Introducción
Cap. 5
Cap. 6
Cap. 7
Cap. 8
Cap. 2
Cap. 1
Cap. 4
Cap. 3

Para no perder la memoria:

anclas antiguas, estrecho de Gibraltar y Juan Bravo

Manuel Martín-Bueno.

Catedrático de Arqueología de la Universidad de Zaragoza

Vicepresidente de la Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas (CMAS)

Juan Bravo, buceador ceutí, ha dedicado durante cuatro décadas buena parte de su tiempo al estudio de vestigios de la navegación antigua, particularmente de época romana, en la zona costera de la ciudad de Ceuta. Fruto de estos trabajos fueron una serie de artículos sobre anclas romanas en los que junto a muchas novedades de hallazgos en la zona, experimentó con reconstrucciones de modelos hasta dar con uno satisfactorio. Aquí analizamos precisamente esta parte de sus trabajos realizados en unos años en los que la Arqueología Subacuática en España era todavía tan solo una esperanza de futuro.

1. A modo de delantal

Hace unos meses, en el 2002, recibí el encargo que ahora me trae aquí. El de contribuir, yo añado modestamente, al homenaje que se le tributa ahora, cuando estas palabras ven la luz en forma de libro impreso, a D. Juan Bravo Pérez, persona a la que conozco desde hace muchos años aunque haya de confesar, por aquello de ser de justicia, que no todo lo profundamente que hubiera deseado por razón de lejanía, geográfica fundamentalmente. Podemos decir, con una pizca de pedantería, que hemos seguido la trayectoria de su contribución a la ciencia, la historia náutica en este caso, de D. Juan Bravo, y ello es cierto, pero también lo es que conociendo un poco a la persona, no es justo comenzar de esta manera, pues razones de edad obligan a un respeto mayor y sobre todo lo merece el hecho de que Juan Bravo, ahora le apearemos el don por razones de amistad tan solo, no es persona amante de los protocolos y mucho menos de las vanidades inútiles. Una persona modesta, entrañable y amante de los trabajos sencillos pero bien hechos, mas dado a la simplicidad que al circunloquio y desde luego amigo de los amigos, aunque estén lejos y respetuoso hasta límites muy altos del trabajo científico serio, tal vez porque él lo ha visto siempre desde la orilla del aficionado, apasionado sin duda por ofrecer aquello que con su conocimiento del buceo podía facilitar a los demás.

Para resumir podríamos decir sin riesgo a equivocarnos que Juan Bravo es de aquellas personas que han dado mas nueces que ruido en su actividad de sencillo colaborador con la investigación histórica desde su campo de aportación en la Arqueología Subacuática.1

Por otra parte conviene recordar que Juan Bravo, profano en estas lides, pero buen conocedor del terreno que ha cultivado y frecuentado, la zona del Estrecho de Gibraltar y sobre todo las aguas ceutíes, ha puesto a disposición de la comunidad científica en su totalidad una serie de aportaciones científicas, mal difundidas y menos conocidas de lo que debieran, seguramente por ser de carácter local o en revistas de difusión restringida2 , que han significado un alto porcentaje de lo que se conoce sobre la zona en particular y sobre el tema específico de su atención preferencial, las anclas antiguas, a las que dedicó buena parte de su tiempo y sobre las que ahora nos corresponde comentar (figura 1).

Su producción científica no es nutrida3, si bien cercana a la veintena de trabajos, casi todos sobre temas próximos a su lugar de residencia, Ceuta, con excursos por asuntos mas generales como las anclas antiguas y su evolución y aún más, por naufragios de periodos históricos mas recientes como los siglos XVII o XVIII, siempre que tuvieran que ver con la zona. Podemos decir por lo tanto que nuestro buen amigo facilitó una buena cobertura informativa de calidad científica suficiente sobre lo que acontecía en este campo en el lado africano del Estrecho de Gibraltar, lo que no es poco si tenemos en cuenta las especiales condiciones de aquellas difíciles aguas, poco propicias con quienes quieren arrancarles sus secretos.

Figura 1.- Portada de Ancorae Antiquae, editada por la Sala Municipal de Arqueología de Ceuta, foro en el cual el autor dio a conocer buena parte de sus trabajos sobre anclas romanas

