Capítulo 1
Ceuta en su contexto urbanístico hacia 1930
En la década de los años veinte del pasado siglo el urbanismo vivió en España una etapa de consolidación tanto institucional como profesional, en la que confluyeron reflexiones académicas y experiencias prácticas de intervención en la ciudad que conducirían a una normalización legislativa en el nuevo ámbito disciplinar.
Las acciones realizadas hasta entonces en las ciudades españolas se habían basado en operaciones de ensanche y reforma interior, como la apertura de las modernas grandes vías, en los centros urbanos que contaban con estamentos burgueses más consolidados, y en operaciones de alineaciones viarias que enderezaban y ensanchaban determinadas calles.
El catedrático de Derecho Municipal de la Universidad Central de Madrid Adolfo Posada (1860-1944) nos sitúa la problemática del urbanismo durante aquellos años en toda su extensión en el prólogo de su libro El régimen municipal de la ciudad moderna:1 «Desde 1916, el interés por los problemas municipales de la ciudad no sólo no ha decaído, como podría creerse dadas las hondas y, a menudo, trágicas conmociones que constantemente agitan y perturban a los pueblos, sino que aquel interés se ha intensificado, constituyendo la condición de las ciudades, y el régimen municipal de su vida, una de las más apremiantes preocupaciones de los políticos de acción, y de los técnicos de numerosas ramas y profesiones. En estos años últimos años de la posguerra, y por causas diversas, el problema del régimen municipal y local viene solicitando la atención de pensadores, legisladores y gobernantes, promoviendo encuestas de subido valor en Inglaterra, provocando amplias reformas en los diversos estados alemanes, preocupando en Francia y en España a políticos y gobernantes, mientras que en América del Norte continúa siendo el régimen municipal de la ciudad, campo de las más ricas, atrevidas y fecundas experiencias».
El punto de partida para la definición de un instrumento normativo propio que permitiera el crecimiento ordenado de las ciudades y su adecuada gestión fue la aprobación en 1924, bajo la dictadura de Primo de Rivera, del Estatuto Municipal. En este nuevo ámbito profesional la nueva ley fue considerada «el punto de partida del Urbanismo en España, de igual modo que lo es para Gran Bretaña la ley Town Planning Act de 1909 y la ley francesa de 1919 conocida como Ley Cornudet».
El precedente inmediato del Estatuto Municipal habían sido las leyes de ensanche del siglo XIX. Para Bassols Coma, la legislación de ensanche, el instrumento normativo que debía encauzar la urbanización de las ciudades, partía de fundamentos endebles, demasiado respetuosos de los intereses fundiarios y sin una base o armazón administrativa sólida. El resultado fue que la legislación de ensanche limitó su acción a unos sectores restringidos del término municipal, cumpliendo sociológicamente la función de ordenar los asentamientos de las clases burguesas, pero incapaz por la propia naturaleza de sus postulados de encauzar la urbanización de los nuevos asentamientos que se formaron a raíz de las primeras emigraciones masivas del campo a la ciudad. Además, su aplicación práctica resultaba compleja, dado el espíritu completamente centralista de las leyes de ensanche, que derivaba en enmarañados procesos burocráticos. En palabras del arquitecto y urbanista Fernando García Mercadal, «la ley del 95 puede calificarse de impracticable y tal es así que en los treinta y cinco años de su prolongación tan solo han sido ejecutados y tramitados por la misma, el proyecto de Gran Vía en Madrid y el del ensanche de Sevilla en Triana».
El Estatuto Municipal otorgaba la responsabilidad de la extensión urbana al municipio. Su promulgación en 1924 por José Calvo Sotelo, como director general de la Administración Local, fue una respuesta a la necesidad de ordenar el crecimiento de las ciudades y permitir su financiación. El Estatuto Municipal pretendía generalizar el planeamiento urbano en España del mismo modo que la Town Planning Act de 1909 lo había logrado en Gran Bretaña. Además, introducía una nueva aproximación al desarrollo urbano obligando a la redacción de planes de extensión para todos los municipios de más de 10.000 habitantes y con una tasa de crecimiento de población del 20% en el periodo comprendido entre 1910 y 1920. A este respecto, el Estatuto Municipal fue más una formulación conceptual, metodológica e instrumental que una experiencia generalizada.
El Estatuto Municipal constituía en su articulación una brillante síntesis de un régimen jurídico unitario, que refundía y ordenaba los preceptos anteriores pero que estaba carente de originalidad. De hecho, la visión técnico-sanitaria seguía formando parte de las directrices del mismo. En realidad, tanto el Estatuto Municipal como el Reglamento de Obras y Servicios, que se aprobó cuatro meses más tarde, se basaban en leyes e iniciativas anteriores.7 Por otra parte, el Reglamento de Obras y Servicios introducía innovaciones que lo desvirtuaban sensiblemente, como la incursión del Estado en la regulación urbanística a través de la fiscalización estatal de los proyectos por razones técnico-sanitarias a través de las Comisiones Central y Provinciales Sanitarias. Aunque éste constituía el único control sobre el municipio, la amplitud de los cometidos técnico-sanitarios del reglamento implicaba a toda la materia urbanística.
Uno de los principios del Estatuto Municipal era definir que las actuaciones urbanísticas debían adquirir la condición de cometidos ordinarios de la vida municipal. La iniciativa y el ejercicio de la competencia urbanística quedaron confiados de forma autónoma a los ayuntamientos. La potestad de ordenación reglamentaria a través de las ordenanzas y su contenido estaba reservada también a la libre determinación de los ayuntamientos. Además, en el Estatuto Municipal estaba el propósito de alcanzar una ordenación urbanística de todo el término municipal. Para las extensiones en las que el ámbito de afectación propuesto iba más allá del término municipal, la solución elemental que preveía el Estatuto consistía en la modificación de sus límites, a la que se sumaba la posibilidad del funcionamiento mancomunado de los municipios vecinos.
La aplicación de instrumentos fiscales al urbanismo se ha presentado históricamente como una medida de incentivos de la que la legislación de ensanche y reforma interior era un claro exponente para, progresivamente, convertirse en instrumentos de penalización o absorción de plusvalías. En el Estatuto Municipal se potenció el urbanismo fiscal, con figuras tributarias de marcado acento penalizador de los gastos o de los beneficios ocasionados por la revisión de las obras de urbanización. Además, reapareció la figura del plan general de alineaciones, convertido en la base de información que permitió esa fiscalización y toda la gestión económica de las actividades vinculadas a la puesta en práctica de la normativa.
El Estatuto Municipal dotaba de los instrumentos necesarios que permitían, de un modo planificado y sistemático, no sólo la gestión sino también la financiación de los proyectos urbanos mediante el sistema de créditos canalizados a través de la implantación del Banco de Crédito Local. Esta institución había sido creada en 1925 para proporcionar fondos a las entidades locales siguiendo las directrices del Estatuto Municipal. Su gobernador era precisamente José Calvo Sotelo, autor del Estatuto Municipal y ministro de Hacienda. Para el urbanista César Cort, el Estatuto Municipal «había servido de base para nutrir aquellas haciendas municipales», al consagrar el suelo como principal fuente de financiación municipal.
