Fortificaciones Militares de Ceuta: siglos XVI al XVIII

Introducción
Cap.1.1
Cap.3.1
Cap.1.2
Cap.3.2
Cap.2.1
Cap.3.3
Cap.2.2
Cap.4
Cap.3.4

CAPITULO I

1PARTE: FORTIFICACIONES MILITARES DE CEUTA EN EL SIGLO XVI

IV.- Representación, disposición e imagen de la plaza de Ceuta durante el siglo XVI

El siglo XVI representó el paso del orden medieval o antiguo al moderno o renacentista. La organización de cualquier ciudad pasó a ser considerada como si de un arte se tratara, más aún a causa del arte de la guerra. Esto se reflejó en auténticos procesos de cambios reales en los equilibrios de los Estados, en los poderes políticos y en los diferentes modos de entender el urbanismo. El modo de organizar la ciudad será a partir de la creación o recomposición de las nuevas necesidades politicas impuestas por la monarquía, estratégicas, militares, religiosas y comerciales. En la primera mitad de ese siglo, la tecnología militar realizará intervenciones urbanísticas con aires de modernidad, ante las exigencias de actualizar las defensas urbanas del periodo anterior. La arquitectura e ingeniería militares llegarían a ser, en poco tiempo, el factor básico de la construcción y urbanización.

La mentalidad política cambió con los nuevos aires de las fortificaciones abaluartadas. Ahora lo importante era poder disponer de ciudades estratégicamente importantes para poderlas reconvertir en herméticas plazas-fuertes. Ceuta, llave del Estrecho, disponía de murallas meriníes con una clara función defensiva y de delimitación de sus actividades urbanas, y sufrirá gradualmente esa transformación, completándose en las siguientes centurias. De este modo, el poder político se subordinó al militar, permitiéndose así la destrucción de barrios o zonas periféricas, y poder levantar aquí nuevas defensas y ciudadelas. Esta circunstancia ha sido analizada ya en páginas anteriores, al estudiar el proyecto colegiado de los ingenieros Arruda-De Rávena en 1541, sobre todo en el nuevo diseño del Frente de Tierra y el enclave estratégico del istmo ceutí. A partir de esta actuación, las reestructuraciones urbanas de carácter civil representaron un porcentaje secundario en el total de las nuevas obras.

Si bien desde la conquista portuguesa se mantuvieron edificios civiles y religiosos, la realidad fue que desde el siglo XVI se empezará a notar nuevas inversiones en esa arquitectura, potenciada por el empuje contrarreformista, que también quedará reflejado en la simbología religiosa de las fortificaciones locales. Recordemos que desde la construcción de fortalezas “a lo antiguo”, es decir, desde el medievo, se buscó analogía con elementos cristianos como la cruz y el amor de la Virgen. En el caso de Ceuta, se designaron distintos enclaves poliorcéticos con nombres de santos y santas, como San Amaro, primer obispo de la ciudad; Santa Catalina, San Jacobo, San Antonio, San Pedro, etc. Más intensamente se apreció este afán por proteger a la ciudad con baluartes cristianizadores, frente al enemigo musulmán, desde que Ceuta pasó a formar parte del Estado español en 1580, con ejemplos claros como San Sebastián, San Luís, San Simón, Santa María, etc; tomando como marco de referencia los pasajes bíblicos en los que se manifiestan conceptos claves del Nuevo Testamento, agudizándose aún más esta tendencia en los siglos XVII y XVIII. Incluso este afán cristiano por propagar la fe y su sentido de protección ante el infiel musulmán, quedaron plasmados en la plaza de Ceuta a través de placas conmemorativas y dedicatorias a los santos tutelares, que llegaron a situarse estratégicamente en los lienzos de murallas y flancos de los diferentes baluartes, o acompañando a las diferentes puertas de acceso a los mismos. 

Esta modemidad aportada por la poliorcética creemos que se transfirió sobre la ordenación urbana, iniciando un proceso de actualización de las estructuras ciudadanas, y afectando igualmente a las estructuras sociales y económicas. Ello supondrá la acción monopolizadora de los ingenieros militares, que, partiendo de la nueva tecnología abaluartada y de la revolución impuesta por las armas de fuego, impondrán la regularización y la simetría a las distintas partes de la ciudad y cambiarán valores, estructuras y referencias arquitectónicas de periodos anteriores.

Desde mediados del siglo XVI, con la aparición de la imprenta quedó la palabra como valor complementario en los libros ilustrados y colecciones de grabados. Con su aparición, se cubrió la necesidad de reproducir los dibujos renacentistas y la de extender la cultura a un público más extenso. Estas nuevas expectativas, según Sánz (1990), ante la demanda de publicar imágenes, llevó a ampliar la realización de dibujos pensados específicamente para ser impresos. Con el tiempo, las tablas de madera tallada dieron paso a los grabados en planchas metálicas, lo que facilitó no sólo hacer varias series del mismo original, sino también modificar éste entre serie y serie, de modo que hubiera estampas más o menos elaboradas. En el grabado renacentista la ciudad formaba un cuadro prospéctico equilibrado, en el que las murallas que la circundaban constituían el primer marco poliorcético, y donde el espacio geográfico quedaba como un espacio contoneado por un dibujo esquemático y limitado, con asiduidad, por algún artificio gráfico que solía aparecer en recuadros ideales. 

