Fortificaciones Militares de Ceuta: siglos XVI al XVIII
CAPITULO III
3 PARTE: FORTIFICACIONES MILITARES DE CEUTA EN EL SIGLO XVIII
El Ingeniero 2° Andrés de los Cobos, y los hermanos Antonio y Martín Fovet llegaron a diseñar también proyectos para fortificar la plaza de Ceuta, pero al final fue aprobado el De la Ferrière por resultar menos costoso, más ceñido y seguro, afirmando éste que las nuevas obras se construyesen más inmediatas a la Muralla Real, con lo que con menos gente, munición y gasto de obras quedaría la plaza mejor defendida y en poco tiempo fortificada respecto al terreno circundante y frente exterior.
A mediados del mes de julio de 1721 De la Ferrière remitió desde Ceuta una instrucción a la Corte para poder proseguir el proyecto suyo que había aprobado Felipe V, pero ahora tuvo especial cuidado en la decisión que pudiese al respecto tomar Verboom,
“...sujeto este mi dictamen a lo que dispusiere el Excelentísimo Señor D. Jorge Próspero Verboom, el qual no dudo que hallandose en la ciudad de Málaga vendrá a visitar esta plaza, en cuya inteligencia espero que enmendará lo que yo ubiere errado y mandará executar lo que le pareciere más conveniente para el real servicio”.
Por todo ello, y teniendo en cuenta el buen estado del terraplén y parapeto interior de la Luneta de San Felipe, se cerraría su gola y no siendo necesarios todos los albañiles que estaban aquí destinados, los sobrantes se dedicarían a revestir el ángulo saliente de la Luneta de San Luís. Con idea de que la obra no tuviese retrasos, el gobernador y Teniente General Francisco Fernández Ribadeo mandaría treinta desterrados a recoger piedra en la cantera próxima a la cisterna de la Almina y arena de las playas más cercanas, mientras que el veedor de la plaza y el intendente de Andalucía gestionarían la traída de ladrillos, cal y cantería para las nuevas obras. Siempre que el ingeniero, a cuyo cargo quedaban estas obras, se hallase con piedra suficiente para hacer la media cara izquierda de la Luneta de la Reina, dispondría que se abriesen los cimientos de la misma, ya que el tiempo que se emplease en trabajar daría lugar a que se cortase y transportase bastante piedra para que la obra no parase, pues una vez que dicha cara izquierda estuviese levantada a seis pies sobre el terreno, se podrían abrir los cimientos de la cara derecha y demoler el Fuerte de África, por pasar dicha cara por en medio de este fuerte, el cual no dejaría de proporcionar una enorme cantidad de piedra.
En las casamatas, parapetos y terraplén se observarían las mismas medidas que la Luneta de San Felipe, debiéndose dar seis pulgadas más de grosor a la pared exterior, con lo que encima del zócalo tendría cinco pies y medio de espesor. La cara derecha de esta luneta presentaba una gran pendiente, por lo que el zócalo de la cara izquierda se haría nueve pies y medio más bajo que la parte superior del parapeto del camino cubierto, y por consiguiente el ángulo saliente de esta luneta alcanzaría los once pies de alto y diez el de su espalda. Por la gran pendiente que debería tener la cara derecha de dicha luneta, su zócalo se formaría a nivel, haciendo de distancia en distancia sus gradas y, teniendo en cuenta que había en el Foso de San Ignacio una comunicación para entrar en el Fuerte de África, se podría servir de ella para esta luneta, formando una escalera de subida a la misma, como asimismo la de Alcántara serviría para la Luneta de San Luís.
Las dos comunicaciones que debía tener la Luneta de San Felipe era imprescindible hacerlas. La de la derecha encontraría la prolongación del Foso de Santiago y debía contar con dos pies de pendiente hasta encontrar otra prolongación del foso y la de la izquierda hasta la estrada encubierta del Ángulo de San Pablo. Se cerraría la gola de la plaza de armas que había a la derecha de esta luneta con una estacada y se dejaría en la comunicación de la derecha de ésta una surtida, para la que quedaría hecho un rastrillo de cuatro pies y se colocarían las puertas del mismo modo que en la otra luneta. Otros dos rastrillos se situarían en la surtida de la estrada encubierta antigua, delante del Fuerte de Alcántara y otro para la surtida que se debía hacer en la prolongación del Foso de Santiago. Se construiría una batería de dos piezas de cañón en la estrada encubierta que iba desde la gola el Medio Bastión de Santiago al Ángulo de San Pablo, con idea de poder flanquear la cara derecha de la Luneta de San Felipe en el ínterin que no se prolongaba la cara del medio bastión. Para el terraplén y parapeto interior de la Luneta de la Reina quedaba destinada la tierra que en esos momentos formaba el Fuerte o Reducto de Alcántara, el cual se mandaría demoler cuando fuese conveniente. Mientras se revistiese la Luneta de San Luís, y para que no quedase abierta la gola de este fuerte, se mandaría cerrar con una buena empalizada, incluyendo dentro de dicha luneta la misma comunicación que tenía el Fuerte de Alcántara.
En toda la Plaza de Armas no se contaba con ningún sitio a propósito para que los soldados pudieran hacer sus necesidades. Por esto, se construirían tres lugares comunes o letrinas, una en la muralla que cerraba el camino cubierto antiguo, delante de la Contraguardia de San Francisco Javier; otra en la gola de la luneta del medio, haciendo una profunda excavación que se revestiría de pared y cubriría con bóveda, haciendo un pequeño cuarto bajo con una pared de ladrillo, y en la derecha se formaría la tercera, en la gola del Medio Bastión de Santiago, en la muralla que miraba al mar. Una vez acabadas las tres lunetas se repararía la cara de Santiago, poniendo en buen estado sus troneras y parapetos y ejecutando lo mismo en el Baluarte de San Pedro y caballeros de la Muralla Real. Por otro lado, se repararía la muy importante Contraguardia de San Francisco Javier, ya que flanqueaba las dos caras izquierdas de las Lunetas de San Luís y la Reina, y al propio tiempo dominaba la Rocha, que era un puesto muy ventajoso para los enemigos. De la Ferrière consideraba imprescindible hacer la cara derecha del Baluarte de Santiago, según quedaba delineado en el plano,
“...pues en la actualidad no quedaba descubierta de ningún fuego y el pequeño flanquillo formaba un ángulo muerto, lo cual es sumamente defectuoso en la Fortificación, pues si el enemigo venía a apoderarse del ángulo saliente del camino cubierto de este Baluarte, podría sin la menor dificultad atacar el Minador en la cara derecha, sin ser ofendido de ninguna parte”.
Concluido esto se pasaría a prolongar la cara izquierda de dicho baluarte y, una vez finalizado, componer el Ángulo de San Pablo, como se mostraba en el plano, sin despreciar de ninguna de las maneras el formar las dos baterías en ambos espigones, pues el de la derecha flanqueaba la cara derecha del Baluarte de Santiago y barría toda la playa y el Puesto de los Colorados, y el de la izquierda hacía lo propio en la Playa de la Rocha, enfilaba el Chorrillo y la mayor parte del llano que había tras la Rocha.
La actividad poliorcética en la plaza de Ceuta no se redujo en este año 1721 a la proyección y construcción de obras exteriores nuevas en el Frente Exterior y a la reparación de otros enclaves más antiguos, sino que desde el mes de febrero tenemos registrados otros proyectos correspondientes a la remodelación de espacios arquitectónicos ya existentes, con idea de adaptarlos a nuevas necesidades militares, así como la creación de otros nuevos para ampliar los recursos materiales y humanos. En primer lugar, hemos localizado cuatro planos, con sus perfiles, de varios cuarteles a prueba de bombas que los ingenieros militares propusieron construir, el 10 de febrero de ese año, arrimados a la cortina de la Muralla Real. El centro neurálgico de la Plaza de África, que contó siempre con los edificios civiles, religiosos y militares más representativos, se valoraba ahora como un espacio geográfico esencial para la ubicación de elementos defensivos básicos para hacer frente al pertinaz sitio impuesto por los marroquíes, como cuarteles para la tropa, cuarteles para los artilleros, silleros o almacenes de madera y de caballería, almacén de balas de fusil, almacén de cuerda mecha, almacén de balas de artillería, bombas y granadas; almacén de trigo y harina, almacén de cebada, parque de artillería, casa de la armería y cuerpo principal de guardia (Figs.49, 50, 51, 52 y 53).
Se demolieron numerosas casas de particulares y se aprovecharon edificios para funciones que no les eran propias con el fin de readaptar distintos elementos defensivos, como la Catedral y el Palacio Viejo de los Gobernadores que estaban situados en la Plaza de África y que ahora sirvieron como cuarteles. Asimismo, en la Península de la Almina se proyectó el Fuerte de Santa Catalina mirando hacia la Bahía Norte o Mar de Gibraltar, en un paraje a propósito para defender la plaza de ataques navales, contando tan sólo con cinco cañones (Fig. 54). En la explicación de este plano aparecieron reflexiones poliorcéticas de primer orden, como que era máxima constante de artillería que el mayor número de piezas y el mayor calibre hacían callar al menor. Se razonaba también que la batería que defendía la playa próxima al fuerte estaba dotada de cuatro cañones de pequeño calibre, sin poder así batir a ningún buque ni por su situación ni por sus alcances, por lo que un navío de 80 cañones desmontaría y arruinaría en poco tiempo tanto la artillería como la Batería de Santa Catalina, pues no estaba defendida por ninguna otra, ya que las de Torremocha y Pineo Gordo hacían bastante si se defendían a sí mismas.
Para remediar estas situaciones tan embarazosas para la plaza, se situaría primero una batería al noroeste del fuerte, con idea de poder enfilar todo el paraje, y dotándola de piezas de grueso calibre. Además, al este de dicho fuerte iría otra batería de morteros pedreros para el uso que fuese más conveniente. Junto al parapeto indefenso que corría paralelo a la banda costera norte camino de San Amaro, se situaría otra batería para cuatro obuses que batiese el flanco derecho del fuerte y el espacio intermedio entre éste y la batería costera. También iría otra batería junto a la anterior, para diez o doce piezas de grueso calibre, con idea de que batiese frontalmente los ataques navales enemigos. Se recomendaba incluso la evacuación de un almacén de pólvora próximo al fuerte, debido a que las granadas allí alojadas podrían provocar su incendio y destrucción.
Iniciado el año 1722 prosiguieron los marroquíes con más empeño la reparación de sus arruinadas barracas, baterías, paralelas, comunicaciones, reductos y trincheras. Fabricaron un nuevo Serrallo, más apartado de la plaza que el que antes existía como castillo de su retaguardia y arrimaron sus obras a las empalizadas locales hasta el tiro de fusil. Los ingenieros españoles fortificaban también con la mayor rapidez posible.
Concluyeron la Luneta de San Felipe, construyeron de fajinas la de San Luís y seguían trabajando en la de la Reina o Santa Isabel. Demolieron toda la obra vieja de la Contraguardia de San Francisco Javier y, en su mismo suelo, prolongaron la línea de su cara y espalda sobre el Foso de San Ignacio, formando ángulo en su parte izquierda, más hacia el mar que antes sobre pizarra durísima y terreno muy confuso al que tuvieron mucho que rebajar. Estando ausente el ingeniero De la Ferrière, demostró bien su habilidad Andrés de los Cobos, que estaba en Ceuta desde el año anterior y que proporcionó las medidas al cuerpo de todas esas obras, así como a las bóvedas que servían de cuarteles.
Además de estas obras menores interiores de la plaza se fueron concluyendo poco a poco las de mayor envergadura y exteriores de las tres lunetas, así como la Contraguardia de San Francisco Javier, y los ingenieros se aprovecharon del flanco sobre la marina, su ángulo y cara y abrieron los cimientos para prolongar la línea y demás obras de la Contraguardia de Santiago sobre el Foso de San Pablo y, siendo este terreno poco consolidado, se consumió mucha madera para asegurar su fábrica. A pesar de esta precauciones, amenazó después ruina, lo que les obligó a reparar en parte sus cimientos. Las actuaciones y proyectos más destacados correspondieron a los ingenieros Andrés de los Cobos, Francisco Llobet, Jorge Próspero Verboom y Luís de Langot. Llobet, Llovet o Jovet era ingeniero voluntario cuando en 1721 acompañó a Jorge Próspero Verboom en el reconocimiento de los territorios, plazas y costas del Mediterráneo y presidios de África, y permaneció en Ceuta todo el año 1722 a causa del sitio marroquí, interviniendo además en las obras que aquí se levantaron.
El Marqués de Castelar remitió cartas al Ingeniero General de los Ejércitos, Verboom, en las que le informaba cómo los fronterizos magrebíes con sus trincheras y otras obras se habían acercado mucho a las fortificaciones ceutíes, y que con el mismo intento continuaban sus trabajos y esfuerzos sin que el fuego de la plaza se lo embarazase. No se les hizo otra oposición, por no haber considerado el gobernador Ribadeo oportuno hacer algunas salidas y considerando Felipe V que dicha amenaza se podría cambiar en una ocupación de la plaza, estimó por conveniente que dicho Ingeniero General pasase a Ceuta, la reconociera por sí mismo y que, ayudado por el propio gobernador, concertaran ambos lo más correcto en cuanto a su defensa, no sólo para no dejar a los enemigos que se acercasen más sino también para alejarlos si fuese posible. El rey les cedía la disposición y acuerdo que tomasen, su ejecución más puntual y acertada y les requería una información posterior de las fuerzas enemigas y de su situación, así como de las disposiciones para contenerlos o apartarlos si se pudiese de la plaza de Ceuta.
Verboom se dirigió al Marqués de Castelar expresándole su opinión de que Ceuta era en esos momentos una plaza que ocupaban los marroquíes con gran ventaja, sobre la que éstos aplicaban todo el arte de la guerra sin que el fuego de la plaza les hubiera podido contener, así como la dificultad de conseguir adelantar las líneas con las salidas por lo fragoso y desigual del terreno. También le ponderó lo defectuosas que estaban colocadas la estrada encubierta y las lunetas, incapaces de defensa por no poderlas favorecer el fuego de las piezas más interiores; e igualmente le manifestó la necesidad de aumentar la guarnición en 3000 hombres más, tanto para la defensa local como para la prosecución de las obras, así como la remisión considerable de armas, municiones y pertrechos de guerra. Después de haber conferenciado con el gobernador sobre la solución al rechazo y alejamiento de los marroquíes, Verboom propuso a Castelar la utilización de dos medios tácticos, el uso de las minas y las salidas.
Como complemento a las disposiciones anteriores, Verboom realizó un primitivo proyecto en 1722 del Frente Exterior de Ceuta en el que detalló como obras antiguas los Baluartes de Santiago o de la Bandera, el Alto o del Caballero, el de San Pedro y Santa Ana, las Medias Lunas de San Ignacio y de la Rocha, el Ángulo de San Pablo, los Medios Baluartes de Santiago y de San Francisco Javier, los Reductos de África y Alcántara, los ataques enemigos, porción de baterías enemigas, el Arroyo del Chafariz y la estrada encubierta destruida, donde los sitiadores se ponían de noche (Figs. 55 y 56). Utilizó en los planos la gama cromática verde para señalar los ataques enemigos, líneas punteadas de negro para mostrar las obras del proyecto del ingeniero De la Ferrière y su estrada encubierta, y lavado de amarillo lo proyectado nuevo por Verboom, que incluía un medio baluarte adelantado, una cortina nueva en forma de contraguardia, contraguardias nuevas, el foso, la estrada encubierta y espaldones para cubrirse de las alturas. Para los perfiles, lo lavado de colorado correspondía a los de las obras antiguas, lo lavado de negro era el terreno conforme se hallaba en esos momentos y lo punteado de negro correspondía a los perfiles del proyecto De la Ferrière, lo lavado de amarillo eran los perfiles del proyecto nuevo y las líneas coloradas señalaban la superioridad que tenía el fuego de las obras, unas sobre otras.
A principios de 1723, se encontraba Jorge Próspero Verboom en Málaga, ocupado en las obras de sus muelles y puerto, mejorándolos y asegurándolos, evitando con sus arbitrios un gasto superfluo de más de un millón de pesos. Por entonces arreciaban los ataques marroquíes sobre la plaza de Ceuta, por cuyo motivo recibió orden real de pasar a ella sin dilación y a pesar de que la navegación por el Estrecho era arriesgada por ser invierno y no contar con una embarcación apropiada para el viaje,
“...movido por su ferborosa obediencia no difirió un punto la execución y poniéndose en la faluca real guardacostas con el Ingeniero en Jefe, su hijo D. Isidro Próspero, despreciando los peligros y riesgo de los corsarios de Berbería, logró la felicidad de passar en treintaiseis horas a la referida plaza, lo que fue tan del agrado de S.M., que se dignó mandar manifestarselo por el Marqués de Castelar”.
Notificó al Marqués de Castelar, por carta de fecha 7 de enero, que había llegado a la plaza de Ceuta y que había reconocido las obras adelantadas de los sitiadores, sin que el fuego de la plaza embarazase sus trabajos. El terreno que ocupaban iba de un mar a otro, empezando en el Barranco del Chafariz, que corría paralelo a la estrada encubierta, a una distancia de veinticinco o treinta toesas desde donde comenzaba a subir en forma de anfiteatro hasta legua y media de la plaza, rematando con el pie de las colinas próximas, de modo que a unas 80 toesas de la estrada empezaba ya a dominarla, ensanchándose siempre como seguía el perfil costero. Este terreno era el mismo que ocupaban los enemigos con su campo y ataques cuando dos años atrás se les echó de él con el ejército del Marqués de Lede, y cuando éste regresó a la Península volvieron a ocuparlo. Antes de que hubiese embarcado con la infantería, hicieron una línea en la parte superior del terreno, a una distancia de unas 300 toesas de la plaza e inmediatamente empezaron a abrir otros ramales, rematándolos con una paralela que iba de mar a mar, que se acercaba a las 100 toesas, según los altos que ocupaba y estaba ya muy avanzada antes de que hubiese acabado de embarcar la caballería. Después de perfeccionada, permanecieron así hasta la noche del 23 al 24 de noviembre de 1722, en que resolvieron continuar los trabajos de aproximación a la plaza, hasta avanzar la zona izquierda de la última paralela, que terminaba en el Mar de Poniente, a una distancia de 50 toesas del ángulo saliente de la Estrada Encubierta de la Contraguardia de Santiago, dejando el barranco por delante, y por su parte derecha se situaron a unas cuarenta toesas del ángulo saliente de la Luneta de San Luís, que era el puesto donde habían adelantado su última paralela, faltando el terreno de delante de la Luneta de San Luís y la Altura de la Rocha, para cerrar el espacio con el Mar de Levante.
Estos ramales o ataques los hacían ahora con distinto arte a como los construían antiguamente, aprendiéndolo quizás de las líneas de defensa que la plaza había dejado enteras o de algunos ingenieros u otros oficiales europeos prácticos en estas operaciones. Antes hacían sus ataques a pedazos, levantando montones de tierras anárquicamente, en forma de media luna, sin fajinas y sin comunicación entre unos y otros. Ahora trabajaban aplicando sus fajinas por delante hasta hallarse a cubierto, y detrás de ellas cavaban y levantaban tierra, adelantando cada noche según el fuego que pudiesen soportar, por cuyo motivo no perdían ya tanta gente y así iban avanzando sus paralelas hacia la plaza, comunicándolas con ramales y sicsaques para evitar las enfiladas, ocupando los terrenos más ventajosos. Como el paraje en que se hallaba la última paralela era en pendiente, todo el terreno bajaba hasta topar con el citado barranco situado delante de la estrada encubierta, y por ello a medida que el enemigo se iba acercando quedaba siempre un ramal dominando a otro, de manera que toda la gente que los guarnecía podía hacer fuego sin estorbarse. Esto les hacía ser únicos dueños de todo el terreno que ocupaban y del intermedio hasta llegar a la estacada de la plaza.
El terreno que ocupaba el frente de la plaza y su consistencia eran, según Verboom, muy malas. Su estrada encubierta estaba colocada a lo largo de dicho terreno, sobre una recia pendiente, lo que hacía que su mayor parte no tuviera explanada, siendo pues imposible que dicho terreno pudiese ser defendido con dicha estrada y las lunetas, y mucho menos con el fuego de las piezas más interiores del frente principal del cuerpo de la plaza, pues aunque contaba con murallas de desmesurada altura no podían descubrir estos enclaves de defensa. Este frente tenía delante un barranco que se extendía sobre sus dos terceras partes, desde enfrente del ángulo saliente del camino cubierto de la Luneta de San Luís hasta el ángulo saliente de la Contraguardia de Santiago, que terminaba por la derecha en el Mar de Poniente. Dicho barranco se encontraba a una distancia de veinticinco o treinta toesas de la estacada, donde formaba un declive considerable e iba casi paralelo a ella, sin poderse descubrir desde el referido camino ni desde las lunetas y aún menos desde el resto de las fortificaciones interiores. El terreno de la otra tercera parte del frente, desde dicho ángulo de la Luneta de San Luís hasta el Mar de Tetuán o de Levante, era bastante llano, aunque con alguna pendiente, hasta una distancia de 100 toesas donde comenzaba a subir sensiblemente hasta la cumbre del Morro de la Viña, dejando a su lado el Barranco del Chorrillo que era muy profundo y espacioso y en el que se podían colocar a cubierto de todo el fuego de la plaza unos 3000 o 4000 hombres.
Cuando los sitiadores comenzaron a trabajar en su última paralela, se les hizo fuego con la artillería de las lunetas y de los baluartes de la plaza, sin poderse servir de las contraguardias ni de las otras obras intermedias; con el resultado de tener que cesarlo por ser la obra de cantería de dichas lunetas todavía tan recientes que, a pocos cañonazos que se dispararon, empezaron a abrirse sus murallas. La Contraguardia de San Francisco Javier que se acababa de concluir no pudo recibir artillería, ni tampoco la de Santiago, en la que aún se estaba trabajando. En el caso del Revellín de San Ignacio, el Ángulo de San Pablo y la Falsabraga con San Pedro y Santa Ana, todas eran obras inferiores ya que no descubrían nada por encima de las obras que tenían delante, de modo que en estos momentos, según Verboom, sólo existía para la defensa de dicho frente los cañones superiores de la Muralla Real, los morteros y pedreros y la fusilería de la estrada encubierta que, aunque hacían frecuente fuego, lograban poquísimo efecto sobre los marroquíes que trabajaban a la zapa, y al propio tiempo los referidos cañones no lograban sus objetivos por lo distantes que estaban de sus trabajos, pudiendo sólo derribar la tierra y fajinas con que éstos se cubrían.
Las lunetas no tenían foso, siendo fácil para los sitiadores correrlas hasta su gola, donde encontrarían las escaleras para subir encima y las puertas para entrar en sus contraminas. No estaban tampoco flanqueadas por faltar los terraplenes de las Contraguardias de San Francisco Javier y de Santiago, y donde faltaba mucho aún por terminar. Habiéndolas querido disponer para poner en ellas artillería y pretendido que descubriesen el barranco, se habían construido más allá del parapeto de la estrada encubierta, con lo que estaban expuestas a serios inconvenientes como que los enemigos podrían batirlas fácilmente con el tiro de cañón. Por otro lado, su elevación impedía que el fuego de las piezas interiores de la plaza pudiese disparar al Campo Exterior y tampoco a la estrada encubierta, con lo que si los marroquíes viniesen a ampararse en estas lunetas con sólo levantar tierra en sus golas podrían disponer de tres piezas que ocupaban casi todo el frente de la plaza. Verboom reiteró en este asunto que su opinión no había cambiado a la de dos años atrás cuando expresó que no se ejecutasen dichas lunetas y, que habiendo discurrido en el mejor remedio para los defectos que presentaban éstas y la estrada encubierta, no halló otro que hacerlas sin foso. Teniendo en cuenta que no quedó bastante terreno entre ellas y la estacada, no se podía practicar sin ensancharlo por su parte exterior, sirviéndose de la tierra de los fosos para hacerle algún tipo de explanada, la cual no existía en toda la porción del frente que empezaba en la Luneta de San Luís hasta el Mar de Poniente. Esta solución la había propuesto el ingeniero un año antes, pero como entonces se ocupaba toda la gente de trabajo en construir las lunetas, así como otras obras esenciales y movimientos de tierras, no había para emprender este trabajo, además de que para ello se debía de haber abierto el parapeto y la estacada del camino cubierto a fin de sacarla más afuera, lo que era impensable realizar por estar iniciados los trabajos y haberse acercado mucho los enemigos. Según Verboom, quedaba mucho por hacer en todo el frente para ponerle en estado regular de defensa, pues...
“...con la construcción de estas Lunetas tan elevadas como lo son se han de levantar todas las demas obras que corresponden interiormente entre ellas y el cuerpo de la plaza, por lo que mientras esto no cambie se necessitará de mucha más gente de la que havia antes de la expedición, que los moros estavan quietos, pareciendoles hallarse en paraje de no poderse adelantar más su lugar que ahora la disposición del terreno que hemos levantado les combidará a abanzar hasta la mesma Estrada Encubierta, lo que no se les podrá embarazar si no es con Minas y repetidas Salidas de gran golpe de gente en que no se dexaría de perder mucha sin la continua inquietud en que estaría constituida la guarnición”.
La guarnición de Ceuta estaba constituida por seis batallones de tropas del Ejército y uno de la plaza. Los primeros llegaban a los 3000 hombres, rebajando 300, entre heridos, enfermos y rancheros, quedaban en 2700 soldados, de los que 600 estaban para las guardias de los puestos de la plaza, obras exteriores e interiores. En los trabajos estaban empleados unos 1400 hombres, casi la mitad de la guarnición. El regimiento local tenía 217 hombres, de los que sólo servía en armas la Compañía de Granaderos, estando ocupados los demás en otras faenas. Tampoco se podía contar con los 380 presidiarios, divididos en cinco brigadas, pues una estaba ocupada en las canteras, otra en los desembarcos y barcazas, y las demás en el servicio de la artillería, minas, llevar agua, llevar piedras para los pedreros, la Maestranza, la fábrica del pan, el Hospital, la fundición de balas, etc; con lo que concluía Verboom que…
“...en la situación en que hoy se halla esta plaza no hay tropas para hazer guardia regular, que es la de tener dos noches buenas, sin lo qual el soldado no lo puede aguantar y se llenan los hospitales de enfermos. Y acercándose los enemigos más, como lo están executando, es preciso repostar todos los puestos con doblada gente, de suerte que no podrá haver el menor descanso ni gente alguna para las obras que tanto importa se adelanten, aún con más travajadores de los que hay actualmente en ellas”.
Teniendo presente todo esto, y acatando las órdenes reales en el sentido de que el gobernador Ribadeo y Verboom especularan sobre los remedios más eficaces para rechazar y alejar a los marroquíes, ambos decidieron que los medios mejores para ello eran las minas y las salidas. Las primeras se hallaban aún muy atrasadas, necesitándose el doble de trabajadores para ampliarlas y ponerlas en buena disposición. En el caso de hacer salidas, convinieron que fuesen de noche y con un destacamento pequeño y piquetes de algunas compañías de granaderos para deshacer sus obras, pero esto se podría realizar pocas veces debido a la cortedad de la guarnición. Verboom afirmó que sin perder un instante se aumentase la dotación en otros 3000 soldados y así contaría la plaza con un total de 6000, que no era demasiado ante la situación de estar sitiada por un frente tan amplio. Solicitaba también que las tropas nuevas viniesen con todos sus oficiales mayores, pues en los seis batallones no había más que un Coronel y dos Tenientes Coroneles, estaba enfermo en cama el Teniente de Rey, Pedro Orduña, se hallaba vacante para dos años la Sargentía Mayor y el veedor estaba ausente, por lo que se veía el gobernador sin la menor asistencia en una plaza que estaba sitiada en todos los sentidos. Por otro lado, se deberían enviar algunos Cabos Generales, como Mariscales de Campo y Brigadieres, inteligentes en defensas de las plazas y proveer el empleo de Sargento Mayor.
A finales de enero de 1723 comunicó Verboom al Marqués de Castelar que se pusieron dos manteletes para empezar el trabajo de la especie de lengua de sierpe que creyó conveniente sacar del ángulo saliente de la estrada encubierta de la Contraguardia de San Francisco Javier, cerrando el Mar de Levante o de Tetuán, con el objetivo de enfilar sus ramales cuando se quisieran acercar más los enemigos sobre el ángulo saliente de la Estacada de San Luís, y practicar una abertura cubierta para las salidas, siendo el paraje más a propósito para ello. Propuso también abrir una galería, que habría de salir algunas toesas afuera, con el fin de hacerles algún fuego para enfilarlos, y en el caso de que no se pudiese practicar por la vecindad de sus ramales y por la pendiente del terreno, siempre serviría para que el minador pudiese establecer algunas fogatas que les estorbaran para evitar su aproximación a la estacada. Mientras tanto, los sitiadores iban adelantando e intercomunicando sus ramales de las alturas de la Rocha, Morro de la Viña, Chafariz y la Pizarra.
Desde primeros de febrero de 1723 los sitiadores se ocuparon en reforzar todas sus líneas y en adelantar poco a poco a la zapa, con multitud de fajinas, las cabezas de sus ataques nuevos. Trabajaron, igualmente, una galería subterránea que no se pudo descubrir, conduciéndola a la Altura de la Rocha, situada a la izquierda de la plaza, que era el terreno de pizarra más amesetado y más dificultoso de ocupar de todo el frente de la estrada encubierta. A este respecto, para poder combatir a la defensiva se necesitaba gozar de ventajas en el terreno ocupado, tratando de establecerse el Ejército en una buena posición estratégica. La influencia del terreno en el combate se manifestaba en el obstáculo que sus formas o accidentes orográficos presentaban al movimiento de las tropas, en el abrigo que pudiesen proporcionar contra el fuego enemigo o en la facilidad que ofreciese para aprovechar toda la eficacia de que fueran capaces las armas de los sitiados. Por esto, los terrenos montuosos, como era el caso de Ceuta, presentaban el inconveniente de las pendientes fuertes, que eran muy difíciles de ver y batir, los barrancos profundos que eran a su vez caminos ocultos para los asaltantes, las alturas dominantes que hacían insostenibles ciertas partes de la posición; siendo también raro que se pudiese ocupar con ventaja un gran número de posiciones. Las cortas salidas buscaban deshacer las líneas recompuestas enemigas, arrancando fajinas y rompiendo sus crestas. En el lado local, los ingenieros trataban de concluir la lengua de sierpe nombrada de la Reina o Santa Isabel en el ángulo saliente de la estrada encubierta enfrente de la Luneta de la Reina.
