El dominio Portugués hasta 1580
De la conquista a 1580. Aspectos conyunturales
En fecha no especificada, pero que Dias Dinis afirma que puede remontarse hasta 1410 (Dinis, 1962 a, págs. 92 y 93), Juan I comenzó a pensar en una iniciativa bélica de gran envergadura contra el Islam. Como apoyo a esa empresa, el monarca portugués solicitó al Papa una bula de cruzada que le fue concedida el 20 de marzo de 1411 (Dinis, 1962 a, págs. 98 y 99). Juan I consideró en primer lugar la posibilidad de conquistar Granada, pero el regente del reino de Castilla, el infante don Fernando, le puso obstáculos. Los tres hijos varones de más edad de Juan I, don Duarte, don Pedro y don Enrique, quizás instruidos por João Afonso, veedor de la Hacienda, y apoyados por el hermano bastardo del rey, don Alfonso, conde de Barcelos, propusieron a su padre que las justas y torneos que se habían pensado como ceremonias para ser armados caballeros fuesen sustituidas por la conquista de Ceuta (Zurara, 1915, pág. 27). Juan I acogió la iniciativa con un cierto desdén, pero los infantes insistieron acumulando argumentos a favor: servicio a Dios, honra al rey, honra para ellos mismos, etc. Consultados los letrados (fray João Xira, fray Vasco Pereira y otros), se desvanecieron las dudas de carácter teológico-moral del monarca (Moreno, 1987, pág. 199; Ventura, 1992, pág. 96), pero no otras de índole práctica que los infantes se encargaron de borrar de la conciencia de su padre. El infante don Enrique fue el primero al que Juan I informó de su decisión final: se iría a Ceuta. A continuación se envió una embajada a la reina de Sicilia, capitaneada por el prior de la Orden del Hospital, cuyo objetivo auténtico era pasar por Ceuta para, tanto a la ida como a la vuelta, estudiar el terreno. Al contarle, a su regreso, lo que había visto, el prior garantizó a Juan I la seguridad de su victoria haciendo una maqueta con habas y una escudilla. Convocado el Consejo del rey en Torres Vedras dieron sus miembros el apoyo a la empresa; tanto el conde de Barcelos como el condestable Nuno Alvares Pereira, además de los maestres de las tres Órdenes, del referido prior de la del Hospital, de Martín Alonso de Melo, de João Gomes de Silva y otros (Homem, 1990).
Se fletaron navíos en Castilla, Vizcaya, Galicia, Flandes, Bretaña, Inglaterra y Alemania (Zurara, 1915, pág. 87; Mata, 1981, pág. 285; Salas, 1931, págs. 330 y 331). En Inglaterra, además, se adquirieron armas (Marques, 1944, pág. 320; Dinis, 1960, págs. 123 y 124). El infante don Enrique fue el encargado de concentrar en Oporto las fuerzas oriundas de Beira, de Tras-Os-Montes y de Entre-Douro-E-Minho, siendo responsable de los combatientes de esta última el conde de Barcelos. En Lisboa debían embarcar las gentes de Estremadura, de Odiana y del Algarve, capitaneadas por el infante don Pedro. Según el cronista castellano Alvar García de Santa María, judío converso, Juan I apeló a los hombres válidos a participar en la empresa: “los que non venian de su voluntad faciales venir presos” (Mata, 1981, pág. 285). Para desviar la atención acerca de la expedición, Juan I hizo circular que había mandado desafiar al duque de Holanda. El relato de Morosini se hace eco de esta idea al mostrar que en Flandes y en Venecia se dio por cierta la artimaña del rey de Portugal (Serrão, 1961, pág. 545). No obstante, en Portugal se conjeturaba sobre el destino auténtico de la armada. Surgieron las más dispares interpretaciones, desde la que afirmaba que se trataba del cumplimiento de una promesa hecha por el rey durante la guerra con Castilla –según la cual iría a Jerusalén en acción de gracias si salía victorioso–, hasta las que lo atribuían a hipotéticas y diversas bodas de los infantes con princesas extranjeras (Salas, 1931, pág. 332). Sólo un judío al servicio de la reina doña Felipa, Judas Negro, al componer unas trovas que envió a un escudero del infante don Pedro, sugería que el destino era Ceuta. Zurara comenta: “Mas esto emtemdiam que elle non soubera tamto por nehuu sinall çerto que uisse, somente perjuizo destrellomia em que elle mujto husaua” (Zurara, 1915, pág. 93). No son de extrañar los recelos en Castilla (Dinis, 1960, págs. 122 y 123), en Aragón (Zurita, 1579, pág. 115; Dinis, 1960, pág. 111), en Venecia (Serrão, 1961, pág. 545), en Sicilia (Fonseca, 1978, págs. 17 y 18) y, con mayor razón, en Granada.
“La conquista de Ceuta,
comandada por el rey
Juan I, fue muy
rápida: en un solo día
la ciudad fue tomada
e incorporada a la
corona portuguesa”
“La bula de cruzada
concedida por el Papa
Julio II permitió a
Juan I encaminar sus
objetivos de expansión
territorial hacia el
norte de África”
Pusieron rumbo en dirección al Estrecho el 7 de agosto. Hicieron escalas en Cádiz y en Tarifa (Zurara, 1915, págs. 166-169; Mata, 1981, pág. 286) y, el día 9, “hum pouco ante de noite ouueram uista de terra de mouros” (Zurara, 1915, pág. 164). Tras esperar la caída de la noche, penetraron en el Estrecho y anclaron el día 10 frente a Algeciras. Los moros de Granada, temiendo un ataque cristiano, fueron al encuentro de Juan I y le hicieron entrega de varios obsequios. El día 12 se dirigieron por fin hacia Ceuta, pero la fuerte niebla dificultó las maniobras y las naos fueron arrastradas por la corriente en dirección a Málaga. Sin embargo las galeras, las fustas y las demás embarcaciones ligeras sí que alcanzaron su destino, donde fueron recibidos con los disparos de la artillería musulmana, que no los alcanzó por estar todavía demasiado lejos. Algunos sí que desembarcaron y se registraron escaramuzas con los moros en la playa. El día 14 Juan I reunió al Consejo y tomaron la decisión de anclar en Barbacote, al sur de la ciudad, en la hoy denominada Punta del Desnarigado (Ricard, 1955, pág. 28), hasta que llegasen las naos que se habían extraviado. Dos días después se decidió el ataque por el flanco sur, pero sobrevino otra tormenta y la corriente, de nuevo, se llevó las naos hacia Málaga, mientras que las galeras fueron a parar a Algeciras. El día 19 volvió a reunirse el Consejo y muchos opinaron que se debería regresar a Portugal. Otros dijeron contentarse con la conquista de Gibraltar. Pero no faltaron los que defendían continuar con el proyecto inicial hasta concluirlo. Entre ellos los infantes, siempre entusiastas. El rey envió la armada hacia Punta del Carnero, a la entrada de la bahía de Algeciras, y al día siguiente comunicó al Consejo su decisión: Ceuta sería atacada. La flota que comandaba el infante don Enrique iría a anclar en la Almina. La que comandaba el rey con el infante don Pedro lo haría delante de la ciudad para despistar a los moros, que supondrían que ése era el ataque principal y dejarían desguarecida la Almina. Una vez asaltada ésta, se enviarían refuerzos y Juan I desembarcaría entonces. El desembarco tuvo lugar el día 21 a la hora de prima (La Salle, 1933, pág. 24). Todo ocurrió tal y como el monarca lo había planeado. El combate duró todo el día, murieron muchos moros, pero sólo ocho portugueses, según Zurara (Zurara, 1915, pág. 228). Es evidente que sólo se refiere a las personas de elevada condición social (Dornellas, 1913; Sousa, 1953, pág. 7). Durante toda la noche los conquistadores saquearon la ciudad.
A continuación, el rey ordenó que fuese purificada la mezquita principal de la ciudad para consagrarla como iglesia y celebrar en ella un Te Deum en acción de gracias por la victoria cristiana. Lo que se llevó a cabo el día 25, con la presencia de todos ricamente vestidos. Fray João de Xira fue una vez más el predicador (Ventura, 1992, pág. 102). Dos campanas, que antaño habían sido capturadas en Lagos por corsarios, habían sido colocadas y repicaron alegremente. Acabado el servicio religioso, Juan I armó caballeros a sus hijos con las espadas que les había entregado doña Felipa. A continuación fueron armados caballeros otros muchos jóvenes. Pero no acabarían aquí las mercedes: los combatientes anónimos de 1415 fueron privilegiados de formas muy diversas, acumulándose perdones y cartas de moradores en las cancillerías de Juan I, de don Duarte y hasta de Alfonso V (Gozalbes, 2001, págs. 54-63).
Una vez tomada la decisión de mantener la posesión de la ciudad conquistada, Juan I designó como capitán de la misma a Martim Alfonso de Melo, que rehusó el cargo. La elección recayó finalmente sobre don Pedro de Meneses (Campos, 2004; Moura, 2005). El regreso al reino se produjo el día 2 de septiembre (Zurara, 1915, págs. 265-267). A nivel simbólico, resultan relevantes ciertos aspectos en el periodo posterior a la conquista de Ceuta. Uno de ellos es el hecho de que Juan I añade a sus títulos de rey de Portugal y del Algarve el de “senhor de Ceuta”. El primer documento en el que aparece el nuevo título data del 8 de febrero de 1416 (Marques 1944 a, págs. 563 y 564). A partir de 1415, Juan I además buscó garantizar el reconocimiento de la conquista de Ceuta por parte de la autoridad papal, al mismo tiempo que confería a la presencia portuguesa en la zona un marcado carácter de cruzada (Braga y Braga, 1998, págs. 24 y 25).
Tapiz de G. Camarinha que representa la preparación de la armada que parte a la conquista de Ceuta. Cámara Municipal de Oporto.
Preparada en Oporto, la armada, comandada por el infante don Enrique y compuesta por setenta embarcaciones, sin contar las fustas (Azevedo, 1915, pág. 7), arribó a Lisboa en mayo de 1415. Pero un nuevo hecho vino a empañar la buena disposición de los futuros combatientes; la peste, llegada en barcos extranjeros, asolaba Lisboa y Oporto. La reina doña Felipa fue atacada por esta enfermedad y, recluida en el monasterio de Odivelas, recibió a su marido y a sus tres hijos mayores, entregando a éstos unos fragmentos de la Santa Cruz y tres espadas para que con ellas fuesen armados caballeros, y los animó a no cancelar el proyecto. Murió pasados unos días, el 18 de julio. En la partida hacia Restelo, los infantes continuaron los preparativos y, de forma algo capciosa, tomaron la decisión de que su padre participase en la conquista, a pesar de que el condestable estaba en desacuerdo. En cualquier caso, la empresa fue, en la práctica, comandada por los hijos del rey, que el 23 de julio ya estaban en Restelo. Dos días después la armada levó anclas. No se conoce con certeza el número de navíos ni el de combatientes. Los primeros serían 270, según João Gomes da Silva, alférez mayor de Juan I, en una carta al arzobispo de Compostela; serían 242, según Mateus de Pisano; 212, según Zurita; 190, según Alvar García de Santa María; 100, según un agente del reino de Aragón que no tuvo en cuenta la parte que comandaba el infante don Enrique… En cuanto a los hombres: 50.000, según Zurita; según Rui Dias Vega serían 19.000 hombres de armas y 1.700 mareantes; según João Gomes da Silva eran 7.500 hombres de armas, 5.000 ballesteros y 20 o 21.000 peones. Entre ellos, además del rey y de los infantes, estaban el conde de Barcelos, el condestable, los maestres de las tres Órdenes, el prior de la del Hospital, el almirante Mice Lanzarote, el mariscal Gonzalo Vasques Coutinho y el alférez João Gomes da Silva. También había extranjeros de Francia, de Polonia, de Inglaterra y de Alemania (Braga y Braga, 1998). El día 26 de julio doblaron el cabo de San Vicente. Al llegar a Lagos, Juan I hizo por fin divulgar el destino de la empresa a través de un sermón pronunciado por fray João Xira (Ventura, 1992, págs. 100 y 101). El día de la partida, sin embargo, Rui Dias Vega dice que el destino de la armada ya era prácticamente conocido por todos, dudándose tan sólo entre Ceuta y Granada (Salas, 1931, págs. 337 y 338). El día 30 partieron hacia Faro, donde descansaron una semana.
Enrique el Navegante en la conquista de Ceuta. Diseño de Jorge Colaço en la estación de tren de Sao Bento en Oporto.
Las diversas disensiones entre los musulmanes de Marruecos permitieron que, en los primeros tres años de presencia portuguesa, los ataques contra Ceuta no pasasen de escaramuzas sin importancia. Pero esa situación no duró mucho tiempo y, en el verano de 1418, el rey de Fez, Abu Said Otmán III, llegó a un acuerdo con el rey de Granada, Mohamed VIII, que le prometió el señorío de Ceuta. Se decidió entonces el ataque contra Ceuta, la ciudad que se había perdido en 1415. El primer cerco fue en agosto de 1418, y su resultado se redujo apenas a escaramuzas que obligaron a la reparación de las murallas. Al año siguiente se produjo un nuevo cerco. A petición de don Pedro de Meneses, Juan I envió una expedición de ayuda, en la que participaron los infantes don Enrique y don Juan, así como el conde de Barcelos. En octubre se produjeron combates contra las fuerzas musulmanas, comandadas por un sobrino del rey de Granada, que fueron derrotadas (Zurara, 1988, págs. 418-483).
En 1580 Ceuta no dudó en prestar juramento a Felipe II como nuevo rey de Portugal. A éste le interesaba asegurar la posesión de los territorios portugueses en Marruecos –Ceuta, Arcila, Tánger y Mazagán– por motivos de seguridad, prestigio y comercio. Tras la derrota militar de 1578, los moros, militarmente victoriosos, se recuperaron también a nivel psicológico y llegaron a creer que podían reconquistar todas las plazas entonces ocupadas por los cristianos. Si en Portugal las mayores preocupaciones se derivaban de la necesidad de rescatar a los innumerables cautivos de la batalla de los Tres Reyes, en España Felipe II pensaba además en las cuestiones referentes a la defensa de las plazas, especialmente Ceuta y Tánger. Una carta del marqués de Santa Cruz, fechada el 14 de diciembre de 1579, refiere que, tras el abandono de Arcila durante el reinado de Juan III, Ceuta y Tánger habían quedado “muy apretadas” y que la situación se había agravado tras la batalla de Alcazarquivir: “mucho mas ahora por estar los moros tan vitoriosos por la rrota (sic) del serenísimo rrey don Sebastian”. En abril de 1580 la situación de Ceuta era preocupante. Alguien escribió desde Ceuta a Felipe II en demanda de un socorro que no podía retrasarse: “Aquella ciudad de Cepta, tan ymportante, esta del todo perdida y en peligro dela tomaren moros, no se le puede de aca acudir que ni ay dinero, ni gente, ni bastimentos ny naide quiere hir a ella”. A estos problemas además se añadía la peste que azotaba a Ceuta al mismo tiempo que al reino. Dentro de la lógica coyuntura del momento la solución parecía obvia: Felipe II, con el pretexto de ordenar el aprovisionamiento de la ciudad, podría enviar recursos humanos. Se añadía también el hecho de que Ceuta pertenecía a la casa de Vila-Real, que ya había reconocido al rey español como legítimo sucesor del cardenal don Enrique. Puesto que Ceuta estaba sufriendo el castigo de la peste, se hacía necesaria una doble estratagema: no desembarcar en la ciudad sino en la Almina, lugar en el que no se debería permitir instalarse a los moros. De hecho, “el Almina tomada, Cepta esta tomada y esta no ay quienla defienda ni parecera efecto de guerra ni que se va con intención de se tomar ni novedad tomarse el Almina diciendo que por no entrar en los ayres malos de la ciudad se desenbarcan en el Almina”. Ante los efectos de la peste, que supuso la muerte de una parte considerable de la población, y por estar los moros informados de este hecho, se temió el peligro de un nuevo ataque. El 18 de mayo de 1580, el corregidor de Gibraltar escribió a Gabriel Zaias: “En esta fragata de moros me vino aviso de Tetuan de un esclavo del alcaide como su amo avia consertado de venir sobre Ceuta y poner escalas en ella por la banda de Tetuan, atento la poca gente de guerra que en aquella plaça ha quedado con la peste”. El corregidor también informó a don Leonis Pereira, capitán de Ceuta (Braga y Braga, 1998, pág. 42). Finalmente el ataque no llegó a concretarse. El 31 de julio, Felipe II envió a don Manuel de Castelo Branco a Ceuta y a Arcila con proclamaciones dirigidas a sus habitantes en las que se declaraba legítimo rey de Portugal, y el 18 de agosto tuvo conocimiento de que ambas ciudades lo habían reconocido como tal, en tanto que Tánger y Mazagán permanecieron fieles a don Antonio, prior de Crato.
Escudilla de asas aplicadas fabricada en Paterna, decorada con un motivo epigráfico, hojas de acanto y coronas, recuperada en Ceuta y fechada en el segundo cuarto del siglo XV. Fotografía: Andrés Ayud Medina/José Manuel Hita Ruiz.
Como recompensa, el hijo de Carlos V mandó proveer de trigo a Ceuta y a Arcila (Farinha, 1970, págs. 116 y 117). El 28 de agosto, el duque de Medina Sidonia recibía la orden de enviar a los corregidores de Jerez, Cádiz y Gibraltar a tomar posesión de las plazas portuguesas (Fernández et al., 1851, págs. 24 y 25). En el caso concreto del corregidor de Gibraltar, el doctor Antonio Felices de Ureta, por orden regia se dirigió a Sanlúcar y allí fue informado de que debería ir a Ceuta para tomar posesión de la ciudad en nombre del monarca (Braga y Braga, 1998, pág. 42). Esa toma de posesión se produjo el 7 de septiembre, y existe un minucioso relato del evento. En esa fecha era capitán de Ceuta don Leonis Pereira, a quien el doctor Antonio Felices pidió que mandase reunir a los jefes civiles y militares así como a cuantas otras personas que se pudiesen encontrar. La ceremonia se inició ese día por la mañana y comenzó con un breve discurso del corregidor en el que solicitó vasallaje y homenaje del capitán de Ceuta. Fueron entregadas cartas a don Leonis Pereira, al juez ordinario André da Arca, e incluso al contador y a los oficiales de la contaduría. Tras eso, todos juraron reconocer a Felipe II como rey y señor natural, prometiendo guardarle lealtad y fidelidad. La ceremonia prosiguió después en la iglesia de la Santísima Trinidad, donde se hallaban el pendón y el estandarte reales. El estandarte real fue trasladado a la plaza y allí don Leonis Pereira pronunció las palabras de aclamación: “Real, real por el rei catoliquo dom Filipe de Portugal noso senhor”, a las que los presentes respondieron: “Logra-se estes reinos e cidade por muitos anos com muita vitoria contra os emfieis”. Tras las salvas de la artillería, el estandarte fue llevado por la ciudad para regresar de nuevo a la iglesia, en cuya puerta aguardaba el obispo don Manuel de Seabra y todo el cabildo. Fue ése el momento en el que el doctor Antonio Felices recibió el juramento del prelado y en el que se celebraron solemnes ceremonias religiosas. Inmediatamente después, en la Puerta del Campo, se produjo la entrega de las llaves de la ciudad al corregidor de Gibraltar por parte del capitán de la ciudad. Los oficiales de gobernación y de justicia fueron confirmados en sus cargos, prometiendo todos ellos fidelidad al monarca. Al día siguiente, 8 de septiembre, el doctor Antonio Felices pidió de nuevo a don Leonis que reuniese a los jueces, oficiales, hidalgos, caballeros y personal de infantería con el fin de recibir el estandarte real. El acto transcurrió en la capilla mayor de la iglesia de la Santísima Trinidad. Se celebró misa solemne, con sermón, para después recorrer la ciudad con el estandarte, que quedó expuesto en uno de los lugares más visibles de la plaza. Concluía así la ceremonia de proclamación de Felipe II en Ceuta. En una misiva del corregidor de Gibraltar, datada el 12 de septiembre, éste explicaba a Felipe II cómo habían transcurrido los acontecimientos, que Antonio Felizes resumía en la frase: “tome pacificamente la possession desta ciudad” (Braga y Braga, 1998, pág. 43). Téngase en cuenta que entre 1580 y 1656 Ceuta fue una ciudad portuguesa y que sólo en esa última fecha pasó a ser posesión de la corona de Castilla.
POBLACIÓN Y SOCIEDAD
Ceuta permaneció siendo la única plaza fuerte portuguesa en el norte de África hasta la conquista de Alcazarseguer en 1458 (Braga, P., 1998, págs. 268-275; Duarte, 2003, págs. 424- 426). De hecho, en 1437, los portugueses no sólo no habían conseguido apoderarse de Tánger sino que, además, el infante don Fernando, hermano del rey don Duarte, había sido hecho prisionero por los musulmanes y moría en Fez seis años después (Braga, P., 1998, págs. 256- 268; Duarte, 2003, págs. 417-423, 2005, págs. 222-251). Entre el 12 de noviembre de 1463 y hasta, por lo menos, el 13 de marzo de 1464 estuvo en Ceuta Alfonso V, que proyectaba la conquista de Tánger (Braga, P., 1998, págs. 275-279; Duarte, 2003, págs. 426-429). En 1471 Alfonso V tomó Arcila y Tánger. En el tratado de paz, que firmó entonces con el rey de Fez, se reconocía el señorío portugués sobre Ceuta, Alcazarseguer y Arcila, así como el derecho a ocupar Tánger, Larache y Anafé, e incluso el de atacar las ciudades amuralladas y apoderarse de ellas. Por su parte, el rey de Portugal reconocía a Mohamed el Cheik como legítimo soberano de Fez (Braga, P., 1998, págs. 279-286; Duarte, 2003, págs. 429-432).