La técnica para representar las ciudades, perfeccionada en la primera mitad del siglo XVI, condujo, desde mediados del mismo, a una diversidad más amplia, llegándose con las colecciones de grabados a representar tanto capitales, como pequeños núcleos urbanos. El progreso de la Geografia favoreció las representaciones cartográficas y las vistas de ciudades. En toda esa centuria, la representación planimétrica seguía estando subordinada a las vistas panorámicas y a los perfiles urbanos, siendo lo más frecuente las vistas a vuelo de pájaro, por exigencias militares, políticas o urbanísticas, pero que no mostraban un carácter expresivo, sino que eran tan sólo apuntes con una finalidad mnemónica o documental, instrumentos de estudios y formación, sin pretender ninguna autonomía figurativa. Los horizontes de Europa se iban expandiendo, y ello fue un proceso confirmado gracias al éxito de los tratados geográficos. En los comienzos de la planimetría urbana, nos encontramos con la colección de imágenes de ciudades modernas a base de grabados del “Liber Chronicarun”, de H. Schedel, del año 1493; asi como la “Cosmographía Universalis” de S. Miinster, del año 1550, y el “Theatrum” de Ortelius. De ellas partirán los futuros levantamientos de planos de las colecciones impresas, y especialmente de la colección “De civitates orbis terrarum” de Braun y Hogenberg de 1572.

Debemos recordar que durante la visita del rey Felipe II a los Países Bajos en 1556 nombró a Jacobo Van Deventer geógrafo real, encomendándole en 1559 un extenso estudio geográfico de las plazas flamencas. El total de planos realizados alcanzó más de 250, siendo panoramas a vista de pájaro con fines administrativos y militares. Se percata en todo ello el interés filipino por la geografía científica, asi como el atesoramiento de descripciones exactas de sus dominios. Entre los años 1562 y 1570, el pintor flamenco Anton Van Den Wyngaerde recibió por parte del monarca español el encargo de realizar un inventario pictórico de 62 vistas de los pueblos y ciudades más importantes de España. La importancia histórica de estas vistas se debe en gran parte a su preocupación por la exactitud topográfica, que quedó patente al compararlas con las vistas de ciudades españolas más conocidas, hechas por Jorge Hoefnagel, reproducidas en la “Civitates Orbis Terrarum” de 1572, y que claramente debió ejercer sobre estas últimas directa influencia. Ésta fue la primera colección de grabados dedicada exclusivamente a las principales ciudades del mundo, siendo su calidad y técnica bastante desiguales, pero en ellos lo que más nos debe interesar es que fueron imágenes autónomas, ideales, capaces de revelarla situación de las ciudades contemporáneas. Su destino era un público culto, capaz de conocer y viajar, pero al propio tiempo, estos grabados asumían fines de propaganda política, de consolidación real de un territorio, y de representación gráfica del sistema defensivo de una ciudad. 

Las representaciones cartográficas con fines militares alternarán con la catalogación científica de la ciudades, plasmándose con mayor exactitud los esquemas urbanos heredados del medievo, junto con las obras nuevas de defensa (Rosenau, 1961). Esta cartografía “a lo moderno” reflejaba la deformación ideal hacia una geometría del espacio, de aquí que dicha actitud idealista entrase en conflicto con la exactitud de los estudios topográficos (Sica, 1977).

La primera imagen de la plaza de Ceuta que he localizado corresponde a un grabado de la Biblioteca Nacional de Madrid, anónimo y sin fecha, aunque deducimos por detalles del mismo que debió corresponder al siglo XVI, llevaba por título “Vista de Ceuta mirada por la parte de África” (Fig. 15). Es una panorámica frontal a vista de pájaro, de sur a norte, en la que se detallan en leyenda hasta dieciocho puntos bien definidos orográfica y poliorcéticamente, como el Monte Hacho, el puerto, la linterna, la Puerta de la Almina, las galeras, la estacada, el campamento de los moros, el serrallo de los enemigos, Ceuta la Vieja, San Antonio, el cuartel nuevo, San Roque, Algeciras, el Peñón de Gibraltar, el Estrecho, las lanchas cañoneras que acosaban al enemigo y la Sierra de Bullones.