Verboom ideó sacar otra obra de fortificación a la orilla del mar al lado del ángulo saliente de la estrada encubierta, delante de la Contraguardia de San Francisco Javier, a la que nombrará Luneta de San Jorge, pues desde la posición derecha no se podía descubrir el fondo del Barranco del Chafariz, ni el pie de la explanada. Era un terreno de fina arena que se debía mantener a fuerza de fajinas, hallándose tan dominado y enfilado por la altura enemiga de los Colorados, que los sitiadores no sólo oían los golpes de la maza sino que incluso veían trabajar. Al mismo tiempo, se continuaban todos los demás trabajos de las obras interiores a cargo de tres ingenieros que se hallaban en la plaza y el Ingeniero en Jefe, Isidro Próspero Verboom, con cinco ingenieros ayudantes, a los cuales había hecho venir a la plaza de Ceuta su padre, Jorge Próspero, formando parte de la expedición de 1720 del Marqués de Lede para levantar el sitio.
A mediados de marzo de 1723, los ingenieros de la plaza avanzaban en la obra del Puesto de los Cestones, situado en la posición derecha, a veinticuatro toesas fuera del ángulo saliente de la Estrada Cubierta de la Contraguardia de Santiago, reforzándola con tierra y poniéndole parapetos y banquetas para poder disparar. En dicho puesto cabían hasta dos compañías de granaderos y para mejor asegurarlo se le empezó a colocar una estacada ante un posible golpe de mano, dada la proximidad de los ataques enemigos. En estos días también se continuaba la fábrica de la capital de la Luneta de San Jorge, se ponía en correcto estado su parapeto y se adelantaba su camino cubierto. El 19 de dicho mes quedó concluido el Puesto de los Cestones y la cantería de la Luneta nueva de San Jorge iba muy adelantada, de modo que en poco tiempo podría estar en defensa,
“con lo que les havrá de costar mucho si quieren intentar el volver a levantar la línea que se les ha arrazado encima de la Rocha, y se reconose quanto inquietan estos puestos a los barbaros, pues se hallan desconcertados y sin saver lo que se hazen”.
Entretanto, se iban adelantando las minas ceutíes a buen ritmo, pues había ya una avanzada hasta debajo de su sicsac que salía de la Altura de los Colorados, otra estaba muy cerca ya del Pozo del Chafariz, otra que se había sacado del Puesto de los Cestones y que llegaba hasta la Altura de los Colorados, y otros dos ramales que se habían sacado de la Luneta nueva de San Jorge se dirigían hacia la Altura de la Rocha.
A mediodía, el hachero de la Almina observó que bajaba el bashá o gobernador marroquí a sus ataques, seguido de todos sus alcaides y de unos 3600 soldados. Dio aviso de ello colocando el hacho, que era un haz de leña que colgaba de un cabo en lo más alto del monte de la Almina cuando se producían movimientos tácticos enemigos, sirviendo para que las tropas del frente local de ataque estuviesen en guardia y prevenidas las de los cuarteles, de donde salían sin esperar órdenes todas las compañías de granaderos hasta la Plaza de Armas. Fue una falsa alarma, pues al anochecer se retiraron los enemigos a su campo, haciéndose luego retirar también las tropas de refuerzo de la plaza. Esto no solía ocurrir siempre así, pues el día 22 la comitiva enemiga de 5000 soldados reconoció todas las líneas de derecha a izquierda sin luego retirarse, razón por la que se mandaron quedar las tropas ceutíes de refuerzo, situándolas a cubierto en las bóvedas de la Contraguardia de San Francisco Javier.
A principios de abril, reforzaron los enemigos la línea que dirigían por su derecha a la Altura de la Pizarra, la del Óvalo y parte de la del centro, y empezaron a levantar en porción circular un espaldón en la parte interior de la primera línea de los Colorados, detrás del paso grande o boquerón del sicsac, tirando hacia su segunda línea, creyendo Jorge Próspero Verboom que harían una comunicación de una a otra o para servir de cortadura. A las escaramuzas diarias terrestres se sumaban ataques esporádicos sobre los navíos españoles, como los del día 8 de dicho mes, en que estando fondeadas en la bahía sur treinta y cuatro embarcaciones que habían traído a la plaza todo tipo de bastimentos, se ocuparon los sitiadores durante cuatro horas en disparar sobre ellas con los cuatro cañones de la Batería del Morro de la Viña, con la gran suerte de que sólo tocaron una de ellas por su proa y popa.
Durante días reconoció el hachero que los magrebíes trabajaban en otros asuntos, además de levantar y reforzar sus líneas para ponerlas en mejor defensa, pues en diferentes partes del centro de su campo amontonaban gran cantidad de tierra, sobre una distancia bastante ancha, en la cabeza del Óvalo que estaba en la posición derecha, enfrente del ángulo saliente de la Luneta de la Reina, y también en la línea correspondiente al ángulo saliente de la Plaza de Armas de San Felipe. Por ser la tierra extraída de otro color diferente a la de superficie, pareciendo que se extraía de zonas más profundas, Verboom pensó que en realidad estaban trabajando en algunas galerías subterráneas o minas, pero como estos parajes estaban apartados de los locales, los minadores no podían oír ninguna excavación.
Los ingenieros perfeccionaban la Lengua de Sierpe de San Felipe, que se sacó de nuevo del ángulo saliente de la plaza de armas de la derecha de la Luneta de San Felipe, y el minador había empezado a abrir dentro de ella sus ramales para establecer fogatas frente a los ataques enemigos. Resolvió también el Ingeniero General que se ensanchara y adelantara en ocho toesas más el ángulo saliente de la Estrada Encubierta de la Luneta de San Jorge, dándole la forma de medio baluartillo para ocupar una pequeña altura que corría sobre el escarpe del Mar de Tetuán, con el fin de que el fuego fuese aún más vivo y dominante. Hizo reedificar también la insigne cisterna que antiguamente se había construido en la Península de la Almina, ya que importaba mucho para la manutención de la plaza por la escasez de agua que padecía y más ahora que sufría un insistente sitio, habiendo costado a la Real Hacienda sumas considerables el pasarla desde la Península en las ocasiones en que se necesitó. Mientras se concluía esta obra halló el arbitrio de construir con poco gasto unos estanques o balsas que recogían el agua de los montes del Hacho cuando llovía y si lograban llenarse en inviernos lluviosos se conseguiría agua para un año, tanto para la guarnición como para los vecinos.
Hemos localizado planos y perfiles, fechados a finales de junio y diciembre de 1723, relativos a obras internas y externas de fortificación y proyectos para mejorarlas que fueron dirigidos por el Ingeniero General. En primer lugar planificó la Lengua de Sierpe del Puesto de la Tenaza o de los Cestones, con su caponera cubierta y entendiéndola como obra adelantada a la Contraguardia de Santiago, de lado del Mar de España o de Poniente (Figs. 57 y 58). La Luneta de San Jorge, así nombrada en honor al santo del Ingeniero General, estaba situada sobre el Barranco del Chorrillo, con una altura desde el pie de la muralla hasta el Mar de Tetuán o de Levante de dieciséis toesas, como obra adelantada que enfilara los ataques enemigos y que les impidiera su acercamiento. Contaba con bóveda para poner la gente a cubierto y un almacén para pólvora y granadas (Fig. 59).
Para dar una información más general de las líneas más avanzadas de vanguardia de la plaza, con todas las fortificaciones construidas hasta finales de junio y no como en los anteriores planos, en que nos daba una visión más parcial al referirse a obras concretas, Jorge Próspero Verboom levantó dos planos que incluían el frente adelantado sobre el campo enemigo y la disposición de las minas de Ceuta (Figs. 60 y 61). Consideraba como obras antiguas la Muralla Real, el Baluarte de la Coraza Alta o del Caballero, el del Torreón, la Coraza Baja con su espigón, el Espigón del Albacar, el Baluarte de Santa Ana, el de San Pedro; además de las que ahora se concluían, como la Contraguardia de San Francisco Javier, el Revellín de San Ignacio, el Ángulo de San Pablo, la Contraguardia de Santiago, la estrada cubierta interior, las Lunetas de San Luís, de Santa Isabel o la Reina y de San Felipe, y la estrada cubierta exterior. Lo que se había fabricado en los últimos meses correspondía a la cortadura que aseguraba la posición izquierda, la Luneta de San Jorge con sus bóvedas subterráneas, la estrada cubierta avanzada, las Lenguas de Sierpes de San Luís, de Santa Isabel y San Felipe, y el Puesto de los Cestones. Daba también explicaciones de la campaña, con la situación del Pozo Chafariz, las trincheras de los marroquíes, la paralela que se había arrasado en la salida de la noche del 25 al 26 de febrero de ese año, lavando de amarillo lo que de ella habían vuelto a restablecer y con los ramales y comunicaciones que habían añadido, retirándose hacia atrás a causa de las obras nuevas. Incluyó también otros ataques posteriores a la referida salida, una porción de galería subterránea que habían dejado hundir la noche del 7 al 8 de junio, otra galería que abrieron del 8 al 9, un boquete que abrieron la noche del 18 al 19 y la línea que acabaron de cerrar la noche del 22 al 23.
Jorge Próspero Verboom levantó dos planos que incluían el frente adelantado sobre el campo enemigo y la disposición de las minas de Ceuta (Figs. 60 y 61). Consideraba como obras antiguas la Muralla Real, el Baluarte de la Coraza Alta o del Caballero, el del Torreón, la Coraza Baja con su espigón, el Espigón del Albacar, el Baluarte de Santa Ana, el de San Pedro; además de las que ahora se concluían, como la Contraguardia de San Francisco Javier, el Revellín de San Ignacio, el Ángulo de San Pablo, la Contraguardia de Santiago, la estrada cubierta interior, las Lunetas de San Luís, de Santa Isabel o la Reina y de San Felipe, y la estrada cubierta exterior. Lo que se había fabricado en los últimos meses correspondía a la cortadura que aseguraba la posición izquierda, la Luneta de San Jorge con sus bóvedas subterráneas, la estrada cubierta avanzada, las Lenguas de Sierpes de San Luís, de Santa Isabel y San Felipe, y el Puesto de los Cestones. Daba también explicaciones de la campaña, con la situación del Pozo Chafariz, las trincheras de los marroquíes, la paralela que se había arrasado en la salida de la noche del 25 al 26 de febrero de ese año, lavando de amarillo lo que de ella habían vuelto a restablecer y con los ramales y comunicaciones que habían añadido, retirándose hacia atrás a causa de las obras nuevas. Incluyó también otros ataques posteriores a la referida salida, una porción de galería subterránea que habían dejado hundir la noche del 7 al 8 de junio, otra galería que abrieron del 8 al 9, un boquete que abrieron la noche del 18 al 19 y la línea que acabaron de cerrar la noche del 22 al 23.
El frente principal de la plaza estaba asegurado con minas que albergaban veintidós hornillos, pero ante el recelo de que los sitiadores trazaran una línea por delante del Pozo del Chafariz, el Capitán Comandante de la Compañía de Minadores, Felipe Tortosa, dispuso otra mina el 15 de julio, que situada en su inmediación la voló toda, incluido dicho pozo. Fue muy importante este suceso, ya que en este terreno se habían realizado desde muchos años atrás enconados encuentros con los sitiadores, y por esto es normal que apareciese en el plano anterior, bajo la explicación de “voladura del Pozo del Chafariz”.
Mucho más completo fue otro proyecto de Verboom en el que se detallaban significativas innovaciones en muchos de los enclaves fortificados locales, como las bóvedas arrimadas a la Muralla Real a prueba de bomba que proponía adaptar como cuarteles para la conservación y descanso de las tropas que estaban continuamente en la Plaza de Armas guardando su frente y estaban expuestas a las inclemencias del tiempo y al fuego enemigo, la Maestranza de Armería y Artillería, el proyecto de hacer una plataforma sobre el Espigón del Albacar con idea de ubicarle una batería, la elevación del Baluarte de San Pedro, la fijación baja de la falsabraga u hornaveque, las bóvedas a prueba de bomba de la Contraguardia de San Francisco Javier, el proyecto para ensanchar la gola del Revellín de San Ignacio y construirle bóvedas a prueba de bomba para la Maestranza de Fortificaciones y depósito de herramientas y materiales (Fig. 62). Modificaría la estructura del Ángulo de San Pablo, parte de la estrada cubierta antigua se haría contraguardia sin alzarla más de como estaba en estos momentos, completaría las bóvedas a prueba de bomba de la Contraguardia de Santiago y el caballero que se estaba ejecutando; se debería construir un torreón en la posición derecha del Mar de España saliendo desde la Contraguardia de Santiago con el fin de que flanquease la playa; se debería demoler la Luneta de la Reina y colocar una cortina que uniese con sus flancos a las Lunetas de San Luís y San Felipe y formase un hornaveque. Proponía construir varios revellines, fijaría las bóvedas a prueba de bombas de la Luneta de San Jorge, ejecutaría la porción de estrada cubierta exterior con sus cortaduras, seguiría trabajando en la tenaza doble con su caponera cubierta y proponía colocar un reducto sobre la Altura de los Colorados con sus caponeras cubiertas para la defensa de su foso y comunicación a la estrada cubierta de la plaza, además de otro reducto sobre la Altura de la Rocha para los mismos fines. En el recinto de la ciudad, Verboom siguió utilizando la Catedral como cuartel y el Palacio Antiguo de los Gobernadores como almacén de víveres.
El Marqués de Verboom hizo proyecto en 1723 del Revellín de San Ignacio (Fig. 63), mandándole copia al Capitán e Ingeniero 2ª, Pedro Daubeterre, y firmándolo el Ingeniero Extraordinario, Domingo Arbuniez. En los cuatro planos correspondientes se diseñaron los cambios que precisaba dicho enclave, respetando sus seis troneras y colocándole un cuerpo de guardia, una capilla y bóvedas subterráneas a prueba de bombas para maestranza y almacén de pertrechos. Daubeterre había participado junto a Verboom en 1718 en las obras de la Ciudadela de Barcelona, comprobándose su actuación en Ceuta desde 1723 en que como Capitán e Ingeniero 2ª colaboró con aquél en dicho Revellín de San Ignacio y en otras obras, hasta 1727 en que terminó el sitio ismailita. En cuanto a Arbuniez, también actuó en 1719 en la ciudadela barcelonesa, siendo hecho prisionero al año siguiente en el sitio de Castel-Ciudad. Verboom le propuso en dicho año como Ingeniero Extraordinario, cargo que ya ocupaba cuando trabajó en Ceuta en el Revellín de San Ignacio. En esta plaza trabajó hasta el año 1731.
Verboom modificó sustancialmente el Ángulo de San Pablo (Fig. 64), demoliendo gran parte de su obra ya hecha, sacándole muy poco ángulo y colocándole más extendido y firme, como si se tratase de un nuevo revellín. La puerta principal tenía bóveda para tránsito, rampa y puertas para la comunicación de dos cañones de bóveda antigua y se les daría luz a cada uno por sus ventanas correspondientes. También se disponía la casa del cabo de la plaza de armas, con una sala alcoba y la cocina, las estancias de la Plana Mayor, el cuerpo de guardia del oficial, el cuerpo de guardia de los soldados, la estancia para los soldados artilleros, una estancia pequeña que encerraría dos barriles de pólvora para el gasto diario, un lugar común para los soldados y otro para los oficiales.
El terreno existente a continuación de las bóvedas a prueba de bomba arrimadas a la espalda de la Muralla Real fue elegido por el Ingeniero General para que se cerrara con paredes de tapias y se instalaran allí las Maestranzas de Carpintería y Herrería para la Artillería y la de Cerrajería para la recomposición de las armas de la Infantería (Fig. 65). Aprovecharía la Muralla Real y una pared antigua de mampostería para cercar el espacio y distribuyó una zona cubierta que sirviese para la Maestranza de Artillería, un cuarto donde guardaran los carpinteros sus herramientas, otro espacio cubierto para abrigo de las cureñas y madera de dicha maestranza, una oficina para recomponer el armamento, un puesto con dos fraguas para la cerrajería, una herrería con fraguas antiguas y otras nuevas que se proponían, el puesto del interventor, una entrada con bóveda subterránea por debajo del Baluarte del Torreón que desplazaría a una zona antigua cubierta medio destruida, la puerta de entrada, un pozo, la Puerta Principal a la plaza con su cuerpo de guardia proyectado y una cisterna próxima al terreno que se proyectaba modificar.
La actuación de los profesionales de la ingeniería militar seguía abarcando todos los ámbitos de la ciudad, y el factor de esta especial dedicación ingenieril fue la insistencia del sitio durante estos años. Con la fijación puesta en la toma de la plaza, los sitiadores acentuaron con virulencia los ataques artilleros, debiendo dichos profesionales de la defensa buscar nuevos abrigos, como los ya estudiados anteriormente, practicar demoliciones en los edificios que apenas se podían mantener en pie, e incluso reforzar aquéllos más endebles o expuestos al alcance enemigo. Tal fue el caso del Palacio Episcopal (Fig. 66), que modificó parte de su estructura interna para dichos fines. En esta residencia episcopal se mantuvieron el aposento principal y la escalera principal de acceso al mismo y resto de los aposentos de la segunda estancia. Se modificaba la puerta de acceso al aposento del Obispo y el corredor que comunicaba al resto de las dependencias, así como otra puerta que se debería abrir en éste para que los criados pudiesen entrar sin pasar por la habitación principal. Se cambiarían las paredes de los cuartos que habitaban algunos miembros eclesiásticos, los cuales pasarían para mayor comodidad a los cuartos bajos, y por último se dotaría de mayor espesor a la muralla que serviría de pie derecho de la escalera principal, para que de este modo el edificio estuviese más abrigado y consistente ante los cañonazos enemigos.
Los agentes naturales alteraron también la disposición defensiva de la plaza de Ceuta en este año, como fue el deterioro ocasionado en el pie de la Muralla de la Bahía Norte, lo que obligó a que Pedro Daubeterre planificase dicho frente y calzase los lienzos comprendidos entre el Baluarte de San Juan de Dios con el muelle de la dársena y el Baluarte de Santa María, con el fin de que se remediase el socavón producido por el continuo batidero en pleamar del Mar de España o de Poniente (Fig. 67). Es preciso recordar aquí que Jorge Próspero Verboom hizo recomponer también el muelle de la dársena, pues se estaba hundiendo por la razón arriba apuntada. Igualmente, durante todo el año 1724 continuó dirigiendo obras en Ceuta Pedro Daubeterre, proyectando y dibujando nuevos planos del frente de la Bahía Norte (Figs. 68 y 69) que estaba bastante arruinado y precisaba calzar su pie, y en éstos nos mostraba ya lo que se había adelantado en el calzo del ángulo de la rampa de la Puerta de Santa María. Al mismo tiempo, realizó otros planos y perfiles del Ángulo de San Pablo, con el estado de sus obras a mediados de octubre (Fig. 70).
Verboom permaneció en la plaza de Ceuta hasta el 30 de abril de 1724 y el gobernador, Fernández de Ribadeo quiso continuar la obra de los cuarteles arrimados a la Muralla Real, los cuales habían sido iniciados por el Marqués de Villadarias. Mandó demoler algunas casas que realmente no estorbaban, pues estaban situadas a distancia de las nuevas obras, provocando un daño irreparable a sus humildes dueños que con frecuentes gastos y reparos las habían mantenido. Sobre este particular, el rey Felipe V, aprobó el proyecto para ensanchar el terraplén de la Muralla Real por medio de bóvedas a prueba de bomba que servirían de cuarteles (Figs. 71 y 72) para el alojamiento de cuatro batallones, según previno por carta el Marqués de Castelar el 24 de octubre de este año al gobernador local, dando fe el ingeniero Canelas de que el original estaba en la Dirección de Fortificaciones y con el visto bueno del Ingeniero Voluntario Agustín Ibáñez Garcés. Dicho proyecto cambió la ubicación del cubierto que había propuesto Jorge Próspero Verboom, a espaldas del Baluarte del Torreón para Maestranza de Artillería y Armería, debiéndose ahora demoler e instalarse en cuatro de las bóvedas nuevas con un patio cercado que se les podría añadir. Se mantendrían cuatro bóvedas antiguas que servirían de cuarteles y se añadirían dos espacios cubiertos nuevos para cocinas con sus fogones. El tejado de dichos cubiertos descansaría sobre una muralla que serviría al mismo tiempo de cerca para los cuarteles, y el acceso constaría de puertas accesorias y una puerta principal dotadas de sus correspondientes cuerpos de guardia. Se harían tres nuevas habitaciones, delante de las bóvedas antiguas, para cocinas y fogones, donde se deberían construir los pies derechos y arcos para formar el corredor y subir al segundo piso del acuartelamiento. Por último se levantaría otra habitación contigua a las rampas y cuarteles, que la cerrarían y circunvalarían por su lado opuesto. También, el subteniente e Ingeniero Extraordinario Miguel Sánchez Taramas trabajó en el mismo ensanche (Fig. 73), realizando también la correspondiente planimetría en la que indicaba el arreglo de las bóvedas viejas, el estado que mostraban las nuevas con lo que faltaba por hacer, los estribos o contrafuertes provisionales, el perfil de la Muralla Real a las que estaban arrimadas y la altura en que se encontraban las paredes de diecisiete bóvedas.
Antes de marchar a la Península, el Ingeniero General debió realizar el plano y perfiles de un almacén de pólvora que se establecería en la Plaza de África, próximo a los nuevos cuarteles proyectados junto a la Muralla Real y a la Maestranza de Artillería (Fig. 74). Su capacidad rondaría los 2000 quintales de pólvora, y estaría construido con bóvedas a prueba de bomba, como todos los que se levantaron desde el sitio de Muley Ismail.
Pedro Daubeterre trabajó intensamente durante estos años en la plaza de Ceuta. Buena muestra de ello, además de lo ya realizado en años anteriores, fueron sus proyectos de la Gran Cisterna de la Almina y el del frente adelantado con los ataques enemigos, el estado de todas las obras existentes y el de las proyectadas con fecha 3 de noviembre de 1724. Este Ingeniero 2ª explicaba que en la Contraguardia de San Francisco Javier había que reparar las tres brechas de su contraescarpa que era de pizarra y al propio tiempo perfeccionar su estrada cubierta, parapeto y glacis. Lo proyectado en el Revellín de San Ignacio no se había llevado a cabo aún, mientras que las caras del Ángulo de San Pablo estaban a la altura del cordón, su flanco derecho a un nivel algo inferior y las bóvedas de este flanco que debían servir para depósito de pólvora, granadas y otras municiones de guerra se encontraban ya rematadas; el flanco izquierdo estaba a media altura del cordón y la muralla de la gola de dicha pieza tenía de dos a tres pies de alto. Se continuaba trabajando en este ángulo con todo rigor en su terraplén, hallándose ya su mitad acabado y restando el perfeccionamiento de su foso y el revestimiento de su contraescarpa. Lo proyectado en la Contraguardia de Santiago y su caballero se había cumplido sólo en parte, habiéndose iniciado su excavación y fundación. A las Lunetas de San Luís y de San Felipe les faltaba el revestimiento de sus parapetos. Detalló también una pequeña contraguardia que se había levantado sobre cimentación antigua y a la que faltaba revestir y perfeccionar. El resto de los enclaves poliorcéticos no habían sufrido cambios y en los de los sitiadores enumeró sus trincheras, el Reducto de los Colorados, el del Alcaide, la voladura del Pozo Chafariz y los Reductos del Óvalo, la Pizarra y la Rocha.
El gobernador local recibió aviso en el mes de junio de 1725 de que venía a suplirle Manuel de Orleáns, Conde de Charny, Gentil Hombre de Cámara del Rey y Teniente General de los Ejércitos de Castilla; por lo que mandó fijar su escudo de armas en las nuevas fortificaciones y aceleró la parte precisa en la obra de la gola del Revellín de San Ignacio. El relevo se produjo el 15 de septiembre de ese año y desde el primer momento aplicó el nuevo gobernador su mayor celo en cuidar la Compañía de Caballería de la dotación, así como facilitar la provisión de los empleos vacantes del Regimiento Fijo en los soldados que hubiesen nacido en la plaza. Al poco tiempo hizo romper y perfeccionar los Fosos del Ángulo de San Pablo, Revellín de San Ignacio y de la Contraguardia de Santiago. Revistió los parapetos de los merlones de la Plaza de África, renovó con perfección y levantó el glacis de la estrada cubierta de la posición derecha, prosiguió la obra del Revellín de San Ignacio, reparó con malecones la antigua muralla que asomaba a la Bahía Norte y mejoró el estado de las obras de los Fuertes de San Amaro y Santa Catalina.
La plaza de Ceuta se comunicaba con sus fortificaciones adelantadas del Campo Exterior a través de un puente con dos pequeños ojos, uno de ellos con la correspondiente compuerta levadiza, otro con arco de cantería y el último, grande y también de cantería, que caía sobre el Foso inundado que unía las aguas de las dos bahías. Las pequeñas embarcaciones entraban por una boca del foso y salían por la otra, sin necesidad de dar la vuelta a la Península de la Almina, aunque con el farragoso trabajo de bajar los palos para poder pasar por debajo del arco grande. En este estado estuvo esta vía de comunicación hasta años después de 1694, en que olvidada su gran importancia para la navegación, se fue llenando de pizarra y tierra que se echaba a las playas de su frente y que las tormentas y resacas marinas se encargaban de arrastrar e introducir por sus bocas abundantemente, quedando sólo algo de agua en su mitad y permaneciendo casi cegadas sus entradas. Sin pretender que se atrasaran el resto de las obras, el Conde de Charny dispuso que se limpiara con el fin de ponerlo en el mismo estado en que estaba antes, evacuándole toda la arena que era llevada por acémilas a los barrancos del Revellín de la Almina y por barcazas que la dejaban en las playas, empleando para ello casi un año. Para evitar las demoras de bajar y arbolar los palos de las velas de cualquier embarcación mediana, discurrió el gobernador que sería conveniente cortar el arco grande del puente y lo supliese una compuerta levadiza y de este modo pasarían sin tener que bajar los palos. Este proyecto fue elevado al rey que lo aprobó, pero como no había tenido la aprobación de los ingenieros locales, lo contradijo el Ingeniero 2ª y Comandante en Jefe, Pedro Daubeterre, llegándose a la especial circunstancia de que, a pesar de que la parte principal de la obra estaba levantada, mandó Felipe V deshacerla y que el puente quedase en su estado primitivo.
Con esta actuación se rompía el proceso de colaboración establecido entre los gobernadores locales y los Ingenieros en Jefe de la plaza, en el que imperaban acuerdos colegiados a la hora de planificar proyectos de obras y en el que las decisiones dejaban de ser unilaterales e impositivas. Mucho había cambiado en este sentido el traspaso de poderes a los ingenieros, los cuales en la centuria anterior llegaban la mayoría de las veces a tener voz pero no voto en la toma de decisiones, acumulándose la competencia de las mismas en los Capitanes Generales de la plaza. El reglamento borbónico, que tanto debió a Jorge Próspero Verboom, consiguió, entre otras muchas competencias, una mayor autonomía de los ingenieros, que ya no dependían tanto del capricho de sus superiores y permitía al Ingeniero en Jefe el facilitar directamente los informes y proyectos al rey sobre el estado de fortificaciones, reparaciones y caudales de sus costes.
El Conde de Charny incrementó el potencial de las minas de la plaza a lo largo de todo el año 1726, destacando las voladuras dirigidas por el capitán de la Compañía de Minadores, Felipe Tortosa, en los meses de febrero y abril. El movimiento táctico solía repetirse a menudo, saliendo previamente las Compañías de Granaderos y Carabineros, junto a desterrados provistos de chuzos y fuegos de artificio que ocupaban los reductos enemigos para llamar su atención. Días antes se habían cargado hornillos en el ataque elegido, de modo que cuando las tropas abandonaban el lugar y los enemigos ocupaban su sitio, el hachero avisaba de que se podía dar fuego a la mina y se volaba aquel paraje. El plano correspondiente a la voladura del 22 de febrero fue remitido por el gobernador al Duque de Ripperdá, detallándole que se dio en el Ataque de los Colorados (Fig. 75), a base de hornillos de 2000 libras de pólvora, destrozando un total de 50 toesas, y arruinando un diámetro de 70 a 80 toesas. Los efectos pudieron ser devastadores, pero siendo el terreno de distinta composición la pólvora perdió la mayor parte de su elasticidad. A primeros de abril se produjo otra importante voladura (Fig. 76), de la que volvió dar cuenta Charny al Duque de Ripperdá por carta que iba acompañada del correspondiente plano, y donde le detallaba las circunstancias de que los minadores ceutíes descubrieron que la composición del Ataque o Reducto enemigo de los Colorados, desde su base hasta su medianía, era de arena blanca y de tierra mezclada con arcilla. La tierra con arcilla era resistente, pero la debilidad de la arena permitió que la voladura arrancase su primer ángulo saliente, rebajándolo más de media toesa en profundidad, quince toesas su frente y tres toesas su parte central e imposibilitando así que los enemigos pudiesen restablecerlo rápidamente. Las ruinas ocasionadas se extendieron a más de 50 toesas de longitud, cegando su primera línea y costado paralelo al Mar de España y llegando a sepultar a muchos de los sitiadores, pero los efectos podrían haber sido más contundentes de no haberse encontrado con la mencionada flaqueza de la arena, que estorbó que la línea de suspensión por donde debía correr todo el movimiento elástico de la pólvora fuese uniforme.
