ha sido no ha de extrañar, sobre todo al joven lector, su frecuente presencia en la revista CRIS, editada por la Federación de Actividades Subacuáticas (FEDAS). No olvidemos cómo, en aquellos años y prácticamente hasta la década de los 80 (ver aptdos. 2.1 y 4 en estas mismas páginas), fue el buceo deportivo el único protagonista en el rescate de materiales arqueológicos subacuáticos.

En pocos años la actividad del CAS, perteneciente al Club Náutico de Ceuta, había rescatado hasta un total de 35 cepos de plomo, muy similares a los procedentes de otros lugares del litoral español como es el caso de los recuperados en Almería (figura 12); fundamentalmente, provenientes de la Bahía Norte ceutí al estar ésta protegida de los vientos del Segundo y Tercer Cuadrante (Bravo y Muñoz 1965, 6). Con el tiempo su número aumentaría hasta configurar, en la actualidad, una más que notable colección expuesta, mayoritariamente, en las Salas del Museo de Ceuta (Hita y Villada 1998, 30 y ss.).

Pero también desde el principio y ahí reside uno de los mayores méritos de J. Bravo, paralelo a sus artículos en revistas deportivas, trabajos más científicos fueron presentados de manera periódica en revistas y congresos especializados. De este modo, sus descubrimientos eran citados y discutidos en los ámbitos científicos junto a los de F. Foerster, o R. Pascual Guasch.

Indudablemente, fue el hallazgo casual en un único conjunto de las tres partes metálicas que componen las anclas romanas -cepo, zuncho y arganeo- lo que le permitió desarrollar, bajo nuestro punto de vista, una de sus más interesantes aportaciones; máxime si tenemos en cuenta el método aplicado -propio de la arqueología experimental- y el momento -años 60- de casi total desconocimiento en este campo. Y, aunque pueda parecer anecdótico al lector, fue la publicación del mismo en el Instituto de Estudios Africanos, del CSIC, el primer contacto que nosotros tuvimos de sus trabajos sorprendiéndonos, en aquel entonces, por su interés y novedad. De hecho, particularmente, ha sido una de nuestras citas obligadas en nuestra docencia a la hora de impartir arqueología subacuática.

Lo que en su día era no fue mas que una mera hipótesis hoy, en el estado actual de las investigaciones, es totalmente plausible. Baste recordar los hallazgos arqueológicos encontrados en las Islas Canarias (Atoche, Martín Culebras y Ramírez Rodríguez 1979; Atoche y Martín Culebras 1999); o los mucho mejor conocidos de la costa portuguesa (Arruda 1999-2000). Así, pues, sólo falta ahora una constatación directa en la bahía de Ceuta.

5.2. Sus estudios de anclas romanas

Son, probablemente, los más conocidos y numerosos. Iniciados en 1963 -fecha ésta también de su primer trabajo- (Bravo 1963) los ha mantenido hasta, prácticamente, la actualidad. Son un total de más de una decena de aportaciones de variada orientación: divulgativos, publicados en CRIS; puntuales de investigación, en Ancorae Antiquae I y II y Congresos Nacionales; y compilaciones editadas por el Instituto de Estudios Africanos, del CSIC, y en la revista Transfretana.

Todo ello refleja, bajo nuestra manera de ver, la trayectoria vital de este buceador investigador que debe ser valorado -¡qué mejor rigor científico!- en su contexto temporal y espacial. Como buceador deportivo que ha sido no ha de extrañar, sobre todo al joven lector, su frecuente presencia en la revista CRIS, editada por la Federación de Actividades Subacuáticas (FEDAS). No olvidemos cómo, en aquellos años y prácticamente hasta la década de los 80 (ver aptdos. 2.1 y 4 en estas mismas páginas), fue el buceo deportivo el único protagonista en el rescate de materiales arqueológicos subacuáticos.

En pocos años la actividad del CAS, perteneciente al Club Náutico de Ceuta, había rescatado hasta un total de 35 cepos de plomo, muy similares a los procedentes de otros lugares del litoral español como es el caso de los recuperados en Almería (figura 12); fundamentalmente, provenientes de la Bahía Norte ceutí al estar ésta protegida de los vientos del Segundo y Tercer Cuadrante (Bravo y Muñoz 1965, 6). Con el tiempo su número aumentaría hasta configurar, en la actualidad, una más que notable colección expuesta, mayoritariamente, en las Salas del Museo de Ceuta (Hita y Villada 1998, 30 y ss.).