Se trata de un grabado completo por sus contenidos y por la técnica empleada para su realización. La orografía está bien perfilada, situando correctamente elementos dispares como la península de la Almina, las estribaciones de Yebel Musa y sierras colindantes del Campo Exterior, el istmo central, las bandas costeras norte y sur, la punta del Morro de la Viña y los acantilados del Chorrillo. De igual modo, quedan también bien reflejados puntos cercanos de la costa peninsular española del otro lado del Estrecho. Si bien los dibujos esquemáticos del grabado guardan relación con una acertada situación tanto de personas como de elementos estáticos, no es menos cierto que el recurso técnico de la perspectiva jerárquica se aplica aquí para subrayar la importancia estratégica de la ciudad, puesto que todo lo relativo al “teatro de la guerra” del momento está representado con un canon mayor que el correspondiente al estamento civil. Así pues, los soldados, tanto locales como enemigos, quedaron representados a mayor proporción que las propias fortificaciones y resto de edificios de la ciudad.

Igualmente, viendo la leyenda, apreciamos que lo que debía interesar al espectador era la información coyuntural de una ciudad cerrada por el estamento militar a todo intento de conquista por parte de las fuerzas enemigas. El autor reflejaba la actividad cotidiana de la ciudad en los ataques combinados por tierra y mar, la confrontación de un bando y otro desde la zona continental, las obras avanzadas, las fortificaciones realizadas hasta ese momento, e incluso se aprecian ataques artilleros enemigos con sus largos fusiles y espingardas y los propios desde los enclaves artilleros terrestres del Frente de Tierra y navales que, para dar mayor verismo ala vista, quedaron fijados en la imagen siguiendo la trayectoria balística con líneas de puntos. El puesto exterior a modo de campamento o serrallo de los enemigos constaba de tiendas para los soldados y una casa para el jeque o sherif. Distaba de la plaza una legua y próximo a dicha dominación enemiga había un morabito, que aparece en el grabado al norte del campamento, donde yacía enterrado un santón al que rendían mucha adoración. Tengamos en cuenta que, desde la conquista de la plaza en el siglo XV, eran frecuentes las surtidas de soldados y jinetes de escolta para recoger leña, heno, ganados y sementeras en el Campo Exterior o de Berbería, llegándose a repetidos enfrentamientos con los fronterizos y jeques de Sierra Cimera.

Como vimos en su momento, antes de que De Rávena y Arruda realizaran el proyecto de dotar a la plaza de un sistema de fortificación abaluartada, los portugueses locales contaban con débiles muros y limitada guarnición, ya que estaban más atentos a inquietar a sus vecinos con surtidas y cabalgadas que a cautelarse de ellos, pues ante su proyección ultramarina y dominio oriental, despreciaban su propia morada. El cambio operado bajo el gobernador Alfonso de Noroña desde 1540 queda corroborado perfectamente en este grabado, apareciendo incluso culminadas en estos momentos toda la Muralla Norte y la que circunvalaba el recinto de la ciudad. En la imagen lo urbanístico cuenta poco, pues el caserío aparece abigarrado en el istmo, sin delimitación de calles, ensanches, plazas, etc; circundado de murallas, quedando disperso hacia la península de la Almina, que sólo se ve coronado por la Ciudadela del Monte Hacho, casas aisladas, pequeños caminos vecinales, caminos reales y paseos de ronda. Lo rural aparece más desarrollado en dicha península, con árboles aislados desde la Puerta de la Almina y parcelas cultivadas en las faldas de dicha montaña. 

Desde el momento en que la empresa lusa de avanzar tierra marroquí adentro se frenó, la plaza de Ceuta se vio reducida a ser un enclave constantemente amenazado y asediado por los pueblos vecinos musulmanes. Se cifró con ello la seguridad como el bien mejor atesorado por los locales, y para conservarlo se dispusieron sus fortificaciones, entendiendo la zona ístmica como la más débil y reforzándola a costa de reducir el perímetro urbano, sacrificando en buena medida la península de la Almina, que quedó como zona residual más ruralizada y desde la que se podría, en una situación conflictiva dada, contragolpear al enemigo por ser la retaguardia más segura.

El grabado no sitúa el entramado de obras avanzadas a base de fachos y caminos cubiertos o trincheras hechos de tapial, que por cronología debían aparecer. Sí aparece la estacada que iba de una banda costera a otra, así como las galeras, que entendemos como obra militar a modo de cobertizos de madera, dotados de pequeña torre-vigía, y que supondrían un primer freno a la avanzada enemiga por delante de la citada estacada. Siendo valorado el presidio luso como “couto de homiziados o degradados”, muchos de éstos cumplieron su condena trabajando en las defensas ceutíes, a modo de “forgados de galeras”, del que creemos parece derivar el término que ahora estudiamos. Igualmente, sitúa el autor una linterna a la entrada del Foso semiseco de la Almina, cuyos antecedentes fueron las torres costeras mariníes dotadas de ahumadas para orientar a las embarcaciones y dar aviso de ataques navales a la ciudad. 

