Fortificaciones Militares de Ceuta: siglos XVI al XVIII
CAPITULO III
3 PARTE: FORTIFICACIONES MILITARES DE CEUTA EN EL SIGLO XVIII
I.- Significación histórico-militar de la plaza de Ceuta bajo el dominio borbónico
La política centralizadora de los Borbones reactivó la potencia militar de la plaza de Ceuta. Muerto el rey Carlos II, y reinante en España su sucesor Felipe V, la guerra de sucesión al trono hizo que se olvidara un poco la situación creada ya desde fines del siglo anterior con el sitio ismailita. Firmada la Paz de Utrecht y casado el Borbón con Isabel de Farnesio, la política de Alberoni nos llevó a empresas italianas y conflictos internacionales que provocaron su caída, volviendo a surgir por entonces el interés por la plaza de Ceuta, con el objetivo de levantar el asedio, y una vez con las manos libres en esa zona, asestar un golpe decisivo a Inglaterra en el Estrecho, ante el resurgimiento de las escuadras españolas por parte del primer ministro, Patiño, Ensenada y Campillo. En este sentido, España dominaría desde Gibraltar la entrada al Mediterráneo, y luego, apoyándose en Cerdeña, Sicilia y Nápoles, se apropiaría toda la cuenca occidental del citado mar, tomando de Francia los elementos materiales y humanos de los que ella carecía.
La toma de Gibraltar por la escuadra anglo-holandesa en 1704, ratificada con el Tratado de Utrecht de 1713, alteró las pretensiones españolas, obligando a crear una nueva frontera campogibraltareña, como fórmula de control militar de la zona ante los temores fundados de que los ingleses intentaran conquistar Ceuta y Málaga. En ambas plazas llegó a cuestionarse la reedificación y conservación de sus sistemas poliorcéticos, así como la puesta a punto de su potencial artillero, si el monarca Borbón no emprendía acciones resolutorias. Las sospechas se confirmaron el 7 de agosto de 1704, cuando el príncipe Jorge de Armestad y el almirante Rooke intentaron el desembarco de la escuadra angloholandesa en la plaza ceutí, aduciendo que no pretendían su rendición, sino impedir que ésta socorriese a la de Gibraltar, a lo que el gobernador local, el Marqués de Gironella, se opuso contundentemente:
“... mas lo que más admira y puede ser del agrado de S.M. es la respuesta que dio Zeuta a la Armada de la Liga, que estando a la vista de su Puerto, le envió a decir que se entregase al Señor Archiduque, que ya tenía por suyo a Gibraltar y mucha parte de España; a lo que respondió que no conocía más Rey que a S.M. y que a menos que no fuese desposeído totalmente de la Corona no rendiría a otro la obediencia”.
Igualmente, la conquista de Gibraltar supuso un foco de comercio fraudulento, sustituyendo ahora los barcos ingleses al corso marítimo de turcos, argelinos y tunecinos que había dominado la zona a lo largo de todo el siglo XVII y que ahora empezaría a declinar, manteniéndose en alta mar a costa de pequeñas embarcaciones que eran sorprendidas en el Mediterráneo y Canal del Estrecho. A este respecto, la fortificación de la costa de Cabo de Gata (Gil Albarracín, 1994) aseguraría la libre navegación por el Mediterráneo, cubriendo sus tierras inmediatas, y reforzando la Marina española, que al abrigo de las propias baterías, aventajaría a las enemigas, aumentando el valor de los puertos de Gibraltar, Ceuta y Mahón, por lo que se dañaría el comercio establecido por los enemigos corsarios. Este método bélico fue practicado por ingleses, españoles, franceses, suecos y holandeses, tanto para debilitar las fuerzas enemigas, como para obtener sustanciosas recompensas materiales y humanas. Toda embarcación capturada pasaba por ser remolcada a puerto en concepto de botín de guerra, quedando a continuación a ser valorada como presa legítima.
Otro factor externo de enorme peso decisivo en la política borbónica hacia la plaza de Ceuta fue la consolidación del reino marroquí por parte de Muley Ismail y descendientes, que provocó un sitio de más de treinta años, con un saldo de más de 40.000 víctimas. Se pretendió desde principios de siglo un incremento de los efectivos de la guarnición ordinaria y presidiarios para levantar dicho asedio, ratificándose en 1720 con la expedición del Marqués de Lede, auspiciada por José Patiño. Al ser considerado presidio, el número de tropas aumentó, tanto para aumentar sus defensas, como para vigilar los penados y usar el puerto como base corsaria y de control de la Armada inglesa. Además, la promulgación de nuevas ordenanzas político-militares, como los reglamentos de los años 1715, 1745 y 1791; la diferenciación de los presidios mayores, Orán y Ceuta, de los menores, como Melilla, Peñón de Vélez y Alhucemas; y el control de los asuntos judiciales que pasarían desde ahora al Real Consejo de Guerra, fueron indicadores fehacientes del giro impuesto ahora.
En el aspecto defensivo, las fortificaciones ceutíes de superficie y subterráneas alcanzarán ahora su mayor extensión, al tiempo que se dará un máximo impulso al desarrollo urbanístico y económico, a partir del comercio, la actividad pesquera y los cultivos hortícolas. Sin embargo, la indefensión de la plaza seguía siendo la pauta más repetida, como subrayaba a finales de abril de 1705 su gobernador Francisco Manrique y Arana al Marqués de Mejorada y de la Breña: escaseaba todo tipo de víveres, material de construcción, armamento, cuerda mecha y pólvora, la necesaria guarnición de infantería y caballería, e igualmente la dotación de cinco barcos desde Cádiz para que se pudiesen transportar a la plaza los géneros que se encontraban detenidos en otros puertos. Ceuta echaba en falta la imprescindible colaboración en todo tipo de medios, materiales y humanos, que había mostrado la plaza de Gibraltar en siglos anteriores, y que desde ahora, al caer bajo el dominio inglés, le obligaba a recurrir a plazas costeras más distantes, como Cádiz, Málaga y Sevilla, con la consiguiente tardanza y gastos añadidos.
A principios de este siglo la política borbónica gestó los ejércitos modernos, con dos pilares complementarios y definitorios del nuevo orden establecido, como el reclutamiento obligatorio de las tropas y la institucionalización de la enseñanza militar, que se orientó hacia la formación de sus oficiales. El rey Felipe V profesionalizó y estructuró el ejército y lo dotó de Nueva Planta, definiendo los Cuerpos y Armas que lo componían, dotando de autonomía a la artillería, ingenieros, infantería y caballería, así como incorporando otros Cuerpos Especiales de la Guardia Real como los alabarderos, los guardias de corps, la guardia española, los walones y los carabineros reales. Estos últimos permanecían en Madrid y en las residencias reales. Existía también un ejército de reserva, formado por las milicias provinciales, añadiéndose además a lo largo de las costas una especie de fuerza defensiva local llamada milicia urbana. La organización y destino de estas formaciones se había tomado del modelo francés y prusiano, con el asesoramiento de expertos generales, como O’Reilly. Según las necesidades de cada momento, este sistema organizativo permitía el envío de destacamentos del ejército regular desde la Península a las posesiones españolas más alejadas.
A tenor de esta reorganización castrense, a lo largo del siglo se fueron emitiendo sucesivas ordenanzas y reglamentos, con el objetivo de potenciar una infraestructura humana y material más racional en aquellas plazas más estratégicas. Por ello, resaltamos la importancia del primer reglamento de la plaza de Ceuta, redactado en Madrid el 28 de noviembre de 1715, que se empezaría a observar por orden real desde el 1 de enero del siguiente año. Los aspectos más relevantes del mismo fueron el de la composición del Estado Mayor, con el Capitán General, el Teniente General, el Mariscal de Campo, el Cabo Subalterno o Teniente de Rey, el Capitán de Puertas, el Veedor, los tres oficiales de intervención, el pagador, el archivero de los Reales Oficios, el auditor, el hachero mayor y el segundo hachero. También se detallaban los cargos de la artillería, como el ingeniero mayor, el ingeniero tercero, el guardalmacén o mayordomo, y los comisarios ordinarios y extraordinarios. El regimiento de la plaza se consideró de dotación fija, en lugar de las compañías castellanas antiguas y de las once que se habían incorporado con el sitio ismailita, que incluían la de los granaderos, la Coronela, la del Teniente Coronel y las dos Compañías de la Ciudad, que cubrían las guardias de los puestos, contando cada una de ellas con un capitán, un teniente, un subteniente, dos sargentos, un tambor y treinta y siete soldados.
La compañía de artilleros estaría formada por un capitán, un teniente, un subteniente, dos sargentos, tres cabos, diez bombarderos, cuarenta y ocho artilleros y un tambor. En caso de sitio, artilleros y oficiales pasarían del batallón de artillería de Cádiz y se mudarían al tiempo que la guarnición extraordinaria. La compañía de minadores la compondría un capitán, un teniente, un subteniente, cuatro maestros de minas, doce capataces, dos sargentos, tres cabos y 50 minadores. Los desterrados o presidiarios deberían estar subordinados al ingeniero mayor para que les hiciese trabajar en las fortificaciones y en lo que se necesitase, y se dividirían en brigadas de 50 cada una, que estarían bajo la dirección del oficial reformado, debiendo trabajar también en las compañías de artilleros y minadores.
Las maestranzas contarían con el maestro mayor albañil, seis maestros albañiles, dos aprendices, el maestro mayor carpintero, cuatro maestros armeros, seis maestros armeros carpinteros, el maestro herrero, dos amasadores y el cenador, el maestro de fuegos, cinco oficiales de fuegos, el maestro cerrajero y el calafate. En cuanto a la guarnición extraordinaria, además de la caballería con 100 caballos del Regimiento Fijo, y las dos compañías de la ciudad; deberían permanecer y guarnecer la plaza un total de tres batallones del ejército de Andalucía, que se mudarían de modo que cada uno residiese en ella durante ocho meses.
En el Hospital Real figurarían el administrador, el mayordomo, el médico, el médico de la ciudad, el cirujano mayor, el boticario, el practicante mayor de medicina, el practicante mayor de cirugía, cinco practicantes de cirugía, dos despenseros, cuatro panaderos, cuatro cocineros, dos lavanderos, un carpintero, un albañil, un sacristán, tres mozos de limpieza y veinte sirvientes. El reglamento incorporaba también la previsión de los gastos que supondría el mantenimiento y ampliación de las fortificaciones, así como los materiales a emplear en ellas. También detallaba los gastos que originaba el estamento eclesiástico, en cuanto a sueldos del Obispo, las cuatro dignidades, los siete canónigos y doce sacerdotes de la Iglesia Catedral, los de la fábrica de esta última, y las asignaciones en especie y metálico correspondientes a la Casa Real y Hospital de Misericordia, el Convento de Trinitarios Descalzos, el Convento de Franciscanos Descalzos, religiosos y Hospital de Mequínez y el Colegio de Huérfanas Doncellas.
Las dos compañías de la ciudad quedarían comprendidas en el Regimiento de Ceuta, y el rey quería que se separaran de él y quedasen con el mismo nombre. Contarían con un capitán, un teniente, un subteniente, dos sargentos, tres cabos y 150 soldados, de los que cuarenta al menos ejercerían servicio de armas y el resto para funciones de pilotos, servicios de barcos y lanchas reales, obras y maestranzas. La caballería de la dotación dispondría de 100 caballos, teniendo un adalid, un anave, cuatro plazas de acovertados para guardar los puestos, veinte caballeros de lanza, cuatro almocadenes, el interino de dicha caballería y 51 soldados espingarderos. La caballería destinada en la Almina tendría dieciocho caballos de espingarderos, quedando suprimidos los atalayas, el almocadén, los escuchas de a pie y hacheros, comprendidos hasta ahora en la caballería y que eran considerados muy precisos en estos momentos, pues los hachero mayor y menor que observaban en el Monte Hacho los movimientos enemigos estarían considerados en el Estado Mayor, y los caballos destinados para la Almina y desmontados de la caballería habrían de servir para la guardia de ella. Si después del sitio ismailita fuesen necesarios, aquéllos se restablecerían, dándoles asiento en la caballería.
Con el nuevo reglamento quedaba por cuenta real todo lo relativo al dinero, paga de sueldos, compras para el Hospital, Plaza de Armas, fortificaciones, obras ordinarias y gastos extraordinarios; y sólo por cuenta del asentista local la provisión de trigo, ropas, raciones de Armada y sisadas que se suministraban a las guarniciones ordinaria y extraordinaria. Se ordenaba al Mariscal de Campo y gobernador local, Francisco Fernández de Ribadeo, el preciso cumplimiento de todo lo referido en el reglamento, no debiendo permitir que los soldados trabajasen en otra cosa que no fuese el ejercicio de las armas, puesto que dedicándose a otros asuntos civiles de los vecinos se caería en lo indecoroso y vil. Todos los funcionarios civiles, excepto el intendente en asuntos fiscales, estarían subordinados al Capitán General. En casos de emergencia, los gobernadores militares podrían declarar el estado de sitio y asumir todos los poderes civiles.
El interventor provincial de la artillería de la plaza ceutí, Florián González, relacionó el 31 de diciembre de 1716 lo que importaba al año la manutención de la ciudad. Si se hubiese seguido el dictamen del asentista local, los gastos hubiesen alcanzado los 395.526 pesos excusados, y siguiendo el nuevo reglamento se gastaron 259.741 pesos, lo que suponía a favor de este último un total de 135.784 pesos excusados y cuatro reales de plata.
En otro orden de cosas, el ingeniero en jefe de Ceuta, Peñón de Vélez y Alhucemas, Juan Díaz Pimienta, notificó a mediados de enero de 1717 a Martín de Sierra Alta, secretario por entonces del Consejo de Guerra, de su súplica para que los navíos que estuviesen en Málaga escoltasen a las embarcaciones de víveres y materiales que iban a Ceuta y los Peñones, por lo peligroso que estaban estos mares de navíos corsarios. A todo esto se debía añadir la posesión inglesa del Peñón de Gibraltar y su ámbito de influencia en el hinterland campo gibraltareño.
Los acontecimientos se fueron acelerando por momentos, siendo destruida la escuadra española por los ingleses en Sicilia, formándose la Cuádruple Alianza, siendo invadidas las Vascongadas por Francia, y encontrándose de nuevo España luchando con casi toda Europa. La empresa de levantar el asedio de la plaza de Ceuta debió esperar hasta que, caído Alberoni, celebrado el Congreso de Cambray y firmada la paz, volvieran de evacuar Sicilia y Cerdeña las tropas del Marqués de Lede25 que ahora fueron impulsadas por José Patiño, a quien Alberoni había elevado con su protección, y pasaran a África, tras importantes preparativos en Cádiz, el 4 de noviembre de 1720. Con anterioridad, en febrero del mismo año, Felipe V comisionó a Juan Francisco Manrique Arana, ex-gobernador de Ceuta y ahora Capitán General de las costas de Andalucía, y al ingeniero y brigadier José Gayoso y Mendoza, a que reconociesen la situación real de dicha plaza sitiada (Bacaicoa, 1961).
Del informe de Gayoso entresacamos una serie de apreciaciones de capital importancia para la expedición del Marqués de Lede, en lo que se referían al armamento enemigo, la composición y distribución de su ejército, su marina de guerra, su ubicación en el campo fronterizo de Ceuta, sus trincheras y baterías, así como sus principales enclaves para la dotación de medios materiales y humanos. Se sabía que el rey marroquí tenía en Fez, Mequínez y Tetuán más de diez fábricas de pólvora y de armas de fuego, como las escopetas, llamadas alfanjes, difíciles de cargar y manejar; así como lanzas y ballestas. El ejército era en general poco disciplinado, salvo las milicias de negros, e incapaz de mantenerse durante mucho tiempo en una frontera, salvo que se estableciera en ella, como ocurrió en Ceuta. La ciudad de Tetuán abastecía a los sitiadores de todo tipo de pertrechos terrestres y marítimos, que eran remitidos en pequeñas embarcaciones que desembarcaban en la Playa de la Tramaguera, o a lomos de animales; mientras que Tánger estaba mal comunicada por tierra con Ceuta y sus barcos temían el mayor poder de los españoles. Las mejores embarcaciones marroquíes eran las galeotas, que transportaban 80 soldados, amén de la tripulación. Otros tipos de barcos, más pequeños, solían transportan hasta treinta soldados, como los carabos y las falúas rateras. Todos ellos se fabricaban en el río de Tetuán y Playa Martín, y en caso de necesitar barcos de más calado, como navíos y fragatas, se recurría a Argel, Salé y otros puertos atlánticos.