A las desconfianzas y desasosiegos producidos por los sitiadores marroquíes se unió, a primeros de 1727, los recelos que pudiesen ocasionar las incursiones inglesas desde Gibraltar, ya que en estos momentos los enfrentamientos bélicos entre España e Inglaterra eran ya una realidad. A las proximidades del Peñón llegaba mucha tropa, armamento y bastimentos, quedando palpable el sentir de que se emprendía un sitio que podría repercutir directamente sobre la plaza de Ceuta. El bloqueo marítimo volvería a recrudecerse bajo la amenaza de que los barcos ingleses pudiesen cortar el tráfico comercial por aguas del Estrecho y lo que era más importante la dificultad de trasladar víveres, tropas y pertrechos a la plaza norteafricana. Por otro lado, con estos dos teatros bélicos tan próximos se temía que Felipe V se viese obligado a dividir el grueso de sus ejércitos para poder atenderlos adecuadamente, con la correspondiente merma humana y material para la plaza de Ceuta.
Más incertidumbre ocasionó, si cabe, el rumor de que el alcaide Alí ben Abdalá había solicitado de su rey el envío desde Mequínez de 10.000 negros al Campo Exterior de Ceuta, así como las observaciones del hachero en el sentido de que en la campiña enemiga nombrada de Almuñecar, a pocas leguas de la plaza, se había establecido un campamento de caballería e infantería que, sin embargo, desapareció a los pocos días sin saber que dirección tomó. Este desmantelamiento se hizo progresivo en los días siguientes y la razón obedecía a que el rey Muley Ismail había fallecido el 22 de febrero, aunque el levantamiento del sitio se hizo realidad desde primeros del siguiente mes de marzo.
Aprovechando esta situación de desconcierto, el Conde de Charny hizo continuas salidas, adentrándose en territorio enemigo y haciendo volar las murallas del campamento del Serrallo. Deshizo la Batería del Morro de la Viña, demolió el Ataque de la Pizarra y de la Rocha e incendió casas, barracas y trincheras. Junto a estas operaciones de saqueo y destrucción, realizó tareas de regular defensa, rebajando en tres varas la dura pizarra de la posición izquierda, que fue evacuada al barranco cercano del Chorrillo con idea de que todo el terreno estuviese llano y descubierto para las entradas, y llegó a rehacer y perfeccionar también el glacis de los caminos cubiertos y de las galerías. Tras treinta y dos largos y penosos años de pertinaz sitio ismailita, en que Ceuta sufrió dificultades de todo tipo, y en el que indudablemente alcanzó un relanzamiento militar como plaza de altísimo valor estratégico, pudo al fin tener un periodo de calma que se correspondió, como en etapas anteriores, con los conflictos planteados por los pretendientes al trono marroquí.
Con todo ello, los ingenieros españoles siguieron actuando vivamente en la plaza de Ceuta, remodelando, reestructurando y restaurando elementos poliorcéticos preexistentes y levantando otros nuevos para mejorar su defensa estática y dinámica. Ya vimos la polémica planteada dos años atrás, en que el gobernador local proyectó un nuevo puente fijo en la Plaza de Armas sin contar con los ingenieros, y cómo la protesta contundente de Pedro Daubeterre hizo que el mismo rey mandase deshacer lo emprendido. Con estos antecedentes, este Ingeniero en Jefe dio el visto bueno a otro proyecto (Fig. 77) ordenado por Charny, realizado el 5 de octubre de 1727 por el Ingeniero Ordinario Joaquín Pérez Conde, que incluía plano, perfil y elevación de la obra. Utilizando el lavado de colorado para indicarlas obras antiguas y el amarillo para las obras nuevas que se estaban levantando, se fabricó un pilar nuevo que se situó a la izquierda del arco mayor y se derribó éste para ubicar en él un puente levadizo nuevo movido por un juego de poleas con el fin de que pudiesen pasar las embarcaciones arboladas. Se trabajó en el revestimiento de dicho puente levadizo a base de gruesos maderos que sirvieran de sustentación del mismo. En el lugar del puente levadizo existente en la antigüedad se construyó un arco nuevo y se dejaba intacto el tramo último levadizo existente en esos momentos. En la actuación profesional del ingeniero Pérez Conde hemos registrado sus trabajos en la Ciudadela de Barcelona en 1719 y 1720, junto a ingenieros tan valiosos como Foucault, Bachelieu, San Martín, De l’Oeil, Panón, Del Mazo, Medrano Fernández, Reynaldo, Leclère y Arbuniez. En 1721 fue nombrado teniente e Ingeniero Extraordinario, alcanzando el grado de teniente e Ingeniero Ordinario en 1727.
Tras la muerte de Muley Ismail, la plaza de Ceuta replanteó su disposición defensiva y dispuso frecuentes salidas a la campaña al objeto de recuperar cuantas piezas de artillería hubiesen quedado enterradas tras la retirada del ejército sitiador. Por otro lado, desde la Península y más concretamente desde el Campo de Gibraltar se hicieron enormes esfuerzos para equiparla con los pertrechos de guerra más necesarios, como los 200 quintales de balas de fusil y 80 tablones de explanada enviados el 17 de febrero de 1728 por medio de dos de sus barcos de dotación.
En este sentido, el Comandante de Artillería e Interventor Provincial de Ceuta, Francisco Luberto, detalló el 20 de octubre el estado en que se encontraban los cañones existentes en los distintos puestos de la ciudad, con lo que podemos entender que la plaza sufrió un sitio tan asfixiante y prolongado que la respuesta contundente dada por los sitiados se tradujo en el desgaste y deterioro de las piezas artilleras de grueso calibre que diariamente eran utilizadas. Fue así que cuatro cañones de bronce del Albacar estaban cavernosos y faltos de muñones y de cascabeles, uno de la Primera Puerta y otro de la Playa del Muelle estaban faltos de muñones y uno de la Playa de San Pedro estaba carcomido. En cuanto a los de hierro, cuatro del Baluarte del Torreón estaban sin cascabel, desfogonados y carcomidos, dos de la Coraza baja estaban carcomidos y desfogonados, cuatro de la Brecha estaban costrosos por dentro, cavernosos, carcomidos y de mala calidad; dos de San Francisco estaban carcomidos y desfogonados, cinco de la Primera Puerta estaban carcomidos y desfogonados, cinco de la Segunda estaban desfogonados, carcomidos y costrosos; seis del Baluarte de San Pedro estaban desfogonados, carcomidos y rajadas sus bocas; seis del Bonete de Santa Ana estaban carcomidos y de mala calidad, dos de la Contraguardia de San Francisco Javier estaban desfogonados y carcomidos, seis del Foso estaban sin cascabel, desbocados, carcomidos y de mala calidad; uno de la dársena del puerto estaba carcomido y desbocado y uno de Fuente Caballos se encontraba sin muñón. En el Castillo de San Amaro había uno desbocado y en el de Santa Catalina cuatro, entre cavernosos y carcomidos. En el Castillo del Desnarigado había tres que estaban carcomidos y de mala calidad, dos desbocados en el Sarchal y dos cavernosos y costrosos en el Cuartel de Minas.
Los esfuerzos por seguir perfeccionando en la plaza las líneas más avanzadas fueron constantes en estos años posteriores a la finalización del sitio, con especial dedicación sobre todo en las posiciones que corrían paralelas a ambas bandas costeras norte y sur. En esta última el ingeniero Llamas trazó plano y perfiles del Fuerte de San Jorge, tal y como se encontraba a primeros de 1729, señalando los momentos de bajamar y pleamar y su altura sobre el nivel del mar, los distintos puestos avanzados que guarnecían los granaderos, el cuarto del capitán de granaderos, los refugios de tablas para subalternos y granaderos, así como el estado ruinoso de parte de su estacada. En plano y perfiles de mediados de julio, proyectó Llamas en dicho fuerte o luneta (Fig. 78) un proyecto con el adelantamiento de su estacada y estrada cubierta, detallando cómo el cuarto para los capitanes granaderos hacía frente al foso y detenía el terraplén de la estrada cubierta. Igualmente situó una muralla nueva, así como otra vía de salida hacia el campo enemigo que estaba bien protegida del tiro enfilado.
Por otro lado, el acceso de entrada desde la Plaza de Armas a la ciudad había sido motivo de estudio por parte de los ingenieros militares y del mismo Conde de Charny en años anteriores, que se habían encargado de solventar el problema del puente levadizo que salvaba el Foso inundado de la Muralla Real. Ahora se planteaba la disposición y vista que debía presentar la Puerta Principal unida a dicho puente , y para ello Jorge Próspero Verboom confeccionó un plano (Fig. 79) con la parte de obra que se debería agregar a la puerta existente durante años. El gobernador local lo remitió por carta al Marqués de Castelar con fecha 15 de julio, y a través de oficio del Marqués de Verboom de fecha 2 de agosto, con las explicaciones pertinentes sobre lo ya existente, que se reducía a un pórtico central de entrada a modo de arco triunfal con media bóveda de cañón, enmarcado con sillares en resalte, junto a lo nuevo proyectado que consistía en un segundo cuerpo superior de sillares isódomos que remarcarían el revestimiento del paramento anterior que era de tierra, y que incluiría los escudos en piedra de España y Portugal, además de la inscripción en piedra de “Muertos sí, vencidos no”. Por último, se coronaría con una cornisa y remate que antes no tenía.
Debemos tener en cuenta que en todos los proyectos de fortificación las puertas fueron elementos fundamentales que los ingenieros militares resolvieron con especial cuidado y detalle. Aglutinaban en su diseño los aspectos estéticos de la época filtrados por el estilo militar, los aspectos urbanísticos como vías con dimensiones apropiadas para un fácil tránsito al tiempo que puestos infranqueables, su conexión con la Plaza de Armas contigua y con el interior de la ciudad mediante un puente levadizo que permitía un aislamiento con el exterior. Sin lugar a dudas, Verboom se guiaba por las normas difundidas en el tratado de Sebastián Fernández de Medrano, en que decía que...
“...muchas puertas causan muchos cuidados y ocupan cantidad de gente para su guardia y es por donde está siempre en peligro de perderse la plaça por surpresa, y assí se harán siempre las menos que fuere possible. Son pocos de opinión de abrirlas en las caras de los Baluartes y en los flancos, razón porque su lugar principal es en medio de la cortina donde están defendidas de los flancos colaterales, dándolas 11 ó 12 pies de ancho y hasta 15 de alto, acabando en bóveda y procurando que vaya bolviendo, y no derecha, para escusar que no quede enfilada la calle de la campaña. Suélense poner en un lado y otro del umbral unas piedras redondas para que los carros no desmoronen los quicios. Su frontispicio será de piedra labrada a la toscana, que es obra fuerte y durable. Las Puertas se harán de roble de dos o tres tablas de grueso, que cada una tenga 2 ó 3 pulgadas y barreteadas de barras de hierro...”
En estos años de relativa tranquilidad en que las hostilidades con los marroquíes se reducían a esporádicas escaramuzas terrestres, y las marítimas a limitados ataques del corso en aguas del Estrecho, las autoridades locales y los ingenieros dedicaron sus mayores esfuerzos en reparar y restaurar lo derribado por los insistentes ataques artilleros enemigos, así como en modificar o levantar otros puestos fortificados adelantados e interiores de la ciudad, con el fin de ganar sus posiciones tácticas en la campaña y perfeccionar los planes generales de defensa. Fruto de dichas intenciones fueron las remodelaciones efectuadas por el Conde de Charny en los niveles inferior y superior del Palacio Viejo de los Gobernadores de la Plaza de África, de las que dio ya cuenta a Castelar a finales de septiembre de 1728. Dos años más tarde, sobre la torre del Palacio mariní, incorporó un reloj y un balcón, nombrándose desde entonces Torre del Reloj hasta 1966 en que se demolió para construir el actual Parador de Turismo de la Muralla.
El relevo del gobernador, Conde de Charny, se produjo el 29 de julio de 1731, ocupando su cargo Alvaro de Navia y Osorio, Marqués de Santa Cruz de Marcenado y Vizconde del Puerto, quien continuó los trabajos de la Plaza de Armas, reedificó algunos puestos en la Península de la Almina y mandó plantar una alameda en el Revellín, reduciendo terrenos comunales con las miras puestas en el empleo de sus maderas para espoletas, boquillas de bombas, granadas y ajustes de artillería. En estos primeros meses de su mandato el Ingeniero Extraordinario, Domingo Arbuniez, trazó tres planos con perfiles del Hospital Real (Fig. 80) ubicado en la Plaza de San Francisco, precedente de la que a finales de siglo será nombrada Plaza de los Reyes. Otro ingeniero, Miguel Sánchez Taramas, lo había proyectado a principios de julio de 1729, pero los estudios más serios partieron de Arbuniez, que lo concibió de forma rectangular y colindante con la Iglesia de San Francisco, la cual había albergado al Convento de los Padres Franciscanos desde principios del siglo XVIII, y para que el descargue de las paredes del hospital no afectase a la estructura de la iglesia, Arbuniez dispuso arcos de mampostería en sus paredes de tierra y se pudiese mantener así intacta la de aquélla.
Miguel Sánchez Taramas remitió a primeros de agosto por medio del Marqués de Santa Cruz una relación de las cinco bóvedas realizadas para el ensanche de la Muralla Real, las cuales habían de servir para cuarteles de infantería. Pormenorizaba en la misma que los entresuelos no se habían hecho hasta que se finalizaron las bóvedas superiores, pudiéndose quitar ya a éstas las cimbras y pies derechos que las mantenían para poderlas perfeccionar por su parte interior. Esperando concluir la obra en breve, manifestó que había gran necesidad de cuarteles en la plaza y que se había arruinado el situado junto a la Catedral por estar construido de tapias de tierra y sin cimientos con el objetivo de que sirviese de espaldón para proteger la Plaza de África de la invasión enemiga. Por precaución se le agregaron las otras paredes de tapia para hacer el cubierto que servía de cuartel y habiéndose de reedificar éste sobre el terreno que pertenecía a la Catedral, parecía más conveniente que se prosiguiese en continuar otras cinco bóvedas más además de las ya emprendidas, pues para levantarlas sólo se necesitaba cal y ladrillo y con las cimbras y pies derechos de las otras se podían hacer a menos coste con las ventajas añadidas de continuar el ensanche de la muralla y reintegrar con esto el cuartel arruinado. Advertía también que los cimientos de doce bóvedas, además de las cinco emprendidas, estaban construidos y fuera del nivel del terreno hasta cinco pies de altura y que para el arranque de las bóvedas restantes sólo faltaban seis pies. Precisaba 280.000 ladrillos de marca mayor para las cinco bóvedas propuestas, cuyas roscas eran de tres pies de espesor y para puertas, ventanas y cordones del parapetillo, por un valor de 11.100 reales de vellón. Precisaba también unos 50.000 ladrillos sencillos para los entresuelos de las mismas que habrían de ser de bóveda sencilla, por un coste de 6650 reales de vellón; 1458 cahíces de cal para levantar las cinco paredes o pilares sobre los que cargaban las bóvedas mencionadas, fachada principal, bóvedas senos con su parapeto que remataba y piso de los entresuelos, por un total de 16.656 reales de vellón y 810 quintales de yeso para las bóvedas sencillas de los entresuelos de las cinco propuestas, por un coste de 2278 reales de vellón.
Taramas especificaba que no mencionaba el importe de la piedra y su conducción, ya que se disponía en estos parajes y era extraída por los desterrados destinados a este trabajo. En cuanto a su conducción, se empleaban barcazas reales y acémilas hasta las mismas obras. No se contrataban operarios por ejecutarse con los de la maestranza y desterrados, pero faltaba un maestro mayor de obras para su buen gobierno. Su evaluación del coste total de las obras alcanzaría los 36.684 reales de vellón.
A primeros de abril de 1732 se produjo la sustitución del gobernador local, ocupando dicho cargo en calidad de interino Antonio Manso Maldonado, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, siéndole confirmado a mediados de octubre del mismo año. Supervisó la situación general de la plaza y en especial de su artillería, siendo asesorado por Juan Pingarrón, Comandante Provincial de dicho ramo, y fruto de ello fue la remisión de una relación remitida a José Patiño, en la que detallaba lo valioso que resultaría para Ceuta el envío en breve de artillería de bronce, pues sólo quedaban treinta y nueve cañones de todos los calibres y se debió valer de artillería de hierro, con el riesgo de reventarlos o de producir accidentes graves al personal correspondiente. Gracias a dicha relación, hemos podido calibrar, además del estado del potencial artillero de la plaza, con cuántos puestos defensivos contaba ésta para hacer frente a los frecuentes enfrentamientos con el enemigo y calcular los medios disponibles en el caso de otro hipotético sitio largo y pertinaz como el ismailita.
De este modo, se especificaba que en la Coraza Baja existían cinco cañones de hierro válidos y que faltaban otros cinco, que en la Coraza Alta los cañones de bronce existentes eran cuatro y que faltaba uno. En el caballero de la izquierda los cañones de bronce existentes eran dos y faltaba uno, en la Muralla Real los cañones de bronce eran trece y faltaban tres, y en el Torreón de la Bandera los cañones de bronce eran ocho y faltaban tres. Encima de la Puerta Principal del recinto de la plaza existían siete piezas inútiles de hierro, siendo necesarios otros ocho. En el guardafoso de la casamata de la derecha había un cañón y faltaba otro, y en el Mirador de la Puerta había una culebrina buena de bronce y faltaban otras tres. En el baluarte que miraba a la Bahía Norte, enfrente del Puesto del Teniente de Rey faltaban tres cañones de bronce, y en el Baluarte de San Juan de Dios habían cuatro cañones inútiles de hierro, faltando otros cuatro. Encima de la Puerta de la Almina faltaban dos cañones de hierro, y en el Baluarte de San Francisco existía una pieza de bronce y dos de hierro, precisando dos de bronce y otras tantas de hierro. En el baluarte que miraba a la Bahía Sur habían dos cañones inútiles de hierro y uno válido, faltando otros cuatro. En el Torreón del Obispo había un cañón inútil de hierro y otro válido, necesitando otros tres. En el Espigón de la Segunda Puerta habían dos cañones de hierro en buenas condiciones, y encima de esta puerta de los seis cañones de hierro, dos estaban deteriorados, faltando otros cuatro.
Por otro lado, la Contraguardia de San Pedro disponía de cuatro cañones de bronce, precisando otros doce. El flanco alto de Santiago contaba con dos cañones de hierro, de los que uno estaba inútil y faltaban dos. La Contraguardia de Santiago tenía doce cañones de hierro, de ellos nueve estaban inservibles y precisaba tres más. El Caballero de Santiago tenía seis cañones de bronce y precisaba otros dos, el Baluarte de San Pablo disponía de cuatro cañones de bronce y faltaban dos, y el Revellín de San Ignacio contaba con seis cañones de hierro. La Contraguardia de San Francisco Javier tenía seis cañones de hierro y el Baluarte de Santa Ana contaba con siete cañones de hierro y faltaban ocho. En el flanco bajo de la derecha de San Felipe los cañones de hierro existentes eran dos y la Media Luna de San Felipe contaba con seis cañones de hierro, faltando dos.
La Media Luna de la Reina tenía seis cañones de hierro, y la de San Luís tenía otros seis y precisaba tres. Los cañones de hierro existentes en el Revellín de San Juan de Dios eran cuatro y faltaban otros tantos. En la Batería de San Pedro faltaban tres cañones de hierro, en la Batería de la Cisterna existían dos cañones de hierro, en la de San Amaro habían tres y faltaban quince; en la de Torremocha existían dos cañones de hierro y faltaban ocho, en la de Santa Catalina habían cuatro y faltaban siete, en la del Desnarigado existían dos y faltaban otros tantos, en la de la Torrecilla habían cuatro cañones de hierro y faltaba uno, en la de la Palmera habían dos, en la del Sarchal existían cuatro cañones de hierro y faltaban otros tantos, en la de Fuente Caballos habían dos, y en la Batería de San José existían cuatro cañones de hierro y faltaban seis.
En resumen, dicha relación pormenorizaba que el número de piezas de artillería de bronce válidas para el servicio en la plaza de Ceuta era de treinta y siete y que se necesitaban 113, las cuales deberían traer sus atacadores, cucharas, cureñas y lanadas correspondientes. No se especificaban las piezas de hierro, ya que la mayoría de ellas estaban inservibles y sólo algunas se utilizaban para cubrir los flancos y baterías de la Península de la Almina. Para levantar explanadas faltaban tablones de tres pulgadas de grueso y un pie de ancho, contando con que el primer tablón fuese de nueve pies, y el último de cada explanada debería ser de dieciocho pies. Siendo de estas medidas, para un total de 100 explanadas se precisarían 1800 tablones y 300 durmientes de a dieciocho pies de largo y seis pulgadas de grueso.
Teniendo en cuenta que existían 45.590 balas de artillería y que cada pieza requería 500 balas, se precisaba un total de 34.533 balas artilleras. También se informaba a la superioridad del número de morteros existentes en la plaza, con distinción de sus calibres, colocación de sus muñones largo y grueso, así como el peso que había marcado en ellos. Los morteros pedreros de bronce de buena calidad alcanzaban la cifra de siete, mientras que los morteros de bronce para bombas eran nueve. Todos ellos podrían ser medianamente aprovechados para el servicio y tres de ellos necesitaban granos, o lo que era lo mismo de piezas que se echaban en el fogón de otro metal más duro cuando se había gastado el mortero y ensanchado con el uso y en la que se volvía a abrir el fogón. El número de morteros de hierro disponibles de buena calidad era de treinta y cuatro, precisándose un total de diez que deberían venir montados convenientemente. Se necesitaban ocho morteros para piedras, 5000 bombas, 4000 granadas de mano, 31.000 espoletas para granadas de mano, 1000 quintales de pólvora, 200 quintales de cuerdamecha, 2000 quintales de balas de fusil y 3000 fusiles que se situarían de reserva.
Los temores de un nuevo sitio sobre Ceuta se fundamentaban en los deseos del Barón de Riperdá, ahora bashá del sultán Muley Abdalá, por conquistar la plaza, sin escatimar esfuerzos materiales y humanos, ya que los vigías en el Campo Exterior y el hachero verificaron que en el campo enemigo fueron entrando desde el mes de septiembre más de 1500 jinetes enemigos, lo que se entendía como nuevos preparativos para estrechar el cerco a dicha ciudad. Por otro lado, un total de 5000 infantes y un número indeterminado de artilleros continuaban adelantando sus posiciones, construyendo nuevos ataques y situando baterías. Los ingenieros militares españoles intensificaron su labor durante estos años, en que volvieron a recrudecerse las avanzadas de los sitiadores haciendo planos que detallaban el estado de este teatro de la guerra como si se tratasen de páginas de un diario bélico. Fue así como el Ingeniero Extraordinario Miguel Sánchez Taramas realizó siete planos durante este año, que secuenciaban gráficamente cada mes el estado del frente principal de la plaza que miraba al Campo del Moro con todas sus fortificaciones, así como el de los ataques marroquíes. La información facilitada apenas modificaba lo que ya se había realizado antes, incluyendo aspectos puntuales en las anotaciones como que en dicho frente se disponía de 135 cañones y que el Foso inundado de la Muralla Real tenía de seis a nueve pies de profundidad. La situación cambiaba en el bando marroquí, ya que había vuelto a recuperar posiciones a costa española, tras la tregua impuesta tras el sitio ismailita. Reforzaron la Talanquera, el Morro de la Viña, el Otero de Nuestra Señora, el Chorrillo y el Barranco del Puente, que era muy largo y profundo y donde podían permanecer escondidos muchos soldados a resguardo de la artillería local.
Ante esta situación, el gobernador llamó a Consejo de Guerra a los principales jefes de la guarnición, incluyendo al Ingeniero en Jefe José Reynaldo, y al Capitán de Minadores Felipe Tortosa, con el objetivo de hacer una salida general nocturna contra el enemigo. Distribuidas las tropas en cinco columnas, se situaron tres de ellas en el centro, una a la derecha y otra a la izquierda del frente ceutí y marcharon en la madrugada del 12 de octubre sobre las dominaciones y trincheras enemigas de la Media Luna del Flamenco, Morro de la Viña, Mirador, Talanquera, Topo, Barranco del Puente, la Dama, casas de las Quintas y el Afrag; derribándoles sus trabajos y clavándoles sus piezas artilleras, contando además con que el importante manantial del Pozo del Chafariz quedaba bajo dominio español y se evitaba que los sitiadores pudiesen hacer acopio de sus aguas. Las tropas españolas desbarataron incluso las habitaciones que habían vuelto a reedificar para el alcaide Alí y otros jefes en la casa del Serrallo, obligando a todos a retirarse a los montes próximos. En dicha salida se produjeron las bajas de 363 soldados españoles heridos y cuarenta y cuatro muertos. Fiel reflejo de la situación anterior fue el plano (Fig. 81) remitido por José Reynaldo al rey a mediados de marzo de 1733, junto a una relación del proyecto del foso que proponía ejecutar en el frente principal de esta plaza, delante de las Lunetas de San Felipe, la Reina y San Luís.
A mediados de agosto, Antonio Manso informó a José Patiño de que Felipe V había visto el plano de Reynaldo con su proyecto para poner la plaza de Ceuta en mejor defensa, y que aprobaba todo cuanto proponía a excepción de la prolongación de la cara de la Luneta de San Jorge, que debería quedar sin modificación y ordenaba que todas las obras estuviesen bajo su dirección, pues él las había proyectado, satisfaciéndose los gastos de las mismas de los caudales destinados a fortificaciones. El rey prevenía al gobernador local que para que estas obras se construyesen en poco tiempo se emplease en ellas no sólo el mayor número de trabajadores posible sino también los soldados de la guarnición; entendiéndose que tanto el número como los jornales consignados a estos trabajadores los debería reglar el ingeniero de acuerdo con el veedor de la plaza.
Si la situación del potencial artillero de la plaza fue foco de primordial atención para la primera autoridad local, el de las fortificaciones no lo fue menos, dada la complejidad para su trazado, construcción y mantenimiento tras los continuos reveses entablados con los enemigos, tanto por tierra como por mar. Por ello no debe extrañarnos que el Brigadier de los Ejércitos Reales e Ingeniero Director desde 1730 de las fortificaciones de Cádiz, Ignacio Sala, visitase la plaza de Ceuta el 17 de agosto de 1734. La reconoció y examinó las obras del Espigón de la Marina Norte, la Contraguardia de Santiago y los fosos abiertos en las Lunetas de San Luís, la Reina y San Felipe. Quedó asombrado cuando se enteró de que se trabajaba en ellas sin tener en esta ciudad el plano original y su proyecto con la aprobación real como era norma establecida, tanto para la seguridad de lo que se ejecutaba como también para que ni el ingeniero ni cualquier otra persona pudiesen variar circunstancia alguna del proyecto sin especial orden real, lo que podría suceder si no estaba presente el plano aprobado. No obstante, el teniente e Ingeniero Ordinario Diego Cardoso le mostró un plano que especificaba la realización de las obras y que era copia del proyecto de Reynaldo.
El ingeniero Sala deseaba expresar en correos sucesivos sus opiniones sobre la solidez de lo construido, así como lo relativo a la defensa de la plaza y para ello llegó a realizar un estudio muy pormenorizado de la plaza de Ceuta a finales de septiembre de 1734. En su hoja de servicios, este destacadísimo leridano aparecía ya en 1686 como Ingeniero Voluntario en la campaña de Cataluña, enfrascado en la Guerra de Sucesión a la corona española. En 1710 acompañó a Jorge Próspero Verboom en las batallas de Zaragoza, Brihuega y Villaviciosa, siendo luego destinado a Lérida. Tras la creación del Real Cuerpo de Ingenieros Militares en 1711, alcanzó el empleo de Ingeniero en 2ª y capitán en Lérida, y asistió al sitio de Barcelona. En 1716 y 1717 tuvo a su cuidado las obras de la Puerta Nueva de la plaza de Barcelona, pasando luego a Cádiz como Ingeniero en Jefe y Teniente Coronel. En 1726 era Ingeniero Director con el grado de Brigadier, trasladándose al sitio de Gibraltar y después a Sevilla. Fue Ingeniero Director de las fortificaciones de Andalucía desde 1728 hasta 1749, siendo comisionado en este periodo para visitar y proyectar las fortificaciones del Campo de Gibraltar, Málaga, Badajoz y Ceuta. Entre 1730 y 1738 se centró en las obras de Cádiz, siguiendo la técnica de la arquitectura abaluartada de la escuela de Vauban, que tan bien aprendió al entrar en contacto directo con Verboom (Calderón Quijano et al., 1958).
En el estudio antes reseñado, Sala afirmaba que el terreno exterior de la Muralla Real hacia el Campo de los Moros se ensanchaba siempre y ascendía, formando primero el Barranco del Chafariz, a la derecha el del Rivero y a la izquierda el del Chorrillo. Según él, esta plaza necesitaba tan sólo como fortificación exterior un hornaveque, mejor dispuesto y flanqueado que el existente entre los Baluartes de San Pedro y Santa Ana, un buen revellín para cubrir la cortina, su foso y camino cubierto. De esta manera, Ceuta hubiera quedado en mejor estado de defensa sin ocupar un frente tan amplio como el actual, y sus fortificaciones hubieran quedado menos dominadas por las alturas que ocupaban en estos momentos hasta las Alturas del Morro de la Viña, Topo y Otero de Nuestra Señora. En esta plaza no se podían cumplir las mismas razones del arte militar como en otras, en el sentido de que las fortificaciones exteriores deberían cubrir a las interiores, ya que la Muralla Real era obra robusta y de gran altura y nunca podría quedar perfectamente cubierta de las obras exteriores y, por otro lado, los marroquíes sitiaban con muy poca artillería, sin batir en brecha, como enseñaba la experiencia tras tantos años en que estuvo sitiada esta plaza.
