Fortificaciones Militares de Ceuta: siglos XVI al XVIII
CAPITULO II
2PARTE: FORTIFICACIONES MILITARES DE CEUTA EN EL SIGLO XVII
El Consejo de Guerra se conformó en todos los puntos expuestos por Valparaíso, valorando la importancia de la plaza para toda la Cristiandad por estar considerada como llave de España y antemural de Occidente, pero la situación tan precaria de las arcas reales obligó frecuentemente al recorte presupuestario, pues además de querer levantar el sitio sobre Ceuta, existía el empeño de liberar a Cataluña del yugo francés.
El nuevo gobernador de Ceuta fue Melchor de Avellaneda, Marqués de Valdecañas, y comenzó su andadura militar a mediados de septiembre de 1695, con el grado de Maestre de Campo General. No fue a la zaga de su antecesor en arrojo y preocupación por levantar el sitio ismailita, contándose como intervenciones directas suyas la construcción del primer Cuartel del Rebellín en la Almina, a cubierto de la artillería enemiga; inició el llamado Fosete de Palomino, que rodeaba el Baluarte de Santa Ana (Fig. 24) e impedía el acceso hasta él. Dio principio a la fortificación de la Plaza de Armas (Fig. 25), con el corte de un rebellín, delineado por Francisco Hurtado, el cual no llegó a edificarse por no convenir a la defensa. En este lugar pusieron los marroquíes a cinco morteros para bombas y dieciocho cañones en distintas baterías, llegando a arruinar numerosos caseríos, abandonándose parte de la ciudad y avecindándose en la Almina en chozas y tiendas de campaña. Apartó algo a sus enemigos de la fortificación del Ángulo de San Pablo, haciéndole una pequeña y estrecha estacada, llamada falsabraga, y reparó el resto de las obras exteriores.
El ingeniero Hurtado reparó lo preciso, pero encontró dificultades por la inmediatez de los fuegos enemigos en las fortificaciones exteriores. También reedificó y modificó numerosas partes en las defensas interiores del recinto urbano. Una vez fortificada la plaza, pidió licencia para pasar a la Península el 18 de enero de 1696, por hallarse con muchos achaques ocasionados por el gran trabajo tenido, y porque ya había delineado todo lo que se debería hacer en un futuro y no se podría recelar ningún peligro enemigo, faltando sólo que los albañiles y maestros de obras lo pusiesen en ejecución, como lo mostraban las dos plantas que había entregado al gobernador local y que debían ser remitidas al rey.
A principios del mes siguiente, el Consejo acordó nombrarle para el gobierno de la Coruña, amparándose en las heridas recibidas en Flandes y Ceuta, así como en el clima de este último lugar y en que se encontraba sin tener qué hacer. Dicho nombramiento estaba condicionado a que no saliese de Ceuta hasta que acabase el sitio,
“....pues teniendo delineado y en ejecución un Revellín y Cortadura en medio de la Plaza de Armas, de cal y canto, y dispuestas otras cortas obras que muy en breve se acabarán; con lo cual puede asegurarse que Ceuta era una nueva ciudad por lo fabricado, que no sólo será defensa para los moros, sino también para resistir a las naciones más belicosas”.
Hurtado colaboró estrechamente con el gobernador Avellaneda en estos difíciles años de sitio, siendo ambos ratificados en su labor por el Consejo de Guerra, que aprobó todas sus defensas y prevenciones, con tal de que pudiesen conducir al mayor resguardo y seguridad de la plaza. Hurtado no desaprovechó la oportunidad de pedir al rey, el 7 de septiembre de 1696, que se le pagase el sueldo como Maestre de Campo en Ceuta, con 116 escudos de plata y no de vellón, como se le había intentado pagar, y amparaba esta reclamación en que otros ingenieros que sirvieron en esta plaza, como Lorenzo de Ripalda y Juan Francisco Manrique, así lo cobraban.
Las obras delineadas se fueron ejecutando, al propio tiempo que se intentó levantar el sitio a través de un medio bastión ó baluarte que cubriese el Bonete de Santa Ana, y un cubo o cuadro de gran capacidad en la banda costera de San Pedro. Simultáneamente, se deberían construir dos flancos al rebellín, y profundizar al máximo los fosos. También se deberían fabricar barracas en la Almina a prueba de bombas, y algunas casas para resguardo de la guarnición durante los rigores invernales. Correa da Franca (1999) incide en esta precisa infraestructura militar al afirmar que ...
“Durante el dilatado e impertinente curso de este sitio, se fabricaron en este isthmo de tierra y en lo que era la ciudad, al tiempo que la conquista, algunas casas en viñas, huertas y tierras de sembradura de la Cathedral, Casa Real de Misericordia...”.
Se comprende que este sitio tan severo fuese el factor motivador de que la arquitectura militar, y de paso el urbanismo, fuesen cobrando desde ahora un vigor e intensidad que antes no se dieron, salvo para prevenir ocasionales ataques terrestres y marítimos, que hasta ahora había sido una constante en la historia de la plaza. Los proyectos poliorcéticos se fueron asumiendo de forma rápida y sobre la marcha, pues al propio tiempo que se defendía, se atacaba y construía. Como consecuencia de este proceso, las fortificaciones de la Plaza de Armas estaban muy adelantadas, sus murallas estaban revestidas exteriormente de cal y canto, desde el Ángulo de San Pedro hasta la Cortina de Santa Ana, que se comunicaba con el nuevo foso que se acababa de abrir a principios de mayo. También se hallaba en buena defensa el nuevo rebellín de cal y canto, y casi acabado de levantar uno de sus flancos, trabajándose continuadamente en sus parapetos y terraplenes, al tiempo que se profundizaba y ensanchaba su foso, sin apenas descansar. En adelante, se trabajaría en correr una estacada en el Campo Exterior, alrededor de la muralla que se había acabado de hacer, al igual que las estacadillas exteriores. Se cubriría también con estacada hasta la Cortina de Santa Ana, para que, además de la muralla nueva fabricada en la Plaza de Armas, contasen con otro mayor impedimento los enemigos, ya que ...
“si los moros no mudan de nuebo metodo de atacar la plaza, saldrán frustrados todos sus designios, pues en la forma que oy se halla la Fortificación, diera que hacer a otra qualquiera nación más esperta”.
El gobernador consultó que le parecía muy importante la construcción de cuarteles a prueba de bomba sobre arcos de ladrillo, al pie de la Muralla Real, por la parte interior de la plaza, pues así se conseguía ensanchar la misma muralla, que tenía el defecto de no tener bastante retirados sus cañones, y además de disponer de tropas más a mano en este paraje para lo que pudiera necesitarse, en lugar de los alojamientos habilitados provisionalmente en la Almina que estaban más distantes del escenario bélico. Vio esencial para la defensa de la plaza la comunicación del Foso de agua, entre la Puerta del Albacar
y la cortadura que salía al Puesto de los Napolitanos, construyendo un puente levadizo, de corto gasto, pues el terreno existente era muy corto, de tan sólo treinta pies. De este modo, la plaza quedaría de forma tal que los enemigos no volverían a intentar un nuevo ataque por este lugar. En cuanto a las minas, el gobernador explicó al Consejo el buen estado en que se hallaban: circundaban toda la campaña, desde el Puesto de Santa Ana hasta San Pedro, estando muy separadas para poder resistir los temporales invernales, y sus arcas de desagüe tan bien dispuestas que podrían facilitar la salida del agua con cuatro ó más bombas, lo cual no era gran inconveniente habida cuenta del gran trabajo que habían ocasionado en los dos últimos inviernos las vertientes de dichas minas. Por lo que tocaba al almacén que se hizo en la Almina, junto a la Ermita de San Pedro, de gran capacidad para los bastimentos, quedó casi acabado, evitándose el problema de que las bombas se deteriorasen al estar a la interperie y tener que recurrirse a nuevo armamento.
El gobernador Avellaneda remitió una carta a la Corte, el 18 de enero de 1697, en la que informó del desvelo y puntualidad que el ingeniero mostró en las obras de Ceuta. Acompañó a dicho documento dos plantas, que no hemos localizado: en una se reconocía su estructura defensiva, y en la otra se detallaban las obras delineadas y las que se debían ejecutar. A vuelta de correo, el Consejo le notificó la llegada del ingeniero Pedro Borrás, que se hallaba sirviendo en el Ejército de Cataluña con sobrado prestigio por haber actuado en el sitio de Palamós. Al mes siguiente, fue el propio Hurtado el que remitió un memorial solicitando licencia para retirarse del servicio y el rey le contestó, de acuerdo con el Consejo, que no se ausentase de Ceuta hasta que pasase a ella Pedro Borrás u otro de su profesión. Es fácil comprender la negativa real a que aquél se retirase, teniendo en cuenta la situación tan problemática por la que atravesaba la plaza, en la que la ausencia de ingenieros provocaría una mayor desestabilidad en los planes defensivos.
El Consejo de Guerra mandó continuamente medios materiales y humanos a Ceuta, para evitar estrecheces a su guarnición, y a primeros de abril de 1697 mandó al Presidente de Hacienda que remitiese 2000 vestidos para que ...
“... las necesidades no hagan que los moros ganen la plaza, y nosotros no la perdamos con el abandono y perecer de hambre de aquella guarnición. Es menester poner todo cuidado, no omitiendo instante en la remisión de los medios competentes para que logren de cuando en cuando algún pagamento”.
Teniendo entendido el Consejo que había fabricadas en Cádiz un total de 1.100.000 raciones de bizcocho para la Armada, y que según su estado no necesitaría todas, pidió a los ministros de la Armada la remisión de aquéllas que su gente no fuese a consumir, y que al respecto pusiese su valor a cuenta del asentista local. También ordenó a García Sarmiento, asentista de la artillería de Sevilla, que remitiese a Ceuta bombas y granadas.
Como hemos apreciado en años anteriores, las diferencias existentes entre los proyectos de los ingenieros y los de los gobernadores locales, y los que luego aceptaba el Consejo de Guerra fueron constantes. Se llevaban a cabo según decreto real, bajo la supervisión de dicho Consejo, pero las discrepancias aumentaron cuando las plantas de un ingeniero eran aceptadas y llevadas a cabo plenamente, y con la llegada de otro ingeniero se rechazaban, hasta el punto de llegar a demoler las obras ya consolidadas. Esto ocurrió, en los momentos más angustiosos del sitio, con la llegada de Pedro Borrás. A resultas de esta situación conflictiva, no nos debe resultar extraño el memorial enviado por Hurtado al rey Carlos II, el 27 de septiembre de 1697, en el que argumentó primero cómo se aceptó la planta de sus fortificaciones, y cómo Borrás trató luego de deshacer todo lo ejecutado con su asentimiento y sin dar parte al Consejo, derribando parte del rebellín que costó más de dos años de tiempo, mucho dinero y sangre. Le rogaba al rey que, antes de que continuasen las obras del nuevo ingeniero, personas de experiencia e inteligencia en fortificación reconociesen lo ejecutado por él a través de la planta existente en la Corte, y que así, estando informado, dispusiese luego lo más conveniente. A este requerimiento, el Consejo solicitó los antecedentes personales del ingeniero y su hoja de servicios, el 14 de octubre de 1697, para poder actuar en consecuencia: había servido más de treinta años continuos en la Armada, Flandes, Cataluña, Ceuta, y nombrado cabo subalterno en Melilla, que estaba sitiada por los marroquíes en estos momentos; había pasado a Ceuta como Cabo Subalterno y adelantado y puesto sus fortificaciones en buena defensa, alejando sus cuarteles a mucha distancia de la Plaza de Armas y ganándoles el primer ataque a los enemigos. Falleció Hurtado en Ceuta, el 19 de febrero de 1698, víctima del asedio ismailita, siendo enterrado en la cripta de la Iglesia de Nuestra Señora de África, al igual que Martín de Abreu.
La actividad profesional de Pedro Borrás comenzó el 3 de marzo de 1694, año en que se le dio patente y cédula de capitán de caballos corazas y sueldo de 80 escudos. Remitió un memorial al rey, el 5 de abril de 1696, pidiendo el sueldo de capitán de caballos vivo, por entonces ejercía como ingeniero militar en el ejército de Cataluña, y llevaba sirviendo ya veintinueve años como soldado, sargento vivo, sargento reformado, alférez vivo, gentilhombre, maestro de enseñanza del tren de artillería, ingeniero, capitán de infantería española y capitán de caballos corazas. En el ejército de Flandes sirvió veinticinco años, pasando desde allí a Cataluña, actuando en el sitio de Palamós y hecho prisionero de guerra en Francia. Solicitó la misma merced que los ingenieros Castellón y Arias. Al año siguiente, el 9 de marzo, se le dio licencia para que pasase a Ceuta, una vez que hubiese concluido el reconocimiento de las obras realizadas en la plaza de Tarragona. Tres meses más tarde, remitió un nuevo memorial solicitando a la Corte el grado y sueldo de Maestre de Campo, como se había concedido al ingeniero Hurtado al pasar a Ceuta, a Antonio Rueda al ir a Melilla, y a los ingenieros José Chafrion, Ambrosio Borsano y Esteban de Ávila. El gobernador de Ceuta, Melchor de Avellaneda, notificó el 3 de agosto de 1697, que Borrás tomó asiento en dicha plaza, con el grado de capitán de caballos y 80 escudos mensuales de reformado.
A finales de octubre de ese año, remitió este ingeniero un informe, dando las razones para no seguir lo proyectado por Hurtado en la plaza de Ceuta. Empezando por el Bonete de Santa Ana, con una media gola de 100 pies, sobre el que Hurtado hizo un medio baluarte con flanco alto y bajo, distante uno de otro veinte pies; era un espacio que se necesitaba para el parapeto, por lo que quedaría así terraplenado y de ningún servicio. Si se separara el flanco alto, como pensaba Borrás, se podría aprovechar como cortadura. Del modo proyectado por Hurtado, a poco que se elevara el terraplén del flanco alto, se entraría a pie en el referido bonete. La solución dada por Borrás era la construcción en dicho lugar de medio baluarte con mucha capacidad, con 270 pies de media gola, disminuyendo la desproporción de la cortina que dejó Hurtado, de 560 en 400 pies. Dicha cortina quedó a veinticinco pies de distancia de la contraescarpa del Foso inundado, sin ningún espacio para hacer parapeto y terraplén, y dejar camino por debajo para poder pasar. Borrás dejó 60 pies, veinte para el parapeto, treinta para el terraplén y manejo artillero, y los diez restantes para el camino bajo.
El rebellín de Hurtado fue eliminado por Borrás, valiéndose de 135 pies de la cara izquierda para flanco del Medio Baluarte de San Pedro, ahorrando así gastos. Este último opinó que la obra quedaría más regularmente fortificada haciendo su cara igual a la de Santa Ana, prolongándola veinticinco pies hasta la contraescarpa del Foso Principal, haciendo en él la puerta con su bóveda de cuarenta pies de largo por ocho de ancho, con un almacén de veinticinco pies de largo por diez de ancho, y otro a prueba de bomba debajo del terraplén, quedando todo el flanco con 160 pies. La cortina, en su parte interior, tendría 60 pies, y la parte exterior con ocho pies más alto para flanquear por encima, sirviendo al propio tiempo de cortadura. En el extremo de la cara derecha de este rebellín, había levantado Hurtado hasta el cordón treinta y dos pies de otra línea que llamó flanco, siendo realmente parte de la cortinilla que debía correr desde su rebellín al Medio Baluarte de San Pedro. De este modo adulteró los nombres del arte militar, pues prolongaba esta línea con otros 100 pies, llegando la cortinilla a los 130 pies, cuando ningún autor admitía en fortificación real menos de 300 pies. De los treinta y dos pies hechos, Borrás bajó seis para hacer la bóveda sobre el arca de las aguas, con otra pared paralela a la otra, con lo que tuvo ya dentro de los 100 pies de su Medio Baluarte de San Pedro este arca de agua con la boca principal de las minas, tan a prueba de bomba que quedó debajo del terraplén, siendo de gran utilidad para desagüar las minas y sacar el agua necesaria para las obras.
