3 PARTE: FORTIFICACIONES MILITARES DE CEUTA EN EL SIGLO XVIII

I.- Significación histórico-militar de la plaza de Ceuta bajo el dominio borbónico

La política centralizadora de los Borbones reactivó la potencia militar de la plaza de Ceuta. Muerto el rey Carlos II, y reinante en España su sucesor Felipe V, la guerra de sucesión al trono hizo que se olvidara un poco la situación creada ya desde fines del siglo anterior con el sitio ismailita. Firmada la Paz de Utrecht y casado el Borbón con Isabel de Farnesio, la política de Alberoni nos llevó a empresas italianas y conflictos internacionales que provocaron su caída, volviendo a surgir por entonces el interés por la plaza de Ceuta, con el objetivo de levantar el asedio, y una vez con las manos libres en esa zona, asestar un golpe decisivo a Inglaterra en el Estrecho, ante el resurgimiento de las escuadras españolas por parte del primer ministro, Patiño, Ensenada y Campillo. En este sentido, España dominaría desde Gibraltar la entrada al Mediterráneo, y luego, apoyándose en Cerdeña, Sicilia y Nápoles, se apropiaría toda la cuenca occidental del citado mar, tomando de Francia los elementos materiales y humanos de los que ella carecía.

La toma de Gibraltar por la escuadra anglo-holandesa en 1704, ratificada con el Tratado de Utrecht de 1713, alteró las pretensiones españolas, obligando a crear una nueva frontera campogibraltareña, como fórmula de control militar de la zona ante los temores fundados de que los ingleses intentaran conquistar Ceuta y Málaga. En ambas plazas llegó a cuestionarse la reedificación y conservación de sus sistemas poliorcéticos, así como la puesta a punto de su potencial artillero, si el monarca Borbón no emprendía acciones resolutorias. Las sospechas se confirmaron el 7 de agosto de 1704, cuando el príncipe Jorge de Armestad y el almirante Rooke intentaron el desembarco de la escuadra angloholandesa en la plaza ceutí, aduciendo que no pretendían su rendición, sino impedir que ésta socorriese a la de Gibraltar, a lo que el gobernador local, el Marqués de Gironella, se opuso contundentemente:

“... mas lo que más admira y puede ser del agrado de S.M. es la respuesta que dio Zeuta a la Armada de la Liga, que estando a la vista de su Puerto, le envió a decir que se entregase al Señor Archiduque, que ya tenía por suyo a Gibraltar y mucha parte de España; a lo que respondió que no conocía más Rey que a S.M. y que a menos que no fuese desposeído totalmente de la Corona no rendiría a otro la obediencia”.

Igualmente, la conquista de Gibraltar supuso un foco de comercio fraudulento, sustituyendo ahora los barcos ingleses al corso marítimo de turcos, argelinos y tunecinos que había dominado la zona a lo largo de todo el siglo XVII y que ahora empezaría a declinar, manteniéndose en alta mar a costa de pequeñas embarcaciones que eran sorprendidas en el Mediterráneo y Canal del Estrecho. A este respecto, la fortificación de la costa de Cabo de Gata (Gil Albarracín, 1994) aseguraría la libre navegación por el Mediterráneo, cubriendo sus tierras inmediatas, y reforzando la Marina española, que al abrigo de las propias baterías, aventajaría a las enemigas, aumentando el valor de los puertos de Gibraltar, Ceuta y Mahón, por lo que se dañaría el comercio establecido por los enemigos corsarios. Este método bélico fue practicado por ingleses, españoles, franceses, suecos y holandeses, tanto para debilitar las fuerzas enemigas, como para obtener sustanciosas recompensas materiales y humanas. Toda embarcación capturada pasaba por ser remolcada a puerto en concepto de botín de guerra, quedando a continuación a ser valorada como presa legítima.

Otro factor externo de enorme peso decisivo en la política borbónica hacia la plaza de Ceuta fue la consolidación del reino marroquí por parte de Muley Ismail y descendientes, que provocó un sitio de más de treinta años, con un saldo de más de 40.000 víctimas. Se pretendió desde principios de siglo un incremento de los efectivos de la guarnición ordinaria y presidiarios para levantar dicho asedio, ratificándose en 1720 con la expedición del Marqués de Lede, auspiciada por José Patiño. Al ser considerado presidio, el número de tropas aumentó, tanto para aumentar sus defensas, como para vigilar los penados y usar el puerto como base corsaria y de control de la Armada inglesa. Además, la promulgación de nuevas ordenanzas político-militares, como los reglamentos de los años 1715, 1745 y 1791; la diferenciación de los presidios mayores, Orán y Ceuta, de los menores, como Melilla, Peñón de Vélez y Alhucemas; y el control de los asuntos judiciales que pasarían desde ahora al Real Consejo de Guerra, fueron indicadores fehacientes del giro impuesto ahora.

En el aspecto defensivo, las fortificaciones ceutíes de superficie y subterráneas alcanzarán ahora su mayor extensión, al tiempo que se dará un máximo impulso al desarrollo urbanístico y económico, a partir del comercio, la actividad pesquera y los cultivos hortícolas. Sin embargo, la indefensión de la plaza seguía siendo la pauta más repetida, como subrayaba a finales de abril de 1705 su gobernador Francisco Manrique y Arana al Marqués de Mejorada y de la Breña: escaseaba todo tipo de víveres, material de construcción, armamento, cuerda mecha y pólvora, la necesaria guarnición de infantería y caballería, e igualmente la dotación de cinco barcos desde Cádiz para que se pudiesen transportar a la plaza los géneros que se encontraban detenidos en otros puertos. Ceuta echaba en falta la imprescindible colaboración en todo tipo de medios, materiales y humanos, que había mostrado la plaza de Gibraltar en siglos anteriores, y que desde ahora, al caer bajo el dominio inglés, le obligaba a recurrir a plazas costeras más distantes, como Cádiz, Málaga y Sevilla, con la consiguiente tardanza y gastos añadidos.

A principios de este siglo la política borbónica gestó los ejércitos modernos, con dos pilares complementarios y definitorios del nuevo orden establecido, como el reclutamiento obligatorio de las tropas y la institucionalización de la enseñanza militar, que se orientó hacia la formación de sus oficiales. El rey Felipe V profesionalizó y estructuró el ejército y lo dotó de Nueva Planta, definiendo los Cuerpos y Armas que lo componían, dotando de autonomía a la artillería, ingenieros, infantería y caballería, así como incorporando otros Cuerpos Especiales de la Guardia Real como los alabarderos, los guardias de corps, la guardia española, los walones y los carabineros reales. Estos últimos permanecían en Madrid y en las residencias reales. Existía también un ejército de reserva, formado por las milicias provinciales, añadiéndose además a lo largo de las costas una especie de fuerza defensiva local llamada milicia urbana. La organización y destino de estas formaciones se había tomado del modelo francés y prusiano, con el asesoramiento de expertos generales, como O’Reilly. Según las necesidades de cada momento, este sistema organizativo permitía el envío de destacamentos del ejército regular desde la Península a las posesiones españolas más alejadas.

A tenor de esta reorganización castrense, a lo largo del siglo se fueron emitiendo sucesivas ordenanzas y reglamentos, con el objetivo de potenciar una infraestructura humana y material más racional en aquellas plazas más estratégicas. Por ello, resaltamos la importancia del primer reglamento de la plaza de Ceuta, redactado en Madrid el 28 de noviembre de 1715, que se empezaría a observar por orden real desde el 1 de enero del siguiente año. Los aspectos más relevantes del mismo fueron el de la composición del Estado Mayor, con el Capitán General, el Teniente General, el Mariscal de Campo, el Cabo Subalterno o Teniente de Rey, el Capitán de Puertas, el Veedor, los tres oficiales de intervención, el pagador, el archivero de los Reales Oficios, el auditor, el hachero mayor y el segundo hachero. También se detallaban los cargos de la artillería, como el ingeniero mayor, el ingeniero tercero, el guardalmacén o mayordomo, y los comisarios ordinarios y extraordinarios. El regimiento de la plaza se consideró de dotación fija, en lugar de las compañías castellanas antiguas y de las once que se habían incorporado con el sitio ismailita, que incluían la de los granaderos, la Coronela, la del Teniente Coronel y las dos Compañías de la Ciudad, que cubrían las guardias de los puestos, contando cada una de ellas con un capitán, un teniente, un subteniente, dos sargentos, un tambor y treinta y siete soldados.

La compañía de artilleros estaría formada por un capitán, un teniente, un subteniente, dos sargentos, tres cabos, diez bombarderos, cuarenta y ocho artilleros y un tambor. En caso de sitio, artilleros y oficiales pasarían del batallón de artillería de Cádiz y se mudarían al tiempo que la guarnición extraordinaria. La compañía de minadores la compondría un capitán, un teniente, un subteniente, cuatro maestros de minas, doce capataces, dos sargentos, tres cabos y 50 minadores. Los desterrados o presidiarios deberían estar subordinados al ingeniero mayor para que les hiciese trabajar en las fortificaciones y en lo que se necesitase, y se dividirían en brigadas de 50 cada una, que estarían bajo la dirección del oficial reformado, debiendo trabajar también en las compañías de artilleros y minadores.

Las maestranzas contarían con el maestro mayor albañil, seis maestros albañiles, dos aprendices, el maestro mayor carpintero, cuatro maestros armeros, seis maestros armeros carpinteros, el maestro herrero, dos amasadores y el cenador, el maestro de fuegos, cinco oficiales de fuegos, el maestro cerrajero y el calafate. En cuanto a la guarnición extraordinaria, además de la caballería con 100 caballos del Regimiento Fijo, y las dos compañías de la ciudad; deberían permanecer y guarnecer la plaza un total de tres batallones del ejército de Andalucía, que se mudarían de modo que cada uno residiese en ella durante ocho meses.

En el Hospital Real figurarían el administrador, el mayordomo, el médico, el médico de la ciudad, el cirujano mayor, el boticario, el practicante mayor de medicina, el practicante mayor de cirugía, cinco practicantes de cirugía, dos despenseros, cuatro panaderos, cuatro cocineros, dos lavanderos, un carpintero, un albañil, un sacristán, tres mozos de limpieza y veinte sirvientes. El reglamento incorporaba también la previsión de los gastos que supondría el mantenimiento y ampliación de las fortificaciones, así como los materiales a emplear en ellas. También detallaba los gastos que originaba el estamento eclesiástico, en cuanto a sueldos del Obispo, las cuatro dignidades, los siete canónigos y doce sacerdotes de la Iglesia Catedral, los de la fábrica de esta última, y las asignaciones en especie y metálico correspondientes a la Casa Real y Hospital de Misericordia, el Convento de Trinitarios Descalzos, el Convento de Franciscanos Descalzos, religiosos y Hospital de Mequínez y el Colegio de Huérfanas Doncellas.

Las dos compañías de la ciudad quedarían comprendidas en el Regimiento de Ceuta, y el rey quería que se separaran de él y quedasen con el mismo nombre. Contarían con un capitán, un teniente, un subteniente, dos sargentos, tres cabos y 150 soldados, de los que cuarenta al menos ejercerían servicio de armas y el resto para funciones de pilotos, servicios de barcos y lanchas reales, obras y maestranzas. La caballería de la dotación dispondría de 100 caballos, teniendo un adalid, un anave, cuatro plazas de acovertados para guardar los puestos, veinte caballeros de lanza, cuatro almocadenes, el interino de dicha caballería y 51 soldados espingarderos. La caballería destinada en la Almina tendría dieciocho caballos de espingarderos, quedando suprimidos los atalayas, el almocadén, los escuchas de a pie y hacheros, comprendidos hasta ahora en la caballería y que eran considerados muy precisos en estos momentos, pues los hachero mayor y menor que observaban en el Monte Hacho los movimientos enemigos estarían considerados en el Estado Mayor, y los caballos destinados para la Almina y desmontados de la caballería habrían de servir para la guardia de ella. Si después del sitio ismailita fuesen necesarios, aquéllos se restablecerían, dándoles asiento en la caballería.

Con el nuevo reglamento quedaba por cuenta real todo lo relativo al dinero, paga de sueldos, compras para el Hospital, Plaza de Armas, fortificaciones, obras ordinarias y gastos extraordinarios; y sólo por cuenta del asentista local la provisión de trigo, ropas, raciones de Armada y sisadas que se suministraban a las guarniciones ordinaria y extraordinaria. Se ordenaba al Mariscal de Campo y gobernador local, Francisco Fernández de Ribadeo, el preciso cumplimiento de todo lo referido en el reglamento, no debiendo permitir que los soldados trabajasen en otra cosa que no fuese el ejercicio de las armas, puesto que dedicándose a otros asuntos civiles de los vecinos se caería en lo indecoroso y vil. Todos los funcionarios civiles, excepto el intendente en asuntos fiscales, estarían subordinados al Capitán General. En casos de emergencia, los gobernadores militares podrían declarar el estado de sitio y asumir todos los poderes civiles.

El interventor provincial de la artillería de la plaza ceutí, Florián González, relacionó el 31 de diciembre de 1716 lo que importaba al año la manutención de la ciudad. Si se hubiese seguido el dictamen del asentista local, los gastos hubiesen alcanzado los 395.526 pesos excusados, y siguiendo el nuevo reglamento se gastaron 259.741 pesos, lo que suponía a favor de este último un total de 135.784 pesos excusados y cuatro reales de plata.

En otro orden de cosas, el ingeniero en jefe de Ceuta, Peñón de Vélez y Alhucemas, Juan Díaz Pimienta, notificó a mediados de enero de 1717 a Martín de Sierra Alta, secretario por entonces del Consejo de Guerra, de su súplica para que los navíos que estuviesen en Málaga escoltasen a las embarcaciones de víveres y materiales que iban a Ceuta y los Peñones, por lo peligroso que estaban estos mares de navíos corsarios. A todo esto se debía añadir la posesión inglesa del Peñón de Gibraltar y su ámbito de influencia en el hinterland campogibraltareño.

Los acontecimientos se fueron acelerando por momentos, siendo destruida la escuadra española por los ingleses en Sicilia, formándose la Cuádruple Alianza, siendo invadidas las Vascongadas por Francia, y encontrándose de nuevo España luchando con casi toda Europa. La empresa de levantar el asedio de la plaza de Ceuta debió esperar hasta que, caído Alberoni, celebrado el Congreso de Cambray y firmada la paz, volvieran de evacuar Sicilia y Cerdeña las tropas del Marqués de Lede25 que ahora fueron impulsadas por José Patiño, a quien Alberoni había elevado con su protección, y pasaran a África, tras importantes preparativos en Cádiz, el 4 de noviembre de 1720. Con anterioridad, en febrero del mismo año, Felipe V comisionó a Juan Francisco Manrique Arana, ex-gobernador de Ceuta y ahora Capitán General de las costas de Andalucía, y al ingeniero y brigadier José Gayoso y Mendoza, a que reconociesen la situación real de dicha plaza sitiada (Bacaicoa, 1961).

Del informe de Gayoso entresacamos una serie de apreciaciones de capital importancia para la expedición del Marqués de Lede, en lo que se referían al armamento enemigo, la composición y distribución de su ejército, su marina de guerra, su ubicación en el campo fronterizo de Ceuta, sus trincheras y baterías, así como sus principales enclaves para la dotación de medios materiales y humanos. Se sabía que el rey marroquí tenía en Fez, Mequínez y Tetuán más de diez fábricas de pólvora y de armas de fuego, como las escopetas, llamadas alfanjes, difíciles de cargar y manejar; así como lanzas y ballestas. El ejército era en general poco disciplinado, salvo las milicias de negros, e incapaz de mantenerse durante mucho tiempo en una frontera, salvo que se estableciera en ella, como ocurrió en Ceuta. La ciudad de Tetuán abastecía a los sitiadores de todo tipo de pertrechos terrestres y marítimos, que eran remitidos en pequeñas embarcaciones que desembarcaban en la Playa de la Tramaguera, o a lomos de animales; mientras que Tánger estaba mal comunicada por tierra con Ceuta y sus barcos temían el mayor poder de los españoles. Las mejores embarcaciones marroquíes eran las galeotas, que transportaban 80 soldados, amén de la tripulación. Otros tipos de barcos, más pequeños, solían transportan hasta treinta soldados, como los carabos y las falúas rateras. Todos ellos se fabricaban en el río de Tetuán y Playa Martín, y en caso de necesitar barcos de más calado, como navíos y fragatas, se recurría a Argel, Salé y otros puertos atlánticos.

