Fortificaciones Militares

Introducción
Cap.1
Cap.2
Cap.3

I.Fortificaciones y urbanismo de la plaza de Ceuta durante la época meriní

Siguiendo las descripciones del geógrafo árabe al-Bakri, datadas entre los siglos XI y XII, el espacio comprendido por la ciudad de Ceuta se estimaba en 2500 codos. Su emplazamiento le imponía un plano muy singular: casi una isla alargada, unida por una lengua de tierra al continente africano, con un carácter insular, salvo la dominación de la península de la Almina en la zona de levante. (Fig. 1).

Se encontraba cercada por una sólida muralla que partía desde la zona del actual foso portugués, y se distribuía su población en dos arrabales, uno al este en el monte Hacho o Almina, y otro al oeste, que se separaba de la ciudad por un foso seco flanqueado por una muralla con nueve torres. Sus poderosas murallas y la particular situación geográfica de la ciudad dieron lugar a la idea de que la ciudad era inexpugnable, sin prestar atención a posibles cambios imprevistos. Defendida por un relieve escarpado, por el mar Mediterráneo y Océano Atlántico, y dominada por la acrópolis natural del monte Hacho, la ciudad resistió siempre los sitios terrestres y sus defensas no habían sido hasta esos momentos nunca vencidas.

Ni al-Bakri ni al-Idrisi llegaron a mencionar el primer cinturón defensivo, obra de los califas de Córdoba, que reemplazó al de los Banu-Isam (Terrasse, 1962). Esta fortificación, construida por los emigrados de Calsena, llegó a ser el parapeto o “al-sitara”, también llamado Fortificación Exterior. Al-Idrisi a lo más que llegó fue a describir las ruinas de la fortificación de la ciudadela de al-Manzur, en la cumbre del monte Almina o monte Hacho, a una altitud de 205 metros sobre el nivel del mar. Las fortificaciones omeyas llegaban a integrar un espacio mucho más amplio que el descrito por estos geógrafos, y sobrevivieron a la conquista portuguesa de la ciudad en el año 1415.

La existencia de múltiples murallas hacen difícil identificar y emplazar las puertas mencionadas en las crónicas. La ciudadela del Hacho fue, desde la época del emperador Justiniano, utilizada como mirador, sirviendo de puesto de control del Estrecho, junto con la Torre de Tali Al-Kabir. Dicha ciudadela, actualizada por los almorávides, constaba también de una monumental calahorra y fue aquí donde, antes de la edificación del Afrag meriní, residieron los gobernantes locales.

La muralla que protegía el barrio de la Almina, al pie del monte Hacho, era particularmente vulnerable. Regularmente restaurada, permaneció como talón de Aquiles de esta formidable estructura defensiva. Fue restaurada por Yusuf Ibn Tasufin, que confió los trabajos al cadí Ibn Ahmad. Entre 1128-1129, Ibn Yusuf envió 2000 dinares para consolidar dichas fortificaciones. Debido a razones técnicas, la muralla de la Almina si a menudo repuso su estado, no resistió mucho, pues fue por aquí por donde los portugueses entraron a la ciudad.

La historia urbana islámica de Ceuta podemos dividirla en dos periodos distintos. Antes de la pérdida de su autonomía, la mayoría de sus monumentos se edificaron por sus pobladores ricos, teniendo un fin público: mezquitas, rábitas, medersa, fuentes, hornos, baños o hammam-s, y palacios. Aparte de las murallas y del mirador del Hacho, la ciudad no contaba con otras instalaciones militares. Serán la ocupación granadina primero, y luego la meriní, las que alteren la situación existente hasta esos momentos.

Según la historiadora marroquí Ferhat (1989), el barrio de la Almina estaba habitado por artesanos, obreros, marinos, pescadores y carpinteros. Era, pues, un barrio modesto, frecuentado por santones y donde se levantaron varias rábitas, que servían de lugar sagrado, de retiro y morada para los místicos, de enterramiento y para hacer prácticas con arco. La rábita más antigua en la ciudad de Ceuta fue fundada por el cadí Iyad en el monte Hacho, guardando siempre un valor estratégico, pues estaba asociada al mirador. Las demás rábitas se situaban en los cementerios o a lo largo del litoral atlántico, hasta el cercano poblado/ almunia de Balyunis. El barrio ya mencionado de la Almina se correspondía con la parte menos fortificada de la ciudad, y la más expuesta a los ataques marítimos. Por ello comprendemos mejor la presencia en su entorno de tantos conventos fortificados o ribates.

La plebe se distribuía en los arrabales o rabad-s. Ya vimos cómo al-Bakri citaba a dos de ellos, y no cabía duda de que el reparto poblacional obedecía a consideraciones económicas. La primera distinción se operaba entre la ciudad propiamente dicha o medina y los arrabales. Curiosamente, este término tan corriente en al-Andalus, no aparecía apenas en la topografía urbana de Marruecos, y sin embargo en la ciudad de Ceuta sí fue posible por presentar un aspecto más hispánico, y por tanto unos rasgos más originales. También constatamos que la ciudad se prolongaba al exterior, situándose extramuros gran número de sus pobladores, aunque formaban parte de su jurisdicción.

En el siglo XII la ciudad de Ceuta estaba muy urbanizada, con un gran desarrollo comercial y un aumento considerable de su población. Contaba con zocos especializados, multitud de mezquitas y cementerios. Precisamente, una de sus mezquitas, la de Zaglu, accedió en este siglo al rango de mezquita-catedral. Estaba situada cerca del centro comercial o de Simat al-Udul, y disponía de un gran minarete y una biblioteca voluminosa que fue dotada por Abul-Qasim. Por todo esto, se convirtió en el segundo templo de la ciudad, lindando con la gran Mezquita Aljama, el zoco de Simat Al-Udul, la Alcaicería y la Medersa.

Yusuf Ibn Tasufin, en el año 1097, agrandó la Mezquita Aljama y nos atestiguó con ello que ya el centro de la ciudad se hallaba densamente ocupado por numerosas viviendas y tiendas, que eran propiedades de ricos comerciantes, bajo el control del cadí. En esta misma centuria, los dos arrabales contaron igualmente cada uno con una mezquita-catedral.

Durante el siglo XIII la ciudad continuó desarrollándose, y se edificaron numerosos monumentos, como el Palacio y cúpula de al-Yanasti, el lujoso baño o hammam de Nasih, la Medersa de al-Sarri los edificios levantados por los Banul-Azafi, como fondaques, mezquitas, hornos, cisternas, etc. En estos momentos, los notables competían para dotar a la ciudad de monumentos junto al poder municipal, el cual desapareció bajo la ocupación granadina, llegando a exiliar a los poderosos y notables. De este modo, la burguesía local, estando empobrecida, perdió su poder político y financiero. Tras esta crisis, serán los propios ceutíes los que lleguen a construir algún que otro monumento.

La ciudad de Ceuta quedó integrada en el reino de Fez desde 1329, siendo administrada y militarizada por oficiales meriníes que no dudaron en hacer nuevas construcciones y edificaron una villa-fortaleza, el Afrag, fuera de las murallas. Esta villa real, llamada también al-Mansura se encontraba a dos tiros de ballesta de la ciudad. Mandada construir en 1328 por el sultán mariní Abu Saíd, llegó a ocupar casi dos kilómetros de perímetro de murallas, dominando los arroyos denominados de Fez y del Rivero, así como el Altozano de los Torreones (posteriormente llamado de Terrones). Su orientación era hacia la banda septentrional de la ciudad, aunque como su contorno era rectangular, podía suponer un freno no sólo a los desembarcos de la costa atlántica, sino también a los efectuados desde el interior del continente. Incluso, algún que otro autor, como la citada Ferhat, apunta la posibilidad de que sirviera de campamento a las Armadas meriníes.

Las murallas del recinto fueron realizadas con la técnica del tapial y alternaban con torres almenadas de vigilancia o torres atalayas de veinte metros de altura, puertas entre los lienzos y galerías. Dicha técnica, como señala el investigador Eslava Galán (1991), había sido ya utilizada por almorávides y almohades en sus fortificaciones de Andalucía por presión de los cristianos, llegándose a tan buenos resultados que, después de la Reconquista, fue un sistema empleado junto a la mampostería durante el siglo XIII en obras cristianas como Palos y Moguer, en Huelva. En el Magreb, con esta técnica se levantaron las murallas de ciudades como Marrakech, Rabat, Mequínez, Fez, y la misma Ceuta.

Este procedimiento constructivo utilizaba cajones desmontables de madera o encofrados, que se rellenaban de tierra apisonada, barro, mortero de cal y arena, e incluso mampuestos trabados con mortero de cal o con barro. Cuando la mezcla se solidificaba suficientemente, se retiraba el encofrado y quedaba una especie de bloque sólido que es la tapia o “tabiya”. Para dar el encofrado la anchura necesaria, se colocaban unos listones llamados agujas o cárceles, que atravesaban el muro de un lado a otro y servían de sujeción a las tablas, así como de elementos que neutralizaban el efecto de dilatación y compresión que los cambios estacionales de temperatura afectaban a las construcciones. Cuando el mortero fraguaba, se retiraban las tablas del encofrado y estos palos quedaban en el grosor del muro, aserrándose sólo los extremos sobresalientes. Con el paso del tiempo, al desaparecer los palos, han dejado en el tapial unos característicos agujeros o mechinales, distribuidos en líneas sucesivas.

Las tierras empleadas en el tapial eran arcillosas, grasas y húmedas, y para que sus consistencias aumentaran se les añadía paja trillada, ceniza de forja y polvo de ladrillo. La proporción más utilizada de estos elementos era cuatro partes de arcilla, por una de arena y otra de gravilla. Si se quería endurecer aún más, se añadían lechadas de cal, e incluso verdugadas de ladrillo en los bordes de las tapias. Terminada la obra, debía dejarse secar durante varios meses, para luego aplicarle el enlucido. Trabajo previo a éste era el labrado de canalillos en zig-zag en el paramento, para hacerlo más rugoso y facilitar su adhesión al enlucido. Con ayuda de un rastrillo o punzón se aplicaba una mezcla casi pura de cal y arena, a la que a veces se unía yeso y otras arcillas, con el fin de adornar el conjunto y de protegerlo de la erosión ambiental. Al propio tiempo, cuando el enlucido estaba aún blando, se le dibujaba un despiece de sillería, pasando un rodillo con resaltes de cuña, dotando al muro de un aspecto más señorial. El ancho del muro de tapial podía ser variable: 1,65 cms- 1,50 cms-1,20 cms; no existiendo una unidad de criterio para ello, puesto que ello dependía de la altura del muro. En el caso del Afrag de Ceuta, el grosor del muro de tapial era de 1,30 metros.

En las zonas costeras, como Ceuta, donde más complicado solía ser el acopio de piedra para la construcción, la alternativa más económica fue la construcción con tapial en combinación con el ladrillo. En este caso, el ladrillo al ser más caro se reservaba para refuerzo de zonas puntuales, para soluciones técnicas difíciles para el tapial por su poca plasticidad, y como elemento de mayor calidad. De todas formas, tanto uno como otro serían frecuentemente realzados por enlucidos, que subsanarían la pobreza del material. A este respecto, las murallas del Afrag siguieron las normas que hemos enumerado más arriba en cuanto a la técnica empleada, y en cuanto a los materiales, por ser escasos, serían la piedra machacada y mezclada con cal, arena y agua; lo que se llama argamasa de almendrilla.

El Afrag de Ceuta contaba con numerosas Puertas, como la de Fez, que se orientaba hacia el Estrecho y su acceso era monumental; y la de los Zammamin o de los funcionarios de arbitrios, que recordaba la fuerte fiscalidad meriní. La villa militar estaba dotada de mezquitas, de una plaza militar al aire libre o musalla, en la que se desarrollaba la oración de las dos fiestas principales del islam, de un Palacio de Justicia y de atalayas. Con todo esto, se simbolizaba el nuevo destino de la ciudad de Ceuta, ya que los ciudadanos, artesanos y comerciantes perdieron el poder en beneficio de las fuerzas militares; y al propio tiempo las clases acomodadas se alejaron de los negocios e invirtieron en la construcción y en la tierra. En este periodo, de las 60 bibliotecas existentes sólo subsistieron diecisiete. El retroceso fue general, y afectó a todos los sectores menos al militar. Desaparecieron veinticinco carpinterías, y la mayoría de los fondaques. Los disturbios y desórdenes del siglo XIV, así como la pérdida de al-Andalus y los pillajes, provocaron el debilitamiento de la ciudad y el marasmo económico.

Los meriníes se volcaron al máximo en fortificarla, ante los temores fundados de ataques procedentes del norte y del sur. Ya hemos destacado el papel extramuros de la Villa Real o Afrag, pero también resultaba sintomático del momento histórico que tocó a esta dinastía gobernar el que dispusieran un Frente de Tierra a propósito ante posibles eventualidades enemigas. El profesor Gozalbes Cravioto (1993) estudió diferentes autores1 , y reconstruyó la planta de las murallas medievales del Frente de Tierra, en la que se incluían como elementos más significativos los siguientes: tres puertas, varias zonas abovedadas con y sin buhardas, torres albarranas laterales y una barbacana. La organización de este Frente de Tierra se completaba con otra serie de elementos tácticos2 y urbanísticos, que se disponían paralelamente de una banda costera a otra, ocupando todo el ancho del istmo de la ciudad: el Foso seco al-Suhay, el Arrabal de Afuera, el Foso seco al-Akbar, y una serie de torres albarranas, intercomunicadas con pasarelas o rampas de madera, que por estar situadas fuera del recinto defensivo, impedían la aproximación enemiga a la barbacana y foso.

La primera línea de este Frente de Tierra debió ser levantada con la misma técnica que el Afrag, es decir, con tapiales, aunque reforzando los puntos más débiles con mampostería. Ocupaba toda la amplitud del istmo, de un mar a otro. Los lienzos de este murallón frontal a la zona continental distribuían estratégicamente puntos tácticos de defensa como la Torre Albarrana de Hércules, la del flanco sur, la del flanco norte, la del Albacar, las Torres-Vigía del Alcázar, y las Calahorras Norte y Sur. Otro refuerzo de la citada cerca urbana era el espolón que, partiendo de dicho muro, se dirigía hacia la Torre de Hércules, situada junto al Mar de Tetuán, y que se llamó Coracha Sur o de Barbacote. En la Torre Albarrana de Hércules se ubicaba un arsenal meriní, por ser el lugar más adecuado en caso de agresión marítima.

Lo mismo ocurría en la banda costera norte o del Mar de España, que contaba con la Coracha Norte, con su respectiva torre albarrana. Entendemos que la razón de ser de estos espolones era que, si las murallas del Frente de Tierra no hubiesen llegado a ambas orillas costeras, habría quedado entre aquéllas y éstas una zona muerta donde se podrían instalar los sitiadores, cortando a los sitiados las comunicaciones por mar.

Hemos comentado ya la existencia de una barbacana, que corría anterior y paralela a la primera cerca urbana o Frente de Tierra mariní. Se trataba de un muro más bajo que hacía las veces de segunda cerca urbana. En otros casos, reforzaba la parte limitada de la muralla o una puerta, identificándose así con el término español barbacana, y el portugués “barbaça da porta”. Según el profesor Nogueira Gonçalves, la mayor parte de las barreras y barbacanas existentes en la arquitectura militar portuguesa procedían de finales del siglo XIV o principios del XV, como consecuencia de las invasiones islámicas. La extensión de las barbacanas equivalía al alcance de una ballesta, es decir, de 300 a 400 metros.

El Alcázar o Castillo-Palacio de los Gobernadores meriníes estaba anexado al Frente de Tierra a través de recias murallas de tapial y mampostería, y reforzado por torres cúbicas en sus esquinas. Dicho recinto tomó el nombre del último caíd musulmán que tuvo Ceuta en 1415, Salah ibn Salah, y contaba a su entrada sur con la antigua Torre de la Mora, también nombrada de la Vela, de Fez, del Rebato, y de la Campana. Quedaba unida a la línea de defensa del norte por un edificio más bajo, con una puerta de salida al foso. Destacaba en altura respecto a las demás torres defensivas del entorno, pues alcanzaba los veintitrés metros, un perímetro exterior de treinta y dos, y un ancho de muro de casi un metro. Por todo ello, se identificaba también con las típicas torres-homenaje cúbicas de al- Andalus, como señala el investigador Sánchez Romero (1994), al igual que la de Torres Bermejas de Granada, que fue levantada igual que aquélla por las mismas fechas.

Debió contar con elementos propios que le daban total independencia con respecto al resto del conjunto-fortaleza del Alcázar, así como del Frente de Tierra: horno, bodega, aposentos, pequeña sala de armas, pozo, etc. Bien coronada con merlones cúbicos, contaba con cámara superior o adarve para practicar las ahumadas y vigilancias de la zona, así como para favorecer la comunicación con las demás torres del palacio. Se cubrió con cúpula de ladrillos por aproximación de hiladas que la hacían así más defendible, y tenía escalera de caracol para pasar de un piso a otro, revistiéndose interiormente con argamasa o cemento consistente. Para su construcción se usó recia piedra sillar, bien escuadrada y labrada, y trabada con argamasa-mortero de cal, arena y ladrillo. Presentaba puerta de acceso en fachada y por el adarve, así como dos ventanas ojivales pareadas y vanos en el resto de sus caras. Derribados muchos edificios y fortificaciones colindantes a lo largo de los siglos XIX y XX, esta torre permaneció en pie a la entrada del antiguo Parque de Artillería, hasta ser demolida en 1903.

Otra atalaya que formaba parte del Alcázar fue la nombrada Torre del Reloj, que debió su nombre por un reloj y balcón añadidos en 1730 por el Conde de Charny. Debió contar con una altura de catorce metros, un perímetro exterior de dieciocho, y casi un metro de espesor de muro. También era almenada en su cuerpo superior, siguiendo la estructura constructiva y funciones de su vecina la Torre del Homenaje, pues debía vigilar el Campo Exterior y ambas orillas costeras, y al propio tiempo servir de refuerzo táctico al Alcázar. Los portugueses la aprovecharon igualmente, y seguiría siendo en pleno siglo XVIII parte integrante del remodelado Palacio de los Gobernadores. Se mantuvo en pie hasta 1966 en que, debido a la construcción del actual Parador Nacional de la Muralla, se demolió.

Una vez que han sido estudiadas las defensas básicas meriníes situadas en el istmo de la ciudad, pasamos a detallar su disposición en un croquis esquemático (Fig. 2).

La Torre cúbica del Valle fue construida también en el siglo XIV. Formaba parte del lienzo de murallas que protegía la ciudad por su parte oriental, dominando la depresión- cortadura llamada del Valle, en árabe de Bab al-riyah o Berria. Ubicada frente a la parroquia de Nuestra Señora del Valle, en la península de la Almina, su aspecto primitivo mostraba gruesos muros de mampostería, a modo de tapial del Afrag, que le daban el color terroso

del adobe. Posteriormente fue enlucida y enjalbegada, siguiendo la técnica del tapial ya estudiada. Debió estar coronada igualmente con merlones cúbicos. Como muchas atalayas almenaras, dominaba desde su posición privilegiada la costa del Estrecho, atisbando y avisando la llegada de navíos amigos o enemigos a través de alarmas o rebatos, mediante ahumadas o fuegos desde sus almenas. En un principio cumplía, pues, la misma función de control que las torres ya estudiadas. Entre el istmo y el Monte Hacho no encontramos una torre tan importante como ésta, que sólo debió contar con el soporte táctico de otros elementos defensivos de la zona como rábitas, ribates y lienzos de la Muralla Norte. Fue también parapeto frontal al posible desembarco en el cercano Puerto o ensenada de San Amaro, pero no debió estar bien pertrechada de artillería cuando fue por este punto por donde se produjo en 1415 “la tomada” de la ciudad. Será conocida, desde mediados del siglo XIX, como Torre del Heliógrafo, ya que desde su azotea permitía la transmisión de mensajes ópticos-telegráficos, mediante destellos solares a la vecina población de Algeciras. Por sus dimensiones, ocupaba el segundo lugar en el total de las torres-vigía existentes de época mariní: una altura de catorce metros, un perímetro exterior de veintiuno, y un grosor de muro de un metro. Sigue siendo la única torre de dicho periodo que aún se conserva, formando un conjunto unificado con viviendas colindantes.

En el siglo XIII Ceuta fue un puerto muy importante, aventajando al de Tánger, Algeciras, Gibraltar, e incluso Málaga (Mosquera Merino, 1995). Por ello no podemos pasar por alto la enorme importancia que tuvo la infraestructura portuaria que realizaron los benimerines en la banda costera norte o del Mar de España durante los siglos XIV y XV. En primer lugar, realizaron un espigón trasversal que, partiendo del corral o Albacar contiguo al Alcázar, se adentraba en aguas atlánticas. Este espigón o dique, construido de recia piedra de sillería-mampostería y consistente argamasa, hacía las veces de barrera protectora marítima con el fin de que quedara bien resguardado el ganado, y asimismo realizaba la función de pequeño puerto, siendo así llamado Puerto del Albacar. Su situación era muy ventajosa, pues estaba protegido por el sistema poliorcético del Frente de Tierra, por las torres del Alcázar de los Gobernadores, por la propia torre albarrana de la cerca- corral del Albacar y por la Muralla costera de la Marina.

En el mismo sentido, consideramos vital dicho elemento táctico para los intereses poliorcéticos y comerciales de la ciudad. Al contar con fácil comunicación hacia el interior de la Medina, fue de primera magnitud el desembarco de pertrechos, bastimentos, artículos perecederos, productos comerciales, etc. A partir de la actividad portuaria el diseño urbanístico de la ciudad se fue adaptando en cuanto al trazado de calles, avenidas, edificios significativos, arsenales, fondaques; e incluso la disposición de sus líneas y murallas de defensa, puesto que éstas debían “abrazar” y proteger todos los flancos del Albacar. Con la llegada de los portugueses será fundamental su conservación y perfeccionamiento para el sostenimiento de lo que será la plaza fuerte-presidio de Ceuta.