Hurtado proyectó el Medio Baluarte de San Pedro con flanco alto y bajo, con menos espacio que el de Santa Ana, ya que no tenía más que quince pies y la gola hasta el flanco alto tenía treinta. Dispuesto así, y con los parapetos, no le quedaba entrada ni capacidad alguna. La línea principal se debía encontrar con el flanco, haciendo el ángulo flanqueado de este medio baluarte tan agudo que parecía una lanceta. La línea capital de Hurtado tendría 500 pies de largo y costaría más que toda la obra proyectada por Borrás. Pretendía el primero que dicha línea entrase en el mar hasta más de 70 pies, lo cual era impracticable en ese tiempo y en el futuro, según Borrás, pues sería preciso que toda la obra se fuese haciendo como un muelle. Ello conllevaba graves inconvenientes, como el dinero y el tiempo a emplear en la fabricación, y el que después o antes de estar concluida se la pudiese llevar el fuerte viento de levante que azotaba esta plaza, como ocurrió con los espigones antiguos portugueses. El ingeniero pretendió abrir otro foso delante de la Puerta del Albacar con idea de que pasase el mar. Para ello delineó dos líneas paralelas a 50 pies de distancia, desde la línea principal o capital hasta el foso, enfrente del Baluarte de Santiago. Si esto se pudiese hacer bajando el nivel de cimentación al del nivel del mar, según Borrás se cegaría el Foso Principal, cuyo inconveniente dejaron subsanado en siglos anteriores los portugueses con los muellecillos que aún entonces se veían.
La planta mostraba que por el Foso del Frente de Tierra de toda su obra pasaba el mar, pero según Borrás era sólo su intención, pues erró no haciendo más profundos los cimientos, ya que había partes que precisaban 50 pies y otras veinte. También había que hacerlos más gruesos, construyendo toda la escarpa y contraescarpa de piedra de sillería, hasta donde batiese el mar. Para hacer esta obra, como decía al rey en su memorial,
“sería preciso pedir permiso a los enemigos y que se apartasen del sitio hasta poder concluirla, ya que no siendo así se gastarían todas las Minas que, según el modo de guerrear de los moros, eran las que les tenían apartados y tenidos a raya, y no el Rebellín proyectado por Hurtado”.
En este rebellín nunca se había podido poner gente de vigilancia, porque ambas caras estaban enfiladas y no acabadas de terraplenar, siendo necesario siempre sacar las minas desde la estrada encubierta, como también mostraba la planta. Si se llegara a perder dicha estrada encubierta, se perderían las minas, y sería entonces muy fácil que los enemigos pudieran levantar toda la comunicación local, llegando con toda tranquilidad hasta el Foso Principal de la plaza.
Todo lo proyectado por Hurtado eran, según Borrás, obras imaginarias, puesto que si a unas obras nuevas se les echase un torrente de mar, se llevaría todas ellas con su fuerza. Borrás buscó el máximo ahorro de la Real Hacienda, dejando al propio tiempo fortificada la plaza con regularidad, eliminando por gasto innecesario lo realizado por Hurtado, como la cortina, el medio baluarte, el de su capital por el mar, las dos paralelas del foso delante de la Puerta del Albacar y las dos cortaduras desde el Albacar hasta el Baluarte de San Pedro. Mientras Hurtado dejó todas las líneas embutidas unas en otras, Borrás se comprometió a hacer en seis semanas más obras que lo hecho por aquél en dos años, pues llevaba trabajado en la plaza dos meses con un corto número de milicianos y con gran carencia de cal. Sin embargo, Borrás tenía realizada más obra, a saber, 135 pies de cortina, 100 pies de la cara del Medio Baluarte de San Pedro, veinticinco pies de la prolongación del flanco, con su bóveda de cuarenta pies de largo por ocho de ancho; un almacén a prueba de bomba de veinticinco pies de largo por diez de ancho, la cortadura de San Pedro, un rastrillo delante de la Puerta del Albacar; unas murallas colaterales más altas, ya que eran enfiladas por el enemigo, diferentes bóvedas para las minas, garitas; pretil desde la cortadura de San Pedro hasta la Cortina de Peralta, para que los soldados no cayesen al foso, una bóveda sobre el arca del agua de treinta y dos pies de largo por quince de ancho; otra bóveda que se terminaría en pocos días en la Barbacana de la Puerta de la Almina de 140 pies de largo por catorce de ancho. El mayor gasto sería el del arca, sobre la que se debería echar tierra para hacerla a prueba de bomba, y para que se pudiese disparar por encima de la pared, ya que anteriormente no se podía.
Borrás se compadeció de Hurtado por su edad y porque sabía poco como ingeniero, mientras él llevaba once años con el título y otros cuatro que estuvo enseñando, por falta de vista de su maestro, en la Academia Real de los Países Bajos, habiendo prestado sus servicios en plazas como Namur, Hal, Lieja, Hui y Gante; y en Cataluña en Cardona, Berga, Gerona, Palamós, Barcelona y Tarragona. De todo esto podían dar fe los señores Medina Sidonia, Villena y Vedmar, que se encontraban en la Corte. Borrás suplicó al rey que le dejase continuar la obra empezada o concluir con el Medio Baluarte de San Pedro, que constituía, según el ingeniero, la parte principal de la fortificación exterior en esos momentos. Su terraplén era en gran parte de fajina y estacas desgastadas, salvo en la espalda de su ángulo exterior, que estaba revestido de mampostería, aunque dicho revestimiento fue muy problemático, puesto que el enemigo batía aquí con su artillería. Se debería hacer esta obra como inexcusable, por su proximidad a la Puerta Principal y ser éste el lugar por donde penetraban mejor los enemigos hasta sus rastrillos, siendo muy embarazada su defensa porque sus cimientos estaban casi todos abiertos. Si el ingeniero pudiese contar con quince días más de trabajo persistente ...
“... quedaríamos como en una caja, cumpliendo yo con la inteligencia que me da mi profesión hacer a S.M., esta representación”.
El gobernador Avellaneda, ratificó en su correspondencia que las obras exteriores y las plantas propuestas por Borrás tenían la ventaja de que dejaban a la ciudad más a cubierto, además del gran ahorro en dinero y tiempo. Opinaba que Borrás llevaba cerca de treinta años sirviendo en el ejército español, siendo ingeniero aprobado y examinado en la Academia Real de Bruselas, con patente y créditos de haber fortificado en las plazas de Flandes y Cataluña, mostrando gran aplicación en su profesión. Aunque Hurtado había trabajado muy bien, no tenía la satisfacción de haberse examinado en esta facultad, y ninguna de sus obras proyectadas habían logrado retirar a los marroquíes de su primer ataque, por tratarse de obras interiores en la Plaza de Armas. Este efecto sólo lo consiguió la falsabraga y el foso que el gobernador mandó levantar, así como la ampliación de los cañones de las minas ceutíes por todas partes, a partir de las primeras líneas defensivas. En la correspondencia aludida, Avellaneda remitió las plantas de Borrás, el 26 de octubre de 1697, para que el rey y su Consejo decidieran al respecto y, mientras tanto, las obras quedarían paradas, hasta ver por cuál se inclinaban, estándose en dicho ínterin trabajando en una serie de reparaciones de poca monta.
Conforme iban pasando los años, el sitio se fue haciendo más insostenible, arreciando el acoso enemigo y faltando mucho material bélico y soldados para la guarnición. Igualmente, debido a los temporales con sus abundantes lluvias y a los efectos de la artillería, la mayor parte de las casas de la ciudad quedaron inhabitables. Ante esta situación, el gobernador consultó al Consejo de Guerra, el 29 de enero de 1698, sobre la posibilidad de construir cuarteles a prueba de bomba, para que pudiesen subsistir los soldados; asimismo remitió relaciones del poco material que quedaba en los almacenes de repuestos, en especial de cuerda mecha. El Consejo se conformó en todo lo expresado, pero se negó a enviar demasiado material ante la posibilidad de que el sitio terminase y el exceso de lo necesario se desperdiciase por su falta de uso.
Borrás no cesó en su empeño por alcanzar el grado de Maestre de Campo. Para ello, volvió a remitir otro memorial, el 30 de mayo de este año, solicitándolo porque así lo habían conseguido en iguales circunstancias otros ingenieros, como Borsano, Chafrion y Arias. En su favor, recibió el apoyo del nuevo gobernador de Ceuta, Marqués de Villadarias, el 4 de septiembre, por su mérito e inteligencia en las matemáticas de la fortificación. Gracias a la actuación del propio gobernador, se construyó en 1699 el Palacio de Gobernadores antiguo de la Marina, los Almacenes de San Pedro que hacían esquina con la rampa de Abastos, los arcos del Puente de la Almina e inició también el Hospital Real de la Plaza de los Reyes, la Veeduría y el Castillo de Santa Catalina. Borrás seguía insistiendo en la concesión del grado de Maestre de Campo, a través de otro memorial fechado el 1 de mayo de 1699, por las fortificaciones nuevas que había levantado durante hace ya dos años, en continuo riesgo y habiendo recibido dos heridas. El Consejo dijo que se le podría conceder, pero sin aumento de sueldo, y pidiéndolo al rey, a pesar de que las órdenes prohibían este género de gracias. Fue desautorizado el gobernador local por el Consejo, el 29 de septiembre, a darle permiso para ir a los baños de la localidad malagueña de Ardales, aunque el ingeniero insistía para ello diciendo que ahora no necesitaba ninguno y sí algún buen maestro albañil que pudiese comprender y ejecutar aquello que se le mandase. Al mes siguiente pasó a dichos baños, por consejo de los médicos y cirujanos, para poder curarse de las muchas llagas que le afligían, por su trabajo continuo y arriesgado durante los dos últimos años del sitio de la ciudad para poder concluir la fortificación delineada ante los ataques enemigos. Todo no lo consiguió, quedando inacabados los terraplenes, pero sí acabó las paredes de cal y canto. El Consejo desaprobó su actitud desobediente, ordenando que volviese a la plaza.
Recibió Borrás una notificación del Consejo de Guerra, el 15 de noviembre, para que pasase a la plaza de Cádiz y se encargase de la dirección de sus fortificaciones. Desde allí remitió otro memorial, el 30 de diciembre, pidiendo al rey el sueldo que le correspondía a su clase, pues llevaba ya treinta y dos años de servicio, habiendo asistido los últimos veintiséis meses al sitio de Ceuta, cobrando durante seis años los 80 escudos de sueldo correspondientes a reformado. Por ello, pedía 116 escudos de vivo, como los de su profesión, debiéndoselos pagar no el erario real sino la ciudad de Cádiz, donde se le mandó para asistir a sus fortificaciones. El Consejo aprobó esto último, pero tan sólo tuvo como presente y ver para más adelante la petición del sueldo correspondiente a Maestre de Campo. En su hoja de servicios, hemos registrado que este ingeniero siguió ejerciendo su profesión en el siglo siguiente, siendo nombrado gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo en 1711. También estuvo destinado, desde 1719, tres años como comandante en la plaza de Melilla, y fue nombrado Mariscal de Campo de Cuartel en la plaza de Cádiz en 1728.
Tanto la actividad poliorcética como la artillera sufrieron serios descalabros en la plaza de Ceuta a finales de marzo de 1698. No debe extrañarnos que menudearan las relaciones en las que se detallaban los pertrechos de guerra y municiones que existían de servicio en los almacenes de la plaza de Ceuta, como la realizada por Pedro Rodríguez Esquivel, su comandante de artillería. Podemos apreciar en la misma un rearme general manifiesto, respecto a periodos anteriores, y en especial de todos los útiles relativos a la puesta en práctica de la guerra subterránea de minas y contraminas, que tanto desarrollo cobró en este sitio, como picas, espuertas, azadas, palas, picaretas, chuzos, pólvora, azufre, picos, hierro y candiles. A continuación detalló toda la artillería y morteros que había en estos momentos en la plaza, tanto en los puestos de la Plaza de Armas, como en la Ciudad y en la Almina. Aparecían aquí claramente delimitados, a efectos estratégicos, los tres espacios de la plaza, correspondiéndose con la zona continental o del Campo Exterior, la zona ístmica o central y la peninsular o de la Almina.
Si importante fue la actividad desarrollada en las fortificaciones exteriores e interiores en superficie, también resultó sobresaliente en este siglo XVII y en el siguiente el sistema poliorcético subterráneo ideado por Pedro Navarro ya en el siglo XVI, y conocido también con el nombre de guerra de minas y contraminas. Si éste fue su punto de partida, la elevación distintiva a rango militar de los minadores como profesionales se llevó a cabo más adelante, en el siglo XVII. La primera referencia sobre la preocupación manifiesta del Estado sobre dicho Cuerpo ha sido hallada en una relación de 17 de enero de 1642, en la que se solicitaban minadores de los Estados de Flandes para la villa de Santander. La compañía requerida se compondría de un capitán, dos cabos y veintidós minadores, y estaría unida a la artillería, formando pie natural de dicho tren. Posteriormente, el 23 de marzo de 1685, el Consejo de Guerra pidió informe al Duque de Bournombile, recabando su opinión sobre los granaderos y minadores, e intentando dar Planta Nueva en los ejércitos españoles. Éste juzgó por muy útil y necesaria la introducción de compañías de granaderos, como las tenían sus enemigos, así como el empleo de hombres entendidos en fuegos artificiales y en echar bombas en la artillería del rey, y abundancia de minadores, tan necesarios en los ataques y defensas de las plazas.
El monarca español resolvió que se formasen cuatro compañías de 50 granaderos en cada uno de los ejércitos de Cataluña, Flandes y Milán, con armas para aplicarlas en las ocasiones y sitios de las plazas, debiendo estar siempre dichas compañías en la vanguardia de los ejércitos, y si fuesen necesarias en Navarra podrían pasar dos compañías desde Cataluña. La siguiente resolución real fue que en cada uno de los ejércitos nombrados se formase una compañía de minadores, que sirviese en la expugnación y defensa de las plazas. Ordinariamente, los granaderos se emplearon para proteger a los minadores cuando éstos trabajaban en una mina, siendo aquéllos los que primero se exponían en las brechas para la defensa de una fortaleza.
El Marqués de Leganés, virrey de Cataluña, recabó información el 11 de julio de 1685 sobre el mismo tema al Consejo de Guerra. Éste se basó en la opinión del Duque de Bournombile, respondiendo luego que de Flandes viniese un teniente en lugar de un alférez, y un cabo de escuadra en lugar de un sargento, y siete u ocho minadores, para juntarlos con los pocos existentes en la artillería de Cataluña y formar una compañía, añadiendo treinta o 50 de los que trabajaban en las minas de piedra, además de los que servían en los presidios pagados por la artillería, puesto que eran poquísimos los que se hallaban para este ejercicio.
Iniciada esta singular andadura para la constitución de compañías de minadores, elcapitán ingeniero y maestro mayor de las minas de Ceuta, Andrés Tortosa, remitió un
memorial el 11 de septiembre de 1698, a través del gobernador de la plaza de Ceuta, Marqués de Villadarias, pretendiendo la formación de una compañía de minadores, contando con la gente que tenía a su cargo, con el pie de infantería española y agregándose a las de esta plaza. Para ello se amparaba en los momentos críticos por los que atravesaba la ciudad, por los buenos servicios que lograba este sistema poliorcético ante el enemigo, y porque las plazas contasen con compañías, ante la falta de ellas en los ejércitos reales de España. Tortosa no pedía aumento de sueldo, contentándose con sus cuarenta escudos, ni aumento de grado, pues era capitán de infantería. En este memorial, Tortosa detalló su hoja de servicios, diciendo en primer lugar que llegó a Ceuta por orden real con su padre, Diego Tortosa y cuatro hermanos, acompañados de treinta hombres hábiles en las minas, buscados por él para su buen manejo. Entró en Ceuta, gobernada por el Marqués de Valparaíso, en 1692, corriendo todas las minas de su dirección y cuidado, y perdiendo a su padre y a un hermano en dicho ejercicio.