El Estatuto Municipal puso en evidencia las carencias existentes a la par que introdujo la necesidad de ajustar las responsabilidades que debían asumir los distintos agentes participantes en el proceso, partiendo de la necesidad de un marco legislativo que permitiera su avance. Sin embargo, ésta no era la única legislación que reclamaban los profesionales del urbanismo. Durante años fueron muchos los que reclamaron una ley general de urbanismo que sirviera de complemento al Estatuto Municipal. Pero la necesidad de disponer de un adecuado instrumento legal de ordenación urbanística no encontró respuesta hasta la aprobación de la Ley del Suelo de 1956.
A partir del año de la entrada en vigor del Estatuto Municipal se convocaron numerosos concursos de ámbito municipal a lo largo y ancho de la geografía española, con la finalidad de desarrollar planes de extensión de los municipios para cumplir con el plazo de cuatro años que se establecía para su aplicación. El concurso de anteproyectos tenía como fin recoger las mejores ideas que se presentaran para servir a los técnicos municipales como guías para la elaboración del proyecto definitivo. De esa forma, el municipio conseguía reunir las sugerencias aportadas por los urbanistas participantes, en algunos casos de reconocido prestigio como el urbanista alemán Joseph Stübben, invitado en el concurso de extensión de Bilbao de 1926—, y a la vez mantener el control sobre la elaboración del plan. En otros casos, se convocaba el concurso de anteproyectos y se encargaba el desarrollo del proyecto de ejecución al ganador, opción escogida por Ceuta en sus concursos de extensión. Algunos municipios optaban por la adjudicación directa del plan de extensión, como fue el caso del plan de Murcia de 1926, adjudicado a César Cort.
La denominación de los proyectos como planes de «ensanche y reforma interior» presentaba reminiscencias en la manera de abordar la ordenación del espacio urbano que venían del siglo XIX. A pesar de la fuente impronta municipalista del Estatuto Municipal, que a priori permitía agilizar cualquier gestión, muy pronto se evidenciaron los numerosos inconvenientes para su puesta en práctica. Uno de los más obvios fue la falta de solidez de la práctica urbanística entre los profesionales que debían asumir la nueva responsabilidad. En el caso español, fueron los arquitectos en pugna con los ingenieros de Caminos.
De la precaria consolidación del urbanismo da cuenta el siguiente testimonio de César Cort, primer catedrático de la nueva disciplina que en el plan de estudios de 1932 pasó a denominarse Urbanología en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid: «Las leyes han de ser la cristalización del sentir público. Una ley no comprendida jamás podrá ser derechamente acatada. Por eso los municipios inertes, los que han hecho caso omiso de la ley, son los más. Y debemos felicitarnos de ello, porque un plano arbitrario, ilógico, implementado o sin fundamento, suele ser más nocivo que el abandono de la ciudad al espontáneo desarrollo de sus barrios, donde algunas veces se encuentra la razón que justifica su existencia. Ni los municipios están preparados para organizar la expansión ordenada de sus continentes urbanos, ni las gentes sienten la magnitud del problema integral de la ciudad, ni los técnicos competentes son tantos que pudiesen atender las demandas de todas las poblaciones necesitadas de su consejo y ayuda [...] Mientras tanto, conviene intensificar la labor urbanística que prepare el ambiente para que la técnica urbanológica pueda alcanzar sus frutos. A los escritores y políticos hay que fiar la difusión del urbanismo. Y a las escuelas profesionales el perfeccionamiento de la urbanología».
Como resultado, durante estos años se afianzó la convicción de que era preciso fundamentar la práctica del urbanismo a través de su definición teórica y de su sistematización práctica, con el fin de poder hacer frente a la alta demanda de profesionales que suponía la puesta en acción del Estatuto Municipal. Así, la celebración del congreso organizado por la Sociedad Central de Arquitectos en 1926 (XI Congreso Nacional de Arquitectura y I de Urbanismo) supuso la legitimación de una nueva profesión y se convirtió en el más serio esfuerzo de profesionalización del urbanismo por parte de los arquitectos españoles. De hecho, durante su celebración se recopilaron y se mostraron las nuevas experiencias de práctica profesional con el propósito de convertirse en foro de reflexión y debate para establecer bases comunes de trabajo.
1.1. La puesta en práctica del ensanche y reforma interior de las poblaciones españolas desde la aprobación del Estatuto Municipal
Giorgio Piccinato ha destacado cómo los instrumentos legales de construcción de la ciudad moderna fueron desde sus inicios en el siglo XIX el plano regulador y el reglamento de la edificación. Y así continuó siendo durante este periodo, donde el plano adquiría la capacidad científica de representar la realidad existente y propiciar la actuación sobre esa realidad corrigiendo sus defectos a través de los conceptos higienistas, funcionales y de arte urbano. Estos conceptos se intentaban parametrizar en base a la cuantificación de relaciones como la densidad, la proporción de los espacios libres por habitante, la relación del ancho de las calles con la altura de la edificación, etc., lo que servía para ayudar a formalizar la propuesta.
El plano de alineaciones y rasantes continuaba siendo el instrumento fundamental de definición de las propuestas urbanas. Se incluía la identificación individualizada de cada una de las manzanas afectadas por la propuesta con la definición exacta del aprovechamiento previsto en base a los distintos parámetros fijados en las ordenanzas municipales, lo que permitía la minuciosa fiscalización. Dada la implicación económica de este proceso, la disponibilidad de una correcta base cartográfica de partida se convirtió en el requisito indispensable previo a cualquier propuesta de extensión urbana.
La estética urbana, que hacía hincapié en el sentido arquitectónico de la ciudad, era uno de los aspectos claves del plan, aunque para llegar a ella se consideraba indispensable desarrollar, a modo de diagnóstico, estudios previos basados en el survey. La tarea consistía en descubrir las lógicas de orden distinto que actuaban en la constitución del espacio urbano, donde también quedaba un lugar para la intuición. Para ello se disponía de bases de datos de distintos aspectos, como la cuantificación de la población, la actividad económica, las condiciones higiénicas, etc., y las estimaciones de futuro, en base a modos de proyección estadística más o menos cuestionables.
Los estudios históricos que acompañaban a los planes no se limitaban a referencias nostálgicas ni a meros ejercicios retóricos. Respondían a una necesidad operativa. En efecto, a través de ellos estaba presente la preocupación por la justificación de la autenticidad, para cuyos primeros proyectos el diagnóstico constituía la base de la metodología empleada.
Una cartografía temática acompañada de perspectivas y volumetrías soportaba el peso gráfico de las propuestas, a la que se añadían maquetas de los desarrollos urbanos completos o parciales. Se trataba de entender que los proyectos de ordenación de la ciudad pasaban por formar imágenes de futuro que permitieran la preparación en tiempo por parte de las autoridades como de la iniciativa privada de los mecanismos de intervención urbanística que las posibilitasen. Así, Secundino Zuazo utilizó en su proyecto de reforma interior de Bilbao de 1922 una perspectiva de su propuesta para el frente urbano al río Nervión casi idéntica a las ilustraciones contenidas en el Plan de Chicago de Daniel H. Burnham y Edward H. Bennett de 1909, como forma de transmitir la aspiración metropolitana de Bilbao; y Antonio Palacios usó una maqueta en el plan de extensión y reforma de la ciudad de Vigo de 193213, encargado por el ayuntamiento de la ciudad tras una fallida convocatoria de concurso, para mostrar la vía principal de su proyecto, que culminaba en un imponente edificio capitolino convertido en el corazón del nuevo Vigo.