Si el sitio impuesto a la plaza de Ceuta debilitó su propia potencialidad, con el paso de los años ocurrió otro tanto con la de sus sitiadores, calculando Gayoso la permanencia de un total de 2500 soldados blancos, 1000 negros y no más de 300 jinetes. Su emplazamiento en el Campo Exterior llegó a tener variopintos pobladores: los soldados, que vivían en pequeñas chozas hechas de piedra, barro, cañas y juncos; los pobladores civiles pobres, agricultores y pequeños comerciantes y la residencia del gobernador o bashá, que se situaba en un altozano, fuera del alcance artillero de la plaza. Su sistema de aproximación y atrincheramiento constaba de tres paralelas, de trayecto intrincado, una de las cuales se situaba muy próxima, a tiro de granada de mano. Además del campamento del bashá, localizado por planimetría del siglo XVII en las estribaciones del Serrallo, los sitiadores marroquíes habían levantado otro en las proximidades de Tetuán, con un total cercano a los 10.000 hombres, junto a una flotilla en la Playa de Martín, que serviría de cabeza de puente entre los sitiadores de la plaza ceutí y los centros aprovisionadores del interior.
Si nos atenemos a la débil infraestructura artillera de los enemigos fronterizos, no nos cabe sino pensar en que la mayor parte de sus bastimentos y recursos pirotécnicos procedían de los almacenes ingleses de Gibraltar (Godard, 1860), pero tan buenas relaciones no fueron fruto de este momento, sino que Alí ben Abdalá ya en 1708 se mostró dispuesto a dotar a Gibraltar de todo tipo de avituallamiento, ante el bloqueo impuesto por España y Francia. Las ayudas a la marina de guerra marroquí por parte de Inglaterra y Holanda también fueron importantes, tanto en cañones, municiones, velas, cuerdas y aparejos de todo tipo.
Además de este informe, Gayoso formuló numerosas advertencias y orientaciones, como la que redactó y remitió en Cádiz a finales de julio de 1720 al Teniente Coronel Collart, sobre el modo de obligar a los marroquíes a abandonar el sitio y campo de Ceuta:
“... los moros no tienen contra Ceuta ninguna batería que pueda batirla en brecha, ni -aunque la tuvieran- es del caso el mayor o menor alcance de la artillería de las contrabalerías; pero sí el superior fuego dellas, y éste se halla y se halló siempre de parte de la Plaza, y sin embargo no basta ni bastará esta ventaja para obligar al enemigo a abandonar el sitio por hallarse alojado a cubierto en sus trincheras y poderse cubrir y fortificar mejor en ellas, siempre que le convenga y le estimulen a ello”.
Todo lo anterior nos lleva a reflexionar sobre dos formas muy diferentes de hacer la guerra: la europea borbónica y la africana marroquí. En el primer caso, vemos cómo la expedición del Capitán General, Marqués de Lede, pretendió crear una situación de equilibrio mediante un ejército disuasorio que hiciese comprender a las huestes de Muley Ismail la necesidad de levantar el sitio y así evitar un conflicto bélico. Se seguía, sin duda, las ideas emanadas de Clausewitz, que quiso implantar en este siglo un concepto más racional de la guerra, entendiéndola como la continuación de la política con otros medios. La táctica y la estrategia experimentaron cambios sustanciales respecto a la centuria anterior, tendiendo a evitar los enfrentamientos directos entre los ejércitos, basándose muchas campañas en la formación de arcos y maniobras envolventes, con el objetivo de poner al enemigo en retirada. A estos cambios se unió el valor cada día más creciente de la artillería como primordial medio de disuasión.
La potencia de fuego y el manejo del mosquete mejoraron y permitieron descargas sucesivas, ya que el nuevo mecanismo de pedernal no era tan vulnerable a la humedad como el sistema anterior de mecha retardada. Sin embargo, persistía la dificultad de alcanzar la proporción idónea entre tiros y picas en la infantería y entre infantería y caballería. La infantería se armaba con un mosquete que, aunque casi inocuo para los enemigos de filas a más de cien metros, se utilizaba en fuego simultáneo creando una zona mortal en primera línea de combate. La artillería fue cada vez más móvil y de mayor cadencia de tiro, representando el único recurso seguro para desbaratar la solidez de las formaciones contrarias y sus fortificaciones (Keegan, 1995).
Los sitios a las plazas se convirtieron en operaciones básicamente artilleras, complementadas con la infantería, con la construcción de trincheras y el uso incesante de la artillería pesada. Para frenar los avances de los sitiadores se impulsó la arquitectura militar y sus fortificaciones, así como las técnicas de ataque y defensa de las fortalezas. Se buscaron modelos poliorcéticas menos robustos y más ofensivos, capaces de actuar sobre los enemigos directamente, disgregándoles. Contó, pues, más la estrategia del despliegue de maniobras que los combates impetuosos. La guerra se fue transformando a lo largo del siglo XVIII en ciencia militar, contando notablemente la instrucción, la disciplina, las tácticas mecánicas, la tecnología, la balística, la metalurgia, la superioridad artillera, la formación académica de los oficiales, la calidad de las redes viarias, etc.
La ciencia moderna al servicio de los ejércitos dieciochescos facilitó la integridad del Estado, así como sus intereses hegemónicos sobre las demás potencias. Junto al reclutamiento obligatorio, los monarcas borbónicos dotarán al ejército de academias para la instrucción de sus oficiales. Las competencias de mando, que antes recaían sobre los reyes, serán delegadas en sus jefes especializados o generales, que cobrarán desde ahora la responsabilidad total en la guerra. Se prefirieron ahora los sitios y asedios a las fortalezas, evitando en lo posible las batallas en campo abierto. Las defensas de las plazas, como fue el caso de Ceuta, se planificaron geométricamente, a base del fuego cruzado de sus cañones, plantas estrelladas con multiplicación de elementos poliorcéticas (baterías costeras, redientes, bastiones, lenguas de sierpe y rebellines) al gusto de Vauban, pasando el militar a ser ante todo un estratega-geómetra (Herrero, 1990).
La expedición a la plaza de Ceuta fue planificada desde Cádiz durante meses. El Marqués de Lede fue asesorado por José Gayoso, que le hizo ver cómo levantar el sitio y permanecer fortificado el campo del otro lado de las trincheras enemigas no sería dificultoso, pero que lo sería continuar la guerra en África, dándole razones y máximas, tanto políticas como militares. El Capitán General comentó a Gayoso que no había suficiente armamento de navíos para asegurar el paso de las tropas, ni bastantes embarcaciones para su transporte, y en especial para el de la caballería, para lo cual era obligado hacer caballerizas en los barcos, además de que se contaba con pocos medios económicos. Gayoso le respondió que en esos momentos España no tenía enemigo en el mar, salvo los corsarios argelinos, y que dichas caballerizas se podrían terminar en un plazo no superior a quince días. Puso en sus manos el estado de la artillería ligera y de batir dispuestas para marchar, así como de los oficiales y artilleros que se podrían destinar para su servicio. Le hizo ver reservadamente las ridículas armas de los marroquíes, que se reducían a escopetas o alfanjes, y que él trajo de Ceuta cuando se tomaron en su Campo en la salida que mandó ejecutar Manrique Arana, como gobernador de la plaza. Gayoso siguió informando al Marqués de Lede de que hacían fajinas y piquetes en los montes de Gibraltar, con órdenes de conducirlos a las desembocaduras de los ríos y calas campogibraltareñas donde pudieran ir embarcaciones a cargarlas con facilidad.
El Capitán General también fue informado por un hombre práctico de Tarifa de que aquellas playas eran borrascosas y de fuertes vientos, no pudiéndose mantener fácilmente los barcos en ellas y obligando a vararlos en la arena para asegurarlos, y que la mejor playa de todas para embarcar la caballería estaba en Algeciras. Se puso en su conocimiento la relación general del Cuerpo de oficiales del Estado Mayor de Artillería, obreros y compañías de artillería que pasaban a servir en su ejército y expedición. Como Teniente General de la Artillería y Comandante en Jefe iba el Brigadier José Gayoso y Mendoza, como Teniente Provincial y Segundo Comandante iba el Coronel Juan Pingarrón. Además, se contabilizaban tres comisarios provinciales, seis comisarios ordinarios, ocho comisarios extraordinarios, dos capitanes de carros, un teniente de obreros de plaza sentada, un sargento carretero, dos sargentos herreros, un sargento fundidor, un cabo herrero, un cabo carpintero, dos cabos carreteros, cinco obreros carpinteros, cuatro obreros herreros, cuatro obreros armeros, dos obreros toneleros, las compañías del segundo y tercer batallón de artillería - con un total de 504 soldados efectivos-, un ayudante, un capellán y un cirujano.
Asimismo, Gayoso dispuso a bordo del navío Sedgwiche, el 19 de octubre de 1720, la formación de brigadas de artillería del ejército para el servicio ordinario de ella en campaña. Para la primera brigada, que contaba con cuatro piezas de a ocho, eligió al Teniente Provincial Juan Pingarrón como Comandante, a dos comisarios ordinarios y dos extraordinarios, un destacamento de artilleros de la compañía del segundo batallón, así como las correspondientes mulas y machos para el tiro y municiones. Para la segunda brigada, que contaba con seis piezas de a cuatro, eligió al Comisario Provincial Alejandro Bartoniel, un comisario ordinario y dos extraordinarios, un destacamento de artilleros de las Compañías de Quiroga y Vivario y las mulas y machos correspondientes. Para la tercera brigada, que contaba con seis piezas de a cuatro, eligió al Comisario Provincial Esteban Chapelas, un comisario ordinario y dos extraordinarios, un destacamento de artilleros de las Compañías de Navarrete y Novoa y las mulas y machos correspondientes. Para la cuarta brigada de cuatro piezas de a cuatro, eligió al Comisario Provincial Juan de Silvi, un comisario ordinario y otro extraordinario, un destacamento de artilleros de la Compañía del capitán Angulo y las mulas y machos correspondientes. Además, la Compañía de bombarderos del capitán Atarroso serviría en los cuatro morteros de nueve pulgadas, la Compañía de minadores del capitán Cuesta se emplearía en las minas y en allanar los caminos para la artillería, así como el teniente provincial Juan Pingarrón regularía el orden de las marchas, de los campamentos y parques con las guardias, rondas y centinelas necesarios.
Diego González, guarda del Real Parque de Artillería, confeccionó la relación de todo lo que se embarcó en los navíos del puerto de Cádiz con destino a Ceuta, el 29 de dicho mes de octubre. Recibió para ello las órdenes de Tomás de Ydiáquez, Comandante General del ejército de Andalucía y gobernador de la plaza de Cádiz. Como no existían medios artilleros suficientes en dicha plaza, le fueron enviados, por parte de Mateo Ortiz de los Ríos, a la sazón guardamagacén provincial de la artillería de la costa y plazas de Andalucía y Granada, veinte cañones de bronce, montajes de campaña, balería de artillería, maderas, herrajes, instrumentos de gastadores, armas de guerra, pólvora, mecha y balería de plomo. Si contrastamos dicha relación que venía con la expedición, con la formulada por Francisco Balbasor, comandante provincial de la artillería de Ceuta, vemos que esta plaza se encontraba infradotada del material artillero necesario para hacer frente al sitio ismailita26.
A primeros de noviembre de 1720 se embarcó Gayoso en Cádiz en el navío Sedgwiche con las seis compañías de artilleros del segundo batallón, separándose de la escuadra que llevaba por Jefe a Carlos Grillo, al amanecer del día 3, debido a los vientos contrarios en mitad del Estrecho. Navegó, no obstante, este navío con algunos otros de los más veloces, con el resultado de entrar y dar fondo de los primeros el mismo día 3 a mediodía en la bahía de Gibraltar, según la orden prevenida en caso de separación. Gayoso dio cuenta de su llegada al Marqués de Lede, que se hallaba en el paraje del río Palmones, ordenando el embarque de la caballería. Con tal noticia, se embarcó dicho Capitán General en una saetía al día siguiente a mediodía, y pasó aquella tarde a Ceuta, dejando ordenado al resto de los navíos que habían llegado a aquella bahía que le siguiesen.
Gayoso hizo lo propio con los demás navíos, desembarcando en la mañana del día 5 en la plaza africana con las referidas seis compañías, sin el menor accidente. Las otras dos compañías del tercer batallón de artillería embarcadas en la saetía nombrada Nuestra Señora del Carmen no habían llegado aún, como tampoco la mayor parte de los oficiales del Estado Mayor de la Artillería y obreros, que venían divididos en las diferentes embarcaciones que se les había señalado en Cádiz. Gayoso encontró desembarcados a su llegada un total de 140 machos y un tiro de mulas para el transporte de víveres y bastimentos, trabajándose además en el desembarco de piezas, municiones y pertrechos de campaña. El resto de mulas y machos se mantenía todavía en la costa de Algeciras, a disposición de José Patiño, Intendente General de Marina; quedando a su cargo todas las providencias convenientes, tanto para el transporte de las tropas, como para su subsistencia.
El Capitán General, Marqués de Lede, planteó el 15 de noviembre de 1720 un orden de batalla y de ataque a las trincheras enemigas, con cuatro columnas de infantería y una de caballería, sosteniendo la segunda línea a la primera . A su frente iban como Tenientes Generales: el Caballero de Lede, hermano del Marqués, José de Chaves, el Marqués de Bus, el Conde de Glimes y Feliciano Bracamonte. También se alinearon los Mariscales de Campo: Vizconde de Miralcázar, Carlos Arizaga, Francisco de Eboli, Roy de Ville y José Vallejo; los Brigadieres: Giovenni, Marqués de Bay, Antonio de Figueroa, el Conde de Lannoy y Juan de Cereceda; los Coroneles: Cano, Romer, Pedro de Chateaufort y Pedro de Aragón, y los Tenientes Coroneles: Soitres Petit, José Garat y Pedro Saraiza.
Lede, contó para dicha salida con veintiuna compañías de granaderos, la de Córcega, la de Toledo, la de Palencia, la Primera de Santiago, dos de Luxemburgo, la Primera de Badajoz, la de Málaga, la de Cataluña, dos de Flandes, la de Zelanda, la de Cambrésis, dos de Granada, dos de Mallorca, dos de León y la Segunda de Santiago. Además, dispuso de ocho compañías de caballería y dragones, dos de guardias españolas, la de guardias valonas, la de la Corona, la de Ceuta, dos de Murcia y la segunda de Badajoz. Llevó consigo veintiséis batallones, el de Córcega, dos de Luxemburgo, el de Palencia, dos de Toledo, el de Badajoz, dos de Flandes, el de Cambrésis, el de Zelanda, el de Málaga, dos de Granada, dos de León, dos de Mallorca, el de artillería, dos de guardias españolas, dos de guardias valonas, el de la Corona y dos de Murcia.
Estudiada la documentación que sobre el sitio de Ceuta de 1720 hay en el Servicio Histórico Militar, nos encontramos que el Marqués de Verboom, Director del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, Cuartel Maestre General e Ingeniero General de los Ejércitos de España y de todos los dominios de la monarquía, ya estaba al tanto a primeros del mes de febrero de 1720 de la situación originada en la plaza de Ceuta a raíz de la expedición del Marqués de Lede. Tengamos en cuenta que por esas fechas se encontraba de visita por las plazas, puertos y costas de Valencia, Murcia, Granada y Andalucía, con lo que el desarrollo bélico originado al otro lado del Estrecho fue para él de enorme interés. La intensa correspondencia en francés establecida por entonces con Monsieur Hienova, así nos lo demuestra, al igual que la que le remitía desde Ceuta, igualmente en francés, a él y a su hijo Isidro, a finales de diciembre del mismo año el ingeniero Luís de Langot, remitiéndoles relaciones detalladas del plan de las líneas ceutíes sobre el Campo del Moro ...
“... para que V.E. pueda ver hasta dónde los bárbaros han llegado a plantar sus banderas bajo nuestro fuego”.