Ceuta sólo volvió a tener cierta importancia entre las plazas norteafricanas portuguesas durante el reinado de Juan III, cuando se barajó la posibilidad de abandonar algunas o incluso todas las posesiones lusas en la zona. En 1529, el duque de Braganza sugiere al rey la entrega a Carlos V de Ceuta, Alcazarseguir y Arcila, conservando Portugal sólo el señorío de Azemor y Safi (Cénival, Lopes y Ricard, 1948, pág. 450). A su vez, Cristovão de Távora dice que “Septa he tam forte e anda em taes pessoas que sempre lhes Nosso Señor dara esforço pera com ajuda de Vossa Alteza nam temerem ninguem” (Cénival, Lopes y Ricard, 1948, pág. 651). El obispo de Lamego era de la opinión de guarnecer a Ceuta “polo muito que ella importa a toda a cristiandade” (Cénival, Lopes y Ricard, 1948, pág. 667). Juan III prefirió abandonar Azemor y Safi en 1541, luego Arcila y Alcazarseguer en1550 (Braga, I., 2001, págs. 179-182).
En los años setenta se asiste a la opción norteafricana del rey don Sebastián (Dias, Braga y Braga, 1998, págs. 748-752). En 1574, el joven rey, durante su primera jornada en Marruecos pasó por Ceuta (Serrão, 1987, págs. 334-336), siendo recibido en la ciudad con un vibrante apoyo a su osado proyecto (Braga y Braga, 1998, pág. 39). Tras el desastre de Alcazarquivir, en 1578, su cadáver, o aquello que se hizo creer que era, fue llevado hasta Ceuta, donde quedó en custodia del convento trinitario local. En 1580 los restos fueron trasladados a la catedral. Dos años después lo hicieron al monasterio de los Jerónimos, en Lisboa (Dornellas, 1922; Medeiros, 1972; Brochado, 1974).
Santa Beatriz de Silva, nieta del primer gobernador de Ceuta, Pedro de Meneses, fue una influyente figura en la corte castellana. Fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción, fue canonizada en 1976, y junto con su hermano el beato Amadeo de Silva goza de gran veneración en Ceuta.
Lisboa desde el castillo de San Jorge. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
“Los puertos andaluces más próximos jugaron un papel destacado en el abastecimiento de cereal y otros productos a Ceuta durante la etapa lusitana”
En términos sociales, en las ciudades y villas portuguesas del norte de África vivían diferentes tipos de personas. En la cúspide encontramos los fronteiros (de “homens da fronteira”), grupo constituido por hidalgos y otros nobles adscritos a la casa del capitán o de otros grandes señores, o incluso a la propia casa real, a cuya cabeza aparece el propio capitán de Ceuta. El primero de ellos que gobernó Ceuta fue don Pedro de Meneses, entre 1415 y 1437 (Campos, 2004; Moura, 2005). Tras don Pedro de Meneses fueron capitanes de Ceuta varios descendientes suyos, es decir miembros de la casa de Vila Real, que detentaron la capitanía de Ceuta como un auténtico feudo (Campos, 2004; Moura, 2005). El clero también tenía cierta importancia. La visita de Jorge Seco, en 1586, refiere que debía de haber en Ceuta siete canónigos y cuatro beneficiados. En esa época percibían haberes de la Hacienda Real por lo menos un chantre, un arcediano, cinco canónigos, el tesorero, un mozo hijo de clérigo y otros tres eclesiásticos (Braga y Braga, 1998, pág. 61). Pero no eran éstos los únicos privilegiados en Ceuta; un ejemplo es el de Gonzalo Vaz, comerciante, casado con una tía de don Duarte de Meneses, que estaba eximido de abonar derechos pasivos (Azevedo, 1934, págs. 242 y 243). No hay que olvidar tampoco a la élite local de origen luso, a la que ya hicimos referencia. Venía luego un grupo constituido por menestrales de diversos oficios, como sastres, zapateros, empedradores, pintores, orfebres, tintoreros, barberos y cerrajeros. Tras todos ellos se hallaban los pescadores, los hortelanos y los pequeños comerciantes (Posac, 1983, págs. 41 y 42).
Varios individuos aparecen en documentos con el patronímico “de Ceuta” (Braga y Braga, 1998, pág. 58). Esto puede tener dos significados: o bien que esos hombres habían nacido en la ciudad del Estrecho y se fueron a vivir al reino conservando el nombre de su lugar de origen, o bien que, habiendo nacido fuera de Ceuta, vivieron en ella algún tiempo e incorporaron su nombre al regresar a sus lugares de origen (Gonçalves, 1978, págs. 386 y 387). Muchos ceutíes vivieron fuera de la ciudad. Son los casos de Rodrigo Samuel, que fue escribano de la Factoría de Andalucía; de Fernão de Capito, que sirvió seis años en las galeras de Carlos V, y de Febo de Sequeiro, preso en Estremoz desde antes de 1563 (Braga y Braga, 1998, pág. 59). En otros lugares del norte de África, o incluso en zonas completamente diferentes, sirvieron naturales y vecinos de Ceuta. En Azamor fueron localizados dos ceutíes, uno en 1521 y otro al año siguiente (Cruz, 1967, pág. 66). Las cartas de caballero nos revelan más datos: Diogo de Andrade prestó servicios en Azamor, Francisco Correia en Mazagán, Heitor Álvares en Sofala y Mozambique (Braga y Braga, 1998, pág. 59).
Guerrero portugués. Convento de la Orden del Cristo de Tomar. Fotografía: Fernando Villada Paredes.
En 1556, volvía a recordar que los libros de los almojarifes debían estar en la contaduría, en cofres cerrados, y cada cofre con tres cerraduras cuyas llaves debían estar, respectivamente, en poder del contador, del almojarife y del escribano (Esaguy, 1941, págs. 82 y 83). Otra función importante en la organización financiera de Ceuta era la del contador del almojarifazgo. Anselmo Braamcamp Freire habla de un tal Martim Vicente que lo habría sido al menos entre 1417 y 1426 (Freire, 1996, I, págs. 395-397), aunque la documentación señala a un tal Estêvão Domínguez en 1421 (Azevedo, 1915, págs. 458 y 459). En 1438 fue nombrado para el cargo Alfonso Mendes, con 30.000 libras de manutención y 66.500 libras de indumentaria (Azevedo, 1915, pág. 15). Continuaba todavía en ese puesto en marzo de 1442 (Azevedo, 1915, pág. 541), pero ya no seguía en él en junio, pues en esa fecha lo estaba ocupando Vasco Gonçalves (Azevedo, 1915, pág. 541), que continuaba ejerciéndolo en 1428 (Dinis, 1961, pág. 200). En 1486 fue nombrado Álvaro Pires Coelho (Coelho, 1943, pág. 180) que, en 1498, renunció a favor de su hijo, Diogo Coelho. Vasco Martins fue contador al menos entre 1510 y 1518. En 1520 ya lo era Jorge de Barros. En 1522 aparece Antonio Arrais, que no fue sustituido hasta 1532, o poco antes, por Gaspar de Andrade, que seguía en 1533. Diogo Barroso fue nombrado en 1538. Manuel Dias falleció en 1550 y le sucedió Antonio de Grade, que seguía en activo en 1561 y en 1563. Martim Nabo, caballero de la casa del rey, que además desempeñaba los cargos de inquiridor y distribuidor de la ciudad de Ceuta, sustituyó a Pedro Alfonso que, en 1590, renunció por motivos de edad. Estaba casado con el ama de la hija mayor de don Gil Eanes da Costa, capitán de Ceuta. La documentación también revela los nombres de otros muchos oficiales como, por ejemplo, escribanos del almojarifazgo: conocemos a Pedro Gonçalves, nombrado por el infante don Enrique para sustituir a Diogo de Olivença, y confirmado por don Duarte en 1433 y por el regente don Pedro en 1439. Y a Luis Ribeiro, nombrado en 1556, con un salario de 2.000 reales anuales (Braga y Braga, 1998, págs. 104 y 105). Otro cargo era el porteiro dos contos. Conocemos la sucesión de los mismos entre 1439 y 1455:
Panel cerámico, con las imágenes de Juan I y Enrique el Navegante que flanquean el acceso al Museo de Ceuta, ejecutado en el taller de A. Parrilla, a partir de un diseño de José Abad.
Armas de Portugal en el pendón real del Palacio de la Asamblea de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Ceuta perteneció a la Corona portuguesa durante algo más de dos siglos y medio.
Nao portuguesa. Sala de las Galeras, Palacio Nacional de Sintra. Fotografía: Fernando Villada Paredes.
En términos cuantitativos poblacionales son posibles algunas aproximaciones. Cuando regresó al reino, en 1415, Juan I había dejado en Ceuta un contingente de 2.500 hombres. Más adelante, en 1586, estaban registradas 809 personas en la Hacienda Real, concretamente 464 hombres solteros, 252 casados, 25 viudos y apenas 33 mujeres; además, la fuente añade 35 personas de las que no se especifica ni sexo ni estado (Braga y Braga, 1998, pág. 53).
La población de Ceuta tenía un carácter mucho más estable de lo que a primera vista pudiera pensarse. De hecho, además de los fronteiros, grupo más o menos fluctuante, se detectan aquéllos a los que es costumbre denominar como moradores, es decir la población permanente de la plaza, que fue siempre mayoritariamente portuguesa, si bien algunos ya habían nacido en Ceuta. Esta situación ya era constatable en el siglo XV: los propios capitanes de la ciudad se hacían acompañar en su destino de sus respectivas familias; existen noticias sobre la presencia de sus mujeres, hijos e hijas. Por ejemplo, dos de las tres esposas de don Pedro de Meneses residieron con él en Ceuta, y también en Ceuta se casó una de sus hijas ilegítimas (Rodrigues, 1995, pág. 419). En 1568, la marquesa de Vila Real, doña María de Silva, esposa del capitán de la ciudad, pedía a la corona que la armada del Estrecho la escoltase para acudir junto a su marido (Beaumont, 1968, pág. 183). Pero más importante fue el hecho de que doña María de Eça, esposa del capitán don Alfonso de Noronha, gobernase la ciudad desde enero o febrero de 1548 hasta agosto u octubre de 1549 en ausencia de su marido (Braga, P., 1995). Existen otros ejemplos de esa población más o menos estable: en 1442 se concedió una pensión a un físico que había servido 26 años en Ceuta (Azevedo, 1915, pág. 214). Al año siguiente, un caballero de la casa real, Alfonso de Miranda, vendió sus bienes antes de partir hacia la ciudad (Dinis, 1967, pág. 93). En 1446 se concedió perdón al hijo de un hombre que había residido 20 años en Ceuta, donde había vivido él desde los 18 (Azevedo, 1915, págs. 310 y 311). Dos años después, un documento explica que João Pacheco habitaba en la ciudad desde hacía 26 años (Azevedo, 1915, págs. 246 y 247). En 1451, un residente en Albufeira se trasladó a Ceuta “com sua molher e filhos” (Azevedo, 1934, pág. 60). Pero el caso más paradigmático es el de la familia Pereira, establecida en Ceuta desde la conquista y constituida por los descendientes de João Pereira Agostim, combatiente de 1415 (Dornelas, 1914; Riley, 1988). Existe un documento de 1555 que es extremadamente revelador, pues muestra la existencia de tres generaciones establecidas en la ciudad: Martim Vaz, caballero; su hijo João Vaz, muerto por los moros; la viuda de éste, que recibió el privilegio de una escribanía en la calle de la Mina para quien se casase con su hija; y esta última (Braga y Braga, 1998, pág. 55). Se apuntan además algunos datos sobre la presencia femenina en Ceuta: por regla general las mujeres estaban casadas, pero también las había solteras, parte de las cuales eran o prostitutas o mancebas (Rodrigues, 1995). Una de estas últimas, Leonor de Beja, vivía en la casa de Gil de Gusmão, “sempre de huua porta pera demtro” (Azevedo, 1934, págs. 155 y 156). En cualquier caso, el porcentaje de mujeres nunca debió de ser alto pues durante la visita de Jorge Seco, en 1586, había registradas diez mujeres casadas y 23 viudas que recibían pensiones de la Hacienda Real, y que no suponían más que el 4,4% del total de beneficiarios (Braga y Braga, 1998, pág. 56). Pero, pese a lo dicho, no eran raros los casos de población flotante, sobre todo en el caso de los militares. El ejemplo más famoso es el de Rui Gomes da Silva, que en 1422 se casó en Ceuta con una hija bastarda de don Pedro de Meneses y que permaneció en la ciudad hasta 1426 o 1427. Es habitualmente aceptado que en Ceuta nacieron los dos hijos más conocidos de entre los once que tuvo el matrimonio: santa Beatriz de Silva y el beato Amadeo (Freire, 1996, I, págs. 15-20; Moreno, 1980, págs. 954- 957; López, 2001, pág. 89). En 1444 la ciudad de Faro se quejaba a las Cortes de ser tierra de paso de los que iban y venían de Ceuta (Iria, 1990, pág. 113). Un espingardero, João Aires, habitante de Arcila, prestó servicio en Ceuta y en Alcazarseguer hasta que en 1475 obtuvo destino en Arcila (Farinha, 1990, III, págs. 124 y 125). De la gran cantidad de caballeros que fueron nombrados por Juan III por servicios prestados en Ceuta se encuentran oriundos de Lisboa, Santarén, Tavira, Faro, Moncarapacho, Sardoal, Beja, Elvas, Moura, Campo Mayor, Borba, Évora, Olivenza, Viana do Castelo, Caminha y Guimaraes, así como de las islas de Terceira, San Miguel y del Pico, en las Azores (Braga y Braga, 1998, págs. 56 y 57). Otro grupo de población flotante en Ceuta estaba constituido por los que habían estado presos en el Islam y habían logrado huir a tierra cristiana. En 1553 llevaron a presencia del vicario general de la diócesis a tres hombres, Francisco Vera, Juan Halac y Lorenzo, vecinos de Almería, que habían sido apresados por los musulmanes mientras se hallaban pescando cerca de esa ciudad andaluza. Habían sufrido cautiverio en Tetuán durante dos meses, sin llegar a renegar de su fe, y finalmente habían logrado huir a tierra de cristianos (Martínez, 1988).
“Además de los
fronteiros, la
población de Ceuta
poseía una marcada
estabilidad de
moradores,
mayoritariamente
portugueses”
Otro grupo de gran importancia es el de los desterrados y fugitivos. De hecho, muchas de las penas por crímenes cometidos en el reino suponían el destierro al Algarve de Ultramar. Además, muchos huían a Ceuta y a otras plazas africanas tras cometer determinados crímenes, por lo que dichas plazas funcionaban a semejanza de los coutos de homiziados del reino (Baeza, 1987, págs. 14-17; Beirante, 1993; Duarte 1999; Moreno, 1986). Así, según las Ordenaçoes Afonsinas, quien delinquiese contra la seguridad interna del reino –como, por ejemplo, abrir cartas regias, de infantes, duques o condes, falsificar sellos de jueces, secuestrar, participar en peleas o alborotos o haber desertado de la armada de Ceuta de 1415 o de la de Tánger de 1437– sufriría penas de destierro en la ciudad del Estrecho que iban de uno a cinco años, según la naturaleza de los delitos y de quien los hubiese llevado a cabo, añadiendo que muchas de esas penas se acompañaban además de multas pecuniarias y de azotes. También era castigado con el destierro en Ceuta quien falsificase o cercenase moneda, quien liberase o permitiese huir presos de la mano de la justicia o de prisiones, quien durmiese con mujer casada, después que su marido se reconciliase con ella, también los acusados de prácticas de hechicería o de juego, los de arrancar mojones en propiedades ajenas y los de homicidio sin premeditación. La duración de los destierros no era muy larga, si exceptuamos la de adulterio, que podía totalizar hasta siete años; la de uso consciente de moneda falsa, que sería perpetua, o la de juego, que dependía de la arbitrariedad real (Beirante, 1993). Pero eran pocos los que estaban interesados en servir en el norte de África como fugitivos. En algunos casos, muchos de los que eran condenados a destierro en Ceuta lograban posteriormente obtener de la corona el ser transferidos a los coutos de homiziados del reino, alegando, por ejemplo, incapacidad física o necesidad de amparar a sus familiares, que podrían perecer sin su presencia. En esos casos deberían cumplir, generalmente, el doble de tiempo que si lo hubiesen cumplido en Ceuta. Aunque de manera mucho menos frecuente, también se producía la situación inversa, es decir el cambio de destierro en uno de los coutos de homiziados del reino por una estancia en Ceuta (Braga, P., 1993). Jorge Seco constató que muchos de los desterrados se limitaban a vivir a costa de la Hacienda Real y consideraba, pues, necesario el reglamentar las obligaciones de estos hombres, sobre todo a nivel militar. Otros desterrados desempeñaban funciones como soldados (Braga y Braga, 1998, pág. 63). Jorge Seco incluso destacó que podría ser una buena idea el aprovechamiento de los desterrados en el desempeño de diferentes oficios manuales, sobre todo carpinteros, albañiles y herreros, todo ello porque muchos manifestaban aversión o ponían dificultades para aceptar el servicio militar y acababan volviéndose unos auténticos inútiles en Ceuta (Esaguy, 1941, pág. 131). En Ceuta también residían extranjeros. En 1464, o antes, fue asesinado Fernão Garcia, extranjero de origen no especificado, que vivía en la ciudad (Farinha, 1990, II, págs. 289 y 290). Dias Dinis opina que un tal Paulo Húngaro, fraile de la Orden de Cristo, era un magiar nacido ya en Ceuta en el siglo XV (Dinis, 1971, págs. 311 y 312). Robert Ricard comenta la existencia, en el siglo XVI, de una pequeña comunidad de franceses (Cénival, Lopes, Ricard, 1948, págs. 500 y 501). Por lo que respecta a los alemanes, Jorge de Ehingen, que participó en la defensa de la ciudad durante un asedio musulmán en 1458, escribió que en ella había varios soldados
También se han localizado en Ceuta judíos y moros. Los primeros no constituían, durante el periodo de presencia portuguesa, una auténtica comunidad autóctona, sino que procedían de diferentes lugares. Es más, muchos de ellos, que se habían dedicado al floreciente comercio con Italia y Aragón desde el siglo XI, huyeron con los musulmanes en 1415 (Gozalbes, 1988; Tavim, 1997, págs. 179-182). De cualquier modo, un judío llamado Joseph, orfebre, aparece en un documento de 1451 (Azevedo, 1934, págs. 13 y 14). Otro, llamado Mestre Guedelha, que dice ser judío castellano, era físico y cirujano del conde de Vila Real en Ceuta (Azevedo, 1934, págs. 263 y 264). Tras la expulsión de los judíos de Castilla, en 1492, pocos fueron los que eligieron Ceuta como destino, prefiriendo Safi, Arcila y Azamor (Tavares, 1986, 1988, 1992, págs. 321-324). Sin embargo fueron muchos los que continuaron frecuentando la ciudad, sobre todo como comerciantes: en 1464 el judío José Alfaquim recibió el privilegio de poder disfrutar de la merced, de que gozaban los habitantes de Ceuta, de estar exento del diezmo de los productos que se enviaban al reino (Farinha, 1990, II, págs. 313 y 314; Tavares, 1992, pág. 287). También ayudaban a los cristianos en las tareas de rescate de cautivos, sobre todo como intérpretes (Braga y Braga, 1998, pág. 67). De hecho, los judíos terminaron por ir reinstalándose en Ceuta sin mayores problemas, a pesar de la animosidad regia, inquisitorial y episcopal que se traducía en medidas de muy reducida eficacia: en fecha incierta, el monarca decretó que en el plazo de tres meses todos los judíos abandonasen los lugares en que se hallaban, so pena de ser hechos cautivos (Esaguy, 1941, págs. 43 y 44). En 1557, el cardenal don Enrique mandaba que no se permitiese que los judíos y moros que acudían a comerciar a Ceuta se alojasen en las casas de los cristianos nuevos (Esaguy, 1941, págs. 44 y 45). En el siglo XVI se detectan varios conversos de origen hebreo. En 1559, la reina regente doña Catarina decretaba que no podían ser bombarderos en Ceuta (Esaguy, 1941, págs. 85 y 86), y en ese mismo año hay un documento en el que aparece un boticario llamado Antonio Vaz (Braga y Braga, 1998, pág. 68).