Si el sitio impuesto a la plaza de Ceuta debilitó su propia potencialidad, con el paso de los años ocurrió otro tanto con la de sus sitiadores, calculando Gayoso la permanencia de un total de 2500 soldados blancos, 1000 negros y no más de 300 jinetes. Su emplazamiento en el Campo Exterior llegó a tener variopintos pobladores: los soldados, que vivían en pequeñas chozas hechas de piedra, barro, cañas y juncos; los pobladores civiles pobres, agricultores y pequeños comerciantes y la residencia del gobernador o bashá, que se situaba en un altozano, fuera del alcance artillero de la plaza. Su sistema de aproximación y atrincheramiento constaba de tres paralelas, de trayecto intrincado, una de las cuales se situaba muy próxima, a tiro de granada de mano. Además del campamento del bashá, localizado por planimetría del siglo XVII en las estribaciones del Serrallo, los sitiadores marroquíes habían levantado otro en las proximidades de Tetuán, con un total cercano a los 10.000 hombres, junto a una flotilla en la Playa de Martín, que serviría de cabeza de puente entre los sitiadores de la plaza ceutí y los centros aprovisionadores del interior.

Si nos atenemos a la débil infraestructura artillera de los enemigos fronterizos, no nos cabe sino pensar en que la mayor parte de sus bastimentos y recursos pirotécnicos procedían de los almacenes ingleses de Gibraltar (Godard, 1860), pero tan buenas relaciones no fueron fruto de este momento, sino que Alí ben Abdalá ya en 1708 se mostró dispuesto a dotar a Gibraltar de todo tipo de avituallamiento, ante el bloqueo impuesto por España y Francia. Las ayudas a la marina de guerra marroquí por parte de Inglaterra y Holanda también fueron importantes, tanto en cañones, municiones, velas, cuerdas y aparejos de todo tipo.

Además de este informe, Gayoso formuló numerosas advertencias y orientaciones, como la que redactó y remitió en Cádiz a finales de julio de 1720 al Teniente Coronel Collart, sobre el modo de obligar a los marroquíes a abandonar el sitio y campo de Ceuta:

“... los moros no tienen contra Ceuta ninguna batería que pueda batirla en brecha, ni -aunque la tuvieran- es del caso el mayor o menor alcance de la artillería de las contrabalerías; pero sí el superior fuego dellas, y éste se halla y se halló siempre de parte de la Plaza, y sin embargo no basta ni bastará esta ventaja para obligar al enemigo a abandonar el sitio por hallarse alojado a cubierto en sus trincheras y poderse cubrir y fortificar mejor en ellas, siempre que le convenga y le estimulen a ello”.

Todo lo anterior nos lleva a reflexionar sobre dos formas muy diferentes de hacer la guerra: la europea borbónica y la africana marroquí. En el primer caso, vemos cómo la expedición del Capitán General, Marqués de Lede, pretendió crear una situación de equilibrio mediante un ejército disuasorio que hiciese comprender a las huestes de Muley Ismail la necesidad de levantar el sitio y así evitar un conflicto bélico. Se seguía, sin duda, las ideas emanadas de Clausewitz, que quiso implantar en este siglo un concepto más racional de la guerra, entendiéndola como la continuación de la política con otros medios. La táctica y la estrategia experimentaron cambios sustanciales respecto a la centuria anterior, tendiendo a evitar los enfrentamientos directos entre los ejércitos, basándose muchas campañas en la formación de arcos y maniobras envolventes, con el objetivo de poner al enemigo en retirada. A estos cambios se unió el valor cada día más creciente de la artillería como primordial medio de disuasión.

La potencia de fuego y el manejo del mosquete mejoraron y permitieron descargas sucesivas, ya que el nuevo mecanismo de pedernal no era tan vulnerable a la humedad como el sistema anterior de mecha retardada. Sin embargo, persistía la dificultad de alcanzar la proporción idónea entre tiros y picas en la infantería y entre infantería y caballería. La infantería se armaba con un mosquete que, aunque casi inocuo para los enemigos de filas a más de cien metros, se utilizaba en fuego simultáneo creando una zona mortal en primera línea de combate. La artillería fue cada vez más móvil y de mayor cadencia de tiro, representando el único recurso seguro para desbaratar la solidez de las formaciones contrarias y sus fortificaciones (Keegan, 1995).

Los sitios a las plazas se convirtieron en operaciones básicamente artilleras, complementadas con la infantería, con la construcción de trincheras y el uso incesante de la artillería pesada. Para frenar los avances de los sitiadores se impulsó la arquitectura militar y sus fortificaciones, así como las técnicas de ataque y defensa de las fortalezas. Se buscaron modelos poliorcéticos menos robustos y más ofensivos, capaces de actuar sobre los enemigos directamente, disgregándoles. Contó, pues, más la estrategia del despliegue de maniobras que los combates impetuosos. La guerra se fue transformando a lo largo de siglo XVIII en ciencia militar, contando notablemente la instrucción, la disciplina, las tácticas mecánicas, la tecnología, la balística, la metalurgia, la superioridad artillera, la formación académica de los oficiales, la calidad de las redes viarias, etc.

La ciencia moderna al servicio de los ejércitos dieciochescos facilitó la integridad del Estado, así como sus intereses hegemónicos sobre las demás potencias. Junto al reclutamiento obligatorio, los monarcas borbónicos dotarán al ejército de academias para la instrucción de sus oficiales. Las competencias de mando, que antes recaían sobre los reyes, serán delegadas en sus jefes especializados o generales, que cobrarán desde ahora la responsabilidad total en la guerra. Se prefirieron ahora los sitios y asedios a las fortalezas, evitando en lo posible las batallas en campo abierto. Las defensas de las plazas, como fue el caso de Ceuta, se planificaron geométricamente, a base del fuego cruzado de sus cañones, plantas estrelladas con multiplicación de elementos poliorcéticos (baterías costeras, redientes, bastiones, lenguas de sierpe y rebellines) al gusto de Vauban, pasando el militar a ser ante todo un estratega-geómetra (Herrero, 1990).

La expedición a la plaza de Ceuta fue planificada desde Cádiz durante meses. El Marqués de Lede fue asesorado por José Gayoso, que le hizo ver cómo levantar el sitio y permanecer fortificado el campo del otro lado de las trincheras enemigas no sería dificultoso, pero que lo sería continuar la guerra en África, dándole razones y máximas, tanto políticas como militares. El Capitán General comentó a Gayoso que no había suficiente armamento de navíos para asegurar el paso de las tropas, ni bastantes embarcaciones para su transporte, y en especial para el de la caballería, para lo cual era obligado hacer caballerizas en los barcos, además de que se contaba con pocos medios económicos. Gayoso le respondió que en esos momentos España no tenía enemigo en el mar, salvo los corsarios argelinos, y que dichas caballerizas se podrían terminar en un plazo no superior a quince días. Puso en sus manos el estado de la artillería ligera y de batir dispuestas para marchar, así como de los oficiales y artilleros que se podrían destinar para su servicio. Le hizo ver reservadamente las ridículas armas de los marroquíes, que se reducían a escopetas o alfanjes, y que él trajo de Ceuta cuando se tomaron en su Campo en la salida que mandó ejecutar Manrique Arana, como gobernador de la plaza. Gayoso siguió informando al Marqués de Lede de que hacían fajinas y piquetes en los montes de Gibraltar, con órdenes de conducirlos a las desembocaduras de los ríos y calas campogibraltareñas donde pudieran ir embarcaciones a cargarlas con facilidad.

El Capitán General también fue informado por un hombre práctico de Tarifa de que aquellas playas eran borrascosas y de fuertes vientos, no pudiéndose mantener fácilmente los barcos en ellas y obligando a vararlos en la arena para asegurarlos, y que la mejor playa de todas para embarcar la caballería estaba en Algeciras. Se puso en su conocimiento la relación general del Cuerpo de oficiales del Estado Mayor de Artillería, obreros y compañías de artillería que pasaban a servir en su ejército y expedición. Como Teniente General de la Artillería y Comandante en Jefe iba el Brigadier José Gayoso y Mendoza, como Teniente Provincial y Segundo Comandante iba el Coronel Juan Pingarrón. Además, se contabilizaban tres comisarios provinciales, seis comisarios ordinarios, ocho comisarios extraordinarios, dos capitanes de carros, un teniente de obreros de plaza sentada, un sargento carretero, dos sargentos herreros, un sargento fundidor, un cabo herrero, un cabo carpintero, dos cabos carreteros, cinco obreros carpinteros, cuatro obreros herreros, cuatro obreros armeros, dos obreros toneleros, las compañías del segundo y tercer batallón de artillería - con un total de 504 soldados efectivos-, un ayudante, un capellán y un cirujano.

Asimismo, Gayoso dispuso a bordo del navío Sedgwiche, el 19 de octubre de 1720, la formación de brigadas de artillería del ejército para el servicio ordinario de ella en campaña. Para la primera brigada, que contaba con cuatro piezas de a ocho, eligió al Teniente Provincial Juan Pingarrón como Comandante, a dos comisarios ordinarios y dos extraordinarios, un destacamento de artilleros de la compañía del segundo batallón, así como las correspondientes mulas y machos para el tiro y municiones. Para la segunda brigada, que contaba con seis piezas de a cuatro, eligió al Comisario Provincial Alejandro Bartoniel, un comisario ordinario y dos extraordinarios, un destacamento de artilleros de las Compañías de Quiroga y Vivario y las mulas y machos correspondientes. Para la tercera brigada, que contaba con seis piezas de a cuatro, eligió al Comisario Provincial Esteban Chapelas, un comisario ordinario y dos extraordinarios, un destacamento de artilleros de las Compañías de Navarrete y Novoa y las mulas y machos correspondientes. Para la cuarta brigada de cuatro piezas de a cuatro, eligió al Comisario Provincial Juan de Silvi, un comisario ordinario y otro extraordinario, un destacamento de artilleros de la Compañía del capitán Angulo y las mulas y machos correspondientes. Además, la Compañía de bombarderos del capitán Atarroso serviría en los cuatro morteros de nueve pulgadas, la Compañía de minadores del capitán Cuesta se emplearía en las minas y en allanar los caminos para la artillería, así como el teniente provincial Juan Pingarrón regularía el orden de las marchas, de los campamentos y parques con las guardias, rondas y centinelas necesarios.

Diego González, guarda del Real Parque de Artillería, confeccionó la relación de todo lo que se embarcó en los navíos del puerto de Cádiz con destino a Ceuta, el 29 de dicho mes de octubre. Recibió para ello las órdenes de Tomás de Ydiáquez, Comandante General del ejército de Andalucía y gobernador de la plaza de Cádiz. Como no existían medios artilleros suficientes en dicha plaza, le fueron enviados, por parte de Mateo Ortiz de los Ríos, a la sazón guardamagacén provincial de la artillería de la costa y plazas de Andalucía y Granada, veinte cañones de bronce, montajes de campaña, balería de artillería, maderas, herrajes, instrumentos de gastadores, armas de guerra, pólvora, mecha y balería de plomo. Si contrastamos dicha relación que venía con la expedición, con la formulada por Francisco Balbasor, comandante provincial de la artillería de Ceuta, vemos que esta plaza se encontraba infradotada del material artillero necesario para hacer frente al sitio ismailita26.

A primeros de noviembre de 1720 se embarcó Gayoso en Cádiz en el navío Sedgwiche con las seis compañías de artilleros del segundo batallón, separándose de la escuadra que llevaba por Jefe a Carlos Grillo, al amanecer del día 3, debido a los vientos contrarios en mitad del Estrecho. Navegó, no obstante, este navío con algunos otros de los más veloces, con el resultado de entrar y dar fondo de los primeros el mismo día 3 a mediodía en la bahía de Gibraltar, según la orden prevenida en caso de separación. Gayoso dio cuenta de su llegada al Marqués de Lede, que se hallaba en el paraje del río Palmones, ordenando el embarque de la caballería. Con tal noticia, se embarcó dicho Capitán General en una saetía al día siguiente a mediodía, y pasó aquella tarde a Ceuta, dejando ordenado al resto de los navíos que habían llegado a aquella bahía que le siguiesen.

Gayoso hizo lo propio con los demás navíos, desembarcando en la mañana del día 5 en la plaza africana con las referidas seis compañías, sin el menor accidente. Las otras dos compañías del tercer batallón de artillería embarcadas en la saetía nombrada Nuestra Señora del Carmen no habían llegado aún, como tampoco la mayor parte de los oficiales del Estado Mayor de la Artillería y obreros, que venían divididos en las diferentes embarcaciones que se les había señalado en Cádiz. Gayoso encontró desembarcados a su llegada un total de 140 machos y un tiro de mulas para el transporte de víveres y bastimentos, trabajándose además en el desembarco de piezas, municiones y pertrechos de campaña. El resto de mulas y machos se mantenía todavía en la costa de Algeciras, a disposición de José Patiño, Intendente General de Marina; quedando a su cargo todas las providencias convenientes, tanto para el transporte de las tropas, como para su subsistencia.

El Capitán General, Marqués de Lede, planteó el 15 de noviembre de 1720 un orden de batalla y de ataque a las trincheras enemigas, con cuatro columnas de infantería y una de caballería, sosteniendo la segunda línea a la primera . A su frente iban como Tenientes Generales: el Caballero de Lede, hermano del Marqués, José de Chaves, el Marqués de Bus, el Conde de Glimes y Feliciano Bracamonte. También se alinearon los Mariscales de Campo: Vizconde de Miralcázar, Carlos Arizaga, Francisco de Eboli, Roy de Ville y José Vallejo; los Brigadieres: Giovenni, Marqués de Bay, Antonio de Figueroa, el Conde de Lannoy y Juan de Cereceda; los Coroneles: Cano, Romer, Pedro de Chateaufort y Pedro de Aragón, y los Tenientes Coroneles: Soitres Petit, José Garat y Pedro Saraiza.

Lede, contó para dicha salida con veintiuna compañías de granaderos, la de Córcega, la de Toledo, la de Palencia, la Primera de Santiago, dos de Luxemburgo, la Primera de Badajoz, la de Málaga, la de Cataluña, dos de Flandes, la de Zelanda, la de Cambrésis, dos de Granada, dos de Mallorca, dos de León y la Segunda de Santiago. Además, dispuso de ocho compañías de caballería y dragones, dos de guardias españolas, la de guardias valonas, la de la Corona, la de Ceuta, dos de Murcia y la segunda de Badajoz. Llevó consigo veintiséis batallones, el de Córcega, dos de Luxemburgo, el de Palencia, dos de Toledo, el de Badajoz, dos de Flandes, el de Cambrésis, el de Zelanda, el de Málaga, dos de Granada, dos de León, dos de Mallorca, el de artillería, dos de guardias españolas, dos de guardias valonas, el de la Corona y dos de Murcia.

Estudiada la documentación que sobre el sitio de Ceuta de 1720 hay en el Servicio Histórico Militar, nos encontramos que el Marqués de Verboom, Director del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, Cuartel Maestre General e Ingeniero General de los Ejércitos de España y de todos los dominios de la monarquía, ya estaba al tanto a primeros del mes de febrero de 1720 de la situación originada en la plaza de Ceuta a raíz de la expedición del Marqués de Lede. Tengamos en cuenta que por esas fechas se encontraba de visita por las plazas, puertos y costas de Valencia, Murcia, Granada y Andalucía, con lo que el desarrollo bélico originado al otro lado del Estrecho fue para él de enorme interés. La intensa correspondencia en francés establecida por entonces con Monsieur Hienova, así nos lo demuestra, al igual que la que le remitía desde Ceuta, igualmente en francés, a él y a su hijo Isidro, a finales de diciembre del mismo año el ingeniero Luís de Langot, remitiéndoles relaciones detalladas del plan de las líneas ceutíes sobre el Campo del Moro ...

“... para que V.E. pueda ver hasta dónde los bárbaros han llegado a plantar sus banderas bajo nuestro fuego”.