El objetivo de echar a los enemigos de su campo y trincheras se logró provisionalmente con una salida, poniéndoles en precipitada fuga hasta una legua y media e sus dominios, apoderándose los soldados de Ceuta de su artillería y demás pertrechos y quedando el ejército vencedor por espacio de tres meses en dicho sitio, mientras se reparaban y aumentaban las fortificaciones locales, y se arrasaban las trincheras y cuarteles marroquíes que en el transcurso de veintiséis años habían levantado. Puestas dichas obras en estado de defensa, se embarcó el ejército español hacia la Península, previa presión inglesa sobre Felipe V, ante el temor de un ataque sobre su plaza de Gibraltar, aún a sabiendas de que, durante todo el tiempo de la permanencia de la expedición en la plaza de Ceuta, Inglaterra no dejó de enviar navíos a Tetuán con pólvora, balerío e instructores artilleros.
Como medidas preventivas, el Marqués de Lede dejó en Ceuta a dos compañías completas de artilleros, un destacamento de veinte bombarderos mandado por José Marroco y otro de veinte minadores. Asimismo, se dieron órdenes para que de los artilleros, bombarderos y minadores existentes en la costa de Andalucía se enviase a Ceuta igual número al que de unos y otros hubiese en ella del Regimiento de Artillería, y que a su llegada se retirasen a la Península los que estaban en dicha plaza, excepto los que fuesen de su guarnición fija, que no deberían mudarse. Todo esto se desprende de las cartas remitidas al Marqués de Castelar, fechadas el 14 y 24 de julio de 1721, por parte del gobernador de Ceuta, Francisco Fernández Ribadeo, y del de Cádiz, Tomás de Ydiáquez.
Con el regreso a la Península del grueso del ejército expedicionario, el ejército ismailita volvió a levantar de nuevo una contravalación y varias trincheras en el mismo lugar que antes para prevenirse de las incursiones de la guarnición. Esta situación de equilibrio se mantuvo durante años, en los que Francisco de Ribadeo se ayudó de confidentes marroquíes y gibraltareños para calibrar el alcance de las intenciones enemigas. Por estas vías, conoció que en el hinterland ceutí estaban casi 10.000 soldados fronterizos entre los cuales 4000 eran negros y se consideraban como la gente más disciplinada y valerosa. Igualmente, el gobernador local sabía de la entrada y salida diaria de embarcaciones tetuaníes en el puerto gibraltareño, y de informaciones procedentes de las provincias vecinas el interior que afirmaban la llegada de importantes refuerzos, sobre todo del rey de Mequínez,
“...que quiere absolutamente que se ataque la plaza, y de no poderla tener que al menos buelva a establezerse en el mesmo parage en que estavan sus tropas antes de la expedición”.
Ribadeo manifestó abiertamente el temor a que siendo esta plaza de gran importancia, igual que las demás que se hallaban sitiadas, pudiese defenderse por algún tiempo con todo lo necesario o se hallase forzada a rendirse, salvo que se la socorriese con un ejército. Veía fundamental que se reemplazase continuamente la gente que se perdiera en su defensa, o volver a valerse de un ejército, como se hizo con la expedición del Marqués de Lede. Este último argumento no creía que agradase a Felipe V, ya que se había experimentado que por ese medio no se había logrado más que apartar a los magrebíes durante algún tiempo de delante de la plaza, y que después de retiradas las tropas peninsulares volvieron inmediatamente a sitiarla. Por ello, desde los primeros días de 1723 se pensaba en el pase de Verboom a Ceuta para mejorar sus defensas.
Muy significativo fue también el informe de Jerónimo Uztáriz27 dirigido al Marqués de Verboom el 20 de enero de ese mismo año. Detallaba en el mismo que los enemigos no eran tan terribles como algunos los describían, y que confiaba en el buen hacer de Verboom, haciendo repetidas y fuertes salidas, fingidas o auténticas, para escarmentarles y alejarles, con el fin de que Ceuta quedase segura y se pudiese hacer su defensa con una guarnición regular y mediano gasto, ayudándose de diez u once batallones de infantería, además de los desterrados, que servían de gastadores en las salidas y que podían emplearse también para pelear. Convenía, según Uztáriz, que este gran servicio a la patria se consiguiese sólo con la gente que esos momentos se encontraba en la plaza, y bajo la única dirección de Verboom, sin dar lugar a que pasase a ella un ejército con otro Capitán General, como algunos discutían en la Corte, el cual pretendería sin duda la gloria del acontecimiento, sin compartirla con Verboom. Mirando exclusivamente a los intereses monárquicos, consideraba Uztáriz por muy inútil y perjudicial el paso de un ejército a Ceuta para arrojar de todos sus ataques y del campo a los enemigos, particularmente en este año de tan gran estrechez de medios, ya que se precisarían gastos extraordinarios en dicha empresa, y faltaba hasta lo preciso para la paga regular de las tropas, que sufrían gran necesidad, particularmente las ubicadas en Cataluña, que no habían recibido el año pasado más de seis pagas.
Tenía, pues, por inútil semejante operación, pues aunque con treinta o treinta y cinco batallones y alguna caballería se consiguiese echar a los enemigos, y se arrasasen todas sus obras, como en 1720, al retirarse el ejército peninsular volverían a abrir sus paralelas, que había sido el fin al que se habían dirigido todos sus esfuerzos durante treinta años, y al que se mantendrían aferrados mientras viviese el actual rey de Mequínez, quien por su avanzada edad no duraría ya muchos años, y contando con muchos hijos mayores, sería lógico pensar que se entretuvieran en rencillas familiares, que no sólo hiciesen cambiar las máximas que mantenían en ese momento respecto al sitio de Ceuta, sino que sus disensiones les debilitarían tanto que con medianas fuerzas el ejército español podría desembarcar en sus costas de levante y poniente, introducirse en el interior de sus provincias y apoderarse de Tetuán y otros puertos y pueblos, ya para conservarlos con fortificaciones o para arrasarlos, tomándose uno de estas dos opciones según conviniese mejor al bien común de la monarquía,
“...pues a veces las posesiones ultramarinas suelen ser de daño y no de beneficio, como lo acredita el ejemplo de los ingleses, que abandonaron Tánger y en otra ocasión vendieron Dunkerke a Francia por muy poco dinero”.
Del mismo modo, esta operación bélica tendría el perjuicio y daño de la pérdida de vidas cristianas y los millones que se gastarían en tropas, que se sacarían de Navarra, Aragón, Cataluña y otras plazas lejanas; así como su manutención en estos parajes africanos, con el consiguiente aumento de socorros, raciones, gastos de hospitales de campaña, tiendas, transporte de agua, paja, leña, acémilas, trenes de artillería, instrumentos y gastadores inexcusables en este tipo de maniobras. A todo esto se debería añadir los estipendios precisos para las enfermedades, epidemias y otros accidentes que solían padecerse con la mudanza de aguas, alimentos salados y otros motivos que a veces destruían o deterioraban a los ejércitos más robustos y numerosos. Argumentaba Uztáriz que casi toda la infantería que en estos momentos se encontraba en Europa estaba muy mal repartida, siendo empleada en las fronteras de Francia y costas atlánticas y mediterráneas para el resguardo contra la peste, asegurándose que de su total no se podrían sacar ni doce batallones sin que peligrase la salud pública. Reafirmaba su parecer para que el rey no remitiese ningún Cuerpo de Ejército a la plaza de Ceuta, y que su gobernador con su destreza y esos doce o trece batallones debería emprender y lograr todo lo que conviniese en esos momentos al real servicio, sin esperar nuevas ayudas, y con la esperanza de que con otras salidas, ataques y obras adelantadas los enemigos se volverían a sus casas en retirada, ya que la mayor parte de sus fuerzas consistían en milicias forzadas, y acabándoseles la corta provisión de harina y manteca que cada uno traía para su sustento diario, éstos solían abandonar el campo ceutí.
Confirmando lo propuesto por Uztáriz, Jorge Próspero de Verboom daba cuenta al rey, el 27 de febrero de 1723, de la forma en que se ejecutó una salida sobre los fronterizos, así como los correspondientes muertos y heridos en dicha acción. Las tropas destinadas a dicho fin fueron un total de trece compañías de granaderos y dos de carabineros, que sumaban 600 soldados; veintidós piquetes formados, con 880 soldados y veinte piquetes sin armas, con 800 soldados. Así pues, el total de tropas destinadas para salida y reserva fue de 2920 hombres, desglosados en quince compañías de granaderos, treinta y ocho piquetes armados y veinte piquetes sin armas. El resultado fue satisfactorio para las tropas españolas, aunque hubieron veintinueve muertos y 134 heridos, entre oficiales, sargentos, soldados y desterrados.
Estas empresas fueron la nota dominante durante estos años, inflingiéndose unas veces más y otras menos, pérdidas materiales y humanas al ejército sitiador y al sitiado, sin que el resultado final se decantase claramente hacia el lado español y desarrollando rigurosamente por un bando y otro la táctica del desgaste.
A principios de marzo de 1727 los enemigos marroquíes levantaron su campamento debido a la muerte de Muley Ismail, y de este modo se levantaba el pertinaz bloqueo a la plaza de Ceuta, que había durado ya treinta y tres años. La anunciada división interna no tardó en producirse, ya que al ser elegido Muley Hamed, el Dorado, los gobernadores le negaron obediencia, proclamándose independientes. De este modo, Alí quedó como Señor de Tánger y campos de Ceuta, realizando ataques esporádicos sobre esta última plaza en 1728, aunque la tónica general fue la de amistosa vecindad, delimitándose lindes poco precisas entre un campo y otro y renovándose los acuerdos comerciales de antaño.
Poco duraron estos años de relajación, pues en 1729 falleció Muley Hamed, proclamando la guardia negra a su hermano Muley Abdalá. Volvieron a exasperarse los ánimos con la actividad desplegada por el renegado Duque de Riperdá, ahora Sidi Osmán, que convenció al sultán para recuperar Ceuta por la fuerza. En octubre de 1732 el ejército enemigo se plantó ante la plaza ceutí, por entonces gobernada por Antonio Manso Maldonado, Mariscal de Campo de los reales ejércitos, siendo aquél derrotado y perdiendo a unos 3000 hombres.
Los años siguientes fueron de menos intensidad bélica, alterados esporádicamente por escaramuzas enemigas y salidas propias para delimitar posiciones y adelantar las obras. A este respecto, la obra titulada “Descripción general de Ceuta, sus fortificaciones, minas y defectos”, de 25 de diciembre de 1739, del Ingeniero Comandante ya destinado en Ceuta desde 1738, Lorenzo Solís, nos recordaba la situación más favorable que atravesaba en estos momentos la ciudad:
“...los acaezimientos antiguos sobre esta plaza de Zeutta nos despiertan para ponernos de suerte que de un golpe de mano fuerte o sorpresa terrible estemos a cuvierto y que podamos dar tiempo a ser socorridos de España, maiormente aora que Gibraltar está en poder estrangero”.
Sobre todo, insistía en las reparaciones que necesitaba la plaza,
“...puerto tan importante, por ser llave, barrera y defensa de Europa, broquel de la Cristiandad y frontera terrible que amenaza continuamente a España, de quien debe esta Monarchia que la posee y mas bien puede sostener cuidar mui particularmente”.
Solís argumentaba que estando los españoles tan ilustrados en el arte de la guerra, resultaría vergonzoso que una plaza de tanta entidad y consecuencia como Ceuta, tan identificada a favor de la monarquía para el resguardo y amparo de su comercio, fuese tomada por los fronterizos gracias al factor sorpresa y a su astucia, reflejadas en esos momentos por el estado en que se encontraban sus contraminas. En la citada descripción del ingeniero menudeaban las reflexiones políticas, teniendo como base que si en algún momento la monarquía española quisiese valerse de dicha plaza como colonia para extender su dominio por el septentrión africano, ello sería muy ventajoso, sobre todo tomando a las ciudades de Tetuán y Tánger y rechazando a los enemigos con artificios de guerra y medios para que abandonasen el territorio comprendido en el triángulo que formaban dichas plazas con Ceuta. De este modo, cesarían los corsos y hostilidades sobre las costas españolas, ya que interrumpían el comercio provincial y general, causando gravísimos daños a la economía, así como continuos quebrantos a la quietud y reposo de los súbditos. Nos sería cómodo mantener estos puertos por su vecindad a los españoles, pudiendo también disfrutar de la fertilidad de sus frutos, géneros y carnes para abastecer a menos coste estos presidios, y con una cautelosa política exterior conseguir que aquéllos quedasen con más voluntad sujetos al propio dominio y servicio. Como consecuencia, se quitaría a Gibraltar el poder abastecerse con víveres de ambas plazas marroquíes, así como privarla de lo necesario para refrescar sus escuadras. Ante tanta opinión contraria en la Corte, Solís entendía que, por la idónea situación de Ceuta, dicha empresa podía ser practicada y accesible.
La muerte del rey Felipe V y el ascenso de Fernando VI en 1746 supuso pocos cambios en la política africana. El ilustrado padre Feijoo afirmaba en la dedicatoria fernandina de 1750 que gracias a su labor se había aumentado la dotación en la Marina, se promovían las fábricas y se fortificaban los pueblos. Las hostilidades entre Francia e Inglaterra se centraron sobre Menorca, pero el Estrecho de Gibraltar estaba libre. Respecto al teatro bélico norteafricano, hasta mediados de noviembre de 1757, con el fallecimiento del Emperador Muley Abdalá, y la subida al trono de Muhammad ben Abdalá, no se recrudeció una situación como la planteada durante el sitio pertinaz de Muley Ismail. Su política de reclutamiento forzoso dio buenos resultados, reuniendo un ejército muy numeroso, con el que se aprestó a sitiar Mazagán y Ceuta.
Al morir Fernando VI en 1759, Francia había perdido casi totalmente su imperio americano en favor de Inglaterra, mientras en Gibraltar vigilaba la poderosa escuadra del Almirante Boscawen para impedir el paso de la de Tolón al Atlántico y que socorriese sus colonias americanas, así como el proyecto de invadir Inglaterra. Con el nuevo monarca español, Carlos III, se entablaron relaciones diplomáticas con Abdalá para lograr la paz, el bienestar y un próspero comercio; contando para ello con la ayuda del gobernador de Ceuta, Diego de Osorio, y del influyente judío Samuel Sumbel. Sus frutos se dieron el 28 de mayo de 1767, fecha en la que Jorge Juan firmó en Marrakech un tratado de paz y comercio en el que se declaraba que la paz sería firme por mar y tierra, permitiéndose además el comercio libre entre ambos países. En el mismo se nombraba a Tomás Bremond como Primer Cónsul General español en Marruecos, se prohibía la piratería y el corso y se fijaron oficialmente los límites de los presidios españoles.
En poco tiempo, Abdalá giró su política exterior norteafricana, decidiendo expulsar a Portugal de su única posesión en el Mogreb, Mazagán. Estos propósitos estaban fundados en el importante armamento artillero acumulado por Muley Ismail, el cual había sido comprado en Europa o construido en su fábrica de cañones y bombas de la plaza de Tetuán. Por contra, este material había quedado anticuado e infrautilizado ante la falta de artilleros y por su inexperiencia de continuo, ya que no solían emplear la artillería en sus guerras internas. Abdalá compró cañones, pólvora y morteros a Inglaterra, Dinamarca, Venecia, Suecia y Turquía; trajo instructores que enseñaban su manejo y restauró la fábrica tetuaní, mandando fundir 70 morteros y 700 cañones de bronce. Además de este armamento pesado, el ejército marroquí debió contar con los largos fusiles de seis pies y medio que se fabricaban con hierro de Vizcaya, al igual que el resto de las armas blancas manejadas por ellos (Chenier, 1787).