A esta visión plenamente arquitectónica del plan se sumaba el carácter comarcal o regional, que suponía la inclusión del ámbito territorial más próximo. La formalización de estos novedosos planteamientos incluía la presentación de ciudades-satélite, conexiones viarias y una aproximación a la zonificación. A partir de los años treinta, la obligatoriedad de inclusión de propuestas de zonificación y de ciudades-satélite se hizo presente en las bases de las convocatorias de los concursos municipales de planes de extensión.
Tanto las demandas que planteaban los municipios como las respuestas de los profesionales respondían a un programa que pretendía ser perfectamente realizable y sobre esa base de razonamiento empírico se planteaban las soluciones a los problemas detectados. A nivel práctico, el problema de fondo que impidió la puesta en marcha de la mayoría de los planes no era otro que el omnipresente problema de la especulación y el choque de los distintos intereses en las propiedades de los terrenos afectados.
La falta de un buen plantel de profesionales y técnicos en planeamiento y diseño urbanos propició la repetición de los nombres de un pequeño pero significativo número de arquitectos e ingenieros en los concursos convocados para la extensión de las ciudades españolas para cumplir dicha ley. Los nombres de César Cort, José Fonseca, Gustavo Fernández Balbuena, Fernando García Mercadal, Pedro Muguruza, Antonio Palacios, José Paz Maroto, Saturnino Ulargui, Secundino Zuazo, Gaspar Blein, Ricardo Bastida, Ricard Giralt Casadesús, Adolf Florensa y Nicolau Maria Rubió i Tudurí, entre otros, se repetían durante esos años en la práctica profesional, que se ejercitaba en la mayoría de las ocasiones a través de los concursos convocados por los ayuntamientos, o en los distintos foros de encuentro sobre urbanismo.
En este punto, resulta especialmente enriquecedor el estudio de la información proveniente de los concursos urbanísticos, que permite la comparación de distintas actitudes ante un mismo hecho urbano en un momento determinado. Los documentos reguladores y normativos de los planes urbanísticos, las bases de las convocatorias y las resoluciones de los concursos urbanísticos, constituyen una información complementaria y necesaria para poder realizar este análisis. La documentación fotográfica que acompañaba las elaboraciones, generalmente añadida a modo de testimonio fiel de la realidad, era otro de los elementos a tener en consideración.
La documentación original de los planes de extensión, en formatos no estandarizados y de muy distinta naturaleza, era compleja de archivar y se reutilizada como base de trabajo para desarrollos posteriores, dada su consideración de documentos técnicos, lo que en muchas ocasiones ha supuesto la pérdida de dichos documentos. La reproducción de los planos e información gráfica en los medios de difusión periódica coetáneos, principalmente a través de artículos de revistas especializadas, suple en muchos casos los documentos originales, ilocalizables o directamente destruidos o perdidos, por lo que, a pesar de ser una referencia indirecta, pasan a convertirse en una fuente de información de primer orden.
En este contexto resulta de especial interés analizar el desarrollo urbanístico de Ceuta en el periodo circa 1930, donde tuvo lugar una de las más ricas experiencias prácticas para el afianzamiento del urbanismo como disciplina moderna en España, no tanto por el éxito de las operaciones planteadas, sino por el valor intrínseco de las propuestas realizadas y por los debates que se generaron en torno a ellas.
1.2. Más allá del estrecho: entre Andalucía y el Protectorado de España en Marruecos
Ceuta es una ciudad portuaria española situada en el norte de África. Su privilegiada situación geográfica la convierte en una puerta entre Europa y África. No es una ciudad colonial sino de frontera. Además, es un hecho constatable que la relación de España con el norte de África ha sido siempre muy estrecha, manteniendo como invariante la soberanía sobre las ciudades de Ceuta y Melilla desde el siglo XVI.
El origen del nombre de Ceuta, de la expresión latina Septemfrates, o «los siete hermanos», que es como los romanos denominaban a las siete elevaciones naturales entre las que se asienta la ciudad, da idea de la importancia del factor topográfico para la ciudad. Su territorio actual fue delimitado en 1860 después de la guerra sostenida entre la España revolucionaria de O´Donnell y el sultán de Marruecos a cuenta de los límites de la plaza con la vecina y belicosa kabila de Anyera.
Las relaciones inmediatas de Ceuta con su entorno más próximo se establecían con Andalucía, a través de los puertos de Algeciras y Gibraltar, y, evidentemente, con Marruecos, especialmente con Tetuán y Tánger, las ciudades más próximas. A partir de 1898, con la pérdida de Cuba y Filipinas como últimas colonias españolas de Ultramar, el esfuerzo colonizador de España se centró en sus posesiones africanas: la zona del Sahara, el norte de Marruecos, Guinea Ecuatorial y Fernando Poo. Y desde 1912 Ceuta se convirtió en la puerta de entrada al nuevo Protectorado español a través de la conexión de su puerto con los de Algeciras y Gibraltar.
A principios del siglo XX, Francia era la gran potencia colonial del norte de África, separados sus dominios del África inglesa, que ocupaba una franja desde Egipto hasta Sudáfrica, por la Libia italiana. Uno de los hechos más influyentes en el desarrollo territorial de Marruecos fue sin duda la firma del convenio hispano francés del 27 de noviembre de 1912 que instituía el Protectorado español en Marruecos, cuyas bases fueron establecidas en las conversaciones iniciadas en Algeciras en 1906. El tratado España-Francia respondía a los intereses ingleses de reducir el poder francés en el norte de África y así equilibrar las influencias de las potencias colonizadoras en la zona. España contrarrestaba el evidente predominio francés de la zona norteafricana que ni Inglaterra ni Alemania podían permitir. Marruecos quedó dividida en tres partes: una parte menor situada al norte asignada a España, una parte del Protectorado francés situada al sur de mucha mayor extensión y una pequeña zona de control internacional constituida por la ciudad de Tánger, tras un acuerdo entre Francia, España e Inglaterra formalizado el 23 de diciembre de 1923. Así se garantizaba una salida al mar en la costa norteafricana occidental no española.
España asumía, como Francia, el papel de tutor y guía en una organización administrativa en la cual se contaba con las estructuras locales marroquíes como parte integrante de la ordenación política que se proponía en el denominado Marruecos jalifiano, bajo la autoridad del jalifa, representante del sultán ―que residía en la ciudad de Rabat, capital del Protectorado francés en el Protectorado español.
La filosofía colonizadora se basaba en hacer partícipe a la población local del bienestar propio del modo de vida europeo. A esta razón se sumaba, evidentemente, la obtención de los cuantiosos beneficios económicos que podían obtener las metrópolis europeas con su incursión en el rico continente africano. No obstante, las fronteras trazadas fueron inestables y sometidas a las escaramuzas de los acosos de los rebeldes marroquíes.