Los moros libres debían ser poquísimos tras el éxodo masivo de 1415, aunque aparecen algunos mencionados ocasionalmente. En 1492, Juan II pidió a los reyes de Castilla y de Aragón que ordenasen liberar a cuatro moros que habían entrado en Ceuta con garantías de seguridad otorgadas por el capitán de la ciudad, pero que habían sido capturados en Gibraltar (De la Torre, 1960, págs. 404-406). Más comunes eran los moros esclavos, es decir aquéllos que habían sido capturados por los ceutíes en almogaverías. Así, alrededor de 1556, el capitán de Ceuta prendió a un musulmán de Alcazarquivir, probablemente durante un asalto en sus alrededores. Como era habitual, ese moro fue esclavizado. Más tarde fue bautizado con el nombre de João Baptista, convirtiéndose, pues, en morisco, y ya residía en Lisboa cuando compareció ante la Inquisición de Lisboa por la acusación de haber vuelto a la fe islámica (Braga y Braga, 1998, pág. 68). Sabemos que los moros cautivos en Ceuta permanecían en una mazmorra y que sus dueños pagaban a un carcelero por la utilización de la prisión; resultan curiosos ciertos artículos de su reglamento. Por ejemplo, el carcelero “podera assoutar os mouros sem seus amos lhe irem a mão porque he neçesario asouta los o masmorrejro por pelejaren ou faserem outras cousas mal feitas” (Esaguy, 1941, 207 y 208). La situación era diferente en lo que respecta a los moros de paz. A partir de la década de 1460, pero sobre todo en la de 1470, aparecerán musulmanes que, residiendo en sus zonas aledañas, pagaban tributos a las plazas portuguesas a cambio de protección por parte de los capitanes lusos (Ricard, 1981). En 1463 los capitanes de Ceuta y de Alcazarseguer firmaron un acuerdo con los jefes kabileños de la sierra de Amiera, Farrobo y Benabalance, según el cual estos últimos se declaraban tributarios del rey de Portugal, abonando cada padre de familia dos doblas de oro, y una cada viuda, a cambio de la protección prestada por los portugueses. Los portugueses podían pasar libremente por sus tierras, y los moros quedaban autorizados para ir a comerciar a los mercados de Ceuta y Alcazarseguer con la garantía de no destrucción de lo que cultivasen (Esaguy, 1941, págs. 87 y 88). Pero ambos capitanes, don Pedro de Meneses, de Ceuta, y don Duarte de Meneses, de Alcazarseguer, pronto entrarían en conflicto a causa del cobro del tributo, hasta que, en 1464, éste quedó resuelto a favor del segundo (Marques, 1971, págs. 38 y 39). En Ceuta también había moriscos, es decir individuos que se habían pasado del Islam al cristianismo (Isabel, 1999). La corona incentivaba esas conversiones premiándolas con mil reales por cabeza. Así aconteció en 1521 con Pedro Mourisco, y en 1534 con Diogo Álvares. A su vez, en 1530, tres moros de Granada que se hicieron cristianos recibieron 1.600 reales (Braga y Braga, 1998, pág. 69). Por último nos referimos a los esclavos. Un documento del siglo XVI habla de uno de ellos, llamado Nascere. Era probablemente un negro subsahariano. Las fuentes también hablan de negros forros, es decir libertos. La visita de Jorge Seco de 1586 menciona a André Pereira, pífano que servía en la bandera vieja, a Martim Dias y Pedro Fernández, tambores de la bandera nueva, y a Jorge do Prado, soldado de la guardia del capitán (Braga y Braga, 1998, pág. 70). Por lo que atañe a la alimentación, vestuario, vivienda, salud, afectos, violencia, creencias y diversiones, las diferencias entre lo que se vivía en Ceuta o en Portugal no serían muchas. La especificidad de la plaza fuerte norteafricana se refería sobre todo a los productos alimenticios propios de la zona, como los dátiles, o al hecho de una mayor predisposición al hambre. En lo referente al vestuario, sólo cabe destacar un posible mayor colorido que en Portugal, a causa de la presencia de musulmanes y moriscos. Las viviendas serían una mezcla de las que habían sido abandonadas por los musulmanes en 1415 y de las que los portugueses usaban en Europa. La salud no mostraba mayor particularidad que la de curar heridos en combate. En cuanto al afecto, con menos mujeres que en Portugal pero con más que en Oriente o en Brasil, los portugueses reproducían, a pesar de todo, los mismos patrones de relación que en el reino. El recurso a la violencia era cotidiano debido tanto a la constante amenaza de los musulmanes como a la propia naturaleza de los hombres de la época, propensos a resolver todo por la fuerza.
“que compreendiam e falavam o idioma da baixa Alemanha” (García, 1952, pág. 245). Seguramente se trataba de mercenarios germánicos, flamencos u holandeses, como lo era él mismo. En el siglo XVI muchos hombres de esos orígenes fueron a Ceuta para servir como bombarderos (Esaguy, 1941, pág. 129). Entre los extranjeros, los más numerosos fueron siempre los españoles. Un castellano de Alconchel sirvió dos años en Ceuta, razón por la cual fue nombrado caballero durante el reinado de Manuel I (Braga y Braga, 1998, pág. 65). Eso mismo ocurriría, en tiempos de Juan III, con el vizcaíno Juan de Villanueva (Braga y Braga, 1998, pág. 65). También era vizcaíno Juan Quintana, que en 1531 trabajaba en la ciudad, donde hizo una campana (Valdez, 1941, págs. 7-9). Aproximadamente entre 1519 y 1532 fue condestable de los bombarderos un tal Corneles Paiva, probablemente castellano. En 1565, el aragonés Pedro Alfonso era el tesorero de la Misericordia (Braga y Braga, 1998, págs. 65 y 66).
“La corona portuguesa
incentivaba las
conversiones de
moriscos
premiándolas con mil
reales por cabeza”
ECONOMÍA Y ABASTECIMIENTO
En 1575 se estableció que, además de los 2.000 reales que ya tenían de sueldo anual, los atalayas tendrían 500 más. Si cayesen cautivos, sus mujeres tendrían derecho a una fanega de trigo (Esaguy, 1941, págs. 93 y 94). En la documentación también aparecen los escuchas, y en gran número: en 1464, la criada de Diogo Pires, escucha muerto por los moros, recibió en herencia la mitad de los bienes del mismo (Farinha, 1990, II, págs. 283 y 284). En 1529, el capitán de Ceuta mandó aumentar la manutención de los 12 escuchas existentes a una fanega de trigo mensual más 1.668 reales, pues “he necesaryo amdarem toda a noyte edia no campo e estarem ela seis e sete dias” (Braga y Braga, 1998, pág. 120). En ese mismo año, en carta a Juan III, decía “As escuitas nesta cidade são tam necessarias ou maes que os atalhadores de cavallo em Tangere prque da falta dellas acontecerão grandes desastres [...] mas quando as ha pera se tomar o campo com ellas he com muita parte menos do risco que sem ellas pode aver e como o officio he tam perigoso ha poucos homes que o queiram aceitar” (Rego, 1975. pág. 305). Tres años después, la pensión anual de cada uno de ellos era de 6.000 reales, habiendo mandado Juan III que se pagase a Francisco Darcos (Braga y Braga, 1998, pág. 120). En 1536 se dedicó media fanega de trigo mensual a las mujeres de los 12 escuchas (Esaguy, 1941, pág. 183), y en 1556 se decidió que hubiese dos escuchas más (Esaguy, 1941, pág. 25). Otra de las piezas claves en la defensa de Ceuta eran los almocadenes, sin ser extraño que, debido a la naturaleza de sus funciones, muchos pereciesen en combate. Eso le aconteció en 1543 a Rui Ledo, en 1552 a Francisco Vaz y en 1556 a Pero Namão. En 1545 a otro, Fernão de Noronha, se le estableció una manutención anual de 6.000 reales (Braga y Braga, 1998, pág. 121). La documentación también nos informa sobre los espingarderos. João Aires fue designado, en 1475, para servir en Arcila después de haberlo hecho en Ceuta y en Alcazarseguer (Farinha, 1990, III, págs. 124 y 125). En 1529, el capitán de Ceuta mandó entregar 25 arrates de pólvora de espingarda a los espingarderos que, en 1531, eran 17 y recibieron, a través de su superior, Bastião Afonso, 34 arrates de pólvora y la misma cantidad de plomo. Se constata que, pasados unos meses, pasaron a tener derecho a 15 arrates de pólvora y 10 de plomo (Braga y Braga, 1998, págs.121). Los bombarderos eran otra categoría entre los hombres de armas en Ceuta. En 1518, les fue atribuido un sueldo de 18.000 reales, del que ya disponían, además de una fanega de trigo (Esaguy, 1941, págs. 87 y 88). En 1530 aparece uno de ellos, Mendo Vaz, al que se manda entregar dos barriles de pólvora. Tres años después, pasaron a pagarles un modio de trigo a cada uno (Braga y Braga, 1998, págs. 121 y 122).
Arcila en el Civitatus Orbis Terrarum. Archivo General de Ceuta.
La puerta de Santa María en la bahía norte es considerada según la tradición como el lugar por el que fue llevada a su templo la imagen de Nuestra Señora de África. Fotografía: José Suárez Padilla.
Escultura de don Pedro de Meneses, primer gobernador de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Las actividades económicas a las que se dedicaban los habitantes de Ceuta eran variadas. En primer lugar, la agricultura. Ya en 1451, el alemán Nicolás Lankman de Valckenstein, que visitó la ciudad, aludía al cultivo de legumbres en campos y huertos (Valckenstein, 1992, pág. 57). En el entorno de la ciudad podían cazarse perdices, codornices, palomas y otras aves, además de conejos (Mascarenhas, 1995, pág. 13), sin olvidar las cosechas de productos típicos de la zona, como los dátiles (Braga y Braga, 1998, pág. 71). Además de estas actividades estaba la pesca: en las playas se recogía mucho marisco y “regaladissimo pescado” (Mascarenhas, 1995, pág. 13). Los habitantes de Ceuta también se dedicaban a la ganadería: en la zona de la Almina se apacentaban caballos y otros animales (Mascarenhas, 1995, pág. 12). En el siglo XVI, la cría de cerdos estaba a cargo de andaluces y de conversos castellanos (Ricard, 1955, págs. 152 y 290). En lo que se refiere al comercio, éste asumía diferentes vertientes: en primer lugar, los intercambios legales entre cristianos. En 1459 los habitantes de Ceuta fueron exonerados de pagar el diezmo de los moros y otras mercancías llevadas por mar desde la ciudad a Lisboa. Esa exención fue confirmada en 1502 (Marques, 1944, pág. 556). Se exportaba lacre –en la práctica era un monopolio de la reina doña Catarina, esposa de Juan III (Braga y Braga, 1998, pág. 72)– y corales (Baião, 1910, págs. 202 y 203). Juan I solicitó permiso de comercio con el Islam, y el Papa Martín V lo autorizó a los cristianos de Ceuta: podrían comerciar de todo con el Islam excepto hierro, cuerdas, navíos, armas, etc. (Dinis, 1960, págs. 293-300). Esa licencia fue sucesivamente renovada a lo largo del siglo XVI (Dinis, 1964, págs. 58 y 59, 1965, págs. 350-353; Marques, 1944, págs. 533- 535). En 1563, la corona prohibió que se pagase en monedas de oro o de plata a los moros y judíos que acudían a comerciar a la ciudad, sino que se diese “a quarta parte em ouro ou em pratta e as outras tres partes em moeda de cobre ou em quaisquer mercadorias que não sejão das despezas [sic, mejor dicho, defesas]”, a no ser que fuese en pago de víveres y caballos (Esaguy, 1941, pág. 57). En 1453, un judío fue apresado por orden del capitán de Ceuta por haber sido sorprendido con varios moros intentando pasar mercancías de Tánger a Granada (Azevedo, 1934, págs. 160 y 161). En 1466, un cristiano, Diogo Lopes, fue perdonado del delito de haber intentado llevar una barca de Ceuta a Málaga (Farinha, 1990, II, págs. 345 y 346). En esa época lo que más funcionaba era el comercio ilegal: se trataba de enviar al Islam artículos como armas y alimentos, por ejemplo cereales, que podían hacer falta en el reino y que supondrían ventajas para el enemigo número uno de la Cristiandad. A pesar de las innumerables prohibiciones, tanto papales como reales, y de las autorizaciones ad casum, abundaron las prevaricaciones pues se trataba, pese a sus muchos riesgos, de un negocio muy rentable. Incluso siendo un delito que llegó a estar bajo la jurisdicción de la Inquisición, en el mismo estuvieron involucradas importantes figuras de la corte portuguesa (Braga, I., 2000). Los comerciantes dedicados al comercio legal (y también eventualmente al ilegal)eran portugueses, como Gil Vasques, casado con una tía de don Duarte de Meneses, que aparece en un documento de 1444 (Azevedo, 1915, pág. 261), pero también los había de otras nacionalidades. Como ya hemos visto, algunos eran moros o judíos. Otros eran genoveses, mallorquines, venecianos y catalanes que, hallándose ya en la ciudad en el momento de la conquista portuguesa, continuaron en ella después (Trindade, 1981, pág. 221). Uno de los italianos era Vicentio de Spindola, comerciante residente en Cádiz, que en 1539 recibió 400 reales como pago de una resma de papel para Ceuta (Braga y Braga, 1998, pág. 73). También había españoles que negociaban en Ceuta, así como en Arcila y Tánger, antes de la guerra de 1474-1479 entre Castilla y Portugal. Un ejemplo es Ruy López de Alcaraz (De la Torre, 1958, pág. 459). En 1468 el rey autorizó a la ciudad castellana de Palos para comerciar libremente en Portugal durante cinco años, notificándoselo al capitán de Ceuta (Farinha, 1990, II, págs. 355 y 356). Tras la Paz de Alcaçovas-Toledo (1479-1480) aparecieron otros como Bernardim de Castillo, al que Manuel I autorizó para poder hacer tratos en Ceuta, Tánger, Alcazarseguer y Arcila (Braga y Braga, 1998, pág. 73). También los ingleses hacían negocios en Ceuta, Tánger y Mazagán (Castries, 1918, pág. 135). El comercio implicaba la existencia de aduanas. Cuando Jorge Seco visitó las plazas africanas, en 1586, se estableció que tanto las mercancías como los alimentos destinados a ellas estuviesen exentos de derechos de aduana. Dicha exención abarcaba cualquier producto, fuese cual fuese su origen; medida ésta que obviamente pretendía incentivar y aumentar el comercio. Como fuente de ingresos de la aduana se mantenían los impuestos sobre el pescado capturado por los pescadores locales (Esaguy, 1941, pág. 57). Cuando visitó la aduana, Jorge Seco notó ciertas irregularidades: para empezar, el dinero no estaba en un cofre de tres cerraduras, como debería estar. Además fue necesario esclarecer varios asuntos: nunca se podría hacer frente al pago de gastos extraordinarios, con dinero solicitado a ningún comerciante a cuenta de mercancías que tuviesen que pasar por dicha aduana. Otros aspectos tenían que ver con la no existencia de una tasación de las mercancías y con el pago del 2% de tasas sobre cosas menudas –especialmente hilo de oro, aljófar, piedras engastadas o sin engastar– cuando se debería pagar el diezmo. El que las mercancías no pagasen derechos no las eximía de pasar por la aduana y ser selladas, de ahí el cambio del sello de madera por el de plomo. Esta tarea supondría a la Hacienda regia medio real por cada pieza que llevase sello (Braga y Braga, 1998, pág. 75). Igualmente se conoce algo sobre la propiedad en la Ceuta portuguesa. En 1443, la corona donaba a Rodrigo Alfonso de Meneses, que servía allí desde 1415, unas casas, corrales y haciendas de trigo (Azevedo, 1915, págs. 246 y 247). En 1448, João Pacheco, residente en Ceuta desde hacía 26 años, ve hecha realidad la dádiva de casas con huerto y cuadra que le había hecho don Pedro de Meneses 17 años antes (Costa, 1987, págs. 237- 238). En 1451, Alfonso V concedía a Martim Gil, escudero del obispo de Ceuta, unas casas en la plaza de la ciudad “homde chamam Aira” que antes habían sido confiscadas a un orfebre judío, Josepe (Azevedo, 1934, págs. 13 y 14). En 1453, Nuño Velho da Fonseca obtuvo la confirmación regia de la posesión de una “posta de terra” en la “liziria de Ninho de Ccãao” que le había sido otorgada por el infante don Enrique. “A qual terra elle rrompeo de nouo e ssemea com seus boys em cada huua no”, pagando al rey un tercio del trigo cosechado y un potro cada año (Azevedo, 1934, págs. 186 y 187). En 1454, a García Céspedes y a su mujer, Isabel Nunes, les fueron confirmadas casas con huerta en la rua Direita, donadas con carácter vitalicio por el capitán interino don Fernando Coutinho, mariscal del reino (Azevedo, 1934, págs. 211-213). Al año siguiente, Alfonso Vdonó a Rodrigo Alfonso de Meneses casas, corrales y haciendas de trigo (Azevedo, 1934, págs. 279 y 280) Ahora unas palabras sobre moneda y precios. En Ceuta ya existían oficinas monetarias antes de la conquista portuguesa, que continuaron trabajando después de 1415, al menos durante los reinados de Alfonso V y Juan II, cuando de ellas salieron medios escudos y reales de plata (Tavares, 1981-1983, págs. 10 y 17). En 1454 fue nombrado un escribano de la moneda en Ceuta (Marques, 1944 a, pág. 557). En cuanto a los precios, en el siglo XV se registró una fase alcista tanto en Ceuta como en Portugal (Marques, 1987, págs. 216-219). Así conocemos que, tras los asedios de 1418 y 1419, los precios subieron vertiginosamente en Ceuta: una gallina costaba 80 reales, y 40 una cañada de vino (Braga y Braga, 1998, págs. 78 y 79).
Al igual que ocurría en las otras plazas fuertes portuguesas y castellanas en Marruecos (Bunes, 1988), el abastecimiento de Ceuta fue siempre un problema durante la presencia portuguesa. Dicho abastecimiento se llevaba a cabo de dos maneras. La primera se refiere a aquello que obtenían los propios habitantes de la ciudad, sobre todo gracias a dos tipos de actividades: el corso y la almogavería. Acerca del corso, cuya importancia como forma de abastecimiento ha sido ya destacada (Godinho, 1984, págs. 154 y 155; Fonseca, 1978), tenemos un ejemplo en diciembre de 1415 más o menos: los portugueses capturaron un barco siciliano cargado de cereal (Arribas, 1955, págs. 19 y 20). En 1441, una fusta de Valencia fue perseguida por un galeón y una carabela ceutíes hasta que encalló en la costa próxima a Tarifa (Cariñena, 1993, págs. 133 y 134). Las almogaverías, por su parte, proporcionaban víveres además de prisioneros. De ellas hay abundantes ejemplos en las fuentes (Braga, I., 1993; Braga, I., 1997). Según los cálculos efectuados por Abel dos Santos Cruz, entre 1415 y 1464 fueron capturados a los musulmanes un total de 45 caballos, 232 cabras y 53 podencos (Cruz, 1995, pág. 296). La otra gran fuente de abastecimiento (sin duda la mayor o, al menos, de la que estamos mejor informados) era Portugal y otras zonas europeas como, por ejemplo, Andalucía. Un tipo de análisis como éste exige una incursión previa en la institución responsable del abastecimiento de la ciudad: la Casa de Ceuta (“casas do dessenbargo a nossa çidade de çepta”) (Azevedo, 1915, págs. 593-595) que centralizaba el cereal, el dinero y cualquier otro producto que en el reino, o fuera de él, se recogía con destino a la ciudad portuguesa del Estrecho. Creada en 1415, el documento más antiguo que hace referencia a ella es de 1434 (Luz, 1952, págs. 32 y 33). Según quejas que la ciudad de Lisboa presentó ante las Cortes en 1438, Juan I había requerido en Ferraria unas casas en préstamo para almacenar en ellas víveres destinados a Ceuta que todavía no habían sido devueltas. Don Duarte ordenó entonces esperar pues “os fectos de Cepta sse dettermynarom este ano” (Azevedo, 1915, pág. 115). Ignoramos si dichas casas eran o no el granero que se menciona en un documento de 1471 (Marques, 1971, págs. 90 y 91). La Casa de Ceuta estaba dotada de un intrincado cuerpo de funcionarios que iban desde el tesorero mayor hasta individuos con funciones sin especificar. Centralizaba todo aquello que a lo largo del reino se recogía con destino a la ciudad del Estrecho. Existían recibidorías y contadurías mayores de las cosas de Ceuta en Lisboa, Oporto, Entre-Douro-e-Minho, Tras-os-Montes y Santarén, que también tenían sus propios funcionarios, desde los tesoreros a los escribanos. Por esa documentación se ve, por ejemplo, que en 1458 Entre-Douro-e-Minho contribuyó con 724.829 reales, y al año siguiente con 248.044. Y en 1460 un curioso documento muestra que entre 1453 y 1455 el contador de las cosas de Ceuta en Oporto, Rodrigo Afonso, tuvo que pagar el flete de los barcos, los sacos para cargar el cereal y los libros de registro con el dinero y el trigo que se enviaba a Ceuta. Un documento de 1436 refiere con gran precisión “porquamto hua das principaaes cousas que som necesaryas pera prouymento dos que estam em Cepta asy he louça pera lhes levarem os mamtimentos pera que compre tanoeyros” (Azevedo, 1915, págs. 53 y 54). Así, los toneleros que trabajaban en la Casa de Ceuta recibían privilegios de la corona; también había individuos exentos de desempeñar estas funciones y otros que, habiendo servido ya, pedían certificados para no tener que volver a hacerlo. Los herreros de la Casa recibían diversas contribuciones que pagaban los judíos del reino. En 1432, 1433, 1434 y 1435 el almojarifazgo de Guarda recogió en varias comunas de su distrito 490.000 libras, a razón de 122.500 por año.