El gobierno carolino se negó a suministrar pertrechos a Abdalá, puesto que temía que fuese luego empleado para atacar sus presidios africanos (Lourido, 1978). En el caso de Francia pasó otro tanto, ratificando el tratado de paz de 1767, que en su artículo décimo decía que los franceses no estarían supeditados ni obligados a suministrar ninguna munición de guerra, pólvora, cañón ni otros géneros que generalmente servían en tiempos de guerra. No era pues de recibo que el Marqués de Casatremañes, gobernador de Ceuta, tuviese noticias en ese mismo año del Vicecónsul español en Tetuán, Jorge Patissiati, de que se intentaba relanzar la fábrica de armas de dicha plaza con el firme propósito de conquistar la plaza lusa de Mazagán. Todos estos preparativos aumentaron la inquietud en la plaza ceutí, como apreciamos en la representación de su gobernador al ministro de Hacienda, Juan Gregorio Muniaín, el 15 de agosto de 1767, en la que le explicaba la necesidad de que se construyese un javeque nuevo en Mallorca, dotándole de defensa artillera, ante las frecuentes incursiones de pequeñas embarcaciones corsarias argelinas que se presentaban con osadía ante la plaza y perseguían a los buques que entraban y salían de ella, llevándose algunos de ellos y manteniendo cerrada la comunicación con la Península. Además de este servicio de defensa, dicho javeque debería cumplir el de transporte de desterrados, materiales para las reales obras y todo tipo de pertrechos, habida cuenta de que se había inutilizado en esos momentos el barco San Zenón, que servía para esos fines.
En estos años los acosos marítimos se hicieron harto frecuentes, como apreciamos en las cartas del gobernador local remitidas al Marqués de Grimaldi, Secretario de Estado, en las que detallaba cómo, según el hachero ceutí Francisco Páez, fueron apresados en 1769 en aguas del Estrecho los dos javeques de la Regencia de Argel, mediante los avisos dados, ante el ataque turco, a la escuadra mandada por Antonio Barceló y a las de la plaza de Ceuta.
Los preparativos de una posible incursión marroquí se vislumbraban cada vez con más intensidad. Muestra de ello eran las noticias traídas el 13 de mayo de 1769 por un falucho procedente de Tetuán, despachado por el vicecónsul español con cartas del Cónsul General Tomás Bremond para que fuesen recomendadas por el gobernador local, Marqués de Casatremañes, al Marqués de Grimaldi. En una de ellas se informaba de los proyectos del rey marroquí sobre la plaza de Ceuta, por lo que debido a estos temores Casatremañes expresaba lo mermada que estaba la guarnición y la falta de medios materiales, esperando por ello pronta resolución y resguardar así a esta importante ciudad.
Recordemos cómo la plaza lusa de Mazagán había sido abandonada sin lucha el 11 de abril de 1769 ante las huestes de Muley ben Abdalá, y cómo este soberano a continuación pensó dirigirse sobre la de Ceuta. El Presidente del Hospicio de Marruecos informó de que ese rumor estaba muy extendido entre la población y que Mr. Billet le había notificado que Abdalá pretendía, tras la toma de Mazagán, la de Ceuta, Melilla y el Peñón porque no quería cristianos dentro de sus tierras. La toma de Ceuta no se produciría hasta que España entrase en guerra con Inglaterra, ya que así los ingleses impedirían la entrada en esta plaza de municiones y gente, para así tomarla fácilmente. Al soberano marroquí le trajeron en estos momentos los instructores ingleses Mister Adams y Mister Concler un mortero muy grande desde Gibraltar, 200 bombas y dos morteros de Holanda, contando así con dieciséis morteros grandes regalados.
Las cartas del cónsul general de España en Larache dirigidas al gobernador de Ceuta, Domingo de Salcedo, con fecha 18 de septiembre de 1770, así como las del vicecónsul de España en Tánger, Francisco Pacheco, de finales de ese mes, indicaban que Abdalá se encontraba en Tánger junto al gobernador de Mequínez, Muley Dris, con 1500 caballos, 3000 infantes y además de otras personas importantes, como Samuel Sumbel, Abraham Bengualid e Isaac Benhamor, hebreos de Marsella; Pablo Tansino, genovés procedente de la Academia de Cádiz, Pedro Umbert, patrón mallorquín y Mohotar, alcaide del Imperio. Durante su permanencia en esta plaza el soberano instruyó a sus tropas, las dotó de armas, reforzó los baluartes y castillos con la dotación traída por seis renegados artilleros y esperó la llegada de un corsario desde Larache y al ejército del bashá de Salé, llamado el Costaly, compuesto de otros 3000 hombres. El total de las partidas de gente armada se compondría de casi 17.000 soldados, de los cuales 4000 serían jinetes. La opinión más generalizada era que las huestes costearían hasta llegar cerca del Peñón, con idea de que los rifeños pagasen el impuesto de la garrama y disponer así de más medios económicos con que emprender el sitio. Bremond daba cuenta también de la carta remitida por el cónsul general de Francia en Salé, de fecha 14 de ese mes, en la que decía que en esa plaza había tres pequeñas galeras construyéndose, que se rumoreaba el viaje del Emperador y que su Armada debía contar con casi 15.000 hombres.
A este cúmulo de factores exógenos se unieron otros endógenos, como la capacidad de la propia plaza de Ceuta por acumular los suficientes víveres para un prolongado sitio bloqueo, tanto terrestre como marítimo. A este respecto, a finales de Agosto de 1773, el gobernador de Ceuta, Salcedo, remitió una representación al intendente de Andalucía, recordándole las órdenes reales en orden a atender a la plaza de Ceuta, debiendo mantener siempre efectivo un repuesto de víveres para cuatro meses, bajo el visto bueno del Ministro de Hacienda y la Junta de Abastos. Nombró comisión para la rápida compra de 4000 fanegas de trigo en Sevilla y porciones del mismo género que se pudiesen acopiar en el Campo de Gibraltar, con idea de ir manteniendo el referido repuesto, además del encargo hecho a Cerdeña, vía Málaga, para un cargamento que permitiese sostener el consumo de todo el año hasta la siguiente cosecha. Igualmente, encomendó al cónsul general Tomás Bremond, que se encontraba en Fedala, a que hiciese acopio de trigo por real cuenta, comprando allí la porción posible de fanegas para la plaza de Ceuta.
La sorpresa del gobernador fue enorme al negársele el permiso de dicha compra por el intendente de Sevilla y Campo de Gibraltar, notificándosele además que si la necesidad de la plaza arreciaba, solicitara su encargo a otros reinos extranjeros. Los razonamientos de Salcedo, de gran peso específico para la seguridad de la plaza, de nada valieron,
“...y es muy digno de consideración que siendo ésta una plaza ultramarina, que deve proveerse indispensablemente de los pueblos del continente, experimentamos semejante repugnación y consiguientemente no poca escasez”.
Tras reiterados oficios, logró sólo permiso para la compra restringida de partidas de trigo, rechazándosele el acopio de grandes cantidades. Los acontecimientos de claro matiz prebélico se fueron sucediendo a pasos agigantados a lo largo de este año, como el acuerdo suscrito entre el soberano marroqui Abdalá y el dey de Argel para asediar a un tiempo las plazas españolas de Ceuta, Melilla, Alhucemas, Vélez de la Gomera y Orán (Lourido, 1981) . Se buscaba un ataque conjunto que obligase a los españoles a dividir sus fuerzas y obtener mayores probabilidades de éxito. El gobierno español no sospechó nunca que se pudiese dar dicho consorcio musulmán, traslucido de la respuesta dada por el primer ministro Jerónimo Grimaldi a Samuel Sumbel. A tenor de todo esto, no era de extrañar la notificación formulada por Salcedo al Conde de Ricla, a mediados de noviembre de 1774, en el sentido de que el vicecónsul español en Tánger, Pacheco, estaba enterado de la salida desde Fez hacia Orán de los dos príncipes, Muley Alí y Muley Eliazit, cada uno al frente de 6000 jinetes, teniendo además órdenes de aguardar a su padre, que llevaría allí un formidable ejército para poner sitio a dicha plaza y presidios menores con la intención de devolver al Imperio sus fronteras naturales.
A mediados de enero del año siguiente, Pacheco notificó a Salcedo que había llegado a la plaza de Tánger un sujeto llamado Mister Gegüel Werlam, que ofreció al Emperador, después de que pusiese sitio a Ceuta, tras las expediciones a los presidios menores, el contraminar las minas que tenía. Por este motivo y para que dicho inglés se encargase de arreglar la artillería tangerina, el Emperador le señaló 300 reales mensuales, cosa extraña en él, pues no lo ejecutaba con los suyos.
Con otra carta de fecha 29 de marzo de 1775, Salcedo exponía al Conde de Ricla ...
“...lo muy defectuosa que fue la demarcación de límites hecha en el Campo de la plaza de Ceuta en la última Paz con Marruecos, porque los moros pusieron su Cordón sobre las alturas que dominaban Ceuta, siendo muy útil que dicho Cordón se alejase a tiro de cañón o, al menos, de fusil de nuestra gente apostada”.
Se ponía en entredicho al Tratado de Paz y Comercio de mayo de 1767, firmado por Carlos III y Abdalá, en cuyo artículo 19 el soberano marroquí se negó a conceder ensanches al radio de los cuatro presidios españoles, pero que los renovaba y fijaba oficialmente. El tratado de paz se firmó a finales de mayo de 1780, entre el Conde de Floridablanca y Muhammad ben Otomán, siendo completada en 1782 con un anexo en el que se fijaron los límites de la plaza de Ceuta, así como la extensión de sus pastos para el ganado, resultando una delimitación muy reducida y expuesta a que el invasor intentara las veces que quisiera un nuevo intento de conquistar la plaza.
Si bien la política exterior de Carlos III estuvo centrada prioritariamente en América, no recibió el mismo trato África, sobre todo en las postrimerías de su reinado. Al principio del mismo atendió a su fortalecimiento y conservación, pero luego fue dejando a Floridablanca y Aranda obrar con unos objetivos manifiestos que no fuesen sino los de su retirada, manteniendo a duras penas aquellas plazas, como Ceuta, de especial relevancia y significación militar, pero que en su conjunto el resto de ellas eran valoradas como carentes de valor, considerándolas como carga muy gravosa para las arcas del Reino. Resulta un contrasentido todo lo anterior, teniendo en cuenta que Floridablanca (Hernández Franco, 1984) al ocupar la Secretaría de Estado incidió en un cambio de rumbo en la política militar española, primando a la Marina sobre el Ejército, ya que el peligro para España procedía del mar y no del continente. Más tarde, en 1787, dirigió a la Junta de Estado una instrucción reservada en la que realzaba el papel del Ejército y proponía sostener, adelantar y perfeccionar las fortificaciones y artillería, así como sus Cuerpos facultativos. Igualmente, intentó adecuar el Ejército español a las nuevas necesidades estratégicas nacionales y a las tácticas de la guerra. Para ello, apostó -en oposición al pensamiento de Aranda- por las milicias provinciales, convirtiéndolas en el elemento básico de defensa peninsular y plaza norteafricanas, con idea de liberar así a la infantería veterana que acometería las empresas exteriores. El Ejército español imitó el modelo militar francés desde principios del siglo XVIII, pero a partir de las ordenanzas de 1768 siguió al modelo prusiano. Floridablanca, sopesando la incapacidad del Ejército para formarse científica y técnicamente, enviaba a los oficiales a Francia, Prusia, Inglaterra y Alemania; pero a pesar de sus empeños, el problema de formación se fue agudizando durante todo el reinado de Carlos III y de su sucesor Carlos IV.
La situación se agravó con el nuevo reinado, desde 1789, en parte causada por la guerra con la Francia revolucionaria, que sumió al Estado en una ruina que obligó al recorte radical de las inversiones y forzó a una política desamortizadora que permitiese a Hacienda recoger recursos y alejara así el fantasma de la quiebra económica. En este período las fuerzas españolas alcanzaron los 36.000 hombres, organizados en regimientos del cuerpo de guardias, apoyados por la infantería, caballería de línea y unidades aparte de artillería y zapadores. En cuanto a la Armada, España aún ostentó a finales de siglo el rango de tercera potencia naval con arreglo a los datos de número, tonelaje y aumento de sus naves; sin embargo, y esto se hizo extensivo a todo el Ejército, el retraso técnico se hizo muy sensible desde los ochenta, en relación a la marina inglesa.
Con Carlos IV la política exterior africana mantuvo los mismos criterios fijados por su padre: fijar posiciones entre campo enemigo y campo propio, evitar los enfrentamientos directos para no sufrir excesivas bajas, mantener los puntos poliorcéticos y artilleros alcanzados hasta la fecha a base de pequeñas modificaciones y reparaciones e intentar el establecimiento de relaciones de buena vecindad que llevase a una posible paz y comercio ventajosos para España. Si aquí se cambió de soberano, igual ocurrió en el Imperio marroquí, pues en 1790 falleció Sidi Muhammad ben Abdalá, sucediéndole su hijo Muley Yazid, que al igual que su abuelo Muley Ismail pretendió desde el principio, a base de fanatismo y crueldad, expulsar a los españoles de las plazas norteafricanas a través de la guerra santa. Su primer objetivo fue Ceuta, hacia la que mandó un ejército bien pertrechado de 20.000 hombres al mando de su hermano Muley Alí, y sobre la que impuso duro bloqueo. A pesar de ello la plaza lo levantó en tres meses, gracias a sus 6000 hombres, sus 140 piezas artilleras y las acertadas medidas de sus gobernadores, José de Sotomayor y Echeverría y Luís Francisco de Urbina.
El monarca español aceptó la petición de paz de Yazid prontamente, ante la necesidad de concentrar los mayores esfuerzos frente los revolucionarios franceses, pero el capricho del marroquí volvió a romper las negociaciones y, de nuevo, a serle declarada la guerra en 1791. La alternancia combativa y la táctica de desgaste volvían por sus fueros, bombardeando la escuadra española la plaza de Tánger y sitiando el Emperador la de Ceuta. España se aprovechó de las revueltas internas marroquíes entre el monarca y sus hermanos, que llevó a la muerte del primero en 1793 y a la división de su Imperio.
La situación militar española estaba muy deteriorada. El propio Godoy la describió en el año 1792: las fuerzas alcanzaban no más de 36.000 hombres activos en todos los Cuerpos, faltaba caballería, los arsenales estaban desprovistos de géneros, las fábricas eran deficientes, el nivel de preparación técnica de los oficiales era muy bajo y se había desarrollado enormemente la ociosidad. Ante este estado de cosas, Godoy restableció la Junta de Generales y Ministros en 1796 con idea de modernizar las estructuras orgánicas militares, dividiéndose en las Salas de Constitución, Fortificación, Ordenanzas y Educación; marcando las tintas en esta última como base para la modernización militar, pero dicha reforma fracasó al mes y medio de su creación. Tendremos que esperar a principios del siguiente siglo, en 1803, para ver la reorganización de los Cuerpos de Ingenieros y Artillería, aunque no fuese tan profunda como para iniciar un salto cualitativo progresista.
Desde estos momentos, la plaza de Ceuta descansó de las acometidas africanas, quedando ratificado en la correspondencia del gobernador local, José Vasallo, en 1796, que detallaba los ataques de la escuadra inglesa a la costa ceutí, pero que dicha plaza se encontraba bien defendida para superar dichos inconvenientes. Estos sucesos debieron ser los más repetidos en estos años, a tenor de la carta muy reservada, firmada en la Corte a finales de diciembre de 1798 por Juan Manuel Álvarez y dirigida al Secretario del Despacho de Estado, en el sentido de que la plaza de Ceuta estaba dotada de todos los ramos de su defensa, en términos que si los ingleses se aventurasen a un golpe de mano, saldrían escarmentados, por lo que podemos confirmar que la plaza de Ceuta, salvo contadísimos y esporádicos ataques marroquíes, anduvo desde ahora sólo inquieta por los ataques ingleses.
Insistiendo más en este tema, creemos muy significativo el diario africano redactado por el confidente de Godoy y miembro del Consejo de Castilla, Francisco de Zamora, que giró visita de inspección a Ceuta en mayo de 1797, con el objetivo de comprobar su situación poliorcética ante un posible ataque británico, al tiempo que la situación creada en la misma por la actuación de su gobernador, José Vasallo. Se encontraba de visita Zamora por el sur de Andalucía cuando el Comandante General del Campo de Gibraltar, Marqués de Roben, el Mariscal de Campo de Algeciras, Adrián Jácome, y el cónsul español en Tánger, Antonio Gómez Salmón, le transmitieron la masiva concentración de tropas inglesas en Gibraltar, por lo que se tenía por cierto en Ceuta el rumor de un posible bloqueo y bombardeo, respirándose un clima de inquietud, ya que pensaban que con las tropas acuarteladas en el Peñón y en veinticinco días de bloqueo, los ingleses podrían haberla tomado fácilmente. El gobernador local, José Vasallo, se previno, procediendo a que la Junta de Abastos hiciese acopio de víveres y suministros, al tiempo que ordenaba que su contador, Juan Parreño, le remitiese prontamente la relación detallada de las existencias y pertrechos de todo tipo con que disponía la ciudad. Por contra, Zamora recibió informaciones del capitán de artilleros de Ceuta, Luís Power, para quien estos rumores no tenían fundamento ...