Tetuán fue la ciudad designada como capital militar y administrativa del Protectorado español, aunque con la referencia de la cercana Ceuta, con la que se planteaba un funcionamiento casi bicéfalo a modo de eje Ceuta-Tetuán. Una serie de ciudades constituían los nodos de la colonización del extenso territorio occidental: Larache y Arcila en la costa atlántica, y Xauen y Alcazarquivir en el interior. Todas ellas eran ciudades preexistentes marroquíes, a las que se sumaría San Martín, fundada en 1913, en las proximidades de Tetuán, en la costa mediterránea. En la zona oriental del Protectorado español, predominaban las ocupaciones rurales dispersas, destacando las poblaciones de Villa Sanjurjo Villa de Alhucemas en la costa, fundada en 1923, y Nador, en las proximidades de Melilla, fundada en 1909.
El Protectorado español no incluía a Ceuta ni a Melilla. Ambas ciudades no eran concebidas como pertenecientes a estructura colonial alguna, sino como dos ciudades españolas geográficamente situadas en el norte del continente africano, presentando el estatus de plaza fuerte o ciudades soberanas. Su estructura política era plenamente española, sin obviar las singularidades que se derivaban del contexto de ambos enclaves. Tánger era la otra ciudad del entorno próximo con un estatuto especial, declarada puerto franco y ciudad internacional bajo la dependencia conjunta de Francia, Inglaterra y España. Era la metrópoli por excelencia de la zona, el gran centro de los diplomáticos europeos, de la cultura, de las libertades y la más cosmopolita de todas. Ceuta no dudó en este momento de tratar de imitar a Tánger explorando todas las posibilidades y de manera singular como beneficiaria de una incipiente industria turística.
Para España mantener el Protectorado supuso un constante desembolso económico a fondo perdido. Sólo las empresas privadas adjudicatarias de las grandes obras públicas financiadas por el Estado, las empresas mineras y algunas dedicadas al transporte y la agricultura, en la mayoría de los casos en forma de concesiones, pudieron obtener algún beneficio económico en este proceso. Pero nunca llegaron a satisfacer las ambiciosas expectativas inicialmente esperadas.
La precariedad de las infraestructuras del territorio marroquí hizo que el Estado español destinase grandes partidas para la construcción de obras públicas con el fin de poder controlar la región, cuya orografía suponía un serio inconveniente para la cohesión territorial: de este a oeste se desarrollaba la cordillera del Rif. La zona occidental presentaba una estructura de ciudades sometidas a una autoridad superior, mientras que la zona oriental se organizaba con una población dispersa y de carácter rural y sin una estructura superior. Además, hasta 1933 no se inauguraría la carretera que conecta Ceuta con Melilla.
Un aspecto interesante de la ocupación venía dado por el ingente esfuerzo realizado por los cuerpos de ingenieros militares en el control colonizador del territorio marroquí. La autoridad militar asumía como propias todas las iniciativas y las tareas que tuvieran que ver con el conocimiento del territorio. En sus oficinas se generaba una valiosa información cartográfica que permitía la puesta en marcha de la implantación de infraestructuras de las que se carecían. Fueron trazadas carreteras, puentes, ferrocarriles, suministros de aguas en base a la construcción de grandes depósitos y líneas de distribución que permitiesen el asentamiento de nuevas poblaciones y la mejora de la calidad de vida de las ya existentes. Estudios del terreno e, incluso, propuestas de extensión urbana de algunas ciudades se desarrollaron desde el ámbito militar bajo la responsabilidad de su cuerpo de ingenieros. Desde la paz de 1927 el ejército se convirtió en la única institución capaz de solventar los problemas generados en el Protectorado español y consolidar una política común para todo el territorio marroquí. No fue, sin embargo, hasta después de la guerra civil, cuando se entabló una política unitaria y coordinada de intervenciones en las ciudades del Protectorado español.
El límite sur del Protectorado español lo constituía el extenso territorio francés, que planteaba al país galo, además de una cuestión de prestigio en el norte de África ante las demás potencias coloniales, un problema de ordenación de ciudades. Marruecos tenía seis grandes ciudades: Fez, Casablanca, Rabat, Mequinez y Marrakech. Hasta la constitución del Protectorado el desarrollo de las ciudades coloniales francesas se había producido en base a iniciativas dispersas de parcelación y construcción sin ninguna planificación previa.
En 1914 el mariscal Louis Hubert Gonzalve Lyautey (1854-1934) asumió el cargo de responsable del Protectorado francés. Lyautey que llegó a ser miembro de la Academia Francesa y del consejo de redacción de la revista Urbanisme, órgano de difusión de la Sociedad Francesa de Urbanistas, de la cual el arquitecto Henry Prost era activo participante y figuraba como presidente de su comité de dirección fue quien puso en marcha una ambiciosa política urbanística para las ciudades del Protectorado francés inspirada en la actuación inglesa en la India. Para ello, a su llegada al Protectorado francés promulgó un dahir figura legislativa marroquí en forma de decreto dictado por el sultán, lo que le daba un carácter de rápida ejecutoria destinado a regular la actividad urbanística en los territorios franceses, fechado el 16 de abril de 1914 «relatif aux alignements, plans d’aménagement et d’extension des villes,servitudes et taxes de voirie», que contenía reglamentaciones sobre el plan de ciudad, la creación de diferentes modalidades de grupos de habitación, el reglamentación de construcción, añadiendo poderes especiales de expropiación e incluyendo la novedosa figura de las asociaciones sindicales, fijada en el dahir de 10 noviembre de 1917 «relatif aux associations syndicales de propriétaires urbains».
El objetivo de este último dahir era la obligatoriedad de presentar para su aprobación todas las edificaciones a construir dentro de las ciudades y facilitar a la administración colonial la adquisición de terrenos para urbanizar. Esta legislación permitió a la autoridad municipal, a través de una asociación denominada comité sindical presidida por ella, involucrar a los propietarios de tierras urbanas en la política urbana de la administración municipal al permitir a los propietarios afectados por la intervención urbana, la recompra de los edificios resultantes de la aplicación del plan.
Estas asociaciones eran un procedimiento de redistribución de los beneficios y de las cargas derivados de la reparcelación debida a una expropiación entre los propietarios de los terrenos. Se establecía así una política urbanística para las ciudades del Protectorado francés más avanzada urbanísticamente hablando que la de la propia Francia. De hecho, la Ley Cordunet, primera legislación general sobre planificación urbana de Francia, no se aprobó hasta 1919.
Lyauteny formó un equipo de técnicos liderados por el arquitecto y urbanista Henry Prost (1874-1959). Éste recibió el encargo de la toma de datos de la situación local y de la redacción de los planes de reforma y extensión de las grandes ciudades del Protectorado francés, como Rabat, Casablanca, Mequinez, Fez y Marrakech, además de la fundación de ciudades de nueva planta vinculadas a actividades económicas, como Khouribga, fundada en 1921, con una función industrial vinculada a la explotación de yacimientos de fosfatos, y Kenitra, fundada en 1913, como puerto comercial.