En el interior del poderoso recinto que separaba el istmo del continente, se diferenciaban varios conjuntos urbanos que subsistieron sin fusionarse durante siglos (Fig.3). Dicho enclave estaba protegido por murallas costeras e interiores, como era el caso del muro trasversal del Valle, y los existentes en la marina norte y sur. A todo esto, tenemos que aclarar que la marina sur o del Mar de Tetuán, salvo la Torre de Hércules, fue siempre la más desprotegida de defensas. Los muros de la Almina, próximos a la playa de San Amaro, conformaban el barrio-arrabal de Arriba o de la Almina. Esta zona peninsular de la ciudad contaba con otros elementos defensivos de épocas anteriores, y que ahora los benimerines se encargarán de reparar. En primer lugar, la Alcazaba o Ciudadela del Monte Hacho, obra de los almorávides, era un conjunto que comprendía el mirador y la calahorra con su mezquita. A todo esto, el geógrafo al-Ansari señalaba que en el siglo XV había sobrevivido tal fortaleza, llegando a describirla como una torre-fortín.

Algunos historiadores creen que estos bastiones o ciudadelas que coronaban montañas como la del Hacho en Ceuta, sirvieran de graneros de la colectividad, habida cuenta de que en dicha zona se habían situado los fondaques cristianos a lo largo del siglo XII.

Pensemos que la calahorra de la Puerta Monumental y la del Yadid, edificada por los almohades, así como la Puerta de Córdoba, se encontraban a la entrada de la ciudad, y que en caso de sitio eran directamente amenazadas. Por esto, parecía muy probable que las reservas alimenticias fuesen allí colocadas. Esta ciudadela fue agrandada y embellecida, desde que Almanzor comenzara a construirla sobre cimentación romana entre los siglos X y XI, por numerosos príncipes, constituyéndose en barrio casi autónomo. Mantuvo con los meriníes las prerrogativas de ser residencia del Gobernador y símbolo del poder central. En el siglo XIV contaba con diez baños o hammam-s, siendo el más bello el de palacio. Igualmente, en este recinto áulico edificó el arquitecto al-Yanastí una cúpula que llevó su nombre. Se instaló también aquí una ceca, así como graneros o fondaques para el resto de la ciudad. Su distribución palaciega mantenía el gusto existente en Fez y Marrakech.

Este Arrabal de Arriba distaba seis millas de la Medina o ciudad, constituyendo un conjunto autónomo, ya que contaba con el fondeadero natural o Puerto de San Amaro, un Foso en la cortadura del Valle, tramos de murallas interiores y costeras con sus respectivas puertas, ribates o conventos fortificados, rábitas, y atalayas o maharis como la Torre del Valle. Al-Bakri describió este barrio como un arrabal donde abundaban plantas y jardines. Este aspecto rural subsistía en pleno siglo XV, alternando los vergeles con los santuarios, elementos defensivos y cementerios.

A continuación, en dirección oeste, se encontraba el Arrabal de Abajo, protegido por tramos de la Muralla de la Marina y lienzos trasversales, disponiendo en su interior de numerosos baños. Lindaba con éste el Arrabal de Enmedio, con tramos de la Muralla de la Marina, el Foso seco de la Almina y la Aduana. En este edificio se daban cita mercaderes genoveses, venecianos, marselleses, levantinos, catalanes, etíopes, berberiscos, egipcios, sirios, etc; habida cuenta del desarrollo adquirido por la ciudad en cuanto a la navegación y comercio mediterráneos se refería.

Rebasado el tercer arrabal, entrábamos en la Medina. Constituía el núcleo urbano central, con casi doce hectómetros cuadrados de superficie, y estaba formado por la Mezquita-Aljama, el zoco de Simat-al-Udul, la al-Qaysariya o alcaicería, que era un recinto comercial situado, según al-Ansari, entre la Mezquita-Aljama y el Mar de Tetuán, en el que se vendían mercancías caras cuya contratación estaba prohibida fuera del mismo, y dos rábitas, la de al-Fisal y la de Saíd. La Medina compendiaba todas las labores cotidianas de la ciudad, y urbanísticamente hablando seguía el trazado de las ciudades hispanomusulmanas, con abundantes callejones estrechos, sinuosos y algunos que destacaban por abocar al eje principal o calle de Ibn-Isá, que los portugueses cambiarán por Rua Dereita. Algunos autores árabes cambian tal denominación, y la titulan la calle Grande, situándola en el barrio de Ibn-Isá, que estaba habitado por familias nobles y adineradas, y que disponía de los mejores palacios, establecimientos de arte, casas de oficios, estudios de artistas y veinticuatro baños. Debió cruzar la Medina en toda su extensión.

Del período almohade conservaban los meriníes algunas calles y avenidas, pero la mayoría de ellas fueron remodeladas como la de Jandaq-el-Dayay, que era muy larga, con innumerables callejones y sin salida a ambos lados. Muchas de ellas llevaban nombres de sabios, como la citada de Ibn-Isá y la de Iyad ibn Abd Allah, de príncipes como la de Ayad, la de Ibn Yarbu, la de Abul-Abbás, la de Abul-Sarrak, la de Ibn al-Satt, etc. Todas ellas tenían muchos “derubs”, es decir, callejones sin salida.

Del período almohade conservaban los meriníes algunas calles y avenidas, pero la mayoría de ellas fueron remodeladas como la de Jandaq-el-Dayay, que era muy larga, con innumerables callejones y sin salida a ambos lados. Muchas de ellas llevaban nombres de sabios, como la citada de Ibn-Isá y la de Iyad ibn Abd Allah, de príncipes como la de Ayad, la de Ibn Yarbu, la de Abul-Abbás, la de Abul-Sarrak, la de Ibn al-Satt, etc. Todas ellas tenían muchos “derubs”, es decir, callejones sin salida.

El baño público más frecuentado era el de Ibn-Isá, junto al de Ayud, cerca del Albacar o puerto. En la Alcazaba próxima habían diez baños, siendo incontables los baños particulares, entre los que destacaba el del Alcázar. Se contabilizaba un total de 172 mercados dentro de la Medina, destacando el zoco al-Attarín y el Simat al-Udul, cerca de la Madrasa y de la Mezquita Mayor o Aljama. También abundaban las fuentes, siendo una de las más artísticas la cercana a la puerta de la Mezquita Mayor. En el Albacar o puerto había una para abrevadero de los animales, construida por al-Azafi.

La Mezquita mayor o Mezquita-aljama fue auténtica iglesia transformada en lugarde culto musulmán. Estaba ubicada al borde del mar meridional, sufriendo muchos cambios desde su construcción. El monumento descrito por al-Bakri era ya prestigioso, de cinco naves y con pórtico que encerraba diez baños, y su sistema de canalización que traía el agua desde el río Awayat. Esta mezquita fue anterior a la ocupación andaluza, siendo aquí donde se ofició la primera oración solemne en nombre del califa de Córdoba. Provisto de mimbar, maqsura y quibla, el viejo núcleo de la mezquita no sufrió modificaciones, pero con la ocupación almorávide sí sufrió ensanchamientos. Los trabajos emprendidos duraron muchos años, siendo los cadíes Yusuf Ibn Tasfin y Muhammad ibn-Isá sus patrocinadores, hasta ser terminados entre 1097-1098. Desde ese momento, la mezquita, agrandada en sus dos terceras partes, estuvo dotada de una gran nave central y se extendía hasta la orilla mediterránea. Los almohades no llegaron a modificarla. Desde esa época, la función religiosa se complementaba con la de ser tribunal, lugar de festividades y de reuniones. Fue, antes de la construcción de la Madrasa (Fig. 4) y de las rábitas, el edificio principal de la vida cultural, política y comunitaria. Dispuso de una notable biblioteca, con dos secciones, siendo afamada incluso en el siglo XIV, secundando por entonces a la existente en la Madrasa. Ésta fue construida en el siglo XIII por al-Sarri, como auténtica escuela coránica que debió contar de patio, fuente y celdas para los estudiantes.

Traspasado el Frente de Tierra, y por tanto extramuros, en el Campo Exterior, se encontraba el Arrabal de Afuera. Constreñido entre los fosos secos y las torres albarranas adelantadas, sus pobladores se dedicaban a la agricultura y ganadería, comercializando sus productos con el resto de la población civil y militar, así como con los núcleos situados en el hinterland de la ciudad, como el Afrag y Balyunis. Dicho barrio contaba con la Fuente de la Cúpula, también llamado Pozo Chafariz, que tenía poca profundidad y un agua muy clara. Su nombre derivaba de tener encima una cúpula sostenida por cuatro columnas. Estudiada la documentación planimétrica de los siglos XVI, XVII y XVIII, registramos que dicho pozo fue utilizado siempre, cobrando especial relevancia en los años que sufrió sitio la ciudad, puesto que gracias a su disposición posterior “intramuros” y a la existencia de otras venas acuíferas, no se debió importar dicho elemento tan vital desde la Península, como ocurría con otros productos de primera necesidad.

Con todo lo expuesto hasta ahora, podemos extraer una serie de notas a modo de resumen o conclusiones de este periodo benimerín, previo a la conquista de la ciudad de Ceuta por parte de los portugueses. La primera de ellas es que la Ceuta islámica jugó un papel fundamental en la historia del Norte de África. Su posición geográfica y estratégica fueron el origen de su fortuna, llegando a ser una poderosa capital regional que controló un vasto espacio. En un triángulo, en el que ella era el vértice y su base el eje Fez-Salé, Ceuta permaneció durante siglos como única ciudad importante. Tánger, Arzila, Alcazarseguer y Alcazarquivir constituían sus satélites desde el siglo XI, dependiendo de ella económica, y a menudo, políticamente.

Otra nota a considerar es que la ciudad estuvo dotada de una poderosa flota militar y comercial, y de un sistema poliorcético a prueba de sitios, llegándose a transformar en núcleo desarrollado, a pesar de sus pobres disposiciones naturales, y permaneciendo como intermediaria obligada entre el Mediterráneo y África. Por otro lado, la ocupación de Ceuta por el Reino de Granada en 1306 inauguró un periodo de desórdenes que agotó sus energías, paralizó su economía y alejó a las élites del gobierno de la ciudad. Saqueada por Granada, particularmente arruinada por la gestión mariní (visión hoy en suspenso tras los datos facilitados por la arqueología correspondiente a dicho periodo histórico), y punto de mira en los planes de conquista de Aragón y Castilla; la ciudad vivió en continua amenaza. Los nasridas arruinaron su economía y los meriníes, al favorecer los puertos de Hunayn y Badis, perturbaron los intercambios comerciales. A esto se unió el que los genoveses, catalanes y mallorquines se instalaran en el litoral atlántico para comerciar con Inglaterra y Países Bajos, dejando marginado el puerto de Ceuta. La tesis de que el declive de este puerto norteafricano se debió sólo a la ocupación portuguesa de 1415 queda así en entredicho. Ceuta perdió la mayoría de los aspectos que habían desarrollado su esplendor. Las crónicas se refieren a un periodo de empobrecimiento, perdiendo poder todas sus instituciones políticas y administrativas. La superioridad de los cristianos en el Mediterráneo, y su irrupción en el litoral atlántico, aislaron la ciudad que perdió su antigua función de llave de la Península para convertirse en la brecha del sistema defensivo marroquí.

II.- Significación histórico-militar de la conquista de la plaza de Ceuta por los portugueses. Análisis de sus causas y consecuencias

Con la conquista de Ceuta en 1415 se rompió el vínculo islámico norteafricano, pasando a gravitar desde entonces sobre lo hispánico, primero portugués y luego español. Entre las motivaciones portuguesas de dicha conquista, el historiador Magalhaes Godinho (1962) citaba el espíritu de cruzada contra el islam, la seguridad peninsular y del Algarve portugués, la seguridad del comercio y la navegación, mientras que Gomes Eannes de Zurara (1915: 203-206) consideraba a dicha plaza como trampolín desde donde los príncipes cristianos podrían ejercitarse en el ejercicio de las armas, sin tener que buscarlo en reinos ajenos y así probar mejor sus propias fuerzas.

La conquista de Ceuta fue continuación de la guerra de cruzada santa de occidente, que había empezado con la reconquista de la Península Ibérica (Calapaz Correa, 1990). Tras la conquista del Algarve, los moros de Ceuta, Alcazarseguer y Tánger devastaban las costas de dicha zona. e interceptaban la navegación. Para evitar dicho peligro, los reyes de Portugal armaron navíos de modo sistemático para patrullar la costa y vigilar el Estrecho de Gibraltar, construyendo además castillos y torres defensivas junto a las costas algarvinas. Ceuta era la base naval ideal para las incursiones a las costas cristianas, por contar con excelentes ensenadas, una hacia el Mediterráneo y otra hacia el Atlántico. Con su conquista, Portugal impedía el corso morisco, al tiempo que era punto para la exportación de los productos algarvinos hacia Marruecos, e importante entrada del oro centroafricano en Portugal. Nota a destacar fue que, tras su conquista, serían los portugueses los que se dedicarían a la actividad de la guerra de corso, con base en dicha ciudad. Tengamos en cuenta que muchos nobles tuvieron que combatir en la Guerra de los 100 años, pues estaban desocupados en Portugal, y que otros llegaron a ofrecer sus servicios al rey de Castilla, como ocurrió con el alcaide de Tarifa, el portugués Portocarrero. Según palabras de Zurara, con la empresa sobre Ceuta algunos nobles que combatían en el centro de Europa volvieron a Portugal. Otra prueba de que la tomada sirvió para ocupar a la nobleza fue la razón dada por el rey Juan I de que podía servir de lugar para el destierro de nobles.

Las causas económicas prevalecían en las tesis antiguas para explicar la conquista de la ciudad, pero en el actual siglo muchas de ellas han sido modificadas y ampliadas por algunos historiadores. Privaría así el objetivo marcado por el Veedor de Hacienda JuanAlfonso y Juan I de que dicha empresa sería un acto preliminar para resolver luego el del tráfico ultramarino. La financiación de los mercaderes en naves, dinero y gentes, se entendería como una inversión de la que debería sacarse fruto a posteriori. Otros aspectos relevantes fueron la carencia de rentas para la nobleza, puesto que era propietaria de pocas tierras y además poco rentables; la carencia de territorio en el que se pudiera extender elespíritu neofeudal; la importancia de la actividad comercial en el reino impuesta por los mercaderes, la inexistencia en Portugal de un instrumento monetario capaz de dar mayor vivacidad a la economía; el gran peso político que aún mantenía la nobleza, que permitió el ascenso al trono de Juan I, y la pervivencia de ella a través de un régimen militar de defensa contra Castilla.

La conquista de Ceuta no fue un acto original por ser una ciudad lejana del reino, pues fue un ejemplo seguido de la Corona de Aragón que, cuando se vio imposibilitada a extenderse por la Península Ibérica con la toma de Murcia por las tropas castellanas, se extendió por Grecia y el Mar Egeo. Por otro lado, el puerto de Ceuta era escala obligada de las flotas de Venecia que mercadeaban con el Norte de Europa, Inglaterra y Países Bajos, teniendo siempre una carga lucrativa de retorno. Desde hacía siglos existía un intenso comercio intercontinental entre cristianos y musulmanes. Los primeros llevaban al Norte de África productos muy apreciados como metales, tejidos, joyas, armas y barcos, queeran cambiados por productos locales y oro procedente del Sudán. La toma de dicha plaza sirvió, por tanto, para reabrir el paso del oro hacia Europa occidental, en especial para Portugal y también para que los productos citados volviesen a aparecer y circular por el viejo continente. Portugal conocía las rutas auríferas africanas, así como las posiciones geográficas del Sudán y del Sáhara, razón por lo cual interesaba mucho la conquista del reino de Fez, proyectada por Juan I y de la misma ciudad de Fez, ya que desde ella se distribuían productos valiosísimos hacia las costas atlánticas y mediterráneas de Marruecos.

Al asegurarse Ceuta, se conseguía la llave marítima que abría el imperio marroquí hacia su dominio o, al menos, de su litoral. Con ello se garantizaba un campo de exploración y monopolio del comercio sudanés, y la abertura del camino hacia oriente, es decir, el de la India. Conquistando Ceuta se lograba el primer paso para alcanzar el Preste Juan por tierra, y se obtenía la ruta del oro para la compra de las especias orientales, sin la que el oro sería inútil. Con estas miras, el logro económico fue nulo, puesto que Ceuta no ejercía de colonia con el tráfico oriental.

Desde una perspectiva más amplia, la toma de Ceuta fue el resultado del paso de la economía señorial y urbana medieval hacia una economía racional de tendencia capitalista, ya que el estamento nobiliario luso perdía posiciones de ascenso político, social y económico, queriéndolas garantizar con un estado de guerra permanente. Al propio tiempo, los comerciantes se aprovechaban de la situación obteniendo privilegios y facilidades al financiar las empresas regias y nobiliarias. La paz firmada con Castilla en 1411 fue bien aceptada por los comerciantes y mal por los nobles, pero con la conquista de Ceuta estos últimos procuraron aumentar sus propiedades agrarias, fuese donde fuese, y a los burgueses conquistar nuevos mercados. Al hacer esto, Juan I se procuró el acceso a regiones del oro, de los cereales, de los paños, de la pesca, de las especias, y al propio tiempo frenar la expansión castellana en el Norte de África (Borges Coelho, 1979). Ceuta sería la base perfecta para el corso portugués, o para impedir el corso castellano que, aliado con el francés, atacaba a navíos portugueses. Se podría entender así que Ceuta fuese punto de protección de la zona de pesca de Cabo Blanco, que era una petición que partía de los propios pescadores del Algarve.

De estos primeros objetivos a cumplir con la “Tomada”, se fue pasando, con el paso de los años, a cambios y ampliaciones, pues por tratarse de una plaza fortificada y dotada de un puerto estratégico, se fue pretendiendo por parte de los monarcas lusos una política mucho más expansionista para atesorar valiosas y escasas mercancías. Se iniciarán para ello todo un rosario de acciones piráticas que, partiendo de la citada plaza, harán sus incursiones hacia el Atlántico y Mediterráneo. De todos modos, el resultado fue muy desigual, puesto que en el Mediterráneo se vieron frenados por las potencias cristianas, que contaban con una flota bien organizada, mientras que sus mayores logros se dieron en la costa atlántica, donde ninguna potencia contaba con capacidad de oposición. Otro cambio producido desde mediados del siglo XV fue el que Ceuta se convirtiese en tierra de acogida de criminales, en presidio. La falta de seguridad de sus habitantes ante el cerco de sus enemigos y su aislamiento, motivaron a la Corona a que remitiera allí gente que, acusada de haber cometido determinados delitos en el Reino, era condenada a servir por espacios de tiempo prescritos a través de los tribunales o cartas regias, los llamados “coutos de homiziados do Reino” (Drumond Braga, 1993). En términos genéricos, se definía couto como lugar defendido e inmune. En el aspecto penal, se asociaba al derecho de asilo, una institución político-religiosa que constituía en la Edad Media un freno a la justicia privada. Los reyes lusos establecieron en las ciudades de frontera varios coutos como medios para la reactivación, poblamiento y defensa de las mismas.

En consecuencia, se mantuvieron algunos de los puntos fundamentales del programa de los monarcas portugueses, en lo que a la conquista de la ciudad de Ceuta se refiere, pero las circunstancias históricas de los siglos XVI y XVII le harán desviarse hacia unos objetivos prioritarios u otros, según los intereses de cada momento. Al convertirse en plaza militar, la idea de frontera hispánica quedaba plenamente consolidada, puesto que la otra orilla del Estrecho se entendía ahora como ampliación de la línea de costa peninsular, y donde también tenían cabida el espíritu de extensión de la fe cristiana y de exploración marítima (Gordillo Osuna et al., 1993).

Después de Ceuta, fueron cayendo en poder portugués numerosas plazas africanas, como Alcazarseguer en 1458 gracias a la acción de los reyes Alfonso V, Fernando y Enrique. Recordemos que Castilla también se lanzaba por esos años a la toma del Estrecho, conquistando su rey Enrique IV la plaza de Gibraltar en 1464, intentando con ello establecer la línea de frontera en dicho canal marítimo. Los portugueses fueron extendiendo su radio de acción hacia la costa atlántica africana, conquistando Anafé o Casablanca en 1468, Tánger, Arzila y Larache en 1471 gracias a la acción de Alfonso V, Santa Cruz o Agadir en 1505, Mogador en 1506, Saffi en 1508, Mazagán y Azamor en 1514 y Alcazarquivir en 1578.

Desde el año 1495 en que empezó a reinar Manuel I, la presencia lusa en el norte y oeste africanos continuaba garantizada con las plazas de Ceuta, Tánger, Alcazarseguer y Arcila, que, en virtud de repetidos ataques de los musulmanes, sufrían carencia de abastecimientos. El esfuerzo del monarca portugués por obtener de Castilla ventajas económicas para socorrer dichas plazas fue siempre muy notorio, debiéndose señalar así cómo la Casa de Medina Sidonia entregó, según instrucción de primeros de septiembre de 1500, a Martín de Castillo Blanco, Veedor de Hacienda, un total de 6400 cafices de pan, por valor de ocho coutos de maravedís, para ser puestos a disposición de dichas plazas. En el mismo sentido, desde mediados de noviembre de ese mismo año se enviaron otras instrucciones reales a Cristóbal López para recoger en Málaga unos 3050 cahíces de pan, 2800 en bizcocho y 250 en harina, y entregárselos al almojarife de Arcila. Fruto de esta colaboración entre portugueses y castellanos fue, según Corte-Real (1967), la existencia desde 1464 en Sevilla de una factoría lusa para el fomento del comercio portugués con el sur de la Península y norte de África. Se contabilizaron cargas de cereales, paja, sal, telas, caballos y pertrechos náuticos que, entre 1509 y 1532, permitieron abastecer las plazas lusas africanas.