ADMINISTRACIÓN Y DEFENSA
“En 1656, tras setenta
años de ocupación
portuguesa, la ciudad
pasó a manos de la
corona de Castilla”
En 1437 también rindió 122.500, y en 1438 y 1439 se cobraron 3.500 reales blancos por año. En el almojarifazgo de Viseu, los judíos de Lamego contribuyeron, en 1438, con 1.200 reales y, en 1458, los judíos de Oporto, Chaves, Vila Real, Guimarães y Torre de Mancorvo dieron 828 reales. En 1496, la comuna de Covilhã contribuyó con 600 reales. Había recaudadores de este dinero como, por ejemplo, Rui Gonçalves que en 1441 fue nombrado para suceder a Manuel Gil. A lo largo del reino se cobraban los diez reales para Ceuta. Ese dinero se recogía en varios puntos del reino, en almojarifazgos como los de Guimarães, Vila Real, Ponte de Lima, Bragança, Oporto y Braga. Disponían de sus propios recaudadores y en muchas ocasiones los escribanos locales eran los del almojarifazgo. Existen datos desde 1434. En 1439, cuando los querían obligar al pago de nuevas cargas, los pueblos de Braga recordaban en las Cortes que ya pagaban para Ceuta. En esa misma asamblea, Oporto se quejaba de la “grande pena e miseria (que) padeçam os cabaneiros e os empregados e mancos e çegos e mançebas de soldadas e outros muitos proves e braçeiros que nom teem que comer salvo o que lhe dam averem de pagar os x reaes que se pagam pera os serviçaaes de Çeipta”. El rey eximió del pago de los mismos a las mujeres honestas y a los hombres pobres. En 1475, los pueblos reclamaron en las Cortes contra la obligatoriedad del pago de los diez reales en la comarca de Entre- Douro-e-Minho y Tras-os-Montes por parte de las viudas, mancebos de soldada, viejos con más de sesenta años y huérfanos. En 1490 requirieron que sólo los peones pagasen y no los criados, mujeres y escuderos. Mucha gente fue exonerada de esta contribución, bien individual o bien colectivamente. También se conoce algo sobre las embarcaciones que prestaban servicio a la Casa de Ceuta. Desde 1415 el monarca había requisado en Entre-Douro-e-Minho un conjunto de navíos para el abastecimiento de la ciudad recién conquistada. En 1422, esos mismos navíos pretendían no tener que pagar la sal de Santa María a la catedral de Oporto. En 1455, la ciudad de Oporto presentaba una queja en las Cortes contra la apropiación que el contador de la Casa de Ceuta hacía de barcos anclados en el Duero para ir a la ciudad del Estrecho. Y en 1459, en respuesta a la petición de los propietarios de los navíos enviados a Ceuta y a Alcazarseguer de que les fuesen pagados los respectivos fletes, Alfonso V decretó que no se hiciese así, pues no había sido costumbre el hacerlo en tiempos de Juan I ni de don Duarte. Como es natural también se requerían en el reino calafates para ir en galeras o a prestar servicio en Ceuta. En el caso de los de Lisboa éstos eran escogidos por sus maestres, pero en 1459 se quejaron al rey explicando que habían pasado a ser escogidos por el capitán, almirante, veedores de la Hacienda y almojarifes de la ciudad; Alfonso V ordenó que volviese a ser como antes, lo que se confirmó en 1492. Un documento de 1455 aludía a una barca llamada significativamente Santa María de África, destinada al transporte de víveres a Ceuta, y, en 1462, se sabe de un navío perteneciente a la duquesa de Bragança que se dedicaba a llevar cereal a la ciudad del Estrecho. Pormenoricemos el avituallamiento de víveres. Un documento de 1421 menciona los sábalos que se pescaban en el Tajo, con las avargas del infante don Enrique y con las de Ceuta, para ser enviados a la ciudad africana. Hay noticia de las avargas ceutíes en otro fragmento, fechado en 1442. Pero un documento de 1452 inesperadamente viene a decir de éstas que “ora mandamos armar” a cargo de Diogo Aires y con Lopo de Évora como escribano. De todas formas, el auténtico quebradero de cabeza portugués en relación con Ceuta sería el cereal. Se enviaba trigo a la ciudad del Estrecho desde los más diversos lugares: a mediados del siglo XV, el flete que se pagaba por el trigo que se enviaba desde Lisboa o desde Oporto hacia Ceuta alcanzaba el 50% del mismo. En 1523 partieron de Lisboa dos navíos que fletó la Casa de Ceuta, el uno con 90 y el otro con 60 modios. Del realengo de Oeiras, a través de la referida Casa, arribaron a Ceuta 44 modios de trigo y 6 de cebada, entregados en 1516. También en 1516 se enviaron 450 modios desde Safi. Ese mismo año, en las Azores, Cristóvão Lopes adquirió 2.200 modios de trigo, yendo 450 a Ceuta, 351 a Alcazarseguer, 292 a Arcila y 309 a Tánger. Al principio fueron los italianos los que más ayudaron al abastecimiento cerealístico de la ciudad. Entre 1423 y 1442, la familia genovesa Maraboto, o Boroboto, residente en Lisboa, se asocia con portugueses y en 1424 acuerda entregar 2.000 modios anuales a Ceuta. Se sabe que en 1523 fueron descargados en la ciudad 300 sacos de cereal con origen en Sicilia. También tenemos noticias de embarcaciones hanseáticas que atracaron en Ceuta con trigo. Así como de cereal proveniente de Alemania que llegó vía Lisboa. Conservamos también informaciones con relación a Madeira y a Flandes. Pero lo que constituye el grueso del abastecimiento de las ciudades portuguesas de ultramar es el trigo, el bizcocho y la cebada que enviaba el factor del rey de Portugal en Andalucía (Braga, I., 2001, págs. 257-280). La factoría de Andalucía abastecía preferentemente a Ceuta, Tánger, Arcila, Alcazarseguer, Mazagán, Azamor, Safi y Santa Cruz del Cabo de Gué. Resulta curioso que los estatutos de los factores Pedro Lopes y Estêvão de Aguiar contenían indicaciones precisas sobre el trigo que debía ser entregado a cada una de las plazas del norte de África. Así, en 1517, don Manuel decía que Ceuta debería recibir 1.057 modios; Alcazarseguer, 505; Arcila, 1.396, y Tánger, 1.273. En 1520 la distribución era la siguiente: 831 para Ceuta, 830 para Alcazarseguer, 1.403 para Tánger y 1.397 para Arcila. Pese a tener datos precisos, gracias a los recibos enviados al factor por las ciudades o entidades que recibieron los bienes, éstos son ciertamente muy incompletos: a pesar de lo pormenorizado de los recibos, podemos constatar que esos datos apenas abarcan los años 1515, 1517, 1520-1525, 1527-1532 y 1536-1538 y que, como se puede suponer, ni siquiera están completos estos años. Sabemos que en 1528 fueron enviados por lo menos 4.043,5 cahíces y 76 quintales de trigo, lo que supone más de 3.460 modios o, si se prefiere, 1.888.575, 7 kilos, que, sin embargo, era menos de la cantidad total que en 1520 era considerada útil para el abastecimiento de las plazas de Ceuta, Alcazarseguer, Tánger y Arcila. En 1537, Arcila, Ceuta, Azamor, Safi, Mazagán y Santa Cruz del Cabo de Gué recibieron alrededor de 4.494 cahíces, es decir 3.840 modios, es decir 2.095.102,8 kilos. En los demás años las cantidades que hemos conseguido averiguar son inferiores. Aun así, cabe preguntarse hasta qué punto son relevantes estas cifras si tenemos en cuenta que no estamos ante series completas. Creemos, pues, que tienen valor en cuanto a información, pero no como datos a partir de los cuales se puedan sacar conclusiones inequívocas ni generalizables. En estas circunstancias no es posible explicar las oscilaciones de los avituallamientos, ni tampoco relacionarlas con el estado de guerra o paz que se viviera en Marruecos. Por lo que respecta al bizcocho, Andalucía también proporcionó cantidades considerables. Menos significativo parece haber sido el envío de cebada. Dichos envíos fueron particularmente reveladores en 1524, año en que también fueron entregados trigo y bizcocho en cantidades considerables.
A través de la documentación a la que se ha tenido acceso, se constata que las entregas fueron realizadas por embarcaciones oriundas de Málaga, Gibraltar y El Puerto de Santa María, así como de Sesimbra, Portimão y Tavira. A veces se iba desde Ceuta a comprar el trigo directamente a Málaga, Cádiz o Gibraltar. Ocurría que, por circunstancias diversas, se perdía el trigo durante la travesía; por culpa del Levante en el estrecho de Gibraltar, como sucedió en 1528 con 28 cahíces de trigo que transportaba un vizcaíno, o por culpa de otros accidentes: por ejemplo, en 1523, la carabela Santiago, de Sesimbra, “estando ancorada a dicta carauela asy carretada no porto da dita cidade (Málaga) sse perdeo e fundio com quanto leuaua”, concretamente 70 cahíces y una fanega de trigo, ocho cahíces y cuatro fanegas de cebada y 80 quintales de bizcocho. En 1554, otra embarcación hubo de alijar al mar ocho de los 61 cahíces de trigo que traía, para poder escapar de la tormenta. Coyunturalmente la travesía podía resultar peligrosa. En 1528, el capitán de Ceuta mandó entregar un barril de pólvora a un navío que iba a partir en busca de trigo “porquanto nam ousa de hyr a malega por caso de seys navíos de turqos que estam no rryo de tetuam”. También se producían errores en los abastecimientos que se esperaban. En 1524, el factor Sebastião Álvares declaró que en algunos navíos con destino a Ceuta había “falta” y en otros “sobra” de trigo. Otro tipo de fuentes, como los registros de salida de navíos de El Puerto de Santa María con destino a Ceuta, proporcionan idénticas informaciones durante la década de los años sesenta del siglo XVI. Se sabe que, en 1566, se pidió el envío de 4.000 fanegas de trigo a Ceuta e, inmediatamente después, 5.000 quintales de bizcocho. Tampoco era siempre fácil sacar el trigo de Andalucía; se registran casos en los que fue necesaria la intervención directa de los monarcas portugueses ante sus homólogos del reino vecino. En 1513, Fernando el Católico ordenaba, a petición de su yerno, don Manuel, que no se impidiese a los portugueses la salida de víveres de los puertos andaluces hacia el norte de África. En 1521, fueron retenidas en Málaga dos naves cargadas con trigo con destino a Ceuta, debiendo el factor portugués solicitar un plazo de tiempo para probar que efectivamente eran propiedad del rey de Portugal. En 1531 se quejaban los ceutíes de que el trigo “no lo querem consemtyr vyr de castella”. En 1545, el factor escribía a Juan III diciéndole que había falta de pan en la zona, pese a que el príncipe Felipe –el futuro Felipe II– había autorizado la salida de algo de cereal de Málaga. En 1563, el ya entonces rey de Castilla y Aragón autorizaba a los portugueses a obtener en Andalucía 40.000 fanegas de trigo, excepto en las ciudades de Málaga y Jerez de la Frontera. Lo hizo en respuesta a una petición expresa del regente de Portugal, el cardenal don Enrique. En cuanto a la distribución del cereal a la población se prescribió, en 1521, que el trigo debería entregarse en primer lugar al capitán de la ciudad, después al contador, almojarife y demás oficiales. Cada entrega debía quedar registrada. Nadie podía entrar en el granero hasta que le llegase el turno para recoger, saliendo inmediatamente después para dejar su lugar al siguiente. A menudo se entregaba bizcocho, centeno, cebada o harina en lugar de trigo. Juan III ordenó, en 1548, que esas variaciones fuesen debidamente registradas por el almojarife para poder a su vez presentar las cuentas exactas del consumo de cereal.
La crónica de Tomada de Ceuta de Gomes Eanes de Zurara es una fuente fundamental para el estudio de los primeros años de la Ceuta lusa.
El peligro turco fue importante siempre. De todas formas conviene comenzar por esclarecer algo: en la documentación cristiana de la época la designación “turco” no siempre se refiere a los turcos propiamente dichos, sino que puede englobar a cualquier musulmán (Bunes, 1989, págs. 69-91). También conviene reseñar que, desde 1525, con la denominada Regencia de Argel –que define la presencia turca en esa ciudad magrebí–, la actividad corsaria que partía de allí era de color otomano (García-Arenal y Bunes, 1992, págs. 72-74). Así, en 1528, se hablaba de seis navíos turcos, sitos en el río de Tetuán, que no dejaban pasar a las carabelas de la flota del Estrecho. Al año siguiente se decía que en Ceuta había “noua de mujtos naujos de turcos” en el Estrecho. En 1530, el capitán decía que iba “embusqua destes naujos de turquos” y escribía a Juan III diciendo que éstos habían entrado en Tetuán y amenazaban el Algarbe. Pasados pocos meses todavía se aludía a esa armada contra los navíos turcos. En 1534, un bombardero de Ceuta, enviado al reino, desembarcó en Gibraltar y allí habló de las 27 fustas turcas sitas en Tetuán, que representaban un peligro indudable para la ciudad del Estrecho. En 1540, el capitán mandaba que se pagase a los soldados que habían venido de Tarifa a socorrer Ceuta con motivo de una llegada de turcos a Gibraltar, al mismo tiempo que otro documento menciona a Fernão Calado, que permaneció tres días “no facho da almina” observando a los turcos en Gibraltar (Braga yBraga, 1998, pág. 112). En 1542, el arzobispo primado de Braga escribía a Antonio de Ataide Castanheira y le decía “m’escrevestes a nova de virem hos turcos sobre Ceita o que me causou muita paixão por ver o cuydado que el rey meu senhor auya de ter”. Una vez llegado a Leiria supo, por una nueva misiva, que los turcos finalmente se dirigían a Italia (Rego, 1974, pág. 621). Pasado un mes, era Bastião de Vargas, en carta a Juan III, el que hablaba de una nueva amenaza turca y señalaba que Ceuta estaba sin víveres, municiones ni buenas murallas para defenderse (Cénival et al., 1951, pág. 93). En 1543, Rui Lobo, almocadén de la ciudad, murió durante un asalto turco a Ceuta y Andalucía (Cénival et al., 1951, pág. 129). En 1552, ante la presencia turca en Mallorca, el capitán de Ceuta requirió del rey medidas para la defensa de la ciudad, desde víveres hasta refuerzos militares (Cénival et al., 1953, págs. 8-11), a la vez que escribía al corregidor de Gibraltar para informarle de la posible llegada a la zona de una flota argelina (Ricard y LaVeronne, 1956, págs. 38-40). En 1554, Juan III hablaba de 200 velas que, con 120 galeras, se encontraban en Tolón (Francia) y que podrían dirigirse a Ceuta (Iria, 1966,pág. 28). En 1556, al saberse que el peligro turco amenazaba con llegar a Portugal, se enviaron recados a Tetuán y a Vélez. Juan III ordenó que Ceuta fuese avituallada. Desde la ciudad le contestaron: “proueJamos noso senhor e ha sua mizericordia pera que posa aver tempo
Y en un reglamento dirigido a Ceuta, fechado en 1550, Juan III aludía a la necesidad de que hubiese en Ceuta “sinco sinos hu grande para Repique e quatro piquenos para as uelas” (Esaguy, 1941, págs. 49 y 50). Sobre artefactos bélicos nos han llegado pocas informaciones. Un natural de Salzburgo, llamado Ramseider, dejó en Ceuta un curioso invento que consistía en un puchero de barro mal cocido que, lleno de cal, polvo y triángulos de hierro, se arrojaba a los moros desde lo alto de las murallas (Strasen y Gandara, 1944, pág. 40).En 1558, la corona prescribió una serie de normas que será interesante recordar: en la puerta de Albacar estarían, por lo menos, un bombardero, un sargento y diez arcabuceros (siempre con sus respectivas armas cargadas), y diez alabarderos. Tres de ellos permanecerían en lo alto de la puerta, vigilando la llegada de navíos extraños, y todos velarían para que ningún moro entrase en la ciudad. Las negociaciones con los musulmanes se harían fuera de Ceuta, a través del capitán o de algún representante suyo. Por la noche, los soldados se recogerían, dejando cerrada la puerta. En la puerta de la Almina habría diez hombres armados que debían impedir la entrada de cualquier extraño. La puerta que “sae a Ribeira contra tetuão” estaría siempre cerrada, a no ser en casos excepcionales en que permanecería guardada por cuatro bombarderos armados. A lo largo de la muralla habría esparcidos vigías día y noche, con un santo y seña que les serviría para reconocerse (Esaguy, 1941, págs. 51-55).Muchos fueron los que sirvieron en Ceuta a lo largo de los más de dos siglos de presencia portuguesa. Algunos fueron en 1415, otros en 1418 o 1419, otros en diferentes momentos, cuando Ceuta sirvió de base de apoyo en las fallidas campañas de Tánger de 1437 y 1463-1464, y en la de Alcazarseguer de 1458 (Dinis, 1972, págs. 194, 195, 216 y 217). Algunos permanecieron años allí en servicio de armas (Azevedo, 1915). La documentación llega a registrar casos de 20 (Azevedo, 1915, 310 y 311), 26 (Pereira, 1987, págs. 237 y 238) y hasta incluso 35 años de servicio (Farinha, 1990, II, pág. 302). Un tal João Palau llegó a ira Ceuta en cinco ocasiones diferentes (Azevedo, 1915, págs. 579 y 580).
Verso portugués hallado en el litoral ceutí. Museo de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
También la vajilla se importó en buen número de la península Ibérica. En la foto, escudilla de Paterna del siglo XV. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Hoja de reparto de trigo de 1659. Archivo General de Ceuta, Fondo Santa y Real Casa de la Misericordia.
En 1559 se decretó que a partir de entonces el capitán y el contador debían estar presentes en la distribución del trigo y bizcocho a los habitantes de la ciudad; sólo podría abrirse el granero en su presencia. Varios listados, datados entre 1521 y 1542, nos revelan el dinero, trigo y bizcocho que mensualmente se pagaban a las personas que habitaban en Ceuta. En 1538, uno de ellos, Antonio da Palma, recibió cuatro fanegas correspondientes a los meses de enero a abril de 1537, que no le habían sido abonadas entonces por hallarse envuelto en un delito, lo que le supuso el haber sido tachado de la nómina de los beneficiarios. No era raro que el trigo recibido fuese de mala calidad; el que llegó de Lisboa en 1523 era “velho e furado”. En 1530 llegó de Flandes un cereal “tam podre”. Y en 1522 se recibieron de Andalucía 186 cuartillas de trigo “mujto Roym que fedya e nemavija homem do mundo que podesse estar”. Para evitar que el que permanecía almacenado sufriese el mismo destino, el capitán ordenó, en 1534, que se removiese “porquamto he muito e he veram e não se perder huu com ho outro”.
A pesar de todas estas fuentes de abastecimiento, Ceuta se quejaba constantemente de la falta de víveres. Luis Pinto fue enviado a Lisboa, en 1523, para hablar con el rey de la “estrellydade que temos”. La situación se repitió en 1530 y, al año siguiente, la ciudad se quejaba de que “esta muyto perdyda a fome como Vosa Merce ve e ho pam que at agora comemos era tall que muytas eramças e pesoas pereceram por lho tam somentes pode ter naryces pera ho cheyrar quamto mays pera ho comer”. Los años 1539-1541 debieron de ser particularmente difíciles. Durante el primero, los ceutíes hablaban de “grande neçesydade”, y se llegó a enviar un emisario a Marbella y a Málaga para hablar con el factor, advirtiendo de que “he necesario jr depresa a cavalo”. En 1540 aludieron a la “mujta fome que aqui avia”. Al año siguiente se habló de la necesidad de que el factor abasteciese a Ceuta de trigo “pela falta que delle ora nesta cydade ha”. En 1566, la situación parece haber sido dramática. Un representante del rey de Portugal, que había solicitado permiso en El Puerto de Santa María para enviar bizcocho, explicaba que en Ceuta y en Mazagán:
Aunque tienen algún trigo no pueden salir fuera de los lugares para lo coser porque los moros están tan cerca que cada dia les corren la tierra hasta las puertas de dichos lugares y a esta causa los vecinos y gente de guerra que en ella ay padescen muy grande necesidad y hambre. En ese mismo sentido se pronunció un testigo requerido por el concejo andaluz: Abra ocho dias que vinieron de la dicha cibdad unos sus cuñados hermanos de su muger los quales le dixeron y vertificaron como en la dicha cibdad avia muy grand necesidad de mantenimiento y questava la gente tal a cabsa de lo susodicho que estavan algunos para yrse de la tierra porque aunque tenian algun trigo era poco y los hornos no ardian por falta de leña que no la ay en la cibdad ni podiam salir a buscalla por miedo de los moros que cada dia les corre la tierra y no salen a el campo y que a esta causa de agua no tenian abasto para beber y lo mismo le dixeron a este testigo otros dos ombres que ayer vibieron dela dicha cibdad donde era vezino y por la necesidad que en la dicha cibdad avia del dicho mantenimiento se salio della y se vino a esta villa donde al presente uiue y para coser pan para su casa y para venirse le cosia y cosia con esteras y con seras de esparto que en su casa tenia por falta de leña. En 1568, el capitán insistía ante la corona de la necesidad de enviar víveres a Ceuta. Frente a este negro panorama, en 1534 y 1535, Ceuta se hallaba, sin embargo, excepcionalmente bien provista, lo mismo que Alcazarseguer en la primera fecha y que Agadir en la segunda. Lo dice expresamente el factor Manuel Cirne. Asimismo se registra que, pese a todas las carencias, no era raro que el cereal arribado a Ceuta se redistribuyera por las otras plazas del norte de África: Tánger, Arcila y Alcazarseguer. En un caso se especifica que Tánger tenía “mujta necesydade” (Braga y Braga, 1998, págs. 81-98).
En 1416, Juan I entregó al infante don Enrique “todallas cousas que comprem pera a dita nossa cidade de Ceuta e para sua defenssom” (Azevedo, 1915, págs. 450 y 451). Se trata de un documento que investía al infante como el más alto responsable ultramarino tras el rey, función ésta que suscitó algunas dudas a los historiadores por existir una cierta confusión entre las atribuciones de don Enrique y las de los capitanes de Ceuta. Como entonces se escribió, “quando o termo foi aplicado ao infante D. Enrique pretendia-se tão somente designar o responsável no reino pela ‘governança’ de Ceuta” (Farinha, I, 1990, págs. 189-193). Ese problema se zanjó en 1450, cuando Alfonso V asumió personalmente la “governança” de la ciudad.
Con respecto al capitán, o gobernador propiamente dicho de la ciudad, ya se ha mencionado que el primero fue don Pedro de Meneses, de 1415 a 1437, al que sucedieron otros nobles, muchos de los cuales eran descendientes suyos, es decir, miembros de la casa de Vila Real, que detentaron la capitanía como si de un feudo se tratase. En 1463, al capitán don Pedro de Meneses se le dio la posibilidad de que escogiese o bien a su hermano o bien a su hijo para sucederle (Farinha, 1990, II, pág. 274). Lo mismo ocurrió en 1467 con el conde de Vila Real (Marques, 1971, pág. 57).