Del mismo hecho del sitio se probaba que las referidas fortificaciones exteriores habrían sido suficientes para defender Ceuta, pues en tantos años como estuvo sitiada, con tantos esfuerzos como hicieron los fronterizos no pudieron ganar un palmo de terreno, antes bien lo perdieron. Por la intensidad del sitio se fue ganando sobre ellos el terreno exterior que por entonces ocupaban las fortificaciones, construyendo pequeños reductos de tierra, fajina y estacas, los cuales cambiaron de forma en repetidas ocasiones y se fueron revistiendo de mampostería, según las diversas coyunturas durante este periodo,
“...siendo ésta la causa originaria de la mala disposición y construcción de las obras exteriores del Frente dela plaza de Zeuta, para cuyo remedio hubiera sido muy combeniente al servicio del Rey que en una de las intermisiones que dio este sitio se hubiese echo una Junta de los Ingenieros más inteligentes y experimentados para que bien conciderada la disposición del terreno, estado de las Fortificaciones Exteriores, forma dela guerra que hazen los moros, y atendiendo a todas las demás circunstancias necessarias, dispusiesen un Proyecto general, el qual se hubiese observado inviolablemente...”.
Según este ingeniero, el hornaveque compuesto por los Baluartes de San Pedro y Santa Ana se hizo al principio con un ángulo de tenaza tan abierto que sus flancos no podían defender bien las caras de dichos baluartes, especialmente del primero, cuya cara sólo estaba defendida de la mitad del flanco de Santa Ana, y para remediar este defecto se le formó después una falsabraga muy mal construida y con una cortina muy corta y flancos pequeños. Tampoco consideraba conveniente la puerta situada en medio de la cortina del hornaveque, por el gran rodeo que debía dar la tropa para salir desde el recinto ciudad a la Plaza de Armas, puesto que aún contando el flanco del Baluarte de San Pedro con una poterna o surtida que salía de su orejón, no podía servir cuando la tropa salía formada. Para remediar los defectos de este hornaveque proponía adelantar la cara del Baluarte de Santa Ana y prolongar su flanco hasta la falsabraga, quedando dicho baluarte más capaz, y avanzando la cortina del costado izquierdo quedarían los flancos más regulares y defenderían mejor las caras de los referidos recintos abaluartados. Aunque el flanco de San Pedro tenía su poterna, Sala entendía que se debería abrir una puerta en el mismo ángulo flanqueante para la entrada y salida de la tropa sin engorros y para cubrir estas puertas y la poterna del Baluarte de Santa Ana propuso una especie de plazas bajas en los flancos, al mismo nivel del foso, formadas de un parapeto de mampostería, con sus durmientes, su banqueta por la parte interior y sus rastrillos. Este tipo de obras sería suficiente para cubrir y resguardar dichas puertas, pues sus fuegos de fusilería rasantes valdrían para limpiar el foso del hornaveque y defender las caras del Revellín de San Ignacio y, aunque los enemigos llegasen por algún accidente a recorrer dicho foso, no podrían hacer daño a estas plazas bajas al contar su parapeto exterior con seis o siete pies de altura, que era la altura compuesta del parapeto interior y su banqueta.
Contaba la Contraguardia de Santiago con una bóveda paralela al largo de su gola que servía de alojamiento a los desterrados y, según este ingeniero, estaba mal construida, abierta en muchas partes por su clave y se llovía por diferentes sitios. Para asegurarla de la ruina que amenazaba fue preciso dividirla en toda su longitud con unas paredes que se sirvieron de estribos, además de añadirle varios estribos interiores y uno grande en su parte exterior correspondiente al caballero de la mencionada contraguardia. Propuso Sala que, al mismo tiempo que se ejecutaba la nueva cortina del hornaveque, se construyesen en su terraplén trece bóvedas que podrían servir de alojamiento para los penados, ya que si en cualquier momento pudiese parecer conveniente mudar la Contraguardia de Santiago o no servirse de aquella bóveda, los desterrados estarían mejor ubicados en las bóvedas de esta cortina, por ser más interiores y por estar más a mano para asistir a las obras y funciones que se necesitasen tanto fuera como dentro de la ciudad.
El Ángulo de San Pablo y el Revellín de San Ignacio tenían mala planta, pues fueron al principio reductos de tierra que se construyeron en los años más críticos del sitio, y fueron sufriendo con el tiempo numerosos cambios internos y externos, presentando en estos momentos un buen revestimiento de mampostería con diversos cubiertos y bóvedas que servían para alojamientos, almacenes y calabozos. Era preciso mantenerlos sin hacer en ellos mudanza alguna y, por la misma razón, se debía también mantener la Contraguardia de San Francisco Javier, que contaba con buenas murallas y cinco bóvedas con sus entresuelos, en las cuales se alojaban veintiuna compañías de infantería. Para asegurar las golas de estas tres fortificaciones y el foso del hornaveque, en el caso de que los marroquíes irrumpieran o diesen algún golpe de mano y llegasen a penetrar en los primeros fosos, entendía Sala que sería conveniente que se hiciera en ellos tres cortaduras. La primera seguiría la cara de la Contraguardia de San Francisco Javier hasta la del Revellín de San Ignacio, la segunda seguiría la cara izquierda del Ángulo de San Pablo hasta el de San Ignacio y la tercera cortaría el foso del hornaveque desde el extremo de la gola del Ángulo de San Pablo hasta la cara del Baluarte de San Pedro. Todas estarían hechas con un parapeto de mampostería, con sus durmientes, su banqueta interior y su rastrillo.
Las Lunetas de San Luís, la Reina y San Felipe que se construyeron después de la expedición del año 1720 con caponeras embovedadas en las caras de las dos últimas, eran tres obras distintas. La de la Reina y San Felipe tenían poca capacidad y las tres estaban mal situadas, pues aunque Sala comprendía que la razón para su construcción había sido la ocupación y dominio de las alturas donde se colocaron, faltaba la altura de la izquierda sobre el Barranco del Chorrillo, donde pareció conveniente levantar en 1723 la Luneta de San Jorge, la cual era más reducida que las anteriores. Si bien las tres primeras se hicieron sin idea de añadirles fosos, en el presente se les estaba abriendo pero, al fundarlas sobre terreno movedizo sin buscar cimentación sólida, presentaban ahora varias fracturas. A la cara izquierda de la Luneta de San Felipe había sido preciso hacerle un recalzo de dos toesas y media de profundidad bajo sus cimientos, pero a estos recalzos no se les podía dar el grosor y contrafuertes correspondientes a una obra nueva, ya que no era posible tener la luneta en el aire, aunque fuese por partes, y realizar bajo ella la excavación. Además de estas reparaciones, les sería necesario algún asiento, pero como los asientos serían desiguales en razón a la altura de los recalzos y fortaleza del terreno que se encontraba en sus cimientos, Sala opinaba que las tres lunetas no quedarían con la suficiente solidez. Como no se construyeron sus cimientos con la misma inclinación de sus caras sino con retretas, como se acostumbraba, y se les dieron los fuegos de las caponeras para su defensa, era imprescindible que los fosos de las caras de la Luneta de la Reina se defendiesen con otras caponeras que se situarían en sus extremos. Otro defecto encontrado a la Luneta de San Felipe era que estaba situada en un terreno mucho más bajo que el de las otras dos.
Sala concluyó que, en lugar de las cuatro lunetas, se construyese un hornaveque, cuyo frente quedaría casi horizontal desde el ángulo de la Luneta de San Jorge hasta el terreno o plaza de armas del camino cubierto, entre las dos Lunetas de San Luís y la Reina, y el ala de dicho hornaveque tomaría su defensa de la cara izquierda del Ángulo de San Pablo y vendría bajando, según la natural disposición del terreno, para no ser vista ni enfilada de las alturas exteriores, con su cortadura en el Foso de San Pablo para asegurar la gola de esta obra y los Fosos de San Javier y San Ignacio. En la cortina de dicho puesto se podrían construir once bóvedas a la misma altura, sin entresuelos, y en las que se podría alojar las mismas tropas que se alojaban en las bóvedas de la Contraguardia de San Francisco Javier, pudiendo estar acuartelados tres batallones preparados para la defensa de estas fortificaciones en todo momento, y en tiempo de poco movimiento bélico como ahora, los retenes que se creyesen necesarios se podrían mantener en sus cuarteles, consiguiendo así un gran descanso a la tropa, valorándose que no se necesitaría más que una mediana guardia en cada uno de los dos baluartes de dicho hornaveque y las correspondientes en San Pablo y Santiago, con lo que quedarían resguardadas las obras que componen todo el frente exterior de esta plaza.
La mayor parte del camino cubierto de esta plaza tenía dos líneas de estacada, cosa muy defectuosa según el parecer de Sala, especialmente para la guerra contra los marroquíes, ya que la primera sobrepasaba de dos a dos pies y medio la altura del parapeto de dicho camino, encontrándose apartada tan sólo unos dos pies del borde de este parapeto, y la segunda línea de estacada se hallaba al extremo del plano de la banqueta, a cinco pies apartada de la primera y con la misma altura del parapeto, dejando en la estacada interior unas pequeñas aberturas de distancia en distancia por donde entraban uno a uno los soldados, los cuales se colocaban entre las dos estacadas para defender la avenida de la explanada o glacis.
No cabía duda de que si bien esta disposición era la más acertada para este tipo de guerra, ya que el enemigo no podría saltar las dos estacadas, Sala la valoraba como muy defectuosa, pues en el caso de que los sitiadores se arrojasen al camino cubierto, como bárbaramente lo ejecutaban y con tanta gente, los soldados situados entre ambas estacadas se darían por perdidos al estar bajo el poder de sus sables y la dificultad que ofrecía su retirada. Al mismo tiempo, la tropa que se situara en el plano de dicho camino, detrás de la segunda estacada, estaría a un nivel más bajo que los enemigos situados sobre el glacis, con la correspondiente indefensión ya que sus fuegos nunca podrían descubrir el plano del glacis. Las obras se deberían disponer de forma que el soldado, además de estar seguro, debería creer que lo estaba y que el enemigo no le podía atropellar.
Sala entendía que al nuevo camino cubierto del hornaveque proyectado, a todo el camino cubierto de la derecha y al frente de Santiago, que constituían el resto del frente de la plaza, se les diesen hasta seis toesas de anchura, desde la contraescarpa hasta su parapeto. De igual modo, que una vez que se plantase la estacada una toesa separada del parapeto y seis pies y medio de alto sobre el plano de la banqueta, se construyese un pequeño foso de cuatro pies de profundidad bajo el nivel de la banqueta28, entre la estacada y el parapeto de la explanada, con lo que este parapeto alcanzaría más de ocho pies de alto y el resto del camino cubierto quedaría en disposición de regular defensa. Prevenía el ingeniero que si estas estacas se hiciesen de piezas cuadradas, de siete a ocho pulgadas de cara o frente y cortadas por su diagonal, al plantar sus ángulos por la parte interior quedarían colocadas formando troneras, lo que facilitaría mejor el disparar con más facilidad en todas direcciones, ahorrándose muchas estacas y resguardando mejor la cabeza del soldado. Sopesaba Sala que el soldado situado sobre la banqueta, cubierto con la estacada, descubría y defendía la avenida de la explanada o glacis, de la misma manera que si estuviese arrimado a su parapeto. Toda la tropa del camino cubierto podría así hacer fuego continuamente al glacis, sin el embarazo de la segunda estacada, como ocurría ahora, con la seguridad de que nadie desde el borde del glacis podría saltar a dicho camino salvando la estacada. Si los atacantes saltasen al fosito proyectado por Sala, éste no les podría valer como parapeto, pues sería tan pequeño que no les cubriría, ni se podrían mover en tan pequeño espacio. Al tener su plano inferior un ancho de dos pies y medio, cualquier enemigo que saltase a él no podría salir con facilidad, ya que la altura del parapeto quedaba a más de ocho pies. La defensa de dicho foso sería muy fácil, no sólo por el fuego que se le haría entre las estacas, sino también porque se le flanquearía desde los ángulos entrantes y a través de la estacada se le podría incluso arrojar todo tipo de artificios de fuego.
Resultaba para Sala de poca utilidad la segunda estacada exterior que se denominaba Puesto de la Tenaza con su caponera cubierta, enfrente del ángulo flanqueado de la Contraguardia de Santiago, así como su prolongación por la parte costera. Esta obra se anegaba cuando el mar se encrespaba y estaba expuesta siempre a cualquier golpe de mano, y decidido a asegurar este frente derecho del Campo Exterior, opinaba que sobre el nivel o piso del camino cubierto se construyese un reducto, que debería quedar en forma de puercoespín, con su parte exterior de camino cubierto y su foso, dándole una altura de nueve a diez pies, con su entrada principal por la base del foso, con escalera interior, aunque podría tener comunicación al camino cubierto por uno de sus flancos. Con treinta o cuarenta soldados que vigilaran este reducto, y otros tantos hiciesen lo propio en las plazas de armas situadas en el centro e izquierda, delante del Ángulo de San Pablo y del frente del hornaveque, con fosos a su alrededor, traversas a sus costados y centinelas para el resto de los lienzos del camino cubierto, quedarían estas fortificaciones aseguradas.
Todo el trabajo y cuidado de las fortificaciones de Ceuta en cualquier idea o proyecto deberían pasar por la formación del glacis, disponiéndole de modo que desde el mismo camino cubierto se descubriese todo el Barranco del Chafariz y la Altura de la Dama, por cuya razón las tierras que sobrasen en la construcción de este proyecto se deberían extender en el glacis, dándole sus pendientes, de forma que no quedase parte alguna que no se viese y defendiese, tanto del camino cubierto como de sus correspondientes obras interiores. Observadas todas las circunstancias anteriores, veía Sala muy conveniente este proyecto porque el hornaveque era una obra grande y capaz de buena defensa, su frente descubría bien todo el plano de la Altura de la Dama, los fuegos del ala de este hornaveque descubrían y barrían bien toda la zona oriental de la plaza hasta la orilla del mar, quedando cruzados por los fuegos del frente de la Contraguardia de Santiago, por su caballero y por el Ángulo de San Pablo, los cuales descubrían todo el Barranco del Chafariz. El camino cubierto quedaría con menos extensión y más seguro que el ahora existente, y todos estos enclaves poliorcéticos se defenderían con menos tropa que las que necesitaban las obras que al presente tenía el frente de la plaza.
Proponía el ingeniero que las lenguas de sierpe o lunetas eran muy convenientes en el frente de esta plaza, por ser obras avanzadas hacia la campaña en las que sus soldados allí instalados estaban seguros aunque les atacasen virulentamente, ya que sus fuegos eran muy buenos al ser rasantes y porque su comunicación subterránea en forma de mina les permitía una retirada fácil. Siendo conveniente para su mayor resguardo que su entrada fuese por el foso y no por el camino cubierto, se debería practicar ello en la Luneta de San Felipe y en las de San Luís y de la Reina construir a su alrededor fogatas u hornillos, en caso de que los sitiadores se aproximasen a ellas con sus ataques o sus minas. Éstas eran muy bien valoradas por Ignacio Sala, por su utilidad para la defensa de la plaza,
“...pues es constante que estas an tenido siempre a raya a los moros en tan dilatado sitio y que la mina es lo que mas atemoriza a qualquier tropa, por cuya razon se deven concervar y perficionar las que presentemente se hallan en buen estado, construyendolas de mamposteria y boveda de rosca en los paraxes que no es terreno firme y se han de mantener a fuerza de madera; pero siendo utilissimas las fogatas baxo del glacis para impedir que se aproximen a el con los ataques, será combeniente construyr las que se jusgazen necessarias para su defenza, al mismo tiempo que se executare el nuebo camino cubierto de este Proyecto”.
La Contraguardia de Santiago fue colocada indebidamente, siendo adelantada sin necesidad, por lo que si se hubiese construido como refería Sala en su proyecto, estaría mejor defendida por el Ángulo de San Pablo y no hubiese quedado entre dicha contraguardia y el Baluarte de San Pedro una plataforma que en el presente se reducía a poco más que a un montón de tierra. Proponía por ello que, después de construidas las demás fortificaciones del proyecto, en caso de aprobación real, se retirase esta contraguardia a su debido lugar, haciendo enfrente su ángulo flanqueado y un reducto dentro del camino cubierto. A esta mudanza se oponía la construcción en estos momentos del Espigón nombrado después de Nuestra Señora de África, el cual se proyectó, según su criterio, sin la reflexión conveniente por no haber sopesado el cambio de situación de la contraguardia, y porque el frente de dicho espigón y la cabeza de la contraguardia formaban un ángulo muerto sin capacidad de defensa alguna,
“...y si la razón que se tubo para proyectar este Espigón fue la defenza dela playa, se devía tener presente que ésta quedaba casi igualmente defendida por el Espigón del Albacar, que está solamente una cien tuesas mas atrás, recalzandolo y ensanchandolo conforme demuestra la linea de puntos y la bada de amarillo en el plano, para la mejor colocación de la artilleria, lo que hubiera sido mucho más fácil y seguro que la construcción del Espigón nuebo...”.
Si la intención del proyecto fue cerrar la playa de aquel paraje, nombrada de la Sangre, y asegurar su puerta, esto se hubiese logrado con una pared de cantería de una toesa de grueso que entrase en el mar tanto como el propio espigón, dándole solamente unos siete u ocho pies de alto por su parte exterior, una estacada en medio del parapeto y una banqueta por su parte interior como las cortaduras o traversas de los fosos. Se dotaría con fuego de fusilería para su defensa, y se evitaría el ángulo muerto que actualmente presentaba. Igualmente, y para mayor seguridad de ambas bandas costeras, oriental y occidental, sería menester recalzar los dos Espigones del Albacar y de la Coraza Baja, ya que el mar los tenía muy desgastados por su pie, de forma que se podía temer alguna ruina en ellos. En el caso del pequeño Espigón de Santa Ana, situado al extremo de la contraescarpa del Foso inundado de la Muralla Real, en la banda del Mar de Tetuán, se debería alargar un poco más para impedir que el mar introdujese arenas en el referido foso.
Los parapetos propuestos por Ignacio Sala, dado que los sitiadores tenían poca artillería y no batían en brecha, llevarían menos grosor que el que ordinariamente se daba a este tipo de obras, esto era de quince a dieciocho pies, y experimentándose que el rebufo de la artillería descomponía continuamente las troneras y que algunas veces los ladrillos que saltaban de ellas dañaban a los soldados en el camino cubierto; expresaba su opinión de que todos los parapetos de las fortificaciones exteriores fuesen sólo de tres a cuatro pies de grueso y construidos de ladrillo, con el fin de que saliendo la boca del cañón fuera del parapeto no pudiese descomponer los merlones con el rebufo artillero, con lo que se ahorraría la continua recomposición de las cañoneras, dando al propio tiempo mayor ámbito a estas fortificaciones. Por esto, en el caso de que volviesen los enemigos a emprender otro sitio sobre la ciudad, sería fácil engrosar dichos parapetos por su parte interior.
Los tenientes e Ingenieros Ordinarios Diego Cardoso y Miguel Sánchez Taramas tuvieron como ayudantes durante todo este año al Ingeniero Voluntario, Alonso González de Villamar y Quirós y al Ingeniero Extraordinario Luís Díaz Navarro2 9. Al primero no satisfizo el proyecto propuesto por Sala, por lo que remitió dos cartas el 19 de noviembre al entonces Coronel e Ingeniero Director Diego Bordich, en las que, como Director de las obras que se ejecutaban en la plaza de Ceuta, le daba cuenta de que Sala había llegado con la idea fija de que todo lo que existía fuera de la Muralla Real era una obra mal entendida que era menester derribarla, y contentarse con hacer un revellín en medio con dos plazas de armas. Por todo ello, Cardoso le hizo ver el inconveniente en que caería si se abandonaba la altura en la que estaba situada la Luneta de San Luís, ya que en tal caso vería dominada su obra proyectada delante de la Muralla Real. Desde ese momento Sala se inclinó por conservar las dos Lunetas de la Reina y San Luís y demoler la de San Felipe, alegando para ello su mala construcción, pero se le volvió a explicar que en dos semanas se la repararía con un recalzo y con buenos cimientos. Cardoso fue tajante en sus apreciaciones profesionales al decir que no hallaría Ignacio Sala ninguna otra obra que se acomodase mejor, según arte, a los caprichos del terreno donde estaban las lunetas.
Sobre los defectos que apuntó Sala sobre el nuevo espigón, Cardoso aseguró a Bordich que dicha obra estaba adaptada a los mayores preceptos de la fortificación. La misma oblicuidad de ese ángulo pretendidamente muerto de la cabeza del espigón que avanzaba sobre la campaña, podía considerarse como buena defensa, pues contaba con camino cubierto, caponeras y tiros rasantes a pocas toesas de él, desde Santiago y siempre que actuase el cañón de este flanco destruiría a cuantos estuviesen en el camino cubierto de la plaza. Sala había censurado también la poca seguridad de los cimientos de la cabeza de dicho espigón, que se había empezado a fabricar el 9 de julio de este año. Cardoso le argumentaba que la operación que había realizado para comprobarlo había sido muy poco segura y que le extrañaba mucho más de él, tratándose de un hombre con experiencia notoria en obras marítimas. Cualquier persona sabía que el mar en sus orillas iba teniendo cada vez más profundidad, pero para saber lo que las primeras piedras de dicho cimiento entraban dentro de la arena viva no hizo Sala más que nivelar el fondo exterior de la cabeza del espigón y abrir en ella una cala en la obra. Hizo la excavación hasta donde un maestro de obras que trajo consigo dijo que había encontrado el suelo de los sillares grandes. Cardoso le planteó que en este reconocimiento habían dos errores, uno era no haber querido hacer la cala en otros parajes más asequibles, y poder apreciar así el declivio natural del arenal, y el otro consistió en que el citado maestro dijo que había llegado con el brazo a la base de la primera hilada de sillares. Teniendo en cuenta que en este lugar en bajamar la altura del agua llegaba a tres pies justos, ello resultaba imposible y este argumento sería factible si dicho maestro de obras tuviese un brazo de cuatro a cinco pies de largo.
Cardoso indicaba a Bordich que en el proyecto original que llevó Reynaldo a la Corte, y en el plano que él le remitió en días pasados, quedaba reflejado cómo la escollera precisa de piedra de zarpa para asegurar el espigón estaba proyectada como cosa conveniente a cualquier obra de mar. La obra estaba en esos momentos muy sólida, tanto por los buenos fundamentos que tenía dentro de la arena virgen, como por los grandes sillares asentados con hormigón y hechos de cal en seco. Una vez que los ingenieros consiguieron emerger la obra del fondo marino, se comprobó a los tres días que dicho hormigón estaba como el acero y que con picos no se podía deshacer, habiéndose utilizado para dicho asunto 300 cahíces de cal procedentes del Puerto de Santa María. Los sillares restantes estaban asentados, hasta llegar a la altura en que combatía el mar, con mezcla hecha de tres partes de cal y una de polvo de ladrillo del que se fabricaba en Ceuta, el cual contenía gran parte de arena. Sus juntas estaban tapadas o zulacadas con un betún hecho de polvo de cal, estopa picada y aceite que resultaba tan fuerte como la misma piedra y, al mismo tiempo, dichos sillares iban unidos con grapas de hierro hasta la citada altura. Al propio tiempo, Cardoso planteaba a Bordich la necesidad de que el espigón contase con su caballero para descubrir el terreno circundante, así como un almacén y un cuartel, asegurándole que sus costes serían bajos y que se realizarían sobre el cimiento de la cabeza sin que fuese precisa ninguna excavación.
Sala había propuesto, junto con el flanco en la cabeza del espigón, el que se abriera un pequeño foso de cuatro pies de ancho, y otros tantos de profundidad por la parte interior del parapeto del camino cubierto. Cardoso explicó que dicho sistema poliorcético correspondía a Monsieur Dasín que ya lo había inventado en 1731 y que no pudo conseguir licencia por presentar serios inconvenientes y más particularmente en la plaza de Ceuta, que estaba dominada a menos de tiro de fusil casi por todo su frente, en especial desde el Barranco del Puente, que era el paraje oriental más cubierto y desde donde hacían los marroquíes más daño. Informó que se proseguía activamente en la excavación del foso de la derecha e izquierda de las Lunetas de la Reina y de San Luís, perfeccionando muy deprisa el glacis de la derecha de la primera y las tierras de pizarra de la última se iban llevando, parte al espigón para su terraplén y parte se sacaba de la parte izquierda del foso de San Francisco Javier. También, y en muy pocas semanas, se había conseguido cimentar la octava hilada de sillares de la cabeza del espigón, de dos pies y medio de alto, que con los trece y medio que tenía, formaban dieciséis, que eran los dos tercios de su altura por aquella parte. A este nivel se rellenaba el frente que miraba a la plaza (Fig. 82), por ser el que más batían las corrientes, y el que miraba al campo enemigo se iba levantando y trabajando con el mayor esfuerzo, hasta ponerlo igualado.
A mediados de diciembre, Cardoso confeccionó otro plano (Fig. 83), con el seguimiento que estaba realizando en esos momentos de la obra del Espigón de Nuestra Señora de África. Detalló en el mismo su nivel, su flanco, la puerta de salida para la caballería, la piedra de zarpa de la obra antigua y la que se debía poner en el lugar que ocupaban los cajones, sin que ésta se viese siquiera en bajamar. Había quitado ya la mitad de dichos cajones, hasta un total de doce toesas, entregando sus maderas y clavazones en los almacenes y habría retirado todos los del frente enemigo si no le hubiesen sido necesarios para mantener los manteletes. A primeros de junio de 1735 Cardoso, como ingeniero que dirigía las fortificaciones ceutíes, había conseguido terminar los fosos, caminos cubiertos y glacis nuevos de las Lunetas de San Felipe, de la Reina y de San Luís, los cuales se habían iniciado el 17 de marzo del año anterior. Estas obras estaban ya cerradas, provistas de murallas atroneradas y dotadas de sus puertas correspondientes de minas. Por otro lado, calculaba que el Espigón de Nuestra Señora de África podría culminarse en el plazo de tres meses.
Un total de seis proyectos de fortificaciones fueron aprobados por Felipe V a través de José Patiño, con real orden de 15 de agosto, por ser precisos e inexcusables. El primero correspondía a las veintiséis bóvedas proyectadas en la Muralla Real para ensanchar el terraplén, y en el mismo especificaba que hacía años que se concluyeron las cuatro primeras del lado de la Coraza Alta, por lo que el rey aprobó las veintidós restantes el 24 de octubre del año 1734, habiéndose ejecutado ya ocho bóvedas y tres entresuelos. Se habían levantado nueve murallas que debían recibir las bóvedas a prueba de bomba, siendo su construcción primordial para el alojamiento de cuatro batallones, y para ensanchar el terraplén que hasta ahora faltaba. El segundo proyecto comprendía desde la Puerta de la Ribera hasta el Torreón de San Jerónimo (Fig. 84), por encima de Fuente Caballos. Entre la muralla existente entre dicha puerta y el Baluarte de San Francisco los sitiadores habían conseguido abrir tres brechas por medio de sus baterías situadas en el Morro de la Viña, siendo muy conveniente que se cerraran. Los cañonazos habían destruido otras partes, las cuales precisaban sus respectivos parapetos y un lienzo de esta muralla, la cual tenía 92 toesas y tres pies de largo, y seis y cuatro pies de alto, delante de la muralla antigua, debería ser levantado, considerándose que esta muralla de la banda costera meridional podría durar muchos años si se efectuaban cumplidamente dichas reparaciones. Se debería fabricar de mampostería ordinaria otra muralla desde el Baluarte de San Francisco hasta el Torreón de San Jerónimo que sirviese de parapeto, pues en dicho paraje había otra construida de tapial que estaba arruinada y podría producirse, si no se resguardaba este frente, un desembarco enemigo.
Un tercer proyecto trataba de la parte septentrional de la Península de la Almina, desde la Gran Cisterna hasta el pequeño Puerto de la Puerta de la Almina. Este paraje, aunque no se encontraba tan expuesto a desembarcos por estar situado en una ensenada y a resguardo de las Baterías de Torremocha, San Amaro y San Pedro, además de por los puestos de la Puerta de la Almina, Puerta Principal de Plaza de Armas y Espigón de Nuestra Señora de África; convendría que se levantasen lienzos de muralla hasta igualarse con la Altura del Camino Real de la Almina ya que por él marchaba la tropa a ocupar sus puestos, así como para la conducción de la artillería. El hecho de que todos los años el mar socavase su base y derribase algunos trozos durante los temporales, obligaba a su reparación si no se quería perder la comunicación con dicha zona de la plaza.
En un cuarto proyecto se planificó para regular defensa el Paraje del Sarchal, en el que estaban ubicadas minas voladas de las que se sacaba piedra para las obras de fortificación. También contaba con una playa que miraba al sudeste y que estaba expuesta a cualquier invasión por desembarco enemigo, como ya había ocurrido en anteriores ocasiones. Además, en sus orillas existía un puente desde donde se embarcaba la tropa. Diego Cardoso había remitido al Felipe V en días anteriores un pequeño croquis de dicha ensenada (Fig. 85), con el fin de que la información fuese más completa y pudiese éste decidir sobre la forma de proyectar de manera más adecuada su defensa. En dicho documento le detalló que dicho enclave contaba con un cuartel y dos baterías a barbeta, las cuales deberían disponer de tres morteros pedreros cada una, tanto para disparar piedras como para arrojar barriles fulminantes. Los tiros de cañón en este tipo de terrenos eran inútiles...
“...por ser fixantes como que camina de alto para abajo, y esta flaqueza debe ser defendida como una brecha accesible”.
Parte del terreno de la zona se dejaría impracticable debido a su natural declive, pero en el espacio situado entre ambas baterías se debería contar con un parapeto de tapial que resguardase a la tropa, pudiendo ésta maniobrar de manera provisional con sus fusiles y granadas de mano, pues no se trataba de resistir un sitio formal sino de rechazar los golpes de avance enemigos.