En agosto de 1695 pasó a ser capitán, con cuarenta escudos mensuales de una de las compañías del tercio de infantería del Maestre de Campo, Francisco de Espínola, y con ella sirvió dos meses y siete días, hasta el 17 de octubre del mismo año en que se retiró dicho tercio a su provincia extremeña, y le retuvo aquí su gobernador por lo mucho que importaba su persona para las operaciones de las minas. Para poder quedarse, hizo dejación de la compañía, volviendo a continuar como antes de cabo y maestro mayor de las minas hasta el 10 de julio de 1697, en que sentó plaza sencilla de soldado en la compañía y tercio del Maestre de Campo Jorge de Villalonga, uno de los de la Armada del Océano, continuando en ella con el mismo cuidado y dirección de las minas. Llegó a volar a sus enemigos un total de 80 hornillos y ganado doce minas reales, que habían construido en las fortificaciones exteriores. A veces, los enfrentamientos se dieron a pistoletazos dentro de las galerías, poniendo su vida en grave riesgo en numerosas ocasiones. En 1698 se encontraba dirigiendo las minas con gran estrechez de medios humanos, siéndole muy difícil continuar el real servicio como lo estaba ejecutando. Suplicó al Consejo que le permitiera la formación de una compañía de minadores en el pie de infantería española, agregándola a esta plaza con los 70 hombres y quince capataces de minas, pues así podría continuar el real servicio encomendado, con mayor consuelo que hasta ahora en dicho ejercicio. El Consejo se conformó en todo con el informe dado por el Marqués de Villadarias, y el rey Carlos II aceptó lo propuesto por dicho Consejo, rubricándolo. Se pasará al siglo siguiente antes de poder ver formada dicha compañía de minadores, ante la prolongación del sitio de Muley Ismail.
Andrés Tortosa ejerció también de ingeniero. Hizo una representación al rey para construir una obra de capacidad, de mampostería, con grandes ventajas. La situó a la derecha de la plaza, en el terreno donde se contraatacaba, y que a todo trance defendían los marroquíes de forma vigorosa, ya que ni la valentía de las tropas de la guarnición ceutí con sus salidas, ni la artillería y morteros, ni la voladura de hornillos y fogatas, habían podido conseguirlo.
La situación de la plaza llegó a ser desesperada a finales de 1698, llegándose a establecer una serie de acuerdos por parte de un Consejo Pleno con el objetivo de que los enemigos levantasen el sitio. Por un lado, se pretendió que la infantería existente en la Armada pasase a Ceuta a incorporarse con sus tercios, permaneciendo sólo en aquélla los capitanes de mar y guerra con sus primeras planas. Por otro lado, que de las barcazas de la Armada se enviasen dos a Ceuta, y si su gobernador lo necesitase, se ampliase hasta cuatro. También, que se enviasen milicias nuevas del reino de Córdoba, Cataluña y Tercio de la costa de Granada. Era imperiosa la remisión de 100.000 raciones de Armada, ante el estado tan miserable de la población y la falta de medios materiales por culpa del asentista. Sería menester que se mudase de vez en cuando a la guarnición, por tratarse de un teatro de guerra peligroso y continuado, y habida cuenta que de las 4040 plazas existentes sólo quedaban 2024, insuficientes para el servicio ordinario. La guarnición extraordinaria se componía, por entonces, de seis tercios y cuatro compañías de milicias.
Se confirmó la idea de que mientras Muley Ismail viviese, no retiraría sus tropas de delante de esta plaza, ni saldrían de su campo sin que fuesen expulsados por la fuerza. Su situación tampoco fue muy favorable, ya que a primeros de 1699 su terreno estaba bastante destruido, habiendo perdido mucha gente. En este contexto, fueron acciones muy significativas de los soldados locales la quema de un almacén de pólvora que se encontraba retirado de la plaza, en el Val de Naranjos o Valle de Anyera, a medio tiro de cañón, y a espaldas del campamento musulmán, al igual que la de deshacer una plaza de armas enemiga, denominada lengua de ciervo, capaz para 700 soldados. El Consejo veía con buenos ojos la acción conjunta de tropas de infantería y caballería, junto a la artillería y morteros, para que el enemigo abandonase el hinterland ceutí.
En sucesivos Consejos de Guerra se declararon posturas más radicalizadas. Ante una situación desesperada, donde los avances por levantar el sitio de la plaza eran mínimos a pesar de todos los esfuerzos, el Consejo ordenó que en lo sucesivo se juntasen en la Secretaría de Guerra todos los antecedentes sobre el tema, con todos los papeles, plantas y mapas, conducentes a la formación de un extracto con información muy puntual y después se convocase Pleno que examinase y cotejase sus posibilidades, a fin de comentar y presentar luego al rey lo más conveniente. Se dispuso también que los ministros componentes del Consejo que no pudiesen concurrir por causa justificada, deberían avisar de ello para que se les fuese a tomar su voto. El Marqués de las Balbosas no encontró factible que se pudiesen expulsar a los enemigos del Campo Exterior de Ceuta, ni fuerzas para ello, viendo difícil que se sacasen más tercios y que se reclutasen milicias. El cardenal Portocarrero comprendía la desesperación de las tropas ceutíes, por su carencia de gente, armas y dinero. Votó que no se sacase gente de Cataluña, ni de la costa y casco de Granada. Ante la imposibilidad de desalojo enemigo, Portocarrero se contentó con que la plaza fuese asistida abundante y puntualmente con gente y municiones de guerra y boca.
Enrique de Benavides votó por el cambio de la dotación, como propuso el gobernador, negando la validez de las milicias. Su propuesta era que éste no aventurase gente en las salidas, tratando sólo de defender la plaza, pues su sentir era que el sitio duraría mucho tiempo, criticando negativamente el valor de Ceuta para la corona española, puesto que ...
“...Ceuta era un escollo del Mar Océano, sin tener abrigo ni puerto para embarcaciones, le vale sino sólo para tirar piedras”.
Benavides no sabía por qué importaba esta plaza a España, pero que si se quería conservar, se debería mantener con medios, gente, minas y hornillos. El Marqués de Mancera opinó que el riesgo de pérdida de la plaza había ido aumentando, no tanto por los esfuerzos de los agresores, como por las miserias y trabajos de los sitiados, llegando los desconsuelos a precipitar a algunos al suicidio o a pasarse al enemigo. Lo que no admitía ahora demora alguna era la muda de la guarnición, tocando al Comisario General discurrir de dónde debían ir las tropas de refresco. El Conde de Oropesa dijo que la idea de echar al enemigo del sitio precisaba sacar de Cataluña a tres tercios provinciales, precisándose la muda de la guarnición cuanto antes con ayuda de los tercios de la costa y casco de Granada y alguno de los provinciales. El Almirante Conde de Frigiliana opinó que la guerra con los bárbaros de África era muy diferente a la que se tenía en Europa, y consideraba que la empresa de levantar el sitio era difícil con muchas tropas, discurriendo que se diesen alientos y ayudas a la guarnición local, insistiendo que con lo que se gastaba en la Armada se socorriese a Ceuta.
El Marqués de Villafranca dijo el enorme daño económico que estaba provocando esta guerra, tanto por el número de soldados como por los grandes caudales gastados en víveres y municiones. El Conde de Monterrey no veía posibilidad de desalojo enemigo, por la cortedad de medios de la guarnición y no disponer de ayuda de tercios provinciales. Para levantar el sitio se debería contar con 8000 o 10.000 soldados, con muchos bajeles y galeras que transportasen 15.000 ó 16.000 hombres para un desembarco; al tiempo que la gente de la plaza debería seguir realizando sus salidas al campo enemigo. Siendo todo esto impracticable, por la falta de medios, creía que lo mejor sería que la gente estuviese bien socorrida y que la muda de la guarnición fuese progresiva. El cardenal Córdoba precisó que si no se atendía debidamente esta plaza, irremediablemente se perdería. Aceptaba la proposición del gobernador, en cuanto a desalojar al enemigo, siendo precisa una recluta de 8000 o 9000 soldados, y un reemplazo de sus tropas, sacando lo necesario de Cataluña, Extremadura y tercios de la costa y casco de Granada. Enrique Enríquez se conformó con lo votado por el Marqués de Mancera.
El Duque de Jovenazo ratificó lo expresado por el Marqués de las Balbosas, añadiendo que sin aguardar las levas de los tercios de costa y casco de Granada, se mudase luego la mayor parte que se pudiese de la guarnición extraordinaria de Ceuta, en igual número de gente efectiva con tropas de Cataluña y Extremadura, siendo también del parecer que el rey mandase para esta plaza y Orán algunas galeras de las existentes en Italia, debido al corto número de las que componían la escuadra del Estrecho. El Marqués de Villagarcía habló de la posibilidad de que la plaza se perdiera, por no haber muchas cosas necesarias, más que por la agresión enemiga. Opinó que el rey no contaba con tropas veteranas de qué echar mano, pues las únicas válidas estaban en Cataluña y en corto número, no conviniendo que dejasen abandonada esa frontera, por lo que sólo sería posible hacer nuevas levas y traer soldados de los tercios de la costa y casco de Granada.
El Marqués de Francavila aprobó la intención del gobernador de liberar totalmente la plaza, pero que en esos momentos no había medios suficientes en dinero y gentes para hacerlo, no pareciéndole oportuno que se extrajesen tropas de refresco del ejército de Cataluña, pero sí de Granada. El Marqués de la Florida veía poco factible el desalojo enemigo de la plaza, viendo sólo válida la muda de la guarnición, y que fuese asistida puntualmente en municiones de guerra y boca. El Duque de San Juan vio conveniente aplicar todos los esfuerzos para liberar a Ceuta del sitio, reclutando tropas del Tercio de Granada, con tal que la guarnición local tuviese algún alivio en el trabajo.
Salvador de Monforte pidió la ayuda para Ceuta de 4000 infantes, incluyendo en ellos los tercios de costa y casco de Granada, para que con este cuerpo se mudasen los allí existentes. El Conde de la Corzana buscó la asistencia debida a la guarnición, mudándola y trayendo tropas de refresco, que se formase una planta nueva que sirviese al gobierno local de forma más regular, pudiendo ayudarla por mar y tierra. Decía que el sitio de Ceuta se había convertido en un estrechísimo bloqueo, pero que estando libre el mar, ningún peligro podría acecharla ya tanto. Votó que su ayuda debía ceñirse lo suficiente para mantenerla en la forma como hasta ahora, sin decaer y sin que tantas representaciones y consultas produjesen al rey más mortificaciones por esta causa. Pidió relación para su regular defensa con el número de minadores y sus oficiales, todo género de maestranzas, artillería, gastadores, provisiones, víveres, pagamentos, municiones, pertrechos y materiales diversos.
Siguió insistiendo en la necesidad de mudar la guarnición con tropas de refresco, por parte de los tercios de costa y casco de Granada, y tercios de los vecindarios de Jaén y Murcia. Se podrían poner en marcha de 100 en 100 hombres, desde Granada y Vélez-Málaga a Gibraltar, desde donde, con los mismos barcos de tráfico comercial o pocos más, pasarían a Ceuta. Los cuerpos de ejército existentes en Ceuta eran seis, debiendo entrar otros dos, y convendría que el Tercio de Italianos saliese de los primeros y que pasase a Sanlúcar, donde otra veces había estado para lo que se ofreciese. Rechazó la salida de cuerpos enteros del ejército, pidiendo la salida de cinco o seis por compañía, y que el resto quedase agregado a las compañías que entrasen, ya que evacuar enteramente a todos tenía serios inconvenientes, pues los soldados viejos contaban ya con la experiencia en el sitio para ilustrar a los nuevos. Si esto debía hacerse con algunos soldados del Tercio de los Italianos, en lo que tocaba a los soldados reformados, pidió que se sacasen precisamente del tercio anterior, pero de ningún otro, ya que se trataba de personal necesario para todo. El costo del reclutamiento del Tercio de la costa sería de 12.000 escudos de vellón. En el caso de que no hubiesen suficientes barcos para el pase de los soldados desde Gibraltar, el gobernador de esta plaza debería fletar gabarras o barcos por cuenta del rey. El Tercio del casco de Granada sería levantado por la ciudad, por cuenta de los arbitrios que tenía concedidos.
A mediados de febrero de 1699, el Consejo de Guerra consideró, al igual que el último Consejo Pleno, la imposibilidad de hacer un esfuerzo para desalojar a los enemigos marroquíes de la plaza de Ceuta, teniendo por indispensable aliviar a la gente miliciana y refrescar a la veterana. Al propio tiempo, el Consejo halló por inútil cualquier providencia al respecto de la defensa de la plaza mientras no se tuviese material de qué valerse. Instó al rey a que remitiese prontamente los 28.000 escudos de vellón que solicitó el Conde de la Corzana, 12.000 para reclutar el Tercio de la costa a disposición del Capitán General, 10.000 escudos al Presidente de la Cancillería de Granada para el vestuario del Tercio de casco de aquella ciudad, y 6000 como cumplimiento de los 28.000 al gobernador de Gibraltar para socorrer a la gente y fletar embarcaciones. Para ello, el Consejo pidió la expedición de las órdenes necesarias para la leva de ambos tercios, en la forma acostumbrada por el Consejo de Guerra y el de Castilla.
La situación se agravó por momentos, aumentando todo tipo de problemas. Este final de siglo, tan acuciante para la plaza ceutí, se saldó con resultados negativos para el poder ofensivo. El potencial militar de Ceuta, tanto marítimo como terrestre, había conseguido un mínimo avance sobre el ejército enemigo, y ello a costa de enormes esfuerzos humanos, materiales y económicos. La maquinaria administrativo-burocrática se vio desbordada en varios frentes de lucha, siendo en las fronteras catalana y ceutí donde se gestaron los hechos bélicos más relevantes, costando ingentes sumas de dinero. A lo más que se pudo llegar fue a tener a raya al enemigo, gracias a las fortificaciones adelantadas y al tesón y empeño de soldados, ingenieros, capitanes de artillería y gobernadores. Si bien es cierto que en el caso del sitio a la plaza de Ceuta, Muley Ismail se creció ante las adversidades planteadas, su potencial mayor fue el humano, pues contó con un tren de artillería menor, y sus sistemas poliorcéticos fueron provisionales y débiles, practicando el cerco o bloqueo marítimo-terrestre y ataques multitudinarios, aunque esporádicos y caóticos. Su gran baza, sin duda, fue el gran desarrollo experimentado en la guerra de minas.
Prueba palpable de todo ello fue el memorial dirigido al rey por los bombarderos de Ceuta, a mediados del mes de julio de 1699, en el que detallaban que habían pasado a la plaza cinco años antes un total de veintidós, con el capitán José Solano a su frente, por orden del gobernador de Cádiz, Francisco de Velasco. A cada uno de ellos se le asignaron doce escudos mensuales, quedando en la actualidad seis bombarderos y uno cautivo, habiendo perecido los demás en los reales servicios de la plaza. Los supervivientes fueron Juan de Pascua, Jacome Cotorneo, Ángel Taso, Carlos Bomino, Francisco de Urso y Mateo Ruso; mientras que el cautivo tenía por nombre Pedro Guiman. Los siete últimos no recibían su sueldo desde hacía treinta y cuatro meses, habiéndolo reclamado ya al gobernador ceutí, que contestó que era precisa la orden real. La súplica por estas pagas atrasadas, se correspondía a la que efectuaban también los artilleros y minadores por el mismo motivo, puesto que los bombarderos relacionados estaban prácticamente pereciendo de necesidad.
III.- Arquitectura militar y urbanismo de la plaza
El marco estructural arquitectónico en el que se fue desenvolviendo la ciudad de Ceuta durante el siglo XVII iba a ser innovador por un lado, y tradicional por otro lado. En el primer aspecto, se dieron las pautas necesarias para hacer una ciudad moderna barroca, y en el segundo aspecto porque se mantuvieron edificaciones levantadas por musulmanes y portugueses, aunque con retoques y pequeñas modificaciones.
La zona ístmica continuó siendo el centro neurálgico de la plaza, allí donde se situaron
los principales edificios, encorsetándose entre la zona continental y la peninsular de la Almina. El avance constructivo hacia levante y poniente será realmente lo más novedoso, ganándose terreno edificable conforme fue pasando el siglo, y aún más en la siguiente centuria, partiendo siempre de objetivos militares precisos, por lo que podemos seguir diciendo que el urbanismo secundaba las directrices emanadas del estamento militar. En cuanto a las fortificaciones, las proyecciones externas de la zona continental y de la península de la Almina se relacionaron inexcusablemente con la evolución del arte de la guerra y del potencial artillero. Estudiando las edificaciones ceutíes de la época, podemos decir que su clasicismo se debió al uso militar para el que se destinaron, aunando los conceptos de masas y espacios, limitados por cierto a los pocos kilómetros cuadrados de su zona ístmica, además de sus articulaciones o nexos, como fue el caso evidente del centro neurálgico de la Plaza de África, a resguardo de las Murallas Reales y de su foso inundado.
En la primera mitad del siglo, los modelos italianos seguían primando. Prueba de ello fueron los numerosos arquitectos e ingenieros que trabajaron en la ciudad, junto a otros españoles. En su segunda mitad, España tomó como marco constructivo de referencia los modernos modelos de la Escuela Flamenca que usaron el baluarte en su plenitud, así como una especialización en fortificar las plazas fuertes de modo vertiginoso. Al propio tiempo, el francés Vauban representó un momento brillante, puesto que sus técnicas poliorcéticas cambiaron el modo de hacer la guerra, con sus correspondientes repercusiones artilleras.