En cuanto a poderes, se comprueba que, en 1445, el nombramiento del conde de Arraiolos especificaba que tendría la jurisdicción civil y la penal, la alta y la baja, y el mero y el mixto imperio. Podía aplicar penas, incluida la de muerte, sin apelación ni recurso (Azevedo, 1915, págs. 289-299). Lo mismo volvió a repetirse en los nombramientos datados en 1449 (Sousa, 1949, págs. 139 y 140) y en 1451 (Azevedo, 1934, pág. 21). En los casos de los condes de Arraiolos y de Odemira se les otorgó, excepcionalmente, la posibilidad de donar tierras y casas en Ceuta y su término (Azevedo, 1915, págs. 299 y 300, 1934, págs. 26-27). En 1449, el conde de Arraiolos recibió el nombramiento que le facultaba para poder designar los cargos de la ciudad, excepto los de juez, contador, escribano de la contaduría, almojarife y almojarife del almacén, “dados por nos” (Sousa, 1949, pág. 140). En 1462, al designar a don Pedro de Meneses como capitán, el rey indicó que éste tenía poder para nombrar a todos los cargos y, asimismo, tenía la facultad de crear otros si en eso viese interés. Incluso detentaba toda la jurisdicción relativa a las marismas, realengos y juzgados pertenecientes a la ciudad (Marques, 1971, págs. 24 y 25). En 1474, Alfonso V retiró al capitán de Ceuta el poder para nombrar los cargos de gobernación, que retuvo para sí. En compensación, le daba la certeza de confirmar los titulares que para éstos había sugerido don Pedro de Meneses (Farinha, 1990, III, págs. 120-121). Al conde de Arraiolos, lo mismo que más tarde al de Odemira, le fue otorgado un quinto de las cabalgadas y botines tanto de mar como de tierra (Azevedo, 1915, pág. 29, 1934, pág. 26). En 1565, fue nombrado don Manuel de Meneses con las siguientes atribuciones: jurisdicción civil y criminal, alta y baja, mero y mixto imperio, aplicación de penas, incluida la de muerte, capacidad para donar casas y propiedades en la ciudad, capacidad para designar a los titulares de los cargos de alcaide mayor, adalid, alfaqueque, contrarronda, oidor, juez, almotacén, alcaide menor, alcaide del mar, portero de las puertas, tabelión y medidor. Además recibirá el quinto de las cabalgadas y de los botines de mar y de tierra, así como el quinto de los tributos de los moros de paz (Esaguy, 1941, págs. 19-22). En 1571, el capitán pasó a tener que firmar todos los libros de ingresos y gastos de los oficiales de la ciudad, así como los respectivos recibos (Esaguy, 1941, pág. 29). Al año siguiente, el rey mandó que el capitán no sobrepasase los gastos prescritos en sus estatutos, no pudiendo los demás tener autorización de la Hacienda Real (Esaguy, 1941, págs. 27 y 28). Pese a no disponer de muchos datos al respecto, se sabe que hubo capitanes contrariados. En una carta de 1559, dirigida a la reina regente doña Catarina, el proveedor de la Misericordia, Fernão da Cunha, acusaba a don Fernando de Meneses de nepotismo, y pedía a la corona que los que le sucediesen fuesen “velhos e sesudos” (Braga y Braga, 1998, pág. 100). Pero en 1562, cuando el regente don Enrique lo destituyó, hubo réplica en la corte (Cruz, 1992, I, págs. 213 y 214).
El poder municipal en Ceuta, como en las demás ciudades y villas del reino, estaba representado por el Ayuntamiento, que permaneció organizado a imagen y semejanza de los de Portugal hasta las reformas administrativas de 1738 (Posac, 1983, pág. 51). Se sabe algo acerca de los jueces: si bien, en 1449, el conde de Arraoiolos fue nombrado capitán de Ceuta con atribuciones para designar los cargos de la ciudad, excepto los de juez, contador, escribano de la contaduría, almojarife y almojarife de almacén, “dados por nos” (Sousa, 1949, pág. 140), en 1453 la corona otorgaba al conde de Odemira la capacidad de designar juez (Azevedo, 1934, págs. 174 y 175). Se tiene noticia de uno de ellos, Lopo Dias, nombrado en 1145 en lugar de Álvaro Rodrigues (Azevedo, 1915, pág. 302). También se tiene de un juez de huérfanos, Pedro Lourenço, designado en 1459 (Braga y Braga, 1998, pág. 101). De las finanzas municipales sabemos poco, tan sólo que en 1531 funcionaba una bolsa del Concejo y que Juan III había ordenado que sus rentas no se destinasen a la reparación de los fosos de la ciudad (Braga y Braga, 1998, pág. 101).
Ceuta, como las otras ciudades portuguesas en el Magreb, y como las del reino, estaba dotada de una vasta red de funcionarios que cubrían diversas áreas de la administración. En cuanto a los tabeliones, sólo detectamos tres: Martim Alfonso (Azevedo, 1915, págs. 175 y 176), entre 1440 y 1449, fecha en que fue nombrado el segundo, Fernão de Évora, pudiendo servir ambos simultáneamente pues ya preveía el documento que el primero habría de morir en breve (Azevedo, 1915, págs. 252 y 253), y finalmente João Baleeiro, en 1497 (Braga y Braga, 1998, pág. 102). Los camineros se dedicaban a llevar y traer noticias entre Ceuta y el reino. Cada uno de ellos recibía 260 reales mensuales para manutención y 450 anuales para indumentaria en la década de los años cincuenta del siglo XV (Azevedo, 1934, pág. 345). Otro caminero, Diogo Vaz, en 1453, recibía además 500 reales de la corona (Azevedo, 1934, págs. 672 y 673). En 1478, el príncipe don Juan, el futuro Juan II, nombró a Amadis Gonçalves en lugar de Vasco Afonso, destituido por no saber leer ni escribir, ni ser competente para ejercer el cargo. El nuevo caminero percibiría 228 reales mensuales de manutención y 450 al año por vestuario (Braga, P., 1994). Merece, además, una referencia la organización financiera de la plaza. Ceuta y Tánger eran sedes de almojarifazgos, a semejanza de variasciudades portuguesas (Marques, 1987, pág. 300). Estas dos ciudades, así como Alcazarseguer y Arcila, tenían varios cargos de la Hacienda, como contadores, receptores, escribanos, cobradores etc. La primera referencia documental que se tiene sobre un almojarife data de 1426, cuando Maria Vicente aparece como viuda de Estevão Domínguez, almojarife de Ceuta (Azevedo, 1934, pág. 452). En 1440, esa función era desempeñada por Bartolomeu Eanes (Azevedo, 1915, págs. 146 y 147). En 1146, João Bernaldes se trasladó a Lisboa y fue sustituido, como almojarife de Ceuta, por Fernão Rodrigues (Azevedo, 1915, págs. 326-326). En 1452, Garcia Rodrigues iba a suceder a Gonçalo Viegas (Azevedo, 1934, pág. 137), pero no debió de llegar a ser nombrado para el cargo pues, pasados dos años, aparece otro “sucesor” para Gonçalo Viegas: Fernando Alvares (Azevedo, 1934, págs. 208 y 209). En 1455, Bartolomeu Eanes era sustituido por su yerno, Álvaro Ferreira (Azevedo, 1934, págs. 312 y 313). Un salto en el tiempo nos conduce a Vasco Martins, a quien Juan II había nombrado en 1494, o antes (Freire, 1908, págs. 78 y 79), y a quien don Manuel confirmó en 1496 con un salario anual de 4.000 reales. En 1516 renunció a favor de su hijo, Fernão Martins que, a su muerte, en 1521, fue sustituido por Antonio da Costa, que sería confirmado por Juan III en 1523, con un sueldo de 6.000 reales por año, y que aparece en una inmensa documentación de los años veinte y treinta. Le sucedió Vasco Balieiro y después, en 1529, Francisco Feijó, el cual vuelve a aparecer en 1531 y en 1532 (Braga y Braga, 1998, pág. 103). Durante estos años, la corona hubo de intervenir en varias ocasiones para recordar las reales funciones de los almojarifes. En 1537, recordaba que debía recibir el pan según la medida del medidor y que debía ser él mismo el que lo midiese, y no permitir que ni sus criados ni otras personas lo pusieran en el granero (Esaguy, 1941, pág. 31).
Murallas Reales de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
“La construcción de
las Murallas Reales,
destacada obra de
ingeniería militar, por
Juan III a mediados
del siglo XVI, muestra
el interés de la
monarquía portuguesa
por dotar a Ceuta de
los elementos
necesarios para
su defensa”
Lápida sepulcral procedente de Alcazarseguer, actualmente depositada en el Museo Arqueológico de Tetuán. Fotografía: Fernando Villada Paredes.
Vasco Fernández, nombrado en 1439, con una manutención mensual de 6.000 libras y otras 44.225 para indumentaria (Azevedo, 1915, pág. 119), y confirmado en 1442 (Azevedo, 1915, págs. 197 y 198). Fue sucedido por Álvaro de Resende en 1452 (Azevedo, 1934, pág. 138). En 1453 fue nombrado Rui Colaço (Azevedo, 1934, pág. 186), que en 1455 recibió carta regia de perdón de cierto delito (Azevedo, 1934, págs. 280 y 281). Fernão Velho desempeñó el cargo al menos de 1510 a 1517, fecha en que fue sustituido por Sebastião Álvares, con una manutención anual de 2.000 reales. En 1520 fue confirmado en su puesto por Juan II, y en 1522 continuaba siendo porteiro dos contos. En 1562 hallamos a Pedro Arrais (Braga y Braga, 1998, pág. 106). A su vez, Estêvão Carrasco (Freire, 1904, pág. 76), João da Costa (Freire, 1905, pág. 59) y Pedro Vieira (Freire, 1907, págs. 239 y 240, 1908, págs. 78 y 79) eran recaudadores del almojarifazgo, y todos desempeñaron estas funciones durante el reinado de don Manuel. Más tarde, en 1522 y en 1531, aparece Pedro Álvares y, en 1532, Gaspar de Oliva. Incluso existían recaudadores de los mantenimientos: en 1551 se prometía el puesto a quien se casase con Isabel Naba, hija de Manuel Arrais, que lo había detentado hasta su muerte (Braga y Braga, 1998, pág. 106). Pero todavía existían más funciones. El cargo de almojarife de almacén era desempeñado, en 1531 y 1533, por Francisco Ferreira. Cosme Vidal fue designado en 1552. Hombres del almojarifazgo fueron Diogo Fernández, sucedido en 1511 por Luis Pinto, que continuaba ejerciéndolo en 1530, y Agostinho Fernández, confirmado en su plaza en 1539 (Braga y Braga, 1998, pág. 107). También revela la documentación el nombre de un custodio de la llave de las cosas que recibe el almojarifazgo, Gonzalo Vaz, que en 1451 sustituyó a Mendo Eanes (Azevedo, 1934, pág. 86). Anotador de la contaduría fue Bastião Álvares que sucedió, en 1530, a Enrique de Almeida, con una manutención de 2.000 reales (Braga y Braga, 1998, pág. 107). Asimismo, hay referencias a aquéllos que tenían “carguo de limpar as minhas bestas e allmazem da dita cidade de cepta” (Braga y Braga, 1998, pág. 107). Conocemos los siguientes: Manuel Álvares, a quien en 1507 sucedió su hermano, João Álvares, confirmado en 1532 (Viterbo, 1907, pág. 34). Y hay otro Manuel Álvares, que sucedió en 1545 a su padre, el citado João Álvares, que falleció estando cautivo en Tetuán (Braga y Braga, 1998, pág. 107). Todos percibían una manutención de 2.000 reales al año. El dinero que se movía en el almojarifazgo de Ceuta se guardaba en un cofre que un documento de 1523 describe “com tres fechaduras”, cuyas llaves tenían respectivamente el capitán, el contador y el almojarife (Braga y Braga, 1998, pág. 107).
Las ciudades y villas portuguesas y castellanas del norte de África se hallaban en una situación particularmente difícil respecto a la defensa, no sólo por encontrarse enclavadas entre musulmanes, sino también por su aislamiento. Se trataba de lo que Robert Ricard denominó la “ocupación restricta” en un artículo todavía actual (Ricard, 1936). El Islam nunca se conformó con la pérdida de Ceuta. Nos sirven las palabras de Luis Miguel Duarte: “no dia seguinte [a la conquista] de manhã começou a verdadeira guerra de África” (Duarte, 2003, pág. 409). Los peligros que provenían del Islam eran de dos tipos. En primer lugar, los moros vecinos, que atacaban cuando podían, llevando a cabo sus famosas almogaverías. Por ejemplo, en 1426, se registró un asedio a Ceuta por 1.300 moros, 300 a caballo y el resto a pie. Don Pedro de Meneses fue a su encuentro con 25 caballeros y algunos peones, y mató a 130 atacantes y apresó a 22. De los cristianos sólo murieron 22 (Dinis, 1961, 153; Zurara, 1988, págs. 288-291). En 1490, el emir Ali Ben Rasid, que había fundado la ciudad de Xauen, cerca de Tetuán, y que junto con el alcalde de Granada venía poniendo en jaque a la autoridad portuguesa en Marruecos, intentó ocupar la ciudad del Estrecho sirviéndose de un ardid en el que estaba implicado el escudero Lopo Sanches (Gozalbes, 2001, págs. 65-73). En 1514, en carta de don Manuel al almojarife de Ceuta, se decía que “o comde d alcoutim nos spreueo ora como os mouros derribarom os valos desa cidade” (Braga y Braga, 1998, pág. 109). En 1528, se supo por los vigías que más de 20 almogávares habían entrado en el campo de Ceuta. El ataque se llevó a cabo, pero los cristianos consiguieron repelerlo: mataron a un moro, apresaron a otro y capturaron dos caballos (Sousa, I, 1977, págs. 46-48). En 1532, los ataques musulmanes provocaron nuevos daños en las fortificaciones de la ciudad (Cénival et al., 1948, págs. 574-577). En 1558 hay nueva noticia de una correría de moros. El capitán acudió con la caballería y Cristóvão da Cunha con la infantería (Braga y Braga, 1998, págs. 109 y 110). Con fecha de 1566 tenemos dos testimonios reveladores: alguien que refería que los habitantes de Ceuta ya no se atrevían a salir del espacio amurallado “porque los moros están tan cerca que cada día les corren la tierra hasta las puertas de los dichos lugares” (García y Sancho, 1941, pág. 61), y otro que añadía: “los moros […] cada día les corre la tierra y no salen a el campo” (García y Sancho, 1941, pág. 63). En 1568, el capitán insistía ante la corona en la necesidad de que se enviaran avituallamientos a Ceuta (Braga y Braga, 1998, pág. 110).
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ISABEL RIBEIRO MENDES DRUMOND BRAGA
Doctora en Historia, profesora de la Universidade de Lisboa e Investigadora del Centro de Estudios Históricos de la Universidade Nova de Lisboa. Es miembro del Instituto de Estudios Ceutíes. Durante la última década, ha sido uno de sus ejes de investigación la presencia portuguesa en el norte de África, especialmente en Ceuta. Autora de una extensa bibliografía sobre el tema, deben citarse por su especial relación con Ceuta las publicaciones A vida quotidiana em Ceuta (1415-1656), A inquisiçao portuguesa e o comércio de mercadorias defesas em meados do séculos XVI, Entre a Cristandade e o Islão. Cativos e Renegados nas Franjas de duas Sociedades em Confronto, Ceuta Portuguesa. 1415- 1656 y Vivir en Ceuta en el siglo XVII.
Otro peligro era el que constituía el propio rey de Fez, a cuyo dominio había pertenecido Ceuta. Estos ataques eran menos periódicos pero quizá más eficaces o, al menos, suponían una mayor movilización de recursos por ambas partes. Ya vimos cómo en 1418 y 1419 se dieron los dos grandes cercos de Ceuta a cargo de los reyes de Fez y de Granada. En 1440, diversos documentos aluden a una armada enviada a Ceuta (Azevedo, 1915, págs.176 y 526), si bien no se sabe si se trataba de un nuevo ataque enemigo o de meros refuerzos de rutina. Tras la conquista de Constantinopla por los turcos, en 1453, el rey de Fez asedió Ceuta “mas porque entam achou a Cidade com mais força e maior segurança do que fez fundamento, allevantou o cerco com proposito de logo tornar sobr’ella com mais artelharias, engenhos e poder” (Pina, 1977, págs. 767 y 768). Poco antes de la conquista de Alcazarseguer, en 1458, el conde de Odemira, capitán de Ceuta, mandó pedir auxilio militar a Alfonso V, pues temía un asedio del rey de Fez. Aunque éste “como deu vista a Cepta logo se volveo” (Pina, 1977, pág. 774). En 1464, la ciudad del Estrecho volvió a sufrir un nuevo cerco del rey de Fez, del que se sabe muy poco. El rey de Portugal envió a la ciudad a don Álvaro de Castro (Azevedo, 1934, págs. 327-331), e incluso se conoce el nombre de algunos de los que participaron en la defensa y, además, que se obtuvo un perdón general (Farinha, 1990, II, págs. 289-328). En 1476, los musulmanes se aliaron con Fernando e Isabel, reyes de Aragón y de Castilla, para atacar Ceuta (Aubin, 1996, pág. 15). En 1518, parecía seguro que el soberano marroquí atacaría, pues se hallaba ya en Alcazarquivir (Real, 1967, págs. 107-109). En 1533, un moro, oriundo de Tetuán, vino a Ceuta con “noua de mouros que estauão pera emtrar”. Al año siguiente, el factor de Andalucía escribía a Juan III acerca del posible ataque del rey de Fez sobre Ceuta y Arcila. En 1541, el conde de Vimioso decía al monarca portugués que, a pesar de la paz con el rey de Fez, Ceuta continuaba provista de vigías y atalayas. Pasados dos años, Juan III recibía información de que el rey de Fez no respetaba las paces, y que Ceuta, Arcila, Tánger y Alcazarseguer debían permanecer atentas (Braga y Braga, 1998, pág. 111).
Desde la bien defendida Xauen fueron hostigadas las tropas portuguesas. Fotografía: José Luis Gómez Barceló.
Detalle del escudo de Portugal en una boca de fuego perdida por las tropas portuguesas del rey don Sebastián en la batalla de Alcazarquivir. Museo Militar del Castillo del Desnarigado.
Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Murallas Reales de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
que ese mantimento achege aquí”. En 1558 se supo en Ceuta que los turcos se hallaban cerca (Braga y Braga, 1998, pág. 112). Y, en 1562, doña Catarina, regente del reino, informaba al conde de la Castanheira: “tenho dado ordem como seram providos de todo o necesario os meus lugares de Cepta e Tamgere, por quamto tenho emtendido, por via,d’Andaluzia, que em Argel estavam pera sayr fora a daneficar na costa d’España trimta e oito galees Reayes e galeotas grossas” (Ford, 1933, págs. 61 y 62). Los denominados Barba Roja serán, en los años treinta del siglo XVI, una nueva amenaza para Ceuta. Se trataba en realidad de los hermanos Horçu y Hayreddin, naturales de la isla de Mitilene, que habían conquistado Tremecén en 1517 y que, tras ello, habían alcanzado un acuerdo con el sultán de Túnez por el que podían utilizar esa ciudad como base para el corso (García Arenal y Bunes, 1992, págs. 69 y 70). En 1532, al conocerse la posibilidad de un ataque de Barba Roja, el capitán de Ceuta requirió dinero al factor de Andalucía para la defensa de la ciudad y mandó realizar varias obras (Cénival et al., 1939, págs. 574-577). También Juan III escribió a Nuno Álvares Pereira para decirle que el dinero que él mismo había enviado hubiera podido ser empleado de modo más racional (Cénival et al., 1939, págs. 580-582). En 1534 se continuaba hablando de la amenaza de Barba Roja (Cénival et al.,1939, págs. 651 y 682); por ejemplo, el obispo de Silves, don Fernando Coutinho, en carta a Juan III, decía algo extremadamente significativo: si Barba Roja atacase Ceuta, conseguiría conquistarla en tres horas con sus 150 galeras “porque galles fazem o seu mui prestes e tiraram cento L Gales em huum dia mil tiros de bombarda e poram todo o muro por terra, e temdo d’outra parte el rey de Fez nam lhe sey defesa” (Cénival et al., 1939,pág. 689). Por esas fechas, el rey de Portugal decía haber sido informado por Carlos V de la venida de Barba Roja hacia la ciudad del Estrecho. Se enviaron correos de Ceuta a Lisboa, uno de los cuales por fin llevaba la noticia “da não vymda do barbaroxa” (Braga y Braga, 1998, pág. 113). Otro tipo de peligro era el que representaba el jerife, es decir el representante de la rama jerifiana que, en 1508, había iniciado la lucha contra los portugueses en el sur y que, en 1554, se convertiría en señor único de Marruecos con la dinastía Saadí, que era lo que, sin éxito, los portugueses habían intentado en todo momento evitar (Farinha,1983). En 1547, el jerife se hallaba en Meknes, con riesgo de atacar Ceuta (Rodrigues, II,1915, págs. 408-410). Dos años después de nuevo se temía el asedio a varias plazas portuguesas del norte de África. Doña María de Eça, capitana de Ceuta, fue avisada por un cristiano de Tetuán de que los hijos del jerife estaban dispuestos a atacar la ciudad con 10.000 hombres y 51 navíos. El marido de doña María de Eça, don Alfonso de Noronha, titular de la Capitanía, envió dos bergantines contra el jarife; dos portugueses fueron capturados. El temor se contagió a las ciudades de Andalucía; se hablaba de un cerco a Ceuta, a partir de Tetuán, con 10.000 hombres y 51 navíos (Castries, 1905, págs. 137, 215 - 217 y 319-322). Finalmente, en 1555, la ciudad del Estrecho estaría entre los proyectos del hijo del jarife (Ricard y La Veronne, 1956, pág. 273). Los cristianos residentes en Ceuta también atacaban a los musulmanes, tanto por tierra como por mar. Según Mercedes García-Arenal y Miguel Ángel de Brunes Ibarra, se trataba de “una guerra latente, aunque nunca declarada abiertamente, que no pretende conquistar las tierras del enemigo sino hacerle el mayor daño posible” (Garcia Arenal y Bunes, 1992, pág. 218).