El objetivo de echar a los enemigos de su campo y trincheras se logró provisionalmente con una salida, poniéndoles en precipitada fuga hasta una legua y media de sus dominios, apoderándose los soldados de Ceuta de su artillería y demás pertrechos y quedando el ejército vencedor por espacio de tres meses en dicho sitio, mientras se reparaban y aumentaban las fortificaciones locales, y se arrasaban las trincheras y cuarteles marroquíes que en el transcurso de veintiséis años habían levantado. Puestas dichas obras en estado de defensa, se embarcó el ejército español hacia la Península, previa presión inglesa sobre Felipe V, ante el temor de un ataque sobre su plaza de Gibraltar, aún a sabiendas de que, durante todo el tiempo de la permanencia de la expedición en la plaza de Ceuta, Inglaterra no dejó de enviar navíos a Tetuán con pólvora, balerío e instructores artilleros.

Como medidas preventivas, el Marqués de Lede dejó en Ceuta a dos compañías completas de artilleros, un destacamento de veinte bombarderos mandado por José Marroco y otro de veinte minadores. Asimismo, se dieron órdenes para que de los artilleros, bombarderos y minadores existentes en la costa de Andalucía se enviase a Ceuta igual número al que de unos y otros hubiese en ella del Regimiento de Artillería, y que a su llegada se retirasen a la Península los que estaban en dicha plaza, excepto los que fuesen de su guarnición fija, que no deberían mudarse. Todo esto se desprende de las cartas remitidas al Marqués de Castelar, fechadas el 14 y 24 de julio de 1721, por parte del gobernador de Ceuta, Francisco Fernández Ribadeo, y del de Cádiz, Tomás de Ydiáquez.

Con el regreso a la Península del grueso del ejército expedicionario, el ejército ismailita volvió a levantar de nuevo una contravalación y varias trincheras en el mismo lugar que antes para prevenirse de las incursiones de la guarnición. Esta situación de equilibrio se mantuvo durante años, en los que Francisco de Ribadeo se ayudó de confidentes marroquíes y gibraltareños para calibrar el alcance de las intenciones enemigas. Por estas vías, conoció que en el hinterland ceutí estaban casi 10.000 soldados fronterizos entre los cuales 4000 eran negros y se consideraban como la gente más disciplinada y valerosa. Igualmente, el gobernador local sabía de la entrada y salida diaria de embarcaciones tetuaníes en el puerto gibraltareño, y de informaciones procedentes de las provincias vecinas del interior que afirmaban la llegada de importantes refuerzos, sobre todo del rey de Mequínez,

“...que quiere absolutamente que se ataque la plaza, y de no poderla tener que al menos buelva a establezerse en el mesmo parage en que estavan sus tropas antes de la expedición”.

Ribadeo manifestó abiertamente el temor a que siendo esta plaza de gran importancia, igual que las demás que se hallaban sitiadas, pudiese defenderse por algún tiempo con todo lo necesario o se hallase forzada a rendirse, salvo que se la socorriese con un ejército. Veía fundamental que se reemplazase continuamente la gente que se perdiera en su defensa, o volver a valerse de un ejército, como se hizo con la expedición del Marqués de Lede. Este último argumento no creía que agradase a Felipe V, ya que se había experimentado que por ese medio no se había logrado más que apartar a los magrebíes durante algún tiempo de delante de la plaza, y que después de retiradas las tropas peninsulares volvieron inmediatamente a sitiarla. Por ello, desde los primeros días de 1723 se pensaba en el pase de Verboom a Ceuta para mejorar sus defensas.

Muy significativo fue también el informe de Jerónimo Uztáriz27 dirigido al Marqués de Verboom el 20 de enero de ese mismo año. Detallaba en el mismo que los enemigos no eran tan terribles como algunos los describían, y que confiaba en el buen hacer de Verboom, haciendo repetidas y fuertes salidas, fingidas o auténticas, para escarmentarles y alejarles, con el fin de que Ceuta quedase segura y se pudiese hacer su defensa con una guarnición regular y mediano gasto, ayudándose de diez u once batallones de infantería, además de los desterrados, que servían de gastadores en las salidas y que podían emplearse también para pelear. Convenía, según Uztáriz, que este gran servicio a la patria se consiguiese sólo con la gente que esos momentos se encontraba en la plaza, y bajo la única dirección de Verboom, sin dar lugar a que pasase a ella un ejército con otro Capitán General, como algunos discutían en la Corte, el cual pretendería sin duda la gloria del acontecimiento, sin compartirla con Verboom. Mirando exclusivamente a los intereses monárquicos, consideraba Uztáriz por muy inútil y perjudicial el paso de un ejército a Ceuta para arrojar de todos sus ataques y del campo a los enemigos, particularmente en este año de tan gran estrechez de medios, ya que se precisarían gastos extraordinarios en dicha empresa, y faltaba hasta lo preciso para la paga regular de las tropas, que sufrían gran necesidad, particularmente las ubicadas en Cataluña, que no habían recibido el año pasado más de seis pagas.

Tenía, pues, por inútil semejante operación, pues aunque con treinta o treinta y cinco batallones y alguna caballería se consiguiese echar a los enemigos, y se arrasasen todas sus obras, como en 1720, al retirarse el ejército peninsular volverían a abrir sus paralelas, que había sido el fin al que se habían dirigido todos sus esfuerzos durante treinta años, y al que se mantendrían aferrados mientras viviese el actual rey de Mequínez, quien por su avanzada edad no duraría ya muchos años, y contando con muchos hijos mayores, sería lógico pensar que se entretuvieran en rencillas familiares, que no sólo hiciesen cambiar las máximas que mantenían en ese momento respecto al sitio de Ceuta, sino que sus disensiones les debilitarían tanto que con medianas fuerzas el ejército español podría desembarcar en sus costas de levante y poniente, introducirse en el interior de sus provincias y apoderarse de Tetuán y otros puertos y pueblos, ya para conservarlos con fortificaciones o para arrasarlos, tomándose uno de estas dos opciones según conviniese mejor al bien común de la monarquía,

“...pues a veces las posesiones ultramarinas suelen ser de daño y no de beneficio, como lo acredita el ejemplo de los ingleses, que abandonaron Tánger y en otra ocasión vendieron Dunkerke a Francia por muy poco dinero”.

Del mismo modo, esta operación bélica tendría el perjuicio y daño de la pérdida de vidas cristianas y los millones que se gastarían en tropas, que se sacarían de Navarra, Aragón, Cataluña y otras plazas lejanas; así como su manutención en estos parajes africanos, con el consiguiente aumento de socorros, raciones, gastos de hospitales de campaña, tiendas, transporte de agua, paja, leña, acémilas, trenes de artillería, instrumentos y gastadores inexcusables en este tipo de maniobras. A todo esto se debería añadir los estipendios precisos para las enfermedades, epidemias y otros accidentes que solían padecerse con la mudanza de aguas, alimentos salados y otros motivos que a veces destruían o deterioraban a los ejércitos más robustos y numerosos. Argumentaba Uztáriz que casi toda la infantería que en estos momentos se encontraba en Europa estaba muy mal repartida, siendo empleada en las fronteras de Francia y costas atlánticas y mediterráneas para el resguardo contra la peste, asegurándose que de su total no se podrían sacar ni doce batallones sin que peligrase la salud pública. Reafirmaba su parecer para que el rey no remitiese ningún Cuerpo de Ejército a la plaza de Ceuta, y que su gobernador con su destreza y esos doce o trece batallones debería emprender y lograr todo lo que conviniese en esos momentos al real servicio, sin esperar nuevas ayudas, y con la esperanza de que con otras salidas, ataques y obras adelantadas los enemigos se volverían a sus casas en retirada, ya que la mayor parte de sus fuerzas consistían en milicias forzadas, y acabándoseles la corta provisión de harina y manteca que cada uno traía para su sustento diario, éstos solían abandonar el campo ceutí.

Confirmando lo propuesto por Uztáriz, Jorge Próspero de Verboom daba cuenta al rey, el 27 de febrero de 1723, de la forma en que se ejecutó una salida sobre los fronterizos, así como los correspondientes muertos y heridos en dicha acción. Las tropas destinadas a dicho fin fueron un total de trece compañías de granaderos y dos de carabineros, que sumaban 600 soldados; veintidós piquetes formados, con 880 soldados y veinte piquetes sin armas, con 800 soldados. Así pues, el total de tropas destinadas para salida y reserva fue de 2920 hombres, desglosados en quince compañías de granaderos, treinta y ocho piquetes armados y veinte piquetes sin armas. El resultado fue satisfactorio para las tropas españolas, aunque hubieron veintinueve muertos y 134 heridos, entre oficiales, sargentos, soldados y desterrados.

Estas empresas fueron la nota dominante durante estos años, inflingiéndose unas veces más y otras menos, pérdidas materiales y humanas al ejército sitiador y al sitiado, sin que el resultado final se decantase claramente hacia el lado español y desarrollando rigurosamente por un bando y otro la táctica del desgaste.

A principios de marzo de 1727 los enemigos marroquíes levantaron su campamento debido a la muerte de Muley Ismail, y de este modo se levantaba el pertinaz bloqueo a la plaza de Ceuta, que había durado ya treinta y tres años. La anunciada división interna no tardó en producirse, ya que al ser elegido Muley Hamed, el Dorado, los gobernadores le negaron obediencia, proclamándose independientes. De este modo, Alí quedó como Señor de Tánger y campos de Ceuta, realizando ataques esporádicos sobre esta última plaza en 1728, aunque la tónica general fue la de amistosa vecindad, delimitándose lindes poco precisas entre un campo y otro y renovándose los acuerdos comerciales de antaño.

Poco duraron estos años de relajación, pues en 1729 falleció Muley Hamed, proclamando la guardia negra a su hermano Muley Abdalá. Volvieron a exasperarse los ánimos con la actividad desplegada por el renegado Duque de Riperdá, ahora Sidi Osmán, que convenció al sultán para recuperar Ceuta por la fuerza. En octubre de 1732 el ejército enemigo se plantó ante la plaza ceutí, por entonces gobernada por Antonio Manso Maldonado, Mariscal de Campo de los reales ejércitos, siendo aquél derrotado y perdiendo a unos 3000 hombres.

Los años siguientes fueron de menos intensidad bélica, alterados esporádicamente por escaramuzas enemigas y salidas propias para delimitar posiciones y adelantar las obras. A este respecto, la obra titulada “Descripción general de Ceuta, sus fortificaciones, mina y defectos”, de 25 de diciembre de 1739, del Ingeniero Comandante ya destinado en Ceuta desde 1738, Lorenzo Solís, nos recordaba la situación más favorable que atravesaba en estos momentos la ciudad:

“...los acaezimientos antiguos sobre esta plaza de Zeutta nos despiertan para ponernos de suerte que de un golpe de mano fuerte o sorpresa terrible estemos a cuvierto y que podamos dar tiempo a ser socorridos de España, maiormente aora que Gibraltar está en poder estrangero”.

Sobre todo, insistía en las reparaciones que necesitaba la plaza,

“...puerto tan importante, por ser llave, barrera y defensa de Europa, broquel de la Cristiandad y frontera terrible que amenaza continuamente a España, de quien debe esta Monarchia que la posee y mas bien puede sostener cuidar mui particularmente”.

Solís argumentaba que estando los españoles tan ilustrados en el arte de la guerra, resultaría vergonzoso que una plaza de tanta entidad y consecuencia como Ceuta, tan identificada a favor de la monarquía para el resguardo y amparo de su comercio, fuese tomada por los fronterizos gracias al factor sorpresa y a su astucia, reflejadas en esos momentos por el estado en que se encontraban sus contraminas. En la citada descripción del ingeniero menudeaban las reflexiones políticas, teniendo como base que si en algún momento la monarquía española quisiese valerse de dicha plaza como colonia para extender su dominio por el septentrión africano, ello sería muy ventajoso, sobre todo tomando a las ciudades de Tetuán y Tánger y rechazando a los enemigos con artificios de guerra y medios para que abandonasen el territorio comprendido en el triángulo que formaban dichas plazas con Ceuta. De este modo, cesarían los corsos y hostilidades sobre las costas españolas, ya que interrumpían el comercio provincial y general, causando gravísimos daños a la economía, así como continuos quebrantos a la quietud y reposo de los súbditos. Nos sería cómodo mantener estos puertos por su vecindad a los españoles, pudiendo también disfrutar de la fertilidad de sus frutos, géneros y carnes para abastecer a menos coste estos presidios, y con una cautelosa política exterior conseguir que aquéllos quedasen con más voluntad sujetos al propio dominio y servicio. Como consecuencia, se quitaría a Gibraltar el poder abastecerse con víveres de ambas plazas marroquíes, así como privarla de lo necesario para refrescar sus escuadras. Ante tanta opinión contraria en la Corte, Solís entendía que, por la idónea situación de Ceuta, dicha empresa podía ser practicada y accesible.

La muerte del rey Felipe V y el ascenso de Fernando VI en 1746 supuso pocos cambios en la política africana. El ilustrado padre Feijoo afirmaba en la dedicatoria fernandina de 1750 que gracias a su labor se había aumentado la dotación en la Marina, se promovían las fábricas y se fortificaban los pueblos. Las hostilidades entre Francia e Inglaterra se centraron sobre Menorca, pero el Estrecho de Gibraltar estaba libre. Respecto al teatro bélico norteafricano, hasta mediados de noviembre de 1757, con el fallecimiento del Emperador Muley Abdalá, y la subida al trono de Muhammad ben Abdalá, no se recrudeció una situación como la planteada durante el sitio pertinaz de Muley Ismail. Su política de reclutamiento forzoso dio buenos resultados, reuniendo un ejército muy numeroso, con el que se aprestó a sitiar Mazagán y Ceuta.

Al morir Fernando VI en 1759, Francia había perdido casi totalmente su imperio americano en favor de Inglaterra, mientras en Gibraltar vigilaba la poderosa escuadra del Almirante Boscawen para impedir el paso de la de Tolón al Atlántico y que socorriese sus colonias americanas, así como el proyecto de invadir Inglaterra. Con el nuevo monarca español, Carlos III, se entablaron relaciones diplomáticas con Abdalá para lograr la paz, el bienestar y un próspero comercio; contando para ello con la ayuda del gobernador de Ceuta, Diego de Osorio, y del influyente judío Samuel Sumbel. Sus frutos se dieron el 28 de mayo de 1767, fecha en la que Jorge Juan firmó en Marrakech un tratado de paz y comercio en el que se declaraba que la paz sería firme por mar y tierra, permitiéndose además el comercio libre entre ambos países. En el mismo se nombraba a Tomás Bremond como Primer Cónsul General español en Marruecos, se prohibía la piratería y el corso y se fijaron oficialmente los límites de los presidios españoles.

En poco tiempo, Abdalá giró su política exterior norteafricana, decidiendo expulsar a Portugal de su única posesión en el Mogreb, Mazagán. Estos propósitos estaban fundados en el importante armamento artillero acumulado por Muley Ismail, el cual había sido comprado en Europa o construido en su fábrica de cañones y bombas de la plaza de Tetuán. Por contra, este material había quedado anticuado e infrautilizado ante la falta de artilleros y por su inexperiencia de continuo, ya que no solían emplear la artillería en sus guerras internas. Abdalá compró cañones, pólvora y morteros a Inglaterra, Dinamarca, Venecia, Suecia y Turquía; trajo instructores que enseñaban su manejo y restauró la fábrica tetuaní, mandando fundir 70 morteros y 700 cañones de bronce. Además de este armamento pesado, el ejército marroquí debió contar con los largos fusiles de seis pies y medio que se fabricaban con hierro de Vizcaya, al igual que el resto de las armas blancas manejadas por ellos (Chenier, 1787).