Pocos años de este siglo estuvo Ceuta en total reposo. Desde sus inicios se vio sometida a frecuentes ataques marítimos y terrestres, por parte de marroquíes, ingleses, franceses y holandeses, que intentaron el dominio de las dos orillas del Estrecho. El triángulo Gibraltar-Ceuta-Tánger fue fundamental para las aspiraciones de las potencias en conflicto, habida cuenta de las necesidades hegemónicas sobre dichas plazas, que significaban puentes de unión comerciales y estratégicos entre Europa, África, Mediterráneo oriental y América. El repliegue territorial de España y Portugal sería el signo inequívoco de la debilidad hispánica en el septentrión africano, agudizándose tal proceso al final de la centuria.
Aunque las referencias halladas del tejido urbano ceutí en la documentación estudiada han sido muy limitadas, éstas nos sitúan a algunos edificios militares, religiosos y civiles sobre el socorrido esquema en tridente, que ya tratamos en el siglo XVI y que partía desde la Plaza de África, con un ramal que iba por la banda costera norte y otro por la sur, marcándose otro ramal central que conformaría en épocas posteriores la conocida como Calle Real. Otro segundo esquema, con la misma disposición que el anterior, partía desde la Puerta de la Almina hacia la península de su nombre, a base de dos vías costeras. La primera de ellas costeaba la parte peninsular bañada por el Mediterráneo, siendo sin lugar a dudas la de mayores desniveles orográficos, y por ello, poco transitada. La otra vía costera circundaba la parte bañada por el Atlántico, deteniéndose en la zona de Santa Catalina. Ésta contó con mayor amplitud y uso, puesto que este tramo estuvo prontamente fortificado con murallas, fuertes como el de San Amaro, puertos naturales y desembarcaderos como el de la Cisterna y del Rey, puestos de vigilancia como la Torre del Valle, y caminos adaptados para el tránsito de la guarnición. La vía interior se ciñó paralela a ésta última, con una bifurcación hacia el Padrastro de San Simón, y terminaba en la eminencia del Valle. Estas vías marcaron una incipiente urbanización, predominando los puestos militares y zonas de huertas y arboledas, por lo que la subida hasta la Ciudadela del Monte Hacho se realizaba a través de caminos de ronda y de vigilancia a caballo.
Esta red viaria, aunque incipiente, fue significativa para todos, pero no olvidemos que los aires de modernidad se iniciaron a principios de siglo con los intentos de construir un muelle en la banda norte, fundamental para la disposición adecuada de entradas y salidas de navíos de guerra y comerciales que favorecieran a una ciudad muy constreñida territorialmente, donde el aprovisionamiento más voluminoso de abastos, pertrechos de guerra y materiales de construcción se hacían por mar. No se desestimaron los fondeaderos antiguos situados en la zona del Albacar y del Foso inundado de las Murallas Reales, sumándose en este siglo el del Foso semiseco de la Almina.
Ya vimos cómo, desde mediados del siglo XVI, se difundió por las costas mediterráneas el modelo militar y defensivo de las fortalezas marítimas con baluartes y cortinas que protegían los atracaderos por todas partes, adaptándose luego a exclusivos y desarmados puertos civiles. No fue éste el caso de Ceuta, que mantuvo desde los inicios de construcción de su puerto un objetivo militar primero y después comercial y de transporte.
Para comprender la función que empezaron a contar los puertos desde el siglo XVII, creemos como fundamental la referencia a la obra de Scamozzi (1615). La elección del lugar más a propósito, el estudio de los vientos más problemáticos, de los fondos marinos, el juego de las mareas, etc, debían ser analizados como factores decisivos, y ello redundaría a la postre en la importancia moderna o no de la plaza. El puerto significó para Ceuta un factor directo de desarrollo, precisando equipamientos complementarios para el tráfico portuario, como almacenes de agua, de grano, puertas de acceso y salida a los embarcaderos, talleres-varaderos para reparar los navíos, hospederías; así como también edificios representativos para la resolución de documentación, como la Aduana o Veeduría, para visitas de índole militar, como el Palacio de los Gobernadores, para traslado de enfermos y heridos a hospitales de campaña y fijos. Todo un sinfín de elementos que, aglutinados alrededor del puerto, buscaban la eficacia de servicios urbanos inherentes a dicha actividad.
Los edificios religiosos, militares y civiles más relevantes se mantuvieron alrededor de la Plaza de África, como lugar más céntrico y amplio, mientras que el resto del caserío se desperdigaba en el resto del istmo y estribaciones de la Almina, siempre al amparo de las fortificaciones. Salvo los tradicionales muellecillos del Albacar, Foso inundado y Playa de la Ribera en la Coracha Norte; los proyectos de principios de siglo que hemos estudiado no llegarían a cuajar, continuando con esta prioridad fundamental para la plaza ceutí a lo largo del siglo XVIII, donde se mantuvo la idea de fijar un puerto en la ensenada de San Amaro.
Las calles militares se redujeron a las existentes dentro de los terraplenes de las fortificaciones, debiendo ser rectas, amplias y espaciosas para el libre paso de los soldados, la caballería y el tren de artillería, así como poder realizar cómodamente las salidas y retiradas desde la Plaza de Armas. A la ampliación de la Calle Principal, acompañó las de los paseos o Calles de Marina Norte y Sur, iniciadas en época portuguesa, y la Rúa Dereita que permitía el paso desde la Plaza de África a la Muralla Oriental. Las paradas, revistas, entradas y salidas, se realizaban desde la Plaza de Armas, paso intermedio a lo que era la ciudad y existente entre el Foso inundado y las fortificaciones exteriores. Tras las Murallas Reales, y a su abrigo, se situaron los edificios citados, junto a servicios anexos, como almacenes a prueba de bombas de municiones y víveres, alojamientos para soldados, establos y cuarteles.
El trazado urbano ceutí no pudo ser ortogonal sino orográfico, dada la configuración del territorio, donde la adaptación a un relieve tan escarpado y con frecuentes subidas y bajadas fue la nota dominante, salvo en la lengua estrecha del istmo. Este impedimento físico afectó también al organigrama poliorcético desde el principio, a lo que siempre los teóricos respondieron con el deber de adaptarse al lugar que se fortificaba, buscando siempre la defensa pasiva y activa para la salvaguarda de la plaza. Los proyectistas ingenieros vieron sólo por el ojo estratégico desde el sitio de Muley Ismail de 1694, sin darnos referencias ni detalles del urbanismo local. Eso sí, durante estos años de bloqueo y asedio, muchas casas y edificios del istmo central fueron destruidos o deteriorados por las bombas, siendo abandonados algunos de ellos y trasladándose forzosamente a espacios más resguardados de la Almina, comenzando así una ocupación periférica que ya no cesaría durante todo el tiempo del sitio.
En otros momentos hemos relatado, por boca de los ingenieros de la plaza, que se había conseguido hacer de ella “una caja con regular defensa”. Realmente esas fueron las prioridades básicas, hacer una plaza fuerte que resistiese los embates enemigos, a base de robustos puestos y dotada de gruesa artillería. Este corsé encerraría una malla urbana regularizada según el modus militar, que los teóricos españoles diseñaron y que los ingenieros se encargaron de llevar a la práctica. Por esto, en este siglo es raro encontrarnos a alguno de estos autores (González de Medinabarba, 1599) que incluyeran en sus medidas ideales para la fortificación las que correspondían a edificios civiles y religiosos, pero lo que no nos debe dejar dudas es que con esta regularización y geometrización del espacio se buscó la simetría estratégica de las distintas zonas de la ciudad. Más aún, si tenemos en cuenta que durante todo el siglo XVII la plaza ceutí se remilitarizó, por ser un “teatro de guerra” muy activo y prioritario para la corona española, dejando de lado eso sí las preocupaciones urbanísticas ideales de periodos anteriores. Aunque no hemos registrado normas urbanísticas de primer orden como las que ahora revisamos, se debieron seguir manteniendo en estos momentos. Así, junto a las medidas para la Cortina Real, casamatas, frentes de los baluartes, estradas encubiertas, cuerpos de guardia, minas y contraminas, puertas principales, etc; se dictaron las correspondientes a la Iglesia, con 90 pies de largo por 50 de ancho y veinticinco de alto; la Casa del Asentista, con 80 de frente por cuarenta de fondo y veinticinco de alto; las calles que desembocaban en los baluartes, 50 pies de ancho, y las calles que desembocaban en las cortinas, treinta pies de ancho.
Los teóricos se ocuparon de plasmar en sus tratados las denominadas máximas, como auténtico cuerpo de normas que modelizaba y secuenciaba las intervenciones en materia poliorcética, configurando un tratamiento ideal y comprensivo desde múltiples puntos de vista. En la formulación de estas máximas se dieron diferencias de matiz, aunque se asumieron los principios de la guerra moderna, formulados por Vauban y la Escuela francesa del rey Luís XIV. Sebastián Fernández de Medrano, capitán ingeniero y maestro de Matemáticas de la Academia Militar de los Estados de Flandes, fue el teórico que mayor área de influencia ostentó dentro del plan de construcciones militares de la monarquía española en la Edad Moderna, pero antes, en 1664, hemos de citar a Vicente Mut, que trató bajo máximas una amplia serie de principios de arquitectura militar en este siglo, muchos de los cuales se adoptaron en las fortificaciones de Ceuta: en primer lugar, los baluartes vacíos o sin terrapleno en medio eran defectuosos porque no tenían placa para defender la brecha, ni terreno para las retiradas, y si se hiciesen deberían ser bajas, siendo un principio seguro que cualquier obra interior había de ser más alta que la exterior, como la media luna, la tenaza y demás obras exteriores, conviniendo que fuesen vacías en medio; pero el baluarte, habiéndose perdido, no tenía parte superior que le dominase, porque no le sujetaban bien las cortinas. Como no era buena una fortificación muy alta, convenía tener algún puesto superior que descubriese y dominase el Campo Exterior, obligando al enemigo a perder gente y tiempo en levantar más sus obras para no ser descubiertos, imitando algo a los romanos que levantaron sus fortificaciones hasta 80 pies. Estos puestos eminentes se denominaron caballeros, variando su forma, desde cuadrada, oval, paralelograma y redonda, aunque la mejor era la del trapecio isósceles. Su altura, desde el terrapleno, alcanzaría de diez a doce pies, y su frente entre 50 o 55, conformándose iguales sus costados, casi de cuarenta pies. Al autor le bastaba como suficiente un caballero en medio de cada cortina, desde donde se pudiese defender con facilidad a los baluartes, amparando las retiradas y las cortaduras de la gola.
En cuanto a las puertas, su ubicación más propia debía ser en medio de la cortina, por ser el puesto donde podía estar mejor defendida. Su latitud y anchura debían ser suficientes para entrar y salir un carro de heno, o lo que es lo mismo, diez pies de ancho y catorce de alto, según fuese la fortificación. Las tablas de las puertas serían muy robustas, algunos las forraban con láminas de hierro y fuerte clavazón. Se completaban con una portezuela alta, de cuatro pies y dos y medio de ancho, y rastrillos.
Generalmente, los fosos con agua resultaban peligrosos para las plazas, y si éstas carecían de estrada encubierta con buena guarda fácilmente podrían los enemigos cortar o enredar los puentes y salidas, con lo que sus pobladores se hallarían presos con el agua. El rebellín, que comúnmente se nombraba media luna, se construía delante de las puertas para guardarlas y cubrir el puente de ellas. El hornaveque no era más que la fachada exterior que hacían dos medios baluartes en la fortificación regular, sirviendo para guarnecer las defensas, impidiendo las aproximaciones del enemigo, cubriendo las zonas más débiles y dominando alguna eminencia existente en el terreno. Las obras exteriores podían clasificarse en permanentes, las que se hacían en tiempo de paz para mucha duración, pudiéndose revestir de alguna muralla; las medianas, que eran las que se hacían en plazas con alto riesgo de invasión, y las momentáneas, que se levantaban al tener ya cercano al enemigo.
Algunos ingenieros, al hacer nueva fortificación, cometían el grave error de derribar o cortar las murallas viejas, cegando sus fosos. Esta fortificación antigua, aunque sólo fuese de casamuro, podría en ocasiones servir de retirada y de segunda circunvalación, inclinándose Mut por construir una fortificación nueva algo irregular, antes que demoler la antigua. Al propio tiempo, entendía que para llevar a cabo una fortificación robusta se debería antes ver como variables inexcusables la calidad del sitio, las fuerzas que contaba la plaza para su defensa, el socorro que podía esperar y las fuerzas del ejército enemigo. Daba también por hecho el concepto de que la guerra moderna veía muy dificultoso el mantenimiento de una plaza si no estaba fortificada con obras exteriores al foso, ya que si no se defendía la contraescarpa, si no se salía de los propios muros y no se estorbaba a los trabajos realizados por el enemigo, aquélla sería fácilmente vencida. Por esto mismo, el autor llegó a afirmar que resultaba más positivo salir al campo enemigo a impedirle hacer su arte poliorcético, que simplemente rechazarle.
Alonso Cepeda y Adrada publicó en 1669 otro tratado en el que llegó a enumerar hasta veintidós máximas generales que se deberían mantener para fortificar correctamente una plaza. Partió de la idea de que las plazas mejores eran las que tenían igual recinto que otras y se cerraban con menos baluartes, siendo necesarios para la defensa de cada uno de estos últimos un total de 200 hombres. Igualmente, las plazas que contaban con algún padrastro no eran tan buenas ni fuertes como las que no lo tenían. Recordemos en este punto la polémica que se dio entre los ingenieros de la plaza ceutí, respecto a fortificar o no el Padrastro de San Simón en la Península de la Almina. El autor recomendaba como mejor la plaza que tenía más defensa y menos que defender, debiéndose fortificar a prueba de artillería. Defendía que no hubiera en todo el recinto de ella ninguna parte de la muralla que no se viese, y que tuviese flanqueados, desde arriba hasta el fondo del foso inclusive, todos los puntos más conflictivos a prueba de artillería.
Los baluartes deberían ser de máxima capacidad, por la utilidad defensiva, y por poder hacer cortaduras y atrincherarse en ellos, una vez que el enemigo hubiese volado sus puntas o parte de sus caras. Sus gargantas habrían de tener por lo menos cuarenta pasos geométricos o 230 pies de Bruselas, y sus flancos serían lo más grandes que se pudiese, para aumentar así la defensa. Sus ángulos flanqueados serían mayores de 60º, sin exceder el ángulo recto, y que el lado total no pasase de 160 pasos geométricos u 800 pies de Bruselas. La cortina debía alcanzar como mínimo los cuarenta y ocho pasos geométricos o 300 pies de Bruselas, y no sobrepasar los 102 pasos geométricos, debiendo estar bien defendida por dos flancos, o de uno, a ser posible, siendo deseable que la parte no defendida se ciñese con una buena empalizada y un contrafoso. Sus partes flanqueadas no deberían estar apartadas de los flanqueantes más del tiro de mosquete, ubicándose aquí el mayor número de piezas artilleras posible. La muralla tendría en su parte superior anchura suficiente para hacer un parapeto a prueba de artillería, debiendo quedar espacio detrás suya para su reculo. Estos parapetos serían de tierra batida, de materia no guijarrosa y que no levantase cascajo al golpe de bala. La línea de defensa no debía exceder de 800 o 1000 pies, que era el máximo alcance del tiro de mosquete, teniendo con esta distancia la suficiente fuerza para producir grandes estragos enemigos.
El foso se construiría lo más profundo y ancho posible, por lo menos tanto como la longitud del flanco del baluarte, es decir, de 120 pies geométricos. Las partes de la fortificación más próximas al centro del frente estarían más levantadas, con el fin de dominar y mandar sobre las más apartadas. El autor opinaba que de las plazas irregulares, serían mejores las que se aproximasen más a las regulares.