Con el rey Manuel I se continuó la política exterior de sus antecesores, Alfonso V y Juan II, orientada más a lo económico y militar que a lo religioso. Por eso, las plazas de la costa atlántica, desde Ceuta hasta Santa Cruz, es decir Agadir, fueron garantía de un dominio comercial, y un foco de presencia cristiana en Mauritania. En toda esta zona se dio, desde 1524, un levantamiento contra el dominio portugués, por parte de la dinastía Sadid, de origen sahariano. A partir de 1530, sus fortalezas costeras del centro y sur atlánticos se

vieron muy presionadas por los sherifes. Los portugueses necesitaban ahora, ante la necesidad de salvaguardar sus posesiones orientales, concentrar allí todos sus esfuerzos, empezando a decaer el atractivo africano desde estos momentos. Así pues, no debe extrañarnos que en 1532 el rey Juan III, reconociendo la ingrata situación de los castillos mauritanos, opinara que eran de corta utilidad a la monarquía, y una pesada e inútil carga, pensando apenas en guardar las plazas de Ceuta, Tánger y Arcila. Por esto, solicitó, a través de instrucciones de 1532 dadas al embajador en Roma, Blas Neto, la correspondiente autorización al Papa Clemente VII para arrasar las demás plazas, con vistas a concentrar todas sus fuerzas en la zona norte y emprender con más eficacia la conquista del Reino de Fez (Fig. 5).

Siete años más tarde, en 1539, tras las conquistas del sherife Muhammad Shequi, la situación de las demás plazas conocería horas de auténtico peligro. Era ahora el infante Luís quien proponía el abandono de los lugares más débiles y de situación geográfica menos favorable, como era el caso de las plazas de Alcazarseguer y Arzila. Tras la caída de Agadir en 1542, hubo de abandonarse Saffi al año siguiente. Las aventuras bélicas de Muley Muhammad, sherife menor de la nueva dinastía saadiana lograron incorporar el sultanato de Fez en 1549, y ejercieron fuertes presiones sobre las posesiones portuguesas. Esta dinastía contó con el apoyo de los “marabuts”, o sea, radicales anticristianos, logrando importantes motivaciones para lograr la integración de las plazas lusas. El rey Juan III puso en prevención sus plazas africanas, fortificando Ceuta y enviando a su gobernador, Alfonso de Noroña, según la orden dada el 4 de abril de 1549, un total de 4000 infantes andaluces y 1000 trabajadores para sus obras. Otra orden real del mes de julio mandaba reconocer sus fortificaciones a Pedro de Mascareñas y a su sobrino Juan.

Ante la irrupción saadiana y su conquista de Fez, el Consejo de Estado de Castilla acordó que se acabase de fortificar Melilla y Gibraltar, que Cádiz anduviese alerta a posibles ataques, al igual que el Duque de Medina Sidonia y el Capitán de la Costa de Granada, y que se proveyese a las fronteras que Portugal tenía en el Estrecho de lo que más preciso necesitasen. Se refería, sin duda, a las plazas de Ceuta, Tánger, Arzila y Mazagán, puesto que el rey Juan III había abandonado en ese mismo año de 1549 las plazas de Alcazarseguer, Saffi y Azamor, y las primeras quedaban como puestos-clave para asegurar el comercio lusomauritano con Asia, impedir el ataque de musulmanes y turcos al Algarve y como portalones de entrada para invadir Marruecos. Dicha amenaza se adelantó a la época de los Austrias, volviéndose en toda la costa portuguesa al nacimiento de la piratería berberisca con base en el Mediterráneo, como apunta el historiador Braudel (1987: 271-272). Por entonces, los continuos bloqueos a Ceuta, tanto terrestres como marítimos por parte de piratas tetuaníes, eran muy frecuentes y pertinaces, manteniéndose la plaza en regular defensa. A este fin, la provisión real dada a la ciudad el 10 de mayo de 1554 fijaba que en la Puerta del Campo estuviesen continuamente de día veinte soldados con su caporal, y seis arcabuces cargados con las mechas de artillería dispuestas, además de tres vigías encima de la puerta del muro; en la Puerta de la Almina estarían dos hombres con su principal, y en la Puerta de la Ribera hacia la parte de Tetuán se situarían cuatro soldados de guardia de día y de noche, vigilando tres soldados el muro. Solicitaba el juez a los capitanes de la ciudad que de ninguna manera entrase en ella musulmán alguno, si no era en la forma que mandaba el reglamento, por prevención y seguridad.

Del mismo modo, los estímulos reales se dirigían a solventar la falta de pan en la ciudad, para lo que se necesitó importar trigo desde las islas Azores en 1560; así como lamejora del estado de la guarnición, aumentando el número de soldados a los 150 existentes en la compañía de infantería, los bastimentos, víveres y municiones. Fueron notables en la plaza las actuaciones de la primera y segunda compañías de infantería, denominadas Bandeira Velha y Bandeira Nova, que constituían la guarnición ordinaria en 1575, engrosando cada una de ellas un total de 211 soldados, repartidos en ocho escuadras.

Esta situación tan problemática se mantenía frecuentemente, ante las noticias que llegaban desde Málaga, Vélez y Tetuán de que se veían navegar por aguas del Estrecho a veinticinco galeras turcas. Tampoco cesaba la contraofensiva portuguesa, pues desde 1565 fueron frecuentes los ataques navales portugueses sobre poblaciones próximas, como Castillejos y Tetuán. El avance turco fue constante, dando buenos frutos a costa de portugueses, como ya hemos visto, y desde ahora españoles, puesto que en 1551 cayóTrípoli, en 1553 Mehedía, y en 1555 Bugía, cercando además a Melilla y Peñón de Vélez. En estas circunstancias, no debe asombrarnos que el proyecto de una alianza lusa con la dinastía marroquí, por parte de Antonio, Prior de Crato, bastardo de un hijo menor de Manuel I, no tuviese éxito y que las cuatro plazas africanas jurasen fidelidad al nuevo monarca, Felipe II, en 1580: Ceuta y Arzila el 18 de agosto, en la misión que ManuelCastelo Branco hizo allí ofreciendo víveres; y Tánger y Mazagán lo harían pocos días después.

Tras ser proclamado Felipe II como rey de Portugal en las Cortes de Tomar en abril de 1580, promulgó unos estatutos en noviembre del mismo año donde se comprometió a respetar todos los fueros, costumbres y privilegios portugueses, los cuales se siguieron respetando con su sucesor Felipe III, pero que empezaron a incumplirse desde Felipe IV. Dichos estatutos garantizaban la autonomía de los ejércitos portugueses, a los que competía proteger castillos y plazas fuertes del reino, y por tanto de Ceuta, Tánger, Arzila y Mazagán. Aún así, el ejército filipino seguía ayudándolas por mar y tierra, como en el caso de la ciudad de Tánger, para la que Antonio Manso, proveedor de las fronteras de África, levantó en 1581 una carga de arroz por valor de 700.000 reis. A estas dificultades por las que atravesaban estas plazas, se añadieron los brotes de peste en Ceuta durante los años 1579, 1580 y 1582.

Al unirse ambas Coronas se iniciaba un periodo de tranquilidad en la zona, ampliándose el marco de colaboración entre España y Portugal. Fruto de ello fue el mayor apoyo español a dichas plazas en todos los órdenes, como provisiones, material de artillería, víveres, e ingenieros para sus fortificaciones. A cambio de ello, el peso mayor en la actuación sobre la zona norteafricana recaerá en la Corona española, que intentará desde el principio asociar más y mejor los problemas de la misma al resto de sus territorios y dominios. Dicho intervalo se vio alterado a veces con algunas incursiones piráticas, como las de 1588 sobre Ceuta y Orán. En nuestro favor se logró una paz de diez años con el sherif saadiano, frenándose el afán portugués imperialista anterior en la zona, e iniciándose una política de aumentar la seguridad en las pocas plazas que aún se mantenían hispánicas, recuperar las plazas perdidas, frenar el avance turco hacia occidente y contener los ataques piráticos de Salé, Holanda, Francia e Inglaterra. Cobraba ahora resalte el pensamiento de Braudel de que el Estrecho de Gibraltar se convertía por vez primera en frontera política. Hasta entonces se había entendido la linde de dicho canal como frontera económica, pasando desde estos momentos a valorarse como frontera político-religiosa, donde el contexto de seguridad territorial interno se contraponía al externo, del que sólo cabía esperar incursiones y ataques sistemáticos u ocasionales. En este caso, la consideración de Ceuta como presidio era entendida como fortaleza exterior a la frontera del Estrecho, del otro lado del mar, que junto a las demás del norte de África cerraba los territorios de la monarquía filipina. En este sentido, las fortificaciones se convirtieron en el esqueleto vertebrador del sistema defensivo de las monarquías europeas, definiéndose como un medio eficacísimo de la propia política general, y para mantener tan amplios imperios como el español, sus reyes debieron invertir en las fortalezas de sus fronteras ingentes cantidades de dinero y de personal para dar idea de cohesión y fortalecimiento de sus estructuras estatales (Cámara Muñoz, 1989).

De todas formas, desde 1586 la plaza ceutí pasaba por una situación harto problemática, que quedaba reflejada en los distintos memoriales dirigidos al rey Felipe II, como el de Mendo Rodríguez de Ledesma. Éste era Maestre de Campo cuando llegó a reforzar la guarnición local tras los estatutos de 1581, alcanzando la gobernabilidad de Ceuta desde 1594 a 1597. En dicho memorial informaba al rey de personas que actuaban en Ceuta por provisión real, como Pedro de Herrera, castellano que residía en la plaza por orden del Duque de Medina Sidonia, y que mostraba el amor que tenía al real servicio, tratando con el Gobernador Gil Annes da Costa de todas las cosas que se ofrecían a su servicio, teniendo mucha práctica en cuantas cosas convenían de poner remedio. Además, se contó con Pedro de Santisteban, que llegó a Ceuta acompañando a Ledesma. Era considerado como prudente y experto en las cosas de la guerra, así como del buen trato dado a los portugueses en su cargo de Sargento Mayor de la plaza, con idea de poderlos adiestrar en la disciplina de la guerra. Sus honorarios corrían a cargo de la corona de Portugal, pidiendo Ledesma al rey, de acuerdo con el gobernador y el obispo, una encomienda suficiente a sus servicios y merecimientos, que pudiera servir de sueldo y merced.

Pasados tres años, Mendo Rodriguez de Ledesma consultó al Consejo de Guerra sobre la reformación de Ceuta y Tánger. Argumentaba la necesidad que tenía Ceuta de fortificarse y proveerse de muchas cosas que le faltaban, convenientes a su defensa y seguridad; por lo que sería positivo que, juntamente con Tánger, se incorporase a la corona de Castilla, y poder así desarraigar muchos abusos y descuidos que tenían los portugueses en atender a la guardia de dichas plazas. Sería imposible reformar la plaza si no se cuidaba su gobierno, puesto que la gente de guerra y la natural portuguesa de sendas plazas le tenían poca obediencia y respeto, así como el modo tan extraño que tenían del buen orden, disciplina, respeto y vigilancia. Esto mismo lo apuntaron los capitanes Pedro Rodrigo y Jerónimo de los Barrios, que asistían a Mendo Rodriguez en asuntos de dotación económica y de personal. Se basaban en datos concluyentes, como que Hacienda se gastaba en Ceuta más de 50.000 ducados cada año, siendo la dotación ordinaria de infantería 400 hombres y la de caballería 100 hombres, y que si hubiera buen orden la cuenta con Hacienda la podrían entretener con los 50.000 ducados, 500 infantes y 100 caballeros; pareciéndole que lo demás estaría sin ningún provecho.

Al Consejo de Guerra, las propuestas de Jerónimo y de Mendo, le parecieron muy convenientes, ya que importaba ante todo la seguridad de las plazas de Ceuta y Tánger. Interesaba también que se diesen las órdenes precisas para que el capitán Juan Venegas Quijada, práctico en fortificaciones y artillería, fuese a reconocer el estado de ambas plazas, tanto de sus fortificaciones, como del resto de las demás cosas necesarias para su defensa, y lo que de nuevo fuese conveniente añadir y proveer. El Consejo estimaba que la caballería existente en las dos plazas era muy numerosa y de poco provecho, habida cuenta del peso cada vez mayor de las piezas de artillería, y que se debería poner en práctica lo argumentado en las citadas propuestas.

Todo esto no hizo sino aumentar las discrepancias entre Portugal y España, relativas al modo de administrar las plazas norteafricanas lusas. Recordemos que la organización administrativa expresaba la fragilidad de su conquista , comparándolas a buques anclados ante un litoral desierto, a las que había que proveer de todo, incluso de pan. Esta visión española de fines del XVI se completaba con ideas como que en torno de ellas no había vida, o que era incipiente y precaria, estando siempre pendiente de treguas breves y mal guardadas. La nomenclatura administrativa y militar nos decía a veces que no era la sociedad invasora la organizadora, sino la invadida, por ejemplo, las medidas eran todas arábigas (alqueire, arroba, almude), los días de la semana, los de mercado (segunda feira, terça feira, etc), y hasta los nombres de cargos y empleos (alcaide, atalaya, almojarife, almocadem, tanoeiro o panadero, adail, etc).

El clima de crispación entre ambos países seguía creciendo. España remitía continuamente carbón, leña, harina y dotación humana y artillera a Ceuta, Tánger y Arzila, pero la desconfianza española hacia el modo de administrarlas por parte de Portugal derivó en frecuentes propuestas para su reformación, e incluso abandono. En este mismo año de 1589, se dieron también instrucciones al tenedor de bastimentos Francisco Villalobos para que residiese en la plaza de Ceuta y la controlase mejor así. En otra consulta del Consejo de Guerra del mismo año, se dieron razones para la incorporación de la plaza de Ceuta a la corona de Castilla, fundándose en los motivos ya indicados, e igualmente la acompañaba una carta del Capitán Gutierre de Argüello, en la que proponía desmantelar las plazas de Tánger y Arzila y pasar a la de Ceuta todos sus pertrechos. El Consejo propuso nuevamente que Juan Venegas Quijada acudiera a la plaza de Ceuta como práctico en fortificación y artillería y reconociese su estado. Dicha propuesta se cumplió, visitando las plazas de Ceuta, Tánger y Arzila, cuando todavía pertenecían a Portugal, levantando sus planos y plantas, y proponiendo al propio tiempo las mejoras que se podrían hacer, así como el cálculo detallado de su coste y artillería que deberían tener.

La incorporación-asimilación de la plaza de Ceuta a la Corona de Castilla en 1580 supuso para Felipe II otros problemas en su política exterior norteafricana, planteándose las dudas que ya hemos visto sobre la conveniencia de mantener reformadas las plazas lusas o de abandonarlas a la suerte del reino de Fez. En este sentido, no podemos ocultar la firmeza impuesta por la monarquía española para mantener reformada y mejor preparada la plaza de Ceuta, tanto en su defensa marítima como terrestre, puesto que vemos cómo en el año 1590 se dieron órdenes muy precisas a Pedro de Acuña para que fuese con cuatro galeras desde Cartagena hasta Arzila y pasar su artillería a Tánger y Ceuta. Otro suceso que explica la postura firme española fue el enfrentamiento y victoria del capitán de galeras Francisco Coloma sobre galeras enemigas inglesas cerca de la Almina de Ceuta, nombrándose a sus seis ayudantes como capitanes de galeras de la Armada española.

El puerto español de Gibraltar era, desde hacía tiempo, el punto de conexión más directo con el de Ceuta, razón de más para no extrañarnos los frecuentes envíos de todo tipo de materiales para obras de fortificación, artillería, víveres, pertrechos navales, ingenieros, capitanes de artillería, veedores y soldados, y que desde el acceso de Felipe II al trono los lazos con la península se intensificaran sobradamente. Igualmente, el control del Estrecho se intensificó notablemente al tener dominadas las dos orillas, observándose mejor los movimientos de los navíos enemigos de Berbería, aunque a través de la documentación estudiada el estado de sus fortificaciones fuese deficiente y carecieran de una disposición portuaria apropiada. Estas carencias estructurales de defensa se hacían también extensivas a las provincias de Cádiz, Málaga, Baleares y Canarias, en las que los mejores ingenieros militares diseñaron planes poliorcéticos eficaces.

El estamento eclesiástico también daba correctas apreciaciones del estado de cada plaza. Por ello, en 1595, el obispo Antonio Pereira hizo un informe tras su visita “ad límina” a Ceuta, señalando que la ciudad contaba por entonces con 3000 habitantes, incluyendo 500 soldados de infantería y 160 de caballería, y con 200 bocas de fuego. La plaza de Tánger, con igual población, disponía de 1000 infantes, 200 caballeros y 300 piezas artilleras. En el caso de la plaza de Mazagán, de 2000 habitantes, se alcanzaban los 500 infantes, 200 caballeros y 300 piezas artilleras. Las carencias de las plazas eran, pues, bien manifiestas, y ello no debe extrañarnos ante el enorme gasto que suponía para la Hacienda Pública el sostenimiento del imperio. Este, muchas veces, querer y no poder se reflejó en el desembarco y saqueo de la ciudad de Cádiz por parte de la escuadra anglo- holandesa en junio de 1596, que produjo una enorme conmoción en Andalucía y en plazas costeras como Ceuta y Gibraltar mucho más si cabe, habida cuenta de que se hallaban desguarnecidas en todos los órdenes, y sobre todo en el de sus defensas y artillado. Esta razón de peso fue la que obligó al ingeniero Cristóbal de Rojas a visitarlas para disponer mejor sus sistemas poliorcéticos.

III. La fortificación abaluartada moderna de la plaza de Ceuta bajo el dominio portugués y español en el siglo XVI

Herencias poliorcéticas meriníes

En vísperas de la conquista de Ceuta por los portugueses, en 1411, la plaza era de estructura urbanística islámica y casi toda ella estaba murada. Su longitud iba desde la Torre mariní del Heliógrafo y trozos de muralla que se reconocían por fuera de la Ermita de Nuestra Señora del Valle, hasta otros lienzos de muralla al occidente, que corrían de mediodía a septentrión. El frente oriental medía 257 toesas y media, y el de occidente medía 455. Desde el punto de vista de la conformación espacial de sus defensas, tenemos que decir que Portugal respetó las existentes en la península de la Almina, y que transformó las del Frente de Tierra a las nuevas necesidades poliorcéticas del momento, ya que los avances de la artillería así lo requerían, comenzando a diseñar un sistema nuevo abaluartado. Igualmente, mantuvo el recinto amurallado del Afrag, como defensa adelantada, intercomunicando los puestos existentes en el Camino Exterior con caminos cubiertos hechos de tapiales, añadiendo fachos o torres-atalayas, como elementos de defensa y vigía ante posibles ataques procedentes de la zona continental. En el interior de la antigua Medina, en su ángulo noroeste, el Castillo-Palacio de los Gobernadores, que formaba parte del recinto del Frente de Tierra, fue mantenido y reconvertido por parte de los dirigentes lusos, lo mismo ocurrió con la Ciudadela del Hacho en la península de la Almina.

Ante todo, en los primeros años de la tomada de Ceuta, su morfología poliorcética-urbana apenas varió. Las crónicas portuguesas nos indican que los portugueses derribaron pocos muros de las defensas musulmanas y que se mantuvieron muchas estructuras anteriores: torres, barbacanas, fosos, corachas, albacar, ciudadela, Afrag..., así como su urbanismo con viviendas muy apretadas y redes viarias tortuosas y estrechas en el istmo, aunque predominaron las villas de recreo en la Almina y poblado de Balyunis. Tan sólo se fijó el trazado lineal de la Rua Dereita, para pasar de la zona central de la Medina a la zona ensanchada de la península de la Almina, conservándose también edificios emblemáticos anteriores como la Mezquita Mayor, la Madrasa al-Yadida, la Torre de la Mora y la del Reloj. Bajo los auspicios del primer gobernador local, Pedro de Meneses, fue comenzada y concluida en el año 1421 la Muralla del frente Norte en el distrito de la ciudad, paralela a otra que servía de sostenimiento a la manzana de pequeñas casas que allí existían. Esta muralla formaba la línea de un ensanche desde el Foso inundado al Foso seco de la Almina. La otra Muralla del frente Sur fue construida en 1424 sobre murallones de fábrica islámica, quedando terminada en 1683. Cerraba la ciudad por la parte occidental la línea de la Torre de la Vela, con un portillo que se unía a la mezquita, es decir, la Iglesia de África, y otro que daba sobre la pared de la Mezquita Mayor, o sea, la Catedral. En el momento de la conquista portuguesa, el recinto medieval contaba con una doble fila de murallas en el Frente de Tierra, la exterior con la Torre y Puerta de Fez que daba al Campo Exterior, y la interior, en la que se situaba la Torre de la Vela y el Alcázar, que daba al Suq al-Saqattín, es decir, la actual Plaza de África.