“...más bien creo que los ingleses se arman para defender su bahía cuando llegue el caso de apretarles, que no hemos de estar siempre tan flojos”.
Al poco tiempo de estar en suelo africano, Zamora extrajo unas primeras apreciaciones personales muy válidas para el interés nacional, como que contando Ceuta con una población de 9000 habitantes, resultaba una plaza costosísima, con gastos por encima de los 10.000.000 de reales, que podría obtenerlos de ella misma y no recibirlos del gobierno central si contase con una buena administración. De este modo ponía en entredicho la actuación de la primera autoridad de la ciudad. Esta opinión, fruto de una primera comprobación, se opuso a otra, mucho más madurada, después de haber estado más tiempo en la plaza sopesando los pros y los contras:
“...obsérvese que nos convenía mucho la conservación de los Presidios de África para mantener despoblada su costa y apartar de la idea de los moros empresas de conquista, de relaciones de comercio por otras manos que las nuestras y de liga con otras naciones”.
En 1799 firmaron los monarcas, Carlos IV y Muley Sulaimán, el Tratado de Paz, Amistad, Navegación, Comercio y Pesca, quedando ratificados, como en el de 1782, los límites del Campo de Ceuta y la extensión de terrenos para el pasto de ganado de aquella plaza. En un nivel más amplio se confirmaba el derecho español de soberanía sobre las plazas norteafricanas de Ceuta, Melilla, Peñón de Vélez y Alhucemas. En su artículo 15 quedó acordado que estas fortalezas usasen el cañón y el mortero en los casos en que fuesen ofendidas, ya que la experiencia había demostrado que no bastaba el fuego de fusil para escarmentar a dicha clase de gente, por lo que también se estableció el derecho de represalia.
II.- Adaptaciones y reformas poliorcéticas. Intervención de ingenieros militares
Desde los inicios del siglo XVIII la actividad poliorcética se desarrollaba en Ceuta sin perder de vista los trascendentales cambios que se operaban en estos momentos en España. Tras la subida al trono de Felipe V, vemos cómo sus autoridades locales intentaban por todos los medios a su alcance dotar a la plaza de suficientes infraestructuras defensivas y asegurar así una eficaz cabeza de puente peninsular en territorio norteafricano.
Bajo el gobierno del Marqués de Villadarias se habían construido ya en 1699 los Baluartes de San Pedro y Santa Ana con su falsabraga u hornaveque y el Palacio de Gobierno nuevo de la Marina, que sustituyó al antiguo existente en el solar del alcázar musulmán medieval situado en la Plaza de África, como consecuencia de los frecuentes bombardeos durante el sitio. También, los Almacenes de San Pedro y los arcos del Puente de la Almina, iniciando a continuación el Hospital Real de Plaza de los Reyes, la Veeduría y el antiguo Castillo de Santa Catalina. Ya bajo dominio borbónico trabajó en la obra del Medio Bastión de Santiago, avanzando terreno para su foso, lo cual causaba desesperación a los marroquíes. Inició, por otro lado, el cuartel adosado a la Muralla Real, el cual sería terminado en años sucesivos. Asimismo, teniendo allanado el terreno y levantada la trinchera desde la cara derecha de San Pablo hasta el flanco central de Santiago, quiso Villadarias asegurarlo con una empalizada a finales de enero de 1701, pero los enemigos frenaron esta obra adelantada con encarnizado combate.
El nuevo gobernador, José Agulló y Pinoz, hallando desde abril del siguiente año que el ejército sitiador empleaba por todas partes trabajos con cortaduras y medias lunas dotadas de surtidas de comunicación, a cubierto para reparar sus bombas, piedras y granadas, llegando a acumular tierra en la parte del Ángulo de San Pablo y formando éstos un Ataque dominante llamado el Real, con lo que se imposibilitaban los avances de la plaza; continuó aquél un contraataque por el frente de Santa Ana, debiendo ceder el enemigo a su ocupación. Continuó después trabajando en el terreno del Rebellín de San Ignacio y Surtida de Machuca, causando estragos con minas, morteradas y cañonazos; así como en el Medio Bastión de Santiago, haciendo merlones y terraplenos.
Remudó el de San Pablo, le ensanchó la falsabraga y concluyó cuatro bóvedas del cuartel comenzado por el Marqués de Villadarias. Los trabajos sobre las trincheras enemigas partían de granaderos y minadores que se empleaban en demoler las comunicaciones con el Ataque Real, consiguiéndose muchas veces con porfiada contienda su retirada. A finales de diciembre de 1703, con el objetivo de resguardar el puerto y la península de la Almina, continuó la obra de su antecesor en el Castillo de Santa Catalina, y además reparó la antiquísima muralla que iba desde dicho castillo al de San Amaro.
A primeros de enero, el gobernador local contó con las Compañías de la Ciudad como fuerzas de la guarnición, junto a la Compañía de Presidiarios y Obreros, y a primeros de agosto logró que Felipe V fundara el Tercio Permanente de Ceuta, en el que integró a las unidades anteriores con mosqueteros, piqueros, marineros y una sección de granaderos. A su muerte, acaecida en octubre de 1704, dirigió el gobierno de la ciudad el Cabo Subalterno General de Batalla, Antonio de Zúñiga y la Cerda, que continuó las obras y trabajos emprendidas por el marqués durante tan sólo tres meses, siendo sustituido por el Capitán General, Juan Francisco Manrique y Arana, desde primeros de enero de 1705.
Desde los primeros días de su mandato se hicieron reiterativas sus instancias dirigidas al Marqués de Mejorada, en el sentido de que la plaza de Ceuta se hallaba, a finales de abril de 1705, casi indefensa por no haber llegado aún la última remesa de materiales, contando con escasa cuerda mecha y pólvora, con pocos hombres de guarnición y tener 200 enfermos en el hospital. Los pocos disponibles guardaban la Plaza de Armas, mientras que la península de la Almina, de una legua de circunvalación, disponía de muchos puestos que vigilar y necesitaba indispensablemente 2000 soldados, caballería y cuarenta piezas artilleras. Solicitaba también al Marqués de Villadarias que le auxiliase con parte de los pertrechos y municiones que se remitían normalmente a la plaza de Cádiz desde el Campo de Gibraltar y que diese el correspondiente permiso para que, además de los tres barcos mercantes que llegaron de Cádiz con 57 hombres del Regimiento de Bartolomé de Ortegal, fuesen enviados otros cinco con idea de que transportasen los géneros detenidos en Andalucía con destino a esta plaza por cuenta del asentista, como bizcocho, vino, tablas y ladrillos.
La primera referencia gráfica de estos primeros años del siglo XVIII corresponde al plano titulado: “Plano del Frente Principal, conforme estaba en el año de 1700” (Fig. 40), del ingeniero Diego Bordick, y que fue localizado en el Servicio Geográfico del Ejército. Se limitó a situar en dicho documento, de dirección oeste-este, la Muralla Real, el Foso navegable, la lengua de sierpe que habían conquistado los marroquíes, los ataques enemigos, la batería de morteros, las baterías de cañones, el Morro de la Viña y el Pozo del Chafariz. Las líneas avanzadas propias, con todas las fortificaciones exteriores, quedaron insinuadas y ni tan siquiera citadas en la explicación del plano.
El gobernador, Francisco Manrique y Arana, ejerció sin serlo de principal ingeniero de la plaza de Ceuta. Efectivamente, si bien el plano anterior fue firmado por Bordick, la documentación estudiada no nos ha revelado su actividad profesional por estos años, debiéndonos esperar hasta 1722 para encontrar sus proyectos locales. Este vacío de profesionales de la ingeniería militar en la plaza justificó la intervención directa del propio Capitán General en asuntos poliorcéticos, remitiendo planos y proyectos del estado de sus fortificaciones exteriores más adelantadas, de sus minas y de cómo aislar la plaza, evitando así los excesivos gastos que conllevaba el sitio de Muley Ismail.
Informó también al Marqués de Mejorada de la conveniencia de que la Plaza de Armas quedase aislada, pasando el mar por el Foso del Hornaveque y contando con que dicho terreno no alcanzaba más de 940 pies geométricos de un extremo a otro. El lado occidental terminaba en seis pies de altura al nivel del mar, elevándose en su parte oriental hasta llegar a los treinta y cinco pies. El terreno ocupado dentro de las estacadas locales daba posibilidad a que los ataques enemigos no pudiesen impedir el abrir un foso de 300 pies de anchura y de la necesaria profundidad bajo la superficie marina, entre la Media Luna de San Ignacio y el Bastión de Santiago. Para la ejecución de estas obras, contando sólo con una vieja empalizada de protección de la Plaza de Armas, era sumamente precisa la construcción de una media luna enterrada delante de la Cortina del Hornaveque, dentro del terreno llamado de San Ignacio que estaba ocupado con una simple estacada. Manrique, observando que este puesto estaba muy expuesto y a descubierto de los ataques, había abierto un foso y cimientos en la pizarra, necesitando sólo su revestimiento para quedar enteramente asegurado. También veía primordial la construcción de medio bastión de mampostería en la punta de San Francisco Javier, por su mala disposición y el corto terreno ocupado sólo de estacada. Para esta obra, como para la Media Luna de San Ignacio, el consumo de cal sería mínimo por la cortedad de sus líneas y, una vez ejecutadas, se evitaría una gran porción de empalizadas y tablas, ahorrando importantes gastos.
El Medio Bastión de San Pedro tenía muy poca defensa en su flanco opuesto, siendo necesario además que su foso fuese muy profundo. El resto del Foso del Hornaveque no precisaba reparación por ser de pizarra, por lo que dejando berma suficiente formaría una falsabraga delante de la cortina y del medio bastión. La obra de San Pablo era de irregular trazado y de dudosa defensa, por lo que según Manrique debería demolerse una vez que se concluyese la Media Luna de San Ignacio. Una vez que se hubiese sacado toda la tierra, debería también demolerse el Bastión de Santiago, pensando en su poca utilidad y en que al estar sobre terreno bajo, el batir de las olas le minaría, obligando a gastar más de lo necesario en reforzar sus cimientos.
En cuanto a la abertura de los fosos del lado de Santa Ana, se debería procurar romper la pizarra cuanto fuese posible y permitieran las obras avanzadas enemigas, ayudándonos de las minas adelantadas. Una vez ejecutados los fosos, antes de introducir las aguas convendría que se reparase el Espigón del Albacar, ya que al tener arruinado su pie y quebrada su mitad amenazaba ruina y sería de suma importancia que se cerrase con una muralla y se pudiera terraplenar. Los materiales imprescindibles serían cal y ladrillo, que eran géneros que proveía el asentista. Siendo el principal trabajo romper los fosos y sacar la tierra, se precisarían todo tipo de herramientas y medios de transporte.
Manrique calculó que deberían trabajar en estas obras un total de 500 hombres milicianos con sus cabos, además de los desterrados que hubiese en la plaza. Desde Sevilla, Jaén y Córdoba se deberían mudar cada trimestre estas brigadas de obras, ayudándoles también algunos refrescos proporcionados. Asimismo, el gobernador contó con la ayuda del capitán de minadores, Felipe Tortosa, gracias al cual se había conseguido preparar una mina que salía por la mitad de la estrada que corría por fuera del Ángulo saliente de San Pablo, y se unía con la existente en el frente de la Contraguardia de Santiago.
Este proyecto ideado para aislar la plaza, según Manrique, se completaría con otras obras que empezaron a levantarse, como el Reducto de Alcántara, el Rebellín de San Luís y el Reducto de San Andrés por la zona Norte. Con todo ello, creía que Ceuta no necesitaría de más gente que la propia para su defensa y pidió al Marqués de Mejorada...
“...que nombrase a un Ingeniero de ynteligencia para que se haga cargo y corra con la maniobra de este proyecto, pues además de ser preciso para el adelantamiento de las obras, será mui posible que el conocimiento que deve corresponder a su profesión adelante más esta importancia, que es únicamente lo que yo deseo el que se consiga con la mayor perfección y brevedad posible quanto fuere del real servicio...”
Dos años más tarde, en 1707, comenzó Manrique la cimentación del Castillo de San Amaro, terraplenándolo y colocándole baterías, situando otras en Torremocha y Pedrerías. Formó el Camino de la Marina Norte hasta San Amaro, ya que antes del sitio ismailita este terreno que miraba al Estrecho estaba cercado y cerrado por huertas y casas aisladas de particulares que habían abierto una estrecha vereda. Vio conveniente trazar esta vía para que rodase la artillería y pudiese la tropa ir en columna hasta el Castillo de San Amaro. Notable avance urbanista el que inició Manrique, en sintonía con lo que se realizaba en estos momentos al otro lado del Estrecho, ya que la consolidación del Estado tras la Guerra de Sucesión al trono español produjo la de sus estructuras administrativas y políticas, permitiendo que el Cuerpo de Ingenieros y los Capitanes Generales abarcasen trabajos distintos a la poliorcética, la fortificación y la artillería, como caminos, puertos, canales, urbanismo y arquitectura civil (Muñoz Corbalán, 1993). Artilló además la máxima autoridad local el Ángulo de San Pablo y dispuso un parapeto sobre su playa, e instaló el Edificio de Aduanas en el Baluarte de San Juan de Dios. Fue importante, a finales de este año, el socorro recibido del Regimiento 25 de Málaga, que se encontraba luchando en Denia y acudió presto a la defensa de Ceuta.
Desde 1709 gobernó la plaza de Ceuta Gonzalo Chacón y Orellana que prosiguió el contraataque a los enemigos, socavando en el sitio real los Reductos de Nuestra Señora de África, San Andrés y Santa Lucía, luego nombrada Luneta de la Reina. Puso en defensa el de Alcántara, colocándole empalizada en su parte superior, cerrándole la gola y dándole comunicación con un pequeño foso a la estrada cubierta. Levantó de mampostería las líneas capitales de los dos costados de la fortificación exterior y el flanco derecho de Santiago, que antes eran simples empalizadas. Adelantó la longitud y capacidad de los Fosos de San Javier y San Ignacio, acabando de cerrar la estrada cubierta uniendo sus partes y colocando a distancias proporcionadas cortaduras y plazas de armas. Desalojó a los enemigos de la proximidad de Santiago, remedió con un tenallón lo defectuoso del Hornaveque y, para que los barcos estuviesen mejor acomodados y resguardados, reparó y limpió completamente la dársena portuaria. A estos trabajos de regular defensa, añadió los de dotación y acomodación artilleras, contando para ello con la colaboración del capitán de minadores, Felipe Tortosa, y de capitanes de artillería, que en 1710 habían añadido dos cañones a la empalizada del flanco bajo derecho de Santiago, junto a un pelotón de fusileros, para contener la osadía de los marroquíes por ese costado. En el Reducto de Alcántara situaron una compañía de granaderos y montaron dos cañones pequeños, sirviendo tanto de atalaya por su parte central e izquierda, como de duro freno a las incursiones enemígas.
Desde primeros de abril de este año contó el gobernador con el Regimiento 26 de Costa, tanto para refuerzo de la guarnición local como para rechazo de los embates de los sitiadores. Tres años más tarde, pasó el Regimiento de Toro desde la Península para proteger sobre todo los Reductos de África y Alcántara, pero aún así la guarnición ceutí en abril de 1714 seguía siendo deficitaria, disponiendo del Tercio Fijo, los dos batallones de Vélez, los dos de Antequera, la caballería de la dotación, las dos compañías de ligeros del Regimiento provisional de Andalucía, la Compañía de Minadores, pocos artilleros y mediano número de desterrados. Los requerimientos a la Corte por parte del gobernador dieron como resultado que el Capitán General del Mediterráneo remitiese a esta plaza 500 milicianos con algunos oficiales, veinticinco mosqueteros de su guardia y otros veinticinco de Marbella.