El gobierno carolino se negó a suministrar pertrechos a Abdalá, puesto que temía que fuese luego empleado para atacar sus presidios africanos (Lourido, 1978). En el caso de Francia pasó otro tanto, ratificando el tratado de paz de 1767, que en su artículo décimo decía que los franceses no estarían supeditados ni obligados a suministrar ninguna munición de guerra, pólvora, cañón ni otros géneros que generalmente servían en tiempos de guerra. No era pues de recibo que el Marqués de Casatremañes, gobernador de Ceuta, tuviese noticias en ese mismo año del Vicecónsul español en Tetuán, Jorge Patissiati, de que se intentaba relanzar la fábrica de armas de dicha plaza con el firme propósito de conquistar la plaza lusa de Mazagán. Todos estos preparativos aumentaron la inquietud en la plaza ceutí, como apreciamos en la representación de su gobernador al ministro de Hacienda, Juan Gregorio Muniaín, el 15 de agosto de 1767, en la que le explicaba la necesidad de que se construyese un javeque nuevo en Mallorca, dotándole de defensa artillera, ante las frecuentes incursiones de pequeñas embarcaciones corsarias argelinas que se presentaban con osadía ante la plaza y perseguían a los buques que entraban y salían de ella, llevándose algunos de ellos y manteniendo cerrada la comunicación con la Península. Además de este servicio de defensa, dicho javeque debería cumplir el de transporte de desterrados, materiales para las reales obras y todo tipo de pertrechos, habida cuenta de que se había inutilizado en esos momentos el barco San Zenón, que servía para esos fines.

En estos años los acosos marítimos se hicieron harto frecuentes, como apreciamos en las cartas del gobernador local remitidas al Marqués de Grimaldi, Secretario de Estado, en las que detallaba cómo, según el hachero ceutí Francisco Páez, fueron apresados en 1769 en aguas del Estrecho los dos javeques de la Regencia de Argel, mediante los avisos dados, ante el ataque turco, a la escuadra mandada por Antonio Barceló y a las de la plaza de Ceuta.

Los preparativos de una posible incursión marroquí se vislumbraban cada vez con más intensidad. Muestra de ello eran las noticias traídas el 13 de mayo de 1769 por un falucho procedente de Tetuán, despachado por el vicecónsul español con cartas del Cónsul General Tomás Bremond para que fuesen recomendadas por el gobernador local, Marqués de Casatremañes, al Marqués de Grimaldi. En una de ellas se informaba de los proyectos del rey marroquí sobre la plaza de Ceuta, por lo que debido a estos temores Casatremañes expresaba lo mermada que estaba la guarnición y la falta de medios materiales, esperando por ello pronta resolución y resguardar así a esta importante ciudad.

Recordemos cómo la plaza lusa de Mazagán había sido abandonada sin lucha el 11 de abril de 1769 ante las huestes de Muley ben Abdalá, y cómo este soberano a continuación pensó dirigirse sobre la de Ceuta. El Presidente del Hospicio de Marruecos informó de que ese rumor estaba muy extendido entre la población y que Mr. Billet le había notificado que Abdalá pretendía, tras la toma de Mazagán, la de Ceuta, Melilla y el Peñón porque no quería cristianos dentro de sus tierras. La toma de Ceuta no se produciría hasta que España entrase en guerra con Inglaterra, ya que así los ingleses impedirían la entrada en esta plaza de municiones y gente, para así tomarla fácilmente. Al soberano marroquí le trajeron en estos momentos los instructores ingleses Mister Adams y Mister Concler un mortero muy grande desde Gibraltar, 200 bombas y dos morteros de Holanda, contando así con dieciséis morteros grandes regalados.

Las cartas del cónsul general de España en Larache dirigidas al gobernador de Ceuta, Domingo de Salcedo, con fecha 18 de septiembre de 1770, así como las del vicecónsul de España en Tánger, Francisco Pacheco, de finales de ese mes, indicaban que Abdalá se encontraba en Tánger junto al gobernador de Mequínez, Muley Dris, con 1500 caballos, 3000 infantes y además de otras personas importantes, como Samuel Sumbel, Abraham Bengualid e Isaac Benhamor, hebreos de Marsella; Pablo Tansino, genovés procedente de la Academia de Cádiz, Pedro Umbert, patrón mallorquín y Mohotar, alcaide del Imperio. Durante su permanencia en esta plaza el soberano instruyó a sus tropas, las dotó de armas, reforzó los baluartes y castillos con la dotación traída por seis renegados artilleros y esperó la llegada de un corsario desde Larache y al ejército del bashá de Salé, llamado el Costaly, compuesto de otros 3000 hombres. El total de las partidas de gente armada se compondría de casi 17.000 soldados, de los cuales 4000 serían jinetes. La opinión más generalizada era que las huestes costearían hasta llegar cerca del Peñón, con idea de que los rifeños pagasen el impuesto de la garrama y disponer así de más medios económicos con que emprender el sitio. Bremond daba cuenta también de la carta remitida por el cónsul general de Francia en Salé, de fecha 14 de ese mes, en la que decía que en esa plaza había tres pequeñas galeras construyéndose, que se rumoreaba el viaje del Emperador y que su Armada debía contar con casi 15.000 hombres.

A este cúmulo de factores exógenos se unieron otros endógenos, como la capacidad de la propia plaza de Ceuta por acumular los suficientes víveres para un prolongado sitio y bloqueo, tanto terrestre como marítimo. A este respecto, a finales de Agosto de 1773, el gobernador de Ceuta, Salcedo, remitió una representación al intendente de Andalucía, recordándole las órdenes reales en orden a atender a la plaza de Ceuta, debiendo mantener siempre efectivo un repuesto de víveres para cuatro meses, bajo el visto bueno del Ministro de Hacienda y la Junta de Abastos. Nombró comisión para la rápida compra de 4000 fanegas de trigo en Sevilla y porciones del mismo género que se pudiesen acopiar en el Campo de Gibraltar, con idea de ir manteniendo el referido repuesto, además del encargo hecho a Cerdeña, vía Málaga, para un cargamento que permitiese sostener el consumo de todo el año hasta la siguiente cosecha. Igualmente, encomendó al cónsul general Tomás Bremond, que se encontraba en Fedala, a que hiciese acopio de trigo por real cuenta, comprando allí la porción posible de fanegas para la plaza de Ceuta.

La sorpresa del gobernador fue enorme al negársele el permiso de dicha compra por el intendente de Sevilla y Campo de Gibraltar, notificándosele además que si la necesidad de la plaza arreciaba, solicitara su encargo a otros reinos extranjeros. Los razonamientos de Salcedo, de gran peso específico para la seguridad de la plaza, de nada valieron,

“...y es muy digno de consideración que siendo ésta una plaza ultramarina, que deve proveerse indispensablemente de los pueblos del continente, experimentamos semejante repugnación y consiguientemente no poca escasez”.

Tras reiterados oficios, logró sólo permiso para la compra restringida de partidas de trigo, rechazándosele el acopio de grandes cantidades.

Los acontecimientos de claro matiz prebélico se fueron sucediendo a pasos agigantados a lo largo de este año, como el acuerdo suscrito entre el soberano marroquí Abdalá y el dey de Argel para asediar a un tiempo las plazas españolas de Ceuta, Melilla, Alhucemas, Vélez de la Gomera y Orán (Lourido, 1981) . Se buscaba un ataque conjunto que obligase a los españoles a dividir sus fuerzas y obtener mayores probabilidades de éxito. El gobierno español no sospechó nunca que se pudiese dar dicho consorcio musulmán, traslucido de la respuesta dada por el primer ministro Jerónimo Grimaldi a Samuel Sumbel. A tenor de todo esto, no era de extrañar la notificación formulada por Salcedo al Conde de Ricla, a mediados de noviembre de 1774, en el sentido de que el vicecónsul español en Tánger, Pacheco, estaba enterado de la salida desde Fez hacia Orán de los dos príncipes, Muley Alí y Muley Eliazit, cada uno al frente de 6000 jinetes, teniendo además órdenes de aguardar a su padre, que llevaría allí un formidable ejército para poner sitio a dicha plaza y presidios menores con la intención de devolver al Imperio sus fronteras naturales.

A mediados de enero del año siguiente, Pacheco notificó a Salcedo que había llegado a la plaza de Tánger un sujeto llamado Mister Gegüel Werlam, que ofreció al Emperador, después de que pusiese sitio a Ceuta, tras las expediciones a los presidios menores, el contraminar las minas que tenía. Por este motivo y para que dicho inglés se encargase de arreglar la artillería tangerina, el Emperador le señaló 300 reales mensuales, cosa extraña en él, pues no lo ejecutaba con los suyos.

Con otra carta de fecha 29 de marzo de 1775, Salcedo exponía al Conde de Ricla ...

“...lo muy defectuosa que fue la demarcación de límites hecha en el Campo de la plaza de Ceuta en la última Paz con Marruecos, porque los moros pusieron su Cordón sobre las alturas que dominaban Ceuta, siendo muy útil que dicho Cordón se alejase a tiro de cañón o, al menos, de fusil de nuestra gente apostada”.

Se ponía en entredicho al Tratado de Paz y Comercio de mayo de 1767, firmado por Carlos III y Abdalá, en cuyo artículo 19 el soberano marroquí se negó a conceder ensanches al radio de los cuatro presidios españoles, pero que los renovaba y fijaba oficialmente. El tratado de paz se firmó a finales de mayo de 1780, entre el Conde de Floridablanca y Muhammad ben Otomán, siendo completada en 1782 con un anexo en el que se fijaron los límites de la plaza de Ceuta, así como la extensión de sus pastos para el ganado, resultando una delimitación muy reducida y expuesta a que el invasor intentara las veces que quisiera un nuevo intento de conquistar la plaza.

Si bien la política exterior de Carlos III estuvo centrada prioritariamente en América, no recibió el mismo trato África, sobre todo en las postrimerías de su reinado. Al principio del mismo atendió a su fortalecimiento y conservación, pero luego fue dejando a Floridablanca y Aranda obrar con unos objetivos manifiestos que no fuesen sino los de su retirada, manteniendo a duras penas aquellas plazas, como Ceuta, de especial relevancia y significación militar, pero que en su conjunto el resto de ellas eran valoradas como carentes de valor, considerándolas como carga muy gravosa para las arcas del Reino. Resulta un contrasentido todo lo anterior, teniendo en cuenta que Floridablanca (Hernández Franco, 1984) al ocupar la Secretaría de Estado incidió en un cambio de rumbo en la política militar española, primando a la Marina sobre el Ejército, ya que el peligro para España procedía del mar y no del continente. Más tarde, en 1787, dirigió a la Junta de Estado una instrucción reservada en la que realzaba el papel del Ejército y proponía sostener, adelantar y perfeccionar las fortificaciones y artillería, así como sus Cuerpos facultativos. Igualmente, intentó adecuar el Ejército español a las nuevas necesidades estratégicas nacionales y a las tácticas de la guerra. Para ello, apostó -en oposición al pensamiento de Aranda- por las milicias provinciales, convirtiéndolas en el elemento básico de defensa peninsular y plazas norteafricanas, con idea de liberar así a la infantería veterana que acometería las empresas exteriores. El Ejército español imitó el modelo militar francés desde principios del siglo XVIII, pero a partir de las ordenanzas de 1768 siguió al modelo prusiano. Floridablanca, sopesando la incapacidad del Ejército para formarse científica y técnicamente, enviaba a los oficiales a Francia, Prusia, Inglaterra y Alemania; pero a pesar de sus empeños, el problema de formación se fue agudizando durante todo el reinado de Carlos III y de su sucesor Carlos IV.

La situación se agravó con el nuevo reinado, desde 1789, en parte causada por la guerra con la Francia revolucionaria, que sumió al Estado en una ruina que obligó al recorte radical de las inversiones y forzó a una política desamortizadora que permitiese a Hacienda recoger recursos y alejara así el fantasma de la quiebra económica. En este período las fuerzas españolas alcanzaron los 36.000 hombres, organizados en regimientos del cuerpo de guardias, apoyados por la infantería, caballería de línea y unidades aparte de artillería y zapadores. En cuanto a la Armada, España aún ostentó a finales de siglo el rango de tercera potencia naval con arreglo a los datos de número, tonelaje y aumento de sus naves; sin embargo, y esto se hizo extensivo a todo el Ejército, el retraso técnico se hizo muy sensible desde los ochenta, en relación a la marina inglesa.

Con Carlos IV la política exterior africana mantuvo los mismos criterios fijados por su padre: fijar posiciones entre campo enemigo y campo propio, evitar los enfrentamientos directos para no sufrir excesivas bajas, mantener los puntos poliorcéticos y artilleros alcanzados hasta la fecha a base de pequeñas modificaciones y reparaciones e intentar el establecimiento de relaciones de buena vecindad que llevase a una posible paz y comercio ventajosos para España. Si aquí se cambió de soberano, igual ocurrió en el Imperio marroquí, pues en 1790 falleció Sidi Muhammad ben Abdalá, sucediéndole su hijo Muley Yazid, que al igual que su abuelo Muley Ismail pretendió desde el principio, a base de fanatismo y crueldad, expulsar a los españoles de las plazas norteafricanas a través de la guerra santa. Su primer objetivo fue Ceuta, hacia la que mandó un ejército bien pertrechado de 20.000 hombres al mando de su hermano Muley Alí, y sobre la que impuso duro bloqueo. A pesar de ello la plaza lo levantó en tres meses, gracias a sus 6000 hombres, sus 140 piezas artilleras y las acertadas medidas de sus gobernadores, José de Sotomayor y Echeverría y Luís Francisco de Urbina.

El monarca español aceptó la petición de paz de Yazid prontamente, ante la necesidad de concentrar los mayores esfuerzos frente los revolucionarios franceses, pero el capricho del marroquí volvió a romper las negociaciones y, de nuevo, a serle declarada la guerra en 1791. La alternancia combativa y la táctica de desgaste volvían por sus fueros, bombardeando la escuadra española la plaza de Tánger y sitiando el Emperador la de Ceuta. España se aprovechó de las revueltas internas marroquíes entre el monarca y sus hermanos, que llevó a la muerte del primero en 1793 y a la división de su Imperio.

La situación militar española estaba muy deteriorada. El propio Godoy la describió en el año 1792: las fuerzas alcanzaban no más de 36.000 hombres activos en todos los Cuerpos, faltaba caballería, los arsenales estaban desprovistos de géneros, las fábricas eran deficientes, el nivel de preparación técnica de los oficiales era muy bajo y se había desarrollado enormemente la ociosidad. Ante este estado de cosas, Godoy restableció la Junta de Generales y Ministros en 1796 con idea de modernizar las estructuras orgánicas militares, dividiéndose en las Salas de Constitución, Fortificación, Ordenanzas y Educación; marcando las tintas en esta última como base para la modernización militar, pero dicha reforma fracasó al mes y medio de su creación. Tendremos que esperar a principios del siguiente siglo, en 1803, para ver la reorganización de los Cuerpos de Ingenieros y Artillería, aunque no fuese tan profunda como para iniciar un salto cualitativo progresista.

Desde estos momentos, la plaza de Ceuta descansó de las acometidas africanas, quedando ratificado en la correspondencia del gobernador local, José Vasallo, en 1796, que detallaba los ataques de la escuadra inglesa a la costa ceutí, pero que dicha plaza se encontraba bien defendida para superar dichos inconvenientes. Estos sucesos debieron ser los más repetidos en estos años, a tenor de la carta muy reservada, firmada en la Corte a finales de diciembre de 1798 por Juan Manuel Álvarez y dirigida al Secretario del Despacho de Estado, en el sentido de que la plaza de Ceuta estaba dotada de todos los ramos de su defensa, en términos que si los ingleses se aventurasen a un golpe de mano, saldrían escarmentados, por lo que podemos confirmar que la plaza de Ceuta, salvo contadísimos y esporádicos ataques marroquíes, anduvo desde ahora sólo inquieta por los ataques ingleses.