El quinto proyecto incluía un plano general que abarcaba desde la Almina hasta la casa del Serrallo. Se debería levantar un parapeto desde el Fuerte del Desnarigado hasta el pie del Sarchal, correspondiéndose con la muralla antigua, la cual podría ser aprovechada añadiéndole unos revestimientos a lienzos en mal estado y levantándole cuatro pies de altura. Contando con canteras próximas, esta zona costera podría quedar bien defendida con poco gasto. Desde el Fuerte de Santa Catalina hasta la Playa del Desnarigado también había una parte de muralla antigua que precisaba del mismo reparo que la anterior. En esta zona de la Península de la Almina algunas partes accesibles desde la costa podrían ser incomunicadas o cegadas con barrenos por dos brigadas de desterrados, de 50 hombres cada una, con cabos que les dirigieran convenientemente. Todos los datos para la defensa quedaban reflejados en el proyecto, sin dejar nada al azar, como las advertencias sugeridas en el plano de que todas las calas situadas en el contorno de dicha península iban con sus pies de profundidad, así como la advertencia expresa de que a 100 toesas de distancia de la orilla podía fondear cualquier navío enemigo. Por otro lado, en los montes de este paraje se recogía mucha leña de jara que abastecía suficientemente los hornos para la fabricación de teja y ladrillo,
“...pues el corte de un año crece ygualmente en el subcesivo, y tiene fuentes y pozos de agua mui buena con las tres Balsas grandes y la gran Cisterna que están de repuesto para el abasto de la plaza”.
En la Almina eran muy necesarios y esenciales dos repuestos de pólvora, que almacenasen de cuarenta a 50 quintales cada uno, pudiéndose fabricar de tapial con algunas partes de piedra y mezcla a distancias convenientes y dotándoles de un techado simple, con el objetivo de que situando allí la pólvora se desocupase la Ermita de San Amaro, la cual no presentaba mucha seguridad en estos momentos. Uno de estos almacenes fue aprobado por real orden de 20 de agosto de 1732, debiéndose ejecutar en el paraje inferior del Monte Hacho, próximo a la cisterna, y el que se proponía ahora debería situarse cercano al Fuerte de Santa Catalina. Convenía que ambos estuviesen separados, ya que si se volara uno se podría contar con el otro. En cuanto a los tres fuertes con que contaba la Almina en estos momentos, Santa Catalina, Desnarigado y Cuartel del Sarchal, se hallaban en estado de hacer una buena defensa, siempre que se ofreciese la ocasión porque eran fuertes por naturaleza.
La reedificación del espigón viejo de la izquierda (Fig. 86), es decir, el de la Coraza Baja o de la Ribera; fue objetivo marcado en el sexto proyecto. Las razones argumentadas eran que parte de aquél tenía una gran brecha y de que durante la bajamar sólo quedaban dos pies de agua en la boca del Foso de la Muralla Real con lo que, a pesar de contar con un suelo firme de pizarra, quedaba cortado el paso de embarcaciones de un mar a otro, y adelantándole hasta la peña que llegó a ser su cabeza en siglos anteriores, actual Peña del Caballa, se lograría también evitar asaltos por sorpresa tan frecuentes como se daban. Entre las obras propuestas nuevas estaban dos lenguas de sierpe, una en la posición occidental y otra en la oriental del Campo de los moros, emplazadas sobre las minas, con fuegos rasantes al horizonte y haciendo defensa y resguardo a todos los fuegos de la plaza,
“...éstas son zentinelas soterráneas que sostienen a los enemigos y dan lugar con sus fuegos a que se ponga la gente en defenssa, no ba explicado su cálculo por ser cossa muy corta su gasto y porque las obras de esta naturaleza se ejecutan por la Compañía de Minadores de la plaza”.
Los requerimientos de Felipe V a sus ingenieros militares seguían siendo una constante. Por tanto no debe extrañarnos que a finales de julio José Patiño, como primer Secretario de Estado, pidiera de nuevo a Ignacio Sala que le informara del estado de las fortificaciones de Ceuta. Por entonces se encontraba éste dirigiendo las de Cádiz y, atendiendo a su demanda, le remitió un plano inserto en un proyecto con consideraciones de enorme valor poliorcético para la plaza. El plan, remitido el 27 de agosto de 1736, determinaba que no se hiciesen tres nuevas lunetas, ya que las construidas descubrían bien todo el terreno, quedando bien vistas y defendidas desde las fortificaciones interiores de la plaza. Sala hizo tal proyecto con el objetivo de reducir el laberinto de aquellas fortificaciones a una forma más regular, procurando disponer una obra grande en lugar de cuatro pequeñas y hacer el camino cubierto mucho más fuerte y reducido que el existente. De este modo no se perdía terreno de importancia táctica y se ganaba mucho por lo adelantadas que estaban las minas hacia el Campo Exterior fuera de la estacada, reduciendo al mismo tiempo el trabajo de la guarnición en hacer guardias y retenes.
Al no habérsele mandado nada más sobre el asunto y recibiendo orden real para volver a su destino en Cádiz, consideró que se querrían mantener dichas Lunetas de la Reina, San Felipe y San Luís, así como el perfeccionamiento de la obra del Espigón nuevo de Nuestra Señora de África. Por esta razón no remitió a la Corte su proyecto, pues a pesar de que ya no se podría derribar lo construido, entendía que más adelante se podría estimar por convenientes algunas de sus obras, como la composición del hornaveque que formaban los Baluartes de San Pedro y Santa Ana, así como pequeños cambios en las lenguas de sierpe, sin afectar nunca a su seguridad.
Había propuesto Sala que se desbaratase el Puesto de la Tenaza con su caponera cubierta, haciendo sobre el plano del camino cubierto un reducto con empalizada que aseguraría la parte oriental de estas fortificaciones, ahorrando con ello el trabajo de un piquete y logrando que la tropa gozase de mayor seguridad. Con lo ya construido, la guardia situada en el camino cubierto de la caponera y cortaduras de la parte de la playa podría ser asaltada por los sitiadores sin la menor dificultad, que destruirían lo que se les antojase y podrían volverse a sus ataques con ninguna pérdida, puesto que los fuegos interiores de la plaza no les ofenderían. Proponía ahora que, tan pronto como se iniciase la obra de la lengua de sierpe, se deshiciese la de la Tenaza y se construyese el reducto, aprovechando para ello las excavaciones que produciría aquella obra.
Tampoco consideró acertada la fortificación de la estrada cubierta avanzada de la parte occidental del Campo Exterior, por considerarla poco segura para su guarnición. Proyectó que su ángulo se cortase, haciendo de este puesto una lengua de sierpe y que la Luneta de San Jorge se redujese a otro reducto como el propuesto en la posición derecha, pudiendo dar a todas estas obras una comunicación subterránea para su mayor protección. Con esta disposición se ahorrarían también las guardias de dicha estrada, quedando más libres las minas de ese frente. Siguió insistiendo en que el Camino Cubierto de la plaza presentaba serios defectos, por estar hecho según el modo antiguo, no contar con la anchura necesaria y no disponer el reducto de la derecha de un foso delantero que garantizase su mayor seguridad, y hallándose estas ventajas por ciertas y convenientes, se podrían después practicar en adelante conforme pareciere oportuno.
El Ingeniero en Jefe, Juan Vergel Reyllo, expresó también su parecer sobre la realidad que mostraba la plaza de Ceuta en estos momentos (Capel et al., 1983), y presentó en este año a Patiño un proyecto que incluía un “Discurso que probaba su utilidad hacia la Real Hacienda, tanto en su erección cuanto en la limitada tropa con que se podría defender la plaza y estar con mayor seguridad que estaba”.
Las deliberaciones en la Corte sobre el modelo poliorcético a seguir en adelante en la plaza de Ceuta fueron muy complejas, dado que como hemos visto se consultó a numerosos ingenieros y sus opiniones fueron siempre contrapuestas. Se construyeron las lenguas de sierpe formuladas por Diego Cardoso, nombrándose del Príncipe la oriental, de la Princesa la occidental y de San Jorge la que correspondía a la luneta del mismo nombre del Barranco del Chorrillo. Sin embargo, se admitió parte del proyecto de Ignacio Sala al construirse un Reducto nombrado de San Antonio, en el Puesto de la Tenaza, en la parte oriental del Frente Principal de la plaza, con su comunicación subterránea a la Lengua de Sierpe del Príncipe.
Ceuta contó con minas como sistema táctico fundamental para su defensa, sin el que habría sucumbido a sus sitiadores ya en el siglo XVII. Desde entonces acá se fueron modificando y ampliando hasta este año en que ingenieros, oficiales de artillería y minadores proyectaron la construcción de una galería magistral, de la que partirían ramales que comunicarían entre sí todas las fortificaciones de superficie. El plano (Fig. 87) iba firmado por Andrés de Llairos, Félix Tortosa, Ambrosio Marín, Jorge Granados, Lorenzo Solís, Amaro Trujillo, Juan de Bussy y José de Manes. Dicha galería, construida a base de bóvedas de rosca de ladrillo, se iniciaría en la contraescarpa del Foso inundado, atravesaría la Plaza de Armas, el Revellín de San Ignacio y a través de la Luneta de la Reina iría zigzagueando de oriente a occidente por debajo del Camino Cubierto, colocando fogatas en el glacis que preventivamente se podrían ir haciendo cuando dicha galería estuviese ejecutada, hasta llegar a infiltrarse en las posiciones enemigas.
Se conservarían tres ramales de contraminas situados en el Baluarte de Santa Ana y Contraguardias de San Francisco Javier y de Santiago, que se comunicarían con la Galería Magistral, consigo mismas y con un complejo laberinto de túneles, con el objetivo de disponer desde ellos hornillos debajo de las fortificaciones de la Plaza de Armas, dejando abandonadas las restantes. Desde estos ramales se llegaba a las posiciones enemigas situadas en los actuales Instituto Siete Colinas, Jardines de la República Argentina en las Puertas del Campo, Estación del Ferrocarril y Avenida de Otero. Por último, se nombraban las minas situadas fuera del Camino Cubierto, en territorio enemigo, que se conservarían provisionalmente con pequeñas reparaciones de poco coste, mientras se perfeccionase la Galería Magistral y después se abandonarían completamente.
Sin lugar a dudas, la aportación teórica proporcionada durante la década de los años treinta por parte de los ingenieros militares españoles llegó a modificar los modelos ensayados de defensa marítimo-terrestre en Ceuta. Fundamental para entender la nueva poliorcética fue el tratado de fortificación o arquitectura militar, fechado en 1733, del Director General de la Real Academia de Matemáticas de Barcelona, y capitán de infantería e Ingeniero 2ª, Mateo Calabro, quien no buscaba una defensa amparada sólo en puestos concretos fortificados, sino que resaltaba ya todas aquellas condiciones recurrentes por las que atravesaba el territorio que se deseaba proteger. Sin perder el norte de los planteamientos de Vauban o Medrano, Calabro pretendió reconvertir todo su cúmulo experiencial y práctico en una técnica, en una ciencia, valiéndose del Real Cuerpo de Ingenieros ya plenamente consolidado y de una formación reglada a través de las Reales Academias. Sus aires ilustrados de modernidad partían de que el objeto de conocimiento debería ser práctico y rigurosamente matemático y geométrico, desplazándose precisamente las aportaciones teóricas. Sus sistemas de fortificación seguían siendo abaluartados y atenazados, adaptando el segundo y tercer modelo del Marqués de Vauban, pero lo nuevo eran sus intenciones, ensayando tipologías expansivas o centrífugas que buscaban ante todo el cambio de las relaciones territoriales. Según Calabro, la fortificación o arquitectura militar era ciencia porque sus principios y toda su formal perfección tenían sus fundamentos en las Matemáticas, y también era arte porque con reglas ciertas y preceptos determinados proponían lo que se debía ejecutar.
En su tratado planteaba hasta doce máximas para la fortificación de una plaza irregular, como por ejemplo era Ceuta, partiendo de su medición, el reconocimiento del terreno circundante, el adelantamiento de las obras desde las murallas antiguas hacia la campaña y el tanteo de tiempo, dinero y gente necesarias para su construcción. En otro sentido, al hablar de la defensa de una plaza llegaba a decir que ...
“...quán rara y difízil es d’adquirir esta tan nezesaria ciencia de defender plazas, la qual no se aprende con perfeczion en las lecziones de la Academia ni lellendo libros, pero el probecho que d’uno y otro se saca son algunos prezeptos generales que se pueden ver en ell arte universal de la guerra, los quales, bien entendidos, se haze dellos la aplicazion que conbiniere en los aczidentes particulares que se suelen ofrezer”.
También destacaba Calabro, entre otras disposiciones, que durante el sitio a cualquier plaza, su gobernador reconociese el lugar que el enemigo hubiese escogido para el ataque y que mandase trabajar con toda diligencia unos hornillos bajo la explanada o glacis, el ángulo entrante de la contraescarpa y plaza de armas; de modo que se les pudiera pegar fuego. Si hubiesen obras exteriores, mandaría que se trabajase en las contraminas, entrando en ellas por debajo del terraplén bajando hacia el foso y se irían continuando alrededor de todo el Frente Principal de la plaza.
Muchos de estos proyectos fueron entendidos por la monarquía, aprobándolos y llevándolos a cabo enteramente, otros fueron modificados y aceptados en parte y otros muchos fueron rechazados por irrealizables. En este último caso, igual que ocurrió en el siglo XVII, pesaba ante todo las pautas marcadas por la Real Hacienda que entendía que aquéllos se pasaban del presupuesto concedido para su realización. El Imperio español había sobredimensionado el capítulo del arte de la guerra y ahora la burocracia exigía un mayor control en aras de que las arcas estatales evitaran el déficit existente. Aún así, la problemática de Ceuta, con su condición de frontera sur de la Península y con teatros bélicos terrestres y marítimos en su propio hinterland, no permitió dicha reducción presupuestaria, sino antes bien su incremento en fortificaciones, dotación humana y pertrechos de guerra; con la salvedad de que para un mejor beneficio de la Real Hacienda y una más eficaz organización de la propia ciudad, Felipe V mandase cumplir reglamentos e instrucciones, como el de 30 de enero de 1737 que fijaba las competencias y obligaciones del veedor, que debería hacer un inventario de todos los materiales de la Maestranza, las del guardalmacén que controlaría los materiales artilleros, las del maestro voluntario de la armería, del maestro voluntario de la cerrajería, del maestro voluntario de la herrería, del maestro mayor de carpintería, del maestro mayor de albañilería y del interventor de la Maestranza como responsable directo de todos sus materiales. Ya no era necesario el Parque de Artillería, que antes se mantenía por separado y que perjudicaba al servicio real por sus fraudes y pérdidas, debiéndosele considerar desde ahora parte integrante de la Maestranza.
En la Maestranza podrían trabajar soldados voluntarios y desterrados, y si cometiesen algún fraude serían arrestados por el interventor, el cual daría luego aviso al veedor para su castigo. Igualmente, aquellos muchachos de la ciudad que quisieran aprender los oficiosde la Maestranza podrían hacerlo, ya que con el tiempo tendrían la oportunidad de cubrir las plazas vacantes, lo que sería menos gravoso para la Real Hacienda. Además, el sobrestante mayor de obras llevaría un control de lo que se pidiese para ellas, tanto de materiales de la Maestranza, como de los almacenes de artillería y al final de mes haría una relación que, visada por el Ingeniero Director, pasaría a manos del rey. Lo mismo debería ejecutar el interventor de obras, que daría relación al sobrestante mayor y remitiría otra a la Corte. Los cabos de brigada tomarían de la Maestranza los útiles precisos para las construcciones con la conformidad del Ingeniero Director. Los interventores de maestranza y obras darían notificación diaria al veedor del trabajo en que estaban empleados los operarios a su cargo y de lo adelantadas que pudiesen estar las obras, avisando también de la asistencia de los desterrados a las obras y sus destinos señalados. Tanto en la Maestranza, como en las obras reales de la plaza, los trabajos no se interrumpirían desde por la mañana hasta el mediodía y desde las dos de la tarde hasta el toque de oración, exceptuando sólo desde primeros de junio hasta finales de septiembre, en que debido al calor se concedería a los obreros una hora más de descanso, permitiéndoles salir a las once o que entrasen a last res. Además de las normas de este reglamento, podrían expedirse otras de carácter complementario, con el objetivo de fijar el régimen de la Maestranza o de resguardar los reales intereses, ya fuese por parte del Comandante General de la plaza, del Ministro de la Real Hacienda, de los ingenieros, del interventor y del guardalmacén. Una copia del mismo quedaría en la Contaduría Principal de la plaza para su perfecta y puntual aplicación.
La aplicación del nuevo Reglamento de las Maestranzas de Ceuta planteó serias dificultades, sobre todo en la delimitación de competencias y en la interferencia de funciones de los distintos cargos intervinientes. Fiel reflejo de esto fue la solicitud realizada el 10 de enero de 1738 por Andrés de Clairac, Comandante y Comisario Provincial de la Artillería local, al Duque de Montemar como Director de la Real Junta de Fortificaciones para que se alterase dicho reglamento, asegurando una mejor cuenta y razón de todos los materiales y géneros que en ella entrasen o saliesen y evitar los extravíos y menoscabos de la Real Hacienda que hasta entonces se habían padecido. Aseguraba Clairac que estas Maestranzas no podían clasificarse como las demás del reino, ya que se habían establecido muchos siglos antes de que existiese el Cuerpo de Artillería, ni había tenido competencia en ellas la inspección de los comandantes, ni sus oficiales para admitir o despedir a los operarios que las servían, pues se trataba de plazas de la dotación ordinaria fijadas desde la conquista de la ciudad y ninguna de las órdenes antiguas hablaban de su dirección, sino tan sólo para que sirviesen indiferentemente a todo lo que aquí se ofreciere de artillería, marina, obras extraordinarias, casas reales y almacenes, e incluso al pueblo. Por esto decía Clairac que sería penoso que en estos momentos de paz y buen orden monárquicos se introdujesen nuevas jurisdicciones en el reglamento que acabarían produciendo litigios, con perjuicio del resto de las obras.
Decía Clairac que por real aprobación de fecha 1 de enero de 1736 se había empezado a poner en práctica este primer reglamento y que, con carta de 11 de febrero del año siguiente, el Duque de Montemar le había pasado impresa la orden real en la que se le prevenía de que por ningún pretexto faltase a su cumplimiento. Cuando se presentaba alguna obra perteneciente al ramo de la artillería, ésta debería ser solicitada por su comandante y él, como comandante-comisario provincial, daba luego la orden para su ejecución, pudiendo además añadir su parecer sobre las medidas y circunstancias que estimase oportunas. Una vez que se concluía la obra, se hacía la entrega con intervención del contralor para el cargo que debía llevar al guardalmacén y data que de ello resultaba al interventor de la Maestranza por los materiales que había empleado.
Clairac entendía que las maestranzas bajo una única dirección lograban controlar mejor el consumo que en ellas se daba, así como el paradero de los materiales empleados, cuya práctica contraria no podría llevar bien la Comisaría General de Cruzada, que afrontaba con sus caudales sus crecidos gastos y, siempre que se solicitaba alguna faena precisa en la plaza, se atendía su adelantamiento con todos los operarios disponibles en la Maestranza, lo que no tendría lugar si llegase a permitirse alguna variación, y sucedería que estuviesen los de artillería sin empleo ni obra precisa, y los demás trabajos careciendo de desempeño por falta de éstos. A este respecto, debemos recordar cómo los caudales de Cruzada se empleaban en la manutención de presidios y galeras, en el socorro de necesitados, en la remuneración de los que se ocupaban de enfermos, en la reconstrucción de lo perdido y sobre todo en la guarnición local, que defendía de marroquíes e ingleses y evitaba la penetración de sectas.
Ante esta problemática, Pedro de Rebollar y de la Concha contestó a Casimiro de Uztariz (por entonces secretario interino del Despacho de la Guerra), haciéndole saber que se trabajaría para la artillería en todo aquello que permitiesen las demás circunstancias, y le respondió duramente, puesto que la condescendencia en lo que solicitaba no sólo era contraria al establecimiento que se observaba en esos momentos en todo el país, sino que suponía un duro gravamen a la Real Hacienda, yendo en detrimento de todas las obras importantes de la plaza de Ceuta, ya que ni unas ni otras se lograrían así adelantar.
Mientras tanto, la actividad poliorcética en estos momentos se centraba en la construcción de un cuartel para dos batallones de infantería fuera del recinto-ciudad, en la península de la Almina y asomando a la Bahía Norte, según el proyecto remitido por el gobernador Antonio Manso, el 7 de marzo de 1738 (Figs. 88 y 89). Ya vimos en años anteriores cómo se habían ubicado otros cuarteles a resguardo de las Murallas Reales, tal y como propugnaba Vauban, sin patio interior ni plaza exterior, pero la nueva propuesta sintonizaba ahora más con las reformas iniciadas por Felipe V en el Ejército español, que creó un cuerpo permanente y eficaz con asentamientos fijos en enclaves estratégicos del territorio nacional, y para lo cual precisó cuarteles que pasaran a formar parte de la ciudad, sin necesidad de construirse cerca o adosados a fortificaciones, con el fin de alojar a las tropas y de contar con amplios locales para el almacenamiento de pertrechos militares y caballerizas.
Este modelo de cuartel exento fue primero incorporado por el ingeniero Bernard Forest de Belidor, en su obra de 1720 titulada “Compendio de arquitectura militar, civil e hidráulica”, mejorando el proyecto vaubiano al concebir cuatro edificios en torno a un patio central, disponiendo las cuadras en la planta baja y las dependencias de los soldados en la planta superior. Aún así, el modelo de cuartel más difundido en España desde 1717 fue el de Jorge Próspero Verboom, como edificio longitudinal exento que debería ser imitado en los de nueva planta de todas las provincias españolas (Sambricio et al., 1991). Para el cuartel de infantería disponía tres cuerpos, dos laterales de mayor elevación para alojamiento de los oficiales, separados con accesos independientes, y uno central en el que situaba las habitaciones de los soldados. Para dos batallones, como en el cuartel proyectado para Ceuta, que contaría con 1040 soldados, sería necesario establecer cuatro alturas o plantas, debido a razones prácticas y estéticas. Se situaría entre las Balsas y la Gran Cisterna, próximo al Camino de San Amaro y con una envidiable posición estratégica, a resguardo de los cañones enemigos y cercano a la dársena portuaria del Mar de Gibraltar para facilitar el embarque y desembarque de tropas y bastimentos, al tiempo que serviría de enclave defensivo de los puestos cercanos y para prevenir algún posible desembarco enemigo. Se precisaría desmontar una gran superficie de terreno, adaptándolo a su declive y protegerlo en su parte posterior de una gruesa muralla que fijara las tierras y aguas de las colinas circundantes, actuando unos desagües de conductos aliviadores de las ramblas otoñales y primaverales.
Estructuralmente, el edificio contaría con un triple acceso frontal con escalinata y uno posterior. Pasando a su interior, se dispondrían en las esquinas delanteras los pabellones de oficiales y en los laterales de la planta baja irían las cuadras, las cuales ocuparían cada una su compañía, sin mezclarse unas con otras, sumando un total de veinticuatro y no dispondrían de ventanas. Cada altura se dividiría en cuatro dormitorios y cada uno de ellos a su vez en dos aposentos diferentes. Los pasillos o corredores se sustituirían por accesos en vertical a través de cajas de escaleras, para el paso desde el nivel inferior hasta el cuarto. Se situarían también espacios comunes o descansillos en las plantas, fogones para cada compañía que servirían de cocinas y un aljibe con sus conductos exteriores, para que una vez se llenase éste, condujesen las aguas sobrantes a la playa cercana. Por entonces se produjo en Ceuta el relevo de su gobernador, Antonio Manso, por Pedro de VargasMaldonado, Marqués de Campo Fuerte, el 9 de septiembre de 1739. Contó para la dirección de las obras de fortificación con el Ingeniero 2ª y Capitán, Lorenzo Solís, que hizo a finales de dicho año una relación del estado general de la plaza y proyectos económicos para ponerla en regular defensa. Empezó definiendo a Ceuta como uno de los presidios más recomendable que tenía el monarca español en toda África, para pasar luego a explicar que su Frente de Tierra estaba aparentemente fortificado y que debería mejorar sus defensas, sobre todo las de la Península de la Almina y alrededores del Monte Hacho, parajes que Solís entendía como más a propósito para desembarcos enemigos. Detalló en esta zona el Baluarte de San Juan de Dios, situado en la Muralla Septentrional y desde el que partía un muelle con dos escolleras, quedando su ensenada tan arruinada y estrecha que impedía el atraque de las pequeñas embarcaciones que transportaban el comestible diario, provisiones, tropas, leña y materiales de gran volumen a la plaza. Por ello convendría hacerlo sólido, consistente y capacitado para el útil servicio.
Contiguo al anterior se encontraba el nuevo Baluarte de San Sebastián, que se fabricaba en estos momentos, y estaba dotado de batería para impedir el atraque e irrupción de embarcaciones medianas enemigas en la ensenada comprendida entre dicho puesto y el Castillo de San Amaro. Junto a la batería proyectada de San Pedro y la que en un futuro se situaría delante de la Casa del Gobernador, podrían contener a navíos de línea lejos de la plaza. Dicha ensenada quedaba rematada con la Batería de Santa Catalina y a partir de aquí la costa se volvía brava, con bordos muy pedregosos y fondos muy embarazosos con peñascales hasta llegar a Punta Almina. Contorneando la península se llegaba a Cala Ballena, con riscos inaccesibles en los que se podrían situar barcas corsarias sin ser vistas, pudiendo hacer ofensas y prisioneros. Antes de llegar al Frente del Desnarigado predominaban ribazos altos, peñascos y precipicios, con la Cala de Juan Gómez. El Castillo del Desnarigado estaba rodeado de terrenos escarpados y en la cala del mismo nombre podían atracar barcos grandes a tiro de pistola de los bordos, así como pequeñas embarcaciones y chalupas en las piedras de la lengua de tierra allí contigua, por lo que se temía una irrupción que pudiese sorprender el paraje.
Desde esta cala hasta el Sarchal todo eran riscos dificultosos y montañas ásperas, con el Puesto del Cardenillo, el cual se hallaba a treinta y cinco toesas de aquélla. A 70 toesas de la Cala del Desnarigado se encontraba la Fuente del Conejo, llegando después a la Guardia o Fortín de la Palmera (Fig. 90). Tras este puesto y su torre continuaba el camino dificultoso, aunque más accesible a desembarcos, pasando luego a la Cala de Fuente Cubierta como guardia destacada del Sarchal y cuyo destacamento protegía la Guardia de la Palmera, ya que allí podían atracar falúas y embarcaciones practicando desembarcos a veinticinco toesas de distancia de un lado a otro, siendo más fáciles de noche por estar ambos parajes colaterales muy indefensos. A unas 70 toesas de Fuente Cubierta había escollos apartados de la lengua de tierra y en su frente el acceso era peor, pero la posibilidad de invasión aumentaba por existir bastante fondo para navíos grandes que encontraban abrigo en tiempo de bonanza y poniente.
A 100 toesas antes de llegar al paraje o batería del Sarchal se encontraba la Fuente de Mulatarráez, con un terreno muy escabroso pero accesible, por lo que se podría utilizar para hacer alguna maniobra táctica en caso de copiosa irrupción enemiga. El Sechal o Sarchal (Fig. 91) era un puesto con un cuerpo de guardia compuesto de catorce hombres, situado en un escarpado de difícil acceso por su lado izquierdo, contando en su lado derecho con un playazo a propósito para atracar y desembarcar tropa que se denominaba Playa Hermosa. Ésta era muy cómoda para golpes de mano marroquíes, debiéndose reparar muy bien por el asilo que ofrecía, tanto por la parte que miraba al mar como por la de tierra. Siguiendo el contorno costero mediterráneo se encontraba el Puesto llamado Canero de Sidi bel Abbés Zentin, debajo del Molino de Viento. A 100 toesas distante del Molino de Viento aparecía el paraje intrincado del Carrizal, en el que provisionalmente se podrían situar algunos cañones para incomodar a las barcas que intentasen atracar en la Playa del Sarchal.
El tramo de costa desde el Carrizal hasta el paraje nombrado del Galeón Alto se mantenía inalterable, a base de bordos escarpados e inaccesibles, alcanzando a otras 100 toesas más el del Galeón Bajo. A tiro de pistola de este último se hallaba la Piedra del Moro y junto a ésta la Piedra de Don Gaspar. La Playa de San Jerónimo se encontraba a continuación, con terrenos poco expuestos a sorpresas, pero con una cala indefensa capaz de contener embarcaciones y apta para pequeñas incursiones. El paraje contiguo era el de Fuente Caballos, muy expuesto a desembarcos y por ello muy peligroso para toda la población residente en la Almina, requiriendo la fábrica de algunas defensas para que lo flanqueasen lateralmente. Inmediato a él estaba el Boquete de la Sardina, portillo abierto que desembocaba en el Foso del Puente y Puerta de la Almina y que se encontraba todo abandonado, necesitando que se amurallase y se le dispusieran algunas defensas en todo el recinto para evitar una fácil sorpresa y general invasión. Seguía la Brecha, en la muralla detrás de la Catedral, que ya había sido reparada y a continuación una playa amplia donde podían atracar falúas armadas y atacar a través de la Puerta de la Ribera, cuyo cuerpo de guardia avanzado estaba expuesto a ser sorprendido y hecho prisionero. Venía luego el espigón de la izquierda, que convendría adelantarlo hasta los islotes como estaba proyectado, amenazando ruina en estos momentos, por lo que importaba mucho su ejecución para defender y cubrir dicha playa y todo el costado de la plaza hasta Fuente Caballos, así como impedir que durante la bajamar pudiesen los fronterizos introducirse a pie en la Ribera y causar estragos en la marinería que allí dormía.
El puesto siguiente era la contraescarpa del Foso inundado de la Muralla Real, en cuyo extremo izquierdo convendría ejecutar un espigón o malecón que evitase que las arenas arrastradas por las olas del Mar de Tetuán lo pudiesen cegar, como sucedía ordinaria y frecuentemente, causando grave daño y perjuicio a una defensa tan importante y ventajosa para la conservación de la plaza como era tener bien corriente y limpio este gran foso. Dando la vuelta a este canal se encontraban dos escaleras bañadas por el agua del mar, una estaba por debajo de la derecha del Puente principal, con un endeble rastrillo que debería repararse haciéndole doble; y otra debajo de la comunicación al primer Espigoncillo del Albacar, que precisaba del mismo reparo por estar en continua amenaza de intromisión por desembarco. Ambos deberían estar perennemente cerrados y sus llaves recogidas. A continuación seguía el recinto de la Ciudad hasta llegar al Baluarte de San Juan de Dios, pero previamente se debería reparar la Torrecilla de las Letrinas, vecina a dicho baluarte, y arreglando sus dos subidas o rampas quedaría flanqueado y bien defendido del lado derecho por el baluarte de la primera Puerta principal, especialmente si se dispusiese un fuerte rastrillo delante de la puerta y salida a la plaza de África con vistas a no verse sorprendida por incursiones navales enemigas. Con pequeñas reparaciones y poniendo la batería de dicho flanco a barbeta y contando con un buen espaldón, quedaría este recinto bien defendido, sucediendo de igual manera en el playazo situado entre el Albacar y el Espigón de Nuestra Señora de África, ejecutando los atrincheramientos y rastrillos necesarios y cubriendo la surtida del rastrillo de San Pedro y la Puerta de la Sangre, por donde se comunicaba a la Puerta principal de dicho espigón.