Además de estas máximas, Cepeda trató el sistema de las minas en el capítulo IX, ajustándose al mismo todo lo planificado por los ingenieros y maestros de minas en la plaza de Ceuta. Como notas más significativas del mismo entresacamos que las medidas apropiadas de las minas debían ser la de cuatro o cinco pies de alto, por tres y medio o cuatro de ancho, lo que bastaba para que un hombre fuese trabajando de rodillas. A partir de ellas, el estudioso, ingeniero o maestro minador, ajustaría las tablas de pino y el maderamen preciso para su revestimiento y apuntalamiento para que la mina no se hundiese. Se precisaban también cestas o cubos de cuero para ir sacando la tierra de mano en mano de la galería, y mientras más se aproximase al lugar donde se situaría la cámara, se debería ir estrechando el camino hasta que sólo pasase un tonel. La cámara sería grande, según la pólvora que se quiera emplear, siendo lo común unas 400 libras. La tablazón y los puntales se llevarían ya ajustados del cuartel de artillería, con idea de que oficiales y minadores no debiesen sino irlos ajustando en la mina, evitando así el golpe de martillo. Cuando la mina fuese muy larga y se hallasen manantiales de agua, se harán canalejos para que discurriese el agua hacia la bocamina, o bien agujeros de trecho en trecho con sus canales para que se recogiese allí el agua, conduciendo un canalejo hasta el último que se haría en la bocamina.
En su capítulo III, Cepeda trató de la defensa de las plazas por sitio y por ataque, apreciándose diferencias en las dotaciones materiales y humanas que se aplicaron por entonces en la plaza ceutí. El autor discrepó con otros sobre el número de soldados necesarios de guarnición ordinaria o en tiempo de sitio para una plaza, como ocurrió en Ceuta al final de siglo entre los distintos miembros del Consejo de Guerra. Cepeda opinaba que serían necesarios tan sólo 3000 soldados, sin contar los ciudadanos, sin poder determinar la cantidad exacta de municiones necesarias para un pertinaz sitio, dando números aproximados para cada pieza artillera y pertrechos, e inferiores a las manejadas durante el sitio de Muley Ismail.
Mayores aportaciones a los sistemas poliorcéticos españoles, y concretamente a los de Ceuta en la segunda mitad de siglo, fueron los tratados del capitán y maestro de Matemáticas de la Academia Militar de los Estados de Flandes, Sebastián Fernández de Medrano, a su vez muy influidos por los ideados por el francés Vauban. Ya vimos a ingenieros destinados en Ceuta, como Castellón, Arias, Hurtado y Borrás que habían recibido enseñanzas y forjado su currículum en Flandes; por lo que las máximas de Medrano fueron las líneas maestras en las que estos últimos se basaron para sus proyectos y realizaciones. Medrano hizo imprimir un tratado en Bruselas, en 1687, dividido en dos tomos, que contenían cinco libros en los que, partiendo de las Matemáticas y la Geometría, formaba a sus alumnos en las disciplinas militares más técnicas, como Fortificación y Artillería. El primero trataba de la fortificación regular e irregular, y del parecer de los principales autores que escribieron sobre ella; el segundo, de la especulación de cada una de sus partes; el tercero, de la fábrica de las murallas y sus materiales; el cuarto, del sitio y defensa de una plaza, y el quinto, sobre la Geometría práctica, Trigonometría y uso de la regla de la Proporción.
En cuanto a las máximas y preceptos a guardar en la fortificación regular e irregular, Medrano fijó que la línea de defensa no fuese mayor que el alcance del mosquete de punto en blanco, es decir, de 1000 pies geométricos, pues si era mayor no estaría bien defendida la plaza, y la línea de defensa ordinariamente era de 720 pies. De hacerla mucho menor, ocurriría que todas las partes serían pequeñas y encerrarían un mismo espacio con más baluartes. El flanco no debía ser mayor de 180 pies, ni menor de 100, pues siendo menor habría poco fuego, habiendo de salir de él para defender la cortina, flanco y frente o cara del baluarte, contraescarpa, estrada encubierta y explanada opuesta. También, siendo menor el flanco, el ángulo flanqueado sería obtuso en muchas figuras, y el baluarte no sería tan capaz y, por tanto, el más apropiado era de 120 a 160 pies. La media gola debería tener la grandeza del flanco, pues siendo pequeña no quedaría entrada capaz al baluarte y todo él parecería un reducto, y la línea de defensa sería larga. Si fuese grande, lo serían también las caras de los baluartes y las cortinas serían muy pequeñas. La cortina sería de 400 a 500 pies, no pasando los 600, pues causaría los defectos de la media gola pequeña, ni ha de ser menor de 300 para poder estar bien defendida por su mediana, que era donde se solían colocar las puertas, y para defenderlas bien era preciso sacar la mitad del cuerpo afuera del parapeto. La cara del baluarte sería de 300 a 360 pies o dos tercios de la cortina, porque siendo la parte por donde ordinariamente se atacaba a las plazas, era más fuerte siendo pequeña al no contar con tanta frente en que abrir brecha el enemigo. Tampoco debía ser tan pequeña que le restase capacidad para hacer cortaduras en el baluarte. Todo ángulo flanqueado de baluarte, revellín u otra fortificación, no debía ser menor de 60º, ni mayor de 90º, y que no fuese nunca dicho ángulo obtuso, pudiendo ser agudo, aunque no menor de 60º. El ángulo flanqueante debía ser recto.
El foso debía ser igual de grande que el flanco, o de 100 a 120 pies. Se debería procurar que no fuese estrecho, pues corría el peligro de ser pasado por un puente artificial en noche oscura, y asimismo debería ser profundo para que hubiese tierra para hacer las fortificaciones, correspondiéndose con la altura de la muralla, de quince a veinte o veinticinco pies. Medrano expresó que el foso seco defendía mejor las plazas grandes, pues solían tener de ordinario golpes de caballería de guarnición para correrle cuando se ofreciese; pero que en las plazas pequeñas era mejor el foso con agua, pues dificultaba los ataques enemigos. La estrada encubierta sería de veinticinco a treinta pies de ancho, advirtiendo que si fuese mayor, el enemigo tendría una gran plaza de armas para alojar a su gente, y siendo menor no se podría tener en ella gente formada en tiempo de sitio, ni capacidad para ubicar los pertrechos necesarios para semejante ocasión. La explanada tendría de 60 a 100 pies. No debería haber ninguna parte de la plaza que no estuviese vista y defendida por otra, así como que la fortificación exterior estuviese dominada y descubierta por la interior. El baluarte terraplenado era preferido al vacío, y el entero al medio. Fijaba el recinto fortificado con menos baluartes a la defensa del mosquete, y que la fortificación irregular se debería aproximar en lo posible a la regular.
Todas estas máximas se debían observar en la fortificación, siempre que fuese posible, manteniendo como inamovibles las que decían que el ángulo flanqueado no bajase de 60º, que la cortina no bajase de 300 pies, que la línea de defensa no pasase de 1000 pies, y aquellas que enseñaban que toda fortificación exterior estuviese dominada desde la interior, y que cualquier parte de la fortificación estuviese vista y defendida siempre por otra. Las demás eran estimadas como secundarias, ya que deberían conformarse con el territorio donde se situaban. El segundo tomo de Medrano trataba de la Geometría práctica, Trigonometría y uso de la regla de Proporción, donde llegó a detallar un nuevo método de fortificación.
Con todo, y teniendo en cuenta que en esos momentos se había aumentado el orden de atacar una plaza, de modo que no sólo los ataques se reforzaron, sino que también se acompañaba de piezas artilleras que arruinaban en breve las defensas, los teóricos de la arquitectura militar se vieron obligados a buscar flancos que no sólo fuesen capaces de más artillería, sino que al propio tiempo quedasen cubiertos, para que no se pudiese batir fino, haciéndoles baterías opuestas directamente a los flancos. A pesar de todo esto, se procuró que éstos contaran con algunas piezas cubiertas y guardadas para emplearlas en la brecha, y con este fin se inventaron los flancos con líneas curvas, usados igualmente por Vauban en los baluartes, habiéndose fortificado con ellos cinco plazas reales, como Mobeuge, la holandesa Narden, las flamencas Menin y Saffo y la borgoña Besançon. En todas ellas se dispuso que el flanco cayese perpendicularmente a la línea de defensa.
Las garitas de las murallas se construían revestidas de piedra o ladrillo, de figura circular, cuadrada, pentagonal o hexagonal, dándoles de dos pies y medio a tres de semidiámetro y seis de alto, cubriéndolas de una media naranja o chapitel, y si la muralla era de tierra, se hacían de madera. Unas y otras debían sobresalir del muro, quedando orientadas a la campaña. Su mejor colocación era en el ángulo flanqueado, en el de la espalda y en medio de la cortina, por ser lugares desde donde se descubría todo el recinto. El camino para entrar en ellas debía estar igualmente en el terraplén de la muralla, formando un callejoncito dentro del mismo parapeto. Contaban con troneras sus caras, para que cuando el soldado se refugiase en ellas pudiese batir y mirar de frente y de costado. Los revellines se construían delante de las cortinas para cubrir las puertas que hubiesen en ellas, e impedir que desde ninguna parte de la campaña se descubriesen los flancos, hasta llegar al lugar de la explanada opuesta a ellos. Se les daba de cara desde 250 a 300 pies, en caso de necesidad. Tanto en el revellín, como en cualquier fortificación exterior, se debería de observar, caso de obligar a ello el terreno, que las defensas las tomasen sus caras o alas izquierdas más rectas que las derechas, pues éstas recibían el fuego de la plaza de modo más natural que las izquierdas. La altura de los revellines estaba entre los ocho y quince pies sobre el nivel de la campaña y la mayor dificultad que pesaba sobre ellos estribaba en si tenían que estar o no comunicados por puentes con la plaza y la estrada encubierta. Algunos opinaban que contando con foso seco, se podría subir y bajar desde él al revellín por una escalera de madera, que se quitaría de noche y se volvería a poner cuando fuese necesario. Cuando el foso fuese de agua, se saldría y entraría en la plaza por poternas, habiendo barcas prevenidas para dicho fin. Medrano había visto en algunas plazas que la estrada encubierta se comunicaba con los revellines por tierra natural, pero decía que esto era muy peligroso ya que entrando el enemigo en dicha estrada encubierta, lo harían luego en el revellín con suma facilidad.
Las medias lunas que se colocaban delante de los ángulos flanqueados estaban ya reprobadas por la arquitectura militar, porque para flanquearlas era necesario correr el foso directamente por su cara, hasta tocar la cara del revellín, y en tal caso sería tanta la tierra que se sacaría del foso que no habría donde echarla, creciendo así el gasto y quedando por allí tan ancho que con facilidad de la explanada se descubrirían los cimientos de la muralla. De correr el foso paralelo a sus caras y flancos y no sacar dicha tierra, quedaría todo aquel terreno como estrada encubierta, siendo ello un asunto desmesurado, quedando la media luna sin defensa. Para salvar estos y otros inconvenientes, se hacían en su lugar las contraguardias, estando éstas en tiempos de Medrano más en uso que las medias lunas, y habiéndolas de hacer se darían a todas sus partes las medidas anotadas en los revellines, pues eran las generalizadas para las fortificaciones exteriores.
La unidad a la que tendió el urbanismo europeo, después de la segunda mitad del siglo XVII, se debió en gran parte al cada vez mayor peso específico de la Francia de Luís XIV. El arte militar se basó, tanto en la reflexión urbanística francesa del siglo anterior, como en la sucesiva multiplicación de obras defensivas, basadas en las últimas novedades de la técnica obsidional, relativa al sitio de las plazas fuertes. Tras las experiencias realizadas antes de Vauban, el arte militar francés se apartó completamente del urbanismo. Las obras de fortificación, sobre todo las avanzadas o exteriores, eliminaban su relación con el territorio en el que se asentaban, reduciendo la malla estructural de los asentamientos humanos a la lógica interna de simetría, rigor formal y énfasis de la ingeniería militar. Era el territorio y no la ciudad lo que había que defender, eliminando toda alusión a las estructuras de la ciudad civil. De este modo, estas ciudades diseñadas a lo francés, tomaron el rango de plazas fuertes, cuya definición más válida fue la de murallones que detendrían el avance enemigo, o simplemente el de puntos estratégicos que se debían defender hasta la muerte.
Con Vauban la técnica de las fortificaciones quedó sistematizada y desarrollada a través de experimentos que sobrepasaban la práctica de los ingenieros militares, conduciendo a una sistematización científica. Por un lado, renunció al estudio particular de soluciones viarias, y por otro multiplicó sus sistemas defensivos, que se ensancharon y abrieron al exterior del recinto urbano. Las frecuentes citas que ya hemos reproducido, relativas a realizarse tal o cual obra según arte, no fueron sino adhesiones a la ciencia arquitectónica militar, cuyas reglas respondieron a una economía menos influida que la del pasado, la cual obedecía más a presupuestos ideológicos. España tomó del sistema de Vauban todo lo concerniente al ataque y defensa de sus ciudades-plazas fuertes, afectando sobre todo a sus territorios fronterizos, como en el caso de la de Ceuta, con doble línea defensiva, con obras más avanzadas, y con líneas interiores más replegadas en las que se situaban las estructuras fortificadas más estables, cuya función primordial era el bloqueo de las posibles escaramuzas enemigas.
En el siglo XVI vimos cómo los monarcas españoles sobre todo desde Felipe II, decidieron la difusión a escala de las principales ciudades del Estado, mimándose mucho el trabajo realizado sobre las ciudades fronterizas de gran Imperio. La reproducción de modelos a escala de maquetas, dibujos, grabados, atlas, etc; se vio completada en el siglo XVII con los llamados planos en relieve, planos a escala que reproducían exactamente la situación de cada ciudad-fortaleza, así como de sus posibles cambios o modificaciones estructurales poliorcéticas.
Dicha reprografía fue perfeccionándose con el tiempo, y no deja de llamarnos la atención cómo para el insigne Vauban el arte de la fortificación no consistía tanto en reglas y sistemas, como en experiencias y buen sentido de todos los días. Por esto, cualquier obra que se iniciara, debería traducirse para su realizador en la capacidad de echar en ella toda la experiencia lograda en los asedios, aplicándola de forma defensiva. Tanto asedios como defensas, se planificarían desde ahora como teoría matemática, capaz de calcular medios humanos, materiales, fases de salidas y repliegues, etc. Cualquier consideración quedaría siempre postergada a la razón militar, y lo civil se adicionaría a los fundamentos eficaces de lo propio militar, como plazas, manzanas, ejes viarios, calles, paseos, barrios, fuentes; constituyéndose por simple añadido jerarquizado, como obras de simple relleno, tomando siempre el norte de las funciones militares y económicas. Vauban quedó anclado en una visión bélica concéntrica, sin querer advertir las innovaciones y preocupaciones del urbanismo civil barroco, de gran pujanza ya desde varios decenios. Éste seguía siendo el medio de racionalización del espacio habitable, sin llegar a condicionar con rigor los proyectos elaborados por los ingenieros.
Recordemos en este sentido cómo en algunos planos de Ceuta el recinto urbano no quedaba trazado, y cuando se señalaba se dejaba vacío su interior, marcándose sólo las líneas bastionadas. Este retroceso, respecto a sus contemporáneos urbanistas, partía del principio de belleza dado a todo lo que de externo o fachada tenían sus plazas fuertes, considerando el interior de las mismas como un espacio de servicio y no como una entidad autónoma por sí misma con posibilidad real de condicionar las líneas exteriores de defensa. Se mantenían, en este sentido, los presupuestos ya estudiados por la fortificación italiana de De Marchi en el siglo anterior (Guidoni et al., 1982).
Si echamos en falta la simetría en lo urbanístico civil, no lo fue, en cambio, en todo lo que se construía con fines militares de ataque o defensa en superficie o en el subsuelo, caso de las galerías de minas y contraminas y los ángulos flanqueados, el fuego cruzado, el fuego de costado y los atrincheramientos, donde podemos apreciar el máximo de elementos regularizados y planificados según simetría y gusto militares. Fue el caso también de la técnica de defensa en caso de sitio, que se centró en la posibilidad de detener al enemigo durante un número determinado de días, cuarenta y ocho, para pactar al final de este espacio de tiempo su rendición, calculando milimétricamente el tiempo necesario por el enemigo para superar todas las barreras que el ejército le pusiese. Cartesianos fueron elementos tan dispares como la construcción de puertas, las fachadas de edificios, las calles principales, los contornos regulares de la plaza, la altura de los edificios, que en el caso de los militares siempre sobresaldrían de los civiles, y los materiales empleados, tradicionales y locales para los civiles, en ladrillo, piedra y a prueba de bomba para los militares. Vauban pretendió y a veces consiguió que los edificios militares estuviesen separados de los civiles y religiosos, basándose en la seguridad y en la economía de tiempo y medios prontos en caso de ataque o sitio.