Insistiendo más en este tema, creemos muy significativo el diario africano redactado por el confidente de Godoy y miembro del Consejo de Castilla, Francisco de Zamora, que giró visita de inspección a Ceuta en mayo de 1797, con el objetivo de comprobar su situación poliorcética ante un posible ataque británico, al tiempo que la situación creada en la misma por la actuación de su gobernador, José Vasallo. Se encontraba de visita Zamora por el sur de Andalucía cuando el Comandante General del Campo de Gibraltar, Marqués de Roben, el Mariscal de Campo de Algeciras, Adrián Jácome, y el cónsul español en Tánger, Antonio Gómez Salmón, le transmitieron la masiva concentración de tropas inglesas en Gibraltar, por lo que se tenía por cierto en Ceuta el rumor de un posible bloqueo y bombardeo, respirándose un clima de inquietud, ya que pensaban que con las tropas acuarteladas en el Peñón y en veinticinco días de bloqueo, los ingleses podrían haberla tomado fácilmente. El gobernador local, José Vasallo, se previno, procediendo a que la Junta de Abastos hiciese acopio de víveres y suministros, al tiempo que ordenaba que su contador, Juan Parreño, le remitiese prontamente la relación detallada de las existencias y pertrechos de todo tipo con que disponía la ciudad. Por contra, Zamora recibió informaciones del capitán de artilleros de Ceuta, Luís Power, para quien estos rumores no tenían fundamento ...

“...más bien creo que los ingleses se arman para defender su bahía cuando llegue el caso de apretarles, que no hemos de estar siempre tan flojos”.

Al poco tiempo de estar en suelo africano, Zamora extrajo unas primeras apreciaciones personales muy válidas para el interés nacional, como que contando Ceuta con una población de 9000 habitantes, resultaba una plaza costosísima, con gastos por encima de los 10.000.000 de reales, que podría obtenerlos de ella misma y no recibirlos del gobierno central si contase con una buena administración. De este modo ponía en entredicho la actuación de la primera autoridad de la ciudad. Esta opinión, fruto de una primera comprobación, se opuso a otra, mucho más madurada, después de haber estado más tiempo en la plaza sopesando los pros y los contras:

“...obsérvese que nos convenía mucho la conservación de los Presidios de África para mantener despoblada su costa y apartar de la idea de los moros empresas de conquista, de relaciones de comercio por otras manos que las nuestras y de liga con otras naciones”.

En 1799 firmaron los monarcas, Carlos IV y Muley Sulaimán, el Tratado de Paz, Amistad, Navegación, Comercio y Pesca, quedando ratificados, como en el de 1782, los límites del Campo de Ceuta y la extensión de terrenos para el pasto de ganado de aquella plaza. En un nivel más amplio se confirmaba el derecho español de soberanía sobre las plazas norteafricanas de Ceuta, Melilla, Peñón de Vélez y Alhucemas. En su artículo 15 quedó acordado que estas fortalezas usasen el cañón y el mortero en los casos en que fuesen ofendidas, ya que la experiencia había demostrado que no bastaba el fuego de fusil para escarmentar a dicha clase de gente, por lo que también se estableció el derecho de represalia.

II.- Adaptaciones y reformas poliorcéticas. Intervención de ingenieros militares

Desde los inicios del siglo XVIII la actividad poliorcética se desarrollaba en Ceuta sin perder de vista los trascendentales cambios que se operaban en estos momentos en España. Tras la subida al trono de Felipe V, vemos cómo sus autoridades locales intentaban por todos los medios a su alcance dotar a la plaza de suficientes infraestructuras defensivas y asegurar así una eficaz cabeza de puente peninsular en territorio norteafricano.

Bajo el gobierno del Marqués de Villadarias se habían construido ya en 1699 los Baluartes de San Pedro y Santa Ana con su falsabraga u hornaveque y el Palacio de Gobierno nuevo de la Marina, que sustituyó al antiguo existente en el solar del alcázar musulmán medieval situado en la Plaza de África, como consecuencia de los frecuentes bombardeos durante el sitio. También, los Almacenes de San Pedro y los arcos del Puente de la Almina, iniciando a continuación el Hospital Real de Plaza de los Reyes, la Veeduría y el antiguo Castillo de Santa Catalina. Ya bajo dominio borbónico trabajó en la obra del Medio Bastión de Santiago, avanzando terreno para su foso, lo cual causaba desesperación a los marroquíes. Inició, por otro lado, el cuartel adosado a la Muralla Real, el cual sería terminado en años sucesivos. Asimismo, teniendo allanado el terreno y levantada la trinchera desde la cara derecha de San Pablo hasta el flanco central de Santiago, quiso Villadarias asegurarlo con una empalizada a finales de enero de 1701, pero los enemigos frenaron esta obra adelantada con encarnizado combate.

El nuevo gobernador, José Agulló y Pinoz, hallando desde abril del siguiente año que el ejército sitiador empleaba por todas partes trabajos con cortaduras y medias lunas dotadas de surtidas de comunicación, a cubierto para reparar sus bombas, piedras y granadas, llegando a acumular tierra en la parte del Ángulo de San Pablo y formando éstos un Ataque dominante llamado el Real, con lo que se imposibilitaban los avances de la plaza; continuó aquél un contraataque por el frente de Santa Ana, debiendo ceder el enemigo a su ocupación. Continuó después trabajando en el terreno del Rebellín de San Ignacio y Surtida de Machuca, causando estragos con minas, morteradas y cañonazos; así como en el Medio Bastión de Santiago, haciendo merlones y terraplenos.

Remudó el de San Pablo, le ensanchó la falsabraga y concluyó cuatro bóvedas del cuartel comenzado por el Marqués de Villadarias. Los trabajos sobre las trincheras enemigas partían de granaderos y minadores que se empleaban en demoler las comunicaciones con el Ataque Real, consiguiéndose muchas veces con porfiada contienda su retirada. A finales de diciembre de 1703, con el objetivo de resguardar el puerto y la península de la Almina, continuó la obra de su antecesor en el Castillo de Santa Catalina, y además reparó la antiquísima muralla que iba desde dicho castillo al de San Amaro.

A primeros de enero, el gobernador local contó con las Compañías de la Ciudad como fuerzas de la guarnición, junto a la Compañía de Presidiarios y Obreros, y a primeros de agosto logró que Felipe V fundara el Tercio Permanente de Ceuta, en el que integró a las unidades anteriores con mosqueteros, piqueros, marineros y una sección de granaderos. A su muerte, acaecida en octubre de 1704, dirigió el gobierno de la ciudad el Cabo Subalterno General de Batalla, Antonio de Zúñiga y la Cerda, que continuó las obras y trabajos emprendidas por el marqués durante tan sólo tres meses, siendo sustituido por el Capitán General, Juan Francisco Manrique y Arana, desde primeros de enero de 1705.

Desde los primeros días de su mandato se hicieron reiterativas sus instancias dirigidas al Marqués de Mejorada, en el sentido de que la plaza de Ceuta se hallaba, a finales de abril de 1705, casi indefensa por no haber llegado aún la última remesa de materiales, contando con escasa cuerda mecha y pólvora, con pocos hombres de guarnición y tener 200 enfermos en el hospital. Los pocos disponibles guardaban la Plaza de Armas, mientra que la península de la Almina, de una legua de circunvalación, disponía de muchos puestos que vigilar y necesitaba indispensablemente 2000 soldados, caballería y cuarenta piezas artilleras. Solicitaba también al Marqués de Villadarias que le auxiliase con parte de los pertrechos y municiones que se remitían normalmente a la plaza de Cádiz desde el Campo de Gibraltar y que diese el correspondiente permiso para que, además de los tres barcos mercantes que llegaron de Cádiz con 57 hombres del Regimiento de Bartolomé de Ortegal, fuesen enviados otros cinco con idea de que transportasen los géneros detenidos en Andalucía con destino a esta plaza por cuenta del asentista, como bizcocho, vino, tablas y ladrillos.

La primera referencia gráfica de estos primeros años del siglo XVIII corresponde al plano titulado: “Plano del Frente Principal, conforme estaba en el año de 1700” (Fig. 40), del ingeniero Diego Bordick, y que fue localizado en el Servicio Geográfico del Ejército. Se limitó a situar en dicho documento, de dirección oeste-este, la Muralla Real, el Foso navegable, la lengua de sierpe que habían conquistado los marroquíes, los ataques enemigos, la batería de morteros, las baterías de cañones, el Morro de la Viña y el Pozo del Chafariz. Las líneas avanzadas propias, con todas las fortificaciones exteriores, quedaron insinuadas y ni tan siquiera citadas en la explicación del plano.

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El gobernador, Francisco Manrique y Arana, ejerció sin serlo de principal ingeniero de la plaza de Ceuta. Efectivamente, si bien el plano anterior fue firmado por Bordick, la documentación estudiada no nos ha revelado su actividad profesional por estos años, debiéndonos esperar hasta 1722 para encontrar sus proyectos locales. Este vacío de profesionales de la ingeniería militar en la plaza justificó la intervención directa del propio Capitán General en asuntos poliorcéticos, remitiendo planos y proyectos del estado de sus fortificaciones exteriores más adelantadas, de sus minas y de cómo aislar la plaza, evitando así los excesivos gastos que conllevaba el sitio de Muley Ismail.

Informó también al Marqués de Mejorada de la conveniencia de que la Plaza de Armas quedase aislada, pasando el mar por el Foso del Hornaveque y contando con que dicho terreno no alcanzaba más de 940 pies geométricos de un extremo a otro. El lado occidental terminaba en seis pies de altura al nivel del mar, elevándose en su parte oriental hasta llegar a los treinta y cinco pies. El terreno ocupado dentro de las estacadas locales daba posibilidad a que los ataques enemigos no pudiesen impedir el abrir un foso de 300 pies de anchura y de la necesaria profundidad bajo la superficie marina, entre la Media Luna de San Ignacio y el Bastión de Santiago. Para la ejecución de estas obras, contando sólo con una vieja empalizada de protección de la Plaza de Armas, era sumamente precisa la construcción de una media luna enterrada delante de la Cortina del Hornaveque, dentro del terreno llamado de San Ignacio que estaba ocupado con una simple estacada. Manrique, observando que este puesto estaba muy expuesto y a descubierto de los ataques, había abierto un foso y cimientos en la pizarra, necesitando sólo su revestimiento para quedar enteramente asegurado. También veía primordial la construcción de medio bastión de mampostería en la punta de San Francisco Javier, por su mala disposición y el corto terreno ocupado sólo de estacada. Para esta obra, como para la Media Luna de San Ignacio, el consumo de cal sería mínimo por la cortedad de sus líneas y, una vez ejecutadas, se evitaría una gran porción de empalizadas y tablas, ahorrando importantes gastos.

El Medio Bastión de San Pedro tenía muy poca defensa en su flanco opuesto, siendo necesario además que su foso fuese muy profundo. El resto del Foso del Hornaveque no precisaba reparación por ser de pizarra, por lo que dejando berma suficiente formaría una falsabraga delante de la cortina y del medio bastión. La obra de San Pablo era de irregular trazado y de dudosa defensa, por lo que según Manrique debería demolerse una vez que se concluyese la Media Luna de San Ignacio. Una vez que se hubiese sacado toda la tierra, debería también demolerse el Bastión de Santiago, pensando en su poca utilidad y en que al estar sobre terreno bajo, el batir de las olas le minaría, obligando a gastar más de lo necesario en reforzar sus cimientos.

En cuanto a la abertura de los fosos del lado de Santa Ana, se debería procurar romper la pizarra cuanto fuese posible y permitieran las obras avanzadas enemigas, ayudándonos de las minas adelantadas. Una vez ejecutados los fosos, antes de introducir las aguas convendría que se reparase el Espigón del Albacar, ya que al tener arruinado su pie y quebrada su mitad amenazaba ruina y sería de suma importancia que se cerrase con una muralla y se pudiera terraplenar. Los materiales imprescindibles serían cal y ladrillo, que eran géneros que proveía el asentista. Siendo el principal trabajo romper los fosos y sacar la tierra, se precisarían todo tipo de herramientas y medios de transporte.

Manrique calculó que deberían trabajar en estas obras un total de 500 hombres milicianos con sus cabos, además de los desterrados que hubiese en la plaza. Desde Sevilla, Jaén y Córdoba se deberían mudar cada trimestre estas brigadas de obras, ayudándoles también algunos refrescos proporcionados. Asimismo, el gobernador contó con la ayuda del capitán de minadores, Felipe Tortosa, gracias al cual se había conseguido preparar una mina que salía por la mitad de la estrada que corría por fuera del Ángulo saliente de San Pablo, y se unía con la existente en el frente de la Contraguardia de Santiago.

Este proyecto ideado para aislar la plaza, según Manrique, se completaría con otras obras que empezaron a levantarse, como el Reducto de Alcántara, el Rebellín de San Luís y el Reducto de San Andrés por la zona Norte. Con todo ello, creía que Ceuta no necesitaría de más gente que la propia para su defensa y pidió al Marqués de Mejorada...

“...que nombrase a un Ingeniero de ynteligencia para que se haga cargo y corra con la maniobra de este proyecto, pues además de ser preciso para el adelantamiento de las obras, será mui posible que el conocimiento que deve corresponder a su profesión adelante más esta importancia, que es únicamente lo que yo deseo el que se consiga con la mayor perfección y brevedad posible quanto fuere del real servicio...”

Dos años más tarde, en 1707, comenzó Manrique la cimentación del Castillo de San Amaro, terraplenándolo y colocándole baterías, situando otras en Torremocha y Pedrerías. Formó el Camino de la Marina Norte hasta San Amaro, ya que antes del sitio ismailita este terreno que miraba al Estrecho estaba cercado y cerrado por huertas y casas aisladas de particulares que habían abierto una estrecha vereda. Vio conveniente trazar esta vía para que rodase la artillería y pudiese la tropa ir en columna hasta el Castillo de San Amaro. Notable avance urbanista el que inició Manrique, en sintonía con lo que se realizaba en estos momentos al otro lado del Estrecho, ya que la consolidación del Estado tras la Guerra de Sucesión al trono español produjo la de sus estructuras administrativas y políticas, permitiendo que el Cuerpo de Ingenieros y los Capitanes Generales abarcasen trabajos distintos a la poliorcética, la fortificación y la artillería, como caminos, puertos, canales, urbanismo y arquitectura civil (Muñoz Corbalán, 1993). Artilló además la máxima autoridad local el Ángulo de San Pablo y dispuso un parapeto sobre su playa, e instaló el Edificio de Aduanas en el Baluarte de San Juan de Dios. Fue importante, a finales de este año, el socorro recibido del Regimiento 25 de Málaga, que se encontraba luchando en Denia y acudió presto a la defensa de Ceuta.

Desde 1709 gobernó la plaza de Ceuta Gonzalo Chacón y Orellana que prosiguió el contraataque a los enemigos, socavando en el sitio real los Reductos de Nuestra Señora de África, San Andrés y Santa Lucía, luego nombrada Luneta de la Reina. Puso en defensa el de Alcántara, colocándole empalizada en su parte superior, cerrándole la gola y dándole comunicación con un pequeño foso a la estrada cubierta. Levantó de mampostería las líneas capitales de los dos costados de la fortificación exterior y el flanco derecho de Santiago, que antes eran simples empalizadas. Adelantó la longitud y capacidad de los Fosos de San Javier y San Ignacio, acabando de cerrar la estrada cubierta uniendo sus partes y colocando a distancias proporcionadas cortaduras y plazas de armas. Desalojó a los enemigos de la proximidad de Santiago, remedió con un tenallón lo defectuoso del Hornaveque y, para que los barcos estuviesen mejor acomodados y resguardados, reparó y limpió completamente la dársena portuaria. A estos trabajos de regular defensa, añadió los de dotación y acomodación artilleras, contando para ello con la colaboración del capitán de minadores, Felipe Tortosa, y de capitanes de artillería, que en 1710 habían añadido dos cañones a la empalizada del flanco bajo derecho de Santiago, junto a un pelotón de fusileros, para contener la osadía de los marroquíes por ese costado. En el Reducto de Alcántara situaron una compañía de granaderos y montaron dos cañones pequeños, sirviendo tanto de atalaya por su parte central e izquierda, como de duro freno a las incursiones enemígas.

Desde primeros de abril de este año contó el gobernador con el Regimiento 26 de Costa, tanto para refuerzo de la guarnición local como para rechazo de los embates de los sitiadores. Tres años más tarde, pasó el Regimiento de Toro desde la Península para proteger sobre todo los Reductos de África y Alcántara, pero aún así la guarnición ceutí en abril de 1714 seguía siendo deficitaria, disponiendo del Tercio Fijo, los dos batallones de Vélez, los dos de Antequera, la caballería de la dotación, las dos compañías de ligeros del Regimiento provisional de Andalucía, la Compañía de Minadores, pocos artilleros y mediano número de desterrados. Los requerimientos a la Corte por parte del gobernador dieron como resultado que el Capitán General del Mediterráneo remitiese a esta plaza 500 milicianos con algunos oficiales, veinticinco mosqueteros de su guardia y otros veinticinco de Marbella.