Solís entendía que para dejar todo esta parte con suficiente y regular defensa era preciso fortificar la gola de la Almina con un sencillo atrincheramiento, que corriese desde un extremo del rampante vecino a las Cisternas de agua situadas frente al Mar de Gibraltar y llegase hasta el otro extremo cortando el Camino Real proyectado, con sus tres rastrillos, uno en cada extremo y otro en el centro, siguiendo la sinuosidad y dirección que en estos momentos tenían los vestigios de muros antiguos que afloraban, ya que situándolos así cubrirían aquella línea defensiva costera mucho mejor de como estaba ahora. Se debería procurar también que se ensanchase el rampante desde la Batería de San Pedro hasta pasadas las Cisternas, ya que era terreno incómodo y de débil defensa, además de añadirle un pequeño muelle que sirviese para desembarcar el ganado del abasto de carnes y provisiones necesarias para la plaza.
También describió dicho ingeniero la Plaza de Armas y Frente Exterior más adelantado hacia las líneas enemigas. Hizo hincapié en la dificultad manifiesta de fortificar un territorio que se iba ensanchando y elevando hacia la campaña y criticó las soluciones aportadas por anteriores ingenieros, detallando numerosos defectos de fabricación y posicionamiento táctico, pero que por no mover ahora obras costosas y embarazosas se podía conservar lo existente, hasta que el tiempo ofreciese mejor oportunidad. Convendría poner a la plaza de Ceuta con tal sistema defensivo que muy poca guarnición la pudiese mantener, y ante la vecindad de ciudades como Tetuán y Tánger, que continuamente mandaban expediciones terrestres y marítimas contra esta plaza, se imponía la actuación de la Junta de Peritos Ingenieros y el dictamen de Fiscales Generales muy experimentados en la guerra de fronteras, como ocurría en plazas sitiadas en Europa en esos momentos. De sus decisiones debería salir una total reforma del sistema poliorcético de la plaza ceutí, y por ello Solís abogaba por el mantenimiento del Frente de Tierra con su Muralla Real y sus baluartes y, que una vez arruinados éstos por el paso del tiempo, se agrandasen más. También sería preciso fabricar un perfecto hornaveque con un buen revellín doble y capaz que cubriese su cortina y al que se le adaptase un foso con compuertas reforzadas para poder llenarlo siempre a voluntad. Tendría igualmente su camino cubierto regular, con sólo una estacada y su fosito intercepto entre ésta y el parapeto del glacis para mantener dominado el espacio de las fortificaciones exteriores, y el terreno que ocupasen las demás obras, aunque existiesen, se debería despejar cuando se arruinasen por algún sitio o fuese volado por minas enemigas o por las propias. Solís no juzgaba conveniente alterarlas por el trasiego excesivo y embarazo tan grande que ello acarrearía, ya que si bien daría ventaja defensiva a la plaza, por otro lado aumentaría el gasto anual.
El hornaveque y el revellín deberían ser figuras irregulares adaptadas tanto a las desigualdades de alturas entre sí, como en la magnitud de las líneas magistrales de sus recintos, atendiendo con cuidadosa desproporción a los padrastros más próximos que dominaban el Frente de Tierra. Como las alturas que más incomodaban eran las situadas a la izquierda, del mismo modo las caras y flancos que las contravalaban deberían ser más largos y altos. Otro tanto se haría en el primer tercio o mitad de las caras de la derecha para evitar las enfiladas enemigas.
Para colocar con acierto las fortificaciones que se hubiesen de levantar mediante esta económica providencia del ingeniero, se debería contar previamente con un plano exacto de la situación de las alturas dominantes a la Plaza de Armas, con expresión de lo que se elevase cada una de ellas sobre el horizonte del terreno en que estaban situadas las fortificaciones existentes, con el fin no sólo de poder determinar en su construcción la longitud y anchura de las murallas magistrales, a medida de sus irregulares alturas y más o menos gravedad de la solidez del terraplén que las habría de sostener, sino también para dejar con segura certeza señalada la conveniente posición de las principales líneas y ángulos de cada figura o pieza de fortificación,
“...cuya bien premeditada idea, aprobada por S.Md. en el Proyecto General, una vez consavida notoriamente su consistencia con prezision, se havía de seguir por Yngenieros sucesores a los Governadores y con esmerado zelo lo avían de procurar. De esta savia conducta se seguiría el tener a esta Plaza con el tiempo en la mas conveniente forma fortalezida y costeada su fabrica con gran economia”.
Cuando lo permitiesen las reales urgencias o hubiese dinero en los fondos destinados a las defensas de la plaza, Solís veía necesario continuar las murallas de la Almina, tanto por la banda marítima norte como por la sur, fundándolas con cimientos de dos pies y medio más bajo que el nivel de las mareas bajas, y no sobre el terreno que seguía la sinuosidad de sus desiguales alturas. De esta forma, sería una obra duradera y propia para la defensa de ataques sorpresivos, pues se situarían de trecho en trecho sus plataformas que irían cubiertas con sus parapetos altos en los tramos en que pudiese ser vista y ofendida por la artillería del Campo del Moro. El resto del recinto murado que mirase al circuito del Monte Hacho iría a barbeta, siguiendo en esta disposición en las radas, calas y subidas cómodas para que los enemigos no pudiesen irrumpir por ellas.
Para Solís, las minas y contraminas de Ceuta eran partes esenciales de su defensa:
“...devo prevenir que esta matteria es digna de toda la Real atenzion y dela del primer Ministro por su gran importancia, no solo para la conservazion deesta plaza en nuestro poder que es la maior, sino para obttener grande hahorro la Real Hazienda en lo suzesivo que no es la menor”.
Sin embargo, Solís argumentaba que después de haberlas examinado, creía que el método con que eran dirigidas era muy desordenado, criticando al capitán de minas por no hacer coincidir los puntos subterráneos con los correspondientes sobre la superficie del terreno señalado para volar, como también entendía inútil que avanzasen tantos ramales dispersos hacia la campaña. Dudaba de la probada experiencia de Tortosa y le exigía que la demostrase a través de experimentos con pequeñas fogatas, ya que estando situados tan próximos los ramales se debilitaría la solidez del terreno y ello no indicaba sino su falta de conocimientos estereométricos, necesarios para averiguar la solidez de los terrenos propuestos para su voladura. Un buen Director de Minas debería primero resolver la conducción de una mina a cualquier punto señalado sobre la campaña, y realizada ésta descubrir su iconografía sobre el terreno. En segundo lugar, volver a la dirección recta deseada cuando los obstáculos obligasen al desvío. En tercer lugar, saber la estereometría necesaria, no sólo para medir las excavaciones que se hiciesen, y computar con exacta justificación las subidas y bajadas cuando los obstáculos impidiesen a uno y otro lado el corte del plano horizontal al nivel que se condujese, sino también para averiguar con certeza el sólido propuesto para hacerlo saltar. En cuarto lugar, debería conocer muy bien la naturaleza de la pólvora y los maravillosos efectos de su elasticidad. En quinto lugar, que supiese conformar la cantidad de pólvora con la calidad de piedra y tierra que se debiera mover. Le sería obligado, en sexto lugar, haber realizado muchos experimentos que le permitiesen dar razón demostrativa de ellos y formar discursos reflexivos que sirviesen para instruir a sus subalternos y sucesores, en beneficio de la conveniencia pública y del real servicio.
Las veces que el ingeniero solicitó explicaciones sobre el modo de realizar y dirigir las minas fueron denegadas por el capitán de las mismas. A pesar de ello, las visitó hasta donde pudo y registró diferentes anchuras y alturas, que a veces le obligaron a ir en cuclillas, llegando a la conclusión de que su Director no podría ver ni entender la verdadera posición de los irregulares ángulos y líneas de sus confusos derrumbadores, a menos de contar con un itinerario que detallara muy bien los tramos, siendo por esto ineficaz tanto terreno contraminado. Para Solís una buena solución sería construir hornillos debajo de cada fortificación o en algunos parajes del Camino Cubierto y glacis, bien revestidos con rosca de ladrillo, sin necesidad de extenderse hacia la campaña. De este modo, se tendría una regular defensa y no la tan expuesta, aventurada y confusa disposición presente de las contraminas, que causaban grandes pérdidas económicas. También se evitarían las inundaciones que en las obras destacadas provocaban las aguas de las vertientes vecinas, pues al llover copiosamente se introducían todas en el replano hondo y bajo situado en el frente de la derecha, desde el ángulo saliente del camino cubierto de la Luneta de San Felipe hasta los salientes del camino cubierto del Reducto de San Antonio, donde a veces cargaban extraordinariamente. Incluso a veces pasaron a minas y comunicaciones diferentes de las que servían para su desagüe, causando grandes daños, como los provocados a finales de 1736 y principios de 1737, en los que pudieron haberse ahogado todos los granaderos que estaban apostados en la galera de la derecha contigua a dicho Reducto de San Antonio.
Para evitar estos males, la solución dada por Solís era cegar las minas avanzadas, haciendo un zanjón o mina real subterránea dispuesta de forma conveniente que enlazase las playas de ambos mares ...
“...y evitte al bárbaro el podernos sorprehender por nuestras conttraminas, y quedemos dueños de bolarle siempre quelo queramos”.
En este punto, dudaba de la eficacia de las mismas y planteó que una mina dejaría de cumplir su esperado objetivo cuando se produjesen accidentes y fallos al colocar un oficial de minadores el hornillo excéntrico del grueso del muro que se intentaba volar, al estar bien colocado el hornillo sin tener pozo próximo alrededor, pero por haber sido mal fabricada, apuntalada o atacada su boca se perdía por ello la potencia de su pólvora. También podía saltar una mina al haber puesto anticipadamente la pólvora en el hornillo y por esto se humedecía, disipándose su fuerza o quedando incombustible al dispararla. A veces ocurría lo mismo al haberse interrumpido la salchicha por donde se le daba fuego, debiéndose haber cerrado previamente la boca del hornillo, y en otros casos era la mala colocación de la pólvora, pues cada práctico-minador tenía su propio estilo, y ...
“esta materia requería una digrezion larga para demostrar phisico mathematicamente el modo mas efectivo y probechoso para asegurar el azierto, el qual es ya practicado de los modernos y contraido por un Auttor nombrado el perfectto Yngeniero franzés, consequente auna demostrazión que prueba bastante quelas polvoras integramente se encienden y hazen el efectto tottal respecto al que deve hazer cada livra parzial dellas separadamente quemadas, lo que aproximando ala verdad observada con diversos experimentos bastó para que los prácticos y especulativos le aian tenido por el mejor methodo hasta de aqui practicado: el qual se haze poniendo toda la polvora en su montón, con las precauziones que la perserven delas contingencias dichas”.
Las contraminas existentes tenían cinco pies de alto por cuatro de ancho, otras eran más reducidas, y las restantes tenían menos capacidad por lo que resultaban poco valiosas. En otro tiempo, los oficiales reformados las patrullaban, pero en el presente no se hacía por su incomodidad. Solís aseveraba que revistiéndolas de mampostería y rosca de ladrillo se podrían concluir en pocos años y se evitaría los cuantiosos gastos anuales para la Real Hacienda, además de que evitarían las intrusiones enemigas si se reforzaban los endebles rastrillos y puertas colocadas en los bordes que daban al Foso seco. Esta obra y las mejoras de otras, como el trazado del zanjón o Mina Real que iría por delante del Camino Cubierto, se podrían ir ejecutando con los mismos fondos que se consumían en la manutención de las contraminas actuales, junto con lo que se gastaba en tablones y aceite. Ello sería suficiente importe para, en pocos años, poner el Frente de Tierra casi impenetrable para los marroquíes, dejándolo además libre de las máquinas subterráneas que ellos y cualquier tropa de Europa le intentasen aplicar, con lo cual se ahorraría anualmente un total de 19.272 reales de vellón, computándose también el gasto mensual de 2256 reales de vellón producido por la Compañía local de Minadores. Todo ello sumaba 46.340 reales de vellón, por lo que en un quinquenio habría caudal suficiente para finalizar la Mina Real y en los dos años siguientes se concluiría el otro zanjón de reserva que cortaba por mitad de la Plaza de Armas, desde el ángulo flanqueado de San Javier hasta la Contraguardia de Santiago. Éste sería de gran utilidad para, llegado el caso, recuperar con brevedad todo el terreno y fortificaciones exteriores que los enemigos hubiesen arrebatado, a cuyo fin se procuraría tenerlas bien circundadas con el zanjón y cerrados preventivamente con cortaduras y rastrillos los Baluartes de San Pedro, de Santa Ana y cortina intermedia; con idea de que los ataques opuestos fuesen regulares y se pudiera aprovechar el tiempo sobrado para contraminarlos y hacerlos volar para que abandonaran la Plaza de Armas.
Para Solís otro remedio para perfeccionar la plaza de Ceuta sería la correcta conclusión de las bóvedas para cuarteles de la Muralla Real, ya que a pesar de su gran coste no quedarían bien dispuestas en esos momentos para un cómodo servicio y, teniendo en cuenta que no había ahora necesidad perentoria de ellas para el alojamiento de las tropas, cuando se quisieran continuar se las debería hacer más saludables y viables para su habitabilidad. En cuanto al arsenal o maestranza que se debería construir contiguo a dichos cuarteles, se destinaría el espacio que al presente tenía y quedaría también con sus zaguanes y oficinas, como se requería para sus manufacturas.
El camino propuesto desde Fuente Caballos hasta unas cuarenta toesas pasado el Sarchal sería una obra indispensable para la defensa de la Almina, debiéndose continuar dando la vuelta a todo el contorno peninsular hasta llegar al Fuerte de Santa Catalina y de San Amaro, construyendo en lugar de las barracas de madera propuestas unas torrecitas de piedra, barro y mezcla de cal, que servirían de atalayas de alerta y estarían dotadas de un cabo y tres soldados. Igualmente, la Segunda Puerta vecina al Puente principal que comunicaba a la Plaza de Armas, por ser una zona de frecuente tránsito para la tropa y el pueblo, convendría que estuviese dotada de un atrincheramiento o cortadura con su rastrillo para que la sujetase y defendiese convenientemente. Se debería incluir, por otro lado, la construcción de la Batería de San Pedro en la Almina en los lienzos de la muralla nueva a ella adyacentes, con el fin de dejar este puesto desembarazado y cómodo. Esta obra estaba aprobada, pero no existía plano rubricado de la Corte que se hubiese solicitado a su tiempo. Esto mismo ocurría con el plano del espigón de la izquierda, que debería ejecutarse junto con el anterior cuando se incorporase a los fondos destinados para las fortificaciones de Ceuta, puesto que se trataba de una obra de útil defensa para la playa sur y la muralla de dicha banda. El pequeño espigón o malecón sólido circular en su extremo que se debía sacar y continuar en la contraescarpa del gran Foso de agua de la Muralla Real, junto al Bonete de Santa Ana, con idea de que no se cegase, debería pasar por consulta a la Corte para ver si se le incluía en las obras y reparos inmediatos.
Lo que se precisaba con urgencia era un puente durmiente en la Puerta de la Almina, igual y casi paralelo al existente, con su puente levadizo y restablecer el otro que estaba incapacitado para su uso. Sería muy provechosa su construcción con el fin de que se saliese por una puerta y se entrase por la otra, pues del modo en que estaba en estos momentos creaba confusión y embarazo para el tráfico comercial que se aglutinaba en este único y común paso. Se precisaría también que ambas puertas estuviesen cubiertas con una pequeña y atrincherada plaza de armas, con su empalizada y atrincheramiento que defendiesen los dos rastrillos de salida y entrada y, sobre la muralla de este frente que miraba a la Almina, se abriesen algunas troneras que rasasen y enfilasen bien todas las avenidas de un lado y otro de este paraje.
Era imperiosa la inclusión en este capítulo de reparos y obras de la plaza la recomposición total de la Muralla Real que miraba al norte, desde el Baluarte de San Juan de Dios hasta el Espigón del Albacar, junto a la primera Puerta principal que comunicaba a la Plaza de Armas con el recinto urbano, pues estaba a punto de afectar al vecindario colindante a dicho tramo. Asimismo, debería fijarse aquí la construcción y establecimiento de un robusto rastrillo doble a dos batientes, con su postiguillo y varadero, para que pudiesen salir las lanchas armadas sin necesidad de dar la vuelta al circuito del Monte Hacho o ir por el Foso inundado de la Muralla Real, ya que no convenía ni una salida ni otra en el caso de intentar la recuperación de alguna presa que los marroquíes de Tetuán hubiesen llevado a cabo. Solís recomendaba el cierre de la gola vecina al Monte Hacho por el Paraje de Nuestra Señora del Valle, con un atrincheramiento defendido con un foso y un camino cubierto que cortarían los Caminos Reales de la Marina Norte y Sur respectivamente, con sus fuertes rastrillos de comunicación y uno en el centro para las salidas. Asimismo para la comodidad de esta plaza en todo momento, convendría concluir y perfeccionar las cisternas de agua, según el proyecto general del Marqués de Verboom, y poner fuera de insulto enemigo la Puerta de la Ribera por medio de un fuerte rastrillo. Veía necesario componer el desembarcadero común, estableciendo un amplio muelle que tuviese más capacidad y con sólida consistencia para mantener el tráfico de las embarcaciones que descargaban víveres y demás géneros que llegaban a la plaza, así como la entrada y salida de tropas de la guarnición. Además de dicho muelle convendría levantar otro más tosco y de poco coste en la ensenada próxima a la Batería proyectada de San Pedro, para desembarco del ganado del abasto, provisiones voluminosas del asiento y otros géneros de gran porte a fin de que no entorpeciesen su paso y comunicación hacia los respectivos almacenes. Veía conveniente también de que cuando se construyese la nueva Batería de San Pedro se ensanchase el terraplén que comunicaba desde ella a las Balsas o Cisternas de agua, con el objetivo de que la tropa pudiese pasar en formación y apostarse frente al desembarcadero, para así defender aquel estrecho paraje en la debida forma.
Dentro de este proyecto general del ingeniero Solís se especificaban los edificios militares que como segunda clase de obras se deberían ejecutar cuando lo permitiesen los fondos destinados a la plaza de Ceuta. En primer lugar, detalló que las bóvedas de la Muralla Real deberían llegar a su conclusión, con su oficina de maestranza, sus pórticos y murallas de clausura para dejar ambos recintos reclusos y separados, con sus corredores de comunicación y sus escaleras. Las cocinas se situarían enfrente de dichos cuarteles, haciéndolas habitables, saludables y cómodas, y en cada estancia inferior y superior se pondrían puertas y ventanas enrejadas para que se ventilasen entre sí de día y de noche, ayudándose también para ello de claraboyas cupuliformes situadas en la estancia superior de cuatro pies de ancho, además de un enrejado de madera o hierro en el piso de una toesa en cuadro para desahogo de las estancias inferiores y un pequeño borde alrededor o pendiente para que no cayese agua o inmundicia alguna.
Finalizadas dichas bóvedas, se destinaría completamente para arsenal el edificio de la Plaza de África que al presente servía de Parque de Artillería, de fábrica de yeso y de almacén de provisiones y que al estar juntas se estorbaban unas dependencias a otras. Se debería acondicionar para uso exclusivo artillero, concentrando aquí todos los géneros dispersos en los tres o cuatro almacenes de dicha plaza, para de este modo disponer de ellos de forma coordinada y facilitar mejor su custodia. Si resolviese favorablemente la Corte, de acuerdo con el comandante de artillería, se haría la distribución y decoración idóneas, ya que a las otras dos dependencias se les daría ubicación en el cuartel de soldados situado junto al viejo Palacio de los Gobernadores, cuando éste estuviese desocupado por estar ya de uso y servicio el de las bóvedas de la Muralla Real, ganando así mayor espacio del que disponían en tiempos pretéritos.
Según Solís, los cuarteles para dos batallones de soldados y oficiales proyectados y remitidos a la Corte por su antecesor, se deberían colocar en la Almina, entre el Castillo de San Amaro y las grandes Cisternas de agua, con todas las oficinas y menesteres necesarios; pero a su modo de ver juzgaba reducida su superficie, ya que los capitanes deberían ganar espacio al contar con vestuario supletorio en su compañía y asimismo agrandar algunas caballerizas. La Corte sería en última instancia la que resolviera en favor o en contra de su propuesta, pero no había dudas de que dicha obra era muy conveniente para una pronta defensa en caso de irrupción en el territorio del Hacho, para tener con esta tropa más abrigado todo aquel desavenido paraje, que se podrían disponer que también estuviesen fuera de cualquier sorpresa para su mayor seguridad y conservación.
Era indispensable hacer un pequeño cuerpo de guardia en la avanzada de la Puerta de la Ribera, con su entrada interior cubierta de rastrillo y atrincheramiento. Este capítulo relativo a la segunda clase de obras necesarias y reparaciones lo cerraba el ingeniero reseñando que se podría demorar su ejecución según el margen que dejasen los fondos destinados para obras de fortificación de la plaza.
El último capítulo del proyecto de Solís se refería a las obras y reparos indispensables para poner en conveniente defensa la Plaza de Armas de Ceuta, que se deberían ejecutar en el presente año 1739 y en los sucesivos, cuyo coste sería moderado en proporción a su utilidad. Lo primero sería perfeccionar el Baluarte y Cortina de San Sebastián para lograr el cierre de la brecha que tenía y asimismo arreglar el terraplén y piso de la entrada de la Puerta de la Almina contigua a dicho baluarte. También se recompondría el ángulo flanqueado del Baluarte de San Pedro en la Plaza de Armas, como tenía aprobado la Corte y se construiría la pared de sustentación del Espigón de Nuestra Señora de África. En el Reducto de San Antonio, obra muy valiosa para dejar evitar sorpresas enemigas, sería conveniente hacer una muralla adyacente a la salida de la campaña de dicho espigón formando una placita de armas con su empalizada, con el fin de que defendiese el costado derecho de dicho reducto en noche oscura y quitarle los fuegos de artillería si embarazase el poner segundos fuegos de fusilería. Solís también veía provechoso abrir la puerta tapiada de su cara derecha para que se pudiera mantener la tropa aquí destacada, colocándole dos rastrillos dobles.
En la Luneta de San Jorge se alzaría su parapeto hasta cubrirla del Morro de la Viña y asegurar la bóveda para que pudiese sostener el terraplén y defendiese correctamente la banda izquierda de ese frente. Si se levantara algo su fuego y su galápago hiciera lo propio con idea de dar más pendiente al terrado que le cubría, ya que se llovía todo, sería ello de gran importancia defensiva pues así la tropa allí apostada podría mantenerse en dicho puesto y evitaría el avance enemigo. En la Luneta de San Luís se harían merlones levantando el parapeto y poder situarse a cubierto del Morro de la Viña y de otras alturas, guarneciendo esta fortificación una batería del calibre dieciséis para contrabatir las contrarias. En la Luneta de la Reina se levantaría su cara izquierda y la mitad de su derecha, guarneciéndola con artillería del mismo calibre que la anterior. En la Luneta de San Felipe se levantaría el parapeto de su cara derecha, para que la batería pudiese disparar convenientemente a cubierto de las de los marroquíes, situadas en el replano y media luneta de la izquierda. Todas estas lunetas cubrirían los fuegos de las fortificaciones interiores y por esta razón se contrabatiría desde ellas.
La Contraguardia de Santiago presentaba algunos defectos, necesitando la apertura de algunas troneras para su más expedita defensa y levantar los merlones de las cinco orientadas al Morro de la Viña para que la artillería y asistentes estuviesen a cubierto. Asimismo, precisaba la reparación del costado dirigido a esa dominación y poner a la subida desde éste a su caballero un espaldón de nueve pies, levantando también la cara de dicho caballero hasta otros nueve pies, con lo que quedaría de útil servicio. Las galeras de la derecha e izquierda, con las Lenguas de Sierpe de San Luís, de la Reina y de San Felipe, que en tiempo de lluvias se inundaban, serían cubiertas de modo más consistente para evitarlo, logrando así que fuesen habitables y la tropa pudiese apostarse en ellas. En todo el Frente de Tierra de la Plaza de Armas convendría hacer un foso pequeño detrás del parapeto del Camino Cubierto, con su estacada en su borde e interior, semejante al practicado ya en el Reducto de San Antonio, con lo cual se evitaría no sólo la ahora deserción habitual sino una firme seguridad ante un ataque riguroso enemigo. Esta obra se dispondría de modo que no pudiese servir de paralela cómoda al enemigo y, aprovechando el Camino Cubierto existente, su coste sería la mitad de lo que se suponía en un principio.
Si la Real Junta de Fortificaciones lo considerase conveniente y el Primer Ministro lo ratificara, Solís entendía como muy válida la obra de un zanjón o mina real exterior que cortase rectamente las dos playas de la derecha e izquierda del Frente de Tierra, arrimándola todo lo posible a su Camino Cubierto. Por otro lado, los cubiertos de Plaza de Armas donde se apostaban los retenes de dobles centinelas eran de madera, por lo que las lluvias terminaban estropeándolos. Para evitar el continuo gasto anual que suponían sus reparaciones y para que fuesen de mejor servicio, Solís abogaba porque se les fabricase de cítara de ladrillo del país, revocados con mezcla de cal. Otras reparaciones se deberían hacer en el flanco y ala derecha del baluarte de la primera Puerta Principal que comunicaba a la Plaza de Armas, pues defendía todo el recinto comprendido entre dicho baluarte y el de San Juan de Dios hacia la Bahía Norte, dejando a barbeta el flanco que miraba al muelle, así como levantarle con merlones la cara orientada hacia la campaña y Playa de la Sangre con idea de que cubriesen las espaldas de los artilleros que servían en los cañones de dicho flanco.
Para indicar pormenorizadamente todo este capítulo de obras necesarias, este ingeniero veía precisa la realización de un plano del recinto-ciudad y Plaza de Armas, con escala de cuatro pulgadas por 100 toesas, con expresión de los proyectos ideados para proponer que los mejorase la Real Junta de Fortificaciones, y asimismo el plano y perfiles ampliados de los zanjones o Minas Reales, cuyos borradores ya tenía realizados y sólo requerían su demanda para remitirlos. También procuraría concluir el plano general de Ceuta, en escala de 100 toesas por pulgada, con expresión de sus parajes más significativos. Terminaba esta relación Solís considerando que todos los cuarteles, almacenes y arsenales que se hubiesen de construir en Ceuta, se dispondrían con prevención, resultando más económica a Felipe V el costear la fábrica de pabellones para alojamiento de la guarnición y Estado Mayor de la plaza que el dejar de hacerlos,
“porque además del gran alivio que resulta a la tropa, conseguiríase zesasen los avitantes de Zeutta en la ambizion de fabricarse cassas, cuyo exceso redunda indirecta y virtualmente contra la Real Hazienda por el estravio que padezen los materiales destinados a las Reales Obras”.
Las críticas vertidas por Solís al diseño y realización de las minas y contraminas de Ceuta tuvieron su respuesta en un escrito dirigido a la Corte, firmado por el Capitán de Minadores, Félix Tortosa, con fecha 23 de enero de 1740. Aprovechó Tortosa el requerimiento que se le hacía de que remitiese los perfiles de las minas ceutíes, los cuales deberían mostrar las bocas de los ramales cortados y un plano general, para exponer, contradiciendo a Solís, que...
“es imposible y repugna a la ciencia mathemática dar cuerpo a una cosa cuyas partes no tienen las puras circunstancias que piden sus reglas, pues las varias contradicciones y agudezas de los hombres no han podido llegar a difinir perfectamente la trixisión del ángulo, y aunque el faltar a los proyectos geométricos parece apartarse de la regularidad de sus operaciones, disculpe la que mi obediencia en todo debe complacer a V.S. manifestando en el modo posible una equidad imaginada, que hasta ahora no ay autor que trate de Minas que diga se pueden demostrar por alzado, sí sólo en Plano, para que su fábrica se comprehenda y conozca en su propio lugar, como se ve en el general y se señalan con puntos a la campaña y los parages que ocupa, a diferencia del de Fortificación y Architectura civil, porque sus partes principales constan de cuerpo y las Minas solamente de una orizontal y de una línea terrestre, sin que pueda en esto regla fixa en su operación, y sólo si al mayor acierto a causa de la variedad de los terrenos, por lo sólido o frágil de ellos, como se da a entender, en los que precisan la madera y los que no la necessitan”.
Tortosa ratificaba su deseo de acertar en todo el cumplimiento de su obligación como militar, esperando que en Madrid se le reconociese el importante trabajo desarrollado durante tantos años en la defensa de la plaza de Ceuta.
En el proyecto ya estudiado del Ingeniero 2ª y Capitán, Lorenzo Solís, se especificaban los defectos observados en todo tipo de fortificaciones y edificios militares de la plaza de Ceuta. Por ello, la relación remitida a mediados de febrero de 1740 por el Comandante de Artillería y Teniente Coronel Andrés de Clairac al Ministro de la Guerra, Duque de Montemar, no hizo sino redundar en esa idea en relación con los diferentes almacenes de artillería. En el Almacén de Santa Bárbara todas las paredes interiores tenían excesiva humedad y se calaban sus bóvedas, causando inmensas goteras que mojaban las pilas de los barriles de pólvora, con lo que se pensó en hacer un total asoleo del mismo. Sólo una nave del Almacén de Santa Gertrudis padecía goteras, debiéndose colocar un buen zulaque en su techo y cubrirlo con delgadas planchas de plomo. El Almacén de madera necesitaba, delante de su puerta, una cítara de un pie de alto para impedir el agua que le penetraba, pues podría llegar a inutilizar el maderamen allí instalado. La sala de armas tenía dos toesas de su lado izquierdo con necesidad de total recomposición, tanto en el techo, suelo y estanterías, de las que se habían retirado las armas para evitar su deterioro. En el Almacén de San Francisco Alto toda la bovedilla del primer tránsito se calaba y ocurría lo mismo en la bovedilla de la estancia alta de la Torre de los Fuegos, por lo que ambos requerían un cubrimiento de azoteas.