Las vistas de ciudades españolas hechas por Jorge Hoefnagel, reproducidas en las “Civitates Orbis Terrarum” de 1572 de Hogenberg y Braun, reflejan la influencia de Antón Van Den Wyngaerde, motivando en aquél su finalidad científica y política-militar y entendiendo estos dibujos como fuente inestimable para el estudio topográfico y de la Historia de la Arquitectura. Las ciudades españolas del primero fueron la más perfecta expresión de lo que en su tiempo eran los grabados de paisajes urbanos, tratando las vistas urbanas como escenografías paisajísticas, subordinando frecuentemente los detalles al conjunto, e insertando en los primeros planos incidentes ilustradores de las costumbres locales o episodios de especial relevancia. En el caso del grabado de Ceuta que a continuación estudiamos, se trataría, por ejemplo, de la información dada del lugar por donde desembarcaron y entraron los primeros portugueses a la fortaleza en 1415. El grabado al que hacemos referencia lleva tarjeta identificativa en su parte superior, con el nombre de Septa, con texto explicativo en latín en su parte inferior. Incluye también cinco latinismos en la misma imagen, a modo identificativo y aclaratorio de los puntos más destacados de la ciudad. En primer lugar, se indica el Puerto de San Amaro, lugar por donde desembarcaron y por cuya puerta entraron los portugueses a la plaza. También quedan ubicadas la Catedral, llamada aquí Templo Mayor; San Jacobo, Capilla de Santiago o Convento de los Trinitarios; el Frente de Tierra o Castrum, y Santa Catarina o Catalina en la península de la Almina (Fig. 16).

El contorno de la ciudad quedó bien perfilado. Se representó con una panorámica a vista de pájaro visualizada desde la Bahía Norte a la Sur, detallándose en esta ocasión un tramo de costa marroquí mediterránea. La plaza se nos muestra más hermética que nunca, si cabe, rodeada por murallones de raigambre todavía islámicos, un Frente de Tierra que conserva la estructura mariní y donde no se aprecia aún la fortificacion moderna abaluartada; con dos ciudadelas, la del Monte Hacho y la del Afrag, en inmejorables condiciones defensivas; con algunos lienzos manifiestamente deteriorados y torres-almenaras en la zona continental a modo de obras avanzadas frente al enemigo fronterizo, próximas a una estacada bien perfilada. Quedó delimitado el centro neurálgico de la plaza, en el istmo, donde se situó el mayor contingente de caseríos, mientras en el resto de la ciudad predominaba la ruralización con caseríos aislados.

El hinterland quedó bien representado, dibujándose numerosos puntos poliorcéticos enemigos, como una torre en minas en la actual defensa de Condesa o Castillo de Metene. También la Torre-Atalaya del Negrao o Negrón en la restinga marroquí y dos pequeños cabos rocosos con una torre en cada uno de ellos, que se corresponden con los actuales Castillejos y Restinga. Aunque no se situó la plaza de Tetuán, una de las más fuertes del reino de Fez, distante siete leguas de la de Ceuta, debemos considerar que aquélla sufrió repetidos ataques por parte de los portugueses ceutíes e incluso los andaluces, que aprovechaban el fuerte existente en la desembocadura de Río Martil y Castillejos para trasladar allí la infantería en barcos, para después intentar incendiar y destruir las embarcaciones que se guarnecían en el río Wad Ras. 

En Tetuán se organizaba una pequeña flota pirata, a la vez que servía de punto de apoyo para las flotas del Peñón de Vélez de la Gomera y las turcas. Esta tupida red pirática dificultaba las relaciones y el abastecimiento de las plazas portuguesas del norte de África, al mismo tiempo que asolaba los pueblos andaluces costeros, obligando a lo largo de este siglo XVI, como ya vimos, a los reyes hispanos a desarrollar una extensa línea defensiva guardacostas en Andalucía y Levante. Fruto de estos enfrentamientos directos, fundamentalmente navales, es el alineamiento que aparece en el grabado de torres-vigía en el hinterland ceutí continental, que intentaba frenar el dominio corso de turcos berberiscos y tetuaníes sobre la plaza y el Estrecho (Gozalbes, 1979). Por todo ello, y debido a la larga línea del litoral ceutí, fue obligado mantener una pequeña flota encargada de evitar desembarcos enemigos, así como de mantener un servicio regular con los puertos andaluces próximos.