Pero también desde el principio y ahí reside uno de los mayores méritos de J. Bravo, paralelo a sus artículos en revistas deportivas, trabajos más científicos fueron presentados de manera periódica en revistas y congresos especializados. De este modo, sus descubrimientos eran citados y discutidos en los ámbitos científicos junto a los de F. Foerster, o R. Pascual Guasch.

Indudablemente, fue el hallazgo casual en un único conjunto de las tres partes metálicas que componen las anclas romanas -cepo, zuncho y arganeo- lo que le permitió desarrollar, bajo nuestro punto de vista, una de sus más interesantes aportaciones; máxime si tenemos en cuenta el método aplicado -propio de la arqueología experimental- y el momento -años 60- de casi total desconocimiento en este campo. Y, aunque pueda parecer anecdótico al lector, fue la publicación del mismo en el Instituto de Estudios Africanos, del CSIC, el primer contacto que nosotros tuvimos de sus trabajos sorprendiéndonos, en aquel entonces, por su interés y novedad. De hecho, particularmente, ha sido una de nuestras citas obligadas en nuestra docencia a la hora de impartir arqueología subacuática.

Figura 13.- Reproducción a escala natural del ancla romana de Ceuta, según J. Bravo.

En aquel momento el arganeo aparecido era el segundo documentado en todo el mundo y, al tratarse de un conjunto completo, permitió una experimentación llevada a cabo con notable éxito (Bravo 1966; Idem 1976) hasta el punto de ser, todavía hoy, ampliamente reconocida (Hita y Villada 1998, 30 con dos fotografías). De hecho, cuando en 1982 colaboramos en el montaje del Museo Nacional de Arqueología Submarina de Cartagena, una reproducción a escala natural de un ancla romana seguía, fielmente, las pautas apuntadas por los trabajos de J. Bravo (figura 13). Las otras conservadas eran las, tristemente desaparecidas, embarcaciones del lago Nemi (figura 14), en Italia (Ucelli 1950).

En aquel momento el arganeo aparecido era el segundo documentado en todo el mundo y, al tratarse de un conjunto completo, permitió una experimentación llevada a cabo con notable éxito (Bravo 1966; Idem 1976) hasta el punto de ser, todavía hoy, ampliamente reconocida (Hita y Villada 1998, 30 con dos fotografías). De hecho, cuando en 1982 colaboramos en el montaje del Museo Nacional de Arqueología Submarina de Cartagena, una reproducción a escala natural de un ancla romana seguía, fielmente, las pautas apuntadas por los trabajos de J. Bravo (figura 13). Las otras conservadas eran las, tristemente desaparecidas, embarcaciones del lago Nemi (figura 14), en Italia (Ucelli 1950).

5.3. Sus estudios sobre ánforas

En relación a los estudios realizados por J. Bravo sobre ánforas, remitimos a los estudios monográficos realizados por J. Ramón (ánforas fenicio-púnicas) y D. Bernal (ánforas romanas y tardorromanas) en las páginas de esta misma monografía.

5.4. Sus estudios de L’Assuré

El pecio de Los Isleos de Santa Catalina, como defendíamos con anterioridad el yacimiento subacuático mas importante hasta la fecha en las costas de Ceuta, fue descubierto de manera casual por dos pescadores ceutíes en 1962. El pecio se encontraba situado a unos 14-20 m. de profundidad y “a unos 100 metros de los Isleos de Santa Catalina”, localizándose hasta un total de 23 cañones y 5 anclas, tipo almirantazgo.

Figura 14.- Fotografías del lago Nemi (según Ucelli 1950, 72 y 243). Detalle de una de las embarcaciones (A) y momento de la aparición de una de las anclas completas (B).

En 1970 y con el patrocinio de la Delegación de Cultura de Ceuta, se diseñó una actuación de rescate de aquellos materiales esparcidos en el fondo, paulatinamente expoliados. Se recuperaron, así, 13 cañones de hierro (figura 15); uno de bronce (calibre 24) y un ancla de 4 m. que pasaron a formar parte del Museo de la Ciudad. Con posterioridad, entre 1983 y 1986 y aun careciendo de subvención, se realizaron trabajos encaminados a acotar la zona arqueológica y a realizar esquemas de situación de otros materiales del segundo naufragio del pecio: balas de cañón; vajilla de abordo y planchas de plomo y cobre; probablemente, estas últimas, del forro de la obra viva. Del resto del barco nada más se había conservado.