El sitio de Muley Ismail fue el detonante real para que el sistema poliorcético galoflamenco se impusiese en la plaza de Ceuta, a pesar de las numerosas trabas y cambios de opinión de los propios gobernantes, sobre si mantener las líneas ya existentes, modificarlas o ampliarlas hacia la campaña. Las proyecciones efectuadas por Pedro Borrás en dicha plaza se guiaron por las obras de defensa del primer sistema de Vauban, que sería con el que finalizaría el siglo, en cuanto al total de obras levantadas. En dicho sistema defensivo, según el investigador Pando (1967), los lados eran frentes abaluartados, formando cada uno de los cinco una serie de líneas conocidas, como eran las caras y flancos de los dos baluartes contiguos, más la cortina comprendida entre ellos. Aparecía también el foso, y delante el glacis. El camino cubierto presentaba unos ensanchamientos hacia el centro de las cortinas que eran llamados plazas de armas, que servían para facilitar la reunión de las fuerzas que iban a hacer salidas ofensivas, estando cerradas con traveses. En la banqueta de dicho camino cubierto se ubicaba en tiempo de guerra una estacada para evitar que los enemigos pudieran arrojarse de golpe sobre dicho camino. En los baluartes se colocaba la artillería, tanto en las caras para la acción lejana como en los flancos para la próxima y en la cortina no se solían poner piezas, únicamente morteros.
Vauban empleó, además, numerosas obras adicionales, como el rebellín, que cuando era de grandes dimensiones se llamaba media luna, con forma de rediente o de luneta; los tenazones, con cortaduras y flecha y el hornaveque, que estaba compuesto de un frente abaluartado y dos alas. Todas las obras exteriores tenían que cumplir la condición de estar bien dominadas y batidas por las obras que tuviesen detrás. Las comunicaciones entre los distintos elementos eran rampas de tierra adosadas de trecho en trecho al talud interior del terraplén, para subir desde el interior de la plaza a los adarves. Las poternas o galerías abovedadas, de fondo en rampa suave o con escaleras, comunicaban el interior de la plaza con el fondo del foso, pudiendo estar situadas en el centro de las cortinas o bien detrás del orejón. Se salía del camino cubierto al glacis por unas rampas cortadas en él. La puerta de la plaza iba generalmente en el centro de una cortina, y por medio de una bóveda atravesaba la muralla, situándose a sus lados los cuerpos de guardia. En el caso de la plaza de Ceuta, el acceso a la ciudad desde la zona continental era una puerta orientada a la costa norte, sobre el Foso de las Murallas Reales. A su salida, y sobre el Foso inundado citado había un puente levadizo que conducía al camino cubierto. Además de esta puerta, se facilitaba el paso a las obras exteriores gracias a otro puente, como el que se estaba terminando de construir en 1697, y fácilmente apreciable en un plano de Pedro Borrás. Ya anteriormente, Hércules Toreli, en 1691, hablaba de tener que terraplenar esta puerta en tiempo de sitio, siendo necesario abrirla en medio de la cortina de las fortificaciones exteriores por ser regla común en el arte militar, y de esta suerte quedaría cubierta la salida y la retirada sin que pudiera descubrirse desde el campo enemigo.
Con los posteriores sistemas de Vauban, nombrados dos y tres, quedaban perfectamente diseñados el recinto de seguridad en la zona ístmica central, así como el recinto de combate con el total de obras avanzadas sobre el espacio continental del Campo Exterior. Este último era el sostén de la mayor defensa y con la masa de terraplenes y parapetos resguardaba de los fuegos exteriores el recinto de seguridad. De este modo, las obras exteriores se vieron ligadas en su conjunto, formando una línea de obligada conquista para el sitiador antes de atacar el cuerpo principal de la plaza. Más tarde, en el siglo XVIII, avanzaron más las obras exteriores de lo que hemos visto levantado en el XVII, con el objetivo de oponerse de modo más eficaz al acordonamiento, al tiempo que se obligaba al sitiador a dar un mayor desarrollo a sus trabajos de aproche y a sus medios de ataque. Con ello, los ingenieros de la próxima centuria contarán con la infraestructura defensiva apropiada para un mejor dominio del Campo Exterior.
IV.- Representación, disposición e imagen de la plaza de Ceuta durante el siglo XVII
Hemos de esperar al año 1643 para poder registrar la primera representación gráfica visual en este siglo de la plaza de Ceuta. Era un plano2 4 que acompañaba a la carta remitida a la Corte por el gobernador local, Conde de Asentar, de fecha 8 de noviembre, en la que detallaba su estado general y el estado particular de sus fortificaciones (Fig. 26). En un recuadro venían reflejados los puntos y enclaves más destacados, como Puerta del Campo, Puerta de la Almina, Puerta de la Ribera de los navíos, Puerta de la Ribera de Santa María, Baluarte del Caballero, Baluarte de San Sebastián, Baluarte de la Sardina, Baluarte de Barbaçote, Baluarte de San Pedro, Ribera de los navíos, Puente del Campo, Cava obrante con agua, Puente de la Almina con agua seca, Mirador de la ciudad, base de la ciudad, muro que iba al campo, Iglesia Mayor y Ermita de María de África.
Se configuró dicha imagen planimétrica a vista de pájaro, tomando la referencia geográfica norte-sur, y no llevaba firma de autor. Su escala era de 132 pitipiés de 500 brazas de palmos cada braza, hecho a tinta y colores, de unas dimensiones de 426 por 761 milímetros. Su técnica era sumaria, perfilándose las principales partes de la ciudad, como la península de la Almina, istmo central y zona continental. Predominaba el esquematismo, aunque en algunos trazos el autor pretendiese dar idea de profundidad y perspectiva, destacando ante todo los componentes defensivos, llegando en algunos parajes a incluir añadidos personales, y dando información de campo.
En la península de la Almina quedaron situados y nombrados los puntos del Puerto de la Cisterna y Puerto del Rey, como posibles lugares de desembarco enemigo; la Punta de Jacram, que recordemos había sido reconocida por Pedro de Arce, ingenieros y pilotos de la bahía de Ceuta y la Almina en 1624, y que era recomendada como lugar a propósito para levantar el muelle por estar más resguardado de los vientos y estar situado en la bahía norte, la cual ofreció desde siempre una más fácil defensa. Sin embargo, en este plano no quedó perfilado el muelle proyectado en dicha fecha, quedando sólo los dos citados anteriormente como fondeaderos naturales.
Igualmente, quedaron reflejados los puntos de Santa Catalina, la Cala de Sigreira, la Punta de la Almina, la Cala del Desnarigado, la Fuente Cubierta, la buena cala para los desembarcos del Sarchal, San Simón, San Antonio, Atalaya alta, San Amaro, el Castillo de la Almina, es decir, la Ciudadela del Monte Hacho, que según la leyenda del plano tenía muros antiguos arruinados que no servían para nada; y el Mar de la banda de España. Se pasaba a la península de la Almina atravesando el puente de la Almina, sobre el Foso semiseco, dejando así el istmo o zona más urbanizada de la plaza. En dicha península aparecía la estructura del tridente, permitiendo el trazado de tres vías marcadas con líneas de puntos, dos costeras de circunvalación y una interior. Esta última terminaba en las estribaciones del Monte Hacho y estaba poblada de cultivos y árboles, junto a dispersos caseríos. La vía de circunvalación sur acababa en el Padrastro de San Simón, paraje próximo a la actual Batería del Pintor o pisos del Molino, y era un importante punto estratégico y de defensa de esta banda costera que por su situación en altura podía además defender las murallas próximas con buena artillería. Fue importante su defensa, ya que la banda costera sur no ofrecía otro punto más a propósito ante un probable desembarco enemigo. La vía más extensa era la norte, que iba paralela a las murallas costeras hasta Santa Catalina, y luego se desviaba hacia el interior hasta llegar a la Ciudadela del Hacho. Toda ella estaba fortificada con murallas y torreones. En el resto de la Almina, salvo la Atalaya alta, no apreciamos más puntos de defensa, predominando los tramos de costa alta acantilada. El por entonces Castillo de la Almina, nos aparece en plano semirrodeado de murallas antiguas, con cimentación romana e islámica, en gran parte en estado de ruina, que seguía valorándose aún como destacado castrum de altozano.
En el istmo quedaron enumeradas y situadas las fortificaciones y edificios religiosos más importantes, así como algunos civiles sin especificar, distribuidos de forma regular y con fachadas parecidas, propios del estilo militar. También se mantenían en pie de época portuguesa los baluartes, puertas, Foso inundado, Murallas Reales, Espigón del Albacar, etc. Tan sólo encontramos una anotación en el Mar de Berbería o de Tetuán en la que se nos dice que desde el Monte de San Simón, como peligroso padrastro contra la ciudad desde la parte de la Almina, y desde el Monte de Barbaçote, que también la señoreaba sobre plano a modo de torre-vigía, podían los enemigos hacer gran daño a la fortaleza, por lo que era muy interesante fortificar estas alturas, puesto que si la plaza llegase a ser asediada, no habría mejores puntos de defensa que aquéllos. Asimismo, en la anotación se especificaba que parte del Espigón de la Ribera se hallaba caído, debiéndose reconstruir.
Sobre la zona continental marroquí nos encontramos con una zona de dominio, compuesta de un sistema de paralelas que unía a la Torre de Barbaçote con la zona de murallas mariníes del Afrag, también llamada Ceuta la Vieja, presentando en el plano en pie tan sólo la mitad de su totalidad. Se entrecruzaban trincheras españolas con tapiales marroquíes, apreciándose cómo iban los enemigos a su campaña, y entre unos y otros se destacaban puntos como el Topo, el Facho de Afuera, los muros antiguos, etc; abriéndose en abanico de una costa a la otra a modo de tela de araña defensiva, extendiéndose desde el núcleo originario del primer Frente de Tierra del siglo XVI.
Pasarán casi veinte años, hasta finales de mayo de 1662, hasta que volvamos a encontrarnos con planimetría que nos detalle el estado de la plaza ceutí. Fue el catedrático de Matemáticas, Artillería y Fortificación e ingeniero militar, fray Genaro María Aflito, el que incorporó a la documentación escrita remitida al Consejo de Guerra unos planos y plantas de la plaza de Ceuta, con el objetivo de ampliar la visión de conjunto del proyecto realizado para mejorar sus fortificaciones. En primer lugar, iba el titulado como “plano topográfico de los puestos de España y África” (Fig. 27), en el que situó en primer lugar los puestos andaluces más importantes del Atlántico y Mediterráneo, siguiendo de este modo los pasos dados años atrás por el flamenco Wyngaerde, como Conil, Cabo Trafalgar, Caños de Meca, Barbate, Zahara de los atunes, Cabo de Plata, Valdevaquero, Tarifa e Isla de Getares. A todos estos situó en el plano, pero sin enumerar en la clave del mismo, cosa que sí hizo con los peninsulares de Punta del Carnero, Bahía de Getares, Arroyo de Getares, Islote de San García, Algeciras, Isla Verde, Río Palmones, islote entre dos ríos, Islote del Roncadillo, Islote de los Ángeles, Gibraltar, Muelle Viejo, Muelle Nuevo, Punta de Bugrillo, Nuestra Señora de Europa, Punta de León, entrada de la bahía, así como el lugar más a propósito para desembarcar. Lo mismo hizo con los puestos africanos de Ceuta, Surgidero, Arrecife de Santa Catalina, Cala de Frigueira, Cala del Desnarigado, Fuerte de San Simón, Barbaçote, el Topo y el Hacho de la Almina; completando todo ello con una serie de puntos de la costa atlántica y mediterránea norteafricanas, como Sierra de Bullones, Torre Bermeja, Tánger Viejo, Tánger, Bahía de Judíos y Tetuán.
Aflito no se limitó a enumerar y situar los enclaves, sino que en el mismo plano dio pistas informativas esenciales para saber actuar con conocimiento de causa, como cuando señalaba que los datos numéricos expresaban las brazas de agua que había en los surgideros y los puntos eran brazas de debajo del agua. Aportó un segundo documento, titulado “planta de la ciudad de Ceuta y de su Almina” (Fig. 28), en el que situó con mayor concreción numerosos puestos poliorcéticos ceutíes, como Ceuta, Puerta de la Almina, Foso seco, fortificación nueva, la Almina, Fuerte de San Simón (se había de hacer para que dominase los dos mares y cubriese los puestos que pudiese ocupar el enemigo para atacar la plaza por la banda costera sur), Nuestra Señora del Valle, torre antigua hasta donde llegaban las casas y muros de la ciudad, San Amaro, Chacram o Jacram, Santa Catalina, San Antonio, Puerto de la Cisterna, Puerto del Rey, Cala de la Higuera o Frigueira, Atalaya alta, Cala del Desnarigado, Fuente de murado...?, Cala de Sarchal, Castillo de la Almina, Ermita de la Veracruz y puestos avanzados en Berbería que se guarnecían cuando la gente estaba en el campo para amparar los forrajes. En el Campo Exterior señaló como puestos más destacados los del pozo de agua dulce o Pozo Chafariz, el Facho de Nuestra Señora, el Facho del Lobo, el Facho de Barbaçote y Barbaçote.
Incluso las anotaciones de difícil legibilidad que ahora exponemos, tenían para Aflito una enorme importancia pues indicaban sus impresiones personales para una mejor lectura del plano estudiado por el Consejo de Guerra. En primer lugar, nos encontramos que ...
“... por la parte de Berbería se podrían hacer tres fortificaciones que se dieran la mano con la otra, que descubrieran todo el vallado y amparara la localidad, encubriendo lo labrado y proyectado en la plaza, pero que no se pueden hacer sin dar...”.
En segundo lugar,
“La muralla antigua y arco que hoy el señor Conde de Castelmendo tenía formando puestecillos para impedir que el enemigo se pudiera acercar y desembarcar en las caletas de la Almina”.
Un tercer documento gráfico de Aflito llevó por título “planta de la ciudad de Ceuta” (Fig. 29), e incluyó el Baluarte del Caballero, el Baluarte de San Sebastián, la Puerta de la Marina, arenal donde desembarcaban, Baluarte de la Sardina, Baluarte de la Barbacana, Baluarte de San Simón, Puerta de la Almina, Puente, Foso seco, Mirador, Puerta del Campo, Puerta del Desembarcadero, Foso con agua, Puente sobre dicho foso, Desembarcadero Antiguo, Puerto del Rebellín del Campo, Barrera al Campo; caminos cubiertos, trincheras y callejones donde se abrigaba la guarnición local cuando salía a luchar contra los moros, pozo de agua dulce del Chafariz, estrada cubierta con sus reductillos y empalizada que había hecho de nuevo el Conde de Castelmendo; fortificación nueva de dos baluartes y una cortina con sus medias lunas, estrada cubierta, reductillos, empalizada y restos de lo que se había de hacer para defender la plaza de la parte de la Almina, en tanto que la muralla vieja no tenía seguro alguno de través.
Sin lugar a dudas, el proyecto del padre dominico, fray Genaro María de Aflito ocupó uno de los principales hitos del sistema poliorcético de la plaza de Ceuta en el siglo XVII, por lo que su preparación en materias tan fundamentales como Matemáticas, Fortificación y Artillería quedó sobradamente demostrada en la planificación estratégica de dicha plaza. Valoró que los ataques enemigos vendrían por vía terrestre y marítima, pero de modo diferente a como lo entendieron los ingenieros del siglo anterior, pues creía que la zona más débil era la península de la Almina, ya que disponía de muchos puntos de desembarco. Por esto, se preocupó de defender esos puestos y situar una buena línea de defensa cara a la Almina, llegando a veces a descuidar algo la línea del Frente de Tierra, que ya los portugueses habían registrado como la más peligrosa, habida cuenta que los marroquíes no disponían de importante flota, por lo que debía temerse más un ataque frontal desde la zona continental del Campo Exterior.