En el grabado el hábitat se redujo a un espacio muy limitado y, sin duda, en relación directa con el sistema defensivo. La desproporción entre los componentes geográficos y urbanisticos es palpable, al igual que la ausencia de perspectiva. La incidencia entre fortificación y artillería está también ausente. Se trataba de una vista de la ciudad donde la vigilia fue la nota predominante, mostrando un aspecto todavía medieval y sin intervenciones urbanisticas, todavía de carácter episódico y de matiz a lo moderno. Las vistas de esta colección de grabados presentaban fragmentos renacentistas en sintonía con tramas medievales, ya cristianas o musulmanas. Los cambios de funciones y modificaciones en las formas de vida de sus vecinos, en el caso de Ceuta y plazas fortificadas costeras, como Tánger, Arzila, Salé y Saffi,fue más aparente que real. Cambió la infraestructura poliorcética, pero el entramado social-urbano siguió dirigido por el estamento castrense. Las ordenanzas filipinas, al respecto, chocaban la mayoría de las veces con la realidad de sus plazas fuertes, que precisaban una estructura urbana cerrada y hermética que encorsetaba la malla urbana civil y religiosa, y donde el tirón de la teoría y práctica urbanísticas estaba en manos de sus ingenieros militares. Los reglamentos regios fueron eludidos en algunas ocasiones, como en el caso de impedirla construcción particular fuera de las cercas urbanas, y que en Ceuta se dio en el Arrabal de la Almina. Esto fue 16gico, si tenemos en cuenta que dicho arrabal creció como zona que alivió el exceso demográfico ístmico y como lugar de protección ante los pertinaces sitios a que estaba frecuentemente sometida la ciudad. Por su configuración montañosa, fue un barrio de formación espontánea desde época islámica, basándose en la economía rural y en el que, al amparo de las murallas de la Ciudadela del Monte Hacho, se daba la producción hortícola, ganadera, lígnea y de mineral de construcción. Efectivamente, el aprovechamiento de sus gneiss habían servido, desde antaño, para construir los fosos, las murallas de su ciudadela, e incluso para los muros de mampostería de edificios. 

El progreso urbano se dio en la plaza de Ceuta, en el siglo XVI, de oeste a este, mientras que el avance poliorcético fue en sentido contrario. De todos modos, veremos una serie de procesos evolutivos que irán marcando pautas a veces contrapuestas entre crecimiento-estancamiento, urbanización-ruralización, progreso-vida inercial, cambios permanentes-cambios coyunturales y ciudad cerrada-ciudad abierta.

Paralela a esta línea de difusión visual y gráfica estaba la de los tratadistas de arquitectura e ingeniería militar de la segunda mitad del siglo XVI, que ha sido estudiada por Guidoni y Marino (1985). Con la difusión de los tratados militares, urbanos y arquitectónicos, en los que apreciamos ya un estilo literario propio del estamento para el que iba dirigido, la imagen de la ciudad dejó de ser un mero añadido aclaratorio del texto, para convertirse en la protagonista del mensaje visual. En adelante, el tratado sería un conjunto, un manual o colección de imágenes proyectistas que podían ser usados y experimentados, sin necesidad de acudir al texto, verificándose la primacía de la imagen sobre la palabra escrita, sobre todo en aquellos sectores en los que el proyecto se convertía también en modelo a seguir por todos los ingenieros, gracias a la difusión de la imprenta. El texto pasó a tener una función deictica, sirviendo para ilustrar los dibujos o láminas. Lo primero en una ciudad era resolver los problemas defensivos, surgiendo de forma completamente natural la división interna de los espacios públicos y privados. El proyecto interior no se abandonaba, pero sí se posponía y reducía a mero esquema, adecuándose para un mejor funcionamiento de la maquinaria militar, y sólo sería susceptible en un segundo plano al profundizar y perfeccionar el proyecto primitivo. En este siglo XVI y aún en el siguiente, no habían deseos claros de proyectar sobre la ciudad unos programas urbanos que armonizaran con el entorno.

Del ingeniero militar Cristóbal de Rojas ya hemos hecho referencia y estudio de su actividad profesional en otras páginas. Lo que nos interesa ahora es su valoración como tratadista y la aplicación de sus conocimientos poliorcéticos en la plaza de Ceuta. Si bien no he localizado el proyecto y plano que realizó durante su visita a esta plaza en 1597, en uno de sus tratados de fortificación aparece un modelo de la plaza de Cádiz que mantiene estrecha relación, por su configuración geográfica-poliorcética con la ceutí (Fig. 17).

Señalaba De Rojas en dicho documento cómo la parte más fuerte de la ciudad era la istmica, por ser estrecha y estar defendida por un robusto Frente de Tierra, y que la parte más débil era la más alejada de dicho frente, a su retaguardia, que contaba además con calas-desembarcaderos por donde el enemigo podría entrar con facilidad. Para ello, proponía De Rojas la construcción de un castillo-ciudadela en el tramo costero oriental, como punto fuerte de control de posibles desembarcos y lugar defensivo si llegara el caso de que el enemigo conquistara el resto de la plaza. Aunque la intención es la misma, puesto que en la plaza de Ceuta dicha ciudadela ya existía, su ubicación varía, estando esta última coronando el Monte Hacho y no en la costa. La novedad de De Rojas es manifiesta: hasta ahora no habíamos encontrado la intención de defender la ciudad en su totalidad, salvo en su Frente de Tierra del oeste. El autor busca ahora la salvaguarda del puerto y del resto de la costa, como elementos básicos de la defensa activa de la ciudad, no apreciándose este desarrollo teórico-práctico en Ceuta sino hasta los siglos XVII y XVIIL. Daba por hecho el autor la realidad frecuente de ataques enemigos, tanto terrestres como marítimos, y destacaba lo importante que era acomodar la fortificación conforme al sitio, puesto que las irregularidades y desniveles existentes en las plazas así lo condicionaban. Y en este sentido, la investigadora Cámara (1988) señala cómo para los ingenieros era muy necesario el conocimiento del terreno en que se iba a edificar, manifestándose ello en los proyectos de fortificaciones de Spannochi para Cádiz,y señalándose también en los tratadistas importantes como Zanchi, Escalante y De Rojas.