La flota naval a la que pertenecerían los restos encontrados en el pecio de Los Isleos de Santa Catalina hay que asociarla al comisionado del rey francés, Luis XIV, en su pretensión de reponer al derrocado Jacobo II en la corona de Inglaterra. Los navíos hundidos - L’Assuré y Le Sage- de tres palos (los tradicionales 5 palos, propios de los galeones, para esta fecha ya estaban en desuso) eran barcos de tercer rango, pues combinaban artillería de hierro con la de bronce y limitaban su número a un máximo de 50-60 cañones. Para aquella época -finales del s.XVII- los navíos de guerra se clasificaban en función de su artillería, o por el peso de sus cañones por banda. El caso del pecio de Los Isleos el tonelaje de las dos naves debía oscilar entre las 800 y 900 toneladas y 60 y 50 cañones, respectivamente. Construido L’Assuré en los astilleros de Dunkerque naufragó, frente a las costas de Ceuta, el 18 de Abril de 1672.

Figura 15.- Uno de los cañones procedente del pecio Isleos de Santa Catalina, conservado en la actualidad en uno de los museos de la Ciudad de Ceuta.

Figura 16.- El barco francés L’Assuré, según los grabados de la portada del libro de J. Bravo (Bravo y Bravo 1989).

Figura 17.- Ilustración del libro de P. de Ledesma de 1623 (VV.AA. 1993, portada).

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Conocemos hoy como debió ser su popa gracias a un grabado depositado en el Museo de la Marina de Francia (figura 16). La silueta de su castillo seguía siendo de tendencia cuadrada, pero la línea de los barcos en aquellos momentos ya se había apartado, definitivamente, de las antiguas carabelas mediante una modificación, aparentemente de detalle, pero que conllevaba un cambio tajante en la silueta de las naves. Nos referimos al adelantamiento, hacia proa y en varios metros pasada la mitad, del par de popa.

Gran parte de su artillería fue recuperada por buceadores de la época 22 años después, en 1694. De hecho, en el Archivo Histórico Nacional se conserva correspondencia cruzada entre el Gobernador de Ceuta y el Almirante de Castilla para determinar el destino de los cañones rescatados. El primero quería mantenerlos en la ciudadela con objeto de mejorar su defensa ante las presiones de Mulay Ismael, con tropas al mando de Ali-ben Abdalah. Por su parte, el segundo, aconsejaba mandarlos a la Casa de Contratación de Sevilla para, así, artillar galeones de la Flota de Indias. Apunta J. Bravo en sus investigaciones (Bravo y Bravo 1989, 55) cómo el rescate de los cañones se habría hecho, posiblemente, mediante el empleo de campanas de buceo. No obstante creemos que la propia cita de la Casa de Contratación de Sevilla en todo este asunto -incluido el pago de los costos del rescate- nos pone en la pista de otros medios más sofisticados imperantes en aquella época y conocidos por la citada Casa de Contratación (Ledesma 1623), una de cuyas ilustraciones reproducimos parcialmente en la figura 17.

El pecio, probablemente, no esté totalmente agotado, no olvidemos los escasos medios de que se dispuso en los trabajos de 1970 o, posteriormente, entre 1983-86. El empleo de medios magnéticos y la aplicación puntual-pero sistemática- de mangueras de succión, posiblemente, permitirían localizar nuevos materiales del que, no olvidemos, es todavía hoy el pecio de mayor relevancia localizado en las costas ceutíes. Su importancia es, pues, incuestionable y la urgencia notable, dado el peligro de que, por su cercanía a la costa, “desaparezca bajo los vertidos del cementerio” (Bravo Pérez y Bravo Soto 1998, 323).

6. Epílogo

Una ciudad, como Ceuta, históricamente volcada al mar tiene en éste su mejor yacimiento. La necesidad de acometer una continuada y modélica Carta Arqueológica Subacuática, o la potenciación del Museo Arqueológico de la ciudad, quizás mejor, un ambicioso Museo Marítimo, ideas ambas defendidas por Juan Bravo en repetidas ocasiones (Bravo y Bravo 1989, 108) siguen vigentes. Su merecido homenaje, tanto a la persona como a su esforzada obra científica es ya, al menos, una deuda saldada.

Intoducción
Cap. 5
Cap. 1
Cap. 6
Cap. 2
Cap. 3
Cap. 7
Cap. 4
Cap. 8