Con estos efectivos el Capitán General de la plaza de Ceuta llegaba a frenar a duras penas los numerosos ataques enemigos, que ponían toda su aplicación en continuar las dos minas que trazaron por la zona de la Rocha y lado izquierdo del Reducto de Alcántara. Éstos habían profundizado tanto que obligó a los minadores a bajar catorce pies más abajo del Foso de San Javier, situándonos en su paralelo y dejando preparado el hueco para volarles con pólvora ...

“...y por la de la Rocha han tirado distinto rumbo, apartándose de nuestro pico que ba encontrándose con ellos, y haviéndose ya propasado nos obliga a dettenerlos por a tiro más ynterior”.

Los denodados esfuerzos de los minadores no recibieron recompensa suficiente por parte del rey Felipe V. Empezaron de nuevo a menudear los memoriales dirigidos a la Corte para aumento de sueldo y de grado profesional, como el tramitado por Chacón y Orellana de fecha 22 de junio de 1715, y dirigido a Miguel Fernández Durán. En el mismo, el capitán de los minadores reales de la plaza de Ceuta y agregado al regimiento de ella, Felipe Tortosa, solicitaba que tanto él como los demás oficiales de su compañía quedasen con el mismo sueldo que gozaban en los demás Ejércitos reales los demás oficiales de su especialidad, en atención a haber servido ya más de veinte años en esta plaza en el cargo y dirección de las minas, expresándole también que todos sus parientes salieron del Reino de Granada por mandato real a ocuparse de este ministerio, sacrificando en él sus vidas, en especial el Brigadier Andrés Tortosa, que falleció en el sitio de Campo Mayor, y quedando en estos momentos sólo dos vivos, uno en el Ejército de Aragón con el empleo de Sargento Mayor de fusileros reales y él en la plaza de Ceuta. De aquí no había salido nunca, quedando reducido al penoso e insuperable trabajo de sus minas, y le resultaba imposible mantenerse con el corto sueldo de treinta escudos que por el nuevo reglamento se le señalaban. Argumentaba de igual modo en su memorial que...

“...había logrado muchos y buenos efectos contra los enemigos de nuestra Santa Fe, que al presente la atacan sin que hayan podido desunir la menor piedra de su fortificación con las suyas, intentándolo repetidas veces como al presente, coadyuvando a esta defensa asimismo la buena dirección y celo del Capitán D. Joseph Colomina, a quien S.M. honró con la gracia de Director de Minas, que está agregado a su Compañía con la de los demás Oficiales de ella...; y por todo ello, no habiendo yo obrado menos que los Capitanes de Minadores de las demás plazas y Ejércitos reales, cuando algunos de ellos han sido soldados de mi Compañía y a quienes yo he enseñado, no parece será de ningún aire para mí que estando en actual trabajo tenga menos sueldo”

Pedía la subida de su sueldo como gozaban los demás oficiales de su género en sus ejércitos, dándole además la gratificación que se les señalaba por sus reclutas.

Las peticiones fueron ampliándose hasta llegar al nivel del propio Capitán General, Gonzalo Chacón y Orellana, que notificó al rey su dilatado currículum, con cuarenta años de servicios; de ellos, veintisiete en los ejércitos de Cataluña y Flandes y trece en la costa del Reino de Granada y plaza de Ceuta, como Capitán General. Al propio tiempo, pidió al monarca que le honrase con el cargo de gobernador y Capitán General de Galicia, el cual se hallaba vacante por pasar el capitán de guardias valonas, Marqués de Risburg.

El Mariscal de Campo y Teniente General de los Ejércitos Reales, Francisco Fernández de Ribadeo, gobernó Ceuta en dos ocasiones, desde 1715 a 1719, y desde 1720 a 1725. Sabedor de la perseverancia de los sitiadores, situó en la zona derecha del ataque enemigo el Medio Baluarte de Nuestra Señora de África, comunicándolo con galería hasta el Rebellín de San Ignacio. Adelantó el Foso del Reducto de Alcántara y comunicó con bóveda al Foso de la Contraguardia de San Francisco Javier. Dio forma de rebellín al mal establecido Reducto de Santa Lucía, pues los fronterizos intentaron, sin conseguirlo, desbaratarlo con una mina profunda de veintidós pies más baja que la nuestra. Reforzó el Ángulo de San Pablo y remató los Almacenes de Plaza de África, situados sobre las ruinas del Palacio Viejo de los Gobernadores. Igualmente, adelantó las minas hasta las cercanías del antiguo Llano de las Damas.

En 1715, a propuesta del Marqués de Santa Cruz y siguiendo el nuevo reglamento de la plaza, se dispuso que el Tercio Permanente de Ceuta se reordenara en regimiento con once compañías, nombrándose desde ahora Regimiento 28 de Ceuta, y con la consideración de dotación fija. En lo que hacía referencia a los gastos de fortificaciones, se fijó en dicho reglamento que los correspondientes a Ceuta no deberían sobrepasar los 8000 pesos al año, detallando su empleo en Plaza de Armas, teas, maderas, estacada, minas, cuarteles, almacenes, casas reales, barcos y galeota, compra de bagajes, acémilas y bueyes que servían en las obras reales y Fortificaciones. Por otro lado, los diversos materiales no se emplearían sino en las fortificaciones, obras ordinarias y en el Palacio de los Gobernadores. No se habrían de hacer más que las obras precisas para su reedificación, con la advertencia expresa de que sólo se levantarían aquéllas por real cuenta en las casas reales y no en otras, constando además que los bagajes, acémilas y carretas sólo se emplearían en obras y fortificaciones. Se debería proseguir sin dilación la obra del almacén y se construirían nuevos cuarteles.

Se proseguirían las bocas de las minas y sus cañones principales a base de mampostería y rosca de ladrillo...

“...por lo mucho que conviene para subsistencia y ahorro de la Real Hacienda, tanto en tiempo de paz como de guerra, pues la experiencia ha hecho ver hasta aquí el gran dispendio que ha ocasionado la madera que se ha empleado en ellas”.

Asimismo, el gobernador local no permitiría que los soldados trabajasen en otro asunto que no fuese el ejercicio de las armas, puesto que muchas veces se ocupaban en otros asuntos civiles de los vecinos, que eran considerados indecorosos y viles. Del cumplimiento de todas las normas de este reglamento se encargaría, como primera autoridad de Ceuta, Francisco Fernández de Ribadeo.

Además de la referencia ya citada del plano de Ceuta de primeros de siglo realizado por el ingeniero Bordick, la siguiente reseña de la actuación de otro profesional de la ingeniería militar en la plaza de Ceuta en el siglo XVIII fue la del Teniente Coronel e Ingeniero en Jefe, Juan Díaz Pimienta, que remitió el 15 de enero de 1717 un memorial al rey pidiéndole el grado de coronel. En él detallaba treinta y dos años de servicios personales a la corona desde 1686, en que pasó como oficial al Ejército de Flandes, y no usó licencia hasta 1710, año en que por orden real pasó a continuar su actividad en España junto a otros seis ingenieros al frente de Aragón, con el mismo grado de Ingeniero en Jefe con que sirvió durante cuatro años en la provincia de Namur y siete en la de Luxemburgo, realizando entre otros proyectos el de unos almacenes subterráneos y la planta del Castillo de La Roche en Flandes, con fecha 13 de abril de 1705. Estuvo prisionero año y medio tras la batalla de Zaragoza, hasta 1712 en que recobró su libertad. Intervino al año siguiente en el bloqueo y sitio de Barcelona, y finalizado éste marchó al de Ceuta, con el encargo previo de reparar las fortificaciones del Peñón de Vélez y Alhucemas. Después de su intervención en la plaza de Ceuta, marchó en 1718 a Barcelona a trabajar en las obras de su ciudadela, falleciendo al año siguiente en Hostalrich. Su hijo, Juan Francisco Díaz Pimienta, acompañó también a su padre a Barcelona después de actuar en Ceuta, solicitando en aquella plaza el grado de Ingeniero en Primera.

Un segundo documento gráfico (Fig. 41) correspondiente al año 1717 llevaba por título “Plano de Zeuta y su Almina”, que incluía el frente de sus ataques y tierra firme, sin que sepamos qué ingenieros militares lo realizaron. Sin lugar a dudas fue de mayor concisión técnica y de mayor información militar que el primero estudiado de principios de siglo, pero sin embargo sólo nos detalló la zona ístmica y el Campo Exterior con las fortificaciones más adelantadas, echándose en falta las defensas situadas en la Península de la Almina. Quedaron situados puestos poliorcéticos tan significativos del tercer frente como el Medio Bastión de Santiago, el Reducto de África y el de Alcántara; los del segundo frente, como el Ángulo de San Pablo, el Rebellín de San Ignacio y el Reducto o Contraguardia de San Francisco Javier. Además, los del primer frente, sobrepasado el Foso inundado, con el Bastión de San Pedro y el de Santa Ana, unidos por el Hornaveque, para adentrarnos ya en el recinto de la ciudad, con los Baluartes del Torreón, de la Coraza Alta, el Espigón y Coraza Baja, el Bastión de los Mallorquines, el Albacar, el Bastión de San Juan de Dios, el de la Pólvora y el de San Francisco. Incluía este plano el estado de la artillería montada en los puestos interiores y exteriores de la plaza en noviembre de dicho año: un total de treinta cañones de bronce, 83 de hierro, seis pedreros, cinco morteros de bronce, dos de hierro, nueve cañones y dos falconetes de hierro estropeados, y muchas cureñas inservibles.

Otros enclaves militares quedaron perfectamente configurados, como el almacén de provisiones de Plaza de África, la puerta de la playa de la Ribera, la Primera Puerta, la de Santa María y el Mirador de la bahía Norte; junto a edificios religiosos tan importantes como el Santuario de Nuestra Señora de África, la Catedral o Iglesia Mayor, que estaba arruinada y el Convento de los Trinitarios. La zona intermedia o ístmica de la plaza de Ceuta siguió siendo el mayor cinturón defensivo, táctico y estratégico, y en el que además se planificó de manera más regularizada el espacio geográfico, con un trazado lineal tras los puestos costeros de ambas bandas norte y sur, con la delimitación clara para los desembarcos y dársena portuaria, y una ocupación intramuros siguiendo las pautas dictadas por la arquitectura militar del momento, como demoliciones, explanadas, situación de edificios de apoyo logístico, trazado y secuenciación de vías y viviendas civiles. Lo que entrevemos extramuros, tanto en la zona del Campo Exterior, colindante al enemigo, como en la Almina, eran aspectos propios de una mayor actividad rural, con dedicación agrícola y ganadera, así como puntos de encuentros navales y terrestres, donde primaban los esquemas defensivos en superficie y subterráneos.

En otro orden de cosas, y ante el importantísimo papel que desarrollaba en la plaza de Ceuta la compañía de minadores, las pretensiones de su gobernador era que estuviese compuesta completamente de soldados voluntarios y que no se extinguiesen los cuatro maestros y seis capataces que había en ella. El rey le contestó el 5 de febrero de 1719 que dispusiera que los hijos de la ciudad con edad suficiente y los desterrados que cumplieron condena y se afincaron allí, los cuales eran ya voluntarios, sentasen plaza en la compañía de minas, publicando bando para que todos los que quisiesen servir en ella, siendo voluntarios, se presentasen a él y al veedor para que se les sentase plaza como minadores, con advertencia de que todos los desterrados con cadena cumplida y empleados en Ceuta en diferentes oficios deberían asentarse en dichas minas o en el regimiento, y no haciéndolo habrían de salir inmediatamente de la plaza. Se entendería que siempre que hubiese voluntario para la compañía de minas, aunque estuviese completa con voluntarios o desterrados, se despidiera al desterrado, volviéndole a agregar a su destacamento y recibir al voluntario.

Estaba obligado el gobernador a remitir al rey justificación de la publicación del bando y a los seis meses una certificación de los soldados voluntarios o desterrados existentes en la compañía de minas. Le reiteró el rey que convenía mucho a su servicio que ningún trabajo realizado en la compañía era inútil, por ser la principal defensa de la plaza, y resolvió también que estuviesen cuatro maestros y diez capataces de minas, y no se extinguiesen, como prevenía el reglamento, sino que subsistiesen como hasta ahora, pero con la observación de que estos empleos recayesen precisamente en aquellos sujetos de mayor suficiencia de la compañía.

A finales de mayo de dicho año, el gobernador Ribadeo fue nombrado Jefe del Ejército de Navarra, quedando interinamente encargado de la plaza ceutí el Mariscal de Campo, Francisco Pérez Mancheño, quien ante el intento de desembarco enemigo en la Almina se apresuró a reparar toda la Muralla Norte que se hallaba deteriorada. Poco duró su gobierno, pues a finales del siguiente mes dirigió Ceuta Luís de Rigio, Príncipe de Campoflorido y Virrey de Navarra. Hizo continuar las obras de su interino, construyendo caminos para el rápido traslado de la caballería y la infantería, contando con la ayuda inestimable de su veedor, Florián Delgado. Corriendo en la ciudad el rumor del rearme artillero enemigo, montó piezas de artillería en los Castillos de Santa Catalina, San Amaro, Desnarigado y Playa del Sarchal. Abrió un nuevo camino desde el Sarchal hasta el Desnarigado y fortificó con tapias toda la costa del mediodía desde el Foso de la Almina, pasando por la Puerta de la Sardina hasta la Playa de San Jerónimo. Aquí construyó el torreón de su nombre para la defensa de la Playa de Fuente Caballos, artillándolo con cuatro piezas. Igualmente, mandó reparar las empalizadas de la Plaza de Armas, hizo cobertizos para la tropa a prueba de piedras de mortero, y en el Foso de las Murallas Reales dispuso diversas cortaduras y fosetes, ante su falta de agua. Por otro lado, perfiló los Baluartes de San José y San Carlos, situados en las actuales instalaciones del Casino de la Legión.

Con el nuevo reglamento de ordenación político-militar de 1715 se logró un aumento del número de pobladores ceutíes, alcanzando los 2895, incluida su guarnición; pero los ataques enemigos fueron tan virulentos en estos años que al gobernador no le quedó más remedio que organizar una compañía de clérigos con 50 plazas empleándola para la defensa de las Murallas Reales hasta la entrada a las bóvedas o galerías, así como el traslado de tierra del Foso de la Almina y relleno de los barrancos aquí existentes para que se levantara posteriormente el nombrado Baluarte de San Sebastián. Dispuso que un grupo de franciscanos defendiese la Rocha y el Espino, mientras que otro de trinitarios acometiese la defensa de la Muralla Sur de la Brecha. Con 130 comerciantes hizo otra compañía para ayudar en la fortificación de Playa Hermosa y Sarchal y para la defensa de Fuente Caballos.

El interventor provincial de la artillería de Ceuta, Florián González, puso a Rigio al corriente del estado de las municiones y pertrechos de guerra que se habían distribuido desde primeros de junio de 1719, así como de las que quedaban disponibles en los almacenes. Aquél le hizo ver, a mediados del mes siguiente, los pocos socorros de gente y armamento existentes en caso de ataque enemigo, quedando disponibles sólo 2569 de los fusiles nuevos y 946 quintales y doce libras de pólvora, insuficientes para el sitio. Las instancias realizadas al subdelegado de artillería de Sevilla y al veedor de Málaga para que le enviasen algunos maestros armeros fueron infructuosas, sin poder conseguirlo, por no querer ir ninguno a Ceuta; mientras que los requerimientos realizados por el gobernador ante la monarquía dieron como resultado la llegada a Ceuta de 500 soldados de las milicias provinciales.