La gestión de los proyecto de extensión urbana se centralizó en una oficina en Rabat, capital del Protectorado francés, pero contó con la participación de servicios militares, civiles y asociaciones económicas y de propietarios. La responsabilidad de la implantación de los planes urbanísticos correspondía a los servicios locales. Por otra parte, el ferrocarril se convirtió en el auténtico motor del desarrollo urbano en todos y cada uno de los planes.
El criterio base de estos trabajos fue la separación entre las comunidades autóctonas y europeas, aduciendo razones «políticas, económicas, sanitarias, edilicias y estéticas». De esta manera, se respetaron las ciudades autóctonas procurando intervenir lo menos posible en ellas, se ordenaron los espacios libres de los alrededores en los que se yuxtaponía la ampliación de la ciudad según los nuevos criterios técnicos europeos y se dejaron aisladas las medinas, alrededor de las cuales se dispusieron habitualmente servidumbres de zonas no edificadas para conservar las vistas más características. Como rasgos identificativos del urbanismo de las comunidades europeas estaban los grandes paseos, las plazas y los jardines, servicios como el suministro eléctrico y de agua, el alcantarillado y los servicios de transporte público, que dotaban a las ciudades con autobuses y tranvías. Se obligaba también a una especialización funcional de barrios comerciales, industriales, de ocio y diversión, etc. como marcaba el zoning. Y por último, se exigía reservar suelo para un futuro crecimiento.
A diferencia del caso inglés, sobre el que resulta de interés la crítica formulada por el arquitecto Luis Blanco Soler al manifestar que «sorprende que en un país que ha aportado a la humanidad el concepto y la realización de las ciudades jardines no haya hecho el menor intento de mejorar la vida miserable de los aborígenes», en el caso del colonialismo francés en Marruecos sí hubo una preocupación por mejorar las condiciones de vida de la población autóctona en sus propios barrios, como demuestran las propuestas para los barrios “indígenas” de Casablanca.
Ese modo de plantear la superposición de dos ciudades distintas (la “indígena” y la europea) era un fiel reflejo de la diferenciación entre las sociedades local y foránea. Además, la experiencia colonial dotó de una nueva dimensión, la etnológica, a la conservación patrimonial. Esta opción suponía preservar el soporte espacial y las formas de vida, consideradas incompatibles con la urbanización europea. La apreciación estética también formó parte de este espíritu conservacionista, contextualizado en las nuevas prospectiva del turismo moderno.
La singular localización de Ceuta en la encrucijada entre dos mares el océano Atlántico y el mar Mediterráneo, y dos continentes África y Europa, justificaba ampliamente, y desde distintos puntos de vista, el interés suscitado por la ciudad en cuantas iniciativas surgieron sobre las posibilidades de mejora de las comunicaciones españolas con el resto del mundo. El reconocido científico Leonardo Torres Quevedo organizó en 1906, año de la Conferencia Internacional de Algeciras que estableció el estatus marroquí bajo las potencias coloniales, una serie de conferencias en el Ateneo de Madrid con el fin de profundizar en el proyecto de unir España y los continentes de África y América. Partiendo del estrecho de Gibraltar se proponía dar continuidad al sistema ferroviario español por los territorios norteafricanos en los que las infraestructuras trazadas y ejecutadas por las potencias coloniales podrían permitir su conexión con el puerto senegalés de Dakar.
La iniciativa respondía a una apuesta por los proyectos colonizadores que alentaban los círculos africanistas españoles, lo que permitiría la comunicación de los últimos vestigios coloniales españoles, formados por los territorios saharianos de Ifni y el Río de Oro y las colonias españolas de Guinea. Desde el puerto de Dakar, la vía marítima llegaba hasta el puerto de Pernambuco en Brasil, el más próximo desde el continente americano a las costas africanas. Torres Quevedo convertía a Ceuta en la gran puerta de Europa, no sólo con África sino también con América y, por ende, con el resto del mundo.
Este debate tenía lugar en el contexto de la carrera puesta en marcha entre las principales potencias colonizadoras europeas, auspiciada por las halagüeñas perspectivas de generación de riqueza generadas con la apertura de grandes rutas comerciales y turísticas africanas. Uno de los objetivos de las obras de mejora del puerto de Ceuta durante los años veinte se justificaba a partir de que «los representantes de las naciones fomentaran el turismo eligiendo Ceuta como paso al interior africano». En las propuestas de nuevas rutas por parte de los países europeos siempre confluían intereses coloniales. Sin embargo, España carecía del poder suficiente para poder imponer sus propios intereses en la zona. Así, la política francesa de crear una espina dorsal que atravesara el norte de África con infraestructuras viarias y de ferrocarril uniendo sus colonias con ramales secundarios afectaba directamente a los intereses españoles. En el caso del ferrocarril transmauritanio, Francia dejaba aisladas a las posesiones españolas y apostaba por Tánger como puerto de entrada al continente africano en lugar de Ceuta. Con un planteamiento similar el trazado del transahariano francés discurría por el interior, conectando Casablanca, Fez, Orán, Argel y Túnez.
Desde España se propusieron diferentes modos de afrontar la vertebración del territorio marroquí con la premisa de que Ceuta fuera la puerta de entrada al continente africano y el ferrocarril el medio de trasporte preferente. El ingeniero Pedro García Faria proponía en 1906 una red de ferrocarriles por la costa desde Ceuta hasta Tetuán que pasaba por Melilla, continuaba hasta Argelia, se unía con el transahariano en Tombuctú y llegaba hasta El Cairo. Los ramales secundarios unirían otras ciudades partiendo del principal. A pesar de las muchas propuestas, en el Protectorado la principal arteria que se construyó, en la que participaría España conjuntamente con Francia, fue la línea férrea Tánger-Fez.
El reconocimiento del Estado español de la plena soberanía del Reino de Marruecos el 7 de abril de 1957 dio por finalizada una rica experiencia cuestionada y cuestionable como todas las experiencias coloniales de múltiples dimensiones, entre ellas, la específica del urbanismo que ahora nos interesa.
1.3. Ceuta: una ciudad de frontera
Debido a su excepcional localización geográfica la historia de Ceuta es larga y compleja, con un claro predominio de su papel como plaza militar. Los numerosos vestigios de murallas y fortificaciones que conserva son una muestra inequívoca de la importancia que el papel defensivo ha tenido en la historia de la ciudad. Antes de la conquista española había sido colonizada por cartagineses, griegos, romanos, bizantinos, árabes y portugueses, conservando también restos de asentamientos prehistóricos. Testimonios como las murallas de la ciudadela del monte Hacho, los restos del Afrag, Ceuta la Vieja, o el foso que separa el corazón de la ciudad del continente africano nos dan cuenta de la compleja y cambiante historia de la ciudad. Además, las raíces de su historia se hunden en la mitología, ya que es, junto con Gibraltar, una de las ciudades postulantes a haber albergado las dos famosas columnas de Hércules.