Dejó pocos detalles al azar, pero uno que estimamos muy importante no ha sido confirmado documentalmente, el del soporte artillero de cada puesto, así como un estudio razonado de los bastimentos, pertrechos y municiones existentes en la plaza ceutí en ese momento. Técnicamente, sus plantas denotaron escasa evolución a las ya estudiadas, tratándose de vistas a vuelo de pájaro con escalas y claves informativas de los puestos defensivos que la ciudad ofrecía, contando ante todo la función militar, y para confirmarlo fijémonos en la planta tercera, en la que tan sólo aparecían el Santuario de Nuestra Señora de África, el Convento de los Trinitarios Descalzos y un edificio militar próximo a la Muralla Real con la Torre de la Vela; característica peculiar del estilo militar, en cuanto a la intención implícita de sobrentender lo existente, a costa de minimizar e incluso anular las citas de los puntos defensivos más relevantes. En la mayoría de las ocasiones, esta peculiar forma de proyectar se circunscribió al modo vivencial militar, reflejándose como centro de interés alrededor del cual giraban los demás estamentos civiles y religiosos, que empezarían a cobrar importancia en cuanto apareciesen los ensayos de proyección icónica, más desarrollados a nivel urbanístico, de nuestras ciudades en pleno siglo XVIII. En los planos y plantas de Aflito no hallamos diseño urbanístico, como trazado de calles y avenidas, edificios civiles, eclesiásticos y militares; ni tampoco la correspondiente separación de zonas pobladas y despobladas, rurales y urbanas. La imagen local quedó reducida a dibujos esquemáticos hechos con la única pretensión de señalar el estado de sus fortificaciones, así como una serie de enclaves de exclusivo uso militar. Igualmente, tanto las plantas como las relaciones escritas, seguían formando un conjunto, un único documento, incomprensible el uno sin el otro.
A diferencia con otros planos de ingenieros militares, apreciamos en los de Aflito un mayor interés en las líneas de defensa marítima, señalando las brazas de profundidad de distintos puntos de desembarco y el encubrimiento de algunos lugares estratégicos como el Puerto de San Amaro y la playa frente al Fuerte de San Simón, señalados con cruces de Santiago y no relacionados en la clave, sin duda para evitar su conocimiento y precisa ubicación. Lo bello seguía relegado a lo útil, lo delineado se limitaba a un mero croquis de carácter informativo y aclaratorio para el director y proyectista de las obras que interesaba levantar, y que para mayor concisión necesitaba las pertinentes aclaraciones personales. Lo fortificado por portugueses y castellanos en el Frente de Tierra quedaba aún en pie, salvo el Espigón de la Ribera, que veía ahora rota su cabeza y permanecía como islote. A su resguardo existía un caladero para las embarcaciones, al igual que se seguía usando el Foso inundado como resguardo y paso de un mar a otro. En la bahía norte aún aparecía el desembarcadero antiguo o Espigón del Albacar, junto a otro próximo al Campo Exterior.
Aún a sabiendas de la necesidad de que la documentación escrita sobre proyectos y planes de defensa de la ciudad de Ceuta deberían ser refrendados con otra documentación visual o gráfica, la realidad fue que hasta principios del año 1690 no volveremos a encontrarnos con un plano anexado a una relación realizada por el gobernador local, Francisco Bernardo Varona, de los pertrechos existentes, y tanteado y visto por el maestro de obras, Juan de Ochoa. En dicho documento apreciamos en sus notas explicativas una serie de lagunas y omisiones debidas quizás a un posible extravío. Se mostraba el istmo o zona central de la plaza, vista a vuelo de pájaro, siguiendo la orientación norte-sur, y situaba los enclaves defensivos más importantes (Fig. 30). Ya hemos mencionado la falta de detalle de algunos puntos. El plano sólo pormenorizaba una sección o parte, la que miraba al Mar de Berbería o de Tetuán, y ello ante la sopesada idea del Gobernador de que sería el lugar más a propósito para un desembarco enemigo. Sus razones partían de que gran parte de la muralla que asomaba a esta banda costera se encontraba minada por su base, con grandes vanos por donde penetrar, y que aprovechando los moros la marea baja, podrían pasar con facilidad a través del espacio abierto entre el Baluarte del Caballero, la Coraza y lo que hoy es el Barranco del Chorrillo.
El Espigón de la Ribera o Coracha Sur se adentraba más en el mar a como se observará en otros planos del siglo XVIII, quedando rematado con una torrecilla redonda en su extremo, debiendo situarse en lo que hoy es la Peña del Caballa. Técnicamente era un plano sucinto, que ubicaba enclaves y puestos adecuadamente, queriendo dar aproximación orográfica, remarcando líneas de distinto grosor en lo que era el contorno fortificado, apreciándose todo esto en el trazado de lienzos de la muralla que iba hasta la Puerta de la Ribera. No debe extrañarnos la falta de firma del correspondiente ingeniero en el plano, habida cuenta de que muchas veces fue el mismo gobernador local en solitario, o ayudado como ahora por el maestro de obras, el que se encargaba de levantar y arreglar las fortificaciones. Su labor en el dibujo técnico era fácilmente apreciable, pues ajustaban dibujos sencillos, a modo de croquis o apuntes, echando en falta rigor científico y precisiones y anotaciones de índole estratégica militar.
Constatamos la exclusiva utilidad militar del documento gráfico, al situarse sólo en el recinto datos militares y menudeando, como hemos apreciado hasta ahora, todo tipo de detalles urbanos, como trazado de calles, edificio civiles y religiosos, resumiéndolo todo bajo el epígrafe “Plaza”, que como sabemos era el centro radial de la ciudad. Echamos en falta la fortificación exterior de años atrás, existente en el Campo del Moro, reseñándose sólo una línea gruesa como delimitación entre el Frente de Tierra español y la tierra ocupada por el enemigo. Como nota curiosa, quedó detallada la zona de playa acotada para la pesca de los atunes, que bajo el sistema de almadraba llegó a sufragar una parte del presupuesto para obras eclesiásticas.
Esta imagen se amplió con otra remitida al Consejo de Guerra en abril del mismo año, por el mismo gobernador de Ceuta, acompañado de la explicación de las obras y fortificaciones realizadas bajo su dirección, pero esta vez sin firma del maestro de obras ni del ingeniero (Fig. 31). Situó la Plaza de Armas, lugar donde formaba la caballería que salía al Campo del Moro, y donde se guarnecía de posibles emboscadas a tiro de arcabuz y mosquete. Dicha plaza iba flanqueada con la obra nueva dibujada de verde. El Reducto de San Pedro, que con la porción que se le hizo descubría la Cañada del Ribero del Pozo Chafariz, estaba a tiro de pistola de la Plaza de Armas y de su surtida antigua. Nombró el Reducto de San Pablo, el cual se hizo nuevo, dando su frente mayor a la Avenida del Topo, que descubría parte de la Cañada del Ribero, estando terraplenado y capaz para cañones que pudiesen devolver el fuego a las baterías enemigas gracias a su gran altura. Situó la Puerta de la Plaza de Armas que salía al foso y no era descubierta del campo enemigo, haciéndose nueva con forro de hierro. También detalló el foso de la Plaza de Armas que se estaba profundizando y ensanchando más de lo que estaba, debiéndose comunicar hasta el Reducto de San Pedro y su playa para poder hacer salidas ocultas con caballería e infantería.
El plano señalaba también la trinchera antigua de piedra y barro que cerraba con una estrada encubierta, y que para cubrirse del padrastro se le habían hecho nuevas tapias atroneradas. Designaba otra trinchera antigua de piedra y barro que servía de cortina a los dos reductos, y que se le había añadido una tapia atronerada para cubrirse de los padrastros que tenía a tiro de arcabuz. Había, igualmente, una estacada nueva añadida a la estrada encubierta, con su banqueta y rampal; un rastrillo nuevo en la estrada encubierta, que contaba con su puerta; el cuerpo de guardia que se estaba haciendo a la entrada de la estrada encubierta; el rastrillo nuevo que cerraba la Plaza de Armas y el paso que se estaba levantando; un pozo que se construía; una puertecilla nueva forrada de hierro, que salía al mar con una escalerilla; un rastrillo nuevo con una puerta grande en medio, y otra pequeña que cubría la del Albacar; la Puerta del Albacar; el cuerpo de guardia; los travieses que franqueaban la obra de San Pedro y la playa; el espigón que entraba en el mar y descortinaba la playa y ángulo defendido de San Pedro, a quien dominaba; el espigón que estaba delante de la Puerta del Albacar franqueaba los rastrillos de la Plaza de Armas; el muelle con su desembarcadero y la escalera que bajaba al agua; el puente donde estaban los rastrillos y puentes levadizos; los almacenes y casamatas; la Coraza; la Puerta de la Ribera, y la Puerta del Campo.
La vista a vuelo de pájaro anterior nos presentaba tan sólo una parte del istmo, la parte correspondiente al Frente de Tierra de época portuguesa y las fortificaciones exteriores nuevas. Se trataba, por tanto, de un proyecto parcial poliorcético de la plaza, del segmento terrestre de líneas de vanguardia más conflictivo. Su orientación era este-oeste, quedando desprovisto de explicaciones al mismo, que fueron en relación aparte. Apreciamos un salto cuantitativo y cualitativo en la fortificación exterior, la situada en el lado del Campo del Moro, que se inició a partir del ala derecha del ataque local, con los Reductos de San Pedro y San Pablo, conformándose una amplia plataforma o plaza de armas, protegida con un baluarte. Esta línea avanzada formaría desde ahora la segunda barrera defensiva ante el acoso terrestre enemigo. Recordemos que la primera línea la conformaban las de la circunvalación con tapiales y trincheras, a los que ahora se añadieron enclaves complementarios a las murallas costeras, como espigones, fosos y muelles.
Se produjo pues un notable avance en las defensas de la ciudad respecto a años atrás, cuya estructura había quedado encasillada entre el Foso de las Murallas Reales y la Almina. Seguimos echando en falta en la relación anexa al plano el potencial artillero, aunque se citaban detalles de balística y las necesidades de rearme, como que se hicieron troneras para que el mosquete pudiese batir la Estrada Encubierta, que se podía poner un cañón para descubrir la Cañada de la Huerta y para salir de la Puerta del Campo a las fortificaciones exteriores, sin ser ofendidos desde los padrastros que había a tiro de arcabuz y mosquete. Se mantuvieron los objetivos militares en el plano, quedando ausentes otros tipos de estudios e interpretaciones. Tan sólo se detallaron aspectos y enclaves estratégicos y aquellos que pudiesen contar para la toma de decisiones militares, como reductos, la Plaza de Armas, puertas, fosos, rastrillos, trincheras, murallas, estacadas, pozo, espigones, muelles, almacenes de pólvora, tapias atroneradas y espaldas, garitas, travieses y casamatas.
El catedrático de Matemáticas y Fortificación e ingeniero, Julio Bamfi, tras reconocer las obras anteriores proyectadas por el gobernador, pasó a visitar los terrenos circundantes, acomodándose al terreno y estudiando las fortificaciones exteriores irregulares, dibujándolas según arte, con líneas, ángulos y medidas, en una planta donde plasmó el nuevo Frente de Tierra de la plaza, que fue remitida a la Corte el 28 de marzo de 1691 (Fig. 32). Según dicho ingeniero, el frente que miraba al Campo de los moros era muy alto, pero con poca defensa artillera, con el consiguiente peligro de ser minado o bombardeado. Por la parte sur se situaban las dos terceras partes de las casas de la ciudad, las cuales quedaban descubiertas, y para subsanar este defecto, se debería continuar la muralla, levantándola a la altura del baluarte de la campaña y formando ángulo hacia la eminencia del Morro de la Viña, que encubriría el ángulo indefenso, continuando con otro ángulo la línea del lado de la Almina hasta el primer través de la Ribera. De este modo se remediaría la flaqueza de la muralla que se estaba cayendo, y quedaría cubierta la ciudad de la citada eminencia. Para asegurarla de las minas, y ante el peligro de que los enemigos pudiesen cegar el Foso principal, Bamfi pensó que se podría remediar con una estrada subterránea debajo de la Estrada Encubierta, en la que se deberían situar los minadores, al propio tiempo de que estando al mismo nivel del agua del citado foso, por ella se podría limpiar cuando los enemigos echaran desechos por arriba para cegarlo.
La plaza necesitaba cubrirse con un hornaveque u obra coronada por la parte de la Península de la Almina, y asimismo la cobertura de otros puestos de especial relevancia, como era el caso del Desembarcadero del Desnarigado, donde se debería también reedificar su Torre. Recordemos cómo el gobernador había abierto el camino alrededor de dicho puesto y atrincherado los demás desembarcaderos. Como se mostraba en la Planta, Bamfi procuró ceñir la plaza de mar a mar, quedando todas sus fortificaciones exteriores a resguardo del tiro de mosquete y predominadas de su cuerpo principal, estando situadas a mucha distancia de las eminencias más problemáticas.
Las obras ejecutadas del Baluarte de San Pedro, y del Baluarte de San Pablo, estaban cubiertos de una tapia de dos pies de grosor y siete de alto, tronerados de trecho en trecho y bien defendidos por todos sus ángulos. A esta tapia se le debía añadir un parapeto de seis pies de grosor, además de tener que encamisar de cal y canto o ladrillo los baluartes, cortinas y contraescarpas, y perfeccionar sus fosos. También añadió un rebellín, con el objetivo de cubrir dicha obra y predominar una ensenada o foso y barranco grande por el que los fronterizos podrían llegar cubiertos a tiro de pistola de la plaza, a cuyo fin había una obrilla nombrada lengua de sierpe, cuyo ángulo no excedía de 30º, y que estaría a cubierto de dicho rebellín. Éste debería ser de cal y canto y cubierto de bóvedas, pudiendo estar en él cinco hombres con troneras y pedreros, y con su retirada por debajo de tierra al Baluarte de San Pedro en el caso de verse acosados. El rebellín grande que puso delante de la cortina de la plaza cubría lo principal de ella y de su foso, permitiendo el paso al Mar de Mediodía o de Tetuán.
A finales de mayo de 1691, el gobernador Varona remitió a la Corte, entre sus representaciones, un plano que llevaba el título de “Plaza de Ceuta, con una porción de la Almina” (Fig. 33), a modo de amplia vista a vuelo de pájaro, de orientación norte-sur, y en la que quedaban situados y enumerados importantes enclaves poliorcéticos, como el Baluarte de Santiago, el de San Sebastián, la Plaza de Armas contigua y puesta en defensa, la Puerta de dicha Plaza que no se descubría desde el Campo del Moro, el Baluarte de San Pablo, el de San Pedro, el foso que estaba hecho, la lengua de sierpe con su empalizada, la cortina de la Plaza de Armas situada entre San Pedro y San Pablo, el Barranco del Chafariz, la muralla antigua cuya altitud era de seis varas, el puesto donde se solían fortificar los marroquíes cuando venían con gente numerosa sobre la plaza, el Puente del Barranco de Arzila, la Arzila o Afrag, la Torre del Vicario y la Torre de la Araña. Como nota curiosa, anotamos que en dicho Plano, en ocho epígrafes se remitía a un papel suelto de “advertencias”, a modo de clave secreta que el Consejo de Guerra debería manejar para entender mejor las explicaciones dadas por el remitente, y evitar que, en caso de que cayese el documento en manos del enemigo, éste pudiese planificar mejor sus planes de ataque.
Al propio tiempo, en el documento se situaban otros puestos de forma numerada, algunos de los cuales ya habían sido delineados por el Maestre de Campo e ingeniero Julio Bamfi, como la comunicación que se había levantado en esos momentos con la Estrada Encubierta que servía de cortadura, y que este profesional había trazado en tinta negra. Se señalaba también el rebellín situado enfrente de la Cortina de San Pedro y San Pablo, así como la Plaza de Armas antigua, presta en estado de defensa. Situaba la porción que se debía añadir al Baluarte de San Pedro y que se podría ver mejor en el papel suelto; la estrada encubierta de toda la obra delineada; la empalizada; los fosos que se deberían abrir; el rebellín con ángulo recto que se había construido frente a la cortina que miraba al Campo del Moro; el terreno trapecio y un medio cubo antiguo de cal y canto. Finalmente, en el plano se especificaba que lo que iba delineado con puntos indicaba lo que se había hecho anteriormente, lo que proponía ahora el Maestre de Campo Julio Bamfi y lo que se debería ejecutar con el terreno donde caía; así como todo lo que iba delineado de rojo y amarillo, que era la obra levantada y de buena defensa, aunque no perfeccionada en las obras exteriores.
El diseño presentado correspondía a una plaza fuerte que disponía de un concienzudo y estudiado sistema defensivo, ofreciendo una visión general del conjunto de sus fortificaciones, tanto interiores como exteriores; pero donde no contaban el resto de las construcciones, quedando las tres partes del recinto vacías y sólo a disposición del fin militar para el que el proyecto fue solicitado. Apreciamos también un estudio topográfico detallado del terreno circundante en el que los puestos se situaban, como valor añadido que el ingeniero debería tener presente para la delineación de sus obras.