Apenas dos semanas más tarde, Clairac daba otra relación, pero esta vez del número de piezas artilleras existentes en la plaza de Ceuta, sus calibres, dirección de sus fuegos, así como su distribución por aprobación de su gobernador, Pedro de Vargas Maldonado. Delimitó primero las baterías situadas en la Plaza de Armas y señalando que el número de piezas en la Batería de la Luneta de San Luís era de diez, siendo ocho su calibre, en la de la Reina había seis del calibre ocho, y en la de San Felipe había ocho del calibre doce. Estas lunetas distribuían sus fuegos en todo el Frente de Tierra, y respecto que estas baterías debían contrabatir las de los enemigos en caso de sitio, se tuvo por conveniente solicitar artillería de los calibres veinticuatro y dieciséis para colocarla en ellas, como constó en el estado artillero de la plaza de 13 de marzo de 1738. En el perfil de San Felipe había dos piezas del calibre cinco, las cuales estaban siempre cargadas a metralla, defendiendo el Camino Cubierto de Santiago, y resultando suficientes para dicho objetivo. En la Contraguardia de Santiago había ocho piezas del calibre veinticuatro, y en su caballero había seis del calibre ocho, las cuales distribuían sus fuegos, como las lunetas, al Frente de Tierra, entendiéndose que la artillería existente en el caballero fuese del mismo calibre que la de la contraguardia. En el Reducto de San Jorge había dos cañones del calibre ocho que defendían la galera de la izquierda, pero lo conveniente sería que fuesen de un mayor calibre. En el Reducto de San Antonio había siete cañones del calibre ocho, habiéndose colocado dicha artillería por disposición del gobernador Antonio Manso. Actualmente se consideraba superflua su existencia, ya que la primera intención al construir dicho reducto fue de que sirviese de segundo fuego de fusilería, siendo en estos momentos perjudicial por estar descubierto y no poderse cubrir en él.
En el pequeño flanco de la puerta del campo del espigón había dos cañones del calibre dieciocho que estaban siempre cargados a metralla para defender el intento de poner los enemigos petardos al rastrillo de dicha puerta, pero eran valorados de sobra al flanquear suficientemente la fusilería de la estacada el referido rastrillo. Dentro del Espigón de Nuestra Señora de África estaban una batería baja con doce cañones del calibre doce, una batería cubierta con dos cañones del calibre cuatro y su caballero, con cuatro piezas del calibre cuatro. Dirigía dicho espigón sus fuegos a todo el ataque de la parte izquierda, por lo que sería conveniente acomodar aquí artillería del calibre dieciséis, a fin de contrabatir las baterías marroquíes que se construyesen en su frente. La Batería de San Francisco Javier contaba con cuatro cañones del calibre veinticuatro, la de San Ignacio seis del calibre dieciocho, la del Ángulo de San Pablo dos del calibre dieciséis, la de Santa Ana cinco del calibre ocho y la de San Pedro cuatro del calibre doce. La artillería de estas cinco baterías ofendía poco o nada la campaña por encubrir sus fuegos las fortificaciones exteriores, por lo que se infería que el colocar y considerar artillería en ellas tenía como objetivo el rechazar a los enemigos de las citadas obras, en caso de que se apoderaran de ellas. Por último, en la Segunda Puerta había cuatro cañones del calibre cuatro que defendían la playa situada entre el Espigón Viejo y el de Nuestra Señora de África, siendo suficientes para ese fin.
Dentro del recinto de la Ciudad, la Muralla Real contaba con doce piezas del calibre doce, la Coraza Alta tenía cuatro del calibre veinticuatro, su caballero contaba con tres del calibre ocho, Santiago tenía tres del calibre veinticuatro, y su torreón tenía dos del calibre ocho. Todas estas baterías ofendían las alturas que dominaban su frente y, salvo la Muralla Real, podían contrabatir las baterías que los enemigos intentasen construir, por lo que sería muy conveniente colocar en el caballero de la Coraza y en el Torreón de Santiago una artillería del calibre veinticuatro. En la Coraza Baja había tres cañones del calibre veinticuatro, los cuales ofendían el Morro de la Viña y el ataque que tenía en su falda, así como también enfilaban la Cañada del Chorrillo. Eran suficientes, por no permitir su ámbito más número de cañones. Los flancos de la Muralla Real contaban con dos cañones del calibre ocho, los cuales defendían bien el Foso inundado. En el plano del Torreón de Santiago había dos cañones del calibre dieciocho, sobre la Primera Puerta había tres del calibre dieciséis y uno del calibre dieciocho, en el Mirador había cuatro del calibre veinticuatro, y en el Baluarte de San Juan de Dios había dos del calibre dieciséis. Estas baterías defendían la Bahía Norte, demostrando su utilidad en numerosos ataques navales. En la Catedral había dos cañones del calibre dieciocho, en la Brecha había dos del calibre dieciséis y en San Francisco había dos del calibre veinticuatro, y todas ellas defendían la ensenada de la Bahía Sur, pudiendo incluso ofender el Morro de la Viña si llegara el caso.
En cuanto a las baterías situadas en la Península de la Almina, en San José había cuatro piezas del calibre veinticuatro, que ofendían, tirando con poca elevación, al Morro de la Viña y Chorrillo, como asimismo a la ensenada del Mar de Levante o de Tetuán. Se veía conveniente aumentar cuatro cañones a esta batería, porque su situación era a propósito para inquietar a los enemigos. En Fuente Caballos había cuatro cañones del calibre doce y en el Torreón de San Jerónimo había dos del calibre doce, los cuales defendían pequeños desembarcaderos y resultaban suficientes para ese fin, aunque sería beneficioso para la defensa de esa banda costera aumentarlos de calibre. En el Fuerte del Sarchal había cinco del calibre dieciocho, los cuales eran suficientes y defendían su playa pues era la más propensa a invasiones por resultar cómodo su desembarco. En el Fuerte del Desnarigado había dos cañones del calibre dieciocho que impedían que las embarcaciones que comerciaban con poniente, desde Gibraltar a Tetuán, lo pudiesen ejecutar libremente, pues al ser ofendidos por la artillería local ello les obligaba a desviarse y les causaba un dificultoso tránsito, demorándoles su llegada. Dicho fuerte, al contar con un reducido cubo o torreón, sólo podría verse aumentado en un cañón del mismo calibre. En la Cala del Desnarigado había dos cañones del calibre catorce que defendían suficientemente el paraje. El Castillo de Santa Catalina contaba con cuatro cañones del calibre dieciocho que servían para abrigar las embarcaciones ceutíes, siempre que éstas estuviesen acosadas por las enemigas, así como impedirles que fondeasen en la pequeña Ensenada de las Cuevas. Por otro lado, resguardaban de bombardeo marítimo los almacenes de pólvora.
La Batería de Torremocha, a barbeta, tenía once cañones del calibre dieciocho y defendía los barcos de la plaza del corso en el Mar de Poniente o de Gibraltar. Impedía, en parte, el bombardeo marítimo sobre los almacenes de pólvora y desde ella se hacían, con el aviso dado por el cañón del Monte Hacho, las señales para que los navíos que usualmente proveían la plaza de Ceuta estuviesen atentos a cualquier ataque imprevisto. En el Castillo de San Amaro (Fig. 92) había cinco cañones del calibre doce para la defensa de pequeños desembarcaderos cercanos y la Bahía Norte, por lo que sería conveniente aumentar su número y su calibre. La Batería de San Pedro tenía tres cañones del calibre veinticuatro, habiendo sido proyectada que fuese perfeccionada en forma de porción de círculo y teniéndose la intención de incorporarle otros tres cañones del mismo calibre para defender mejor la Banda costera Norte. Por último, en el Hacho había un cañón del calibre nueve que servía para avisar a la Batería de Torremocha y que ésta obrase como hemos referido más arriba.
El resumen general de toda la artillería existente en la plaza daba el registro de 94 cañones en la Plaza de Armas, cuarenta y siete en la Ciudad, cuarenta y tres en la Almina y tres de reserva para la defensa de la dársena y del Baluarte de San Sebastián; es decir, un total de 187 cañones, de ellos 64 eran de bronce y 123 de hierro. Posteriormente a este recuento, Andrés de Clairac detalló cómo quedarían las baterías después de la distribución que él proponía, con el fin de que las lunetas de la Plaza de Armas se hallasen con piezas suficientes para contrabatir, en el caso de ser atacada la plaza. Fue así como la Plaza de Armas contaría con 95 cañones, repartiéndose doce en San Luís, seis en la Reina, ocho en San Felipe, dos en el perfil de San Felipe, siete en la Contraguardia de Santiago, seis en su caballero, dos en el Reducto de San Jorge, siete en el Reducto de San Antonio, dos en el pequeño flanco de la puerta del campo del Espigón, dieciocho en el Espigón de África, cuatro en San Javier, seis en San Ignacio, dos en el Ángulo de San Pablo, cinco en Santa Ana, cuatro en San Pedro y cuatro en la Segunda Puerta.
El recinto de la ciudad contaría con cuarenta y ocho piezas, distribuyéndose doce piezas en la Muralla Real y dos en sus flancos, cuatro en la Coraza Alta y tres en su caballero; tres en Santiago, dos en su torreón y otros dos en el plano de éste, tres en la Coraza Baja, cuatro sobre la Primera Puerta, cuatro en el Mirador, dos en el Baluarte de San Juan de Dios, dos en la Catedral, tres en la Brecha y dos en San Francisco. Por otro lado, la Almina dispondría de cuarenta y cuatro piezas, repartiéndose cuatro en San José, cuatro en Fuente Caballos, dos en el Torreón de San Jerónimo, cinco en el Fuerte del Sarchal, dos en el Fuerte del Desnarigado, y otras dos en su cala, cuatro en el Castillo de Santa Catalina, seis en Torremocha, cinco en el Castillo de San Amaro, seis en San Pedro, uno en el Monte Hacho y tres sobre polines o ruedas para la defensa de la dársena. En la estrada cubierta de Plaza de Armas se distribuyeron también dieciocho morteros y nueve pedreros, situando nueve morteros en el Ángulo de San Pablo, diez en San Pedro y tres en la Contraguardia de Santiago; dos pedreros en el foso de Santiago y siete en San Luís. Además, en los almacenes se podría contar con otros seis de a tres pulgadas y cuatro líneas para granadas de mano. Por otro lado, la Compañía de Artilleros contaba con 50 miembros, y la Compañía de Minadores con 56.
Esta reestructuración defensiva se vio complementada por la actividad poliorcética desplegada por el Capitán e Ingeniero 2ª, Lorenzo Solís, en la plaza de Ceuta. Además del proyecto ya estudiado de 1739, había asegurado, por amenazar ruina, el Espigón de Nuestra Señora de África; había recalzado externamente San Pedro en Plaza de Armas, la Muralla del Albacar y las de la Ciudad y Almina que miraban a la Bahía Norte; había asegurado la Luneta de San Jorge e hizo los planos del Baluarte de San Sebastián. A finales de febrero de 1740 realizó un plano de los tambores diseñados para las Puertas de la Sangre y del Espigón de Nuestra Señora de África, y a mediados del mes siguiente proyectó los perfiles para hacer un muelle más cómodo, junto con el plano, perfiles y elevación del Palacio del Gobernador, en el que distinguía el alojamiento principal, lo que se debería ejecutar de nuevo en la fachada principal, la variación que mostraban los tejados todos a un mismo nivel; el nuevo corredor con la escalera principal, un nuevo cuarto que se ensanchaba por comunicarse con una galería, así como otro que se le dejaba más habitable (Fig. 93).
Junto a estos proyectos de Solís, debemos mencionar ahora la actividad poliorcética desarrollada en la plaza ceutí por Diego Bordick, que en el año 1700 ya había planificado su Frente Principal.. Además de proyectar las fortificaciones de Ceuta en 1725, planificó los contornos de la plaza de Gibraltar en 1726 y, desde principios de 1727, era Ingeniero Director. En 1730 proyectó el frente de Ceuta que miraba a los marroquíes, pasando dos años más tarde a dirigir la Fábrica de Tabacos de Sevilla como Ingeniero Director. Proyectó en 1735 las fortificaciones de Badajoz, y en 1736 las torres de la plaza de Orán. Al año siguiente proyectó el Frente Principal de Ceuta y nombrado, como Ingeniero Director, miembro de la Real Junta de Fortificaciones de Madrid, actuando en dicho cargo con el grado de brigadier desde 1739. A sus proyectos de años pasados se añadió ahora, a mediados de julio de 1740, el del muelle situado en la Bahía Norte que posibilitara la entrada en el puerto ceutí de treinta a cuarenta barcos de guerra y galeras pingües. En 1745 proyectó la expedición a Manhia en Argelia, acumulando en ese año en su hoja de servicios un total de 40 años en toda clase de fatigas, movimientos, marchas, campamentos y demás profesiones de guerra, así como en todas las funciones, batallas, ataques, sitios, defensas y expediciones que se habían ofrecido dentro y fuera de la monarquía,
“...en cuyos encuentros he recivido siete heridas y entre otras algunas mortales, de que estoy bastante impedido y procurado conseguir la theorica y practica de Artillería, como la que pertenece a todas las Arquitecturas, adquirí en lo primero lo suficiente para tener escuela practica y publica Academia para la instrucción del segundo Batallón de Real Artillería que discipliné y bastantes sólidos principios en la profesión de Ingeniero...”
No debemos olvidar que desde décadas anteriores los ingenieros habían expresado insistentemente en todas sus peticiones que España debería contar con un órgano permanente o Junta que se responsabilizara de fijar los aspectos económicos, técnicos y administrativos en las obras y fortificaciones de la corona. Desde 1739 las plazas de Ceuta, Zamora, La Coruña, Valencia, Melilla, Gibraltar y Alhucemas llevaban a cabo sus obras y fortificaciones con los ingresos obtenidos mediante la aplicación de impuestos urbanos. Otras ciudades estaban sujetas a la Secretaría de Guerra y las financiaban con fondos de la Real Hacienda y habían otras, como Cádiz, Málaga y Gerona, que contaban ya con Junta de Reales Obras (Muñoz Corbalán, 1992) que aplicaba una tributación reglamentada con el fin de acometer todo tipo de actuaciones constructivas. Gerona constituyó su Junta el 6 de junio de 1737, Madrid el 1 de septiembre de este año y Barcelona a primeros de marzo de 1740.
Siguiendo esta misma pauta, Felipe V ordenó que se formase la Junta de Reales Obras de Ceuta el 4 de marzo de 1741, a través de un reglamento o instrucción que designaba como fondos asignados para la construcción y progreso de las obras las rentas derivadas del tabaco, aguardiente, alfóndiga, sal, almadraba y cualquier otra consignación o arbitrio de los que se diesen en beneficio del rey aplicado a dicho objetivo. En el mismo se fijaba que el Comandante General de la plaza fuese el Presidente de la Junta y, en su defecto, el Teniente de Rey, figurando además como miembros de la misma el veedor y el ingeniero encargado de la dirección de las obras, debiéndose reunir una vez a la semana. Todos sus componentes tendrían votos decisivos, y si el asunto a tratar fuese muy dificultoso y grave se debería dar cuenta a la corona, por medio del Ministro de la Guerra, Duque de Montemar, en representación formal.
Todos los caudales obtenidos pasarían a poder del tesorero, que haría los libramientos, expresando en las correspondientes certificaciones los fines para los que se destinaban. Al final del año, éste presentaría una cuenta formal a la Junta de lo que hubiese entrado y salido de las arcas, acompañada de los correspondientes planos y perfiles de las obras que se hubiesen ejecutado en aquel año. En el caso de que el ingeniero viese conveniente dar a destajo algunas obras de especial esfuerzo, como manufacturas, excavaciones de tierra, pizarras, rocas, demolición de edificios, vestigios antiguos u otras de esta naturaleza; debería comunicarlo a la Junta, quien providenciaría lo que juzgase más oportuno y el ingeniero formaría la contrata en la que se estipulasen las condiciones con que a su plena satisfacción hubieran de determinarse estas obras. Los empleados que, según acuerdo de Junta, fuesen precisos para cuidar de la buena calidad, adelantamiento y trabajo de las obras, habrían de ser por elección, nominación y satisfacción del ingeniero y éstos como los demás operarios estarían totalmente a sus órdenes durante el trabajo, sin depender de nadie como no fuese él para castigarles, despedirles y mudarles, siempre que no cumplieran con su obligación o faltasen a la subordinación debida, dando parte a la Junta para su conocimiento; pero los salarios y jornales de unos y otros se regularían por común acuerdo y satisfacer con certificación del ingeniero, por si tuviese descuentos que hacerles por faltar al trabajo alguno de ellos u otros motivos.
Ningún sobrestante puesto por el ingeniero para el cuidado de la obra tendría brigada alguna de desterrados, sino que los cabos de ellas le estarían subordinados a fin de evitar los fraudes que hasta este momento se habían experimentado. Siempre que el ingeniero necesitase cal, hierro, ladrillo, madera u otra cosa relativa a las obras, debería hacerlo presente en la Junta. Era responsabilidad de aquél el velar porque el interventor y sus sobrestantes diesen paradero a los géneros de obras. En las maestranzas era donde más se trabajaba, comprendiendo para servicio de las reales obras el asiento del coste, por el que las acémilas hacían el transporte de materiales; el ejercicio de las barcazas y la conservación, progreso y entretenimiento de las minas. En este último punto, el reglamento alteraba la norma anterior de que las maestranzas estuviesen dirigidas por los comandantes de artillería, e incluso antes, en enero y febrero de 1738, era el veedor quien mandaba en la Maestranza, como Ministro de Hacienda. Ahora recaía el control de ellas en el ingeniero, produciéndose la anécdota de que incluso el comandante de artillería ignoraba la disposición de las minas, así como si existían o no maderas para sus reparaciones y progresos. Se sujetaba, pues, el capítulo de maestranza y minas a la dirección de la Junta de Reales Obras, planteándose de este modo el que no se supieran los fondos destinados a la artillería y sus precisas necesidades.
En todas las Juntas de Obras aparecieron discrepancias entre los diferentes estamentos y Cuerpos que las componían, y lo mismo ocurrió en la de Ceuta, sobre todo en lo que afectaba a sus competencias y en especial en lo relativo a las funciones y responsabilidades de los ingenieros, así como a irregularidades apreciadas en las partidas y contrataciones. Para solventar estas dificultades, el Ministerio de la Guerra se erigió en árbitro de todo lo que decidieran las Juntas locales, como así ocurrió en las de Cádiz, Málaga y Gerona, que desde 1737 debían remitirle los proyectos de obras, con lo que su capacidad autónoma de decisión se reducía, llegando a centralizarse aún más todo tipo de gestiones y proyectos arquitectónicos con la creación de la Real Junta de Fortificaciones de Madrid en septiembre de 1737. Con ella se intentaría el control general de las Juntas locales creadas y por crear, así como facilitar la transparencia de sus actuaciones, rentabilizar las arcas reales y validar todo tipo de obras.
Incidiendo en este orden de cosas, Felipe V, tras analizar que las compañías de artilleros y minadores de la plaza de Ceuta servían en 1741 con un pie irregular y que con este sistema se perjudicaba al real servicio; mandó que en adelante el gobernador local fuese el inspector de esas compañías, por ser de dotación, y el comandante de artillería tuviera el cargo de subinspector de las mismas, observándose que cada uno estuviese en su respectivo cargo sin variar las reales ordenanzas de infantería en este asunto, dándosele al rey cuenta por parte del gobernador, por vía del Secretario del Despacho Universal, de lo que aconteciese en este particular. Tendría especial cuidado el comandante de artillería, como subinspector, de que estas compañías estuviesen bien instruidas en el manejo de armas, ejercicios de cañón y mortero, construcción de baterías y espaldones, manufactura de fajinas, salchichones, gaviones y todo lo que llevase a la utilidad del real servicio.
El haber de estas compañías no sería como hasta ahora de dos en dos meses, sino como se acostumbraba en todas las tropas reales por prest o sueldo diario, a razón de 50 reales de vellón mensuales para los sargentos, doce para los cabos y treinta y ocho para artilleros, bombarderos y minadores. La distribución propuesta sería para los sargentos de doce cuartos diarios y 65 cuartos para el vestuario; para los cabos un total de ocho cuartos diarios, 116 y medio para masita o parte del prest destinada a la renovación y mantenimiento del vestuario y para artilleros, bombarderos y minadores un total de siete cuartos diarios y 113 cuartos para masita. Con este presupuesto tendrían suficiente para un vestuario completo de tres en tres años, sobrándole al sargento 55 reales y diez maravedíes para adornar su vestuario, y al resto treinta y un reales en tres años que se podrían aplicar para el mismo fin. Las masitas se ajustarían de tres en tres meses, aplicando su importe al entretenimiento de las prendas más necesitadas. El importe del vestuario se guardaría en una caja con tres llaves, una para el capitán artillero y las otras dos para el capitán minador y su ayudante, respectivamente. Las ocupaciones del gobernador no permitían cuidar del mecanismo y detall de dichas compañías, siendo esto más propio del comandante de artillería en lo que se refería a la disciplina, mecánica y cuentas de las compañías. Éstas alternarían según su antigüedad y formarían en adelante Cuerpo, mandando el capitán más antiguo, y si ocurriese que compañías de los dos batallones pasasen por algún motivo a la plaza de Ceuta, alternarían asimismo por antigüedad.
En cuanto a propuestas de empleos subalternos, se observaría en adelante que cada capitán hiciese las correspondientes a su compañía, aprobándolas luego el comandante de artillería como estaba prevenido en el tomo IVº, folio 195, de las Reales Ordenanzas. Para las compañías que vacasen, en lo sucesivo propondría dicho comandante a tres sujetos y esta propuesta la dirigiría al gobernador, quien como inspector pondría en ella sus notas, pasándolas después al rey por vía reservada para que resolviese. A cada uno de estos individuos se les daría una fanega de trigo al mes, considerando la falta que había en el presidio ceutí, pero a aquellos que hubiesen contraído empeños se les quitaría media fanega para pagar sus deudas y media para su manutención. Esta tropa se acuartelaría como las de la guarnición, leyéndosele las ordenanzas dos veces a la semana y el que incurriese en delito sería castigado. Los oficiales subalternos asistirían a las listas todas las tardes y cada semana a la revista de armas y ropa, y a los individuos de estas compañías no se les permitiría ir indecentes como paisanos, sobre todo en las guardias, sino como soldados, no dejándoles usar la capa ni otras ropas que no fuesen de uniforme, el cual debería continuar de azul con divisa colorada. Se suministraría de los almacenes reales a estas compañías las armas necesarias, retirando las inutilizadas y haciendo nuevo cargo de ellas el guardalmacén, como era costumbre.
Las minas eran una de las principales defensas de la plaza de Ceuta y estaban dirigidas por el gobernador, bajo los dictámenes del comandante de artillería e ingenieros. El rey resolvió a este respecto que el capitán de minadores estuviese directamente subordinado al comandante de artillería y asimismo el de artilleros, debiendo el primero levantar y luego firmar cuatro planos de las actuales minas, pasando uno de ellos a manos reales a través del Secretario del Despacho Universal, otro al gobernador y los dos restantes al comandante de artillería e ingenieros. En los mencionados planos se enumerarían todas las galerías, ramales, comunicaciones y hornillos de las minas. Todas las maderas y menajes que existían por abuso a cargo del capitán de minadores, después de inventariados, se entregarían en los almacenes de artillería, pues debería ser éste el depósito general donde se ubicaran todos los útiles para trabajar en las minas. Cuando algunas de las galerías, ramales o comunicaciones necesitasen reparaciones, el capitán de minadores daría parte al comandante de artillería y éste al gobernador, quien dispondría que se reconociese el daño ocasionado por el comandante de artillería e ingeniero encargado de la dirección, a fin de que estando de acuerdo resolviesen lo más conveniente y le explicasen lo pensado sobre el asunto. Formalizada la resolución dada por el gobernador, comandante de artillería e ingeniero en orden a atender los reparos, se prevendría por parte del comandante de artillería al capitán de minadores de que formase el estado con las maderas precisas, así como las toesas, pies y pulgadas de las obras a ejecutar y el número indicativo del plano. A continuación, el gobernador daría la orden al comandante de Artillería para su ejecución, atendiendo a su puntual cumplimiento, teniendo presente para la data del guardalmacén lo prevenido en la Ordenanza Real, tomo 2º, libro 1, t.16, folio 69, artículo 12. Las maderas sacadas de las minas serían anotadas por el guardalmacén para ver su aprovechamiento en otros fines de real servicio. Los progresos y adelantamientos de los ramales serían siempre más acertados en tiempo de ataque, por prevenir éste el rumbo a que se deberían oponer los sitiados para la defensa. Por ello, se suspendería la actividad en las minas, atendiéndose sólo el mantener en buen estado las actuales y evitando así los gastos superfluos que de lo contrario ocasionaban a la Real Hacienda.
Mandaba también el rey que el comandante de artillería y el ingeniero reflexionasen sobre si era conveniente tanto número de minas, pues parecía que la proximidad de los ramales podría ocasionar funestos efectos cuando llegase el caso de operar los hornillos, y sobre este importante asunto atendería el gobernador de la plaza a las resoluciones del comandante de artillería e ingeniero, como también a las exposiciones del capitán de minadores, pasando a manos reales a través del Secretario del Despacho Universal las opiniones de los tres, en el caso de que no coincidiesen sus pareceres y se resolviese lo más conveniente. El último articulo de esta orden real fijaba que, no estando empleada esta compañía artillera en las faenas de su ministerio, hiciese el servicio conforme lo ejecutaban los de su clase en el regimiento real de artillería en semejantes casos.
Los ingenieros intensificaban mientras tanto sus actuaciones en las fortificaciones más adelantadas de la plaza de Ceuta. Tal fue el caso del proyecto, iniciado ya con anteriores ingenieros, de fortificar el Espigón de la Banda Norte arrimado a la zona continental, denominado Nuestra Señora de África (Fig. 94), que sería ahora trabajado por Francisco Sánchez Taramas a finales de mayo de 1741, con sus planos, perfiles y elevaciones. Delimitaba los planos superior e inferior, los almacenes para pertrechos, el almacén de pólvora, la batería baja, la escalera en caracol para subir al caballero, la rampa subterránea para ir a la batería baja y al caballero, el cuerpo de guardia y la puerta para salir la caballería. Al mismo tiempo, el Ingeniero Director con el cargo de Mariscal de Campo desde 1740, Ignacio Sala, remitió un plano del Espigón de África el 31 de diciembre de 1741, y firmado en Cádiz, a José del Campillo, Secretario del Despacho de Guerra, que le fue incluido con una carta en una consulta realizada por la Junta de Obras de Ceuta a primeros de febrero del año siguiente (Fig. 95). El plano mostraba cómo se deberían labrar los sillares de cantería de las murallas de dicho espigón que daban al Atlántico en las porciones circulares convexas, con el fin de que quedasen bien unidos y trabados entre sí con el cuerpo de mampostería.
Años más tarde, en 1748, fue este Ingeniero Director nombrado Gobernador y Capitán General de Cartagena de Indias, llegando a estudiar las fortificaciones del Canal de Bocachica. Igualmente, empleó pilotajes y cajones de madera para el Fuerte de San José, de Santiago y de San Fernando en Portobelo, como los había ya empleado en Cádiz y Ceuta,
“...preparando cajones, limpiando el suelo con palas corvas, con tres o cuatro piquetes clavados enfrente y asentando el piso superior, luego la base de estos cajones se iniciaba con una fila de cantería 1 pie más abajo que durante la pleamar y el declivio sería el que correspondiese al cuerpo del Espigón...”.
Sin lugar a dudas, Sala tenía una completísima hoja de servicios, realizando todo tipo de obras poliorcéticas, tanto en superficie como subterráneas, y traduciendo tratados, como el redactado por el Mariscal de Francia y Director General de sus Fortificaciones, Monsieur de Vauban. En sus 90 páginas, Sala consideraba como muy precisas para la defensa de cualquier plaza el disponer de bóvedas a prueba de bombas para el descanso de la guarnición, porque sin ellas la tropa no dormía ni tenía reposo, llegando a rendirse y a fatigarse antes de tiempo. También era muy importante para él que las principales explanadas de la artillería fuesen de cantería muy fuerte, pues la mayor parte de las bombas que caían sobre ellas se abrían antes de reventar, sin hacer daños de consideración, y al caer una bomba en una explanada de madera la dañaba de tal modo que muchas veces costaba más que componerla. En el capítulo cuarto del tratado justificaba Vauban toda la fuerza de la defensa del glacis y del camino cubierto en las minas y hornillos, pues...
“ninguna cosa acobarda tanto la tropa del sitiador, por ardiente y valerosa que sea, como el verse una y dos veces bolados en el mismo paraje, lo que le obliga a detenerse y buscar bajo tierra la seguridad que no puede hallar en su superficie, procurando desvanecer los hornillos del defensor”.
Ciertamente, si el glacis no estaba minado de antemano no podía la guarnición hacer una vigorosa defensa, puesto que cuando el sitiador llegaba con sus ataques al pie del glacis ya tenía destruidos los principales fuegos de la plaza con la superioridad de sus baterías. Los conductos principales de las minas quedarían libres para oír desde ellos los trabajos subterráneos del enemigo y para construir nuevos ramales y hornillos, de lo que se deducía el inmenso trabajo que tendría el enemigo para superar tantos obstáculos, ya que no era posible que su tropa dejase de acobardarse y aburrirse, viéndose volada tantas veces, y quedándole sólo el recurso de buscar las minas para desvanecer los hornillos, con lo que se alargaría mucho un sitio, que era precisamente, según Sala, cuanto debería desear el gobernador de la plaza.