Ceuta ocupa un territorio de una superficie de 19,3 km2 en el extremo oriental de la península Tingitana, en la orilla africana del estrecho de Gibraltar. Su geografía montañosa protege el sitio de los vientos. La escasa red hidrográfica, la pluviosidad irregular y la composición del suelo no favorecen la agricultura. Los grandes bosques que poblaban el norte de África en la Antigüedad desaparecieron tiempo atrás por la acción humana.
La ciudad propiamente dicha presenta tres zonas diferenciadas. La primera, el monte Hacho, corresponde al extremo de la península. Cuenta con una escarpa da orografía, lo que ha dificultado su urbanización y permitido su consideración como espacio de especial interés natural. La segunda, el istmo peninsular, es la zona donde se desarrolla propiamente la ciudad. Su parte más estrecha constituye la ciudad antigua, fortificada enteramente, que se ensancha hacia el monte Hacho con colinas suaves en el lado norte y acantilados al sur. En este ensanchamiento se desarrolló la primera expansión de la ciudad, llamada La Almina. La tercera zona, el Campo Exterior, es donde se produce el contacto de la península con el continente africano, caracterizado por una sucesión de colinas más o menos pronunciadas que permiten la edificación en las áreas suaves y un tratamiento singular en las más escarpadas. Su conexión con la ciudad fortificada a través de un sólo puente convertía al istmo en una auténtica isla. La justificación de esta escasa conexión entre el Campo Exterior y el istmo partía históricamente del problema de la inseguridad que presentaba esta zona limítrofe.
Esta situación de inestabilidad, acuciada por el conflicto bélico español con las tribus marroquíes, convirtió en estructural la presencia militar en Ceuta, que era, junto con Melilla, las dos únicas puertas de entrada al Protectorado español. Por otra parte, el ramo militar no restringía su papel en la ciudad al derivado de la defensa, sino que ampliaba sustantivamente sus responsabilidades. De hecho, la fuerte presencia militar en Ceuta hizo que sus miembros tuvieran un significativo peso e influencia en la sociedad civil, convirtiendo a los ingenieros militares en los principales protagonistas de todo el desarrollo urbano y de la construcción de las principales obras públicas, incluidas las infraestructuras del Protectorado español, hasta que se inició la modernización de los municipios a finales de los años veinte. Además, las inversiones militares se traducían en una mejora de las parcas infraestructuras de la ciudad y en un aumento significativo de la población. También llegaban los militares a los aspectos sociales, educativos y culturales, donde hay que señalar, como ejemplo significativo, la publicación de revistas, que daban cumplida cuenta de los avatares militares al mismo tiempo que mostraban los eventos de todo tipo que acontecían en la ciudad.
A finales de la primera década de 1900, se habían producido en Ceuta algunas mejoras en las precarias infraestructuras públicas de la ciudad. Así lo pone de manifiesto, en el caso del suministro de agua, la construcción de aljibes y líneas de distribución a partir de 1909, la llegada a la ciudad de agua procedente de Benzú a partir de 1911, así como la mejora de las condiciones de saneamiento y la urbanización de algunas calles. El cese de la actividad del penal del monte Hacho en 1910, la puesta en marcha del ferrocarril entre Ceuta y Tetuán con un ancho de vía que imposibilitó la conexión con el ferrocarril Tánger-Fez, de ancho internacional, operativo a partir de 1918 y que en 1920 amplió su trazado desde la terminal al muelle del puerto, y la ampliación del puerto, primero en 1914, con el dique Norte y luego en 1928, con el muelle de Alfonso XIII y los dique de Levante y Poniente, fueron factores que contribuyeron a un desarrollo decisivo de la ciudad. Desde las primeras ordenanzas municipales de 1892 hasta las siguientes de 1922, la ciudad de Ceuta fue ordenada con un criterio exclusivamente geométrico, basado en los planos de alineaciones y rasantes del viario urbano.
A la altura de 1922, algunas revistas y periódicos ya recogían diferentes noticias sobre las iniciativas desarrolladas por el municipio al respecto. Entre ellas destacaba la puesta en marcha de un plan de reforma interior y urbanización de las calles, por parte del arquitecto municipal Santiago Sanguinetti, y un proyecto de nuevo alcantarillado que solventara la situación de precariedad higiénica del sistema de saneamiento, que vertía directamente al mar a través del puerto, solucionándose con la propuesta de construcción de tres emisarios. En el embellecimiento urbano se proponía la modificación de la plaza de África, verdadero corazón de la ciudad.
No menos importante para el desarrollo de la ciudad fue la pacificación de los territorios marroquíes a partir de 1927, lo que propició la ocupación definitiva de la inestable zona del Campo Exterior.
Los ministros José Calvo Sotelo (Hacienda), responsable del Estatuto Municipal, Eduardo Callejo de la Cuesta (Instrucción Pública y Bellas Artes) y Eduardo Aunós Pérez (Trabajo) en un acto público celebrado en Madrid. Fotografía de Marín, 1925. AA. VV, Marín, Fotografías 1908-1940, Madrid: Fundación Telefónica, 2008, p. 194.
Publicidad del Banco de Crédito Local de España, sociedad anónima creada en 1925 con el objeto de financiar a entidades locales, participando en su formación tanto instituciones públicas como privadas. Permitía financiar los proyectos municipales derivados del cumplimiento del Estatuto Municipal.
Estado de la urbanización en España. Mapa elaborado por Gustavo Fernández Balbuena con motivo del I Congreso Nacional de Urbanismo organizado por la Sociedad Central de Arquitectos en 1926, en el que desempeñó el papel de secretario. Ceuta figura como ayuntamiento obligado a realizar el proyecto de ensanche, reproducido en Gustavo Fernández Balbuena, Trazado de ciudades, Madrid: Otto Czekelius, 1932, p. 12.
El edificio para la Junta Municipal de Ceuta en obras en 1924. Se encargó el proyecto en 1910 al arquitecto provincial José Romero y Barrero, se puso la primera piedra el 5 de agosto de 1914, finalizándose en 1926, bajo la dirección del arquitecto municipal Santiago Sanguinetti. Fotografía de Ángel Rubio. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
El edificio de la Junta Municipal de Ceuta. El palacio municipal poco antes de ser inaugurado en octubre de 1927. El Faro Digital, 24 de diciembre de 2010.
Protectorado español en Marruecos y posesiones españolas (1924). Mapa entelado destinado a uso escolar. Madrid: Sogeresa (Sucesor) R. Llord, 1924. Barcelona: Artes Gráficas S. A. Henrich y Cía. Toponimia en español y árabe. Instituto de Educación Secundaria Cardenal Cisneros, Madrid.
Visita oficial del rey Alfonso XIII a Ceuta. Fotografía de Bartolomé Ros, 1927.
«El general Lyautey y sus ayudantes de campo en el momento de embarcar en la lancha que los condujo al crucero francés para partir rumbo a Rabat tras visitar Ceuta y Tetuán». Acompañado de Jordana, Alto Comisionado, visitaron en Ceuta las canteras de Benzú, el fuerte de Vebel-Amirer y el cuartel de Rebellín. La Ilustración Artística, XXXIV, nº 1773, 1915, p.854..
Entre Andalucía y Marruecos. Dos fotografías de Bartolomé Ros. «Ceuta», De fotografía y cinematografía, nº 89, 1927. Hemeroteca Municipal, Madrid.