Juan Bravo, por otra parte, contribuyó muy tempranamente al desarrollo de la Arqueología Subacuática, cuando todavía no había sido bautizada como tal. Formó parte muy destacada de aquel reducidísimo grupo de aficionados que con mayor o menor fortuna contribuyeron a dar a conocer aquella incipiente actividad desde plataformas y foros que luego no han continuado o han desaparecido para dicha actividad, sustituidos por canales tal vez mas adecuados, aunque no exclusivos, como la revista del CRIS, Revista del Mar, de Barcelona o la misma Inmersión y Ciencia de la Federación Española de Actividades Subacuáticas, FEDAS, durante el tiempo que estuvo en la calle y hoy rareza bibliográfica. Juan, junto con Federico Foërster, Ricardo Pascual Guasch y otros pioneros constituyeron el inicio de una actividad de investigación en España desde el mundo deportivo del buceo en la que se aunaba voluntad, sacrificio y los conocimientos autodidactas que eran capaces de adquirir y asimilar bajo la mirada indiferente, cuando no conmiserativa, de la ciencia oficial. Casi todos se quedaron en el camino o ya han desaparecido, pero nuestro amigo Juan supo capear el temporal y sobre todo mantener un nivel de actividad de perfil medio pero continuado, supliendo con su esfuerzo y dedicación un hueco que no eran todavía capaces de llenar ni la ciencia oficial ni las instituciones que debían haber prestado más atención a la actividad4. Por todo ello nuestro agradecimiento al que sin duda se asocian inmediatamente gran parte de la comunidad científica española que trabaja en este campo y por supuesto el mundo del buceo que es capaz de ver, respetar y abrir el campo para que otros puedan continuar por ese camino con mayor rigor o medios5.

2. Las anclas, esos curiosos y útiles objetos

Habría que preguntarle a Juan Bravo, yo nunca lo hice, el porqué de su temprana dedicación al estudio de las anclas antiguas, aunque es posible que vivir a orillas del Estrecho de Gibraltar, en Ceuta, sea motivo mas que suficiente para ello, con ventaja sobre otras posibles residencias a orillas de la mar. Quién vive allí o ha frecuentado la zona por motivos de trabajo con asiduidad y ha tenido que fondear en sus aguas, ha valorado seguramente las ventajas de una buena ancla, rezón o similar sin que necesite explicaciones mas prolijas.6

La dedicación a los estudios sobre las anclas se acometió muy tempranamente y con las ideas perfectamente claras desde el principio, por ello podemos decir que se resolvió con relativa facilidad la estructura y funcionamiento de tales artilugios, con un tipo de trabajo, artesanal pero efectivo, de lo que hoy denominaríamos sin ningún género de dudas como arqueología experimental, verificando la teoría con la construcción de modelos y la inmediata experimentación de los mismos para probar su eficacia7 (figura 2).

El ancla o cualquier elemento útil para el fondeo son tan arcaicos como el mismo hecho de la navegación. La voluntad de mantenerse a flote ha de complementarse necesariamente con la de lograr situarse en relativa inmovilidad sobre un mismo punto en una superficie inestable y en movimiento como es cualquier masa de agua, marina, fluvial o lacustre. Esa necesidad de detenerse frente al movimiento natural de las aguas al mínimo soplo de viento o ante la corriente mas suave es obvio que solamente puede realizarse mediante la intervención de elementos ajenos, en este caso con la utilización de un medio artificial como es el fondeo primero y luego, ya perfeccionada, el ancla.

El uso de un simple peso, una piedra sujeta mediante un cabo, arrojada desde cualquier embarcación, supuso sin duda el ejemplo inicial aplicado a nuestra necesidad. Ahora bien, pese a la simplicidad del artilugio, la evolución del mismo hasta convertirse en ancla y la evolución de la misma, es algo que requirió de la experimentación continuada y de una larga evolución de detalle hasta los tiempos modernos, pese a que el modelo se definió con relativa rapidez desde la Antigüedad.

En la historia de su evolución podríamos establecer una sencilla línea evolutiva que iría desde ese primer peso atado a un cabo que se arroja al agua ya en tiempos prehistóricos, hasta el ancla romana, de madera o hierro, que podemos considerar como el paradigma del mundo antiguo en respuesta al problema, del que surgirán modelos posteriores en los que sin cambiar notablemente el modelo, se sustituirán los materiales en que se construyan y se producirán algunos avances en su simplificación para permanecer casi invariable hasta la actualidad (figura 3).

La mar8 y su contexto, la navegación, las actividades que se desarrollan sobre y bajo las aguas, es un mundo eminentemente conservador. El dominio de la mar ha sufrido pocos avances desarrollados con rapidez, con ser estos espectaculares, a lo largo del tiempo. Este corre a velocidad menor sobre y bajo las aguas, que en el mundo de tierra. Por otra parte la necesidad de adaptar técnicas de navegación y descubrimientos tecnológicos al hecho del desplazamiento sobre las aguas, ha creado un mundo aparte en todo lo relacionado con el tema, muy a menudo a lo largo de la historia de la navegación

Figura 2.- Detalle de los trabajos de arqueología experimental realizados por Bravo, consistentes en la fundición de las diferentes parte de un ancla romana.

Figura 3.- Museo Arqueológico de Ceuta, con una maqueta de la evolución de las anclas antiguas según J. Bravo.

sujeto a un halo de misterio, real o provocado, dada la importancia de cualquier nuevo descubrimiento que permitiera adquirir ventaja sobre el contrario en la conquista del medio marino9.