Con estos efectivos el Capitán General de la plaza de Ceuta llegaba a frenar a duras penas los numerosos ataques enemigos, que ponían toda su aplicación en continuar las dos minas que trazaron por la zona de la Rocha y lado izquierdo del Reducto de Alcántara. Éstos habían profundizado tanto que obligó a los minadores a bajar catorce pies más abajo del Foso de San Javier, situándonos en su paralelo y dejando preparado el hueco para volarles con pólvora...
“...y por la de la Rocha han tirado distinto rumbo, apartándose de nuestro pico que ba encontrándose con ellos, y haviéndose ya propasado nos obliga a dettenerlos por a tiro más ynterior”.
Los denodados esfuerzos de los minadores no recibieron recompensa suficiente por parte del rey Felipe V. Empezaron de nuevo a menudear los memoriales dirigidos a la Corte para aumento de sueldo y de grado profesional, como el tramitado por Chacón y Orellana de fecha 22 de junio de 1715, y dirigido a Miguel Fernández Durán. En el mismo, el capitán de los minadores reales de la plaza de Ceuta y agregado al regimiento de ella, Felipe Tortosa, solicitaba que tanto él como los demás oficiales de su compañía quedasen con el mismo sueldo que gozaban en los demás Ejércitos reales los demás oficiales de su especialidad, en atención a haber servido ya más de veinte años en esta plaza en el cargo y dirección de las minas, expresándole también que todos sus parientes salieron del Reino de Granada por mandato real a ocuparse de este ministerio, sacrificando en él sus vidas, en especial el Brigadier Andrés Tortosa, que falleció en el sitio de Campo Mayor, y quedando en estos momentos sólo dos vivos, uno en el Ejército de Aragón con el empleo de Sargento Mayor de fusileros reales y él en la plaza de Ceuta. De aquí no había salido nunca, quedando reducido al penoso e insuperable trabajo de sus minas, y le resultaba imposible mantenerse con el corto sueldo de treinta escudos que por el nuevo reglamento se le señalaban. Argumentaba de igual modo en su memorial que...
“...había logrado muchos y buenos efectos contra los enemigos de nuestra Santa Fe, que al presente la atacan sin que hayan podido desunir la menor piedra de su fortificación con las suyas, intentándolo repetidas veces como al presente, coadyuvando a esta defensa asimismo la buena dirección y celo del Capitán D. Joseph Colomina, a quien S.M. honró con la gracia de Director de Minas, que está agregado a su Compañía con la de los demás Oficiales de ella...; y por todo ello, no habiendo yo obrado menos que los Capitanes de Minadores de las demás plazas y Ejércitos reales, cuando algunos de ellos han sido soldados de mi Compañía y a quienes yo he enseñado, no parece será de ningún aire para mí que estando en actual trabajo tenga menos sueldo”
Pedía la subida de su sueldo como gozaban los demás oficiales de su género en sus ejércitos, dándole además la gratificación que se les señalaba por sus reclutas.
Las peticiones fueron ampliándose hasta llegar al nivel del propio Capitán General, Gonzalo Chacón y Orellana, que notificó al rey su dilatado currículum, con cuarenta años de servicios; de ellos, veintisiete en los ejércitos de Cataluña y Flandes y trece en la costa del Reino de Granada y plaza de Ceuta, como Capitán General. Al propio tiempo, pidió al monarca que le honrase con el cargo de gobernador y Capitán General de Galicia, el cual se hallaba vacante por pasar el capitán de guardias valonas, Marqués de Risburg.
El Mariscal de Campo y Teniente General de los Ejércitos Reales, Francisco Fernández de Ribadeo, gobernó Ceuta en dos ocasiones, desde 1715 a 1719, y desde 1720 a 1725. Sabedor de la perseverancia de los sitiadores, situó en la zona derecha del ataque enemigo el Medio Baluarte de Nuestra Señora de África, comunicándolo con galería hasta el Rebellín de San Ignacio. Adelantó el Foso del Reducto de Alcántara y comunicó con bóveda al Foso de la Contraguardia de San Francisco Javier. Dio forma de rebellín al mal establecido Reducto de Santa Lucía, pues los fronterizos intentaron, sin conseguirlo, desbaratarlo con una mina profunda de veintidós pies más baja que la nuestra. Reforzó el Ángulo de San Pablo y remató los Almacenes de Plaza de África, situados sobre las ruinas del Palacio Viejo de los Gobernadores. Igualmente, adelantó las minas hasta las cercanías del antiguo Llano de las Damas.
En 1715, a propuesta del Marqués de Santa Cruz y siguiendo el nuevo reglamento de la plaza, se dispuso que el Tercio Permanente de Ceuta se reordenara en regimiento con once compañías, nombrándose desde ahora Regimiento 28 de Ceuta, y con la consideración de dotación fija. En lo que hacía referencia a los gastos de fortificaciones, se fijó en dicho reglamento que los correspondientes a Ceuta no deberían sobrepasar los 8000 pesos al año, detallando su empleo en Plaza de Armas, teas, maderas, estacada, minas, cuarteles, almacenes, casas reales, barcos y galeota, compra de bagajes, acémilas y bueyes que servían en las obras reales y Fortificaciones. Por otro lado, los diversos materiales no se emplearían sino en las fortificaciones, obras ordinarias y en el Palacio de los Gobernadores. No se habrían de hacer más que las obras precisas para su reedificación, con la advertencia expresa de que sólo se levantarían aquéllas por real cuenta en las casas reales y no en otras, constando además que los bagajes, acémilas y carretas sólo se emplearían en obras y fortificaciones. Se debería proseguir sin dilación la obra del almacén y se construirían nuevos cuarteles.
Se proseguirían las bocas de las minas y sus cañones principales a base de mampostería y rosca de ladrillo...
“...por lo mucho que conviene para subsistencia y ahorro de la Real Hacienda, tanto en tiempo de paz como de guerra, pues la experiencia ha hecho ver hasta aquí el gran dispendio que ha ocasionado la madera que se ha empleado en ellas”.
Asimismo, el gobernador local no permitiría que los soldados trabajasen en otro asunto que no fuese el ejercicio de las armas, puesto que muchas veces se ocupaban en otros asuntos civiles de los vecinos, que eran considerados indecorosos y viles. Del cumplimiento de todas las normas de este reglamento se encargaría, como primera autoridad de Ceuta, Francisco Fernández de Ribadeo.
Además de la referencia ya citada del plano de Ceuta de primeros de siglo realizado por el ingeniero Bordick, la siguiente reseña de la actuación de otro profesional de la ingeniería militar en la plaza de Ceuta en el siglo XVIII fue la del Teniente Coronel e Ingeniero en Jefe, Juan Díaz Pimienta, que remitió el 15 de enero de 1717 un memorial al rey pidiéndole el grado de coronel. En él detallaba treinta y dos años de servicios personales a la corona desde 1686, en que pasó como oficial al Ejército de Flandes, y no usó licencia hasta 1710, año en que por orden real pasó a continuar su actividad en España junto a otros seis ingenieros al frente de Aragón, con el mismo grado de Ingeniero en Jefe con que sirvió durante cuatro años en la provincia de Namur y siete en la de Luxemburgo, realizando entre otros proyectos el de unos almacenes subterráneos y la planta del Castillo de La Roche en Flandes, con fecha 13 de abril de 1705. Estuvo prisionero año y medio tras la batalla de Zaragoza, hasta 1712 en que recobró su libertad. Intervino al año siguiente en el bloqueo y sitio de Barcelona, y finalizado éste marchó al de Ceuta, con el encargo previo de reparar las fortificaciones del Peñón de Vélez y Alhucemas. Después de su intervención en la plaza de Ceuta, marchó en 1718 a Barcelona a trabajar en las obras de su ciudadela, falleciendo al año siguiente en Hostalrich. Su hijo, Juan Francisco Díaz Pimienta, acompañó también a su padre a Barcelona después de actuar en Ceuta, solicitando en aquella plaza el grado de Ingeniero en Primera.
Un segundo documento gráfico (Fig. 41) correspondiente al año 1717 llevaba por título “Plano de Zeuta y su Almina”, que incluía el frente de sus ataques y tierra firme, sin que sepamos qué ingenieros militares lo realizaron. Sin lugar a dudas fue de mayor concisión técnica y de mayor información militar que el primero estudiado de principios de siglo, pero sin embargo sólo nos detalló la zona ístmica y el Campo Exterior con las fortificaciones más adelantadas, echándose en falta las defensas situadas en la Península de la Almina. Quedaron situados puestos poliorcéticos tan significativos del tercer frente como el Medio Bastión de Santiago, el Reducto de África y el de Alcántara; los del segundo frente, como el Ángulo de San Pablo, el Rebellín de San Ignacio y el Reducto o Contraguardia de San Francisco Javier. Además, los del primer frente, sobrepasado el Foso inundado, con el Bastión de San Pedro y el de Santa Ana, unidos por el Hornaveque, para adentrarnos ya en el recinto de la ciudad, con los Baluartes del Torreón, de la Coraza Alta, el Espigón y Coraza Baja, el Bastión de los Mallorquines, el Albacar, el Bastión de San Juan de Dios, el de la Pólvora y el de San Francisco. Incluía este plano el estado de la artillería montada en los puestos interiores y exteriores de la plaza en noviembre de dicho año: un total de treinta cañones de bronce, 83 de hierro, seis pedreros, cinco morteros de bronce, dos de hierro, nueve cañones y dos falconetes de hierro estropeados, y muchas cureñas inservibles.
Otros enclaves militares quedaron perfectamente configurados, como el almacén de provisiones de Plaza de África, la puerta de la playa de la Ribera, la Primera Puerta, la de Santa María y el Mirador de la bahía Norte; junto a edificios religiosos tan importantes como el Santuario de Nuestra Señora de África, la Catedral o Iglesia Mayor, que estaba arruinada y el Convento de los Trinitarios. La zona intermedia o ístmica de la plaza de Ceuta siguió siendo el mayor cinturón defensivo, táctico y estratégico, y en el que además se planificó de manera más regularizada el espacio geográfico, con un trazado lineal tras los puestos costeros de ambas bandas norte y sur, con la delimitación clara para los desembarcos y dársena portuaria, y una ocupación intramuros siguiendo las pautas dictadas por la arquitectura militar del momento, como demoliciones, explanadas, situación de edificios de apoyo logístico, trazado y secuenciación de vías y viviendas civiles. Lo que entrevemos extramuros, tanto en la zona del Campo Exterior, colindante al enemigo, como en la Almina, eran aspectos propios de una mayor actividad rural, con dedicación agrícola y ganadera, así como puntos de encuentros navales y terrestres, donde primaban los esquemas defensivos en superficie y subterráneos.
En otro orden de cosas, y ante el importantísimo papel que desarrollaba en la plaza de Ceuta la compañía de minadores, las pretensiones de su gobernador era que estuviese compuesta completamente de soldados voluntarios y que no se extinguiesen los cuatro maestros y seis capataces que había en ella. El rey le contestó el 5 de febrero de 1719 que dispusiera que los hijos de la ciudad con edad suficiente y los desterrados que cumplieron condena y se afincaron allí, los cuales eran ya voluntarios, sentasen plaza en la compañía de minas, publicando bando para que todos los que quisiesen servir en ella, siendo voluntarios, se presentasen a él y al veedor para que se les sentase plaza como minadores, con advertencia de que todos los desterrados con cadena cumplida y empleados en Ceuta en diferentes oficios deberían asentarse en dichas minas o en el regimiento, y no haciéndolo habrían de salir inmediatamente de la plaza. Se entendería que siempre que hubiese voluntario para la compañía de minas, aunque estuviese completa con voluntarios o desterrados, se despidiera al desterrado, volviéndole a agregar a su destacamento y recibir al voluntario.
Estaba obligado el gobernador a remitir al rey justificación de la publicación del bando y a los seis meses una certificación de los soldados voluntarios o desterrados existentes en la compañía de minas. Le reiteró el rey que convenía mucho a su servicio que ningún trabajo realizado en la compañía era inútil, por ser la principal defensa de la plaza, y resolvió también que estuviesen cuatro maestros y diez capataces de minas, y no se extinguiesen, como prevenía el reglamento, sino que subsistiesen como hasta ahora, pero con la observación de que estos empleos recayesen precisamente en aquellos sujetos de mayor suficiencia de la compañía.
A finales de mayo de dicho año, el gobernador Ribadeo fue nombrado Jefe del Ejército de Navarra, quedando interinamente encargado de la plaza ceutí el Mariscal de Campo, Francisco Pérez Mancheño, quien ante el intento de desembarco enemigo en la Almina se apresuró a reparar toda la Muralla Norte que se hallaba deteriorada. Poco duró su gobierno, pues a finales del siguiente mes dirigió Ceuta Luís de Rigio, Príncipe de Campoflorido y Virrey de Navarra. Hizo continuar las obras de su interino, construyendo caminos para el rápido traslado de la caballería y la infantería, contando con la ayuda inestimable de su veedor, Florián Delgado. Corriendo en la ciudad el rumor del rearme artillero enemigo, montó piezas de artillería en los Castillos de Santa Catalina, San Amaro, Desnarigado y Playa del Sarchal. Abrió un nuevo camino desde el Sarchal hasta el Desnarigado y fortificó con tapias toda la costa del mediodía desde el Foso de la Almina, pasando por la Puerta de la Sardina hasta la Playa de San Jerónimo. Aquí construyó el torreón de su nombre para la defensa de la Playa de Fuente Caballos, artillándolo con cuatro piezas. Igualmente, mandó reparar las empalizadas de la Plaza de Armas, hizo cobertizos para la tropa a prueba de piedras de mortero, y en el Foso de las Murallas Reales dispuso diversas cortaduras y fosetes, ante su falta de agua. Por otro lado, perfiló los Baluartes de San José y San Carlos, situados en las actuales instalaciones del Casino de la Legión.
Con el nuevo reglamento de ordenación político-militar de 1715 se logró un aumento del número de pobladores ceutíes, alcanzando los 2895, incluida su guarnición; pero los ataques enemigos fueron tan virulentos en estos años que al gobernador no le quedó más remedio que organizar una compañía de clérigos con 50 plazas empleándola para la defensa de las Murallas Reales hasta la entrada a las bóvedas o galerías, así como el traslado de tierra del Foso de la Almina y relleno de los barrancos aquí existentes para que se levantara posteriormente el nombrado Baluarte de San Sebastián. Dispuso que un grupo de franciscanos defendiese la Rocha y el Espino, mientras que otro de trinitarios acometiese la defensa de la Muralla Sur de la Brecha. Con 130 comerciantes hizo otra compañía para ayudar en la fortificación de Playa Hermosa y Sarchal y para la defensa de Fuente Caballos.
El interventor provincial de la artillería de Ceuta, Florián González, puso a Rigio al corriente del estado de las municiones y pertrechos de guerra que se habían distribuido desde primeros de junio de 1719, así como de las que quedaban disponibles en los almacenes. Aquél le hizo ver, a mediados del mes siguiente, los pocos socorros de gente y armamento existentes en caso de ataque enemigo, quedando disponibles sólo 2569 de los fusiles nuevos y 946 quintales y doce libras de pólvora, insuficientes para el sitio. Las instancias realizadas al subdelegado de artillería de Sevilla y al veedor de Málaga para que le enviasen algunos maestros armeros fueron infructuosas, sin poder conseguirlo, por no querer ir ninguno a Ceuta; mientras que los requerimientos realizados por el gobernador ante la monarquía dieron como resultado la llegada a Ceuta de 500 soldados de las milicias provinciales.
En el mismo sentido que el gobernador local y el interventor provincial de la artillería se manifestó Felipe Tortosa, con escrito de 27 de febrero de 1720. Con la llegada del nuevo gobernador, el Marqués de Gironella, su compañía estaba escasa de artilleros, componiéndose la mayor parte de desterrados, que eran muy necesarios para la plaza. En esos momentos contaba con cuatro maestros minadores, un subteniente, un sargento, un alférez y un teniente, que podía desempeñar el cargo de capitán de artilleros o minadores. Tortosa detalló que hacía veinticinco años que se encontraba en Ceuta en el continuo y penoso trabajo de las minas y Plaza de Armas, cuya fortificación y defensa de ellas estaban a su cargo, pues todas las que se habían adelantado y colocado sobre terreno enemigo se realizaron por el desvelo con que las había trabajado, poniéndose esta plaza casi impenetrable al enemigo. Estuvo sirviendo en Ceuta como ingeniero sin ninguna gratificación hasta 1719, en que Felipe V mandó que se le asistiese con el sueldo de 100 pesos al año como Director de sus fortificaciones, a petición del Ingeniero en Jefe, Alberto Menions, sin que por ello dejase de cuidar las minas.