Portada de La Gaceta de África correspondiente al número monográfico dedicado a ciudades de Marruecos (arriba). «Nido de cigüeñas», por Mariano Bertuchi, portada del primer número de la Revista de Tropas Coloniales, publicada en 1926 y dirigida por Francisco Franco. Se definía como revista de difusión de estudios hispano-africanos (abajo).
Plano de la evolución urbana de Ceuta. Manuel Gordillo Osuna, Geografía urbana de Ceuta, Madrid: Instituto de Estudios Africanos-CSIC, 1972.
Vista general de Ceuta desde el monte Hacho. Fondo Calatayud. Archivo General de Ceuta.
Vista de Ceuta desde la bahía sur hacia el monte Hacho. Fondo Calatayud. Archivo General de Ceuta.
El puerto de Ceuta, Servicio de aviación del grupo de escuadrillas de Tetuán, 1922-1923. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Vista de Ceuta desde el Hacho. En primer término, el cuartel de las Heras. Fondo Calatayud. Archivo General de Ceuta.
Una de las antiguas puertas de las murallas de Ceuta. Fotografía de Ángel Rubio. África, 1 de febrero de 1933, p. 4.
Puente del foso de Ceuta antes de su restauración, África, 1 de julio de 1935, p. 137.
Foso de la Puerta del Campo de Ceuta. Fotografía de Sánchez Ramírez, África, 1 de julio de 1934, p. 8 (arriba). Baluarte de la entrada al Campo, África, 1 de octubre de 1932, p. 186 (abajo).
La transformación urbana de Ceuta. La calle Fermín Galán a principios de siglo XX. El mismo espacio urbano en 1930. África, 1 de febrero de 1934, p. 7.
La transformación urbana de Ceuta. El antiguo puente de la Almina y la calle Villanueva en 1920 y en 1929 tras su renovación. África, 1 de abril de 1934, p. 10.
El jardín, la plaza y el baluarte de San Sebastián, con el puente de la Almina. Fondo Calatayud. Archivo General de Ceuta.
El Casino Africano, situado frente al Casino Militar de Ceuta, 1924. Fotografía de Ángel Rubio. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Plaza del General Jordana en Ceuta. Archivo Fotográfico de Telefónica.
Calle del General Primo de Rivera en Ceuta. Archivo Fotográfico de Telefónica.
La Almina. Canalización subterránea de telefonía en la plaza de Azcárate, Luis Ramón Marín, entre 1924-1931. Archivo Fotográfico de Telefónica.
Nueva línea urbana en la carretera de La Puntilla, Ceuta, Luis Ramón Marín, 1928. Archivo Fotográfico de Telefónica.
Monte Hacho desde la Almina. África, 1 de julio de 1935.
Paseo del Revellín, Ceuta. África, 1 de noviembre de 1935, p. 7.
Monte Hacho. Vista de los pinares del Hacho. Fotografía de Bartolomé Ros. La Esfera, 7 de julio de 1931.
Monte Hacho. Nueva carretera bordeando el Hacho. África, 1 de julio de 1935, p. 135 (izquierda). Monte Hacho. «Barranco de aloe, pinares y jara», África, 1 de septiembre de 1932, p. 5 (derecha).
«El momento de sacar un copo de bonitos en la almadraba». Fotografía de Ángel Rubio, 1924. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Mariano Bertuchi, Almadraba de Ceuta, 1926. Museo de Ceuta.
El barrio de pescadores de fines del siglo XIX, con la catedral al fondo y sus vecinos en la calle popularmente conocida como «La Brecha», actual calle Independencia. Fotografía Calatayud. Archivo General de Ceuta.
Obras del dique de muelle norte del puerto de Ceuta, 1913. Se observa la superficie prevista ganar al mar con el denominado Muelle de Ribera. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Plano del puerto de Ceuta. Manuel Mascaró Barba y Fernando Serrano Súñer, «Una vista a los puertos de Algeciras, Ceuta y Gibraltar», Revista de Obras Públicas, 1929, p.190.
Sierra de Bullones y ensenada de Benzú. Fotografía de Ángel Rubio, 1924. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Fuerte militar. Fotografía de Ángel Rubio, 1924. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Restos de Ceuta la Vieja: Puerta de Fez. Fotografía de Ángel Rubio, 1924. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
1.4. Dos proyectos de ensanche para Ceuta de ingenieros militares
Además de propuestas con un marcado carácter de irrealizables, sobre Ceuta se generaron proyectos de extensión urbana con vocación de ser realizados al amparo de las leyes de ensanche. Así, bajo liderazgo militar, se plantearon algunos tanteos urbanísticos que, aunque no se ejecutaron, pusieron el acento sobre una serie de puntos conflictivos que volverían a ser objeto de interés en las propuestas concebidas durante las cuatro primeras décadas del siglo XX.
«Plano de la ciudad de Ceuta y de su Campo Exterior hasta Jadú en los Altos del Otero» y «Apuntes que pueden servir de base para la formación de un anteproyecto de ensanche de Ceuta por el Campo Exterior», son los títulos de las cartografías de una propuesta anónima de ensanche para Ceuta. Aunque no está datada, se podría situar a finales del siglo XIX, dado que en ella aparece reflejado, a nivel de emplazamiento, el hospital militar Docker y en la misma cartografía estaba esbozaba la propuesta del Cuartel de los 1000 hombres, que se realizó durante la primera década del siglo XX. Evidentemente, no existe referencia alguna ni al trazado de la vía férrea ni a la primera ampliación del puerto, realizados ya entrados en la primera década del siglo XX.
La propuesta abarcaba, por una parte, una radical reforma interior de la Ciudad Vieja, con la destrucción de su tejido urbano y su transformación en una estructura de manzanas casi regular. La zona fortificada del foso, que separa la ciudad antigua del Campo Exterior, desaparece, configurándose un vacío del que parte un tridente viario que sirve de estructura a la enorme superficie que abarca la totalidad de la zona de ensanche considerada. Se apoya también en la carretera de Jadú, que en la propuesta adquiere carácter de vía urbana. Al sur de la vía de Jadú, las manzanas cerradas se organizan en dos paquetes separados por el hospital militar, que queda dentro de una zona verde que discurre por el arroyo de Enmedio o Ribera del Puente. Esta zona conecta los dos ámbitos de edificaciones exentas proyectados, en los que predomina el espacio abierto: por una parte, al lado norte de la vía de Jadú, con una disposición de los edificios aislados apoyándose en el esquema viario, que a su vez se va adaptando a los desniveles topográficos del arroyo de Fez y que se escurre entre la zona verde de los dos paquetes de manzanas cerradas para continuar conformando el frente sur del ensanche.
Una vía de carácter secundario que cruza el Campo Exterior de norte a sur conforma el límite del ensanche. Sólo las vías estructurantes de la propuesta, la de Jadú y la de Benzú, en el borde norte, rompen ese cierre, que, por otra parte, parece quedar preparado para facilitar una posible y poco probable entonces nueva extensión de la ciudad.