El espacio de la impunidad que supone el mundo marino, la ausencia de límites y reglas, la lucha permanente del hombre contra el medio y contra sus semejantes ha hecho que todo lo relacionado con cualquier actividad a desarrollar allí tenga una especial trascendencia. Por ello, los descubrimientos de rutas de navegación, técnicas de construcción, materiales, dimensiones y proporciones de embarcaciones, navíos y otros conocimientos, han sido siempre los secretos mejor guardados de la historia.

Respecto a la construcción y utilización de elementos de fondeo, la tradición y las fuentes arqueológicas, junto con la etnografía comparada, permiten asegurar que el principio de utilización de medios de fondeo muy rudimentarios ha pervivido hasta tiempos actuales, con alguna complejidad hasta tiempos muy recientes y los mas sencillos en uso todavía.10

La bibliografía, escasa pero significativa, sobre este tipo de útiles, nos induce a reconocer que del tipo sencillo descrito antes se evolucionaría a una piedra a la que se practicaría una perforación para poderla asir y recuperar con facilidad una vez arrojada al fondo.11 Según se acepta generalmente, se atestiguan anclas de piedra desde el tercer milenio, con seguridad y variedad desde el segundo milenio en el Mediterráneo, rodeado de pueblos de eminente vocación marinera. Seguidamente tendríamos, por razón de comodidad para su manejo en las embarcaciones, piezas de piedra con forma redondeada o rectangular redondeada por la parte superior, con una perforación por este extremo, para facilitar la maniobra. Estas rudimentarias anclas, testimoniadas por relieves antiguos de Egipto y del Mediterráneo oriental, serían fabricadas casi en serie, llevando una cantidad suficiente de las mismas en las embarcaciones ya que seguramente eran piezas que se perdían con facilidad o simplemente no se llegaban a recuperar (figura 4). Ejemplos de ellas los tenemos en abundantes yacimientos y en museos de temas marinos, destacando el grupo del Museo de Bodrum en Turquía.12

El paso siguiente sería, con toda probabilidad, la aparición de piezas con perforaciones inferiores, en número de uno, generalmente dos y excepcionalmente tres, para atravesar palos de madera resistente, endurecidos al fuego y aguzados en los extremos, que facilitarían el agarre al fondo, problema permanente del modelo anterior, sobre todo en fondos sin relieve. La mayor parte de los ejemplos se han recuperado como piezas votivas en santuarios marítimos, en Malta, Beirut, Byblos, Creta, Ugarit, Chipre, Motia, Pireo, etc.13 al mismo tiempo que a partir del primer milenio a. C. son frecuentes los hallazgos en mar en todo el Mediterráneo. 14

Este modelo permitió enseguida modificar la entidad de la pieza de piedra que se fue adelgazando y tomando una forma sensiblemente triangular con preferencia sobre la rectangular redondeada por su extremo proximal. La posibilidad de almacenar sobre cubierta una buena provisión de estas anclas, la posibilidad igualmente de llevarlas desmontadas y colocarles las piezas de madera móviles, sujetas mediante cuñas o simplemente a presión ya que quedarían bien sujetas al contacto con el agua por ensanchamiento de la madera, significó un avance extraordinario que no conviene desdeñar.

Ignoramos cuando surge el modelo de ancla, tenido por ancla romana tradicional hasta ahora, con la utilización de piezas metálicas y de madera simultáneamente que se ha difundido hasta la saciedad, pero tal vez convendrá revisar este extremo a la luz de nuevos descubrimientos que recientemente han permitido retrasar este descubrimiento hasta época fenicia, precisamente en aguas hispanas que confirman lo que ya se sospechaba.

Este tipo, descrito y modelizado por Juan Bravo desde los años sesenta del pasado siglo y del que no se conocían ejemplares completos, salvo el desaparecido del lago Nemi, pero si representaciones en relieves, constaba de un astil de madera resistente que en su extremo proximal llevaba una pieza metálica de refuerzo que sujetaba el arganeo y el consiguiente cabo de sujeción. Un poco mas abajo permitía el encaje de una pieza, también metálica,

Figura 4.- Ancla pétrea recuperada de las aguas de Ceuta, conserva da en el Museo de Ceuta.

dispuesta perpendicularmente, el cepo, siguiendo más abajo hasta el extremo distal del que arrancaban dos uñas o piezas también de madera colocadas y unidas a la pieza central en ángulo, sujetas mediante pasadores o clavos y una pieza metálica que unía las tres de madera, denominada zuncho. Las uñas estaban reforzadas igualmente con unas piezas metálicas que protegían sus partes aguzadas (figura 5).

Este modelo, con su cepo pesado en plomo, lo mismo que el zuncho y refuerzo de las uñas, así como el arganeo tenía una estructura funcional que ya no ha variado a lo largo de la historia, como el hecho de colocar el cepo en plano y sentido contrario al de las uñas del ancla, lo que permitía que quedase levantado una vez caído sobre el fondo y poder facilitar así el agarre del ancla al mismo.