A mediados de mayo de 1720, el Príncipe de Campo Florido fue relevado en el mando de la plaza de Ceuta por el Mariscal de Campo Francisco Manrique Arana, que a causa del asedio se trasladó por segunda vez a esta ciudad desde el Puerto de Santa María, cuya Capitanía General mandaba, regresando a este destino el 27 de septiembre de este mismo año. Tras su toma de posesión, dispuso que todas las fuerzas realizaran una salida para acostumbrar a los soldados novatos a la lucha contra los marroquíes. Además, mandó volar diversos hornillos en las minas y dobló la empalizada del lado derecho. Si bien en estas fechas la guarnición disponía de las fuerzas del Regimiento Fijo, las Compañías de la Ciudad, la Compañía de Lanzas y la Compañía de Marina, el nuevo gobernador solicitó que acudiese con prontitud el 2º Batallón del Regimiento de Badajoz, ante el acoso enemigo.
El estado deficiente de la artillería, armas, municiones y pertrechos de guerra existentes en la plaza, así como del correspondiente a la Compañía de Artillería y Destacamento del Regimiento Real de Artillería, le fueron notificados a finales de julio de 1720 por Francisco Balbasor, Comandante de la Artillería de Ceuta. Necesariamente, y ante este estado de cosas, Balbasor pormenorizó al gobernador todo lo que precisaba para la defensa de esta plaza ante el asedio ismailita y justificó que los artilleros cobrasen veinte reales de plata doble cada uno al mes y una fanega de trigo, como medio para incentivarlos en sus puestos ante las acometidas del asedio enemigo.
Como vemos, la situación defensiva de la plaza fue empeorando a ritmo acelerado en estos años. Todo esto quedó refrendado con la carta del gobernador Manrique dirigida al Marqués de Tolosa el 9 de agosto de 1720, en la que le explicaba cómo estaban arruinados los parapetos de la Muralla Real y el aderezo de sus troneras, así como que las Maestranzas de Albañilería y los desterrados se debieron aplicar en la fábrica de los almacenes de pólvora de modo urgente, por lo mucho que importaba al real servicio. Su labor, como primera autoridad de la plaza, se centró en la reparación de desperfectos existentes en la Plaza de Armas, quitar los embarazos a la artillería interior, desbaratar los cobertizos de mampostería situados en la estrada encubierta y a pie de las obras, ya que con facilidad se podría subir a ellas los enemigos y romper el laberinto de empalizadas que al hacer indefensos los puestos sólo conducían a la confusión. En la Muralla Real, cuyos parapetos y troneras estaban totalmente destruidos, los soldados quedaron al descubierto y sus artilleros no podían manejar un solo cañón. Estas razones obligaron a Manrique a rehacerlos, añadiendo sus banquetas y dos cuarteles para los artilleros que tampoco antes había. En el Bastión de San Pedro (Fig. 42) se produjo también la caída de parte de su base por efectos de un temporal, por lo que los ingenieros militares debieron proyectar su reparación.
Tras la conclusión de estas obras, acometió la de construir nuevos almacenes, puesto que los existentes en el Castillo de San Amaro, en las Ermitas de Nuestra Señora del Valle y de San Antonio y Castillo de Santa Catalina estaban repletos de material bélico, sobre todo tras el envío desde la Península de una urca con 2000 quintales de pólvora. Por ello, para aumentar la capacidad de almacenaje acomodó otro en las ruinas del antiguo Molino de Viento y sacó los cimientos de uno muy capaz en lo alto del Monte Cabreriza, que en poco tiempo se hundió por el peso de su bóveda, sin que se llegase a utilizar.
El gobernador censuraba además que...
“...al haber pocos desterrados y tener mas quenta vender los reos a los Oficiales que van a recluta con título de mal entretenidos, son muy pocos los que envían a presidio, y llenándose de malhechores los Regimientos, falta gente aquí para los trabajos y lo mismo sucederá en los demás presidios”.
La actuación del ingeniero José Gayoso y Mendoza al lado de Manrique tuvo como principal objetivo estudiar el estado en que se encontraba Ceuta ante el sitio de Muley Ismail, para que adquiriese esa puntual idea de los ataques, avenidas, campamentos y otras circunstancias de su actual situación, y planificar la expedición del ejército del Marqués de Lede desde la plaza de Cádiz a la norteafricana. A tal fin fueron frecuentes las reuniones secretas del General en Jefe y el ingeniero en su despacho gaditano para estudiar el mapa geográfico de los contornos de Ceuta, con los aspectos estudiados in situ y que había remitido este último al Marqués de Tolosa, ocultándole sin embargo a aquél que habían sido redactados en un informe y enviados a la Corte.
Desembarcado el ejército peninsular en Ceuta a primeros de noviembre de 1720, se llevó a cabo lo proyectado en Cádiz con el fin de arrojar a los marroquíes de sus ataques y campo y ocuparlos con tropas del rey, atrincherándose contra las fuerzas que los enemigos pudiesen juntar en el tiempo que se necesitase para arrasar sus líneas y añadir a la plaza las obras nuevas que se proponían. Para ello, Lede repartió el Cuerpo expedicionario en seis columnas, cinco de infantería y una de caballería, situando ésta en el lado derecho por no existir otro terreno más favorable para desembocar en la plaza y marchar sobre el enemigo. Las tres primeras columnas de infantería se compondrían de un Teniente General, un Mariscal de Campo y uno o dos Brigadieres, con ocho batallones, y las dos últimas, compuestas de cinco batallones, con un Mariscal de Campo y un Brigadier.
Una de las tres primeras columnas formó la derecha, a cuyo fin se juntaron sus ocho compañías de granaderos en la plaza de armas del ángulo entrante de la Estrada Cubierta de Santiago, y dos batallones en el resto de dicha estrada. Dos batallones fueron al Foso de la Contraguardia de Santiago y otros dos en su parte superior. La segunda columna, de las tres que formaron el centro, juntó sus ocho compañías de granaderos en dicha zona, y los que no cupieron en ella se desplazaron a la cara izquierda de la Luneta de San Felipe, a su estrada cubierta y golas. La tercera columna juntó sus ocho compañías de granaderos en el Foso de la Luneta de San Jorge, con cuatro batallones en toda la tenaza de la estrada cubierta del frente de la Luneta de San Luís, desde el ángulo saliente de la izquierda hasta el entrante de la Estrada Cubierta de la Reina; y los cuatro batallones restantes sobre la explanada de la segunda estrada y dentro de ella desde la muralla que daba al mar hasta el ángulo saliente del Rebellín de San Ignacio. La cuarta columna, de cinco batallones, se juntó en el Foso del Rebellín de San Ignacio, y una vez que hubieron desfilado por allí las primeras columnas de la derecha y centro, siguieron su marcha para desembocar a los mismos rastrillos y parajes que las referidas columnas.
La quinta columna se juntó en el Foso de la Falsabraga del Baluarte de Santa Ana y encima de la Contraguardia de San Francisco Javier, así como dentro de sus bóvedas, y una vez que desfiló la primera columna de la izquierda, siguió sus batallones su marcha, subiendo por el Foso de San Ignacio, por el Puente de la Brecha de la Contraguardia de San Francisco Javier hasta la estrada cubierta interior que tenía por delante. Desde aquí fueron tres batallones por la izquierda hacia el ángulo saliente y rastrillos de la plaza de armas de la Luneta de San Luís y del Foso de la Luneta de San Jorge, poniéndose así en el mejor orden de batalla que pudieron, sirviendo de segunda línea.
La caballería, cuya columna formó la derecha de todo, situó a sus carabineros en lo más avanzado del Foso del Baluarte de San Pedro, situando también a cuantos dragones cupieron en el interior y huecos del Foso de la Falsabraga hasta la Segunda Puerta, y los que sobraron aquí fueron desplazados a la Puerta Principal, Plaza de África y fuera de la Puerta de la Almina. Con este orden de batalla, el ejército expedicionario acampó donde anteriormente estuvo el de los enemigos, desplazándose éstos al de los Castillejos, que se encontraba a menos de una legua de Ceuta. Se había logrado conquistar con enorme esfuerzo sus cuatro paralelas, con sus correspondientes comunicaciones, reductos, profundos fosos y enmarañadas obras que iban del Mediterráneo al Atlántico, con un frente de una legua de tierra de amplitud. El sistema táctico que emplearon los sitiadores no cambió respecto al siglo XVII, a base de trincheras con un intrincado laberinto de entradas, salidas, cubiertos y reparos de madera para poder guarecerse de las bombas y piedras que desde la plaza se les arrojaba. Esta deficiencia ofensiva se unía a la artillera, siendo suplidas ambas por un número superior de sitiadores llegados de todos los rincones del Imperio, y ...
“... la principal consideración que se ha de hazer es que hallandose estos barbaros prevenidos con un Ejército mui superior al nuestro, podrian venir a atacarnos antes de que el cordón estubiese lebantado, y en tal caso seria forzoso librarles batalla...”.
Los movimientos envolventes del ejército peninsular había dado sus buenos frutos, pero se temió que flaquease en la línea superior o frente de vanguardia por si los magrebíes contasen con un grueso cuerpo de caballería. Para ello, se formó un orden de batalla en toda la amplitud del terreno, ocupando la caballería las alturas de la Torre del Vicario y murallas meriníes y ayudando a sostener a la infantería de la zona izquierda, mientras que la de la derecha se apoderó de las casas del bachá y demás dignatarios. En esta misión se incorporaron los batallones apostados en las Puertas de Alzira y de Fez y el Regimiento de Dragones, al tanto que la caballería de las alturas de los Terrones y Torre del Vicario, junto a otros dos batallones y granaderos, partirían por encima de las murallas meriníes, sobre las alturas del Ribero de Rodrigo Andrada y Barranco de Benitez.
Los sitiadores atacaron en dos columnas, alcanzando un número entre 40.000 y 50.000 hombres, entre infantería y caballería, pero el mayor fuego español de cañón y fusilería les impidió el dominio de las alturas y barrancos más estratégicos. Las bajas del bando sitiador fue de 3000 a 4000, tanto muertos como heridos, así como de 120 caballos muertos. En los sitiados se dieron 300 bajas, entre muertos y heridos, con tres capitanes muertos y muchos oficiales heridos, contando con que el Marqués de Lede tuvo una contusión en el brazo derecho por causa de bala, el Marqués de Büsse tuvo otra en la mano izquierda, el Conde de Roideville la tuvo en el cuello y a Monsieur Evolie le alcanzó una bala en el puño.
Retirado el enemigo, el Marqués de Lede aprovechó estos momentos de sosiego para trabajar día y noche en perfeccionar los atrincheramientos y formar los barrancos con buenas líneas y caballos de frisa, ubicando además cañones en todas las alturas que descubrían las avenidas de los marroquíes, de modo que en este caso todas las tropas españolas estuviesen bien dispuestas para recibirlos. Se demolieron sus fortificaciones, se transportó la tierra del Reducto del Colorado hasta delante del Medio Baluarte de Santiago, se llenaron los barrancos hechos por la voladura de minas, se elevó la Estrada Cubierta de la Media Luna de la Rocha, y se previeron más estacas para la empalizada ceutí, que debía avanzar más a como estaba anteriormente. En escasos doce días se trasladó al campo de Ceuta numeroso armamento enemigo, con un total de dieciséis cañones de cuatro y ocho libras de bala y diez de a dieciséis libras, que se reinstalaron en ocho baterías. Más fructífero fue el acopio de material artillero realizado a finales del mes de noviembre: un total de 4631 balas de hierro, desde el calibre tres al treinta y seis; ocho balas de piedra del calibre treinta y seis, 277 bombas, y veinticinco granadas de mano vacías.
A principios de diciembre, Marqués de Grimaldo dio noticias a José Patiño del Campo de Ceuta, detallándole cómo el Marqués de Lede mandó al ingeniero Juan de la Ferrìere a bordo de una de las dos galeras que costearon el litoral ceutí para poder reconocer el terreno enemigo y sus posibles movimientos. Fueron avistadas y atacadas, respondiendo aquéllas con fuego artillado y haciendo huir a los fronterizos, que abandonaron sus tiendas y se escondieron en un barranco. Igualmente, el ejército español proseguía en el trabajo de cegar los fosos, cortaduras y ataques, al tiempo que se volaban y deshacían con minas los fuertecillos que para sostenerlos habían levantado los sitiadores.
Las noticias remitidas desde Tetuán por el confidente Salomón Carfón decían, a mediados de ese mes, que al campamento enemigo situado en los Castillejos, muy cerca de Ceuta, habían llegado desde Tetuán, Fez y sus contornos unos 30.000 hombres, entre infantería y caballería. Además, el rey Gulides mandó allí otros 6000, entre esclavos y jinetes y 2000 negros escopeteros. Los alcaides, cuñados del rey, colaboraron con 2000 soldados y la remesa de 100 quintales de pólvora desde Mequínez. Dicho campamento se había instalado lejos del arenal, por temor a los ataques navales de las galeras españolas, en un paraje boscoso que había sido talado para hacer chozas, y los escuchas se situaron en las montañas para descubrir las posibles incursiones. La ciudad atlántica de Tánger también se rearmó con 6000 hombres de infantería, 2000 negros de la guardia real, jinetes y fusileros; ya que en ambas plazas marroquíes se temía que el ejército de Lede adelantase tanto sus líneas como para intentar sus conquistas.
Doce días más tarde, el Ingeniero en Jefe y Teniente Coronel, Luís de Langot, hizo un proyecto para fortificar la plaza de Ceuta que remitió a Jorge Próspero de Verboom. Recordemos que Langot había pasado a España, en calidad de cedido por el Departamento de Fortificación francés, como recogía la “Relación o Memoria de los Ingenieros que vinieron de Flandes a servir en los Ejércitos de Aragón y Extremadura” de 29 de abril de 1710. Su hoja de servicios era intachable. En una representación realizada por Verboom al Marqués de Bedmar de 4 de julio de 1710, se decía que aquél le conocía ya de muchos años y que el Mariscal Vauban había utilizado sus servicios en todos los proyectos de fortificación de las plazas, detalles de sitios y dependencias pertenecientes a dicho arte, y que habiendo pasado por orden del rey francés a España, asistió a todos los sitios durante la guerra en el reino de Valencia y Principado de Cataluña, recibiendo aquí varias heridas. Aprendió pronto el español, siendo esto de gran utilidad para el rey Felipe V, teniendo experiencia tanto en obras terrestres como marítimas e hídricas continentales y juzgándole digno del empleo de Director, aunque gozase ya varios años del de Ingeniero en Jefe. A finales de mayo de 1711 acompañó a Alberto Mienson a Cervera para reconstruir sus murallas, puesto que los partidarios del archiduque Carlos las habían hecho saltar al abandonar la plaza. Al poco tiempo marchó a Mequinenza a intervenir también en los trabajos de fortificación. En 1713 trabajó en el asedio de Barcelona, junto a Jorge Próspero Verboom, Isidro Próspero Verboom, Larrando, Derretz, Montaigú, Díaz Pimienta, Bauffe y De la Fèrriere. Cinco años más tarde, trabajó en las obras de la Ciudadela de Barcelona.