Hasta el año 1507 se mantuvo esta ciudad con su antigua muralla, que se hallaba arruinada ya por muchas partes, y con tal número de brechas que se podía entrar con suma facilidad, sobre todo por el Frente Norte o de España. Por ello, el rey portugués Manuel I mandó que la reconociesen hombres prácticos en la guerra e inteligentes en el modo de fortificar, los cuales expresaron la necesidad de que se realizaran numerosas mejoras, como aumentar el gasto en la reparación de sus muros, incrementar la guarnición para casos de sitios, reducir su extensión para que pudiera defenderse mejor y así no quedaría tanta longitud de muro necesitado de reedificación. Estudiados sus informes, el monarca luso consideró, a la por entonces valorada como extensa fortaleza, de mantenimiento poco útil y costoso, ordenando que se mantuviesen en buen estado de defensa tan sólo las murallas que circundaban la ciudad, y abandonando el resto, es decir, el Campo Exterior y la península de la Almina, que no sería poblado de nuevo sino hasta finales del siglo XVII. Consideramos como Fortificaciones Exteriores de esta época portuguesa los tapiales existentes en el Campo Exterior desde el año 1509, que ascendían por los parajes del Topo y el Otero de Nuestra Señora, así como las estacadas que servían de avanzadilla del Frente de Tierra.

Este procedimiento constructivo del tapial era conocido y utilizado por los ingenieros portugueses en sus fortalezas del sur del Tajo, al igual que ocurría en Castilla con el denominado tapial de tierra pisada, siendo raro encontrarse con el de cal, arena y guijarros y siendo el más característico el que usaba barro y piedras. Con la aparición de la artillería de pólvora, desde el siglo XIV el tapial fue siendo arrinconado en favor de la fortificación con mampuesto. Otro factor en su contra fue que era difícil de reparar, puesto que el calicanto una vez seco no fraguaba bien con los materiales añadidos, tendiendo a desgajarse de la masa primitiva una vez se secaba. A pesar de los presupuestos anteriores, los ingenieros y prácticos en fortificar portugueses siguieron utilizándolo en la ciudad de Ceuta, al modo como lo habían hecho los benimerines, sobre todo en las obras avanzadas del Campo Exterior.

Otro cambio fue el recorte realizado por los frentes oriental y occidental, y por lo más hondo y estrecho, quedando el primero con una latitud de 120 toesas, y el segundo con 125 toesas, sin incluir los antiguos brazos o espigones-corachas que por ambos costados del Frente de Tierra salían al mar Mediterráneo y océano Atlántico, respectivamente, dejando las puertas en medio de estos frentes. El muro que miraba al Estrecho tenía una longitud de 272 toesas, y el que miraba al Mediterráneo medía 232, dejando las puertas de estos muros sin tocar, puesto que la obra se hacía según costumbre y necesidad de aquellos tiempos. Entre un frente y otro, es decir, en la zona ístmica, quedaron ubicados edificios como la Catedral, el Convento de Santo Domingo o de los Descalzos Trinitarios (el cual estuvo instalado desde comienzos de la conquista lusa en la antigua Medersa o universidad mariní, entre las actuales calles de Jáudenes y Gran Vía, y donde se alzan los pabellones militares de 1912), la Ermita de Nuestra Señora de África, las de San Antonio y San Blas, el Palacio de los Capitanes-Gobernadores y menos de quinientas casas, reduciéndose el resto del territorio local a huertas, viñas y arboledas, y dejando un espacio que se llamó Rebellín.

-Incorporación del nuevo sistema abaluartado. La actuación de ingenieros militares, como Arruda, De Rávena, De Rojas y Venegas. Cambios estructurales en las defensas, en el urbanismo y en el sistema artillado.

En los dominios del arte también se mostró el hacer portugués en África, tanto en el aspecto militar de sus fortalezas y murallas, como en el religioso, en la arquitectura urbana, en la edificación de ciudades y en el trazado de calles y plazas. Al igual que Ceuta, otras plazas africanas fueron foco de atención para los arquitectos-ingenieros portugueses, como fue el caso de Diego Boitac o Boitaca, de origen francés, y maestro de las fortificaciones reales lusas. Durante el reinado de Manuel I, fue enviado tres veces a Marruecos, estando en Arzila entre los años 1509 y 1510, siendo nombrado allí caballero. En el verano del año 1514 viajó a Ceuta, Alcazarseguer, Arzila y Tánger, interviniendo también con el pedreiro, es decir, arquitecto-escultor de la piedra, Francisco Dazinho en Azamor, y formando parte de la expedición a la Mámora. A partir del año 1514 trabajaron en Azamor los hermanos Diego y Francisco de Arruda3 , que con piedra, cal, tejas y otros materiales enviados desde el reino, reedificaron su castillo, los muros y el foso; pasando luego a Mazagán donde levantaron un segundo castillo de planta original. Cuando regresaron los Arruda a Portugal, continuó en Azamor, como maestro de las obras de pedrería, Antâo Pires, que fue autor de las puertas del río y de una torre junto al foso. Hacia 1530 llegó al norte de África el gran arquitecto Joâo del Castillo, que recorrió varias plazas y residió en Mazagán en el año 1541, donde recibió la visita de Miguel de Arruda4 y del famoso ingeniero italiano Benedito de Rávena, que llevaban el encargo de fortalecer aquel presidio. En esta ida de arquitectos a Mazagán estuvo también presente Joâo Ribeiro, así como Diego de Torralva, yerno de Francisco de Arruda, que fue el encargado de escoger el sitio para levantar la fortaleza.

El ascenso al trono portugués del monarca Juan III fue fundamental para las aspiraciones poliorcéticas de la plaza de Ceuta. Sabiendo el nuevo monarca que el uso de la artillería hacía ya algún tiempo que se había introducido entre los musulmanes, conociendo los defectos que tenía la fortificación realizada en Ceuta en tiempos de su antecesor, de que ésta podría mal resistir el violento impulso de los nuevos cañones, y de que también la plaza necesitaba nuevas defensas; mandó a los ingenieros Miguel de Arruda y Benedito de Rávena y a soldados prácticos para su reconocimiento. La opinión del monarca era que, por el frente que miraba al Campo Exterior o parte occidental, se comunicase el mar con un foso, y que se hiciese una cortina con dos baluartes. La misma obra debería hacerse en el frente oriental, es decir, el que miraba a la Almina; y en el que miraba al norte o Mar de Gibraltar debía correr un lienzo de muralla en escarpa con su plataforma y plaza de artillería en medio, al igual que otro del mismo modelo en la parte que miraba al Mar de Tetuán o del sur, levantándolo a proporción tal que la ciudad quedase amparada lo máximo posible del alto del Morro de la Viña, y que los ingenieros levantasen con mayor grosor la Coracha-Espigón Sur. Si ésta era la idea razonada del rey Juan III en cuanto a fortificar la plaza, se necesitó previamente el asesoramiento realizado por ingenieros militares que acudiesen a reconocerla in situ y diesen un informe favorable. El Gobernador de Ceuta, Alfonso de Noronha, comunicó a su rey, en junio de 1541, la llegada de ambos ingenieros el 25 de mayo, que como ya hemos visto venían de poner en regular defensa a Mazagán. Éstos inspeccionaron las débiles defensas existentes y elaboraron un proyecto para restaurarlas por completo (Ricart et al., 1953), que fue posteriormente llevado por Arruda a la corte de Portugal para su aprobación. Dicho proyecto, que se realizó casi en su totalidad, quedó conservado en el Archivo Nacional de Torre do Tombo de Lisboa, sin el dibujo que le acompañaba, que al parecer se extravió.

La experiencia demostrada por Miguel de Arruda en las fortificaciones lusas norteafricanas se conjugó con la no menos probada del italiano Miser Benedito de Rávena en numerosos campos de batalla y fortificaciones, tanto de Europa como de África. Sin embargo, no hemos hallado referencia directa en la documentación española, salvo en la portuguesa citada, del buen hacer de estos dos ingenieros en la fortificación abaluartada de la plaza de Ceuta. Del segundo ingeniero sí hemos encontrado extensa documentación, siendo el primero que usó en Castilla la denominación de ingeniero, aunque, según los trabajos de Saleta y Cruxent (1890: 54), ciertamente los hubo antes que él, durante el reinado de Carlos I5 . Se le debe considerar coetáneo del célebre Pedro Navarro, ingeniero e inventor de las minas, y del que hablaremos en el siglo XVII, por aplicarse su invención en el tipo de guerra subterránea en las galerías de Ceuta.

Los primeros servicios de la carrera de De Rávena constan en un memorial de 1551, en que suplicaba al Emperador que le perpetuase para toda su vida los 80.000 maravedíes de salario que disfrutaba en la artillería, por haberse quedado ciego e inútil. Por dicho memorial, se sabe que empezó la carrera de ingeniero en 1511, sirviendo durante cinco años al rey católico en Italia. Muerto éste, y proclamado rey Carlos I, continuó allí, puesto que durante el sitio de Rodas de 1522 por Solimán II, entró en la plaza con el título de Teniente de Capitán General de la artillería, asignándosele 130 ducados de renta anual. Anduvo también en el sitio de Marsella y toma de Tolón, el asedio de Florencia de 1532 y sitios de Impoli y Volterra. En 1533 ya se encontraba en la Península Ibérica, y al año siguiente empezaron sus servicios constantes, visitando Mazarquivir y Orán. El segundo punto visitado fue Gibraltar, Cádiz y costa de Málaga con el Capitán General de Granada, marqués de Mondéjar, hijo del célebre conde de Tendilla. El tercer punto fue Pamplona y su antiguo castillo, a fin de formar la traza de sus defensas, así como Cartagena y el castillo-palacio de Sabiote, en Granada. Todos estos puntos defensivos fueron reconocidos en 1534, formando diseños que daban a conocer su estado y reparaciones más necesarias, al igual que el aumento de sus elementos poliorcéticos, tal y como exigía el naciente sistema abaluartado.

En 1535 se le mandó dejar todos sus trabajos y acudir a la corte con toda urgencia, para ir con el Emperador a la expedición de Túnez. Reunida ésta en Barcelona en mayo del mismo año, salió De Rávena con el Emperador sobre Barbarroja, encontrándose en el sitio de la Goleta y pasando luego a Bugía con el ingeniero Pedro Librano, retirándose de allí a Sevilla. Aquí permaneció poco tiempo, pues en mayo de 1536 le llamó reiteradamente la Emperatriz Isabel, a la sazón gobernadora del reino, a que acudiese a la corte para tratar sobre Bugía. En septiembre de ese año se le dieron veinticinco ducados de oro para ayuda de costa del viaje a Perpiñán y su regreso, para encargarse de sus obras y reparaciones. Igualmente, marchó a la frontera del Rosellón a visitar las obras de aquellas plazas y pocos meses más tarde pidió licencia para trasladarse de Perpiñán a Castilla, siéndole denegada.

En febrero de 1538 se le mandó dirigirse a Cádiz con objeto de trazar las obras necesarias, y llevarlas a la corte, después de disponer lo necesario; pero según parece, se detuvo allí algún tiempo o en Sevilla, pues se le mandaron tres órdenes seguidas para volver a Perpiñán, con el fin de ejecutar las obras dispuestas por el emperador. En 1540, debido a la ocupación de la plaza de Gibraltar por parte del pirata turco Piali, marchó allí a reparar los destrozos causados, volviendo a Madrid con la traza de lo que le pareció que se debía fortificar, según su opinión y la de Álvaro de Bazán. En ese año, suplicó al emperador que le concediese el oficio de Capitán General de artillería, vacante por muerte de Miguel de Herrera. Al año siguiente, a finales de mayo, se personó con Arruda a reconocer la plaza de Ceuta, tras la vuelta de Mazagán, después de habérsele abonado 200 ducados por sus trabajos y trazas realizadas en las plazas de Cádiz y Gibraltar.

Por carta del marqués de Aguilar, Capitán General del Principado y otras epístolas del propio De Rávena, nos consta que asistió con Luís Pizano, Teniente Capitán General de la artillería, y el coronel de los alemanes, a las conferencias sobre cómo mejorar las defensas de Barcelona y hacer un reconocimiento de su perímetro, con el objeto de mejorar las fortificaciones antiguas de sistema torreado; así como a realizar las trazas de la nueva plaza de Rosas, regresando en 1544 a Perpiñán a la continuación de las obras principiadas.

En noviembre de 1551 enfermó de la vista, de resultas de los aires, soles y polvo de la cal viva de las obras, quedando completamente ciego. Dio cuenta de este accidente al emperador, pidiendo amparo y protección, siendo dispensado por el príncipe Felipe y por su padre el Emperador y perpetuado su sueldo entero de 80.000 maravedíes anuales mientras viviese, lo cual acaeció en Sevilla, de donde era natural su esposa, en 1555, tras treinta años de ininterrumpido trabajo como ingeniero.

De la mano de Miguel de Arruda y Miser Benedito de Rávena se dio el cambio en la plaza de Ceuta, en la década de 1541 a 1550, de la fortificación medieval, llamada por los ingenieros de la época “a la antigua” o torreada, a la renacentista, también titulada “moderna o permanente abaluartada”. En opinión del historiador Cassi Ramelli (1971) este tipo de fortificación fue ideado en Italia a raíz de las invasiones de Carlos VII en 1494, creando la primera Escuela europea en dicha práctica poliorcética. De Italia procedían los estudios de grandes ingenieros militares, como Francisco De Giorgio Martini, G. y A. Giamberti de Sangallo, San Michele, Gabriele Tadino, etc, así como un gran número de ingenieros militares de allí venidos y contratados por Carlos I, y al que ya hemos hecho referencia.

A todo ello debemos añadir la extraordinaria actividad desplegada, durante el siglo XVI, por parte de ingenieros muy experimentados6 que llegaron en sus proyectos a apuntar o abaluartar las torres y cubos de las defensas de plazas españolas (Herrero Fernández- Quesada et al., 1993) incorporando el nuevo sistema abaluartado (Figs. 6-7-8 y 9).

De Italia los ingenieros tomaron buena nota de las fortalezas abaluartadas en Milán, Nápoles, Pisa, Ostia, Pavía, Cremona, Lodi, Novara, Bolio, Lecco, Sabioneta, etc; trasladando todos estos avances a los nuevos proyectos marcados por la monarquía española. Se fueron sustituyendo las viejas murallas medievales, estableciéndose tras el muro un terrapleno o macizado de tierras, y encima de éste iban las plataformas artilleras. Estos nuevos muros se hicieron más gruesos para soportar mejor el ataque de la artillería enemiga, y al mismo tiempo tener que soportar el peso de las baterías propias. Asimismo, se suprimieron las almenas medievales, que quedaron transformadas en pretiles o parapetos de contorno curvo con piedra robusta para alojar las troneras. Se incluyeron también caponeras y casamatas y otros elementos tácticos y complementarios que se irían desarrollando a la par del perfeccionamiento artillero.

Esta nueva forma de hacer arquitectura militar se inició también, como ya vimos, desde 1541 en la plaza de Ceuta con el proyecto colegiado Arruda-De Rávena, el cual fue aprobado por Juan III. Se unieron en dicha empresa dos tendencias o mentalidades artísticas:

de un lado la hispánica, aún de gran tradición medieval, por parte del portugués Arruda, que valoraba mucho todo lo que pudiera aprovechar del periodo meriní anterior; y de otro, la moderna italiana, por parte de De Rávena, que incluía en sus propuestas el nuevo sistema abaluartado que se imponía hacía tiempo en el resto de Europa. Estas nuevas fortificaciones que ahora se iniciaban, entraban de lleno en la definición de fuertes y ciudadelas de la Edad Moderna, de técnica totalmente nueva, adecuada al uso de la artillería con la aplicación de angulosos baluartes, como ocurrió en Pamplona, Jaca, Cádiz, Cartagena, Alicante, San Sebastián, la Coruña, Montjuich, Mahón, Sabiote... El criterio marcado para diferenciar estos castillos y fortalezas a lo moderno cifraba el máximo valor al examen de sus formas arquitectónicas y sistemas constructivos, pero sin olvidar la finalidad básica poliorcética para la que fueron diseñados. Sin embargo, estos principios no siempre fueron asumidos por el resto de las fortalezas españolas norteafricanas, pues por ejemplo, la plaza de Melilla utilizaría tardíamente este sistema renacentista, desde 1692.

Una vez dado el visto bueno por parte del monarca luso a dicho plan constructivo de la plaza de Ceuta, se iniciaron las obras en la primavera de 1543, bajo el mandato del gobernador local Alfonso de Noroña, partiendo desde la contraescarpa, que tenía cuarenta y siete pies de altura, la cortina y los dos baluartes, con la medida de 90 pies, haciendo frente al Campo Exterior. Igualmente, se hicieron tres puertas, la del frente abaluartado, la de la Almina y la de la Ribera de San Pedro; también se iniciaron la Contraescarpa del Foso de la Almina y el Foso inundado contiguo a los baluartes, mientras que la parte occidental quedó concluida como estaba proyectada. El total de personas que trabajaron en estas obras no debió sobrepasar el número de 1807 .

He estudiado detenidamente dicho proyecto portugués de 1541, que aparece traducido al final, en el Apéndice Complementario, y de él entresaco, como principales notas distintivas, el que se construyeron dos gruesos cubos8 o baluartes de flancos curvos, volteados con orejones, de cuarenta palmos de hueco por quince de grueso cada uno de ellos. Contaba cada uno, igualmente, de dos bóvedas, situándose una en el piso inferior del pavimento, y la otra en el piso del muro superior. Cada bóveda disponía de dos troneras que disparaban cada una hacia las dos bahías. Los baluartes se coronaron con remates, lo más cuadrados posibles, nombrados caballeros. Éstos eran, dentro de la poliorcética moderna, dominaciones o puntos defensivos en alto, unas obras elevadas, unas especies de torreones circulares que tenía su antecedente en los “cubelos” portugueses del siglo XIV, y que Arruda no duda en ahora usar, llamándose a veces caballero del baluarte, que era más pequeño que éste y semejante al mismo, con sus líneas paralelas a las del baluarte, al que servía de reducto interior. De este modo, se formaba un baluarte doble, sirviendo de plaza alta en la parte que correspondía al flanco. Su papel era muy importante, puesto que desde allí se podía batir la campaña con gruesa artillería y controlar los trabajos de sitio. Su construcción sobre los Baluartes Norte y Sur de Ceuta se constata documentalmente desde 1550, no siendo los únicos que se tenía pensado levantar, puesto que he encontrado documentación de 1581 en la que se explicaba al rey Felipe II la conveniencia de hacer otros dos en la Cortina de la Muralla Real. En el siglo XVIII, Vauban llamará a los caballeros “torres abaluartadas”.

El desnivel que resultó más elevado sobre el nivel del mar fue el caballero a construir del Baluarte nombrado de la Bandera, de treinta y seis varas, un pie y seis pulgadas. Cada uno de los baluartes (Figs. 10 y 11) recibió diferentes nombres, así por ejemplo, al Baluarte Norte se le llamó del Torreón, del Caballero, de la Bandera, de Santiago, de San Antón, del Albacar..., mientras que al Baluarte Sur se le nombró de la Coracha, de la banda de Tetuán, de don Luís y de San Sebastián. Ambos estaban orientados en ángulo agudo hacia la zona continental, ataludados para soportar la pujante artillería, y con glacis reforzado con robustos sillares isódomos, sobre todo desde su basamento hasta un tercio de su altura total. La disposición de estas hiladas de sillares, de unos 100 cms cada uno, era de aparejo a soga o de cítara. La disposición del mismo fue tan hábil que se demuestra aquí el dominio que

alcanzaron los ingenieros, en especial Arruda como hábil pedreiro en la técnica de la estereotomía o arte de cortar la piedra.

El resto de cada baluarte se completó, hasta su coronación, con bloques anisodómicos, sillarejo y mampostería a base de cantos rodados, cascotes, tejas, ladrillos, cal, etc, y todo ello con un revestimiento exterior de grueso mortero. Fueron bastante frecuentes las cuñas de lajas y cascotes de piedra para recalzar y ocupar los huecos que dejaban los bloques anisodómicos y de sillarejo, y además en las esquinas-vértice de ambos baluartes, cuya forma fue aquillada, se colocaron verdugadas de sillares isodómicos para mayor refuerzo de las caras; todo ello como era costumbre en el arte moderno renacentista. En este proyecto primitivo, se debería añadir un nuevo Baluarte en el futuro, el llamado de los Mallorquines que, partiendo del Baluarte del Torreón, se dirigiría hacia la bahía norte, corriendo paralelo al puerto del Albacar.

La cortina que se construyó entre los dos baluartes se llamó Muralla Real, alzándose sobre el centro del Foso inundado, y alcanzando unas dimensiones apropiadas al buen arte militar, de 170 metros de longitud, por veinte metros de altura y once de grosor. Para su construcción se utilizó la misma técnica y materiales que hemos enumerado al estudiar los baluartes. Todo su frontal fue coronado de anchas y robustas troneras para albergar gruesa artillería. Todo este conjunto de baluartes, Foso inundado y cortina central constituyeron desde estos momentos el nuevo Frente de Tierra de la ciudad (Fig. 12). En la zona inferior, casi a ras del Foso inundado, se construyeron dos casamatas con sus troneras, a continuación de las situadas encima y a cuatro palmos del citado foso.

Se modificaron y repararon lienzos y muros islámicos, cambiando su grosor y su longitud9 El muro de la barbacana se incorporó al muro de dentro y engrosó hasta seis palmos. El vandantre o muro antiguo islámico, situado al este de dicha barbacana, se terraplenó de tapial, colocándole merlones de siete palmos y medio de grosor por siete palmos de alto, y tres troneras en cada tercio del lienzo. El total de merlones incorporados

en esta época en toda la Muralla Real y sus baluartes sumaba treinta y seis: el Caballero del Baluarte Sur contó con tres merlones, siendo todos ellos trapezoidales y de grueso mortero, mientras que el Caballero del Baluarte Norte no dispuso en un principio de merlones. Ya hemos comentado cómo cada baluarte de este Frente de Tierra tenía una cañonera en cada orejón, disponiéndose dos casamatas con sus cañoneras respectivas en la Muralla Real, en su parte baja para poder así defender mejor el foso. Por tanto, este Frente debió disponer en su conjunto de un número no inferior a treinta y ocho piezas de artillería pesada, así como de numerosas tronerillas, distribuidas alrededor de las bases de los caballeros y Cortina Real.