Las piezas metálicas de este modelo de ancla fueron en plomo, si bien se dan casos frecuentes en los que el cepo tiene alma de madera y está recubierto de plomo ya que es su forma la que le rinde eficacia mas que el peso mismo del artilugio.

Los modelos de ancla totalmente en metal, en este caso en hierro son también prematuros aunque sin fecha, pero quedan atestiguados desde el siglo IV. a.C. conviviendo en época romana imperial con las otras hasta ser mas frecuentes en la baja romanidad, y únicas en el mundo bizantino16. Será en este momento, mundo romano avanzado, cuando se generalicen las anclas metálicas evolucionando lentamente durante la Edad Media hacia los tipos que conocemos luego sin grandes cambios hasta la época del cambio de los sistemas de propulsión en los barcos que motivará también algunas modificaciones formales en las anclas aunque persiste como conocemos la fisonomía tradicional .

El ancla sufre por lo tanto un gran salto adelante hacia el siglo VIII a.C. en ambientes del Mediterráneo oriental en que los griegos y tal vez antes los fenicios, desarrollaron el modelo que se considera clásico y que aparece nombrado en los textos griegos con su denominación específica alusiva a la forma en el momento en que la palabra se introduce en la lengua. Se interpreta que los primeros cepos fueron de piedra para posteriormente pasar a ser de metal, seguramente por su menor fragilidad. La importancia del descubrimiento quedó reflejada en las fuentes escritas, atribuyendo un origen quasi mitológico, en este caso al filósofo escita Anacharsis, sin que falten otras atribuciones como a Eupalmos de Sición o al propio rey Midas de Frigia.18 Los ejemplares menudean a partir de este momento en todo el Mare Nostrum. La frecuencia del hallazgo de anclas, cepos, etc. en listas de ofrendas de santuarios permite atestiguar una vida útil para los cepos de piedra entre los siglos VII y IV a.C. de manera general.

3. Los cepos de plomo, una pista segura

La identificación de las anclas antiguas se pudo verificar con relativa rapidez en el momento en que se identificaron los primeros cepos de plomo y se determinó la función que realizaban en el conjunto del ancla. Estas piezas, que empezaron a menudear a partir de los años cincuenta, cuando empiezan a ser familiares las imágenes de buceadores con equipos de inmersión autónomos, formaron pronto parte de los trofeos recuperados por buceadores deportivos, en pugna con las tradicionales ánforas, yendo a parar en algunos casos a museos y establecimientos públicos y las más de las veces a colecciones privadas, clubes y aún a perderse al ser enajenados por su valor metálico en chatarrerías o a ser fundidos artesanalmente para fabricar pesos de redes de pesca o luego plomos para cinturones de buceo. Mas tarde vendrían otras aplicaciones de carácter mas reservado como la de protección para laboratorios especiales que todavía hacen dilapidar buena parte del plomo antiguo que se recupera de los fondos marinos.19

El cepo desde su aparición fue una pista segura para la identificación de yacimientos sumergidos pero al mismo tiempo un señuelo que era necesario comprobar para verificar aquel extremo. Durante mucho tiempo existió la creencia generalizada de que la presencia de un cepo conducía inexorablemente a la existencia de un pecio antiguo, cuando la realidad puede ser muy otra. Es cierto que un cepo denuncia una actividad de navegación y una maniobra de fondeo, pero no lo es menos que muchas veces no se recuperaban las anclas por razones diversas, mala mar, pérdidas accidentales, maniobras defectuosas o fallidas de recuperación, etc. y ello provocaba la pérdida irremisible de muchas anclas que quedaron en los fondos marinos como testigos mudos de una presencia a veces inexistente. Por otro lado, en muchos casos la existencia de uno o varios cepos y su posición, nos pueden marcar el lugar del hundimiento de una embarcación que tal vez por un golpe de mar, un temporal repentino o cualquier causa accidental pudieron hacer naufragar el barco. La distancia del cepo a un pecio puede indicarnos pautas de navegación, maniobras y circunstancias de su pérdida, así como información preciosa sobre la entidad de la embarcación a que pertenecía.

Figura 5.- Modelo de ancla romana según J. Bravo.

Figura 6.- Detalle del hallazgo de algunos cepos plúmbeos, conservados en el C.A.S. de Ceuta, recuperados por J. Bravo y otros buceadores deportivos.