En relación a los ataques por mar, muchos autores mencionan la importancia del corso portugués a partir de Ceuta en el siglo XV (Braga y Braga, 1998, pág.114). Guillermo Gozalbes Busto tuvo el mérito de enumerar, en las crónicas marroquíes de Zurara, la mayor parte de las iniciativas bélicas marítimas contra el Islam ordenadas por el conde don Pedro de Meneses y por su hijo don Duarte: se llevaron a cabo ataques a las costas mediterráneas y atlánticas, alcanzándose zonas como Larache y Anafé y se destruyeron navíos de Tánger y de Alcazarseguer (Gozalbes, 2001, págs. 25-42). En 1545, los portugueses, a las órdenes del capitán de Ceuta, don Alfonso de Noronha, se dirigieron al río Martín, junto a Tetúan, y quemaron 17 navíos, entre ellos dos galeotas. Se trató de una acción extremadamente osada y, desde hacía varios años, venía siendo preconizada por Fernando el Católico, por Manuel I y por el conde de Tendilla, capitán general de Granada, pues significaría un profundo revés para el corso que, a partir de ese río, atacaba Ceuta y las demás plazas portuguesas y españolas del norte de África (Gozalbes, 2001, págs. 75-89). Más adelante, el rey don Sebastián se congratulaba por la captura de una galeota de moros por un grupo a las órdenes de Gonçalo Vieira (Esaguy, 1941, págs. 95-97). Las operaciones terrestres eran conocidas también como almogaverías (Braga, I.,1993). Se iniciaron, por orden del conde don Pedro de Meneses inmediatamente después de la conquista portuguesa (Zurara, 1988; Zurara, 1978). Citamos algunos ejemplos: en 1437, en vísperas de la fracasada empresa de Tánger, los de Ceuta realizaron una almogavería a nueve leguas de distancia de la ciudad “e touueran alguuns prisioneiros e mujto gaado sem achado de quem lhes enbargo fezese”. Incluso llegaron a Tetuán, pero los muros de la ciudad les impidieron el paso y no pudieron atacar por falta de armamento (Mauricio, 1960, pág. 55). En 1451, para conmemorar el paso por Ceuta de doña Leonor, hermana de Alfonso V y emperatriz de Alemania, por su reciente boda con Federico III, el capitán realizó una almogavería a Tánger, acompañado de mil hombres, trayendo cautivos y ganado vacuno y mular. La emperatriz mandó soltar a los cautivos (Valkenstein, 1992, pág. 59). En 1488, el capitán de Ceuta, don Antonio de Noronha, realizó una almogavería, pero “acodio sobre elle tanta gente de mouros que lhe pareceo que se nam poderiam saluar senam pelejando com elles, o que fez com muyto ardil, e esforçado caualleiro, e pelejou com elles valentemente e por os mouros serem muytos dom Antonio foy muito ferido e catiuo, e foram mortos muytos Christãos, em que morreram alguas pessoas principaes”.Juan II, según García de Resende, sintió gran pesar por el suceso y enseguida envió socorro a la ciudad. El cautivo fue rápidamente canjeado por rehenes musulmanes (Resende, 1973, págs. 109 y 110). En 1514, el capitán de la ciudad escribía al rey para comunicar el aprieto en que tenía a los moros de la región (Coelho, 1892, pág. 361), y, en 1529, hablaba de una salida suya al río de Tetuán (Braga y Braga, 1998, pág. 116). En 1547, don Alfonso de Noronha informaba a Juan III de que había envíado a su sobrino, con cuatro bergantines y una tafurea, a desembarcar en la Ribera de los Álamos, cerca de Tetuán, asolando una aldea de moros: mataron a ocho de ellos y quemaron el poblado (Cénival et al., 1951, págs. 241 y 242). En 1552, don Pedro de Meneses corrió el campo de Tetuán, matando 20 moros y capturando varias cabezas de ganado (Cénival et al., 1953, págs. 5-6). Hubo tentativas conjuntas de empresas militares con la colaboración del capitán de Ceuta. En 1512, don Pedro de Meneses propuso a Granada un plan para ocupar Tetuán, por tierra, desde Ceuta. Los portugueses, sin embargo, abandonaron el proyecto (Szmolka, 1989). Más tarde, en 1547, don Alfonso de Noronha y las galeras del emperador Carlos V proyectaron atacar Targa (Cénival et al., 1951, pág. 219). El espionaje funcionó en numerosas ocasiones, nopocas veces a cargo de judíos (Sanceau, 1973, pág. 48), e incluso por musulmanes y moriscos, por cuenta portuguesa. En 1533, un tal Pedro Mourisco fue de Tetuán a Ceuta con un cristiano cautivo y “noua de mouros que estauão pera emtrar”, recibiendo ocho cruzados. En 1539, el capitán de Ceuta mandó entregar 10 doblas a dos moros “que me aquj trouxerão aviso” (Braga y Braga, 1998, pág. 117). Se sabe algo sobre las técnicas defensivas en Ceuta. Existía un complicado sistema de vigías, cuyo objetivo era organizar eficazmente la seguridad en los alrededores, práctica denominada segurar o campo y que surgió en la península Ibérica en los tiempos de la Reconquista. Atalayas, atajadores, escuchas y almocadenes, todos ellos denominados gente do campo, garantizaban el funcionamiento de este sistema. A los atalayas o vigías competía explorar el terreno junto a las murallas antes de cualquier salida al campo. Los atajadores debían descubrir recorridos y observar los lugares peligrosos susceptibles de permitir emboscadas, además de cualquier huella dejada por el enemigo. Los escuchas espiaban, a veces recurriendo al auxilio de moriscos o de moros cautivos. Los almocadenes, a menudo moriscos, actuaban como guías (Ricard, 1936, págs. 428 y 429). Las señales de alarma se daban por medio del facho, una especie de cesto sin fondo que era colocado a media asta en caso de peligro, y que permanecía completamente izado cuando reinaba la tranquilidad (Ricard, 1955). También se usaba una campana, que batía a rebato para que los que se hallaban fuera de las murallas pudiesen regresar. Se sabe que, en 1531, Pero Álvares fabricó una campana, de 18 quintales, que fue colocada en la atalaya (Esaguy, 1941, pág. 75; Valdez, 1941).
“El gobernador Pedro
de Meneses desplegó
una intensa actividad
militar tanto marítima
como terrestre
(almogaverías)”
La coracha construida en Alcazarseguer fue esencial para garantizar el abastecimiento de la ciudad protegiendo las operaciones de descarga. En la imagen, restos de la coracha. Fotografía: José Manuel Hita Ruiz.
“El servicio en Ceuta,
sometido habitualmente a duras condiciones, era recompensado
por el monarca con la concesión de
distintos privilegios”
La Virgen del Valle, también conocida como La Portuguesiña, llegó a Ceuta con las tropas de Juan I. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
“La caída de
Constantinopla en
1453 a manos de los
ejércitos turcos, que
supuso el fin del
Imperio Romano de
Oriente, tuvo una
honda repercusión en
los territorios cristianos”
Tronera de orbe y cruz en la muralla norte de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
“El control de las
puertas de acceso a
Ceuta se llevó a cabo
de manera estricta,
permaneciendo
habitualmente
cerradas y siempre
protegidas por
hombres armados”
En 1556, Antonio de Azambuja contaba que había sido examinado y contratado como bombardero, con un sueldo de 800 reales, y que había servido tres años y siete meses (Esaguy, 1941, pág. 42). En 1559 se decidió que a partir de entonces los bombarderos fuesen 60, 20 más de los que eran hasta ese momento (Esaguy, 1941, págs. 85 y 86). Son muy numerosas las órdenes de entrega de pólvora al condestable de los bombarderos fechadas entre 1519 y 1532. Por ellas sabemos que Corneles Paiva, probablemente castellano, fue condestable durante dicho periodo, excepción hecha de algunos meses en 1529 en que, en su ausencia, fue João de Lias quien desempeñó esas funciones (Braga y Braga, 1998, pág. 122). Pero existían otras muchas funciones. Recordemos a los polvoristas: en 1559 se decretó que quien sirviese en el almacén “no Refinar da poluora” recibiese anualmente 6.000 reales de pensión, y 60 reales diarios (Esaguy, 1941, págs. 80 y 81). Asimismo estaban los trompetas: en 1560 se prescribió que en Ceuta hubiese tres trompetas, cada uno de ellos con una asignación, aparte del sueldo y raciones, de 3.000 reales por año, 600 más de lo que percibían antes (Esaguy, 1941, pág. 41). También estaban los ballesteros: en 1532 se ordenó repartir mil flechas y 350 rollos de bramante entre los ballesteros. Y había además arcabuceros: en 1532, el capitán de los arcabuceros recibió un barril de pólvora, uno de salitre y 20 arrates de azufre con destino a los arcabuces de sus hombres, y, cuatro días después, fue Bento de Lima, cuadrillero de arcabuceros, el que recibió 72 arrates de pólvora y 50 de plomo (Braga y Braga, 1998, pág. 122). La documentación nos habla además de armeros y coraceros: uno de ellos, Jerónimo Fernandes, fue trasladado en 1552 de Alcazarseguer a Ceuta (Viterbo, 1907, pág. 73). Finalmente destacan los porteiros de las puertas de la ciudad: en 1522, el rey ordenó que a João Rodrigues se le abonasen 360 reales de salario. El mismo lugar ocupó Gaspar Barbosa a quien, en 1542, le asignaron 6.000 reales de pensión anual y, en 1547, 2.000 más (Braga y Braga, 1998, pág. 122). Además de todos los mencionados estaba la guarnición ordinaria. A finales del siglo XVI se creó una de las dos unidades de infantería, la bandera nueva, para distinguirse de la ya existente, la bandera vieja, cuya fecha exacta de creación no se conoce. Cada una se componía de 211 hombres, repartidos en ocho escuadras. La creación de la bandera nueva fue decidida en 1575 por don Sebastián, durante su visita a la ciudad, pero no se hizo nada para ponerla en funcionamiento (Esaguy, 1941, págs. 5-96). El panorama de la defensa de Ceuta a nivel humano fue casi siempre deficitario: fueron muchas las ocasiones en que desde Andalucía, u otros lugares, hubieron de enviarse fuerzas extraordinarias para ayudar a guarnecer Ceuta. Se sabe que, en 1532, partieron de Andalucía, por medio del factor portugués en Málaga, 270 hombres, pagados a 50 maravedíes por persona. En 1540, el marqués de Tarifa envió hombres y trigo a Ceuta al temerse un ataque de los turcos, en ese momento cerca de Gibraltar (Braga y Braga, 1998).
Muchos fueron los que sirvieron en Ceuta a lo largo de los más de dos siglos de presencia portuguesa. Algunos fueron en 1415, otros en 1418 o 1419, otros en diferentes momentos, cuando Ceuta sirvió de base de apoyo en las fallidas campañas de Tánger de 1437 y 1463-1464, y en la de Alcazarseguer de 1458 (Dinis, 1972, págs. 194, 195, 216 y 217). Algunos permanecieron años allí en servicio de armas (Azevedo, 1915). La documentación llega a registrar casos de 20 (Azevedo, 1915, 310 y 311), 26 (Pereira, 1987, págs. 237 y 238) y hasta incluso 35 años de servicio (Farinha, 1990, II, pág. 302). Un tal João Palau llegó a ira Ceuta en cinco ocasiones diferentes (Azevedo, 1915, págs. 579 y 580). Había varios cargos militares pero, como ya se señaló, conviene comenzar por distinguir las funciones relacionadas con la vida en el interior de las plazas (alcalde mayor, alcalde menor, alcalde del mar y alcalde de las puertas) de aquéllas que tenían que ver con las operaciones fuera de las murallas (adalid, atalaya, atajador, escucha y almocadén) (Farinha, 1990, I, pág. 231). El capitán proponía al monarca los nombres de los adalides y de los alcaldes mayores, y él mismo designaba a los demás, sometiéndoles a la confirmación real. Sabemos que a un adalid de Ceuta se le asignó, en 1473, una cuantía anual de 3.000 reales, a sumar a una de 5.000 que ya poseía (Farinha, 1990, III, pág. 55). A otro, Vasco Nabo, en 1531, se le asignaron 3.000 reales, además de los 3.600 que ya tenía y, al año siguiente, recibió una parte de una casa que había sido almacén. Antes, en 1521, se había decretado que, porque “tem muito trabalho”, cada adalid debería pasar a poseer dos caballos con sus correspondientes raciones. En 1558 era adalid Francisco Ferreira, hombre que, según el documento, actuaba esforzadamente. En 1530, el recaudador de Ceuta declaró haber recibido del almojarife 10 modios y 33 cuartillas de trigo para pagar a los atalayas en los meses de julio y agosto. En 1540, el capitán mandó entregar al atalaya Pero Vaz dos tostones por haber ido a Tetuán a su servicio y, al año siguiente, se dice que, a pesar de las paces con el rey de Fez, Ceuta continuaba teniendo atalayas (Braga y Braga, 1998, pág.120).
Como no es de extrañar, son raros los testimonios personales de estos combatientes anónimos. En 1420 llegó al santuario de Santa María de las Virtudes un escudero llamado Fernão Vaz:
E disse que na segunda vez que foram a cepta que ouue tres seetadas das quaaes hua era empeçonhentada que lhe deu pollos narizes E entrou pollas cahageens E apontou da outra parte do pescoço a qual nunca lha poderam tirar. E era posto em tanta angustia que todos desesperauam de sua saude. E trouxea assy per cinco meses E elle com medo da morte prometeese com mujta deuacam a sancta maria das uirtudes E que viria a ssua casa E feyto o uoto di a tres dias lançou a sseeta pollos narizes por onde entrara (Correia, 1988, pág. 27).
Por su parte, Gonçalo Martins “estando huua noyte no muro vellando caira delle huua queda de que quebrara pellas cadeiras da qual quebra nunca fora bem sãao e que quando uem o inverno se ffaz dez ou quinze dias que se nam leuanta dhuua cama de door das ditas cadeiras” (Azevedo, 1934, pág. 662). Más famoso es el relato del alemán Jorge de Ehingen (García, 1952, págs. 185-187).En los momentos de mayor dificultad, las mujeres de Ceuta no dudaron en tomar las armas para ayudar a los hombres en la defensa de la ciudad. Eso ya sucedió en el primer gran cerco de la ciudad, en 1418. Más tarde, en 1476, durante el asedio conjunto de Ceuta por musulmanes y castellanos, la mujer de Rui Mendes de Vasconcelos, a pesar de estar encinta, colaboró activamente en la defensa (Aubin, 1996, pág. 15). En 1568, el capitán don Manuel de Meneses había salido de la ciudad con casi todos los hombres útiles con el objetivo de atacar a los musulmanes, pero una tempestad les condujo al peñón de Vélez de la Gomera; temerosas de un asedio enemigo, las mujeres, capitaneadas por Isabel Lopes Cabral, mujer de Diogo Gil
Afonso, organizaron la defensa, tomando las armas y actuando algunas de ellas como centinelas (Caro, 1989, págs. 217 y 218; Linage, 1995). Siendo el servicio militar extremadamente penoso, y más todavía en el norte de África, es lógico que muchos intentasen librarse. Son muchas las cartas de exención del servicio militar en Ceuta, extendidas sobre todo a ballesteros de reemplazo (Azevedo, 1915). Además de eso, ya en 1433, se pedía que no se sobrepasara el tiempo prescrito para prestar servicio en Ceuta (Sousa, II, 1990, pág. 318). Los del Algarve decían: “a seruentia de Cepta he tam aborrecida aos que allo vaam que assi se am per desterrados quando sam alguns a ella costramgidos” (Iria, 1990, pág. 41). En 1442, los de Guimaraes se quejaban en las Cortes de Évora de que sus ballesteros de reemplazo estaban obligados a servir en Ceuta un año pero que, cuando llegaban allí, los capitanes no les permitían volver (Azevedo, 1915, págs. 195 y 196). En 1444, Loulé se manifestaba contra el escándalo que suponía el obligar a ir a Ceuta incluso a los cargos del concejo, desde jueces a escribanos del Ayuntamiento, incluyendo a ediles y procuradores (Iria, 1990, pág. 129). También Silves se quejaba de la forma de reclutamiento de los que iban a cumplir servicio en la ciudad del Estrecho, diciendo que lo llevaba a cabo el fronteiro cuando debían ser reclutados por cartas regias (Dinis, 1967, págs. 146-148). En 1447, Tavira solicitaba que los rendeiros do verde y los cobradores del almotacenazgo fuesen dispensados de servir en Ceuta durante el año en que desempeñaran esas funciones (Dinis, 1968, págs. 220 y 221), y en 1455 Loulé se quejaba, en esta ocasión, de tener que mandar labradores y ganaderos, pidiendo que sólo fuese quien sembrase menos de un modio de pan por año, o quien no fuese ganadero (Azevedo, 1934, pág. 262).
El hecho de haber permanecido en la ciudad del Estrecho, guerreando al “infiel” y contribuyendo a la posesión portuguesa de la misma, era en muchas ocasiones motivo suficiente para ser privilegiados por la corona, para recibir perdones o para obtener el retiro, como en el caso de los vasallos y ballesteros de reemplazo o de a caballo (Azevedo, 1915; Azevedo, 1934). En otras ocasiones se recibían pensiones, como ocurrió con Pero Gonçalves, caballero, a quien le fueron asignados 6.000 reales en atención a “seus catiuejros e jdade” (Braga y Braga, 1998, pág. 129). En 1550, la corona estableció que Francisco de Sousa Ribeiro disfrutase de una pensión de 80.000 reales en la India (Ribeiro, 1954, I, pág. 103). También se les premiaba nombrándoles caballeros: a lo largo del siglo XVI fueron innumerables las cartas en las que el monarca confirmó la condición de caballero que el capitán de Ceuta había atribuido a combatientes de la ciudad, especificándose a veces que habían participado en todas las almogaverías e incursiones. Tales documentos refieren que fulano estuvo en Ceuta tantos años y que participó en todas las acciones ofensivas, que a veces aparecen especificadas (Braga y Braga, 1998, pág. 129). El servicio de armas en el norte de África era también un factor que se tenía en cuenta para la asignación de los hábitos de las Órdenes Militares (Olival, 1988). A Simão de Mendonça se le atribuyó, en 1545, una pensión anual de 6.000 reales con el hábito de la del Cristo. Mendo Barbosa, fallecido antes de 1545, gozaba, con el hábito de la misma Orden, de una pensión de 6.000 reales al año. De Rodrigo Capião sabemos que recibió esa gracia antes de 1551, y de Antonio Ribero que ya tenía el hábito de Cristo en 1556 (Braga y Braga, 1998). Servir en Marruecos podía ser además una forma de alcanzar mercedes relativas a los dominios en Oriente. En 1550 fue asignada a Francisco de Sousa Ribeiro, hidalgo de la casa real, la cuantía de 80.000 reales en la India, en tanto no fuese provisto de una encomienda, teniendo en cuenta los servicios prestados en Ceuta (Ribeiro, 1954, I). También importaba el ser pariente próximo de algún combatiente de Ceuta. Leonor Rodrigues, viuda de André Martins, quedó exenta de pagar pedidos (Azevedo, 1934, pág. 65). Catarina, huérfana, criada del escucha Diogo Pires, recibió la mitad de los bienes de su patrón (Farinha, 1990, II, págs. 283-284). Catarina Álvares, viuda de Antão Pacheco recibía una pensión de 7.000 reales por año. Margarida Frota, viuda de Pero Nomão, muerto por los moros, obtuvo la merced de media fanega de trigo por año. A João Lopes, hijo de Pero Afonso, se le asignaron 6.000 reales anuales. Vasco Cerrado, hijo del almocadén Francisco Vaz, obtuvo la merced de 4.800 reales por año.
Afonso Ximenes, hijo del caballero João Ximenes, recibió la escribanía de uno de los navíos de la Mina. La boda con la hija de João Vaz llevaba aparejada el cargo de primer escribano de la Mina. Manuel Namão, hijo del almocadén Pero Namão, disfrutaba una pensión anual de 6.500 reales (Braga y Braga, 1998, pág. 131). Hubo mercedes más importantes concedidas a otras figuras: Diego Barbosa, escudero hidalgo del marqués de Vila Real, recibió en 1525 una pensión anual de 8.000 reales y los cargos de almojarife y de juez de los derechos reales de Viana do Castelo, además de recibir la aduana de esa ciudad, con una manutención anual de 4.000 reales. Todo ello en atención a los servicios de su fallecido padre, Fernão Barbosa, que había servido cinco años y tres meses en Ceuta (Baião, 1945). En la defensa de Ceuta, como hemos visto, participaban la guarnición y la población civil. Se llegó a pensar que prestaran servicio allí componentes de las Órdenes Militares, pero nunca se llevó a efecto (Olival, 1988). De hecho, constantemente preocupado por la defensa de la Ceuta cristiana, el Papa decretó, en 1546, que hubiese en la ciudad cuatro conventos de las Órdenes Militares (uno de Santiago, uno de Avis, uno de Cristo y uno del Hospital), y que cada una de ellas debía enviar allí cada año una tercera parte de sus efectivos (Marques, 1944, págs. 530-533). En 1461, cuando concedió a Alfonso V la administración del maestrazgo de la Orden del Cristo, Pío II dice hacerlo en parte como auxilio para la defensa de Ceuta (Jordão, I, 1868, pág. 39). En 1462, Calixto III renovaba la decisión referente a las Órdenes (Marques, 1971, págs. 26-29). Pero, en 1464, Paulo II la revocó (Jordão, I, 1868, págs. 42-44), en parte por la resistencia del infante don Fernando, hermano de Alfonso V y maestre de Santiago, a crear un convento en Ceuta (Zurara, 1978, págs. 347-349). Pese a ello, en 1472, Sixto IV retomó la decisión de 1456 (Dinis, 1974, págs. 49 y 50). A lo largo de este periodo Ceuta estuvo siendo abastecida de armamento y municiones que a veces escaseaban. En 1512, don Manuel se quejaba a sus suegros, los Reyes Católicos, por no querer dejar a los portugueses sacar municiones de las plazas andaluzas (De la Torre, 1963, págs. 231 y 232). En 1522 existen alusiones a la entrega de piezas de bombarda por el almojarife de la ciudad. En 1529 se dice que del reino llegó artillería y pólvora (Braga y Braga, 1998, pág. 133). En 1533, el capitán de Ceuta relataba a Juan III los gastos en los que incurrió el almojarife de la ciudad por la entrega de ballestas, lanzas, espingardas y otras armas a la población de la ciudad (Cénival, Lopes, Ricard, 1951, pág. 93). En 1542, Bastião de Vargas reseñaba la falta de municiones. En 1550, Juan III determinaba la calidad y la cantidad de las armas que deberían existir en la ciudad, y cuatro años después mandaba que el tesorero de la Casa de Ceuta enviase a la ciudad del Estrecho pólvora, artillería y municiones, especificando las precauciones a tomar para evitar daños (Esaguy, 1941, págs. 49, 50 y 72-79). En 1558 comunicaba al capitán y a los oficiales de Ceuta que la ciudad debía tener las armas prescritas en la regulación de 1550 (Braga y Braga, 1998, pág. 133).