El lienzo islámico que corría por la banda costera norte de la ciudad fue modificado con un pretil de cinco palmos de grosor por siete palmos de alto, y contó con dos troneras en sus tercios. El otro lienzo de origen mariní que recorría la ciudad por su banda costera sur se engrosó con otro de seis palmos de grueso y de la misma altura que el muro viejo, terraplenándose ambos y colocando sus traveses de pared en diagonal. El pretil y almenas de este muro antiguo se derribaron sobre los terraplenes y portal que allí estaban.

Para reforzar la cara más extensa del muro nuevo de la banda sur que se debía hacer, se construirían casas sobre cimentación de otras preexistentes islámicas, de veinticinco palmos de largo, procurando colocarles encima una bóveda, y procurando que quedasen adosadas, sirviendo así de contrafuertes unas a otras. Vemos aquí, por tanto, una serie de alusiones urbanísticas, más que nada por la imperiosa necesidad militar que imponían las nuevas murallas, obligando a una reestructuración del espacio, que en el caso de Ceuta ha sido siempre la zona más estrecha correspondiente al istmo. El lienzo de muro que debía unirse al baluarte nuevo de la banda costera norte, o de los Mallorquines, se respetaría tal cual, y los otros tres que iban de frente, así como los trasversales de la zona del Albacar, era conveniente derribarlos, junto con las casas allí existentes, allanándose el terreno hasta el mar, y así conseguir más espacio urbano en una zona ya bastante intrincada con muros antiguos y nuevos. En el documento estudiado hay referencias expresas a que en dicha zona se deberían derribar casas y paños de murallas antiguas, pero que se tuviese especial cuidado en preservar las casas dotadas de cisternas, así como mantener intacto el pozo allí existente.

Recordemos que en ese enclave ístmico existían desde antaño gran número de casas apiñadas junto al Frente de Tierra mariní. Ahora, con el nuevo proyecto luso-italiano se pretendía derribar los viejos lienzos y casas que ocupaban el espacio destinado a las nuevas fortificaciones, aprovechando al propio tiempo para las mismas todo tipo de materiales constructivos, como piedras, ladrillos, tejas, cascotes, cantos rodados y maderas. A este respecto, el proyecto sintonizaba perfectamente con otros destinados a “poblaciones de frontera” como Cádiz, Gibraltar, Cartagena, Perpiñán, Almería..., en las que sus ingenieros buscaron utilizar lo más posible las murallas antiguas, aunque reformándolas, y evitar en lo posible el derribo de casas y edificios civiles y religiosos.

Las atarazanas se repararían y ampliarían hasta tener una capacidad de diez navíos a remo. En el recinto de la ciudad se conservaron cuatro puertas. Según la investigadora Cámara Muñoz (1988: 86), las puertas de las fortificaciones fueron a la vez punto débil y frontera entre el exterior y el interior de las plazas, y sólo en ellas eran posibles los órdenes y adornos, siempre que se respetase el ineludible carácter amenazador. Llegaban, por tanto, a ser episodios arquitectónicos donde se vinculaban arquitectura e ingeniería. En la plaza de Ceuta, su primera puerta se situaba en el muro de la muralla vieja, coincidiendo con la que intercomunicaba el Frente de Tierra con el Arrabal de Afuera, de catorce palmos de ancho por veintiún de alto, y se reconvirtió posteriormente en un pequeño postigo situado en el orejón del Baluarte Norte. La segunda se ubicaba en el Foso seco de la Almina, de ocho palmos de ancho por diez de alto, y con entalladuras en la parte exterior por si se armaba un puente levadizo sobre dicho foso. La tercera puerta estuvo en la muralla nueva, de seis palmos de ancho por seis de alto. La cuarta, del mismo tamaño que la segunda, se situó en las Atarazanas, entre el Baluarte Norte y el de los Mallorquines, dando al Albacar con un tramo levadizo, y que posteriormente se llamó Puerta del Campo.

Se construyó un foso inundado junto al lienzo del muro que daba a la plaza, es decir, al Frente de Tierra nuevo. Tenía 60 palmos de longitud y de alto lo necesario para poder varar y pasar navíos remeros de un mar a otro, equivalentes en la actualidad a 350 metros de longitud, por treinta de ancho y dos metros de profundidad. Se abrió en cuadrado y estuvo dotado de dos cabestrantes equipados para uso de varadero. Su disposición no fue perpendicular, sino sólo en parte, puesto que describía dos arcos para poder voltear el Baluarte Norte y poder pasar así a aguas del Estrecho. No cabe duda de que este foso existió siempre como accidente geográfico desde épocas pretéritas, aunque la realidad es que no había llegado, como hasta ahora, a aislar el istmo del Campo Exterior. Siendo un punto de radical importancia poliorcética para la plaza, fue lógicamente elegido para situar junto a él las mejores defensas locales ante las frecuentes “cabalgadas” del interior continental, así como los ataques y desembarcos desde ambas zonas costeras. Fueron los portugueses quienes desde 1549 lo aprovecharon como canal, uniendo las aguas atlánticas y mediterráneas, como elemento defensivo-aislante y como caladero y refugio de embarcaciones de poca envergadura, tales como lanchas, galeotas y bajeles. Al contar este nuevo frente con un foso inundado y estrecho, amparado por altas y robustas murallas, baluartes y espigones que lo adelantaban al norte y sur, la defensa se hizo más recia y el peligro de un sitio por tierra y mar se tornó menos decisivo.

Debemos también recordar que en la península de la Almina existía, desde época islámica otro foso, llamado Foso de la Almina. Éste fue modificado en el proyecto de Arruda-De Rávena, siendo alargado hasta alcanzar treinta y cinco palmos de longitud y más profundo que como estaba antes, con acceso de las aguas de la banda costera norte, convirtiéndose así en un foso semiseco. En el margen izquierdo fue levantada una linterna, que aparece en el grabado “Vista de Ceuta mirada por la parte de África”, a modo de torrecilla dotada de aberturas y coronada con cúpula, desde la que se marcaba la situación costera a los barcos que se aproximaban a la dársena norte por medio de las famosas ahumadas o luminarias. En el caso de los lienzos interiores situados en la mencionada península de la Almina y los que estaban en la ciudad, de época también meriní, serían dotados de un pretil interior de dos palmos y medio de grueso por ocho palmos de alto.

La Torre Albarrana llamada de Hércules, situada en la Coracha Sur o de Barbaçote, no albergaría artillería, siendo destinada a polvorín y pequeña plaza de armas por contar con fuertes bóvedas a prueba de bombas.

Se mantuvo la fortificación islámica del Monte Hacho que, por estar coronando dicho promontorio inexpugnable, conservaba sus murallas casi derruidas y que ahora se repararían. El proyecto lo mantuvo como “citadela”, según la concepción italiana de fortificar de De Rávena, o segunda fortaleza dentro del recinto de la ciudad, a quien recurrir en caso de perder el resto de la plaza. Si ya los meriníes la habían utilizado siglos antes, ahora los portugueses y luego los españoles la fortificarían y artillarían, dotándola de una atalaya, tanto para poder descubrir los navíos que pasaban por el Estrecho y Mediterráneo, como las cabalgadas fronterizas frecuentes, y desde donde el hachero daría señales de aviso a la guarnición. Las irregularidades naturales del Monte Hacho determinaron su planta poligonal irregular, con torreones cuadrangulares al modo antiguo islámico de fortificar, y donde sólo se modificó lo indispensable para regular defensa. Aunque los modelos mediterráneos de Santa Bárbara en Alicante y Montjuic en Barcelona fuesen los más a propósito para ello, debemos ver a esta ciudadela ceutí sin el modelo nuevo renacentista que ya se imponía en todo el país. La evolución poliorcética natural de lo antiguo a lo moderno, del castillo-palacio de carácter noble a la ciudadela renaciente no terminó de cuajar del todo en la plaza de Ceuta, puesto que en dicha fortaleza del Hacho no se incorporarán sino hasta 1694 los cubos o “torrioni” cilíndricos adecuados para la artillería, que ya se levantaban a principios del siglo XVI en el resto de las fortificaciones. El sistema abaluartado, con sus baluartes angulosos, lienzos ataludados y contraescarpa, se aplicó tardíamente en esta segunda fortaleza, ya en el siglo XVIII. Fundamental fue, a este respecto, para el control del Estrecho la toma de Gibraltar por los Reyes Católicos en 1501, pues desde la atalaya de su “hacho” intercambiaba señales con el de Ceuta, dando sobreaviso de la confluencia de escuadras enemigas.

El Puerto o Espigón del Albacar, de origen también islámico, sirvió, hasta el momento del proyecto que estudiamos, de barrera protectora en la banda costera norte para resguardo de los habitantes de los alrededores con sus enseres y ganados. Los portugueses lo aprovecharon, cambiando su función. Ya hemos visto cómo se derribaron sus muros trasversales, así como las casas que allí se ubicaban para ganar espacio. Ahora llegará a constituir el extremo norte de la contraescarpa, frente al baluarte que se levantaría a partir del Puente del Cristo actual, o Baluarte de los Mallorquines. Dio forma y estrechez a la entrada del Foso inundado, simulando una plazuela o patio de armas con parapeto y cortadura que sirvió desde entonces para embarque y desembarque de bastimentos y pertrechos desde navíos de mayor porte y calado, como bergantines y fragatas; así como lugar de alojamiento de caballerizas y, a veces, las residencias de la tropa o del servicio. En otras fortalezas llegó a identificarse con la puerta de paso al recinto principal

En la primavera de 1543 comenzaron las obras correspondientes al proyecto citado, bajo el mandato del gobernador Alfonso de Noronha, culminando sus estructuras básicas entre 1549 y 1550. La realidad fue que el proyecto primitivo necesitó de más tiempo y dinero para poderse terminar, y que en todo lo que restó de siglo la coordinación luso- española dejó mucho que desear. He extraído estas consecuencias a partir de la documentación estudiada, en la que apreciamos las frecuentes visitas de los veedores, las actuaciones e informes de los gobernadores locales sobre las obras, así como la falta de ingenieros y prácticos en fortificar y memoriales dirigidos a los monarcas.

No debemos olvidar que la monarquía propagaba el nuevo sistema abaluartado, y por ello es fácil apreciar un mayor seguimiento en lo tocante a la defensa y conservación de las plazas de sus fronteras. Para ello dispuso todos los medios materiales y humanos para que se desarrollase el proyecto y empezó ordenando en agosto de 1543 que el gobernador local mandase derribar y aplanar todas las viviendas situadas junto a la muralla nueva hasta llegar al callejón de Santa Cruz, al igual que las que poblaban el Afrag o Villa Vieja. Bajo su mandato también se amplió el antiguo Alcázar, ahora Palacio de los Gobernadores, añadiéndole habitaciones en la parte de la Torre del Rebato, y dotado de apartamentos para sus personas y familias. Otra actuación significativa, como recoge Correa da Franca (1975: 333-416), fue la de abril de 1547, ordenando el rey Juan III al gobernador, contador y oficiales de Ceuta que enviasen el libro de valoraciones de las casas que se derribaron; viñas, huertas y pomares que se cortaron y suelos que se aplanaron para la nueva fortificación de la ciudad, ya que quería pagar todo de su hacienda.

Desde 1550 el gobierno de la plaza correspondió a Pedro de Meneses, y he verificado documentalmente que lo construido o reparado hasta ese momento se correspondía con el Baluarte Norte, el Baluarte Sur, la Puerta de la Almina, los paños de la Muralla Real, el Albacar, la Torre del Alcaide y la Coraza de Barbaçote o de Santa Ana. Siete años más tarde, su sucesor, Fernando de Meneses, empleó todos sus esfuerzos en la excavación del Foso inundado de la Muralla Real y el de la Almina, así como en el adelantamiento de las nuevas fortificaciones.

Apreciamos una mayor resolución de que dicho proyecto se completase a partir de 1581, momento en el que Ceuta se incorpora a la monarquía española de Felipe II. Según la correspondiente relación de artillería de dicho año que el capitán Juan Venegas Quijada remitió al rey, la plaza de Ceuta contaba con un total de once enclaves poliorcéticos fundamentales en el proyecto: el Mirador11 , el Caballero de la Herrería Vieja, el Baluarte de San Antón, la cortina que estaba entre los dos baluartes, el Baluarte de San Sebastián, la Coracha, la Puerta del Sillero, la cortina adelante, el Pinedo, el Baluarte de la Puerta Viejay el Caballero de San Pedro hasta la Almina. Se veía necesario levantar las plataformas de las dos cortinas de la banda del Estrecho, y se explica en el documento que los dos caballeros que debían coronar los baluartes de la Muralla Real debían culminarse lo antes posible para ubicar allí gruesa artillería. Asimismo, se detallan los materiales necesarios en ese momento en la plaza para las fábricas y obras proyectadas, y valiosas alusiones a la construcción de viviendas en la península de la Almina, un almacén de municiones y tipo de piedra de uso frecuente y más a propósito en plazas costeras fortificadas. En este sentido,la plaza debería contar con la máxima cantidad de cal, 50.000 ladrillos para el caserío existente en la península de la Almina, 2000 varas de piedra labrada y resistente al mar, 20.000 tejas para el almacén de municiones, y todo el carbón que se pudiese traer paradestinarlo a la herrería.

Por parte de la corona de Portugal, el juez-veedor, Jorge Seco, que entendía de los asuntos de Justicia, Guerra y Hacienda, giró visita a Ceuta en junio de 1585 (De Esaguy, 1939). Visitó lo muros y baluartes, conforme al reglamento real para los lugares y plazas africanas, encontrando que la circunferencia de dichos muros era de 585 brazas, es decir, 1287 metros. Se habían construido cuatro baluartes: el de San Antonio o del Caballero, el de San Simón, también llamado de la Peña de la Sardina y Puesto de Rey; el de San Sebastián o de don Luís; y el de San Pedro, situado sobre la bahía norte, en la península de la Almina. También existía el torreón o atalaya islámica situado frente a la bahía norte, en el extremo de la fortificación de la plaza, que se correspondía con la Torre almenara del Valle.

También revisó los muros de la ciudad, acompañado de los oficiales y el maestro de obras, encontrando que el Albacar disponía de un rebellín12 entre la puerta de hierro y el puente, y que había allí un lienzo de muro de veinte brazas, donde el mar había llevado mucha tierra de escombro, pasando ya al Foso, y que esto se debía subsanar lo antes posible. Asimismo, la puerta-traviesa, que a modo de galería subterránea comunicaba con otra que salía al Campo Exterior a lo largo del Foso inundado, era muy frágil y peligrosa. Ordenó Jorge Seco que se colocara aquí una puerta fuerte, forrada de hierro por ambas caras, y que dispusiera de un pequeño postigo sobre arco de pedrería, ya que el que tenía era de palo de pino y estaba podrido.

Los oficiales le aseguraron que no había cal en la plaza, mandando dicho juez que se hiciese un horno para remediar la deficiente obra de cantería y reforzar la parte posterior del lienzo con almenas del Albacar hasta quince palmos, fijándolo fuerte y seguro. El maestro de obras debería asesorar al capitán encargado para que se fortificara como conviniese, porque decían los oficiales que todavía habían en el horno más de 120 moyos de cal, además de los 160 que se gastaron en la obra, necesitándose para la obra de la Almina pedrería labrada. Desde la Torre hasta el Baluarte de San Pedro, el mar había tapado casi todo el muro, siendo preciso apresurarse ante su posible caída y poner a la plaza en peligro por aquella banda costera norte. A tal fin, el maestro de obras pondría en aviso al capitán o al almojarife para que remediara la situación, hasta que el rey mandase proveer el coste que podía suponer la realización de la obra.

En el Baluarte de don Luís era necesario, para mayor seguridad del lado costero de Tetuán, que se hiciese una pared de gran altura y anchura. En este lienzo de muro, desde la escalera de encima de la Puerta de la Ribera hasta el Baluarte de San Sebastián, mandó levantar encima del muro y por su parte interior una tapia, poniendo una cancela en la escalera con su cerradura, para que no pudiese entrar el enemigo y quedase la ciudad bien guardada de noche con sus vigías

Entrando a la Coracha nueva o del Norte, a mano izquierda, había, según Seco, un gran vano que servía como casas de los bombarderos, el cual fue valorado por los oficiales y maestro de obras como muy peligroso, siendo su parecer que no se llenase de escombros, sino que se tapase el agujero por donde se veía bien la cal y la piedra. Encontró tres casamatas debajo de los baluartes del Foso inundado, contra la Puerta de la Ribera y de Santa María, de las que tenía llaves el maestro de carpintería, Antonio López, pues trabajaba en su refuerzo con cinco ferreteros. Funcionaban como almacenes para la artillería, y por ello entregó las llaves al almojarife para que solamente él pudiera abrirlas y cerrarlas por mandato del capitán, ya que las casamatas eran muy importantes para la seguridad de las fortalezas.

En el extremo de la Coracha vieja Sur había un pedazo de muro caído, desde doce brazas hasta la Torre de Hércules, que era preciso reconstruir, puesto que por esa abertura los enemigos habían conseguido entrar en la Ribera, haciendo daño a la ciudad. Lo primero que se hizo aquí fue poner piedra gruesa, pasando luego al trabajo del muro del Albacar. Por último, Jorge Seco mandaba mayor vigilancia en las tres Puertas, la del Campo, la de la Ribera y la de la Almina, dando mayor responsabilidad a los caporales. De todo ello, darían cuenta al capitán el almojarife, Manuel de Azevedo, y el maestro de obras, Bartolomé González, para que aquél informara al rey de lo que se debía hacer como más conveniente. En este mismo año de 1585 existían dos plazas o salas de armas, una interior, próxima al Albacar, y otra exterior a modo de recinto cerrado que llegaba hasta el Pozo Chafariz, que como vimos existía desde época islámica y se situaba en los actuales jardines de las Puertas del Campo. Tanto una plaza de armas como otra estaban intercomunicadas con muros que intercalaban torreones circulares. Desde este recinto exterior al foso se abrían varias salidas o caminos cubiertos. El primero iba por la banda costera norte hasta la Torre del Vicario, de origen meriní y situada en la actual Residencia Militar, y el Facho de la Frontera, situado sobre la actual Cuesta de Otero. El segundo llegaba hasta el Afrag y un tercer ramal hasta el Topo y Morro de la Viña. Todos ellos intercalaban tapiales14 perpendiculares. El facho más adelantado en el continente fue el de Afuera, situado sobre la colina actual de Sidi Embarek, en la Barriada de los Rosales.

Aún así, la situación general poliorcética por la que atravesaba la plaza en estos momentos era bastante deficiente, como lo demuestra el memorial dirigido a Felipe II por parte del maestre de campo y años después gobernador local, Mendo Rodríguez de Ledesma. La fortificación en la Almina era inexistente, pues tenía muchos lugares por donde el enemigo podía desembarcar sin ningún impedimento y conquistar fácilmente la eminencia del Monte Hacho, y si esto llegase a ocurrir el resto de la plaza caería en su poder.

Pedía Ledesma al rey la necesidad de que mandase aquí un ingeniero que considerase todo lo antes dicho, y le sugería también que se construyese un fuerte en el Paraje-Padrastro de San Simón, a mitad de camino entre el Hacho y la ciudad. Igualmente, consideraba Ledesma que los lienzos de murallas de cada una de las bandas costeras norte y sur estaban en un estado de suma debilidad, pues su fábrica era de fortificación antiquísima islámica, y simples, sin terraplén, con sólo cubos, sin caballero ni otro género de defensa. Convenía, por tanto, su fortificación, al igual que otro lienzo sin traveses que miraba a la Almina, debiendo coronarse con dos caballeros. El foso situado junto a este lienzo de la Almina estaba seco, y de buena anchura, pudiéndose hacer con mucha facilidad que pasase el agua de una parte a otra. La Muralla Real y sus baluartes, aunque de fábrica moderna, estaban, según Ledesma, mal construidos, ya que los dos caballeros que tenía eran tan pequeños y tan metidos en el lienzo que no hacían traveses ni las casamatas eran efectivas en caso de necesidad. El foso inundado que tenía era bueno, pasando el mar de una banda a otra. Hacia este Frente asomaba, desde el Campo Exterior, el Padrastro del Morro de la Viña que, por estar alargado, le parecía a Ledesma que los enemigos podrían hacer daño a las casas con sus culebrinas.

A partir de la documentación estudiada del Archivo General de Simancas y del Servicio Histórico Militar, he realizado una reconstrucción ideal de la plaza de Ceuta en 1585 (Figs. 13 y 14).

El nuevo gobernador local desde 1586, Gil Annes da Costa, intentó igualmente remediar la mala situación general de la plaza, disponiendo los medios necesarios para que en la península de la Almina se pudiese fabricar mucha cal, así como que Ledesma trajera desde Málaga muchos oficiales canteros, tanto para asentar como para sacar suficiente piedra labrada. La puerta de la ciudad que daba franquicia al Campo Exterior necesitaba unos rastrillos para que, ante una posible retirada de las tropas, se tuviesen garantías de éxito. El gobernador pretendía realizar obras adelantadas en el Campo Exterior, de manera que al final de las trincheras o caminos cubiertos se construyese en el Padrastro del Morro de la Viña una torre almenara, parecida a las que Felipe II había mandado levantar en la costa de Málaga, aunque más alta, capaz para cuatro soldados que aseguraran desde allí el entorno siempre que se saliese desde el Frente de Tierra. Conforme a voluntad real, el gobernador debería contar siempre con espías o escuchas en la campiña, así como con suficientes caudales y órdenes reales para contratar fronterizos que diesen avisos de los asuntos de Berbería.