La zona del Estrecho de Gibraltar, tanto en la costa africana como europea, ofrece un valioso muestrario de cepos de ancla antiguos, zunchos y otros elementos, suficientes como para poder testimoniar sin peligro de equivocación, que se trataba de una zona muy frecuentada en los tiempos antiguos, pese a todas las reservas que hablaban del mar tenebroso y otros peligros que significaban adentrarse en el océano una vez atravesadas las columnas herculinas (figura 6). Sin duda la necesidad de esperar vientos favorables, tomar fuerzas para la travesía que se avecinaba, siempre incierta y especialmente en estas aguas, hizo que se perdieran numerosas anclas en maniobras de fondeo o en intentos de frenar la inercia de las embarcaciones que los vientos, levante o poniente, arrastraban contra las rocosas costas de la zona. El hecho de haber encontrado cepos de grandes dimensiones y peso muy considerable en profundidades muy escasas demuestra estas contingencias. Por otra parte se conoce y otros autores lo han recogido (J. Rougé, La marine dans I’antiquité, 1975, 74) que los barcos llevaban abordo un numero indeterminado de anclas que eran arrojadas al agua según necesidad, menos aquellas que por sus dimensiones y peso estaban siempre fuera de la borda, en la proa y que se dejaban caer como último recurso. En la Antigüedad llamada ancla sagrada y en los tiempos modernos ancla de misericordia.20

La identificación de las diferentes partes de un ancla antigua, sobre todo cepo y zuncho, hizo que estas piezas entrasen a formar parte, rápidamente del imaginario de cuantos buceadores se adentraban en las profundidades en busca de lo desconocido. Pronto empezaron a menudear los hallazgos de ambos tipos de piezas, sobre todo cepos, ya que por su menor tamaño y su fragilidad los zunchos conservados son proporcionalmente muchos menos.

4. Formas, tamaño y marcas

La forma de las anclas mixtas de madera y plomo no varió mucho durante el tiempo que estuvieron en uso, que hoy sabemos fue mucho mas dilatado de lo que se suponía, gracias al hallazgo de Mazarrón que no comentaremos por estar en estudio.

La bondad del modelo debió ser satisfactoria dada su permanencia, y conocemos muchos ejemplares (figura 7). No obstante los nuevos descubrimientos pueden hacer revisar algunos hallazgos tenidos por romanos con anterioridad. Pese a ello, la forma y fabricación parecen homogéneas durante el periodo de utilización, aunque las diferencias en algunos cepos han llevado a pensar en variantes en los mismos.

La fabricación era simple, con empleo de buena madera para las partes de aquel material, principalmente roble o coníferas, aunque podían ser sustituidas por otras especies duras. Para el cepo, zuncho y brida superior del arganeo la utilización del plomo fue, por lo que sabemos, sistemática. Un metal del que había suministro continuado y barato permitía su utilización sin grandes dificultades, aportando el peso necesario para la finalidad que se requería. En los casos de cepos mixtos de madera forrada de plomo, que se han tenido por mas antiguos hoy por hoy sin gran fundamento, el empleo de la madera estaría  justificado seguramente para dar rigidez a la pieza, lo que contradice su mayor antigüedad ya que parece significar una evolución técnica.

El tamaño de los cepos indica evidentemente y en manera proporcional el tamaño de las anclas y en este caso tenemos desde cepos de seiscientos kilogramos y más, llegando a alcanzar en casos excepcionales los 1200 o incluso 1800 Kg. hasta cepos de escasamente ocho kilos, siendo lo mas usual cepos de pesos que oscilan entre los treinta o cuarenta kilogramos hasta los setenta, siendo los de doscientos kilogramos ya menos frecuentes21. Se ha de tener en cuenta la maniobrabilidad y manejo de las anclas por pocos hombres, por lo que si sumamos el peso de un cepo mediano, mas el zuncho, arganeo, astil de madera, uñas, etc., tendremos un peso ciertamente considerable.

Los cepos pequeños, de menos de ocho kilogramos, se ha especulado si serían realmente cepos útiles correspondientes a anclas verdaderas o tal vez piezas votivas. La zona levantina de Denia, la antigua Dianium, ha librado algunos de estos ejemplares que se guardan en manos de privados.

Respecto a las formas de los cepos, tal vez convendría hablar más de deformaciones de los mismos, aunque no se excluye, a la vista de las representaciones en relieves y a los hallazgos arqueológicos, muy numerosos, que pudieran ser efectivamente fabricados así en algunos casos. De tal modo que tenemos cepos rectos, los más abundantes, con un lado, el inferior, plano y el superior, cerca no al extremo proximal del ancla, ligeramente inclinado desde el centro a sus extremos lo que significa refuerzo de la zona central para prevenir precisamente deformaciones producidas por la tracción en la maniobra de recuperación del ancla. De ellos muchos aparecen deformados con alteraciones que afectan a una o dos uñas, en movimientos simples de tracción o en movimientos que han curvado de forma helicoidal la pieza lo que indica los esfuerzos por recuperarla antes de perderla definitivamente. El hecho de que también se hayan recuperado cepos partidos reafirma la hipótesis de la deformación por el uso.