Técnicamente, el dibujo ofrece las mismas imperfecciones y convencionalismos de los grabados ya estudiados: vista a vuelo de pájaro, desproporción, edificios en alzado y fortificaciones de frente, ausencia de perspectiva, ciudad reducida al recinto fortificado y edificios más importantes, etc. No hay planificación urbanística, y las construcciones civiles y religiosas se abigarraban sin planificación ni regularidad, delimitándose sólo con claridad las estructuras defensivas que contomeaban totalmente el recinto urbano, interesando poco el tramado urbano de calles, vías, plazas y ensanches. Se seguía supeditando lo que de bello podía tener el dibujo, a su utilidad militar; sin embargo, al ir acompañado de un texto en el que el autor exponía sus opiniones personales de lo que debía ser la fortificación ideal de la plaza, se estaban dando los pasos de lo que serían en la próxima centuria los proyectos de obras.

NOTAS

1El geógrafo del siglo XV al-Ansari señalaba seis arrabales y cuatro fosos en la Ceuta medieval, dando mayores detalles de la estructuración urbana, con la interconexión de murallas y puertas. y dándonos una imagen más desarrollada de dicha ciudad

2 Las fortificaciones islámicas se podían clasificar en varios tipos: las grandes fortalezas, con grandes contingentes de tropas y que se situaban estratégicamente (enel caso de Ceuta fueron el Frente de Tierra y el Afrag): las fortalezas menores, situadas en altozanos, cruces y lugares religiosos, y enlazaban con las fortalezas del primer grupo, siendo aptas para albergar corta guarnicin (en Ceuta se correspondían con la Qasba-Ciudade-1a del Hacho, rábitas de la Almina y Alcazaba del Gobernador). Por último, estaban los castillos tácticos, que servían para prevenir, alertar, transmitir señales, vigilar las rutas y servían de enlace con los erupos anteriores. (En Ceuta contamos con la Torre-Homenaje de la Mora, las Torres-vigías del Valle y del Reloj, la Torre Albarana de Hércules, y las de la Banda Norte, del Albacar y Frente Exterior).

3 Los Arruda fueron una dinastia de arquitectos originarios de la región de Evora que, al menos durante tres generaciones, dirigieron y levantaron importantes obras. Francisco comenzó en 1498 el acueducto de la Amoreira en Elvas, a quince kilómetros de Badajoz. Levantó la Torre de Belén en 1515 y el acueducto de Aqua Prata en Évora. Acompañó a su hermano Diego en 1512 a fortificar las plazas de Azamor, Cafim y Mazagán

4 Miguel de Arruda trabajó para el rey Juan III como autor de obras renacentistas y con el cargo de “maestro de las fortificaciones allende el mar”. Por renuncia de Jono del Castillo, en 1532 ocupó el cargo de maestro mayor de todas las obras del cenobio del monasterio de Batalha. Construyó los palacios de Xábregas y de Salvaterra en 1557. Por encargo real, realizó obras de fortificación en África, diseñando las fortalezas de Mozambique. Parece ser que intervino en la catedral de Miranda do Douro y en su diseño interior.

5 Entre los numerosos ingenieros que trabajaron para Carlos T estaban: Blasco de Garay. Salazar, Donato, Buoni, Tomás de Boné. Marco de Verona, Miguel Fermin, Pedro de Angulo, Miser Juan Renna, Pedro de Peso, Hemando de Quesada, Juan Vallejo Pacheco, Guevara, Alvar, Gómez el Zagal, Juan de Eguizibal, Villariche y Villafañe, Ascanio della Cornia, Sebastián S*Oya, Jacobo van Noye, Peter Frans y Daniel Especkle.

6 La relación de ingenieros que trabajaron durante el siglo XVIen España. siguiendo el orden cronológico de sus actuacionefsue el siguiente: Vianelli, Barasoain, De Rávena, Perea, Peso, Juanelo Turriano, Quesada, Vallejo. Guevara, Ferramolino, Rubián, Furnin, Paduano Abianelo, Pizaño, Gonzaga. Calvi. Zurita, Tragón. Pachoti Cervellón. Reloggio. Ramoel. Baroqui. Fracés, Caloi, Villafañe, Fratín. familia Antonelli, Libadote, Amodeo, Guillisástegui. Escrivá, Setara. Aguilera, Treviño, Sitón, Espanochi. Esteliony, Locadelo, Campi, Salellas, Palearo Fratín. Sampere, Evangelista, Cairato, Rodriguez Moñiz, Zucareto, Seco. Quecia, Lanza, Arduino, Bono, Taula, Leonardo Turriano, Barsoto, De Rojas, Bartle y De Soto.