La situación de la plaza debió de ir empeorando si tenemos en cuenta las consultas del Consejo de Guerra de 1589 sobre la reformación de Ceuta y Tánger y su deseada incorporación a la corona de Castilla, dado el clima de desconfianza y casi abandono en que se encontraban ambas plazas. Desde esa fecha hasta 1597, en que el ingeniero Cristóbal de Rojas reconoció, levantó plano y proyectó las defensas de Ceuta, no he registrado más intervenciones poliorcéticas ni artilleras en la plaza de Ceuta. De la documentación manejada sobre este ingeniero, he extraído una serie de notas muy significativas dentro del modo de hacer arquitectura militar a lo moderno que se imponía en toda Europa, África y América, y que tanta rentabilidad alcanzó en el sostenimiento de las plazas fronterizas de la monarquía filipina.

Cristóbal de Rojas fue antes arquitecto que ingeniero militar. La primera referencia en este sentido está registrada en 1578, año en que marchó a Pamplona por orden real a reconocer los cimientos de la ciudad, de la que dio un informe. Deseaba servir al rey en el oficio de ingeniero, puesto que ya sabía sus principios y reglas universales, como la simetría, y podría servir en las fábricas de fortificaciones, porque como hombre práctico sabía la firmeza que era necesaria para la perpetuidad de los edificios, así como los ahorros que podían haber en las fábricas para tener inteligencia de la teórica y la práctica de dicho oficio. Apoyaba este currículum el Capitán General de la Artillería, Juan de Acuña Vela, quien informó al rey con fecha 3 de marzo de 1589 que De Rojas había hecho algunas obras grandes de arquitectura, que habían salido muy sólidas y que se le conocía como buen maestro de cantería, sabiendo muy bien la Matemática, pero aconsejaba que aún podría esperar algún tiempo para ser ingeniero.

A este respecto, disentimos con la opinión de algunos historiadores en el sentido de que los ingenieros podían ser contratados como arquitectos, pero que esto no sucedía a la inversa, pues Cristóbal de Rojas, sin ser ingeniero, realizaba trabajos de ingeniería militar, y el Consejo de Guerra, a sabiendas de que debía tener conocimientos y experiencia mayores que los exigidos a los arquitectos, le contrataba ante la necesidad de profesionales ingenieriles, pero alargando su nombramiento hasta lo indecible. Debemos, a este respecto, tener en cuenta que desde 1574 se detectaba una alarmante falta de ingenieros militares competentes, siendo los virreyes de Nápoles y Sicilia, junto con el gobernador de Milán, los encargados de localizar y enviar a España a los más preparados. En este sentido, es muy relevante el hecho de que, a mediados de abril de 1594, Jerónimo de Soto seguía como ingeniero entretenido con Espanochi, y ante su petición de aumento de sueldo de cinco escudos al mes, el Consejo de Guerra contestó que el pagador de artillería se los abonaría, dando importancia a tenerle contento, puesto que en el país eran muy pocos los hombres de dicha profesión.

Por resolución real de mayo del mismo año, se preguntó a Juan de Herrera si De Rojas estaba ocupado en la Corte, sobrentendiéndose en tareas relacionadas con la Academia de Matemáticas y Náutica fundada por Felipe II en 1582; o si convenía que asistiese en algo, pues no siendo así debía acudir a servir en la fortificación de Cádiz con quince escudos de sueldo al mes. Estuvo destinado en esta plaza, como maestro mayor de sus fortificaciones, desde diciembre de 1589, solicitando en continuos memoriales el título de ingeniero y aumento de sueldo. Por el nuevo cargo y por sus méritos se le asignaron veinticinco ducados al mes. Desde esa fecha hasta finales del año siguiente se dedicó de lleno a su cargo, levantando la planta de la bahía gaditana, debiendo marchar desde entonces a servir durante dos años en la costa de Bretaña, junto al maestre de campo15 Juan del Águila, en el castillo de Blavet y otros puntos con trincheras y minas. En enero de 1593 remitió tres memoriales a Felipe II, indicándole que servía ya cinco años en el oficio de ingeniero, con la esperanza de obtener su nombramiento como tal y aumento de sueldo o darle el título de capitán ordinario16 con que el Rey solía hacer merced a los ingenieros (Aparici, 1849). Tan sólo consiguió un aumento de diez escudos de sueldo al mes.

La petición de De Rojas no vería su fruto hasta el 18 de octubre de 1595, en que el rey decretó que se le diese el título de ingeniero, con un sueldo de cuarenta escudos al mes. De este modo, debería asistir a todas las fábricas de las fortificaciones de castillos, torres y fortalezas que por su mandato se hubiesen hecho, y las que se hiciesen en cualquier parte de su reino.

En septiembre de 1596 se le mandó que reconociese la bahía de Cádiz, la barra de Sanlúcar de Barrameda y el resto del Guadalquivir hasta Sevilla, recibiendo órdenes deque hiciese planta de todo ello, así como la traza de la fortificación de Cádiz. Tengamos en cuenta que en la Corte, bajo la supervisión del Consejo de Guerra, del Ingeniero Mayor y del Capitán General de la Artillería, se estudiaba todo tipo de material que pudiera valer para planificar la defensa de las plazas, como los informes (militares, civiles y eclesiásticos), instrucciones, registros de visitas de veedores, relaciones de almojarifes y capitanes de artillería, trazas, perfiles, maquetas, etc. A partir de esta evaluación poliorcética18 , se marcaban las pautas prioritarias para que las fortalezas llegasen a cerrar el perímetro territorial, fortificando primero la frontera con Francia, la costa sur andaluza y norteafricana (Ceuta), Baleares, Cataluña, Levante y costa atlántica.

De Rojas remitió al rey otro memorial al mes siguiente, solicitando el título de capitán ordinario, como lo tuvo el ingeniero Fratín, y en caso de rechazo, el de capitán ad honorem, siéndole concedido el primer cargo, así como un aumento de sueldo hasta 50 ducados al mes. En noviembre de ese mismo año recibió orden real para que partiera a Sevilla a reconocer los sitios, partes y puestos de sus fortificaciones, y que entregara luego las relaciones y trazas de todas ellas a su gobernador, Luís Fajardo. Posteriormente, ya en el año 1597, debía marchar a Gibraltar a reconocer el sitio y la fortificación que dejaron trazada el capitán Fratín y Bautista Antonelli, debiendo dejar también la traza y relación de todo ello. Debía visitar luego la plaza de Tarifa y su fortaleza, viendo el estado de sus muros, los reparos precisos, la artillería existente y la que debiera tener..., así como su correspondiente traza y relación. Llevó a cabo todas las órdenes reales, empezando por la fortificación de Gibraltar, que fue reducida a menos gasto y por ello, su capitán corregidor, Íñigo de Arroyo Santisteban, remitió carta al rey el 10 de febrero de 1597, exponiéndole cómo la plaza de Gibraltar estaba segura, pero que no ocurriría lo mismo con la de Ceuta si la escuadra angloholandesa se atrevía a atacarla. Ante esta situación de inminente peligro, dicho corregidor aprovechó la ocasión de la estancia de De Rojas en su plaza para hacerle pasar a Ceuta, junto con la ayuda de 1500 fanegas de trigo, a hacer reconocimiento, levantar plano y proyectar lo que fuese necesario para su regular defensa, lo cual cumplió perfectamente en opinión posterior del citado capitán gibraltareño. Dicho proyecto con su plano correspondiente no han podido ser localizados en ninguna de las fuentes documentales estudiadas.

En ese mismo año remitió otro memorial, pidiendo el nombramiento de capitán ad honorem, argumentando que tenía un libro de fortificación que imprimir, titulado “Fortificación conforme a las medidas y defensas de estos tiempos presentes”, habiéndole costado mucho trabajo y estudio y que lo necesitaba para poner en él dicho título. También suplicaba al rey que le diese licencia para imprimirlo y privilegio por veinte años para que otro ingeniero no lo pudiese imprimir. A finales de abril del mismo año se le concedió el título, pero sin sueldo, como capitán ordinario de infantería ad honorem.

Si la forma de acceder al cargo de ingeniero fue variable, también lo fue el cobro de su sueldo o pensión. Se remuneraban sus servicios mensual o anualmente, dependiendo de su antigüedad, mérito conocido o importancia de los trabajos encomendados. Casi siempre rebasaba el equiparable al de la clase correspondiente de la milicia, e incluso al de los arquitectos. Como ejemplo, recordemos que el arquitecto Juan de Herrera, en el cénit de su carrera, en 1577, alcanzó los 800 ducados, es decir, 800 escudos, siendo su juro o renta vitalicia de 1000 ducados; mientras que el ingeniero Juanelo Turriano nunca ganó más de 400 ducados, y Juan Francisco Sitoni cobró en 1572 unos 960 ducados.

Otro aspecto a considerar fue que la percepción de los haberes debía fijarse en la tesorería de artillería, sita en Burgos, por ser la más afín con sus atribuciones; pero no siempre ocurrió así, puesto que los ingenieros de Aragón, plazas de África, Canarias, América, Portugal y puntos distantes, dependieron de la tesorería real, de fondos particulares o de los destinados a las mismas obras, como fue el caso de De Rojas, en que todos los viajes que había realizado fueron a su costa, a pesar de las promesas dadas en la Corte de su pronta restitución. No debe extrañarnos, pues, que hasta el 20 de septiembre de 1597 no se le otorgase cédula para poder cobrar los adeudos del fondo de las obras de Cádiz. He registrado que no sólo fue este ingeniero el que tuvo que realizar infinidad de reclamaciones a base de informes y memoriales para poder cobrar lo que le correspondía por su cargo y viajes, sino que también ocurrió lo mismo en todos los de su profesión, llegándose muchas veces a casos de indigencia extrema. Igualmente, hubieron ingenieros extraordinariamente premiados, como Jacome Palearo Fratín, que llegó a cobrar doble sueldo que el Capitán General de la Artillería, dando empleo de ingenieros en España a su hermano y sobrino, consiguiendo 2000 ducados de dote para cada una de sus hijas, y en sus últimos años amasó una enorme fortuna. Esta desigualdad manifiesta dependió, por regla general, del atraso de los pagos, pues incluso a este último ingeniero se le debían a su muerte tres años de su sueldo.

Otra orden real de 1598 obligó a De Rojas a volver de nuevo a Cádiz y Gibraltar a proseguir sus fortificaciones. Pidió esta vez que se le diese en la plaza gaditana una casa de alojamiento para él y sus ayudantes. Se le libraron en esta ocasión un total de 200 ducados en concepto de ayuda de costa, tomándose del dinero de la fortificación para los gastos del viaje a Gibraltar, y se le mandaba luego ir a la Corte con un modelo de la fortificación de dicha plaza y volver a ella a empezar sus obras. La actividad de este ingeniero se prolongó hasta 1614, año en que falleció en la ciudad de Cádiz. Volveremos a ver su influencia directa en los primeros años del siglo XVII, en el proyecto para levantar un muelle en la bahía norte de la plaza de Ceuta, que seguirá las mismas pautas de infraestructura constructivo-táctica a la diseñada por él en los puertos de Cádiz, Gibraltar y Málaga.

Hemos visto dos de los elementos básicos del sistema abaluartado moderno, la arquitectura y los ingenieros, y cómo la acción de ambos se tradujeron en la plaza de Ceuta. Nos queda por analizar un tercer elemento fundamental, el sistema artillado, sin el cual la fortificación moderna no tendría razón de ser. Efectivamente, la fortificación medieval, también llamada antigua, buscó el relieve y la dominación como elementos básicos tácticos. Ahora, la incorporación de la pólvora nos llevará a una revolución en el arte de la guerra, cambiando el sistema de las fortalezas, al utilizar de forma definitiva dicho material explosivo. Junto a esta innovación artillera, tenemos que añadir otros factores, como la lucha de Francia contra la Casa de Austria y la defensa de la cristiandad contra el turco, que produjeron una modernización general del armamento, repercutiendo directamente en la nueva disposición de las defensas militares, que ahora se harán más anchas y menos altas para resistir mejor el embate artillero, así como la aparición del baluarte. Así pues, el uso de la pólvora delimitó a la fortificación medieval de la renacentista, cambiando esencialmente los sistemas poliorcéticos, tanto para atacantes como para defensores, y por ello fue obligado que los ingenieros calculasen el máximo de incidencias, para que en caso de sitio terrestre o naval se lograse una regular y mejor defensa.

No hay duda de que la fortificación y la artillería fueron desde sus inicios ciencias que, aunque opuestas por sus fines, tuvieron una conexión manifiesta, pues los progresos o atrasos de una deprimieron o exaltaron a la otra. La artillería, inventada para oponerse a la fortificación, facilitó a ésta la mejor manera de defender sus obras: los más robustos baluartes serían, en poco tiempo, un cúmulo de ruinas si no fuesen defendidos del enemigo por un recio sistema artillado. La aplicación de la pólvora hizo surgir la artillería, y ésta obligó a un conocimiento que, de modo empírico, desembocó en verdadera ciencia, llevándonos a un tiempo nuevo, el Renacimiento. Además de a la artillería, la ingeniería militar estuvo íntimamente ligada a la infantería y a la arquitectura, puesto que si su tarea primordial fue la mejor defensa del territorio patrio, no debemos olvidar que fue asumiendo también otras tareas vinculantes, como la creación de ingenios y armas, proyectos arquitectónicos y urbanísticos civiles y religiosos, levantamientos cartográficos, trasvases hídricos, etc.

De todas formas, la vinculación del ingeniero y del artillero, desde la aparición de la pirobalística, así como la delimitación de sus funciones, fue muy difícil, ya que el Cuerpo de Artillería asumió la evolución progresiva de las armas, los ingenios o máquinas de guerra, las municiones, los pertrechos, las minas, y en suma todo el material de guerra, así como su fundición y almacenamiento en las Maestranzas. Pero aquí no acabaron sus amplias competencias, puesto que manejaba, dirigía y ejecutaba las obras en los sitios, tenía a su cargo todos los aspectos necesarios para el arte de proyectar, trazaba fortificaciones y puentes, y demás actividades relacionadas con el arte arquitectónico (Becerril, 1894). Estos tiempos nuevos, con todos los cambios que he enumerado, no fueron bien asimilados por algunos, que como don Quijote no paraba de repetir las maldiciones que Luís Ariostolanzaba en su obra “Orlando furioso” contra la invención y el inventor de la artillería:

“... Bien hayan, aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con lo cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina”.

Las nuevas armas provocaron una respuesta defensiva más eficaz en las fortificaciones, pasando a ser centro de atención prioritario para los grandes arquitectos-ingenieros europeos. Toda la evolución de la técnica poliorcética se supeditó al desarrollo de la artillería, llegándose a que a ésta solamente se la podría vencer por el correcto trazado de las defensas. Al mismo tiempo, la artillería significó, para las nuevas monarquías renacentistas la garantía de su máximo poder, la última “ratio regis” ante el resto de las potencias mundiales. Tomada en este sentido de medio expeditivo, la artillería se vio obligada desde sus inicios a estudiar el máximo de sus posibilidades, modos de empleo, procedimientos de fundición y aleación, variedad de modelos, balística, etc; al igual que doctrinas teóricas que trataron de encauzar su uso dentro de la táctica militar. Entre los numerosos tratados artilleros del siglo XVI, destacó el fechado en 1592 de Luís Collado, “Plática manual de artillería”, que incluía estudios sobre balística que llegaron a influir en los orígenes de la dinámica moderna; e igualmente el tratado de 1590 de Diego de Álava, titulado “Tratado de artillería”. Con todo ello, muchos encontrarán en la modernidad representada por la artillería una forma de contribuir a la demanda solicitada por el poder real establecido, para defender mejor sus reinos, puertos y ciudades, frente a los intereses particulares nobiliarios de tiempos pasados.

La primera referencia histórica sobre la organización artillera en la plaza de Ceuta (Arántegui, 1891) corresponde al período de 1525-1540, en que dicha plaza contaba con un capitán de artilleros que dirigía una compañía de cuarenta y cinco a 50 hombres, dando por hecho el pensamiento del historiador Braudel de que la artillería era la fuerza, la razón de ser de las fortalezas africanas. En dicha plaza, se utilizó la artillería para defenderse de los atacantes, así como para contraatacar en las frecuentes salidas al Campo Exterior. Los sitios continuos a la plaza, tanto marítimos como terrestres, impusieron muy pronto el uso artillero a atacantes y defensores.

Como ya vimos al estudiar las fortificaciones de la plaza, según el proyecto colegiado Arruda-De Rávena de 1541, se fijó el sistema artillado en el mismo, colocando dos troneras abocinadas en cada tercio de la Muralla Real, dos troneras abocinadas y enmarcadas con arco carpanel en cada una de las bóvedas de cada uno de los dos baluartes, para disparar, a resguardo de sus orejones, a cada una de las bahías; dos troneras en el piso del Foso inundado a resguardo de sus casamatas, tres troneras en la Barbacana, y dos troneras en el lienzo antiguo de la bahía norte. Para el resguardo efectivo de estas troneras también se utilizó el arco rebajado amplio o escarzano, con derrama inferior para aumentar el ángulo de tiro. La Torre de Hércules se usó como polvorín. Aún así, el artillado de la plaza no debió ser brillante en la década de 1540, a juzgar por los datos registrados documentalmente: la organización artillera mantuvo en Ceuta, entre 1540 y 1555, a una compañía compuesta por un capitán; dos, tres o cuatro tenientes; ocho, doce o dieciséis cabos; dieciséis, veinticuatro o treinta gentiles-hombres; y cincuenta, cien o ciento cincuenta artilleros. Bastante era ya que se atendiera a las amenazas enemigas acudiendo con los pocos recursos disponibles, y al mismo tiempo realizar las obras del nuevo Frente de Tierra y obras avanzadas del Campo Exterior, desde donde se iniciaban siempre las cabalgadas y ataques navales.

En 1550, con Pedro de Meneses como gobernador local, mandó el rey portugués Juan III al veedor-visitador de Hacienda, Ruy Gomes, a la plaza de Ceuta, para que registrase en sus libros de cuentas la relación pormenorizada de la Artillería, personal, armas y municiones necesarias para regular defensa. Igualmente, dicho representante real dio cuenta de la artillería conveniente para la ciudad, situando en la casamata del cabo pequeño del Albacar a dos camellos, tres halcones y una pedrera, y en la estancia de encima se pondrían dos leones de seis libras de pólvora cada uno. También dispuso que, en la casamata próxima a la Puerta del Baluarte del Torreón, se situasen una pedrera y un halcón; que en la casamata de la banda de la torre se pusiesen dos camellos y dos halcones, que en el caballero de dicho baluarte se situasen cuatro piezas gruesas, dos águilas y un león; que en los travesaños del camino de ronda del citado baluarte se pusiesen dos leones y dos camellos en el travesaño que defendía la fachada contra el Baluarte de Tetuán. En la casamata de los travesaños inferiores del Baluarte de Tetuán se dispondrían tres camellos, y en la puerta del mismo dos camellos y dos águilas, mirando hacia el mar.

En la Torre mariní del Alcaide, también llamada Torre de la Mora o de las Cinco Esquinas, se ubicarían dos leones. En la Coracha Sur o de Santa Ana se situarían dos camellos y dos halcones, y en su punto de unión con el baluarte, dos águilas. En la Puerta de la Almina, en los lugares elegidos a propósito por el capitán, se pondrían cuatro camellos, dos águilas y ocho leones. En los paños de la Muralla Real debían colocarse un total de veinte piezas.

Del documento analizado, se extraen notas significativas, como que aún se simultaneaba en dicha etapa en la plaza de Ceuta la neurobalística, con el uso de lanzas, picas, chuzos y ballestas; con la pirobalística, a base de bombas, ingenios de pólvora, esperas, camellos, halcones, leones, águilas, pedreras y arcabuces. Y siguiendo la clasificación de Almirante (1876), relativa a la artillería de hierro forjado de los siglos XIV y XV, momento en que la pirobalística desplazó a la neurobalística; podemos significar que a mediados del siglo XVI se usaba en la plaza ceutí una artillería ciertamente obsoleta, puesto que la que correspondía por cronología era ya la de bronce. Por otra parte, se llegó a tal nivel de producción artillera, sin que existiera ninguna ordenanza al respecto, que se llegó a crear auténticos problemas de municionamiento.

Poco a poco fueron modificándose las estructuras del personal disponible en la guarnición de la plaza, en favor de la una mayor y mejor dotación artillera. Por ello, creemos significativa la actuación del gobernador local, Diego López Afranca, que en 1575 formó una compañía de refuerzo a la que mandaba Duarte Méndez de Vasconcelos o “Bandera Vieja”, armada de lanzas y ballestas. Desde este momento se llamaría “Bandera Nueva”, con la introducción de diez escopeteros de a caballo. El también gobernador local Manuel de Meneses, en los primeros meses de 1577 aumentó la caballería con catorce escopeteros. Por lo mismo, de los diecisiete atalayas o vigías del Regimiento antiguo, reformó a diez, y con su mantenimiento aumentó a doce los caballeros de lanza, con lo que completó el número real hasta 66, y fue extinguiendo poco a poco el de ballesteros.