El capítulo de las marcas en los cepos, hoy día se conocen muchos mas datos que exceden los propósitos de este artículo pero de los que ya apunta posibilidades la bibliografía de J.Bravo. Por un lado es evidente que las marcas aparecidas sobre estas piezas, generalmente símbolos, a veces letras y por lo general figuras sencillas, a menudo repetidas como astrágalos, los mas frecuentes, delfines, lucernas o coronas, etc. han llamado siempre la atención de los investigadores.

La explicación es sencilla pero de cierta complejidad como en todas las cosas de la mar. Referencias a la propia embarcación, elementos apotropaicos, religiosos e incluso nombres de la nave o relativos a la flota. Hoy sabemos los nombres de infinidad de naves, tanto griegas como romanas y de algunas de otros pueblos que navegaron con anterioridad. Los elementos decorativos son alusivos a la buena fortuna de los navegantes o referencias a su actividad y al medio marino, astrágalos, caduceos, delfines, lucerna22 , otros son más raros, como medusa, columnas, frecuentes en la costa española mediterránea, etc. Otros casos que ya citamos mas arriba harán referencia a pesos y magnitudes, mientras que los elementos literales pueden hacer referencia a los propietarios del navío. La epigrafía y la posibilidad de comparación con otros documentos escritos, ha permitido verificar estos extremos. Los nombres de divinidades suelen hacer alusión al nombre de los navíos, como Zeus, Juno, Venus, etc., la flota del Miseno poseía dos naves de nombre Isis y Ceres que confirman lo anterior. Los nombres de divinidades según otras opiniones podrían estar atribuidas solamente a las anclas sagradas, de las que hablan Plutarco y Luciano, utilizables tan solo como último recurso. Armadores y propietarios de navíos, marcaron con frecuencia sus anclas de las que por fortuna para nosotros se han recupera do ejemplos significativos.

Figura 7.- Detalle de la Sala de Arqueología Subacuática del Museo de Ceuta, con cepos en la parte intermedia

Las anclas, artilugios fundamentales para la navegación son y han sido a lo largo de la historia el nexo de unión de los navegantes por ser referentes de la seguridad de su conexión con la deseada tierra firme en la que se inicia y debe terminar toda singladura. Ese deseo que muchas veces quedaba incumplido por la fuerza de la tempestad u otras causas que interrumpía un deseo natural. Gracias a partes de esas anclas podemos nosotros hoy escudriñar un poco más en el pasado de aquellos que las utilizaron intentando ponerles nombre y recrear el momento de su pérdida.

Esas mismas anclas me han servido en este momento como hilo conductor entre la pasión de quién como Juan Bravo, buceador e investigador amateur infatigable, ha dedicado muchas horas de su vida a la búsqueda de las incógnitas que se encerraban tras cada una de esas piezas y la seguridad de que su obra, reconocida por todos los que nos dedicamos a estos menesteres, tendrá la continuidad que merece.

Notas

1  La coincidencia de que en aquellos años iniciales, residiera en Ceuta D. Carlos Posac Mon, arqueólogo local, fue una feliz conjunción que sirvió para que la arqueología ceutí fuera algo mas que una realidad anecdótica, como se puede verificar por su presencia continuada en los Congresos Nacionales de Arqueología.

2  Revistas del CRIS de Barcelona, Revista del Mar y de FEDAS (Federación Española de Actividades Subacuáticas), Inmersión y Ciencia, esta última desaparecida tras una década de publicación en la que se encuentran los primeros trabajos llevados a cabo por la entonces sección de Arqueología Submarina de dicha federación bajo la dirección de Federico Foërster, también buceador aficionado y uno de los iniciadores de la actividad arqueológica en España desde el campo amateur.

3  La bibliografía de Juan Bravo Pérez se incluye de manera detallada en los primeros apartados de esta monografía, por lo que no la reproducimos aquí de manera íntegra.

4  Los inicios de los años setenta significaron el comienzo de una cierta preocupación oficial por lo que luego sería la Arqueología Subacuática y entonces todavía Arqueología Submarina, a cargo de la administración estatal. Recuerdo tan solo la actividad incipiente de los Patronatos de Actividades Submarinas de Cartagena primero y de Gerona luego, la reunión para armonizar la actividad y plantear los primeros problemas de competencias entre la administración de educación y las autoridades de Marina celebrada en Cartagena en 1971 bajo la pauta del profesor Martín Almagro Basch, o el Primer Simposio sobre el tema celebrado en el Museo Arqueológico de Barcelona en 1972, en el que hubo interesantes enfrentamientos dialécticos entre buceadores y los escasos arqueólogos que entonces cultivábamos la especialidad. La revista Mastia en su primera época dio noticia de la reunión cartagenera.