Por otro lado, en todas las plazas no se podrían construir indeterminado número de minas porque causaría un gasto enorme e inútil, pero considerando que sin éstas no se haría una vigorosa defensa en el camino cubierto, y que tampoco se podrían levantar en el mismo acto del sitio, sería juicioso que, en el mismo momento de hacer dicho camino se le construyese solamente la galería principal que corría bajo del nivel de su parapeto y a ras del foso, con sus entradas señaladas que correspondiesen a los ángulos entrantes de las plazas de armas, lo que evitaría considerables gastos a la fortificación.
Junto a estos presupuestos teóricos de la guerra subterránea, simultanearon en la plaza de Ceuta una serie de proyectos de obras en superficie por parte de otros ingenieros, como Lorenzo Solís, que a principios de marzo de 1743 remitió tres planos a José del Campillo, a través de la Junta de Obras, relativos al paraje de Fuente Caballos que, como había ya detallado en su relación referida a la situación general de la plaza en 1739, se trataba de un tramo costero mediterráneo muy expuesto a desembarcos y que convendría fortificar de nuevo ante el peligro que suponía para toda la población residente en la Almina, en especial para su flanqueo lateral (Fig. 96). En 1740 disponía Fuente Caballos de cuatro cañones del calibre doce, el Torreón de San Jerónimo contaba dos del mismo calibre, y la Batería de San José otros cuatro del calibre veinticuatro. Ahora Solís respetaría el Baluarte de San Francisco, situado junto al Boquete de la Sardina, como obra existente a la que se uniría lo proyectado en la parte occidental. En cuanto a la Batería de la Puerta de Fuente Caballos, se entendería como obra existente que enlazaría con lo proyectado hacia el este. Delimitaba una plataforma nueva con flancos defendiendo los alrededores, la Batería de San José, el Boquete de la Sardina con su puerta y varadero para que saliesen las chalupas armadas; dos cuerpos de guardia nuevos en la Puerta de Fuente Caballos y, junto a la citada Batería de San José, muy necesarios para cubrir bien aquellos puestos, un camino bajo y a cubierto de las alturas enemigas y la Cerca del Tejar.
A finales de mayo del mismo año, Solís remitió una carta al Marqués de la Ensenada, a través de la Junta de Obras, en la que incluyó la planimetría de la Torre del Hacho, con la entrada, la Torre del Mirador, que entendía como inútil por su tamaño, la torre nueva destinada a mirador que estaría situada en la parte norte, con el fin de descubrir mejor los alrededores; un departamento y alcoba para el capitán-centinela para que viviese allí, la habitación del capitán, un cubierto que sirviese para apostar a seis soldados de noche en la Batería de Torremocha y otro semejante para dos soldados con sus caballos de guardia en el Hacho, tres garitones para situar a tres hombres de noche en algunos parajes precisos para su custodia, y cuatro garitas para centinelas que antes estaban al raso y soportaban las inclemencias del tiempo. Dichas mejoras y obras se harían de piedra, tierra y poca cal, muy económicas, sólidas y duraderas y las maderas correspondientes se retirarían de las depositadas en el Tejar (Fig. 97). En cuanto a su defensa artillera, el Hacho disponía ya en 1740 de un cañón del calibre nueve, que servía para avisar a la Batería de Torremocha para que ésta a su vez diese la voz de alarma a los navíos que suministraban a la plaza, y por lo tanto estuviesen atentos a cualquier contingencia.
Muchas veces no coincidieron los presupuestos teóricos poliorcéticos dados por los propios ingenieros, dándose ejemplos de criterios tradicionales de fortificar junto a otros más modernos, e incluso llegando al rechazo de los más elementales aspectos para una regular defensa. Tal fue la postura dada en 1744 por el Teniente Coronel e Ingeniero 2ª, Félix Prósperi, italiano que en su nuevo método de fortificar defendía que las máximas que deberían observarse cuanto fuese posible eran que todas las partes de una plaza se pudiesen defender unas a otras, que los flancos permaneciesen ocultos, fuesen grandes y con fuego continuado o perenne; que todo se pudiese defender con la fusilería, que se defendiese mucho terreno con poca gente, que los fosos se hiciesen anchos y llenos, que se eligiesen como más valiosos los baluartes y revellines mayores antes que los menores, y que para fortificar bien no se reparase en reglas de autor alguno, ni en máximas particulares.
Estos planteamientos disentían con los de la mayoría de los ingenieros, para los que la tratadística y los estudios académicos debían ocupar un lugar relevante en la aplicación práctica de proyectos y realizaciones poliorcéticas, sin olvidar tampoco la experiencia personal adquirida a través de los dilatados años de servicio de armas. Todo esto se ratificaba en los distintos dictámenes emitidos por la Junta de Obras sobre las minas de Ceuta, como el del 11 de marzo de 1745. Los oficiales de la misma examinaron las reflexiones que en la primera sesión había formulado el Ingeniero Comandante Lorenzo de Solís, y después de algunas consultas, superados algunos inconvenientes y añadidas algunas prevenciones, resolvieron que su dictamen debería redundar en el mayor progreso de la defensa subterránea y en la mejor economía en gastos de esta dependencia, tan importante para la conservación de este ventajoso presidio. Se mantendrían los tres ramales de minas dentro de las fortificaciones de ese frente, aquellos que se dirigían con leves tortuosidades hacia la Estrada Cubierta, uno por la derecha y otro por la izquierda, y el resto por el centro mientras se les mejoraba, dándoles una dirección más recta y abocándolos a una galería que se proponía hacer nueva debajo del Camino Cubierto, de tres pies de ancho y cinco de alto, la cual debería correr desde el ala derecha a la izquierda. No habiéndose modificado este Frente de Tierra, como lo intentó el Ministerio de la Guerra, se podrían hacer con rosca de ladrillo y sus pisos se subirían algunas pulgadas, manteniendo la misma pendiente que tenía el foso de las fortificaciones exteriores más avanzadas. Dicha galería se debería fabricar sin más dilación, dándoles a las aguas de la campaña que a ella concurriesen el desagüe y curso más cómodo y regular que al capitán de minadores Félix Tortosa le pareciere más conveniente. Al estar construida con entrada por los fosos, permitiría también una fácil disposición para buscar al enemigo a conveniencia, aunque bien entendido que desde las capitales del Camino Cubierto se harían unos ramales preventivos y asimismo, entre los nuevos que se hubiesen de levantar hostilizando al enemigo, tuvo como primordial Tortosa que se practicasen otros que los intercomunicasen con regular posición de ángulos para su ventilación.
Mientras se concluyese la galería propuesta, precediendo su real aprobación, los miembros de la Junta convinieron que en estos momentos no se abandonasen las minas que existían en la campaña, fuera del Camino Cubierto, conservándolas con nimias reparaciones y gastos, con el fin de que aumentasen la defensa de la plaza, y que a las más adelantadas que no servían de precisa comunicación de las intermedias no se atendiesen ni se emplease dinero alguno en ellas. Ya que los ramales nuevos hacia la campaña deberían ser conducidos de regular forma, se especificaría en el plano su disposición para que, teniendo Tortosa una copia rubricada y otra en el archivo de la Junta de Reales Obras, se observase lo que Felipe V llegase a aprobar en correlación con este dictamen emitido. Del mismo modo, era preciso y conveniente que para estos nuevos trabajos el rey estableciese en la plaza de Ceuta las mismas gratificaciones, además de su plaza corriente, a los minadores, cabos y sargentos, como se estilaba y practicaba a dar por cuenta de la Real Hacienda a los minadores del Ejército por los días que se empleasen en el trabajo, con las intervenciones y formalidades que tuviese la corona por conveniente, con lo que la Junta local provisional de Ceuta estimaba que quedaría servida de manera regular y con utilidad para su servicio y el erario establecido.
Por otro lado, a finales de mayo de 1745, se hicieron gestiones ante el Comisario General de Cruzada, Domingo de Bustamante, para que la aplicación de los bienes de Cruzada se destinasen a las reedificaciones locales como consecuencia de la epidemia de peste bubónica declarada entre 1743 y 1744. Dichas tareas fueron evaluadas por la Junta Real de Obras en agosto de 1745 en 344.936 maravedíes. De igual modo, en una relación de finales de junio del mismo año se especificaban las reparaciones y fabricación nueva por incendio de las Iglesias de San Antonio, San Amaro y Valle, del Hospital Real, Hospital de San Amaro, Hospital Real de Mujeres, Cuerpo de Guardia del Pozo del Rayo, de las Balsas y de San Felipe, así como las casas de Juan Aguado, María de Ledesma, José de Linares, Gregorio Parra, y Tomás Pinto. Ampliando lo anterior, debemos decir que el Hospital Real, distante dos varas de la Veeduría y colindante con el Convento e Iglesia de San Francisco, se encontraba en pésimo estado en 1746 por el deficiente mantenimiento provocado por dicha epidemia, que llegó a registrar un total de 4000 defunciones, y precisó por ello el aprovisionamiento de caudal procedente de la Comisaría de Cruzada, ya que sus reparaciones fueron presupuestadas en casi 42.777 reales de vellón.
Aunque las disposiciones de la Junta de Obras fijaban reglamentariamente lo ya realizado y lo que se debía de hacer en cada momento en las fortificaciones de la ciudad, ello no fue obstáculo para que en ocasiones el gobernador local actuase unilateral y arbitrariamente, asumiendo unas competencias que no eran sólo suyas. A este respecto, la real disposición dada por la Corte el 3 de enero de 1748 por el Marqués de la Ensenada al Ingeniero en Jefe, José Muñoz, reprendía al gobernador, Juan de Palafox, por haber hecho edificar, contra la voluntad real, algunas tapias delante de la Puerta Almina y haber ensanchado de modo perjudicial el camino de dicha Almina por su parte sur, ordenándose que se cesase luego en ese trabajo y arrasasen las citadas tapias, y reiterándole que en adelante no emprendiese obra alguna sin reparo alguno y sin real aprobación, confiriéndolo antes en Junta el ingeniero Muñoz y el Ministro de Hacienda.
Muñoz fue destinado a Orán con el mismo cargo, pero antes de marchar hacia allí el 9 de noviembre de 1748 realizó el plano y perfiles de la Batería de Torremocha en la península de la Almina, con capacidad para ocho cañones. Asimismo, en agosto de 1749 el presupuesto de su cuartel proyectado ascendía a 68.462 reales, cuya edificación se pensaba sufragar con la ayuda de la venta del aguardiente. Al producirse dicho cambio, se personó en Ceuta el Ingeniero en Jefe y maltés de nacimiento Leandro Bachelieu, que ya había actuado en 1745 dando su visto bueno a dos almacenes de pólvora situados en un cerro de la Almina. Al poco de estar en Ceuta, Leandro demostró su fuerte carácter al chocar con el Ministro de la Real Hacienda por el mal gobierno de sus asuntos, dando cuenta a la Corte, que resolvió a su favor. Lo mismo pasó al gobernador Orcasitas, con quien dicho ministro había tenido roces en cuanto a sus respectivas jurisdicciones, ya que aquél no estaba acostumbrado a obedecer las órdenes reales. El Ingeniero en Jefe, en su afán por adularle, no hizo las correspondientes diligencias para que el expediente incoado al anterior gobernador, de fecha 3 de enero, se llevase a cabo.
Con todo, el trabajo en las minas continuaba a muy buen ritmo, a pesar de las diarias incursiones enemigas. El capitán de minadores, Felipe Tortosa, remitió un plano (Fig. 98) a la Corte en 1750, donde indicaba todo el entramado de galerías subterráneas, con las bocaminas reales y hornillos de la campaña, así como parte de la fortificación antigua que partía desde el Foso inundado de las Murallas Reales hasta llegar a los ataques, baterías de cañones y morteros enemigos del Campo Exterior. Los minadores españoles vestían casaca azul con vuelta encarnada, chupa y calzón gris e iban armados con sable, fusil y pistola. Cuando trabajaban en las minas se cubrían con un capote en forma de capucha para defender sus ojos de la tierra y del polvo. Acostumbraban a hacer las galerías, también llamadas ramales, canales, retornos o conductos desde la salida de pozos o haciendo aberturas de tres a cuatro pies, adelantándolas hasta debajo del terreno de las obras en donde se quisiese conducir la mina o contramina. Tanto los sitiadores como los sitiados adelantaban sus galerías, cada uno por su parte, y si se encontraban procuraban destruirse unos a otros, o cuando menos intentaban inutilizar sus obras. En el momento en que los minadores oían trabajar a los enemigos, su mayor atención consistía en aplicar un hornillo o petardo en su galería para que la atravesase y derrumbase, esparciendo tanto humo que la mayor parte de los trabajadores pereciesen asfixiados.
El ingeniero Canelas trabajó en Ceuta desde el año 1724, planificando las bóvedas a prueba de bombas del terraplén de la Muralla Real, así como almacenes de pólvora en 1746. De primeros de octubre de 1750 son el plano y perfil de la Lengua de Sierpe de San Felipe (Fig. 99), que él delineó y que luego firmó Agustín Ibáñez Garcés, a la sazón Ingeniero en Jefe tras sustituir en el cargo a Leandro Bachelieu el 22 de abril. En dicho proyecto, modificaba la cámara subterránea de madera y el cuerpo de guardia del Camino Cubierto, colocaba puntales y traviesas en la parte superior y laterales por amenazar ruina, reparaba la comunicación a dicho reducto, prolongaba sus caras y trabajaba aquellas partes del mismo que estaban deterioradas por efecto de las minas, las que habían tenido trincheras o aquellas cuyo suelo era muy poco consistente. Ibáñez fue un verdadero servidor de Fernando VI, por lo que volvió a sacar a colación la real orden de 2 de enero de 1748, previniendo al Marqués de la Ensenada de su incumplimiento, con lo que éste previno al gobernador Orcasitas el 28 de julio de 1750 porque ...
“teniendo entendido no haberse dado cumplimiento a la Real Orden de 13 de febrero de 1748, es muy de su real desagrado su inobservancia y que sin la menor dilación haga poner en práctica la demolición con todo lo demás que se oponga a la defensa de la Fortificación, y señaladamente el quarto que se edifica en el terraplén de la Muralla de la Marina Norte, sin permitir V.E. que en adelante se altere lo que en estos asumptos queda reglado, pues será responsable de su observancia”.
Esta orden llegó a Ceuta el 6 de agosto, demoliéndose las tapias con brevedad, sirviendo la tierra empleada en su construcción para llenar zanjas y fosetes y resultando así cómodo el paso a los civiles que se dirigían a sus casas, sin tener que realizar rodeos como antes ocurría.
Desde finales de enero de 1751 fue nuevo gobernador de Ceuta Pedro Loaísa, Marqués de Matilla, Brigadier de los Reales Ejércitos y Teniente de Rey, que permaneció interinamente durante treinta y siete días en dicho cargo. Le sucedió Carlos Francisco de Croix, Teniente General de los Reales Ejércitos, que desde el principio de su mandato impuso las rondas nocturnas de todos los oficiales, así como frecuentes salidas marítimas sobre el río Negrón y río de Tetuán, y terrestres sobre los sitiadores de la plaza, acantonados a tiro de fusil de las fortificaciones más avanzadas. En este año actuaron en la plaza de Ceuta el Ingeniero Voluntario Ramón Panón30, mandando las Baterías de las Lunetas de San Felipe y la Reina, trabajando en los atrincheramientos, los Ingenieros Extraordinarios Luís Huet y Antonio Murga, que había sido nombrado el 12 de enero Director de la Academia de Matemáticas de Ceuta, y el Ingeniero 2ª Carlos Luján. Este último realizó el 2 de abril el plano, perfiles y vistas del Espigón de la Ribera, llamado también de la Coracha (Fig. 100) o Espigón de la Izquierda, demostrando sus ruinas, lo corroído, su cabeza y su canal hasta la peña. Recordemos que ésta estuvo fortificada en tiempos pretéritos, habiéndosele colocado incluso potencial artillero, como lo indicaban el encastre para asegurar su retreta y la zarpa y carretales que se proyectaban para evitar dicho paso, quedando su mayor profundidad durante la bajamar en dos pies y medio, y el resto hacia su cabeza en seco.
De la misma fecha fue otro plano suyo (Fig. 101) del Frente de la Puerta de la Almina, que representaba toda la superficie comprendida entre la Casa del Gobernador y Fuente Caballos. En este último paraje se perfilaban las tierras que se deberían escarpar para su mejor defensa y seguridad, así como el espaldón u obra que en dichas fortificaciones se debería fabricar de modo provisional para que quedase todo desenfilado de la batería enemiga situada en el Morro de la Viña.
Resultaba indudable que el refuerzo artillero de las fortificaciones fue fundamental para sostener los sitios impuestos a la plaza por parte de los marroquíes. De aquí que el Comisario Provincial de Artillería debiera redactar asiduamente las correspondientes revistas del material artillero, pormenorizando su estado, las existencias y los que hacían falta que se remitieran, expresando al mismo tiempo el grado de premura para su disposición, según la situación real de cada momento. En este sentido, el Marqués de Croix remitió el 10 de junio de 1751 al Marqués de la Ensenada el estado de los montajes de artillería que el comisario Pablo Blázquez le había detallado, informándole que existían 52 cureñas de servicio, incluidas las de los cañones de hierro de los calibres dieciocho, doce y ocho, que había un total de 76 defectuosas y que 69 se deberían reemplazar. Sería muy conveniente que se remitiese el doble de cureñas para poder contar con alguna reserva, no sólo por lo que pudiera ocurrir sino también para el reemplazo de las que continuamente inutilizaban los temporales. Eran muy pocas las que se podían recomponer, cambiándoles sus ejes, ruedas, soleras o herrajes, pero no admitían mayores mejoras porque sus maderas estaban carcomidas o podridas por efecto de las frecuentes humedades del lugar. El total de ajustes de mortero útiles para el servicio era de dieciséis y seis eran defectuosos, con lo que al presente había los necesarios para su uso regular. Las bombas de diez pulgadas y nueve líneas, usadas regularmente en caso de necesidad para los morteros de doce pulgadas, mientras que a éstos y a los de nueve pulgadas se les dotaba de sus correspondientes, no tenían la fortaleza suficiente para su uso regular por estar carcomidas, por cuyo defecto se destinaron para hornillos y para arrojarlas al foso, aunque en caso de necesidad podrían servir también para este menester otras de calibre inferior. En cuanto al personal artillero, la Compañía Provincial disponía 79 miembros, mientras que la Compañía de Minadores contaba con 80.
En cuanto a los ingenieros, Carlos Luján trabajó de modo continuo durante todo el año 1751, diseñando a mediados de junio la construcción de un cobertizo frente a la Puerta de la Almina, junto al terreno del Revellín, donde se pondría una pescadería cercada de estacas, un cuarto para el repeso y otro que serviría de almacén de berberechos y demás artículos procedentes de la Península, los cuales antes se vendían en el Foso semiseco. También fue suyo el proyecto de un cuartel (Figs. 102, 103 y 104) que se debería construir en la Península de la Almina, a la izquierda de las Grandes Balsas, mirando su frente a la Marina Norte, con capacidad para un regimiento de infantería, 1200 desterrados y pabellones para oficiales. Seguía un esquema rectangular de dos plantas, con una puerta principal, otra para el cuerpo de guardia y una tercera de comunicación para los desterrados, además de una prisión, las bóvedas donde se situarían los desterrados y las destinadas a los cabos de brigada, las cocinas, los lugares comunes y unos tramos de escaleras de acceso al segundo piso, en el que estarían ubicadas igual número de habitaciones para la tropa. Los pabellones contaban con sus puertas correspondientes, las habitaciones para oficiales subalternos, las destinadas para los que cambiaban la tropa, lugares comunes y escaleras de subida al segundo piso, que era igual que el primero. Luján prevenía que para la construcción de este edificio sería preciso disponer a tiro de pistola de la piedras, agua y arenas necesarias, las acémilas que el rey pagaba diariamente en esta plaza, como asimismo los desterrados para excavar los cimientos y prestar servicio a los maestros albañiles.
En 1752 detentó el cargo de Ingeniero Director de las fortificaciones y obras de la plaza de Ceuta Jerónimo Amici, que ya en 1718 había trabajado en la Ciudadela de Barcelona, y que en 1749 había trazado un plan de reparaciones para el Castillo de San José de Almería. A sus órdenes trabajó el Ingeniero Ayudante o Extraordinario Pedro de Brozas y Garay, que obtuvo dicho cargo en 1751 y que había asistido al Marqués de Verboom en su Secretaría. A finales de enero trazó Garay un plano (Fig. 105) que mostraba una porción del Foso de la Almina hasta el puente, con el muelle por entonces existente que salía desde el mismo ángulo del Baluarte de San Juan de Dios y que debería concluirse tomando la dirección noreste y arrimarse al nuevo espigón, el antiguo espigón de estacas y piedras sueltas que estaba ahora arruinado y que se debería quitar por completo, pero que provisionalmente se había fabricado para resguardar las embarcaciones, el brazo nuevo que se debería sacar desde el ángulo de la espalda del Baluarte de San Sebastián y el pequeño puerto que ahora se formaría para que sirviese de resguardo a pequeñas embarcaciones.
El primer objetivo marcado por el nuevo Ingeniero Director de la plaza fue, por un lado, de proteger la banda sur o mediterránea cerrándola hasta la batería del Sarchal y reforzar ésta, y por otro lado, intensificar la protección de las embarcaciones locales con la dotación de un puerto más abrigado en la Banda norte. Por ello, propuso a la Corte un nuevo plano (Fig. 106) de la Batería a barbeta del Sarchal, artillándola con capacidad para diez cañones y haciendo destacar en ella su entrada y el tambor que la cubría, su parapeto a barbeta, la explanada, el terraplén, un recinto de mampostería con estacada encima, un foso que cubría a la batería de los caminos colindantes, el cuerpo de guardia, un cuarto para el oficial de guardia, dos cocinas, el cuerpo de guardia para los artilleros, así como otro cuarto para el sargento de artilleros y un almacén de pólvora.
Siguiendo con el plan iniciado por su Ingeniero Ayudante, Amici hizo a mediados de diciembre una relación y un plano (Fig. 107) que indicaban el estado en que se encontraba el Foso de la Almina, centrándose en la parte destinada a resguardar las barcazas que descargaban materiales y víveres procedentes de la Península para las reales obras de la plaza de Ceuta, a cuyo mismo fin estaban destinados los buques de remo de pequeño porte, como el nuevo javeque, la lancha real y la liparota. En el plano indicaba el estado del referido foso antes del mes de septiembre, cuando el gobernador local comenzó a profundizar su base, hallando un nivel de dos pies de profundidad durante la pleamar, dos pies de arena y después un suelo de pizarra continua. Estando las aguas en marea baja, dicha zona quedaba casi seca hasta el puente, y entonces por delante del andén o muelle se contaba con agua suficiente para arrimar las otras barcazas para descargarlas, actividad portuaria que se veía favorecida en invierno, debido a la existencia de mayores mareas. Por la parte del Baluarte de San Sebastián, llamado al presente el Revellín, la pizarra quedaba siempre al descubierto, sirviendo de estribo a la fundación de su muralla.
Los temporales de diciembre de 1751 habían destruido el espigón de estacas, volviéndolo a reedificar en el pasado junio el Marqués de Croix, pero a pesar de la insistencia de la Corte en mantenerlo, Amici demostró que era una obra enteramente inútil por ser baja y compuesta de piedra suelta y pequeña, pasándole por encima los temporales del nordeste, este y sureste. Meses atrás se había levantado un primer malecón para que las aguas no embarazasen la excavación, y desde éste hasta el puente se sacaron los dos pies de arena referidos y luego cuatro más de pizarra, empleándose para ello pólvora de modo incorrecto, ya que la regla decía que a tres pies de profundidad de un barreno se debería emplear más de dos pies de pólvora y el resto con tierra para atajarle, a lo que añadía que los otros barrenos podrían agotarse debido al agua que transpiraban, dando apenas tiempo para cargarlos y dispararlos, convirtiéndose la citada pólvora en una pasta. En esta primera excavación de pizarra se ejecutó otra obra absurda, según Amici, y fue que desde el puente hasta el malecón se descubrieron los cimientos de la muralla del Baluarte de San Sebastián, dejándolos desamparados y más altos que la excavación, razón por la que levantaron un segundo malecón que sirvió para profundizar todo hasta nueve pies, desbaratando el primero, así como una parte del andén, dejando descubiertos sus cimientos y sin reflexionar que, volviendo las aguas a ocupar aquel sitio, podría introducirse por las venas o vetas de la pizarra y ablandarla de modo que se rindiese al peso de la mampostería que estaba sobre ella y arruinarse, particularmente por la parte de dicho baluarte, por la gran masa y altura del terraplén que lo formaba, a cuyo movimiento de tierras podía también contribuir las salvas que se hacían con los cañones situados sobre el baluarte, como se había experimentado en la garita del ángulo, a cuyo pie estaba el segundo malecón, llegando a agrietarla por varias partes y debiéndose reedificar.
La excavación referida de cuatro pies de pizarra y dos de arena, añadiendo a éstos los dos pies de agua en alta mar, podría ser suficiente, pero la idea pretendida era de que en dicho paraje entrasen las demás embarcaciones reales, como los dos barcos largos de la Reina Ana y San Zenón, y para ello profundizaron desde el puente hasta el malecón otros ocho pies, hasta llegar a los actuales dieciséis. En los perfiles, Amici indicaba que se debería continuar la excavación hasta 140 varas contadas desde el segundo malecón, sin contar el declivio que se le debería dar hacia afuera a fin de que las arenas no se introdujesen tanto con las corrientes y para que al retirarse volviesen a arrastrar tras de sí las que hubiesen entrado. Las dificultades encontradas para la prosecución de esta obra fueron muchas, ya que era preciso ir ocupando con malecones los espacios que se determinaba profundizar, como se reconocía con el tercer malecón, que se dejó de construir porque filtraba gran cantidad de agua a través del espigón, siéndole preciso por tanto revestir por dentro y por fuera con otro malecón a él arrimado y situar una bomba que trabajaba continuamente en desecar la excavación de las aguas que filtraban por la misma pizarra. Asimismo, el canal formado se volvía a llenar de arenas hasta la superficie que tenía esta zona antes de su primitiva excavación, puesto que se encontraba al descubierto de los temporales dominantes en la banda norte, y los cinco pies de vara en marea alta actuales, una vez retirados los malecones, no evitarían que las arenas se introdujeran allí de nuevo.
Una gran parte de los escombros que dio esta excavación se depositó en este Foso de la Almina, pasado el puente y otra no menor se echó encima del andén, desde la muralla de la plaza hasta la garita. Por otro lado, las barcazas transportaron otra cantidad que vaciaron a lo largo de la muralla que desde el Baluarte de San Sebastián seguía hasta San Amaro, y otra carga fue llevada a una distancia de 100 toesas, frente al mencionado Foso de la Muralla Real y su entrada, todo esto yendo contra las defensas hechas por el rey para la conservación y limpieza de los puertos, caños, surgideros y bahías. Estos escombros de pizarra mandados depositar por el gobernador podrían, según Amici, traer resultados funestos para la integridad de los sistemas defensivos de la banda costera norte, ya que los temporales de levante podrían desmoronar estos materiales pizarrosos y extenderlos a lo largo de la muralla hasta el Foso inundado con el riesgo de cegarle enteramente, mientras que los temporales de poniente podrían devolverlos a las mismas excavaciones. Para el Ingeniero Director, esta fábrica ...
“se ha emprendido sin haverse propuesto en Junta alguna y por consequencia ignorarse si ay aprobación de la Corte causando un crecidísimo gasto, parece deviera suspenderse por las razones y dificultades arriva mencionadas y proponer a S.M. la ejecución del Muelle antiguamente proyectado, aunque en dicho Proyecto no se halla bien colocada la entrada por estar a la parte de levante quando deve mirar al poniente, a fin de que las arenas no entren a zegarle, por lo que es preciso darle otra disposición para la qual necessita un sondeo formal para con mas conocimiento deliberarle”.
A este respecto, recordemos que el Ingeniero Director de fortificaciones tenía numerosas competencias, como cuidar de la plaza a él asignada, visitarla todos los meses, ordenar las obras convenientes, dar cuenta después al Ingeniero General de todo lo proyectado y, una vez que le devolviesen los proyectos aprobados por la corona, hacía saber a los asentistas las obras que se ejecutarían por medio de una publicación, así como su adjudicación, en presencia de la Junta de Reales Obras. Al Director le correspondía también tener cuidado de todos los trabajos de las líneas en la forma que el Ingeniero General lo hubiese hecho, mientras durase la guardia de veinticuatro horas; distribuía a los ingenieros de su brigada el trabajo de la noche, hacía trazar las trincheras, las plazas de armas y los alojamientos, y para esto tomaba la correspondiente orden de su superior.
Jerónimo Amici hizo otra relación el 18 de abril de 1753 del estado que presentaba el Espigón de Nuestra Señora de África (Fig. 108), situado a la derecha del frente de la plaza que miraba al campo enemigo, de las causas de la ruina que amenazaba la parte más adelantada en el mar, así como del método que él proponía, como Ingeniero Director, para repararlo. Este espigón, como se representaba en el primer plano, había sido ya proyectado por el Ingeniero Director Diego Bordick y ejecutado después por el ingeniero Diego Cardoso en 1735, siendo Teniente de Rey el difunto General José de Aramburu. Según Amici, dicha fortificación no debería mantener el alineamiento del flanco antiguo, que contaba con dos cañones, ya que siguiendo el referido proyecto este espigón hubiese quedado enfilado por la batería enemiga situada en el Morro de la Viña, que era un terreno elevado situado a 600 varas frente a la posición izquierda, pero Cardoso, sin atender a este inconveniente, continuó dicho alineamiento y mantuvo así enfilado el espigón. Éste remataba en su extremo o cabeza en un caballero con batería alta y baja, que tampoco se justificaba puesto que por su lado costero no precisaba cubrirse de ninguna enfilada y tampoco dominaba los terrenos del frente de la plaza que desde dicho morro bajaban hacia la playa que miraba al norte.