El proyecto de Langot para Ceuta de 22 de diciembre de 1720 incluía los últimos ataques realizados sobre el Campo del Moro, con sus líneas más avanzadas, con idea de que Verboom pudiese ver hasta dónde los enemigos habían llegado a plantar sus banderas bajo el fuego propio. Además, llevaba un plan del frente de la plaza con lo que se podía añadir en esos momentos para ponerlo en estado de defensa, e incluía una provisión de los materiales necesarios para su ejecución y que deberían ser enviados desde la Península, como 8000 fajinas, 30.960 estacas, 4644 vallados, 200 listones y 4644 clavos para unir las empalizadas. Detalló también otras observaciones interesantes, como la llegada desde Andalucía de 2000 paisanos para acelerar el ritmo de las obras emprendidas, de que habían llegado a Tetuán cinco navíos ingleses para llevarles pólvora y balas y de que sólo contaba la plaza con siete ingenieros, entre los que se encontraban él mismo, el Ingeniero Director Isidro Próspero Verboom, Monsieur de Bauffe, Monsieur Breroffe, Monsieur Lacombe, el Ingeniero Extraordinario Antonio Fovet y el Ingeniero Ayudante Martín Fovet. Estos últimos habían realizado un proyecto de defensa para los alrededores de Ceuta, así como del terreno que ocupaban las líneas ceutíes y previamente, en 1718, habían trabajado en las obras de la Ciudadela de Barcelona.
Jorge Próspero Verboom estudió en Barcelona el proyecto de fortificar a Ceuta de Langot, así como el plano remitido a la Corte por el Marqués de Lede y se quejó de que no le hubiesen mandado un plano con todas las líneas adelantadas, por lo que ...
“... mientras no se remitiese alguno completo quedaremos en obscuras,... y le aseguro que me sirve de mortificación el haver de dezir a todo el mundo que no se me ha remitido plano alguno de aquel campo en línea, porque no lo pueden creer”.
Respecto al plano de Lede, dijo que...
“todo él consiste en unas piezecitas, unas encima de otras, casi sin defensa y sin comunicación de una a otra, lo que haze que su Estrada Cubierta no sea más que en ángulos entrantes y salientes, pudiendo sobre el mesmo terreno hazer otra cosa mucho mejor con un poco de mayor coste para tener siquiera alguna obra regular, siendo todo lo demás muy irregular; pero como en este Plano no viene Perfil ni explicación del terreno, es dificultoso proponer aquí lo que nos parece que se pudiera hazer...”.
Entendemos que el plano enviado por Lede correspondía al que ahora presentamos en la Figura 43, y sobre el que propuso Verboom levantar otras fortificaciones, censurando al mismo tiempo la actuación de los dos Ingenieros en Jefe en la plaza de Ceuta, por mandar que se ejecutasen unas obras como las que iban propuestas.
No dudó Verboom en informar de todo lo acontecido en Ceuta al Marqués de Castelar a primeros de febrero de 1721. Le detalló que las fortificaciones que se ejecutaban en las reales plazas españolas debían cumplir la normativa existente sobre el sistema de guerra impuesto en esos momentos, pudiendo defenderse con ellas contra las fuerzas que las pudieran atacar, pues si no era así no cumplirían buen servicio a los intereses de la monarquía. Ocupando Verboom el cargo de Director General de las Fortificaciones de todos los dominios reales no podía dejar de pasar por alto los momentos cruciales por los que pasaba la defensa de la plaza de Ceuta y remitió, al tiempo que a Castelar, al gobernador local, Francisco Ribadeo, unas reflexiones sobre el proyecto propuesto por sus Ingenieros en Jefe. Admitía, sin embargo, que las obras adelantadas sufrían lógico retraso por falta de materiales y de trabajadores.
El día 8 de febrero de 1721 remitió el ingeniero Juan de la Ferrière a Verboom un proyecto para fortificar Ceuta, muy parecido al de Langot, que incluía cuatro planos explicativos del mismo, correspondientes a las Figuras 44, 45, 46 y 47. En éstos, De la Ferrière explicaba con distinta coloración y trazado de puntos o líneas las obras que se debían demoler, las que se conservarían y las que se proyectaban como nuevas. Igualmente, resumía las fortificaciones exteriores más significativas, como la Contraguardia de San Francisco Javier, el Rebellín de San Ignacio, el Ángulo de San Pablo, los Medios Baluartes de Santiago, San Pedro y Santa Ana; los Reductos de África y Alcántara y la Media Luna de la Rocha. También detalló las trincheras de los magrebíes, los Ataques del Alcaide y de los Colorados y el Arroyo del Chafariz.
Verboom encontró numerosos defectos al primer proyecto para fortificar Ceuta realizado por este ingeniero. En primer lugar, las lunetas, que De la Ferrière situaba al pie del glacis del camino cubierto interior, podrían ser ventajosas si se les hubiese cubierto de una contraescarpa, que habría hecho de foso, recuperándose así la cumbre del camino cubierto y lográndose a un tiempo que las lunetas estuviesen bien defendidas y enfiladas por el fuego del citado camino. A su amparo se hubiesen podido formar plazas de armas bien atrincheradas con sus traveses y desenfiladas en los lados necesarios, como se practicaba ordinariamente. Igualmente, se podría mejorar la defensa del camino cubierto con buenas salidas sostenidas desde las lunetas, que para ello deberían estar unidas a aquél con una buena comunicación desde los ángulos salientes hasta sus golas. Estas ventajas no se llevaron a cabo en el proyecto, apareciendo el camino cubierto como foso de las lunetas que, al estar tan sólo alejadas cuatro toesas y media, no podían dominarlo con su fuego, pudiéndose situar sin temor el enemigo bajo el fuego local. Para evitarlo, Verboom proponía que para enfilar bien se dispusiesen traveses apoyados al revestimiento de las caras de las lunetas, medio que favorecería el alojamiento al poderse pasar alrededor del camino cubierto. Tampoco entendía bien Verboom el uso de las caponeras, que presentaban serios inconvenientes y facilitaban la caída de las murallas cuando se les batía en los riñones de la gola. Si el enemigo llegara a conquistarlas, al tiempo que el camino cubierto, su alojamiento podría resultar problemático, puesto que con la ayuda de minadores zapadores lograrían hacer saltar los extremos de las citadas lunetas, llegando incluso a posibilitarse la colocación de sus baterías que podrían batir las obras interiores y anular los propios fuegos.
En el proyecto de De la Ferrière, la derecha del frente no defendía la izquierda y viceversa, mientras que el centro avanzaba demasiado. Verboom proponía que los extremos avanzasen de modo que uno cubriese al otro con fuego cruzado, obligando así al enemigo a ocupar todo el frente, y no como ocurría antes que éste no atacaba más que la mitad, con lo que no tenían temor a otro fuego que les enfilara. Por otro lado, el ejército sitiador estaba condicionado a recurrir a obras difíciles que le resguardaran de las enfiladas locales, con el problema añadido de necesitar más tiempo para rehacerlas.
Verboom seguía las ideas poliorcéticas de Vauban en lo que se refería a mejorar y perfeccionar el sistema abaluartado con el uso de obras exteriores, medios revestimientos y obras avanzadas como las lunetas para ocupar los puntos más importantes y dominantes de la plaza y salidas en forma de golpes de mano contra las cabezas de zapa, apoyados por fuertes concentraciones de fuegos enfilados, conjugando acertadamente el fuego con el movimiento de tropas. Debemos tener en cuenta que los modelos de fortificación abaluartada con orejones curvos y flancos curvos ocultos de Vauban y Medrano influyeron directamente en Verboom, ya que procedían ambos de la misma tradición en el campo de la poliorcética y por ello impactaron enormemente en Verboom, que llegó a trabajar al lado del primero y estudió al lado del segundo en la Academia de Matemáticas de Bruselas. Efectivamente muchas de las enseñanzas aprendidas por Verboom del Sargento General de Batalla, Sebastián Fernández de Medrano, Director de la Academia Real y Militar del Ejército de los Países Bajos, se vieron recogidas en los proyectos analizados en estos momentos, como el nuevo método de fortificación a base de flancos curvos que caían perpendicularmente sobre la línea de defensa y ésta debía quedar dentro del alcance del mosquete de punto en blanco, o sea de 1000 pies geométricos, y no del cañón de artillería. Por otro lado, Medrano afirmaba que lo más importante de toda defensa era que el ángulo de fuego quedase tan agudo que todos los tiros debiesen ser muy oblicuos. Valoraba como preciso el uso de orejones y espaldones, minas, baluartes terraplenados, caballeros, puertas y fosos inundados. Con todos estos elementos defensivos había fortificado las plazas reales de Mobenge y Narden en Holanda, Menin y Saffo en Flandes, Besançon en Borgoña y las de Luxemburgo.
Por otro lado, según Medrano, cualquier plaza debería estar siempre prevenida con los requisitos necesarios para su defensa, haciendo provisión primero de víveres de todo tipo para mantener la guarnición tres o cuatro meses de sitio por lo menos, obligando a los vecinos a tener lo mismo en su casa, y en cada una un molinillo de mano para moler su grano, tahonas, municiones, pólvora, piezas de artillería para sus baluartes, morteros con bombas, granadas, picas, mosquetes, arcabuces, azufre, salitre, alquitrán, fajinas, sacos de trinchera, chuzos, partesanas, picos, zapas, palas, barcas, linternas, tablones, clavos, martillos, mazos, tenazas, caballos de frisa y estacas. Además de materiales, se deberían poner en regular defensa los parapetos, baterías, fosos y estrada encubierta, y de poco valdrían estas disposiciones si no se contara con suficientes artilleros, artificiales de fuegos, minadores e ingenieros. El buen gobernador de la plaza dispondría Consejo de Guerra e informaría a su general y a su rey, mandaría partidas a reconocer y recoger ganados y víveres de los contornos. Procedería también, ante un sitio declarado, a arrasar todas las zanjas y trincheras próximas, pegaría fuego a todas las casas que se hallasen dentro del tiro de mosquete, cortaría los árboles y dejaría la explanada sin embarazo alguno, situando además las municiones, víveres y pertrechos en almacenes a prueba de bombas.
La necesidad de las salidas se confirmó con la expedición a Ceuta dirigida por el Marqués de Lede. Medrano las consideraba muy oportunas, debiéndose contar con granadas, escopetas, partesanas y garfios para deshacer los parapetos de los ramales, así como martillos y clavos largos para clavar la artillería enemiga. El tiempo más adecuado para realizarlas sería el de media noche y mejor si fuera lluvioso, precisándose la colaboración de la infantería, la caballería y la artillería. Para que fuesen eficaces las salidas y se pudiese engañar al enemigo, no se deberían tener los morteros fijos en un sitio sino en diversas partes de la estrada encubierta, fortificaciones exteriores e interiores y foso seco, cambiándolos de posición muy a menudo. Las baterías de la plaza se situarían en las cortinas y nunca en los baluartes, montando las piezas sobre cureñas de navíos, que eran fáciles de manejar, ocupaban poco espacio y no daban tanto objetivo a las bombas enemigas.
Apoderados los sitiadores de la estrada encubierta y fortificaciones exteriores, se instalarían allí y fortificarían, y lo mismo pretenderían en el foso principal si fuese seco o lo cegarían si fuese inundado. En el primer caso, saldría la caballería de la plaza por las poternas a correr a los sitiadores por todas partes y si fuese de agua, se harían salidas por medio de barcas. Para resistir los embates enemigos en las brechas se usarían todo tipo de materiales inflamables y fuegos artificiales, fajinas embreadas, bombas de canal, tonelillos de pólvora y piedras grandes. Si los minadores contrarios hubiesen hecho una galería en los baluartes, se precisaría de una contramina para volarlos o esperarlos a que saliesen y luego atacarlos. Para resistir mejor sus avances, se rellenarían las brechas producidas en las defensas con caballos de frisa y rastrillos con puntas de hierro, situando en parapetos a gente de mosquetería.
En estos primeros veinte años de actividad poliorcética en la plaza de Ceuta los programas constructivos de ingeniería militar llevaron siempre los sellos de identidad de Vauban, Medrano y Verboom, como tres líneas convergentes que, con pocas variaciones esenciales nos llevarán hasta el final de siglo. Las innovaciones en la tratadística europea, salvo tímidos intentos, no se tradujeron en esta plaza, y sus estructuras defensivas y ofensivas, lo que se dio por llamar “el ataque de las formas” fue la nota común, llegando a mantenerse hasta que de nuevo los avances de la artillería hizo desplazar a estos sistemas amurallados, imponiendo así una nueva forma de hacer la guerra.
Retomando el análisis poliorcético realizado por J.P. Verboom de los proyectos de Luís de Langot y Juan de la Ferrière, aquél los seguía valorando como defectuosos, y así se lo volvió a reafirmar al Marqués de Castelar a finales de febrero de 1721.
“a fin de que V.S. se sirva ponerlo todo en la noticia del Rey para que se digne minarlos y resolver sobre ello lo que hallare por mas combeniente a su real servicio, y si mi proyecto mereciere la aprobación real sentiría mucho que llegasse tarde por lo que puede importar el que a lo menos se construyan las obras interiores según las buenas reglas de la fortificación”.
Se seguía quejando de que ambos ingenieros tenían la obligación de haberle remitido los planos y perfiles del frente de la plaza de Ceuta, así como las explicaciones pertinentes para mejorar su defensa. No ocurrió así, iniciándose las obras sin su visto bueno, detallándosele tan sólo en pocas líneas lo que estaban ejecutando, y censurándoles que...
“...aunque se hallan condecorados de Ingenieros en Jeffe, y apartados de mí, parece les incumbe la obligación de darme parte de todo lo que ocurre de su empleo, maiormente en una materia tan grave, pues aunque fuessen los maiores ingenieros no se duda es bueno de consultar, porque siempre ven más dos que uno, además de la precisa atención que me deven hacer en esso, y de que no teniendo la Ferrière todavía la experiencia de sitios y defensas por las largas que yo tengo de ellas, estoi en obligación de saber más que él, principalmente de lo que depende el buen juicio en la disposición de las obras y ser yo su Jefe a quien deviera haverme ynformado y enviado un Plano de su idea en el tiempo que lo remitió a la Corte para no fiarse del todo a su juicio en assumpto que tanto le interessa al real servicio y en este casso se pudiera haver prevenido lo combeniente”.
El tanteo del coste que importarían las obras proyectadas en el frente de ataque de la plaza de Ceuta, como asimismo los reparos más precisos que se necesitaban hacer en las obras que se encontraban deterioradas, sin incluir el coste de la nueva estrada encubierta, así como las reparaciones y obras menores que no eran imperiosas de tratar fue el siguiente: 12.000 toesas de tierras, a razón de ocho reales de plata cada toesa, importaban 12.000 pesos; 725 toesas de mampostería y sillería para las tres lunetas, a veinticuatro pesos la toesa, importaban 11.400 pesos; 254 toesas de mampostería y sillería para el Ángulo de San Pablo, importaban 6096 pesos; 412 toesas para los Medios Baluartes de Santiago y San Javier, importaban 9888 pesos; 1215 toesas para los dos espigones importaban 29.160 pesos; 94 toesas para el parapeto de las estradas encubiertas importaban 2256 pesos y 340.000 ladrillos, a siete pesos el millar, costaban 2380 pesos. A los 79.180 se le sumarían un total de 6000 pesos de gastos imprevistos, por lo que la suma total de gastos sería de 85.180 pesos.
El Marqués de Tolosa comunicó el 31 de enero de 1721 al ingeniero De la Ferrière que Felipe V había aprobado su proyecto para poner en mejor estado de defensa la plaza de Ceuta, y que le rogaba le remitiese una copia del referido plano con sus perfiles correspondientes, así como el tanteo del coste de las obras y reparos que hemos desarrollado anteriormente. El ingeniero puso en orden todas las líneas de su primer proyecto y fruto de tal reordenación fue el envío, el 31 de junio de 1721, de un segundo proyecto que era el que se ejecutaba en esos momentos en la plaza (Fig. 48). De la Ferrière informó detalladamente al Marqués de Castelar de que los trabajos que tenía asignados como Director incluían los de allanar los ataques de los marroquíes para adelantar la nueva estrada encubierta, y que dicho trabajo resultaba lento. Se había empezado a poner una empalizada en otra estrada encubierta, empleándose un total de 2100 hombres de la guarnición, 1000 paisanos venidos de Málaga y 150 machos del tren de artillería. Debido a que la irregularidad del terreno del Campo Exterior de la plaza requería muchos perfiles para aclarar toda la obra que se había hecho hasta estos momentos, y ante la falta de tiempo para poder levantarlos, De la Ferrière le remitió, como anexo a dichos documentos, una pequeña memoria que explicaba las partes del terreno y el modo con que las había dispuesto para desenfilar la plaza de las alturas circundantes.