7 Para la obra se contó con un veedor, dos ingenieros, un escribano de la lista, dos apuntadores de los albañiles y pedreros, un apuntador de los arrieros, dos apuntadores de los servidores, un apuntador de los carreteros, herreros y carpinteros; un apuntador para la descarga de la cal, un apuntador-alguacil de las obras, veinte pedreros de albañilería y pedrería, un aparejador, dos criados del maestro de obras, cien servidores, quince arrieros, doce albañiles, diez carreteros, tres carpinteros y tres herreros. Asimismo, enel hospital existente en las obras se contó con un médico, un enfermero y dos mujeres lavanderas. Los ingenieros militares ganaban 300 reis diarios y al mes una fanega de trigo y casa pagada por el rey.

8 Los cubos portugueses eran torres modernas del siglo XIV, llamadas “cubelos” o “torreaos” redondos ultrasemicirculares, es decir, unas torres redondas peraltadas que llegaron a ser la última forma ideal torreada durante el reinado de Manuel 1, antes de la introducción del sistema abaluartado. Aunque en el documento estudiado se las asocia con el término baluarte, siendo su evolución lógica. no se comespondían funcionalmente.

9 La tabla de medidas utilizada por los ingenieros y sus equivalencias con el sistema métrico decimal fueron: una toesa (1.9 m ). una vara del Marcode Castilla (0.8 m ), un palmo de Castilla (0.21 m ), un pie de Castillao de Rey (0.27 m.). una pulgada (0.23 m.). una línea (0.001 m ), una vara del Marco de Castilla equivalía a tres pies de Rey, un pie de Rey a doce pulgadas, y una pulgada equivalía a doce líneas.

10 Este espigón mantuvo esa disposición y finalidad hasta 1927, en que las obras portuarias modificaron su trazado, permaneciendo su cimentación bajo el agua. En noviembre de 1994, debido a las obras complementarias realizadas para poder ampliar el Parque Marítimo que por entonces se construía, se expolió, formando parte de una escollera y perdiéndose para siempre una estructura arquitectónica litoránea que llegó a tener un papel fundamental en el desarrollo de 1a actividad portuaria local. 

11 Se comespondia con una explanada contigua a la iglesia de Nuestra Señora de África y a la Puerta de Santa María, y por tanto al Paseo actual de las Palmeras o antigua vía de la banda costera norte. Su utilidad en época portuguesa está confusa. pudiendo haber servido en todo caso de balcón adelantado hacia el Estrecho con el objetivo de divisar naves enemigas, más que de pequeño espacio ampliado para tránsito viario. De hecho, en dicho periodo estuvo fuertemente artillado con siete piezas.

12 Al aplicarse los primeros cañones sobre los muros de las fortalezas abaluartadas, se vio necesario cubrir los flancos y las puertas, y para ello el rebellín sencillo consistía en un ángulo saliente agudo para que sus caras fuesen defendidas por las de los baluartes. En el documento estudiado, se trataba de una obra ligera a modo de tambor, rediente o bonete, que más tarde se combinaría y agrandaría con las demás del moderno sistema abaluartado, denominándose entonces medias lunas

13 La poliorcética renacentista abaluartada distinguía dos tipos de defensa: la estática y la dinámica. La primera incluía las fortificaciones, la orografía local y la artillería. La segunda, los cuerpos de Ejército y la tenencia de las llaves de la ciudad, que abrían las puertas de ingreso a la población local. Estas llaves deberían estar siempre en poder de una de las máximas autoridades militares, el almojarife, como encargado del depósito artillero y pertrechos militares, quien debía permanecer en el interior de la plaza durante la noche para poder acudir rápidamente a abrir las puertas, tanto para permitir la rápida salidade los soldados en caso de cabalgada enemiga, como para que se pudiesen refugiar los vecinos que vivían o pernoctaban extramuros

14 Aunque el tapial de calicanto era más propio de la fortificación islámica, también se empleó en edificios por parte de portugueses y españoles como elementos complementarios en el interior de la ciudad y como ramales, torres o “fachos” en las fortificaciones más adelantadas hacia la campiña enemiga, a modo de caminos y enclaves tácticos a cubierto, cuya frágil estructura sólo serviría para que avanzasen las líneas locales de defensa, dado que la mezcla compositiva de este tapial llevaba menos cal y más barro y guijarros.

15 El Consejo de Guerra se ocupó de las obras de fortificación durante la monarquia filipina. Un militar de graduación, capitán o maestre de campo, iba siempre acompañado de un ingeniero, encargándose aquél de la responsabilidad de la construcción, mientras que este último se encargaba de la estructura técnica y del dictamen de aprobación o rechazo de la edificación.