5  Mucho se ha debatido, aunque no todo lo necesario, sobre la colaboración entre buceadores amateurs y profesionales de la Arqueología, en este caso Subacuática, ya que hablamos de este medio. Es cierto que ha habido y hay una cierta colaboración y me remito simplemente a las pruebas palpables de algunos de los últimos descubrimientos alicantinos de pecios gracias a información de buceadores deportivos, pero no lo es menos que son mundos que necesitan un lugar de encuentro mayor que sólo se puede lograr con conversaciones, colaboraciones y una mayor permeabilidad en ambos sentidos, no olvidando nunca que la legislación vigente está para ser cumplida hasta que sea modificada. En este sentido la necesidad de colaborar, sobre todo en información y porqué no en colaboración directa en trabajos de prospección y excavación, cumpliendo las normas establecidas por ley, debería ser la tónica real de la situación. Tenemos en el mundo amateur del buceador deportivo una cantera inigualable y una potencialidad extraordinaria que puede ser de gran utilidad, si está bien canalizada, para la protección y valoración de nuestro Patrimonio Cultural Sumergido y ello ha sido reconocido en el preámbulo de la Convención de la UNESCO para la protección de dicho Patrimonio de diciembre de 2001, en el que se incluyó por iniciativa de CMAS. La posibilidad de establecer acuerdos de cooperación con clubes de buceo a través de las federaciones deportivas autonómicas, coordinadas por FEDAS en lo nacional y por CMAS (Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas) en el campo internacional, podría ser un buen comienzo, de ahí la importancia vital de las secciones, departamentos o vocalías científicas en nuestras federaciones autonómicas o nacional, no solo para temas de patrimonio cultural sumergido, sino también para protección del medio ambiente marino y subacuático en general, biología, etc.. El buceador deportivo necesita ser adecuadamente formado en estos campos y al mismo tiempo informado de los límites de la ley que protege este patrimonio para evitar expolios siempre injustificados, pero al mismo tiempo debe ser consciente de la obligación (por ley) de informar de los eventuales hallazgos casuales que se puedan producir en este campo sin dar lugar a la ocultación o lo que es peor al expolio o al tráfico de bienes patrimoniales procedentes de medio subacuático. Va siendo hora de que todo el mundo se conciencie de la realidad de bien público de este patrimonio, como del resto del patrimonio, lo que no quiere decir para uso privado de cada uno en su domicilio particular o vendido al mejor postor. Actualmente algo se mueve en este ambiente desde hace algún tiempo y los cursos de formación para amateurs, la mejor comprensión entre ambos campos, profesional y amateur pueden llevar a buen puerto las iniciativas que surjan. El guante está lanzado pero alguien tendrá que ser el primero en recogerlo.

6  En conversaciones mantenidas con J.Bravo nos contaba un sinfín de anécdotas sobre las dificultades relacionadas con los problemas de las corrientes, muy fuertes, imperantes en el Estrecho y lo que aquello significaba para la realización de una investigación en seguridad en tales aguas. Los problemas de visibilidad, las diferencias de temperatura, termoclina y correntines inesperados, junto a la velocidad siempre alta de la corriente que hacía casi imposible un trabajo estable manteniendo la posición. Por ello estas aguas son mas propicias a la prospección que a trabajos de mayor envergadura que requieren instalaciones estables sobre el terreno.

7  En la bibliografía clásica sobre temas de navegación antigua publicados luego, como el clásico de L.Casson, Ships and Seamanships in the Ancient World, Princeton 1971 o J.Rougé, La marine dans l’antiquité, Paris 1975, ya aparecen como conocimientos consolidados la forma y estructura de las anclas antiguas, seguirían mas, pero no olvidemos que J.Bravo había publicado su primer trabajo en 1963, Algo mas sobre el ancla llamada romana, en CRIS, Revista del Mar, 57, pp.4-6.

8  Aceptaremos aquí que cuando se hable de la mar y la navegación, se extienda el concepto también a las aguas interiores, lagos y ríos fundamentalmente en los que los problemas técnicos son los mismos o muy similares a los que acontecen allí.

9  Es útil consultar La navigation dans l’Antiquité (P.Pomey, dir.), Aix-en-Provence 1997.

10  La presencia de fondeos sencillos, simples pesos de piedra sujetos mediante cabos, o de anclas de tipo tradicional de piedra, forma triangular y perforaciones para uñas de madera, se han atestiguado hasta fin del siglo XIX e incluso el siglo XX en aguas portuguesas atlánticas y del Golfo de Vizcaya en España sin ir mas lejos.

11  P.Gianfrotta y P. Pomey, en su clásico L’Archeologie sous la mer, Milán 1980, pp, 297 ss., ya recogen información suficiente para elaborar la teoría de las anclas de forma sucinta y clara.

12  No aceptamos el criterio exclusivamente cronológico que se dio por algunos autores durante bastante tiempo, viendo en estos tipos de fondeos una simple etapa en el recorrido evolutivo del ancla. Hoy día sabemos de su perduración muy larga, por lo que es imprescindible conocer el contexto en que aparecen para poder valorar su posible datación.