Tomás Sevilla Berenguer, capitán de caballos e ingeniero, realizó una planta-croquis
del sitio de Ceuta (Fig. 34), fechado el 22 de octubre de 1695, que remitió al Marqués del Solar pretendiendo ganarse el favor real, porque su sueldo no era suficiente y quería pasar a la primera vacante que se produjera en las galeras de España, pues habiéndole insinuado aquél que deseaba mucho tener una planta de esta plaza, se la remitió sacada al pie de la letra, del modo en que se encontraba en esos momentos. En dicho croquis, sumamente esquemático, daba la explicación de la Plaza de Armas y punta de San Pablo, así como hornillos volados con meros borroncillos. Designó la punta de San Pedro, la cortadura de Plaza de Armas y las dos líneas que atravesaban puentes, Santa Ana, la Estrada Encubierta, el Baluarte de San Sebastián, el de Santiago, el de la Coraza, la Puerta y Puente de Plaza de Armas que la dividía el mar, el Albacar, el Espigón, la artillería y morteros del enemigo, todas las bocaminas y los ataques enemigos.
Efectivamente, más que una planta al uso se trataba de un croquis a vista de pájaro, de orientación oeste-este, donde interesaba destacar tan sólo cómo se distribuían los ataques de un frente y otro. Por un lado, el frente enemigo, con sus cortaduras y trincheras, hasta el tiro de fusil local como distancia más próxima, rodeando la Plaza de Armas y Ángulo de San Pablo, que se veían protegidos por una estacada que lo enfilaban. A prudente distancia situaron los enemigos sus baterías de cañones y morteros, que por entonces disponían de baterías de cinco morteros y dieciocho cañones, con las que llegaron a desmantelar la mayor parte de las primeras líneas de defensa, causando destrozos en la población de lo que se llamaba ciudad. Ante estas circunstancias, la mayoría de los ciudadanos dejaron esta parte del recinto urbano, situándose provisionalmente en parajes más alejados de las huestes de Muley Ismail, como la Península de la Almina.
El Frente de Tierra adelantado, es decir, las fortificaciones exteriores, estaba sucintamente perfilado en el plano con sus ángulos, baluartes y espigones. Por vez primera, quedaron situadas gráficamente las bocaminas, como sistema poliorcético subterráneo de minas y contraminas, siendo utilizado tanto por uno como por el otro bando, y que a partir del sitio ismailita impuesto desde ahora se conservaría y perfeccionaría en los pocos años que restaban del presente siglo y a lo largo de la centuria siguiente. La finalidad estratégica seguía siendo manifiesta, quedando delimitados los frentes con sus puntos de contacto ístmico-continentales, y echándose en falta los aspectos urbanísticos, pues no quedaron siquiera citados ni situados los edificios más relevantes existentes en el centro neurálgico de expansión constructiva de la Plaza de África, que en el plano se ve totalmente en blanco, como si no existieran, siguiendo los modelos de configuración antiurbanística de Vauban. Tampoco se situaron ni los mares ni las naves, que pudieran indicar ataques navales o desembarcos; tan sólo el enfrentamiento terrestre, con sus potentes artillerías, ni un topónimo local que marcase notas aclaratorias al plano. Entendemos que su valor no pasaría de ser un mero esquema de trabajo o diseño sucinto que su autor realizó con poca profundidad topográfica y donde lo más significativo debía ser el delinear las cotas más sobresalientes del territorio urbano e hinterland. Tampoco apreciamos escala en pitipiés, como era costumbre, señalando lo levantado por uno y otro bando a varias tintas y sombreados de distinto tamaño y grosor.
El erudito arqueólogo e historiador lusitano Alfonso de Dornellas realizó un dibujo en 1913, reproduciendo un antiguo plano (Fig. 35) en portugués que iba incluido en un libro de J.T. Correa (1695). Lo trazó con orientación oeste-este y a vista de pájaro, dejando enumerados hasta un total de cuarenta y seis enclaves, tanto poliorcéticos, como artilleros y edificios religiosos (Fig. 36). Entre otros, situó la tienda del emir, tres baterías enemigas, la Plaza de Armas, el Baluarte coronado de Santa Ana, el de San Pablo, el de San Pedro, la obra nueva de la primera retirada, la segunda retirada, la Estrada Encubierta, la tercera retirada, la Puerta y Espigón del Albacar, la Puerta del Campo con puente levadizo, el Baluarte de Santiago, el de San Sebastián, el Espigón de la Coracha, la Torre de la Campana, la de San Antonio, el Baluarte de San Felipe, el Mirador, la Iglesia Mayor o Catedral, la Puerta de la Ribera, el Baluarte de la Brecha, el de San Francisco, la Casa de la Pólvora, la Puerta de la Almina, el Baluarte de San Juan de Dios, el Santuario de Nuestra Señora de África, el Fuerte de la Marina, el Padrastro de San Simón, el Molino de Viento, el Convento de San Francisco, la Iglesia de Nuestra Señora del Valle, San Pedro, el Hacho, San Antonio de la Almina, San Amaro y su Fuerte, el Mar Mediterráneo y el Mar Océano.
En este plano, a diferencia de los confeccionados por los ingenieros militares, observamos una imagen más comprensible de la ciudad, en la que quedaban incluidos datos complementarios a los meramente militares que aquéllos únicamente pretendían, detallándose aspectos urbanísticos, como la disposición de los edificios más representativos de la ciudad, la plaza central de África, las calles principales y secundarias, así como la distribución de las viviendas en manzanas urbanas, o aisladas en el medio rural de la Península de la Almina. El episodio bélico del sitio ismailita quedó reflejado fielmente con sus frentes de ataque artilleros y de infantería, delimitándose sus baterías enclavadas en el Campo Exterior, dando si cabe mayor verismo al tema con el trazado balístico de sus disparos sobre la plaza, mientras quedaban a resguardo de los ataques ceutíes con sus correspondientes empalizadas, cortaduras, paralelas, trincheras y caminos cubiertos. Sin embargo, el entramado poliorcético subterráneo de minas y contraminas permaneció ausente en el plano, queriendo sólo dar la visión logística de superficie. Al sitio terrestre se sumó el bloqueo naval, controlando las naves enemigas las entradas y salidas de convoyes de suministro, que incluso quedaron reflejados en el plano con sus correspondientes estandartes cristiano y musulmán. Desde la Puerta de la Almina quedó perfilada la salida en tridente hacia la Península de la Almina, zona más resguardada del ataque artillero, pero que tenía en su contra la de ser lugar propicio para desembarcos marroquíes por la retaguardia local. La Muralla de la Marina Norte seguía protegiendo esa bahía, mientras la Sur carecía de murallón costero, contando con el Espigón de la Ribera y Baluarte de la Brecha, así como las eminencias de San Simón, el Molino de Viento y la Ciudadela del Hacho, que avisaban de posibles ataques y desembarcos, a los que tocaba repeler urgentemente la guarnición situada preferentemente en la zona ístmica.
El gobernador Melchor de Avellaneda, remitió en sus epístolas de 26 de octubre de 1697 dos plantas para que el rey y su Consejo decidieran la que debiera ser más factible para la plaza. La primera de ellas llevaba por título “Perspectiva de las fortificaciones de Ceuta” (Fig. 37) y constaba de leyenda en la que detallaba, ordenados alfabéticamente, los puestos del Baluarte de Nuestra Señora, la Puerta del Campo, el Baluarte de Santiago, la Puerta del Albacar, la Cortadura de San Pedro, el Medio baluarte nuevo que se había levantado según designio del capitán de caballos e ingeniero Pedro Borrás y que se correspondía con el Medio Bastión ó Contraguardia de Santiago, situada junto al actual Ángulo; un arca abovedada, la Cortina de Plaza de Armas, otro baluarte que se pretendía construir y el Bonete de Santa Ana. Se emplearon varias tintas, señalándose con puntos de color amarillo lo que había de derribarse que correspondía a la fortificación antigua, mientras que los puntos de colorado correspondían a lo delineado nuevo por el ingeniero Francisco Hurtado de Mendoza. Iban incluidos además en esta primera planta, el designio de su Estrada Encubierta, el reducto que se pretendía construir para cubrir la surtida que salía por medio de la cortina, a ras del foso, y el puente que se estaba acabando de hacer.
El segundo plano llevaba por título “Planta de las fortificaciones de Ceuta” (Fig.38), detallando también en su leyenda, ordenados alfabéticamente, puestos básicos del sistema defensivo ceutí, como una parte del recinto urbano, el Albacar, el Espigón de la Bahía Norte, las escalerillas, San Pedro, San Pablo, Santa Ana, el Rebellín, la Falsabraga y el Foso de Santa Ana. Son detallados de modo más escueto y lacónico, dando por hecho a qué enclaves se refiere, y sin dar aclaraciones como veíamos en el plano anterior. Técnicamente, se utilizaron las tintas negras para indicar lo que ya estaba levantado, y las coloradas para lo que había delineado Francisco Hurtado, incluyendo el rebellín.
En la exposición fotográfica de Sánchez Montoya realizada en el Casino Militar de Ceuta en 1990, hemos localizado la reproducción de unos grabados y planos de la ciudad, cuyos originales forman parte de los fondos documentales de la Biblioteca Nacional de París. Uno de ellos fue el plano delineado por el capitán Carlos de Erquicia en 1697, en francés y castellano, con el título de “Plano de la plaza de Ceuta con las obras nuevas de don Pedro Borrás” (Fig. 39), y situaba en él los puestos de la Puerta del Albacar, la de la Ribera, la de Santa María, la de la Almina; el Espigón del Norte, el del Sur o Berbería, el Almacén de Pólvora, el Desembarcadero, las obras nuevas empezadas en 1697 por el ingeniero Pedro Borrás, los ataques abandonados por los marroquíes, el ataque grande enemigo, la Batería de Martín de Abreu, la del Morro de la Viña, la de los Almocávares, la de morteros y pedreros, y la Almina o montaña que tenía una legua de circunferencia.
Apreciamos en este plano signos de gran originalidad, tanto en su composición gráfica como en la misma orientación espacial. Éste se orientó de levante a poniente, presentando en sentido trasversal casi todo el territorio de la plaza, desde el Campo Exterior hasta parte de la Península de la Almina. Este documento visual ampliaría el plano correspondiente a la figura 37, con la salvedad de que ahora se ensanchaba la perspectiva hasta los enclaves existentes más allá del Frente de Tierra construido durante el sitio ismailita, llegando a ofrecer a vista de pájaro la situación del momento, especificándose claramente las fortificaciones adelantadas, con su hornaveque, espigones, ángulos y media luna. La zona más urbanizada desde siempre había sido la ístmica, sin embargo aparecía aquí, igual que en otros planos que hemos estudiado de comienzos del sitio, totalmente en blanco, tan al gusto de Vauban. Fue delineado para dar una información, lo más aproximada posible, del estado real del sitio, atendiendo a fines exclusivamente bélicos, y para que se entendiera cómo se desarrollaban los acontecimientos en las líneas de defensa de la plaza ceutí.
También quedaron detallados los ataques abandonados por los enemigos, los que estaban muy próximos a las primeras líneas. Ya dijimos que fundamentalmente tal logro se debió a la utilización de minas y contraminas, de una eficacia extraordinaria. Los marroquíes tenían dispuesto un sistema de ataque a modo de tela de araña, a distancia del tiro de fusil, a base de parapetos y trincheras profundas, de un mar a otro, organizando desde allí sus acometidas en superficie y planificando igualmente sus Minas. El terreno estaba muy desnivelado con cañadas y barrancos, y fueron aprovechados por los enemigos para situar sus baterías, a distancia del tiro de cañón, como las del Morro de la Viña, Nuestra Señora de Otero y Pozo del Chafariz. Su potencial iría en aumento con el paso del tiempo, a lo largo de tan dilatado sitio, empleando primeramente baterías para cinco morteros y dieciocho cañones en superficie, amén de los hornillos para sus contraminas y minas. Quedó más perfilado en plano el potencial enemigo humano, situándose las huestes ismailitas a los pies, con sus numerosas tiendas, rodeando la del Capitán General Alí ben Abdalá, en la zona del Fuerte del Serrallo. En planos de la época, al igual que en los lienzos, era frecuente añadir estos gustos barrocos, a modo de escenificación teatral, enmarcando lo dibujado con cortinajes que se abrían hacia ambas esquinas. Para el autor, la topografía era un complemento de delimitación de líneas fronterizas, que convenía utilizar para el desarrollo estratégico.
Técnicamente, notamos una mayor evolución que en planos anteriores, contando más la perspectiva, aunque con convencionalismos, pues a vista de pájaro era imposible observar a los barcos de perfil y al ejército enemigo de frente. Al autor no le interesaba destacar las fortificaciones de la Península de la Almina, quizás porque el teatro bélico con sus operaciones faltaba allí, en comparación con el que se desarrollaba en la zona continental. Sabemos que durante el sitio se produjeron ataques navales para el bloqueo e intentonas de desembarco en todo el perímetro de la Almina, aunque todo esto esté ausente en el documento. A lo más que se llegó fue a situar los distintos barrancos y cañadas existentes en la vertiente sur, poblándolos de abundante vegetación baja y arboleda, junto a abundantes roquedos y peñascos desde la punta de Santa Catalina hasta el Foso semiseco de la Almina. Estimamos correcta la ubicación en la costa atlántica de barcos españoles que navegaban o habían fondeado en dicha bahía, al abrigo de la Playa de San Amaro, el Espigón-Puerto del Albacar y el Espigón de la Coracha Norte, debido a la intensa actividad marítima que se debió desplegar para el socorro y defensa de la plaza ceutí, incluso podemos apreciar a alguno de los navíos algo más adelantado, haciendo fuego sobre las líneas enemigas.
NOTAS
21 En el año 1611 Ceuta recibió cuarenta quintales de pólvora, veinte de plomo, veinte de mecha, quince de brea, 200 balas de lombarda y 150 lanzas con sus hierros. La plaza de Tánger recibió letras de 5000 cruzados, 150 lanzas, cuarenta quintales de pólvora, tafetanes para 50 banderas, 80 docenas de herraduras, 100 millares de clavos, cuarenta docenas de tablas, ocho quintales de clavos, 200 moldes de balas de arcabuces y mosquetes, y amarras para las galeotas. Mazagán, por otro lado, recibió 120 moyos de trigo y 100 docenas de tablas.
22 Sobre un trazado a lápiz se iban construyendo los volúmenes mediante capas de tinta aguada, incluyendo tanto las variaciones de textura como las de luces y sombras. Esta técnica exigía un papel que admitiese mucho agua, y que había que preparar previamente. Se extendían con un pincel las capas de tinta disueltas en agua para diferenciar planos, marcar sombras o resaltar huecos.
23 El Marqués de Valparaíso señaló tales deficiencias por carta de 25 de junio de 1694: sólo disponía de cuarenta y cuatro piezas de bronce de diversos calibres y algunas eran inservibles e insuficientes para cubrir la mitad del recinto defensivo. Hasta ese momento, había aprovechado las cuarenta y tres piezas recuperadas del naufragio de dos navíos franceses en los isleos de Santa Catalina. Prescindió de cinco de estas piezas por falta de fuste, y las otras 82 restantes las distribuyó estratégicamente, colocando doce en la Cortina del Campo del Moro, otras doce en el Baluarte de San Sebastián, once en el de Santiago, diez en la explanada del Mirador, otras diez en la Puerta de la Ribera, seis en la Media Luna de San Felipe, cuatro en la Coracha, cuatro en el Fuerte del Desnarigado, cuatro en la explanada de la Brecha, tres en los Espigones del Albacar, dos en el Baluarte de San Francisco, dos en el Puente de la Almina y dos en el Baluarte de San Juan de Dios. Parece seguro que estos cañones recuperados del naufragio se ubicaron en los distintos enclaves artilleros de la plaza, pues no debemos olvidar que en octubre de 1694 se produjo el sitio ismailita, y dichas piezas paliarían un tanto el déficit artillero local.
24 Si bien no se pudo localizar anexo a la documentación escrita del Servicio Histórico Militar, sí se logró en el Archivo General de Simancas, escrito en portugués y con el siguiente título: “Dessenho da cidade e fortaleza de Ceita com descripcao da terra da Almina e da do Campo de Berbería”.