Guerrero portugués en el convento de la Orden del Cristo de Tomar. Fotografía: Fernando Villada Paredes.
Durante el reinado de don Sebastián, Felipe II autorizó el envío a Ceuta de 300 arcabuces que, sin embargo, nunca salieron de Málaga y, cuando el hijo de Carlos V se convirtió en rey de Portugal, esos arcabuces estaban “sin cureñas y desbaratados y que conviene se aderescen y lleven a Ceuta” (Bejarano, 1941, pág. 47).En Ceuta siempre fueron muy importantes las estructuras defensivas. Tras la conquista fue necesario establecer una separación entre la ciudad y la tierra de moros, para ello se aprovechó la muralla ya existente, que permanecería sin alteraciones durante un siglo, tan sólo con algunas reparaciones (Gozalbes, 1980, 1988; Ruiz, 2002). Sin embargo, antes de entrar en el análisis de la muralla de Ceuta propiamente dicha, debemos comenzar por mencionar las corazas, trozos de muralla por lo general perpendiculares al perímetro de las fortificaciones y que impedían el paso de los moros cuando éstos pretendían atacar a los barcos de transporte de personas y a los bienes transportados en navíos de mayor tonelaje (Ricard, 1955, págs. 478-481). En cuanto a baluartes, Ceuta poseía diez: San Pedro, San Pablo, Santiago, San Felipe, San Sebastián, Santo Domingo, San Francisco, San Juan de Dios, Santa Ana y el de la Brecha. Las puertas eran cuatro: la de Albacar, la de la Ribera, la de la Almina y la del Campo (Mascarenhas, 1995). A lo largo de la historia de la presencia portuguesa, las murallas fueron sufriendo diversos desgastes, en gran medida provocados porque, en el siglo XVI, los musulmanes generalizaron el uso de la artillería. En consecuencia también hubo diversas reparaciones. En 1529 “hua goarjta” estaba en obras. En 1530, el capitán escribía al rey y le comunicaba que una tormenta “que nunqua se acordão os velhos desta cidade nela verem” había derruido los muros. En 1532, don Nuno Álvares Pereira pidió al factor portugués de Andalucía 500 cruzados para que Ceuta estuviera en condiciones para defenderse de la amenaza de Barba Roja. En la misiva se puede leer con respecto a los muros de la ciudad: “hos muros d’ella estarem muy deneficados, e pera fazer as portas do baluarte do sertão, e asy as portas do muro novo, e a pomte levadiça, e fazerem alguas outras coussas muito necessarias pera guarda e defensão da dita cidade”. En 1533, el capitán mandó pagar los gastos ocasionados por la reparación del muro “do camto do albaquar que caio” (Braga y Braga, 1998, pág. 135). Pero es en 1541 cuando se produce el punto de inflexión; es en esa fecha cuando llegan a Ceuta el italiano Benedito de Rávena y el español Miguel de Arruda, ambos arquitectos al servicio de Carlos V. Se comenzó entonces a pensar en las obras de renovación de la muralla: se trataba de la transición de una fortaleza medieval a una moderna. Las obras avanzaron, no siempre a un ritmo regular, sufriendo interrupciones por falta de dinero. Varias fueron las ocasiones en que la corona emitió títulos del tesoro para poder financiar los trabajos. Eso aconteció, por lo menos, en 1534, 1547 y 1578 (Gomes, 1883, págs. 140-159). En 1542, Bastião de Vargas apuntaba que Ceuta está “com não boõs muros para poder soffrer uma grosa affromta, she le sobrevyer” (Cénival et al., 1951, pág. 93). Dos años después, don Alfonso de Noronha daba cuenta al monarca portugués del estado de las obras de Ceuta: “imda que da banda da terra fyrme estu forte, das bamdas do mar e d’Almyna esta muy fraca, como sempre esteve”. Parecida información daba don João de Mendonça a Maximiliano y María de Austria: “Cepta esta muy fuerte por la vanda de la tierra, y por la de el Almina, que es lo mas flaco, no podia entrar gente sino fuesse por mar, y no tiniendo muchos navios, no puede hazelle daño y puede ser socorrida em qualquier tiempo”. En 1548, es la capitana de la ciudad, doña María de Eça, quien escribe a Juan III: “aguora se trabalha no aliçeçe da cava, com uma pouca de caal que veyo; e, vindo mais, co a pedra que esta junta sse fara num mes a obra dobrada” (Braga y Braga, 1998, pág. 136). Hasta 1550 las obras avanzaron, y, a partir del principio de que Ceuta era una ciudad que se hallaba bien defendida por el norte y por el sur y, en cierto modo, también por el este, por el mar, se transformó el foso seco en canal navegable (Mendonça, 1922, págs. 7-12; Ricard, 1947; Gozalbes, 1982; Ruiz, 2002).
Las defensas portuguesas del frente occidental mostraron su eficacia desde el momento de su construcción, resistiendo cuantos intentos de tomar la ciudad se produjeron. En la imagen, Murallas Reales de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
También en 1532 el capitán hablaba de la necesidad de reparar “as portas do baluarte do sertão e asy as portas do muro nouo e a pomte leuadiça”. La “porta do muro nouo” comenzó a ser restaurada ese mismo año. Otro tanto ocurría en los aposentos del capitán. En 1521, un pavimento para los aposentos del castillo,constituido por siete docenas de tablas, costó siete cruzados. En 1522 se realizaron arreglos en los aposentos, establos, granero y cocina. En 1529 el capitán hablaba de reparar la “janela dos paços do castelo onde eu pouso”. En 1530 se entregaron un cerrojo y clavos para las obras en los aposentos del capitán, así como maderas para la reparación de la “salla das mjnhas pousadas que cayo”. En 1531 hubo nuevas obras en las salas del castillo. En otros puntos de Ceuta ocurría algo semejante: en 1523 estaba a punto de caerse la torre de Vasco Nabo. En 1531 se estaba ampliando el baluarte de artillería. En 1533 Martim Correia da Silva escribía al rey para quejarse de que en la Almina faltaba cal y dinero para pagar a los “pobres trabalhadores”, sin poderse esperar “obras senão mas”. En 1531 se pagó la fabricación de una campana para el almacén. En 1521 el capitán había mandado levantar una cuadra que, diez años después, se estaba reparando y que, en 1533, estaba “pera cajr” (Braga y Braga, 1998, pág. 139). Así pues, Ceuta estaba casi siempre en obras. En 1554, Martim Correia da Silva, en carta a Juan III, recordaba “não faço ora particular lembrança a V.A. posto que são ellas de tanta importançia que não avua de cesar nunqua de lha fazer” (Baião, 1910, pág. 201). En 1574 la corona decidió que el dinero que se obtuviese del impuesto al vino se aplicase a las “cousas publicas da cidade”, tales como la limpieza de muros y la reparación de calzadas y fuentes (Esaguy, 1941, pág. 99). El manejo de los bienes utilizados en las obras daba lugar a irregularidades tan comunes que, en 1574, don Sebastián decretó que se dejaran de entregar a los ceutíes cal y municiones como descuento de sus sueldos (Esaguy, 1941, pág. 24). Todas estas obras realizadas en Ceuta estaban a cargo de los “vedores das obras”. Conocemos los nombres de algunos de ellos: Rui Vaz Pestana, que sucedió a Lopo Sanches en 1499, y que fue sustituido por Tristão da Costa, nombrado en 1521, con una manutención anual de 2.400 reales, y confirmado dos años después. Álvaro Vieira, de quien el obispo de Ceuta decía en 1529 que era “boom homem homrrado”. Pedro Arrais, que aparece entre 1529 y 1532. Antonio da Orta que recibió una pensión anual de 10.000 reales en 1546. Además de estos vedores estaban los tesoreros y los escribanos de las obras: Diogo Cardoso era tesorero en 1454, mientras que Fernão de Évora fue nombrado escribano en 1441, para sustituir a Pedro Nunes, y confirmado en 1449 (Braga y Braga, 1998, pág. 140). También se conocen diversos obreros, como poceros, carpinteros, empedradores o cerrajeros (Braga y Braga, 1998, págs. 140 y 141).
Jerónimo de Mascarenhas lo describió del siguiente modo: “passa el agua de la mar por el de una parte á otra; tiene de fondo, quando es plena mar nueva palmos, i quando baxa queda casi en seco; recojense en el fragatas, vergantines, i barcas. El contra escarpe del foso es bien fabricado, tiene de altura por lo mas alto seis braças, i acia el Poniente va diminuyendo asta tres, i dos braças, i media, assi como va el terreno baxando” (Mascarenhas, 1995, págs. 11 y 12). Pero, además de Arruda y Rávena, fueron muchos otros los arquitectos que trabajaron en las murallas de Ceuta a lo largo de la historia de la presencia portuguesa. Conocemos además muchas otras obras realizadas en la ciudad. Más concretamente, arreglos efectuados en los fosos de la ciudad: en 1524, el rey envió 200 cruzados para los trabajos de reparación, tras haber sido destruidos por los moros. En 1531, Juan III ordenó que no se destinasen a ese fin los dineros de la bolsa que existía en la ciudad. En 1532, Nuno Álvares Pereira destaca nuevos daños y que se dio orden de reparación. Al año siguiente, el capitán mandaba al recaudador que abonase todos los gastos derivados de los arreglos de los fosos y caminos “por estarem abertos”. También se efectuaron reparaciones en las puertas de la ciudad: en 1523 la Puerta del Muro Nuevo estaba en “grande prejujzo”. En el mismo año un cerrajero recibió 1.000 reales por la fabricación de cuatro candados para las puertas de la ciudad, y, en 1532, se mandó entregar al “vedor das obras” dos vigas y cinco medias vigas para la reparación de la puerta.
Hasta 1415 existieron en el norte de África diócesis con sede episcopal presididas por los llamados obispos in partibus infidelium. Tras esa fecha, y por numerosas razones, comienzan a fundarse diócesis en los nuevos territorios. Ceuta, como resulta evidente, fue la primera; poco tiempo después de la conquista fue convertida en sede episcopal y, a continuación, obtuvo título de ciudad, como era la regla de la época. De hecho, el 4 de abril de 1418, el Papa Martín V ordenaba que los arzobispos de Braga y Lisboa comprobasen si era justa la demanda que en ese sentido le había formulado Juan I (Marques, 1944, págs. 244 y 245), a lo que ellos le contestaron afirmativamente el 6 de septiembre de 1420 (Jordão, 1868, págs. 14-15). La nueva diócesis englobaba Marruecos y el litoral de Málaga y Granada. El franciscano fray Aymar de Aurillac, de origen inglés, confesor de doña Felipa de Lancaster y obispo de Marruecos desde 1413, fue nombrado obispo de Ceuta el 5 de marzo de 1421 (Jordão, 1868, págs. 16-17). Él fue el primero de la nueva serie de prelados ceutíes. Tal vez llegó a desplazarse a la sede de su obispado, pero falleció en 1443. Le sucedió fray João Manuel, carmelita, hijo bastardo del rey don Duarte, que fue nombrado en 1444 (Dinis, 1967, págs. 205-211). En 1570 la diócesis de Ceuta fue unida a la de Tánger y asumió la dignidad el prelado tangerino fray Francisco Quaresma.
Si bien los dos primeros obispos se desplazaron a Ceuta, la mayoría estuvo casi siempre ausente de la ciudad, como de hecho ocurría en muchos otros puntos del ultramar portugués y hasta del propio reino. Los de la ciudad del Estrecho establecieron su residencia en Olivença, por lo menos entre 1528 y 1555 (España et al., 1988). En 1566, la Mesa da Consciencia aconsejó al prelado ceutí que se desplazase a la sede de su diócesis al menos de tres en tres años (Cruz, 1992, II, pág. 390). Como representante del poder episcopal se hallaba en la ciudad un provisor y vicario general. Conocemos un caso en 1535, el de Francisco Pires (Martínez, 1988, pág. 498).
“La Santa y Real Casa
de la Misericordia de
Ceuta gozó de
diversos privilegios
otorgados por la
corona portuguesa”
RELIGIÓN Y ASISTENCIA
Lápida de Vasco de Ataide. Museo de Ceuta. Fotografía: José Juan Gutiérrez Álvarez.
Interior de la catedral portuguesa de Safi. Fotografía: José Luis Gómez Barceló.
Si bien los dos primeros obispos se desplazaron a Ceuta, la mayoría estuvo casi siempre ausente de la ciudad, como de hecho ocurría en muchos otros puntos del ultramar portugués y hasta del propio reino. Los de la ciudad del Estrecho establecieron su residencia en Olivença, por lo menos entre 1528 y 1555 (España et al., 1988). En 1566, la Mesa da Consciencia aconsejó al prelado ceutí que se desplazase a la sede de su diócesis al menos de tres en tres años (Cruz, 1992, II, pág. 390). Como representante del poder episcopal se hallaba en la ciudad un provisor y vicario general. Conocemos un caso en 1535, el de Francisco Pires (Martínez, 1988, pág. 498). Pero no por ello los obispos, o al menos algunos de ellos, dejaban de preocuparse por el bienestar de su diócesis. En 1529, fray Enrique de Coimbra escribió al rey para requerirle varias providencias que era necesario tomar: cuatro o cinco locales del edificio de la catedral estaban deteriorados; los aposentos “estam meos perdidos” y, aunque ya había habido obras, necesitaban más, “não sera agora necessaria mujta moeda” (Braga y Braga, 1998, pág. 144). Además, hay que añadir que el obispado de Ceuta tuvo constituciones sinodales desde antes de 1521 pues, en esa fecha, aparece un ejemplar entre los libros de don Manuel (Freire, 1904 a, pág. 411). Más conocidas son las de 1553 (Sevilla, 1995).
La diócesis de Ceuta poseía tierras en el reino. En 1473, Sixto IV integra en ella la comarca eclesiástica de Valença do Minho (Costa, 1983, pág. 139). Lo mismo ocurría con otras tierras en el Alentejo. En 1472 el obispado de Ceuta cedió Olivenza al arzobispado de Braga (España et al., 1988, págs. 625-627). En 1512, fray Enriquede Coimbra hizo un contrato con el arzobispo de Braga, don Diogo de Sousa, por el que le cedía la administración eclesiástica de Valenza do Miño a cambio de la de Campo Maior, Ouguela y Olivenza. Contrato que el Papa selló al año siguiente (Lopes, 1973, págs. 111-116).
En 1570 estos territorios serían segregados de la diócesis norteafricana para pasar a formar parte de la recién creada de Elvas (pág. 384). Más compleja resultó siempre la cuestión referente a Tuy y a Badajoz: en 1436 se negaba el Papa Eugenio IV a aceptar la demanda de don Duarte para que fuesen integrados en la diócesis ceutí los bienes de las seos tudense y pacense situados en Portugal (Dinis, 1963, págs. 259 y 260). Pero en 1444 el mismo pontífice accedía a ello (pág. 386), si bien esa decisión sería anulada por Nicolás V en 1452.
En esa época, Alfonso V presentó al pontífice el siguiente caso: al haber muerto Pedro Gonçalves, administrador de una de las zonas otrora pertenecientes a los obispados de Tuy y Badajoz, el obispo de Ceuta había hecho posesión de ella y el rey solicitaba que pudiese hacerlo sin permiso de esos obispos castellanos (Jordão, 1868, págs. 25-27). Ese mismo año, Nicolás IV confirmaría la decisión de 1444 (Jordão, 1868, págs. 28-30), y Calixto III la reafirmó de nuevo en 1456 (Marques, 1944 a, págs. 249-253) y Pío II en 1463 (Dinis, 1968, págs. 249-256). En esta última fecha, el Papa determinó que los rendimientos cedidos por João Rodrigues Senior, arcediano de Cerveira, en la diócesis de Tuy ,pasasen a la de Ceuta, por muerte de João Rodrigues Junior, abad de la colegiata de San Martín de Cedofeita, en Oporto (Dinis, 1973, págs. 249-256). Se tiene conocimiento de varias casas religiosas en la ciudad. Comenzando por la propia catedral, instituida, como se vio, sobre la antigua mezquita principal en 1421. Siempre estuvo bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción (Perez, 1988, pág. 41), debido a una imagen de la misma que se llevó en 1425 y que acabó siendo conocida como Nuestra Señora Conquistadora o, simplemente, Conquistadora y, posteriormente, como Virgen del Valle o Portuguesiña (Dornellas, 1914). Según el testimonio del alemán Nicolás Lankman de Valkenstein, en la seo de Ceuta se repartían medallas de plomo a los peregrinos (Valkenstein, 1992, pág. 57). Sus privilegios y sus fueros fueron confirmados por Manuel I en 1512 (Braga y Braga, 1998, pág. 147). El otro templo más famoso de Ceuta es la iglesia de Santa María de África, que tiene una historia legendaria parecida a la de muchas otras casas marianas: la imagen que hoy se venera allí fue encontrada en el campo tras la conquista portuguesa, dándose inmediatamente por bueno que se trataba de la que el emperador Justiniano I había enviado al gobernador de la ciudad, Procopio, a principios del siglo VI. La iglesia fue levantada por orden del capitán don Fernando, conde de Arraiolos, para albergar la imagen (Dornellas, 1916; Guerra, 1946, págs. 7 y 8). Además, en su segundo testamento, fechado en 1460, el infante don Enrique declaraba taxativamente: “estabiliçi e hordeney a jgreia de Sancta Maria dAfrica, situada na cidade de Cepta” (Dinis, 1960 b, pág. 164), y añadía:
Eu mandey hüua himagem asaz devota de Sancta Maria mandandolhe poer nome Sancta Maria dAfricam, poendo a dicta himagem na dicta casaque assy fezerom e hordenarom. A qual Virgem Maria, por sua emfimda e sancta mjseriscordia e por acreçentamento da nossa fe, faz mujtos mjllagres, teendo os deuotos christãaos que em a dicta çidade moram e outras comarcãaos, assy dos rregnos de Castela como do rregno do Alguarue e mujtos catiuos christãaos que jazem em terra de mouros em ella müj grande deuaçom (Dinis, 1960 b, págs. 173 y 174).
Como dice fray Luis de Sousa, el convento fue mandado cerrar en 1546, pero los habitantes de Ceuta“requerião afficazmente a el-Rei que era dura cousa desfazer-se huma irmandade tão antiga, como a conquista da mesma terra. Alegavão, que os tinhão por mestres na doutrina, companheiros nos trabalhos, por enfermeiros, e alívio nas doenças; e os Padres, correspondendo a esta boa vontade, forão dissimulando com a transmigraçao”.No fue hasta 1575, durante el primer viaje africano de don Sebastián, cuando se procedió al traslado de los dominicos a Tánger, y de los trinitarios a Ceuta para ocupar el espacio dejado por los predicadores (Sousa, 1977, I, pág. 916). Así pues, los trinitarios se quedaron con los antiguos conventos de franciscanos y dominicos. Tras la reforma de la Orden de la Santísima Trinidad, en tiempos de Juan III, su nieto y sucesor, don Sebastián, consideró que, para el mejor ejercicio de sus funciones, los trinitarios deberían establecerse en las tierras norteafricanas bajo dominio portugués. Como es sabido, el número de cautivos cristianos en poder de los musulmanes iba aumentando y ya se había establecido el acuerdo de 1561 que determinaba el papel de los religiosos en la redención de los mismos. Se trataba, pues, de situarlos estratégicamente, es decir en Ceuta y en Tánger. No se construyeron nuevas instalaciones para acoger a los padres sino que se procedió a instalarlos en el espacio anteriormente ocupado por los franciscanos. El 7 de enero de 1569 doce religiosos trinitarios tomaron posesión del antiguo convento de Santiago (São José, 1789, I, págs. 451-462). El convento estaba situado en la actual plaza de África, el mejor emplazamiento de la ciudad, según los propios trinitarios, y poseía paramentos ofrecidos por la reina doña Catarina (São José, 1789, pág. 452). Conocemos muy poco sobre la vida interna del convento; sus rentas, sus gastos, las mercedes recibidas. Algunos datos dispersos indican dificultades varias y atrasos en los pagos ordinarios. En 1568, don Sebastián mantuvo su donativo de dos arrobas de azúcar al convento, el mismo que venía recibiendo el convento de Santiago desde 1553. Esta merced fue confirmada en 1596. Asimismo, en 1573, don Sebastián asignó 12 arrates de pimienta, seis de clavo, diez de canela, cuatro de jengibre, cinco de malagueta y seis de incienso. Todo ello se confirmó en 1596. También en 1573 el monarca hizo merced de una pipa de aceite, seis botas de vino y una bota de vinagre. Al año siguiente, cuando don Sebastián estuvo en Ceuta, esas cantidades se aumentaron.
No se puede determinar la fecha exacta en que esta iglesia fue erigida, pero sí que ya existía durante el cerco de 1418 (pág. 399). El edificio de Santa María de África se hallaba casi en ruinas cuando, en 1560, se escribieron dos cartas a la reina regente doña Catarina para que enviase a alguien que hiciese la obra en verano, sobre todo en la casa y en la capilla, la primera “por ser muyto amtyga e nela choue como na Rua”. También allí se recoge que Juan III ya había ordenado reparaciones en el hospital, y que no se habían llevado a cabo (Braga y Braga, 1998, pág. 148). La parroquia que recibió el nombre de la iglesia ya existía en 1434, fecha en la que el infante don Enrique suplicó al Papa que a la misma se anejasen las tierras de Valdânger, Bulhaes y Alcazarseguer (Jordão, 1868, pág. 20). En 1443, Eugenio IV donó la iglesia a la Orden de Cristo, otorgándola los citados territorios como parroquia (Marques, 1944, págs. 412, 413 y 621-623). La iglesia se constituyó encomienda de la Orden y fueron sucesivamente sus comendadores, hasta 1460, Diogo Álvares, Rui de Faro, Estêvão Eanes Montanha y Álvaro de Sá (Marques, 1944, pág. 584). En 1458, Alfonso V, tras la conquista de Alcazarseguer, entregó el patronato de ésta a la iglesia de África (Marques, 1944, pág. 550). Este templo era frecuentado por peregrinos a lo largo del año, especialmente el día de la Asunción. Así lo dice don Enrique en su súplica al Papa fechada en 1442 (Dinis, 1965, págs. 289-291), y lo dice también Eugenio IV en su respuesta a la petición del infante, donde concede remisión plenaria de todos los pecados in mortis articulo a todos los que ese día visitasen el santuario, ayudando igualmente en la defensa de Ceuta (Dinis, 1965, págs. 332-336). Más tarde, en carta a Juan III, Bernardim de Carvalho refiere: “Oje, xi de junho [probablemente de 1546], vim a esta sua cidade de Cepta a compryr hua rromaria que tinha prometido a Nossa Senhora d’Africa ” (Cénival et al., 1951, pág. 189). A lo largo de los tiempos se han atribuido varios milagros al icono mariano. El mismo infante don Enrique lo decía en 1460, como se ha dicho (Dornellas, 1916; Guerra, 1946, págs. 7-9; Jarque, 1989, págs. 204-208).