En el mismo sentido que el gobernador local y el interventor provincial de la artillería se manifestó Felipe Tortosa, con escrito de 27 de febrero de 1720. Con la llegada delnuevo gobernador, el Marqués de Gironella, su compañía estaba escasa de artilleros, componiéndose la mayor parte de desterrados, que eran muy necesarios para la plaza. En esos momentos contaba con cuatro maestros minadores, un subteniente, un sargento, un alférez y un teniente, que podía desempeñar el cargo de capitán de artilleros o minadores. Tortosa detalló que hacía veinticinco años que se encontraba en Ceuta en el continuo y penoso trabajo de las minas y Plaza de Armas, cuya fortificación y defensa de ellas estaban a su cargo, pues todas las que se habían adelantado y colocado sobre terreno enemigo se realizaron por el desvelo con que las había trabajado, poniéndose esta plaza casi impenetrable al enemigo. Estuvo sirviendo en Ceuta como ingeniero sin ninguna gratificación hasta 1719, en que Felipe V mandó que se le asistiese con el sueldo de 100 pesos al año como Director de sus fortificaciones, a petición del Ingeniero en Jefe, Alberto Menions, sin que por ello dejase de cuidar las minas.

A mediados de mayo de 1720, el Príncipe de Campo Florido fue relevado en el mando de la plaza de Ceuta por el Mariscal de Campo Francisco Manrique Arana, que a causa del asedio se trasladó por segunda vez a esta ciudad desde el Puerto de Santa María, cuya Capitanía General mandaba, regresando a este destino el 27 de septiembre de este mismo año. Tras su toma de posesión, dispuso que todas las fuerzas realizaran una salida para acostumbrar a los soldados novatos a la lucha contra los marroquíes. Además, mandó volar diversos hornillos en las minas y dobló la empalizada del lado derecho. Si bien en estas fechas la guarnición disponía de las fuerzas del Regimiento Fijo, las Compañías de la Ciudad, la Compañía de Lanzas y la Compañía de Marina, el nuevo gobernador solicitó que acudiese con prontitud el 2o Batallón del Regimiento de Badajoz, ante el acoso enemigo.

El estado deficiente de la artillería, armas, municiones y pertrechos de guerra existentes en la plaza, así como del correspondiente a la Compañía de Artillería y Destacamento del Regimiento Real de Artillería, le fueron notificados a finales de julio de 1720 por Francisco Balbasor, Comandante de la Artillería de Ceuta. Necesariamente, y ante este estado de cosas, Balbasor pormenorizó al gobernador todo lo que precisaba para la defensa de esta plaza ante el asedio ismailita y justificó que los artilleros cobrasen veinte reales de plata doble cada uno al mes y una fanega de trigo, como medio para incentivarlos en sus puestos ante las acometidas del asedio enemigo.

Como vemos, la situación defensiva de la plaza fue empeorando a ritmo acelerado en estos años. Todo esto quedó refrendado con la carta del gobernador Manrique dirigida al Marqués de Tolosa el 9 de agosto de 1720, en la que le explicaba cómo estaban arruinados los parapetos de la Muralla Real y el aderezo de sus troneras, así como que las Maestranzas de Albañilería y los desterrados se debieron aplicar en la fábrica de los almacenes de pólvora de modo urgente, por lo mucho que importaba al real servicio. Su labor, como primera autoridad de la plaza, se centró en la reparación de desperfectos existentes en la Plaza de Armas, quitar los embarazos a la artillería interior, desbaratar los cobertizos de mampostería situados en la estrada encubierta y a pie de las obras, ya que con facilidad se podría subir a ellas los enemigos y romper el laberinto de empalizadas que al hacer indefensos los puestos sólo conducían a la confusión. En la Muralla Real, cuyos parapetos y troneras estaban totalmente destruidos, los soldados quedaron al descubierto y sus artilleros no podían manejar un solo cañón. Estas razones obligaron a Manrique a rehacerlos, añadiendo sus banquetas y dos cuarteles para los artilleros que tampoco antes había. En el Bastión de San Pedro (Fig. 42) se produjo también la caída de parte de su base por efectos de un temporal, por lo que los ingenieros militares debieron proyectar su reparación.

Tras la conclusión de estas obras, acometió la de construir nuevos almacenes, puesto que los existentes en el Castillo de San Amaro, en las Ermitas de Nuestra Señora del Valle y de San Antonio y Castillo de Santa Catalina estaban repletos de material bélico, sobre todo tras el envío desde la Península de una urca con 2000 quintales de pólvora. Por ello, para aumentar la capacidad de almacenaje acomodó otro en las ruinas del antiguo Molino de Viento y sacó los cimientos de uno muy capaz en lo alto del Monte Cabreriza, que en poco tiempo se hundió por el peso de su bóveda, sin que se llegase a utilizar.

El gobernador censuraba además que...

“...al haber pocos desterrados y tener mas quenta vender los reos a los Oficiales que van a recluta con título de mal entretenidos, son muy pocos los que envían a presidio, y llenándose de malhechores los Regimientos, falta gente aquí para los trabajos y lo mismo sucederá en los demás presidios”.

La actuación del ingeniero José Gayoso y Mendoza al lado de Manrique tuvo como principal objetivo estudiar el estado en que se encontraba Ceuta ante el sitio de Muley Ismail, para que adquiriese esa puntual idea de los ataques, avenidas, campamentos y otras circunstancias de su actual situación, y planificar la expedición del ejército del Marqués de Lede desde la plaza de Cádiz a la norteafricana. A tal fin fueron frecuentes las reuniones secretas del General en Jefe y el ingeniero en su despacho gaditano para estudiar el mapa geográfico de los contornos de Ceuta, con los aspectos estudiados in situ y que había remitido este último al Marqués de Tolosa, ocultándole sin embargo a aquél que habían sido redactados en un informe y enviados a la Corte.

Desembarcado el ejército peninsular en Ceuta a primeros de noviembre de 1720, se llevó a cabo lo proyectado en Cádiz con el fin de arrojar a los marroquíes de sus ataques y campo y ocuparlos con tropas del rey, atrincherándose contra las fuerzas que los enemigos pudiesen juntar en el tiempo que se necesitase para arrasar sus líneas y añadir a la plaza las obras nuevas que se proponían. Para ello, Lede repartió el Cuerpo expedicionario en seis columnas, cinco de infantería y una de caballería, situando ésta en el lado derecho por no existir otro terreno más favorable para desembocar en la plaza y marchar sobre el enemigo. Las tres primeras columnas de infantería se compondrían de un Teniente General, un Mariscal de Campo y uno o dos Brigadieres, con ocho batallones, y las dos últimas, compuestas de cinco batallones, con un Mariscal de Campo y un Brigadier.

Una de las tres primeras columnas formó la derecha, a cuyo fin se juntaron sus ocho compañías de granaderos en la plaza de armas del ángulo entrante de la Estrada Cubierta de Santiago, y dos batallones en el resto de dicha estrada. Dos batallones fueron al Foso de la Contraguardia de Santiago y otros dos en su parte superior. La segunda columna, de las tres que formaron el centro, juntó sus ocho compañías de granaderos en dicha zona, y los que no cupieron en ella se desplazaron a la cara izquierda de la Luneta de San Felipe, a su estrada cubierta y golas. La tercera columna juntó sus ocho compañías de granaderos en el Foso de la Luneta de San Jorge, con cuatro batallones en toda la tenaza de la estrada cubierta del frente de la Luneta de San Luís, desde el ángulo saliente de la izquierda hasta el entrante de la Estrada Cubierta de la Reina; y los cuatro batallones restantes sobre la explanada de la segunda estrada y dentro de ella desde la muralla que daba al mar hasta el ángulo saliente del Rebellín de San Ignacio. La cuarta columna, de cinco batallones, se juntó en el Foso del Rebellín de San Ignacio, y una vez que hubieron desfilado por allí las primeras columnas de la derecha y centro, siguieron su marcha para desembocar a los mismos rastrillos y parajes que las referidas columnas.

La quinta columna se juntó en el Foso de la Falsabraga del Baluarte de Santa Ana y encima de la Contraguardia de San Francisco Javier, así como dentro de sus bóvedas, y una vez que desfiló la primera columna de la izquierda, siguió sus batallones su marcha, subiendo por el Foso de San Ignacio, por el Puente de la Brecha de la Contraguardia de San Francisco Javier hasta la estrada cubierta interior que tenía por delante. Desde aquí fueron tres batallones por la izquierda hacia el ángulo saliente y rastrillos de la plaza de armas de la Luneta de San Luís y del Foso de la Luneta de San Jorge, poniéndose así en el mejor orden de batalla que pudieron, sirviendo de segunda línea.

La caballería, cuya columna formó la derecha de todo, situó a sus carabineros en lo más avanzado del Foso del Baluarte de San Pedro, situando también a cuantos dragones cupieron en el interior y huecos del Foso de la Falsabraga hasta la Segunda Puerta, y los que sobraron aquí fueron desplazados a la Puerta Principal, Plaza de África y fuera de la Puerta de la Almina. Con este orden de batalla, el ejército expedicionario acampó donde anteriormente estuvo el de los enemigos, desplazándose éstos al de los Castillejos, que se encontraba a menos de una legua de Ceuta. Se había logrado conquistar con enorme esfuerzo sus cuatro paralelas, con sus correspondientes comunicaciones, reductos, profundos fosos y enmarañadas obras que iban del Mediterráneo al Atlántico, con un frente de una legua de tierra de amplitud. El sistema táctico que emplearon los sitiadores no cambió respecto al siglo XVII, a base de trincheras con un intrincado laberinto de entradas, salidas, cubiertos y reparos de madera para poder guarecerse de las bombas y piedras que desde la plaza se les arrojaba. Esta deficiencia ofensiva se unía a la artillera, siendo suplidas ambas por un número superior de sitiadores llegados de todos los rincones del Imperio, y ...

“... la principal consideración que se ha de hazer es que hallandose estos barbaros prevenidos con un Ejército mui superior al nuestro, podrian venir a atacarnos antes de que el cordón estubiese lebantado, y en tal caso seria forzoso librarles batalla...”.

Los movimientos envolventes del ejército peninsular había dado sus buenos frutos, pero se temió que flaquease en la línea superior o frente de vanguardia por si los magrebíes contasen con un grueso cuerpo de caballería. Para ello, se formó un orden de batalla en toda la amplitud del terreno, ocupando la caballería las alturas de la Torre del Vicario y murallas meriníes y ayudando a sostener a la infantería de la zona izquierda, mientras que la de la derecha se apoderó de las casas del bachá y demás dignatarios. En esta misión se incorporaron los batallones apostados en las Puertas de Alzira y de Fez y el Regimiento de Dragones, al tanto que la caballería de las alturas de los Terrones y Torre del Vicario, junto a otros dos batallones y granaderos, partirían por encima de las murallas meriníes, sobre las alturas del Ribero de Rodrigo Andrada y Barranco de Benitez.

Los sitiadores atacaron en dos columnas, alcanzando un número entre 40.000 y 50.000 hombres, entre infantería y caballería, pero el mayor fuego español de cañón y fusilería les impidió el dominio de las alturas y barrancos más estratégicos. Las bajas del bando sitiador fue de 3000 a 4000, tanto muertos como heridos, así como de 120 caballos muertos. En los sitiados se dieron 300 bajas, entre muertos y heridos, con tres capitanes muertos y muchos oficiales heridos, contando con que el Marqués de Lede tuvo una contusión en el brazo derecho por causa de bala, el Marqués de Büsse tuvo otra en la mano izquierda, el Conde de Roideville la tuvo en el cuello y a Monsieur Evolie le alcanzó una bala en el puño.

Retirado el enemigo, el Marqués de Lede aprovechó estos momentos de sosiego para trabajar día y noche en perfeccionar los atrincheramientos y formar los barrancos con buenas líneas y caballos de frisa, ubicando además cañones en todas las alturas que descubrían las avenidas de los marroquíes, de modo que en este caso todas las tropas españolas estuviesen bien dispuestas para recibirlos. Se demolieron sus fortificaciones, se transportó la tierra del Reducto del Colorado hasta delante del Medio Baluarte de Santiago, se llenaron los barrancos hechos por la voladura de minas, se elevó la Estrada Cubierta de la Media Luna de la Rocha, y se previeron más estacas para la empalizada ceutí, que debía avanzar más a como estaba anteriormente. En escasos doce días se trasladó al campo de Ceuta numeroso armamento enemigo, con un total de dieciséis cañones de cuatro y ocho libras de bala y diez de a dieciséis libras, que se reinstalaron en ocho baterías. Más fructífero fue el acopio de material artillero realizado a finales del mes de noviembre: un total de 4631 balas de hierro, desde el calibre tres al treinta y seis; ocho balas de piedra del calibre treinta y seis, 277 bombas, y veinticinco granadas de mano vacías.

A principios de diciembre, Marqués de Grimaldo dio noticias a José Patiño del Campo de Ceuta, detallándole cómo el Marqués de Lede mandó al ingeniero Juan de la Ferrìere a bordo de una de las dos galeras que costearon el litoral ceutí para poder reconocer el terreno enemigo y sus posibles movimientos. Fueron avistadas y atacadas, respondiendo aquéllas con fuego artillado y haciendo huir a los fronterizos, que abandonaron sus tiendas y se escondieron en un barranco. Igualmente, el ejército español proseguía en el trabajo de cegar los fosos, cortaduras y ataques, al tiempo que se volaban y deshacían con minas los fuertecillos que para sostenerlos habían levantado los sitiadores.

Las noticias remitidas desde Tetuán por el confidente Salomón Carfón decían, a mediados de ese mes, que al campamento enemigo situado en los Castillejos, muy cerca de Ceuta, habían llegado desde Tetuán, Fez y sus contornos unos 30.000 hombres, entre infantería y caballería. Además, el rey Gulides mandó allí otros 6000, entre esclavos y jinetes y 2000 negros escopeteros. Los alcaides, cuñados del rey, colaboraron con 2000 soldados y la remesa de 100 quintales de pólvora desde Mequínez. Dicho campamento se había instalado lejos del arenal, por temor a los ataques navales de las galeras españolas, en un paraje boscoso que había sido talado para hacer chozas, y los escuchas se situaron en las montañas para descubrir las posibles incursiones. La ciudad atlántica de Tánger también se rearmó con 6000 hombres de infantería, 2000 negros de la guardia real, jinetes y fusileros; ya que en ambas plazas marroquíes se temía que el ejército de Lede adelantase tanto sus líneas como para intentar sus conquistas.

Doce días más tarde, el Ingeniero en Jefe y Teniente Coronel, Luís de Langot, hizo un proyecto para fortificar la plaza de Ceuta que remitió a Jorge Próspero de Verboom. Recordemos que Langot había pasado a España, en calidad de cedido por el Departamento de Fortificación francés, como recogía la “Relación o Memoria de los Ingenieros que vinieron de Flandes a servir en los Ejércitos de Aragón y Extremadura” de 29 de abril de 1710. Su hoja de servicios era intachable. En una representación realizada por Verboom al Marqués de Bedmar de 4 de julio de 1710, se decía que aquél le conocía ya de muchos años y que el Mariscal Vauban había utilizado sus servicios en todos los proyectos de fortificación de las plazas, detalles de sitios y dependencias pertenecientes a dicho arte, y que habiendo pasado por orden del rey francés a España, asistió a todos los sitios durante la guerra en el reino de Valencia y Principado de Cataluña, recibiendo aquí varias heridas. Aprendió pronto el español, siendo esto de gran utilidad para el rey Felipe V, teniendo experiencia tanto en obras terrestres como marítimas e hídricas continentales y juzgándole digno del empleo de Director, aunque gozase ya varios años del de Ingeniero en Jefe. A finales de mayo de 1711 acompañó a Alberto Mienson a Cervera para reconstruir sus murallas, puesto que los partidarios del archiduque Carlos las habían hecho saltar al abandonar la plaza. Al poco tiempo marchó a Mequinenza a intervenir también en los trabajos de fortificación. En 1713 trabajó en el asedio de Barcelona, junto a Jorge Próspero Verboom, Isidro Próspero Verboom, Larrando, Derretz, Montaigú, Díaz Pimienta, Bauffe y De la Fèrriere. Cinco años más tarde, trabajó en las obras de la Ciudadela de Barcelona.