Más adelante, en 1581, el capitán Juan Venegas Quijada remitió al rey Felipe II una relación de artillería, municiones y otros pertrechos de guerra. Se trataba de un listado de piezas grandes y pequeñas existentes en Ceuta, así como su ubicación en el sistema defensivo19 . Empezando por el Mirador, se contaba con siete piezas, dos esperas de distinto calibre, dos versos y tres leones. En el Caballero de la Herrería Vieja habían un león y una espera. En el Baluarte del Torreón se contaba con once piezas: dos águilas de distinto calibre, tres camellos del mismo calibre, una espera, dos mediaesperas iguales, un verso, un falcón pedrero y otro de dado. En la cortina entre los baluartes, es decir, la Muralla Real, se contabilizaban trece piezas: doce falcones iguales de dado y un falcón pedrero. En el Baluarte de la Coracha sur, había un total de nueve piezas: un pedrero, cinco esperas iguales, un falcón de dado, un camello y una sierpe. En la Coracha eran ocho las piezas: una espera, dos falcones iguales y uno desigual y cuatro versos. Sobre la Puerta del Sillero estaban situadas: una espera y tres versos, y sobre la Cortina de la Banda Sur se contabilizaban hasta nueve piezas, con ocho falcones diferentes y un pedrero. En el Pinedo había tres piezas, una sierpe y dos leones. Igualmente, en el Baluarte de la Puerta Vieja existían diez piezas: cuatro esperas iguales y seis versos; y en el Caballero de San Pedro (perteneciente al baluarte situado en la Muralla de la Bahía Norte) hasta la Almina había un total de cuatro piezas: un pedrero y tres versos. En resumen, en todo el recinto fortificado de Ceuta habían 75 piezas grandes y chicas, entre las que se contaban quince gruesas sentidas y reventadas, de 543 quintales de bronce. Se necesitaban treinta piezas más para las plataformas de las dos cortinas que se debían hacer y el Caballero próximo al Mirador, así como para los otros dos caballeros que se debían levantar en la Muralla Real.

Deberían traerse, sin excusa, otros cuatro cañones reforzados para contrabatir a un tiempo, cuatro culebrinas para alcanzar por mar y por tierra, cuatro medias culebrinas para el mismo efecto, algunos arcabuces porque no los había, y veinticuatro mosqueteros con 50 mosquetes, para tener a raya a los musulmanes que tiraban sobre la plaza con sus espingardas, haciendo mucho daño desde lejos a los soldados ceutíes, sin que pudieran ser ofendidos por la arcabucería ordinaria. Se precisaban también un total de cuarenta cámaras de hierro o bronce para los falcones y los versos, además de los presentes en plaza, ya que este género artillero siempre debía contar con sus respectivas cámaras. Las cajas y ruedas del tren de artillería eran de roble, y las ruedas enteras y sin herrar durarían doce años más si se embreasen una vez al año, por lo que era fundamental que cada pieza tuviera su reparo respectivo. Para ello, era preciso proveerse de 100 vigas dobladas de roble gallego, 1500 pernetes, 300 clavos de estoa y dos docenas de tapas de guarniciones. Además, se contaba en la plaza con una Maestranza o Casa-munición, que haría lo necesario para toda la artillería.

El capitán Venegas solicitaba también la venida a Ceuta de un buen artillero, que instruyese a los demás, pues él no los consideraba por muy prácticos. Otro recurso demandado era la provisión de cuatro campanas20 , dos para poner en sendos baluartes del Frente de Tierra, y las otras dos para la Muralla de la Almina, para que cuando se tocasen de noche, se oyera con rapidez la llegada de enemigos. De igual modo, en dicho documento encontramos la mayoría de las municiones y pertrechos artilleros reales que había en la plaza de Ceuta. Valoraba Venegas que resultaba fundamental que ésta se proveyera de otros materiales que se deberían guardar en el almacén y, al mismo tiempo, sirviesen en las obras que se hubiesen de hacer.

La visita que hizo también a la plaza de Ceuta el juez-veedor Jorge Seco por orden de la corona portuguesa, nos permite profundizar más en su estado artillero. Encontró que en todos los baluartes había un total de veintisiete piezas de artillería pesada, de las cuales dos estaban reventadas, de modo que no podían hacer descargas perfectas. Asimismo, detalló treinta y siete piezas de artillería menuda y, por información de los oficiales artilleros y del condestable, se sabía que, además de la artillería pesada y ligera, en su mayoría reventadas y casi inservibles, se precisaban treinta y dos piezas pesadas y veintiocho ligeras, para que los muros estuviesen provistos convenientemente para la seguridad de la ciudad. Según Seco, el almojarife tendría cuidado de mandar serrar tablajes de madera de pino bueno para esta ciudad, y mandaría hacer mantas para todas las piezas grandes que se hallasen en los muros y baluartes, que se colocarían por encima para guarnecerlas del sol y la lluvia. Al condestable y bombarderos les mandó que cumplieran todas las normas del reglamento, obedeciendo al almojarife en los asuntos que aquél expresaba, y en caso de no cumplirlos, el citado almojarife procedería contra ellos como le pareciese más justo. Éste debería cuidar también de poner guarda y vigía en las puertas de los muros y baluartes, dando a menudo cuenta y recaudo al Capitán General de la Artillería.

En 1586, en un memorial dirigido por Mendo Rodríguez de Ledesma al rey Felipe II se expresaba, por parte del gobernador, Gil Annes da Costa, el intento de remediar la situación la plaza, en lo que a sus fortificaciones y artillería se refería. Éste indicaba la grandísima falta de artillería, porque había dieciséis piezas rotas y muy pocas eran servibles, de manera que en caso necesario no había artillería ni encabalgamientos que valiesen. Convenía, según él, que el rey mandase remediar este flaco estado de la plaza, pues faltaban muchos artilleros y, los existentes, ni eran prácticos en la materia, ni tenían experiencia, ni nunca aprendieron el arte. Había también falta de pelotería, cuerda de arcabuz, artificios de fuego, palas, azadas, espuertas, madera y otras cosas necesarias en una fortaleza. Ledesma daba cuenta, igualmente, de la falta de buenos soldados en la plaza, porque la guardia de las murallas se hacía con poco cuidado, y tampoco se ponían guardias en los almacenes de pólvora, con el consiguiente peligro que suponía el que pudieran clavar la artillería los marroquies cautivos y judíos que se encontraban de ordinario intramuros.

IV-Representación, disposición e imagen de la plaza de Ceuta durante el siglo XVI

El siglo XVI representó el paso del orden medieval o antiguo al moderno o renacentista. La organización de cualquier ciudad pasó a ser considerada como si de un arte se tratara, más aún a causa del arte de la guerra. Esto se reflejó en auténticos procesos de cambios reales en los equilibrios de los Estados, en los poderes políticos y en los diferentes modos de entender el urbanismo. El modo de organizar la ciudad será a partir de la creación o recomposición de las nuevas necesidades políticas impuestas por la monarquía, estratégicas, militares, religiosas y comerciales. En la primera mitad de ese siglo, la tecnología militar realizará intervenciones urbanísticas con aires de modernidad, ante las exigencias de actualizar las defensas urbanas del periodo anterior. La arquitectura e ingeniería militares llegarían a ser, en poco tiempo, el factor básico de la construcción y urbanización.

La mentalidad política cambió con los nuevos aires de las fortificaciones abaluartadas. Ahora lo importante era poder disponer de ciudades estratégicamente importantes para poderlas reconvertir en herméticas plazas-fuertes. Ceuta, llave del Estrecho, disponía de murallas meriníes con una clara función defensiva y de delimitación de sus actividades urbanas, y sufrirá gradualmente esa transformación, completándose en las siguientes centurias. De este modo, el poder político se subordinó al militar, permitiéndose así la destrucción de barrios o zonas periféricas, y poder levantar aquí nuevas defensas y ciudadelas. Esta circunstancia ha sido analizada ya en páginas anteriores, al estudiar el proyecto colegiado de los ingenieros Arruda-De Rávena en 1541, sobre todo en el nuevo diseño del Frente de Tierra y el enclave estratégico del istmo ceutí. A partir de esta actuación, las reestructuraciones urbanas de carácter civil representaron un porcentaje secundario en el total de las nuevas obras.

Si bien desde la conquista portuguesa se mantuvieron edificios civiles y religiosos, la realidad fue que desde el siglo XVI se empezará a notar nuevas inversiones en esa arquitectura, potenciada por el empuje contrarreformista, que también quedará reflejado en la simbología religiosa de las fortificaciones locales. Recordemos que desde la construcción de fortalezas “a lo antiguo”, es decir, desde el medievo, se buscó analogía con elementos cristianos como la cruz y el amor de la Virgen. En el caso de Ceuta, se designaron distintos enclaves poliorcéticos con nombres de santos y santas, como San Amaro, primer obispo de la ciudad; Santa Catalina, San Jacobo, San Antonio, San Pedro, etc. Más intensamente se apreció este afán por proteger a la ciudad con baluartes cristianizadores, frente al enemigo musulmán, desde que Ceuta pasó a formar parte del Estado español en 1580, con ejemplos claros como San Sebastián, San Luís, San Simón, Santa María, etc; tomando como marco de referencia los pasajes bíblicos en los que se manifiestan conceptos claves del Nuevo Testamento, agudizándose aún más esta tendencia en los siglos XVII y XVIII. Incluso este afán cristiano por propagar la fe y su sentido de protección ante el infiel musulmán, quedaron plasmados en la plaza de Ceuta a través de placas conmemorativas y dedicatorias a los santos tutelares, que llegaron a situarse estratégicamente en los lienzos de murallas y flancos de los diferentes baluartes, o acompañando a las diferentes puertas de acceso a los mismos.

Esta modernidad aportada por la poliorcética creemos que se transfirió sobre la ordenación urbana, iniciando un proceso de actualización de las estructuras ciudadanas, y afectando igualmente a las estructuras sociales y económicas. Ello supondrá la acción monopolizadora de los ingenieros militares, que, partiendo de la nueva tecnología abaluartada y de la revolución impuesta por las armas de fuego, impondrán la regularización y la simetría a las distintas partes de la ciudad y cambiarán valores, estructuras y referencias arquitectónicas de periodos anteriores.

Desde mediados del siglo XVI, con la aparición de la imprenta quedó la palabra como valor complementario en los libros ilustrados y colecciones de grabados. Con su aparición, se cubrió la necesidad de reproducir los dibujos renacentistas y la de extender la cultura a un público más extenso. Estas nuevas expectativas, según Sánz (1990), ante la demanda de publicar imágenes, llevó a ampliar la realización de dibujos pensados específicamente para ser impresos. Con el tiempo, las tablas de madera tallada dieron paso a los grabados en planchas metálicas, lo que facilitó no sólo hacer varias series del mismo original, sino también modificar éste entre serie y serie, de modo que hubiera estampas más o menos elaboradas. En el grabado renacentista la ciudad formaba un cuadro prospéctico equilibrado, en el que las murallas que la circundaban constituían el primer marco poliorcético, y donde el espacio geográfico quedaba como un espacio contorneado por un dibujo esquemático y limitado, con asiduidad, por algún artificio gráfico que solía aparecer en recuadros ideales.

La técnica para representar las ciudades, perfeccionada en la primera mitad del siglo XVI, condujo, desde mediados del mismo, a una diversidad más amplia, llegándose con las colecciones de grabados a representar tanto capitales, como pequeños núcleos urbanos. El progreso de la Geografía favoreció las representaciones cartográficas y las vistas de ciudades. En toda esa centuria, la representación planimétrica seguía estando subordinada a las vistas panorámicas y a los perfiles urbanos, siendo lo más frecuente las vistas a vuelo de pájaro, por exigencias militares, políticas o urbanísticas, pero que no mostraban un carácter expresivo, sino que eran tan sólo apuntes con una finalidad mnemónica o documental, instrumentos de estudios y formación, sin pretender ninguna autonomía figurativa. Los horizontes de Europa se iban expandiendo, y ello fue un proceso confirmado gracias al éxito de los tratados geográficos. En los comienzos de la planimetría urbana, nos encontramos con la colección de imágenes de ciudades modernas a base de grabados del “Liber Chronicarum”, de H. Schedel, del año 1493; así como la “Cosmographía Universalis” de S. Münster, del año 1550, y el “Theatrum” de Ortelius. De ellas partirán los futuros levantamientos de planos de las colecciones impresas, y especialmente de la colección “De civitates orbis terrarum” de Braun y Hogenberg de 1572.

Debemos recordar que durante la visita del rey Felipe II a los Países Bajos en 1556 nombró a Jacobo Van Deventer geógrafo real, encomendándole en 1559 un extenso estudio geográfico de las plazas flamencas. El total de planos realizados alcanzó más de 250, siendo panoramas a vista de pájaro con fines administrativos y militares. Se percata en todo ello el interés filipino por la geografía científica, así como el atesoramiento de descripciones exactas de sus dominios. Entre los años 1562 y 1570, el pintor flamenco Anton Van Den Wyngaerde recibió por parte del monarca español el encargo de realizar un inventario pictórico de 62 vistas de los pueblos y ciudades más importantes de España. La importancia histórica de estas vistas se debe en gran parte a su preocupación por la exactitud topográfica, que quedó patente al compararlas con las vistas de ciudades españolas más conocidas, hechas por Jorge Hoefnagel, reproducidas en la “Civitates Orbis Terrarum” de 1572, y que claramente debió ejercer sobre estas últimas directa influencia. Ésta fue la primera colección de grabados dedicada exclusivamente a las principales ciudades del mundo, siendo su calidad y técnica bastante desiguales, pero en ellos lo que más nos debe interesar es que fueron imágenes autónomas, ideales, capaces de revelar la situación de las ciudades contemporáneas. Su destino era un público culto, capaz de conocer y viajar, pero al propio tiempo, estos grabados asumían fines de propaganda política, de consolidación real de un territorio, y de representación gráfica del sistema defensivo de una ciudad.

Las representaciones cartográficas con fines militares alternarán con la catalogación científica de la ciudades, plasmándose con mayor exactitud los esquemas urbanos heredados del medievo, junto con las obras nuevas de defensa (Rosenau, 1961). Esta cartografía “a lo moderno” reflejaba la deformación ideal hacia una geometría del espacio, de aquí que dicha actitud idealista entrase en conflicto con la exactitud de los estudios topográficos (Sica, 1977).

La primera imagen de la plaza de Ceuta que he localizado corresponde a un grabado de la Biblioteca Nacional de Madrid, anónimo y sin fecha, aunque deducimos por detalles del mismo que debió corresponder al siglo XVI, llevaba por título “Vista de Ceuta mirada por la parte de África” (Fig. 15). Es una panorámica frontal a vista de pájaro, de sur a norte, en la que se detallan en leyenda hasta dieciocho puntos bien definidos orográfica y

poliorcéticamente, como el Monte Hacho, el puerto, la linterna, la Puerta de la Almina, las galeras, la estacada, el campamento de los moros, el serrallo de los enemigos, Ceuta la Vieja, San Antonio, el cuartel nuevo, San Roque, Algeciras, el Peñón de Gibraltar, el Estrecho, las lanchas cañoneras que acosaban al enemigo y la Sierra de Bullones.

Se trata de un grabado completo por sus contenidos y por la técnica empleada para su realización. La orografía está bien perfilada, situando correctamente elementos dispares como la península de la Almina, las estribaciones de Yebel Musa y sierras colindantes del Campo Exterior, el istmo central, las bandas costeras norte y sur, la punta del Morro de la Viña y los acantilados del Chorrillo. De igual modo, quedan también bien reflejados puntos cercanos de la costa peninsular española del otro lado del Estrecho. Si bien los dibujos esquemáticos del grabado guardan relación con una acertada situación tanto de personas como de elementos estáticos, no es menos cierto que el recurso técnico de la perspectiva jerárquica se aplica aquí para subrayar la importancia estratégica de la ciudad, puesto que todo lo relativo al “teatro de la guerra” del momento está representado con un canon mayor que el correspondiente al estamento civil. Así pues, los soldados, tanto locales como enemigos, quedaron representados a mayor proporción que las propias fortificaciones y resto de edificios de la ciudad.

Igualmente, viendo la leyenda, apreciamos que lo que debía interesar al espectador era la información coyuntural de una ciudad cerrada por el estamento militar a todo intento de conquista por parte de las fuerzas enemigas. El autor reflejaba la actividad cotidiana de la ciudad en los ataques combinados por tierra y mar, la confrontación de un bando y otro desde la zona continental, las obras avanzadas, las fortificaciones realizadas hasta ese momento, e incluso se aprecian ataques artilleros enemigos con sus largos fusiles y espingardas y los propios desde los enclaves artilleros terrestres del Frente de Tierra y navales que, para dar mayor verismo a la vista, quedaron fijados en la imagen siguiendo la trayectoria balística con líneas de puntos. El puesto exterior a modo de campamento o serrallo de los enemigos constaba de tiendas para los soldados y una casa para el jeque o sherif. Distaba de la plaza una legua y próximo a dicha dominación enemiga había un morabito, que aparece en el grabado al norte del campamento, donde yacía enterrado un santón al que rendían mucha adoración. Tengamos en cuenta que, desde la conquista de la plaza en el siglo XV, eran frecuentes las surtidas de soldados y jinetes de escolta para recoger leña, heno, ganados y sementeras en el Campo Exterior o de Berbería, llegándose a repetidos enfrentamientos con los fronterizos y jeques de Sierra Cimera.

Como vimos en su momento, antes de que De Rávena y Arruda realizaran el proyecto de dotar a la plaza de un sistema de fortificación abaluartada, los portugueses locales contaban con débiles muros y limitada guarnición, ya que estaban más atentos a inquietar a sus vecinos con surtidas y cabalgadas que a cautelarse de ellos, pues ante su proyección ultramarina y dominio oriental, despreciaban su propia morada. El cambio operado bajo el gobernador Alfonso de Noroña desde 1540 queda corroborado perfectamente en este grabado, apareciendo incluso culminadas en estos momentos toda la Muralla Norte y la que circunvalaba el recinto de la ciudad. En la imagen lo urbanístico cuenta poco, pues el caserío aparece abigarrado en el istmo, sin delimitación de calles, ensanches, plazas, etc;circundado de murallas, quedando disperso hacia la península de la Almina, que sólo se ve coronado por la Ciudadela del Monte Hacho, casas aisladas, pequeños caminos vecinales, caminos reales y paseos de ronda. Lo rural aparece más desarrollado en dicha península, con árboles aislados desde la Puerta de la Almina y parcelas cultivadas en las faldas de dicha montaña.

Desde el momento en que la empresa lusa de avanzar tierra marroquí adentro se frenó, la plaza de Ceuta se vio reducida a ser un enclave constantemente amenazado y asediado por los pueblos vecinos musulmanes. Se cifró con ello la seguridad como el bien mejor atesorado por los locales, y para conservarlo se dispusieron sus fortificaciones, entendiendo la zona ístmica como la más débil y reforzándola a costa de reducir el perímetro urbano, sacrificando en buena medida la península de la Almina, que quedó como zona residual más ruralizada y desde la que se podría, en una situación conflictiva dada, contragolpear al enemigo por ser la retaguardia más segura.

El grabado no sitúa el entramado de obras avanzadas a base de fachos y caminos cubiertos o trincheras hechos de tapial, que por cronología debían aparecer. Sí aparece la estacada que iba de una banda costera a otra, así como las galeras, que entendemos como obra militar a modo de cobertizos de madera, dotados de pequeña torre-vigía, y que supondrían un primer freno a la avanzada enemiga por delante de la citada estacada. Siendo valorado el presidio luso como “couto de homiziados o degradados”, muchos de éstos cumplieron su condena trabajando en las defensas ceutíes, a modo de “forçados de galeras”, del que creemos parece derivar el término que ahora estudiamos. Igualmente, sitúa el autor una linterna a la entrada del Foso semiseco de la Almina, cuyos antecedentes fueron las torres costeras mariníes dotadas de ahumadas para orientar a las embarcaciones y dar aviso de ataques navales a la ciudad.

Las vistas de ciudades españolas hechas por Jorge Hoefnagel, reproducidas en las “Civitates Orbis Terrarum” de 1572 de Hogenberg y Braun, reflejan la influencia de Antón Van Den Wyngaerde, motivando en aquél su finalidad científica y política-militar y entendiendo estos dibujos como fuente inestimable para el estudio topográfico y de la Historia de la Arquitectura. Las ciudades españolas del primero fueron la más perfecta expresión de lo que en su tiempo eran los grabados de paisajes urbanos, tratando las vistas urbanas como escenografías paisajísticas, subordinando frecuentemente los detalles al conjunto, e insertando en los primeros planos incidentes ilustradores de las costumbres locales o episodios de especial relevancia. En el caso del grabado de Ceuta que a continuación estudiamos, se trataría, por ejemplo, de la información dada del lugar por donde desembarcaron y entraron los primeros portugueses a la fortaleza en 1415. El grabado al que hacemos referencia lleva tarjeta identificativa en su parte superior, con el nombre de Septa, con texto explicativo en latín en su parte inferior. Incluye también cinco latinismos en la misma imagen, a modo identificativo y aclaratorio de los puntos más destacados de la ciudad. En primer lugar, se indica el Puerto de San Amaro, lugar por donde desembarcaron y por cuya puerta entraron los portugueses a la plaza. También quedan ubicadas la Catedral, llamada aquí Templo Mayor; San Jacobo, Capilla de Santiago o Convento de los Trinitarios; el Frente de Tierra o Castrum, y Santa Catarina o Catalina en la península de la Almina (Fig. 16).

El contorno de la ciudad quedó bien perfilado. Se representó con una panorámica a vista de pájaro visualizada desde la Bahía Norte a la Sur, detallándose en esta ocasión un tramo de costa marroquí mediterránea. La plaza se nos muestra más hermética que nunca, si cabe, rodeada por murallones de raigambre todavía islámicos, un Frente de Tierra que conserva la estructura mariní y donde no se aprecia aún la fortificación moderna abaluartada; con dos ciudadelas, la del Monte Hacho y la del Afrag, en inmejorables condiciones defensivas; con algunos lienzos manifiestamente deteriorados y torres-almenaras en la zona continental a modo de obras avanzadas frente al enemigo fronterizo, próximas a una estacada bien perfilada. Quedó delimitado el centro neurálgico de la plaza, en el istmo, donde se situó el mayor contingente de caseríos, mientras en el resto de la ciudad predominaba la ruralización con caseríos aislados.