También sabemos algo sobre el sentimiento religioso. Las constituciones sinodales de la diócesis de Ceuta de 1553 prescribían minuciosamente las obligaciones de los sacramentos así como las fiestas religiosas y el debido comportamiento de los eclesiásticos. Se celebraban las fiestas de San Amaro (enero), San Blas (febrero), San Felipe, San Agustín, Santa Cruz, San Fernando rey (mayo), San Antonio (junio), Santa Ana (julio), Nuestra Señora de las Nieves (agosto), San Miguel (setiembre), Santos Mártires de Ceuta (octubre), Santa Catalina (noviembre), San Nicolás y San Silvestre (diciembre) (Sevilla, 1995, pág. 151). Los combatientes contaban siempre con la protección divina. Un testimonio de 1425 es bastante explícito:
Imagen de Nuestra Señora de África en el Baluarte del Caballero de las Murallas Reales. Fotografía: Alejandro Morcillo Mostaza.
Hay otros templos que se conocen de la Ceuta portuguesa. El convento franciscano, bajo la advocación de Santiago, fue creado a petición del infante don Pedro el 4 de junio de 1420 (Jordão, 1868, págs. 12 y 13) en una antigua ermita del mismo nombre que en un principio había sido mezquita (Caro, 1989, pág. 254), en la actual plaza de África. En 1421 recibió del Papa los mismos privilegios que la casa del Monte de Sión, en Jerusalén (Dinis, 1961, págs.20 y 21). En su primer testamento, redactado antes de partir a la empresa de Tánger de 1437, el infante don Fernando ordenó que, si moría en África, lo sepultasen en ese convento (Rego, 1967, pág. 186). Por una carta de Alfonso V, de 1475, uno de sus servidores fue excusado de hacer rondas y guardias (Farinha, 1990, III, pág. 123), y sabemos que a lo largo del siglo XV los mamposteros de la casa recibieron privilegios de la corona (Soledade, 1705, II, pág. 591).En 1553 Juan III estableció un donativo de dos arrobas de azúcar al convento (Braga y Braga, 1998, págs. 149 y 150) y, dos años después, ordenó dar como limosna 180 reales por mes a cada uno de los franciscanos de Ceuta (Esaguy, 1941, págs. 47 y 48). Según parece, los franciscanos nunca se habían adaptado bien a Ceuta. Al menos eso dice el capitán don Alfonso de Noronha en una carta de 1541 dirigida a Juan III: “Estes frades da Provincia da Piedade que V.A. aqui mandou pera este mosteiro de S. Francisco, em que fez muito serviçoa Deos, se quiseram ja por muitas vezes ir, e porque como ho eu sabia hos tinha e lho nam consentenia ffazer, se foy esta somana pasadasem me dizer nada ho seu guardião pera Tangere, he la renunciou o mosteiro nas mãos do comisayro dos conventos”. Don Alfonso de Noronha consiguió convencerlos para permanecer en Ceuta hasta Pascua, a pesar de que ellos se consideraban prisioneros y habían llegado a afirmar que huirían por tierra si no les permitían irse por mar (Cénival, Lopes, Ricard, 1948, pág. 320). Finalmente fueron evacuados en 1569 después de que don Sebastián ordenase, el año anterior, que fuesen sustituidos por los trinitarios (São José, 1789, I, págs. 451-462; Gómez, 1996, pág. 199). Un segundo convento franciscano llegó a ser proyectado por el duque de Caminha, en el siglo XV, para la Almina, pero nunca llegó a concretarse (Soledade, 1705, II, pág. 591). También existió el convento del Espíritu Santo o de San Jorge de Ceuta, de la Orden de Santo Domingo, creado en 1451. En 1504, el vicario del mismo, fray Pedro, fue al reino a hablar con el provincial de la orden sobre la reforma de ésta y esperando ser recibido por don Manuel “porque este moesteiro he huua casa em que toda estacidade tem muita necesidade” y las “proves casynhas que tinha cayrom com as envernadas pasadas e asy ho corpo da igreja como a capela mayor e outras capelas que tem nom sam senam de telha vã e com bem mao e fraco madeiramento” (Rego, 1965, págs. 86 y 87). Parte de sus bienes documentales, hoy perdidos, fueron traducidos del portugués al castellano en 1769 por los trinitarios de la ciudad, guardándose primero en su propio cartulario y, en el presente, en el archivo de la diócesis. En ellos se ve que, en 1533, Juan III, a petición de los dominicos de Ceuta, mandó a su oidor en la ciudad que delimitase las propiedades de la casa. Lo que ocurrió en 1547, en presencia del vicario del convento, Gaspar Barreto (Braga y Braga, 1998, págs. 150 y 151).
Monje trinitario. Ilustración: José Montes Ramos.
Los trinitarios pasaron a recibir otras dos botas de vino más, otro cuarto de aceite y otro cuarto de vinagre. Todo ello fue confirmado en 1586 y en 1596. Si bien no conocemos a todos los trinitarios que vivieron en el convento de Ceuta, la documentación nos informa, esporádicamente, de algunos nombres. Sabemos que, en 1568, el provincial de la Orden mandó al padre Manuel Nunes de Santa María que tomase posesión del convento. Le acompañaron fray Jorge de Barros y fray Dionisio. Resulta significativa la historia del redentor fray Diogo Ledo, natural de Ceuta, que tomó los hábitos con más de cincuenta años. Este hombre comenzó sirviendo como soldado en Ceuta y, de regreso al continente, naufragó con la embarcación en la que viajaba. Antes, sin embargo, él y su hijo tuvieron tiempo para hacer una promesa: si sobrevivían, se harían religiosos. Y así ocurrió. Y, por consejo del cardenal don Enrique, Diogo Ledo escogió la Orden de la Santísima Trinidad, pues ya tenía experiencia en los asuntos de Berbería (Braga y Braga, 1998, pág. 152). Acerca de los jesuitas que pasaron por Ceuta, podemos afirmar que su congregación se ligó a una actividad propia de los trinitarios: la redención de cautivos. Desde 1538 gobernaba Ceuta don Alfonso de Noronha que, ante los diversos problemas con que se encontraba, sobre todo el del estado de la guarnición militar y también el de los cautivos, decidió visitar a Juan III, y aprovechó la visita para solicitar el envío de dos jesuitas. El capitán de Ceuta les ofrecía, entre otras cláusulas, la iglesia de Nuestra Señora de África, en donde se construirían algunas habitaciones, un patio y un pozo, para lo que ya existía un presupuesto de 1.000 cruzados donados por un pariente. Don Alfonso de Noronha se comprometía, además, a obtener permiso de los caídes de Tetuán y de Marruecos para que los jesuitas pudiesen visitar a los cautivos en las mazmorras. Juan III y doña Catarina hablaron con el padre Simão Rodrigues, provincial de los jesuitas portugueses, y se consideró que Ceuta podría funcionar como centro de irradiación hacia todas las otras plazas marroquíes. Tras dicha consideración, partieron los padres Luis Gonçalves da Câmara y João Nunes Mauricio, con el hermano coadjutor Inácio Vogado (Rodrigues, 1931, págs. 558-564; Mauricio, 1945; Ricard, 1955, págs. 239-260). En Ceuta los jesuitas aportaron una novedad religiosa; comenzaron a predicar a los moros además de realizar sus tareas de rescate, pero debieron abandonar la nueva actividad para poder continuar rescatando cautivos en Tetuán. La asistencia que los jesuitas prestaron a los cautivos portugueses en poder de los moros de Tetuán fue enorme: desde las usuales tentativas de obtención de recursos para realizar los rescates hasta las visitas a los dolientes, las llamadas al mantenimiento de la fe, la celebración de misas, comuniones y confesiones en tierras de moros.
PAULO DRUMOND BRAGA
También los jesuitas radicados en Ceuta llevaron a cabo una intensa labor de asistencia y rescate de los cautivos cristianos.
Gil Fernandez disse que o primeyro anno que se tomou cepta que ella fora aa dita cidade E que esteuera em ella per espaço de noue anos E que se vio em mujtas furtunas cercado de mouros E que encomendousse a sancta maria das uirtudes que o gardasse enquanto esteuesse em aquella cidade E que ajnda que mujtos fossem feridos açerca donde elle estaua por uirtude sa sanctissima senhora nunca ouue ferida que lhe empeecesse E prouue a deus polla sua santa madre que en todallas pelleias que foy com os mouros sempre os mouros foram desvaratados” (Correia, 1988, pág. 28).
A este respecto conviene recordar que la corona siempre prodigó cuidados espirituales a los que se hallaban sirviendo en Ceuta. Alfonso V ordenó en 1453 que se llevasen a cabo procesiones, preces y ruegos a Dios por los que vivían en la ciudad del Estrecho por el “gram cuydado E sentimento que teemos conthinuadamente das quelles que som em a nossa cidade De çepta” (Basto, s.f., pág. 5). En 1469, ese mismo rey ordenó una capilla en el monasterio de Nuestra Señora de la Misericordia, en Aveiro, para que se cantasen misas diarias por los que estaban en Ceuta (Farinha, 1990, III, pág. 260). En 1527 todavía se cantaba esa misa (Braga y Braga, 1998, pág. 156). Otros informes sobre la religión hacen alusión a manifestaciones heterodoxas. Las constituciones del obispado de 1553, por ejemplo, explican con cierto pormenor prácticas mágicas condenadas por la ortodoxia, como las de adivinación en agua, cristal, espejo, espada, redoma o cualquier otro objeto reluciente o en chuleta de carnero; administrar alimentos o bebidas para querer bien o mal, y llevar consigo diente o brazo de ahorcado u otro miembro de difunto (Sevilla, 1995, pág. 152). En Ceuta, como en otros lugares, coexistían tres religiones: la cristiana, la musulmana y la judía, existiendo una libertad religiosa que no se daba en el reino. Por ello eran peligrosos los contagios, que podrían dar lugar a la apostasía de los cristianos. Y cuando se habla de cristianos, se habla tanto de los conversos, ya fuesen de origen musulmán –moriscos– o de origen judío, como de los europeos que renegaban de su fe, tras haber huido o haber caído en manos de los musulmanes, los llamados renegados o elches. Las autoridades actuaban sobre todos ellos con comprensión y benevolencia, procurando atraer a los conversos y acogiendo de nuevo a los renegados en la sede de la cristiandad. Por otro lado, el provisor y vicario general del obispado procedía a las reconciliaciones de los renegados arrepentidos que, más tarde, debían comparecer ante el tribunal de la Inquisición.
La coexistencia de las tres religiones no era fácil. En 1557 el cardenal don Enrique, inquisidor general de Portugal, ordenaba que no se permitiese que los judíos y moros que iban a comerciar a Ceuta se alojasen en casas de conversos, ni de judíos, ni de moros (Esaguy, 1941, págs. 44 y 45). En lo que respecta a la asistencia médica, tenemos noticias de varios boticarios y físicos que trabajaban en Ceuta. Mestre José fue físico del conde don Pedro de Meneses y sirvió en la ciudad “muyto tempo bem” (Farinha, 1990, II, pág. 148). Mestre Guedelha era un judío castellano que fue físico y cirujano del conde de Vila Real y ejerció la medicina en Ceuta (Farinha, 1990, II, pág. 372). En 1455 se estableció en Faro un cirujano que había servido en Ceuta, mestre Diogo Salvador, que allí “penssara muytos homees de muy grandes firidas e dellas mortaaes de que elles em breue tempo foram ssãaos” (Azevedo, 1934, págs. 263 y 264). João Bravo era un boticario a quien en 1540 debían ciertos dineros en la ciudad. Antonio Vaz, cristiano nuevo, era boticario en 1559 (Braga y Braga, 1998, pág. 159). Ceuta fue varias veces atacada por la peste. Por ejemplo, en el siglo XV, en 1443 (Jarque, 1989, pág. 202), en 1451-1453 (Renaud, 1945) y en 1455 (Dinis, 1971, págs. 185 y 186). En fechas posteriores sabemos que hubo médicos enviados a la ciudad. En 1557 llegó un tal doctor Feliciano, que un año después escribía a la regente doña Catarina explicando que ya no era necesaria su presencia en Ceuta (Cénival et al., 1953, págs. 63-66). Más tarde, en 1579-1580, se registró un nuevo brote (Brandão, 1944, pág. 31; Jarque, 1989, págs. 202 y 203). En Ceuta, a semejanza de lo que ocurría en el reino, existían varias cofradías. En 1578, al visitar la diócesis, el obispo de Ceuta y Tánger, don Manuel de Seabra, registró la existencia, en la primera de esas ciudades, de las siguientes cofradías: Nuestra Señora de África, Purísima Concepción, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora de la Victoria, Nuestra Señora de Guadalupe, San Pedro, Santiago, San Simón, San Sebastián, San Blas, San Antonio, San Francisco, San Amaro, Santa Catalina y Santa Ana (Posac, 1995, pág. 431). Pero la más importante de las cofradías era la de la Misericordia, creada en 1498 a imagen y semejanza de la de Lisboa. En 1502, don Manuel asignó a las diferentes Misericordias de ultramar ciertas cantidades en metálico y en arrobas de azúcar. La de Ceuta, por ejemplo, recibía anualmente 5.000 reales y ocho arrobas, lo mismo que la de Alcazarseguer. Ese mismo dinero recibían también las demás, pero había diferencias en la cantidad de azúcar: a Arcila y a Tánger se destinaban diez arrobas (Braga y Braga, 1998, pág. 160). Ese documento demuestra, sin lugar a dudas, que la Misericordia de Ceuta ya existía en 1502 y, por tanto, se puede refutar la fecha clásica de 1521 que habían utilizado hasta ahora los historiadores de la casa y de la ciudad (Cámara, 1996, págs. 56-58). En 1558, el obispo de Ceuta ordenó a la cofradía que tomase posesión de las casas de la iglesia deSan Blas, en la actual plaza de África, “que he hua ermida con su altar con sua ymagem do bem avemturado samto Com duas casas tereas e hu alto de hu sobrado e hua delas que parte de hua parte com casas que forão de bellchior perez e da outra parte com casas de bastião da fomsequa e da outra banda com ho muro de bamda de tutuão e da outra con ho tereiro das casas e con outras” (Braga y Braga, 1998, pág. 161).
Al año siguiente, la Misericordia fue autorizada por la corona para adquirir más casas junto a la iglesia (Cámara, 1996, pág. 58). Ésta fue la sede de la institución hasta 1710, fecha en que se trasladó a la iglesia de Nuestra Señora del Socorro (Cámara, 1996, pág. 295). La Misericordia de Ceuta, como las otras, era regida por un proveedor, un escribano y un tesorero, elegidos anualmente. Éstos, junto con otros ocho hermanos, cuatro de la nobleza y cuatro oficiales mecánicos, además de dos mayordomos, constituían la mesa. El cuadro lo completaban definidores, visitadores y capellanes (Cámara, 1996, págs. 65-78). Por la documentación que se conserva en el Archivo General de Ceuta, conocemos cuál era la constitución de la mesa de la Misericordia en el periodo posterior a 1559 e incluso alguno de los respectivos electores (Braga y Braga, 1998, pág. 161). En esa lista se observa que los cargos de proveedor, escribano y tesorero eran desempeñados por individuos de un círculo restringido que ocupaban otros cargos en la ciudad, como el de capitán, el de contador, el de escribano de la contaduría o el de alcalde del mar. Sabemos que la Misericordia tenía prescrito un cierto número de cofrades, que, según las épocas, osciló entre 110 y 150. La mitad serían nobles u honrados y la otra mitad oficiales y personas de condición social más modesta. Pero ese número no siempre fue respetado (Cámara, 1996, págs. 99-102). A lo largo de los tiempos, la Misericordia fue objeto de privilegios y mercedes diversas por parte de la corona. Ya vimos cómo don Manuel, en 1502, le asignó 5.000 reales y ocho arrobas de azúcar, y que eso fue confirmado en 1510.
Antigua Casa de la Misericordia de Ceuta. Fotografía: Archivo General de Ceuta.
En 1521 se añadieron otros 5.000 reales, sumando un total de 10.000 (Braga y Braga,1998, págs. 161 y 162). La Misericordia se sustentaba con la munificencia regia, pero también con otras fuentes de ingresos, limosnas por ejemplo. En 1535 se otorgaban poderes a uno de sus cofrades, João Lopes, para poder cobrar del rey 40.000 reales que se debían a la institución en concepto de atraso de limosnas de los habitantes de Ceuta, las cuales mandó pagar Juan III seis meses después (Braga y Braga, 1998, pág. 166). La Misericordia de Ceuta, como las otras del reino, recibía igualmente variados legados testamentarios. En 1559 aparece, en una escritura pública de la autoría de Gaspar Mendes una referencia a una cantidad de cinco cruzados dejados a la Misericordia por Cristóvão Machado, su escribano (Braga y Braga, 1998, pág. 166). La Misericordia poseía un hospital cuya primera referencia se remonta a 1590; en esa fecha les hicieron entrega de seis camas, pero como “avia camas e roupa que bastava pera o provimento dos enfermos”, se acordó que los 46.000 reales que costaban las camas fuesen empleados de otro modo, a beneficio de la Misericordia (Braga y Braga, 1998, pág. 170). Es posible que ese hospital fuese el mismo que sabemos que existió en el siglo XV junto a la iglesia de Santa María de África, destinado a peregrinos, pobres, combatientes, fugitivos de cautiverio y heridos. Fue edificado en 1450 por Paulo Húngaro, de la Orden de Cristo, que seis años después pedía al Papa indulgencia plenaria para todos los que allí muriesen y para los que colaborasen con su mantenimiento (Costa, 1973, pág. 287). Tal como ocurría en el reino, es posible que la Misericordia de Ceuta hubiese absorbido dicho establecimiento asistencial.El cautiverio de cristianos en tierras musulmanas era uno de los problemas más urgentes con los que tenían que contar los portugueses que vivían en Ceuta o que allí se dirigían. Simão Gonçalves, mulato, habitante de Ceuta, iba de Lagos a Italia en busca de trigo y fue hecho cautivo en 1541 o 1542. Lo mismo le sucedió a Manuel de Góis, natural de Tavira, cuando iba de Ceuta a Tánger en 1574. Mateus Velho, de Barcelos, fue capturado en Gibraltar antes de llegar a su destino en Ceuta (Braga y Braga, 1998, págs. 173 y 174). Ceuta fue asumiendo, a lo largo de la presencia portuguesa, un papel importante en la estrategia de los rescates. Si bien el inicio de ese proceso sepuede fechar en 1568, con el establecimiento de los trinitarios en la ciudad, hay que señalar que con anterioridad todo apuntaba ya en ese sentido. Recordemos las veces que pasó por Ceuta el jesuita sevillano Fernando de Contreras entre 1532 y 1547 (Ricard, 1955, págs. 239-260), y el ya referido establecimiento en la ciudad de los jesuitas con el claro objetivo de convertirla en un punto de apoyo para los cristianos de Tetuán que permanecían en poder de los moros. En 1565, el cardenal regente don Enrique tenía clara conciencia de ello al escribir a Lourenço Pires de Távora que “da cidade de Seita por estar mais perto de Tetuão onde he a mais comum escalla de captivos negociase o dito resgate porquedahi mais fasilmente e com mais brevidade poderam aver o nesseçario por estarem mais perto de Castella pera o proseguimento do dito resgate”. En Ceuta se podía ofrecer buen “avío” a los redentores (Braga y Braga, 1998, pág. 174). La práctica de los rescates a través de Ceuta fue constante. Por la ciudad pasaron los redentores fray Roque do Espírito Santo y fray André Fogaça en 1557 cuando regresaban de Argel (São José, 1789, I, pág. 437).
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ESTUDIOS
ISABEL RIBEIRO MENDES DRUMOND BRAGA
Doctora en Historia, profesora de la Universidade de Lisboa e Investigadora del Centro de Estudios Históricos de la Universidade Nova de Lisboa. Es miembro del Instituto de Estudios Ceutíes. Durante la última década, ha sido uno de sus ejes de investigación la presencia portuguesa en el norte de África, especialmente en Ceuta. Autora de una extensa bibliografía sobre el tema, deben citarse por su especial relación con Ceuta las publicaciones A vida quotidiana em Ceuta (1415-1656), A inquisiçao portuguesa e o comércio de mercadorias defesas em meados do séculos XVI, Entre a Cristandade e o Islão. Cativos e Renegados nas Franjas de duas Sociedades em Confronto, Ceuta Portuguesa. 1415- 1656 y Vivir en Ceuta en el siglo XVII.
Doctor en Historia, profesor de la Universidad Lusófona (Lisboa) e Investigador del Centro de Estudios Históricos de la Universidade Nova de Lisboa. Es miembro del Instituto de Estudios Ceutíes. Experto conocedor de las fuentes documentales lusitanas, ha dedicado parte de su labor investigadora al análisis de la presencia portuguesa en el norte de África. Autor, entre otras, de las siguientes publicaciones: Ceuta en el siglo XV, A vida quotidiana em Ceuta (1415-1656), Perdoes concedidos a moradores em Setúbal no reinado de D. João IV, Ceuta Portuguesa. 1415- 1656, As praças portuguesas do Norte de Africa e o perdao régio no período filipino.