13  Gianfrotta y Pomey, op. cit., p. 298.

14  Unos ejemplares ya citados por Gianfrotta y Pomey, op. cit, p. 300, de un solo travesaño inferior en Pantelaria, Motia y Chipre, mientras que de tres tenemos el ejemplo de Apollonia en Cirenaica. Mas raramente ejemplares con número mayor de palos atravesando una piedra, a modo de rastrillo, en Mochlos, Creta, en Cirenaica y en Puzzoli.

15  La aparición de un ancla completa en uno de los barcos de Mazarrón que se han excavado y están en curso de estudio definitivo bajo la dirección de Iván Negueruela Director del CNIAS, Cartagena, del Ministerio de Educación y Ciencia abren nuevas posibilidades a la interpretación ya que se trata del ancla completa de modelo desarrollado mas antigua conocida a través de la arqueología.

16  El navío bizantino de Yassi Ada, arrojó once ejemplares de anclas, todos en hierro. G.F.Bass y F.Van Doorninck, Jr. Yassi Ada, I. Texas, 1982, pp. 121 ss.

17  La época de los grandes navíos oceánicos de madera, siglo XVIII, mantiene el mismo tipo de ancla, de grandes dimensiones, operativa desde mucho antes gracias a los molinillos de elevación, principal problema a resolver en los barcos. El ancla Almirantazgo ha sido desde su aparición el modelo mas extendido y, así como algunos modelos de anclas articuladas no tuvieron gran éxito, aquella si gozó de gran predicamento. En la actualidad se usan variantes sencillas que junto con el ancla propiamente dicha combinan su fuerza de inmovilización con su peso y el del cadenote que la sujeta lo que contribuye enormemente a su eficacia.

18  Gianfrotta y Pomey, cit. supra, p. 301.

19  Desde hace unos cuantos años existe un tráfico clandestino aunque conocido en niveles altos de la Administración, sin que se hayan tomado las medidas pertinentes, consistente en la localización y extracción, por encargo, de cepos y lingotes de plomo antiguos, preferentemente romanos, que son recuperados bajo encargo de forma clandestina, pasando a ser vendidos a laboratorios de física nuclear para la protección de determinadas instalaciones. Gran Sasso en Italia, CERN en Francia y Canfranc en España entre otros, son receptores habituales de este material. Este tráfico dispone ya de conexiones internacionales y los ejecutores de dichas recuperaciones y posteriores transacciones son buceadores poco escrupulosos que vulnerando la legislación nacional e internacional existente, no dudan, a cambio de unos beneficios económicos, extraer estas piezas para suministrarlas a los laboratorios receptores que una vez transformadas en bloques de tamaño y peso según el estándar fijado, en fundiciones discretas pero en actividad ilegal llegar a su lugar de destino y ser utilizadas.

Es obvio que esta utilización, hoy por hoy clandestina y fuera de la ley pero al parecer tolerada por los responsables de la política investigadora de determinadas administraciones, debería ser regulada adecuadamente para evitar de este expolio continuado y lo que es peor, la pérdida de contexto arqueológico que supone por una parte y los datos de las mismas piezas, como procedencia, composición metálica, dimensiones y peso, marcas y epigrafía, etc. que de esta manera se pierden para siempre. Una adecuada política y adecuación de la legislación vigente en materia de patrimonio podría permitir tal vez dicha utilización una vez recuperada toda la información arqueológica posible, con lo que el beneficio científico quedaría doblemente asegurado. Al mismo tiempo que se conseguiría terminar con esta práctica delictiva tan dañina para nuestro patrimonio cultural sumergido. Es de reseñar que los laboratorios receptores de este plomo conocen muchos datos sobre la identidad del material que reciben y estarían dispuestos a colaborar con la ciencia arqueológica y la preservación del patrimonio por lo que la palabra está como casi siempre en las instancias administrativas.

20  Rougé, op. cit. p.74, hace mención a la representada en un relieve de Narbona colocada a proa, ya recogida por él mismo en, Recherches sur l’organisation du comerse maritime en Mediterranée sous l’Empire Romain, París, 1966. Otro ejemplar clásico en un relieve que representa el arribo de un carguero romano a un puerto adriático del 98-117 d.C., en Casson, op.cit. 1971, fig. 150.

21  Un ejemplar de 256 Kg. fue hallado en aguas ceutíes, según noticia de J.Bravo, Mas sobre anclas romanas, CRIS, Revista del Mar, 95, 1966, pp. 16-17.

22  La lucerna, así como el delfín hacen referencia a la necesidad de conseguir un buen rumbo, una singladura sin incidencias y la seguridad de ver en la oscuridad y llegar a buen puerto. Estas características quedan patentes en la luz representada por la lucerna como símbolo de visibilidad o del animal amistoso como el delfín que le acompañará a buen puerto.

Intoducción
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Cap. 6
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Cap. 4
Cap. 8