El hinterland quedó bien representado, dibujándose numerosos puntos poliorcéticos enemigos, como una torre en ruinas en la actual defensa de Condesa o Castillo de Metene. También la Torre-Atalaya del Negrao o Negrón en la restinga marroquí y dos pequeños cabos rocosos con una torre en cada uno de ellos, que se corresponden con los actuales Castillejos y Restinga. Aunque no se situó la plaza de Tetuán, una de las más fuertes del reino de Fez, distante siete leguas de la de Ceuta, debemos considerar que aquélla sufrió repetidos ataques por parte de los portugueses ceutíes e incluso los andaluces, que aprovechaban el fuerte existente en la desembocadura de Río Martil y Castillejos para trasladar allí la infantería en barcos, para después intentar incendiar y destruir las embarcaciones que se guarnecían en el río Wad Ras.

En Tetuán se organizaba una pequeña flota pirata, a la vez que servía de punto de apoyo para las flotas del Peñón de Vélez de la Gomera y las turcas. Esta tupida red pirática dificultaba las relaciones y el abastecimiento de las plazas portuguesas del norte de África, al mismo tiempo que asolaba los pueblos andaluces costeros, obligando a lo largo de este siglo XVI, como ya vimos, a los reyes hispanos a desarrollar una extensa línea defensiva guardacostas en Andalucía y Levante. Fruto de estos enfrentamientos directos, fundamentalmente navales, es el alineamiento que aparece en el grabado de torres-vigía en el hinterland ceutí continental, que intentaba frenar el dominio corso de turcos berberiscos y tetuaníes sobre la plaza y el Estrecho (Gozalbes, 1979). Por todo ello, y debido a la larga línea del litoral ceutí, fue obligado mantener una pequeña flota encargada de evitar desembarcos enemigos, así como de mantener un servicio regular con los puertos andaluces próximos.

En el grabado el hábitat se redujo a un espacio muy limitado y, sin duda, en relación directa con el sistema defensivo. La desproporción entre los componentes geográficos y urbanísticos es palpable, al igual que la ausencia de perspectiva. La incidencia entre fortificación y artillería está también ausente. Se trataba de una vista de la ciudad donde la vigilia fue la nota predominante, mostrando un aspecto todavía medieval y sin intervenciones urbanísticas, todavía de carácter episódico y de matiz a lo moderno. Las vistas de esta colección de grabados presentaban fragmentos renacentistas en sintonía con tramas medievales, ya cristianas o musulmanas. Los cambios de funciones y modificaciones en las formas de vida de sus vecinos, en el caso de Ceuta y plazas fortificadas costeras, como Tánger, Arzila, Salé y Saffí,fue más aparente que real. Cambió la infraestructura poliorcética, pero el entramado social-urbano siguió dirigido por el estamento castrense. Las ordenanzas filipinas, al respecto, chocaban la mayoría de las veces con la realidad de sus plazas fuertes, que precisaban una estructura urbana cerrada y hermética que encorsetaba la malla urbana civil y religiosa, y donde el tirón de la teoría y práctica urbanísticas estaba en manos de sus ingenieros militares. Los reglamentos regios fueron eludidos en algunas ocasiones, como en el caso de impedir la construcción particular fuera de las cercas urbanas, y que en Ceuta se dio en el Arrabal de la Almina. Esto fue lógico, si tenemos en cuenta que dicho arrabal creció como zona que alivió el exceso demográfico ístmico y como lugar de protección ante los pertinaces sitios a que estaba frecuentemente sometida la ciudad. Por su configuración montañosa, fue un barrio de formación espontánea desde época islámica, basándose en la economía rural y en el que, al amparo de las murallas de la Ciudadela del Monte Hacho, se daba la producción hortícola, ganadera, lígnea y de mineral de construcción. Efectivamente, el aprovechamiento de sus gneiss habían servido, desde antaño, para construir los fosos, las murallas de su ciudadela, e incluso para los muros de mampostería de edificios.

El progreso urbano se dio en la plaza de Ceuta, en el siglo XVI, de oeste a este, mientras que el avance poliorcético fue en sentido contrario. De todos modos, veremos una serie de procesos evolutivos que irán marcando pautas a veces contrapuestas entre crecimiento-estancamiento, urbanización-ruralización, progreso-vida inercial, cambios permanentes-cambios coyunturales y ciudad cerrada-ciudad abierta.

Paralela a esta línea de difusión visual y gráfica estaba la de los tratadistas de arquitectura e ingeniería militar de la segunda mitad del siglo XVI, que ha sido estudiada por Guidoni y Marino (1985). Con la difusión de los tratados militares, urbanos y arquitectónicos, en los que apreciamos ya un estilo literario propio del estamento para el que iba dirigido, la imagen de la ciudad dejó de ser un mero añadido aclaratorio del texto, para convertirse en la protagonista del mensaje visual. En adelante, el tratado sería un conjunto, un manual o colección de imágenes proyectistas que podían ser usados y experimentados, sin necesidad de acudir al texto, verificándose la primacía de la imagen sobre la palabra escrita, sobre todo en aquellos sectores en los que el proyecto se convertía también en modelo a seguir por todos los ingenieros, gracias a la difusión de la imprenta. El texto pasó a tener una función deíctica, sirviendo para ilustrar los dibujos o láminas. Lo primero en una ciudad era resolver los problemas defensivos, surgiendo de forma completamente natural la división interna de los espacios públicos y privados. El proyecto interior no se abandonaba, pero sí se posponía y reducía a mero esquema, adecuándose para un mejor funcionamiento de la maquinaria militar, y sólo sería susceptible en un segundo plano al profundizar y perfeccionar el proyecto primitivo. En este siglo XVI, y aún en el siguiente, no habían deseos claros de proyectar sobre la ciudad unos programas urbanos que armonizaran con el entorno.

Del ingeniero militar Cristóbal de Rojas ya hemos hecho referencia y estudio de su actividad profesional en otras páginas. Lo que nos interesa ahora es su valoración como tratadista y la aplicación de sus conocimientos poliorcéticos en la plaza de Ceuta. Si bien no he localizado el proyecto y plano que realizó durante su visita a esta plaza en 1597, en uno de sus tratados de fortificación aparece un modelo de la plaza de Cádiz que mantiene estrecha relación, por su configuración geográfica-poliorcética con la ceutí (Fig. 17).

Señalaba De Rojas en dicho documento cómo la parte más fuerte de la ciudad era la ístmica, por ser estrecha y estar defendida por un robusto Frente de Tierra, y que la parte más débil era la más alejada de dicho frente, a su retaguardia, que contaba además con calas-desembarcaderos por donde el enemigo podría entrar con facilidad. Para ello, proponía De Rojas la construcción de un castillo-ciudadela en el tramo costero oriental, como punto fuerte de control de posibles desembarcos y lugar defensivo si llegara el caso de que el enemigo conquistara el resto de la plaza. Aunque la intención es la misma, puesto que en la plaza de Ceuta dicha ciudadela ya existía, su ubicación varía, estando esta última coronando el Monte Hacho y no en la costa. La novedad de De Rojas es manifiesta: hasta ahora no habíamos encontrado la intención de defender la ciudad en su totalidad, salvo en su Frente de Tierra del oeste. El autor busca ahora la salvaguarda del puerto y del resto de la costa, como elementos básicos de la defensa activa de la ciudad, no apreciándose este desarrollo teórico-práctico en Ceuta sino hasta los siglos XVII y XVIII. Daba por hecho el autor la realidad frecuente de ataques enemigos, tanto terrestres como marítimos, y destacaba lo importante que era acomodar la fortificación conforme al sitio, puesto que las irregularidades y desniveles existentes en las plazas así lo condicionaban. Y en este sentido, la investigadora Cámara (1988) señala cómo para los ingenieros era muy necesario el conocimiento del terreno en que se iba a edificar, manifestándose ello en los proyectos de fortificaciones de Spannochi para Cádiz,y señalándose también en los tratadistas importantes como Zanchi, Escalante y De Rojas.

Técnicamente, el dibujo ofrece las mismas imperfecciones y convencionalismos de los grabados ya estudiados: vista a vuelo de pájaro, desproporción, edificios en alzado y fortificaciones de frente, ausencia de perspectiva, ciudad reducida al recinto fortificado y edificios más importantes, etc. No hay planificación urbanística, y las construcciones civiles y religiosas se abigarraban sin planificación ni regularidad, delimitándose sólo con claridad las estructuras defensivas que contorneaban totalmente el recinto urbano, interesando poco el tramado urbano de calles, vías, plazas y ensanches. Se seguía supeditando lo que de bello podía tener el dibujo, a su utilidad militar; sin embargo, al ir acompañado de un texto en el que el autor exponía sus opiniones personales de lo que debía ser la fortificación ideal de la plaza, se estaban dando los pasos de lo que serían en la próxima centuria los proyectos de obras.

NOTAS:

1El geógrafo del siglo XV al-Ansari señalaba seis arrabales y cuatro fosos en la Ceuta medieval, dando mayores detalles de la estructuración urbana, con la interconexión de murallas y puertas, y dándonos una imagen más desarrollada de dicha ciudad.

2Las fortificaciones islámicas se podían clasificar en varios tipos: las grandes fortalezas, con grandes contingentes de tropas y que se situaban estratégicamente (en el caso de Ceuta fueron el Frente de Tierra y el Afrag); las fortalezas menores, situadas en altozanos, cruces y lugares religiosos, y enlazaban con las fortalezas del primer grupo, siendo aptas para albergar corta guarnición (en Ceuta se correspondían con la Qasba-Ciudade- la del Hacho, rábitas de la Almina y Alcazaba del Gobernador). Por último, estaban los castillos tácticos, que servían para prevenir, alertar, transmitir señales, vigilar las rutas y servían de enlace con los grupos anteriores. (En Ceuta contamos con la Torre-Homenaje de la Mora, las Torres-vigías del Valle y del Reloj, la Torre Albarrana de Hércules, y las de la Banda Norte, del Albacar y Frente Exterior).

3Los Arruda fueron una dinastía de arquitectos originarios de la región de Évora que, al menos durante tres generaciones, dirigieron y levantaron importantes obras. Francisco comenzó en 1498 el acueducto de la Amoreira en Elvas, a quince kilómetros de Badajoz. Levantó la Torre de Belén en 1515 y el acueducto de Aqua Prata en Évora. Acompañó a su hermano Diego en 1512 a fortificar las plazas de Azamor, Cafim y Mazagán.

4Miguel de Arruda trabajó para el rey Juan III como autor de obras renacentistas y con el cargo de “maestro de las fortificaciones allende el mar”. Por renuncia de Joao del Castillo, en 1532 ocupó el cargo de maestro mayor de todas las obras del cenobio del monasterio de Batalha. Construyó los palacios de Xábregas y de Salvaterra en 1557. Por encargo real, realizó obras de fortificación en África, diseñando las fortalezas de Mozambique. Parece ser que intervino en la catedral de Miranda do Douro y en su diseño interior.

5Entre los numerosos ingenieros que trabajaron para Carlos I estaban: Blasco de Garay, Salazar, Donato, Buoni, Tomás de Boné, Marco de Verona, Miguel Fermín, Pedro de Angulo, Miser Juan Renna, Pedro de Peso, Hernando de Quesada, Juan Vallejo Pacheco, Guevara, Alvar, Gómez el Zagal, Juan de Eguizábal, Villariche y Villafañe, Ascanio della Cornia, Sebastián S’Oya, Jacobo van Noye, Peter Frans y Daniel Especkle.

6 La relación de ingenieros que trabajaron durante el siglo XVI en España, siguiendo el orden cronológico de sus actuaciones fue el siguiente: Vianelli, Barasoaín, De Rávena, Perea, Peso, Juanelo Turriano, Quesada, Vallejo,Guevara, Ferramolino, Rubián, Furnín, Paduano Abianelo, Pizaño, Gonzaga, Calvi, Zurita, Tragón, Pachoti Cervellón, Reloggio, Ramoel, Baroqui, Fracés, Caloi, Villafañe, Fratín, familia Antonelli, Libadote, Amodeo, Guillisástegui, Escrivá, Setara, Aguilera, Treviño, Sitón, Espanochi, Esteliony, Locadelo, Campi, Salellas, Palearo Fratín, Sampere, Evangelista, Cairato, Rodríguez Moñiz, Zucareto, Seco, Quecia, Lanza, Arduino, Bono, Taula, Leonardo Turriano, Barsoto, De Rojas, Bartle y De Soto.

7 Para la obra se contó con un veedor, dos ingenieros, un escribano de la lista, dos apuntadores de los albañiles y pedreros, un apuntador de los arrieros, dos apuntadores de los servidores, un apuntador de los carreteros, herreros y carpinteros; un apuntador para la descarga de la cal, un apuntador-alguacil de las obras, veinte pedreros de albañilería y pedrería, un aparejador, dos criados del maestro de obras, cien servidores, quince arrieros, doce albañiles, diez carreteros, tres carpinteros y tres herreros. Asimismo, en el hospital existente en las obras se contó con un médico, un enfermero y dos mujeres lavanderas. Los ingenieros militares ganaban 300 reis diarios y al mes una fanega de trigo y casa pagada por el rey.

8Los cubos portugueses eran torres modernas del siglo XIV, llamadas “cubelos” o “torreaos” redondos ultrasemicirculares, es decir, unas torres redondas peraltadas que llegaron a ser la última forma ideal torreada durante el reinado de Manuel I, antes de la introducción del sistema abaluartado. Aunque en el documento estudiado se las asocia con el término baluarte, siendo su evolución lógica, no se correspondían funcionalmente.

9 La tabla de medidas utilizada por los ingenieros y sus equivalencias con el sistema métrico decimal fueron: una toesa (1,9 m.), una vara del Marco de Castilla (0,8 m.), un palmo de Castilla (0,21 m.), un pie de Castilla o de Rey (0,27 m.), una pulgada (0,23 m.), una línea (0,001 m.), una vara del Marco de Castilla equivalía a tres pies de Rey, un pie de Rey a doce pulgadas, y una pulgada equivalía a doce líneas.

10 Este espigón mantuvo esa disposición y finalidad hasta 1927, en que las obras portuarias modificaron su trazado, permaneciendo su cimentación bajo el agua. En noviembre de 1994, debido a las obras complementarias realizadas para poder ampliar el Parque Marítimo que por entonces se construía, se expolió, formando parte de una escollera y perdiéndose para siempre una estructura arquitectónica litoránea que llegó a tener un papel fundamental en el desarrollo de la actividad portuaria local.

11 Se correspondía con una explanada contigua a la iglesia de Nuestra Señora de África y a la Puerta de Santa María, y por tanto al Paseo actual de las Palmeras o antigua vía de la banda costera norte. Su utilidad en época portuguesa está confusa, pudiendo haber servido en todo caso de balcón adelantado hacia el Estrecho con el objetivo de divisar naves enemigas, más que de pequeño espacio ampliado para tránsito viario. De hecho, en dicho periodo estuvo fuertemente artillado con siete piezas.

12 Al aplicarse los primeros cañones sobre los muros de las fortalezas abaluartadas, se vio necesario cubrir los flancos y las puertas, y para ello el rebellín sencillo consistía en un ángulo saliente agudo para que sus caras fuesen defendidas por las de los baluartes. En el documento estudiado, se trataba de una obra ligera a modo de tambor, rediente o bonete, que más tarde se combinaría y agrandaría con las demás del moderno sistema abaluartado, denominándose entonces medias lunas.

13 La poliorcética renacentista abaluartada distinguía dos tipos de defensa: la estática y la dinámica. La primera incluía las fortificaciones, la orografía local y la artillería. La segunda, los cuerpos de Ejército y la tenencia de las llaves de la ciudad, que abrían las puertas de ingreso a la población local. Estas llaves deberían estar siempre en poder de una de las máximas autoridades militares, el almojarife, como encargado del depósito artillero y pertrechos militares, quien debía permanecer en el interior de la plaza durante la noche para poder acudir rápidamente a abrir las puertas, tanto para permitir la rápida salida de los soldados en caso de cabalga- da enemiga, como para que se pudiesen refugiar los vecinos que vivían o pernoctaban extramuros.

14 Aunque el tapial de calicanto era más propio de la fortificación islámica, también se empleó en edificios por parte de portugueses y españoles como elementos complementarios en el interior de la ciudad y como ramales, torres o “fachos” en las fortificaciones más adelantadas hacia la campiña enemiga, a modo de caminos y enclaves tácticos a cubierto, cuya frágil estructura sólo serviría para que avanzasen las líneas locales de defensa, dado que la mezcla compositiva de este tapial llevaba menos cal y más barro y guijarros.

15 El Consejo de Guerra se ocupó de las obras de fortificación durante la monarquía filipina. Un militar de graduación, capitán o maestre de campo, iba siempre acompañado de un ingeniero, encargándose aquél de la responsabilidad de la construcción, mientras que este último se encargaba de la estructura técnica y del dictamen de aprobación o rechazo de la edificación.

16 A algunos ingenieros, por conveniencia de sus servicios a Felipe II y al emperador, se les condecoró además con el título y sueldo de capitán ordinario, con 50.000 maravedíes de sueldo, sin que tuvieran que ejercer funciones a dicho cargo, y estando sólo reservado a militares prestigiosos de carrera o a personas de gloriosos servicios, con la única obligación de residir tres meses al año en la Corte.

17 Los ingenieros militares no tuvieron un sistema fijo de acceso a dicha profesión. El rey podía nombrarles en un principio, o darles atribuciones de tales mediante cédulas especiales, añadiéndoles gratificaciones para los trabajos y gastos de viaje (nombradas “ayudas de costa”). En otras ocasiones, se expedían y nombraban ingenieros mediante solicitudes que eran examinadas por el Consejo de Guerra y el Capitán General de Artillería, como órganos superiores rectores. A veces, podían ejercer como tales en España los que tenían acreditados sus conocimientos como ingenieros, o tenían título en los dominios hispanos de Italia y Flandes. Incluso se llegaron a reclutar ingenieros extranjeros por medio de los embajadores españoles, con idea de impedir a sus países de origen de la libre disposición de profesionales tan cualificados que podrían emplearse en su contra. El sistema vertical de acceso al título de ingeniero partía desde el ingeniero entretenido, el ayudante, el práctico en fortificación y artillería, el ingeniero-capitán ordinario, el ingeniero-capitán ad honorem; hasta el de ingeniero mayor-superintendente de fortificaciones.

18 La correspondencia tan frecuente entre ingenieros y el Consejo de Guerra aumentó enormemente la burocracia filipina. Para discutir los proyectos poliorcéticos eran llamados a la Corte, con el fin de darlos a conocer o a ampliarlos a dichos hombres de Estado. En dicha presentación eran muy frecuentes los diseños de fortalezas bajo proyectos dibujados, delimitándose en éstos una división del trabajo, ocupándose de la parte militar los ingenieros expertos, y de lo civil e interior urbano los arquitectos o maestros de cantería, ayudados por escultores que se ocupaban de las puertas, heráldica, placas conmemorativas, etc. Después de sesiones de intenso trabajo, los acuerdos redactados por el Consejo quedaban ilustrados en planos, cuyo depósito se confiaba a algún destacado ingeniero, como fue el caso de Espanochi y de Jerónimo de Soto.

19 A este respecto, Venegas no hacía sino acatar la instrucción filipina de 17 de mayo de 1572 dada a sus Capita- nes Generales de Artillería, entendiéndose como una ordenanza en la que se agrupaban la mayor parte de sus facultades: A) Debían visitar de ordinario personalmente las casas de munición de fronteras, islas y plazas, y la artillería, armas y municiones de ellas, acudiendo a los puntos más necesarios por orden real o del Consejo de Guerra, volviendo luego a la corte a informar de sus visitas, y trayendo relaciones de todo para que se proveyese lo conveniente. B) Deberían examinar en sus visitas si los efectos artilleros estaban clasificados y colocados adecuadamente, examinando los que necesitasen reparaciones. C) Que viesen si estaba completo el cureñaje y las guarniciones de tiro, las faltas de encabalgamientos y las de maderas, hierros y cordaje. D) Si las armas estaban limpias y servibles, y lo mismo con la munición y pólvora. E) Que reconociesen los libros de cargo y data de los mayordomos y, confrontados con las existencias, diesen parte de las faltas para mandar reponerlas. F) Examinar la pelotería conveniente para las piezas y clasificarlas por calibre y peso. G) Visitar a artilleros y operarios a sueldo para ver si eran de habilidad y preparación convenientes. H) Que las nóminas y libranzas del sueldo de los Capitanes Generales, tenientes, contadores, pagadores, mayordomos, ingenieros, oficiales y artilleros; las debía hacer el contador o su teniente, firmándolas debajo los Capitanes Generales, y pasándolas al secretario del Consejo de Guerra para que a su vez las firmase el rey. I) Les incumbía visitar las fortificaciones que se hiciesen por orden real, estando obligados a ello, sin que se les hubiese de dar otro salario ni recompensa alguna.

20 Desde siglos atrás, la Torre del Rebato o de Fez estuvo dotada de una campana. Durante el siglo XVI y primeros decenios del siglo siguiente, las costas meridionales andaluzas y norteafricanas sufrieron continuas incursiones turcas y berberiscas. Por ello, los ordinarios rebatos de dichos enemigos nos indican la frecuencia de sus ataques en Ceuta y Campo de Gibraltar, y lo acostumbradas que estaban las poblaciones de dichas fortalezas a defenderse en esta nueva guerra de frontera: Gibraltar como frontera marítima del sur peninsular y Ceuta de la orilla norteafricana.

Introducción
Cap.1
Cap.2
Cap.3