16 A algunos ingenieros, por conveniencia de sus servicios a Felipe II y al emperador, se les condecoró además con el título y sueldo de capitán ordinario, con 50.000 maravedíes de sueldo, sin que tuvieran que ejercer funciones a dicho cargo, y estando sólo reservado a militares prestigiosos de carrera a personas de gloriosos servicios, con la única obligación de residir tres meses al año en la Corte.

7 Los ingenieros militares no tuvieron un sistema fijo de acceso a dicha profesión. El rey podía nombrarles en un principio. o darles atribuciones de tales mediante cédulas especiales, añadiéndoles gratificaciones para los trabajos y gastos de viaje (nombradas “ayudas de costa”). En otras ocasiones, se expedían y nombraban ingenieros mediante solicitudes que eran examinadas por el Consejo de Guerra y el Capitán General de Artillería, como órganos superiores rectores. A veces, podían ejercer como tales en España los que tenían acreditados sus conocimientos como ingenieros, o tenían título en los dominios hispanos de Italia y Flandes Incluso se llegaron a reclutar ingenieros extranjeros por medio de los embajadores españoles, con idea de impedir a sus países de origen de la libre disposición de profesionales tan cualificados que podrían emplearse en su contra. El sistema vertical de acceso al título de ingeniero partía desde el ingeniero entretenido, el ayudante, el práctico en fortificación y artillería, el ingeniero-capitán ordinario, el ingeniero-capitán ad honorem: hasta el de ingeniero mayor- superintendente de fortificaciones

18 La correspondencia tan frecuente entre ingenieros y el Consejo de Guerra aumentó enormemente la burocracia filipina. Para discutir los proyectos poliorcéticos eran llamados a la Corte, con el fin de darlos a conocer o a ampliarlos a dichos hombres de Estado. En dicha presentación eran muy frecuentes los diseños de fortalezas bajo proyectos dibujados, delimitándose en éstos una división del trabajo, ocupándose de la parte militar los ingenieros expertos, y de lo civil e interior urbano los arquitectos o maestros de cantería, ayudados por escultores que se ocupaban de las puertas, heraldica, placas conmemorativas, etc. Después de sesiones de intenso trabajo, los acuerdos redactados por el Consejo quedaban ilustrados en planos, cuyo depósito se confiaba a algún destacado ingeniero, como fue el caso de Espanochi y de Jerónimo de Soto,

19 A este respecto, Venegas no hacía sino acatar la instrucción filipina de 17 de mayo de 1572 dada a sus Capitanes Generales de Artillería, entendiéndose como una ordenanza en la que se agrupaban la mayor parte de sus facultades: A) Debían visitar de ordinario personalmente las casas de munición de fronteras, islas y plazas, y la artillería. armas y municiones de ellas, acudiendo a los puntos más necesarios por orden real o del Consejo de Guerra, volviendo luego a la corte a informar de sus visitas, y trayendo relaciones de todo para que se proveyese lo conveniente. B) Deberían examinar en sus visitas si los efectos artilleros estaban clasificados y colocados adecuadamente, examinando los que necesitasen reparaciones. C) Que viesen si estaba completo el cureñaje y las guarniciones de tiro, las faltas de encabalgamientos y las de maderas, hierros y cordaje. D) Si las armas estaban limpias y servibles, y lo mismo con la munición y pólvora. E) Que reconociesen los libros de cargo y data de los mayordomos y. confrontados con las existencias, diesen parte de las faltas para mandar reponerlas. F) Examinar la pelotería conveniente para las piezas y clasificarlas por calibre y peso. G) Visitar a artilleros y operarios a sueldo para ver si eran de habilidad y preparación convenientes. H) Que las nóminas y libranzas del sueldo de los Capitanes Generales, tenientes, contadores, pagadores, mayordomos, ingenieros, oficiales y artilleros; las debía hacer el contador o su teniente, fimándolas debajo los Capitanes Generales, y pasándolas al secretario del Consejo de Guerra para que a su vez las firmase el rey. I) Les incumbía visitar las fortificaciones que se hiciesen por orden real, estando obligados a ello, sin que se les hubiese de dar otro salario ni recompensa alguna

20 Desde siglos atrás, la Torre del Rebato o de Fez estuvo dotada de una campana. Durante el siglo XVI y primeros decenios del siglo siguiente, las costas meridionales andaluzas y norteafricanas sufrieron continuas incursiones turcas y berberiscas. Por ello, los ordinarios rebatos de dichos enemigos nos indican la frecuencia de sus ataques en Ceuta y Campo de Gibraltar, y lo acostumbradas que estaban las poblaciones de dichas fortalezas a defenderse en esta nueva guerra de frontera: Gibraltar como frontera marítima del sur peninsular y Ceuta de la orilla norteafricana.

Introducción
Cap.1.1
Cap.3.1
Cap.4
Cap.1.2
Cap.3.2
Cap.2.1
Cap.3.3
Cap.3.4