Unos años más tarde, hay registro del proyecto denominado «Tanteo para el ensanche de la población de Ceuta», firmado con fecha de 31 de marzo de 1917 por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda. Se compone de una memoria, dos minuciosas hojas cartográficas y un álbum de seis montajes fotográficos con indicación de los principales hitos de proyecto urbano. Si bien adolece de una intención urbanística clara, su calidad en cuanto a representación gráfica, así como algunas otras aportaciones, lo convierten en una contribución digna de consideración.
Según aparece referenciado en la Real Orden de Guerra de 1911, el ejército abogaba por la realización de un ensanche para la ciudad de Ceuta, por lo que con la ley de 15 de julio de 1912 se procedió a la adquisición del llamado Llano de las Damas27, formado por los terrenos del Campo Exterior más próximos a la ciudad. La primera hoja cartográfica, a escala 1/10.000, establecía una propuesta de extensión de la ciudad en una zonificación en forma de arcos a partir del Foso. Esta zona consistía en un primer ensanche, que se desarrolla a nivel de proyecto en una segunda hoja a escala 1/2.000, y llega hasta el Llano de las Damas; un segundo ensanche, sin posibilidad real de intervención debido a temas fundiarios, al igual que sucedía con la siguiente franja, la zona industrial. Esta zona industrial conectaba directamente con el puerto en el dique Norte, ampliado en 1913, de modo que se favoreciera la exportación. La superficie situada más al exterior era ocupada por el estamento militar, distinguiendo entre una zona de edificios militares más próxima a la ciudad, a cuyo límite se situaba el “poblado moro” y una zona más alejada destinada a campo de instrucción. Se conformaba así una franja militar de protección en el Campo Exterior, solución que por otra parte parecía bastante obvia debido a la inestabilidad bélica en el entorno hasta la pacificación de 1927.
No había ninguna propuesta para la Ciudad Vieja, que se señala con una mancha denominada «ciudad» ni para la Almina, que quedaba marcada con otra mancha independiente en la zona norte. La zona sur de la Almina, de escarpada orografía, al igual que el monte Hacho, aparece marcada sólo por su orografía y por salpicaduras de puntos negros de naturaleza militar correspondientes a las baterías.
En el primer ensanche se presentan como elementos a destacar las infraestructuras. La línea de ferrocarril de Ceuta-Tetuán, todavía en construcción, formaba un arco que bordeaba el Campo Exterior y se engarzaba con la Ciudad Vieja, con un espacio verde a modo de plaza y con una ordenación de manzanas que se superponían sobre las eliminadas fortificaciones de la zona del foso. En la zona norte del foso se producía la conexión física con la ciudad, en la que se proponía el paseo denominado Norte de igual modo que en el borde opuesto se proponía el paseo Sur, que conectaba dos accesos más a la Ciudad Vieja con la zona de la estación de ferrocarril y el puerto, en ese momento con el muelle de Alfonso XIII que comenzaba su construcción. El límite del primer ensanche lo constituía una propuesta de «parcela para villas» que discurren hasta las faldas del monte Otero y llegan hasta el hospital militar Docker y la zona verde de la Ribera del Puente. La ordenación de manzanas que ocupa la mayor superficie del ensanche evidencia sus no muy afortunados criterios de composición con vistas a solventar la complicada topografía a la que se intenta adaptar el viario. De estos criterios resultaban manzanas de las más diversas dimensiones y geometrías que afectaban también a la propuesta de la estructura viaria.
De mayor interés resultan las infraestructuras viarias y los espacios verdes. La calle de la Marina, en la Ciudad Vieja, se proponía continuarla con un nuevo puente de conexión en la zona norte del ensanche, y con la carretera de la Puntilla, de la que partiría hacia el sur, siguiendo el arroyo de la Ribera del Puente, un gran parque que llegaba hasta el monte del Otero, configurando un invariante presente en las propuestas que se desarrollarán sobre la ciudad en los años venideros. La representación de las secciones viarias configura una primitiva propuesta de jerarquización en la que destaca el hecho de que, excepto las calles de 15 metros de ancho, las calles de 25 metros de ancho, la carretera de Tetuán y del Foso, presentan arbolado urbano.
En la memoria del proyecto se incluye la descripción del proceso administrativo seguido, que había permitido la elaboración de la propuesta de ensanche y los pasos futuros que permitirían su realización. En ellos se intuyen dos de los principales problemas que aquejarían a las ambiciosas propuestas de desarrollo urbano no sólo de Ceuta: el problema de la propiedad del suelo y la necesidad de financiación: «En enero de 1913 se cursó a Guerra el Tanteo de Ensanche, sobre el cual recae la R.O. de 24 de marzo de 1916 ordenando a la Junta de Armamento y Defensa y Comandante de Ingenieros, reúnan numerosos datos y hagan estudios relativos al Ensanche. Todo esto se ha cumplimentado e inmediatamente la Junta propondrá a Guerra los medios de ejecutar el Ensanche. Estos medios serán: El nombramiento por R. D. de la Junta de Ensanche con arreglo a los preceptos que rigen para las poblaciones españolas, amoldados a Ceuta por su carácter militar. Aprobación del proyecto de tanteo con arreglo a los planos que se acompañan. Pedir una Ley para que puedan venderse los terrenos del 2º Ensanche y zona industrial. Pedir subvenciones al Estado y al Municipio, pues de otro modo no podrá ejecutarse. También se propondrá la creación de una junta magna en que estén representados todos los organismos oficiales y fuerzas vivas de Ceuta, a fin de que expongan las necesidades de toda índole que puedan tener en el ensanche a fin de tenerlo en cuenta».
«Plano de la ciudad de Ceuta y de su Campo Exterior hasta Jadú en los Altos del Otero» (arriba) y «Apuntes que pueden servir de base para la formación de un anteproyecto de ensanche de Ceuta por el Campo Exterior» (abajo). Propuesta anónima de ensanche de Ceuta de principios del siglo XX. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
«Plano de conjunto». Tanteo para el ensanche de Ceuta, proyecto firmado por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda, 31 de marzo de 1917. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Detalle del plano de conjunto con la zonificación del Campo Exterior. Tanteo para el ensanche de la población de Ceuta, proyecto firmado por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda, 31 de marzo de 1917. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Plano parcelario del Campo Exterior de Ceuta, 1922. Archivo General de Ceuta.
Propuesta de ensanche de Ceuta. Tanteo para el ensanche de la población de Ceuta, proyecto firmado por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda, 31 de marzo de 1917. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Detalle de los viarios propuestos. Tanteo para el ensanche de la población de Ceuta, proyecto firmado por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda, 31 de marzo de 1917. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Fotografías 1 y 2. Tanteo para el ensanche de la población de Ceuta, proyecto firmado por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda, 31 de marzo de 1917. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Fotografías 3 y 4. Tanteo para el ensanche de la población de Ceuta, proyecto firmado por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda, 31 de marzo de 1917. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.
Fotografías 5 y 6. Tanteo para el ensanche de la población de Ceuta, proyecto firmado por el comandante de ingenieros Salvador García de Pruneda, 31 de marzo de 1917. Real Biblioteca, Patrimonio Nacional, Madrid.