El proyecto de Langot para Ceuta de 22 de diciembre de 1720 incluía los últimos ataques realizados sobre el Campo del Moro, con sus líneas más avanzadas, con idea de que Verboom pudiese ver hasta dónde los enemigos habían llegado a plantar sus banderas bajo el fuego propio. Además, llevaba un plan del frente de la plaza con lo que se podía añadir en esos momentos para ponerlo en estado de defensa, e incluía una provisión de los materiales necesarios para su ejecución y que deberían ser enviados desde la Península, como 8000 fajinas, 30.960 estacas, 4644 vallados, 200 listones y 4644 clavos para unir las empalizadas. Detalló también otras observaciones interesantes, como la llegada desde Andalucía de 2000 paisanos para acelerar el ritmo de las obras emprendidas, de que habían llegado a Tetuán cinco navíos ingleses para llevarles pólvora y balas y de que sólo contaba la plaza con siete ingenieros, entre los que se encontraban él mismo, el Ingeniero Director Isidro Próspero Verboom, Monsieur de Bauffe, Monsieur Breroffe, Monsieur Lacombe, el Ingeniero Extraordinario Antonio Fovet y el Ingeniero Ayudante Martín Fovet. Estos último habían realizado un proyecto de defensa para los alrededores de Ceuta, así como del terreno que ocupaban las líneas ceutíes y previamente, en 1718, habían trabajado en las obras de la Ciudadela de Barcelona.

Jorge Próspero Verboom estudió en Barcelona el proyecto de fortificar a Ceuta de Langot, así como el plano remitido a la Corte por el Marqués de Lede y se quejó de que no le hubiesen mandado un plano con todas las líneas adelantadas, por lo que ...

“... mientras no se remitiese alguno completo quedaremos en obscuras,... y le aseguro que me sirve de mortificación el haver de dezir a todo el mundo que no se me ha remitido plano alguno de aquel campo en línea, porque no lo pueden creer”.

Respecto al plano de Lede, dijo que...

“todo él consiste en unas piezecitas, unas encima de otras, casi sin defensa y sin comunicación de una a otra, lo que haze que su Estrada Cubierta no sea más que en ángulos entrantes y salientes, pudiendo sobre el mesmo terreno hazer otra cosa mucho mejor con un poco de mayor coste para tener siquiera alguna obra regular, siendo todo lo demás muy irregular; pero como en este Plano no viene Perfil ni explicación del terreno, es dificultoso proponer aquí lo que nos parece que se pudiera hazer...”.

Entendemos que el plano enviado por Lede correspondía al que ahora presentamos en la Figura 43, y sobre el que propuso Verboom levantar otras fortificaciones, censurando al mismo tiempo la actuación de los dos Ingenieros en Jefe en la plaza de Ceuta, por mandar que se ejecutasen unas obras como las que iban propuestas.

No dudó Verboom en informar de todo lo acontecido en Ceuta al Marqués de Castelar a primeros de febrero de 1721. Le detalló que las fortificaciones que se ejecutaban en las reales plazas españolas debían cumplir la normativa existente sobre el sistema de guerra impuesto en esos momentos, pudiendo defenderse con ellas contra las fuerzas que las pudieran atacar, pues si no era así no cumplirían buen servicio a los intereses de la monarquía. Ocupando Verboom el cargo de Director General de las Fortificaciones de todos los dominios reales no podía dejar de pasar por alto los momentos cruciales por los que pasaba la defensa de la plaza de Ceuta y remitió, al tiempo que a Castelar, al gobernador local, Francisco Ribadeo, unas reflexiones sobre el proyecto propuesto por sus Ingenieros en Jefe. Admitía, sin embargo, que las obras adelantadas sufrían lógico retraso por falta de materiales y de trabajadores.

El día 8 de febrero de 1721 remitió el ingeniero Juan de la Ferrière a Verboom un proyecto para fortificar Ceuta, muy parecido al de Langot, que incluía cuatro planos explicativos del mismo, correspondientes a las Figuras 44, 45, 46 y 47. En éstos, De la Ferrière explicaba con distinta coloración y trazado de puntos o líneas las obras que se debían demoler, las que se conservarían y las que se proyectaban como nuevas. Igualmente, resumía las fortificaciones exteriores más significativas, como la Contraguardia de San Francisco Javier, el Rebellín de San Ignacio, el Ángulo de San Pablo, los Medios Baluartes de Santiago, San Pedro y Santa Ana; los Reductos de África y Alcántara y la Media Luna de la Rocha. También detalló las trincheras de los magrebíes, los Ataques del Alcaide y de los Colorados y el Arroyo del Chafariz.

Verboom encontró numerosos defectos al primer proyecto para fortificar Ceuta realizado por este ingeniero. En primer lugar, las lunetas, que De la Ferrière situaba al pie del glacis del camino cubierto interior, podrían ser ventajosas si se les hubiese cubierto de una contraescarpa, que habría hecho de foso, recuperándose así la cumbre del camino cubierto y lográndose a un tiempo que las lunetas estuviesen bien defendidas y enfiladas por el fuego del citado camino. A su amparo se hubiesen podido formar plazas de armas bien atrincheradas con sus traveses y desenfiladas en los lados necesarios, como se practicaba ordinariamente. Igualmente, se podría mejorar la defensa del camino cubierto con buenas salidas sostenidas desde las lunetas, que para ello deberían estar unidas a aquél con una buena comunicación desde los ángulos salientes hasta sus golas. Estas ventajas no se llevaron a cabo en el proyecto, apareciendo el camino cubierto como foso de las lunetas que, al estar tan sólo alejadas cuatro toesas y media, no podían dominarlo con su fuego, pudiéndose situar sin temor el enemigo bajo el fuego local. Para evitarlo, Verboom proponía que para enfilar bien se dispusiesen traveses apoyados al revestimiento de las caras de las lunetas, medio que favorecería el alojamiento al poderse pasar alrededor del camino cubierto. Tampoco entendía bien Verboom el uso de las caponeras, que presentaban serios inconvenientes y facilitaban la caída de las murallas cuando se les batía en los riñones de la gola. Si el enemigo llegara a conquistarlas, al tiempo que el camino cubierto, su alojamiento podría resultar problemático, puesto que con la ayuda de minadores zapadores lograrían hacer saltar los extremos de las citadas lunetas, llegando incluso a posibilitarse la colocación de sus baterías que podrían batir las obras interiores y anular los propios fuegos.

En el proyecto de De la Ferrière, la derecha del frente no defendía la izquierda y viceversa, mientras que el centro avanzaba demasiado. Verboom proponía que los extremos avanzasen de modo que uno cubriese al otro con fuego cruzado, obligando así al enemigo a ocupar todo el frente, y no como ocurría antes que éste no atacaba más que la mitad, con lo que no tenían temor a otro fuego que les enfilara. Por otro lado, el ejército sitiador estaba condicionado a recurrir a obras difíciles que le resguardaran de las enfiladas locales, con el problema añadido de necesitar más tiempo para rehacerlas.

Verboom seguía las ideas poliorcéticas de Vauban en lo que se refería a mejorar y perfeccionar el sistema abaluartado con el uso de obras exteriores, medios revestimientos y obras avanzadas como las lunetas para ocupar los puntos más importantes y dominantes de la plaza y salidas en forma de golpes de mano contra las cabezas de zapa, apoyados por fuertes concentraciones de fuegos enfilados, conjugando acertadamente el fuego con el movimiento de tropas. Debemos tener en cuenta que los modelos de fortificación abaluartada con orejones curvos y flancos curvos ocultos de Vauban y Medrano influyeron directamente en Verboom, ya que procedían ambos de la misma tradición en el campo de la poliorcética y por ello impactaron enormemente en Verboom, que llegó a trabajar al lado del primero y estudió al lado del segundo en la Academia de Matemáticas de Bruselas. Efectivamente muchas de las enseñanzas aprendidas por Verboom del Sargento General de Batalla, Sebastián Fernández de Medrano, Director de la Academia Real y Militar del Ejército de los Países Bajos, se vieron recogidas en los proyectos analizados en estos momentos, como el nuevo método de fortificación a base de flancos curvos que caían perpendicularmente sobre la línea de defensa y ésta debía quedar dentro del alcance del mosquete de punto en blanco, o sea de 1000 pies geométricos, y no del cañón de artillería. Por otro lado, Medrano afirmaba que lo más importante de toda defensa era que el ángulo de fuego quedase tan agudo que todos los tiros debiesen ser muy oblicuos. Valoraba como preciso el uso de orejones y espaldones, minas, baluartes terraplenados, caballeros, puertas y fosos inundados. Con todos estos elementos defensivos había fortificado las plazas reales de Mobenge y Narden en Holanda, Menin y Saffo en Flandes, Besançon en Borgoña y las de Luxemburgo.

Por otro lado, según Medrano, cualquier plaza debería estar siempre prevenida con los requisitos necesarios para su defensa, haciendo provisión primero de víveres de todo tipo para mantener la guarnición tres o cuatro meses de sitio por lo menos, obligando a los vecinos a tener lo mismo en su casa, y en cada una un molinillo de mano para moler su grano, tahonas, municiones, pólvora, piezas de artillería para sus baluartes, morteros con bombas, granadas, picas, mosquetes, arcabuces, azufre, salitre, alquitrán, fajinas, sacos de trinchera, chuzos, partesanas, picos, zapas, palas, barcas, linternas, tablones, clavos, martillos, mazos, tenazas, caballos de frisa y estacas. Además de materiales, se deberían poner en regular defensa los parapetos, baterías, fosos y estrada encubierta, y de poco valdrían estas disposiciones si no se contara con suficientes artilleros, artificiales de fuegos, minadores e ingenieros. El buen gobernador de la plaza dispondría Consejo de Guerra e informaría a su general y a su rey, mandaría partidas a reconocer y recoger ganados y víveres de los contornos. Procedería también, ante un sitio declarado, a arrasar todas las zanjas y trincheras próximas, pegaría fuego a todas las casas que se hallasen dentro del tiro de mosquete, cortaría los árboles y dejaría la explanada sin embarazo alguno, situando además las municiones, víveres y pertrechos en almacenes a prueba de bombas.

La necesidad de las salidas se confirmó con la expedición a Ceuta dirigida por el Marqués de Lede. Medrano las consideraba muy oportunas, debiéndose contar con granadas, escopetas, partesanas y garfios para deshacer los parapetos de los ramales, así como martillos y clavos largos para clavar la artillería enemiga. El tiempo más adecuado para realizarlas sería el de media noche y mejor si fuera lluvioso, precisándose la colaboración de la infantería, la caballería y la artillería. Para que fuesen eficaces las salidas y se pudiese engañar al enemigo, no se deberían tener los morteros fijos en un sitio sino en diversas partes de la estrada encubierta, fortificaciones exteriores e interiores y foso seco, cambiándolos de posición muy a menudo. Las baterías de la plaza se situarían en las cortinas y nunca en los baluartes, montando las piezas sobre cureñas de navíos, que eran fáciles de manejar, ocupaban poco espacio y no daban tanto objetivo a las bombas enemigas.

Apoderados los sitiadores de la estrada encubierta y fortificaciones exteriores, se instalarían allí y fortificarían, y lo mismo pretenderían en el foso principal si fuese seco o lo cegarían si fuese inundado. En el primer caso, saldría la caballería de la plaza por las poternas a correr a los sitiadores por todas partes y si fuese de agua, se harían salidas por medio de barcas. Para resistir los embates enemigos en las brechas se usarían todo tipo de materiales inflamables y fuegos artificiales, fajinas embreadas, bombas de canal, tonelillosde pólvora y piedras grandes. Si los minadores contrarios hubiesen hecho una galería en los baluartes, se precisaría de una contramina para volarlos o esperarlos a que saliesen y luego atacarlos. Para resistir mejor sus avances, se rellenarían las brechas producidas en las defensas con caballos de frisa y rastrillos con puntas de hierro, situando en parapetos a gente de mosquetería.

En estos primeros veinte años de actividad poliorcética en la plaza de Ceuta los programas constructivos de ingeniería militar llevaron siempre los sellos de identidad de Vauban, Medrano y Verboom, como tres líneas convergentes que, con pocas variaciones esenciales nos llevarán hasta el final de siglo. Las innovaciones en la tratadística europea, salvo tímidos intentos, no se tradujeron en esta plaza, y sus estructuras defensivas y ofensivas, lo que se dio por llamar “el ataque de las formas” fue la nota común, llegando a mantenerse hasta que de nuevo los avances de la artillería hizo desplazar a estos sistemas amurallados, imponiendo así una nueva forma de hacer la guerra.

Retomando el análisis poliorcético realizado por J.P. Verboom de los proyectos de Luís de Langot y Juan de la Ferrière, aquél los seguía valorando como defectuosos, y así se lo volvió a reafirmar al Marqués de Castelar a finales de febrero de 1721,

“a fin de que V.S. se sirva ponerlo todo en la noticia del Rey para que se digne minarlos y resolver sobre ello lo que hallare por mas combeniente a su real servicio, y si mi proyecto mereciere la aprobación real sentiría mucho que llegasse tarde por lo que puede importar el que a lo menos se construyan las obras interiores según las buenas reglas de la fortificación”.

Se seguía quejando de que ambos ingenieros tenían la obligación de haberle remitido los planos y perfiles del frente de la plaza de Ceuta, así como las explicaciones pertinentes para mejorar su defensa. No ocurrió así, iniciándose las obras sin su visto bueno, detallándosele tan sólo en pocas líneas lo que estaban ejecutando, y censurándoles que...

“...aunque se hallan condecorados de Ingenieros en Jeffe, y apartados de mí, parece les incumbe la obligación de darme parte de todo lo que ocurre de su empleo, maiormente en una materia tan grave, pues aunque fuessen los maiores ingenieros no se duda es bueno de consultar, porque siempre ven más dos que uno, además de la precisa atención que me deven hacer en esso, y de que no teniendo la Ferrière todavía la experiencia de sitios y defensas por las largas que yo tengo de ellas, estoi en obligación de saber más que él, principalmente de lo que depende el buen juicio en la disposición de las obras y ser yo su Jefe a quien deviera haverme ynformado y enviado un Plano de su idea en el tiempo que lo remitió a la Corte para no fiarse del todo a su juicio en assumpto que tanto le interessa al real servicio y en este casso se pudiera haver prevenido lo combeniente”.

El tanteo del coste que importarían las obras proyectadas en el frente de ataque de la plaza de Ceuta, como asimismo los reparos más precisos que se necesitaban hacer en las obras que se encontraban deterioradas, sin incluir el coste de la nueva estrada encubierta, así como las reparaciones y obras menores que no eran imperiosas de tratar fue el siguiente: 12.000 toesas de tierras, a razón de ocho reales de plata cada toesa, importaban 12.000 pesos; 725 toesas de mampostería y sillería para las tres lunetas, a veinticuatro pesos la toesa, importaban 11.400 pesos; 254 toesas de mampostería y sillería para el Ángulo de San Pablo, importaban 6096 pesos; 412 toesas para los Medios Baluartes de Santiago y San Javier, importaban 9888 pesos; 1215 toesas para los dos espigones importaban 29.160 pesos; 94 toesas para el parapeto de las estradas encubiertas importaban 2256 pesos y 340.000 ladrillos, a siete pesos el millar, costaban 2380 pesos. A los 79.180 se le sumarían un total de 6000 pesos de gastos imprevistos, por lo que la suma total de gastos sería de 85.180 pesos.

El Marqués de Tolosa comunicó el 31 de enero de 1721 al ingeniero De la Ferrière que Felipe V había aprobado su proyecto para poner en mejor estado de defensa la plaza de Ceuta, y que le rogaba le remitiese una copia del referido plano con sus perfiles correspondientes, así como el tanteo del coste de las obras y reparos que hemos desarrollado anteriormente. El ingeniero puso en orden todas las líneas de su primer proyecto y fruto de tal reordenación fue el envío, el 31 de junio de 1721, de un segundo proyecto que era el que se ejecutaba en esos momentos en la plaza (Fig. 48). De la Ferrière informó detalladamente al Marqués de Castelar de que los trabajos que tenía asignados como Director incluían los de allanar los ataques de los marroquíes para adelantar la nueva estrada encubierta, y que dicho trabajo resultaba lento. Se había empezado a poner una empalizada en otra estrada encubierta, empleándose un total de 2100 hombres de la guarnición, 1000 paisanos venidos de Málaga y 150 machos del tren de artillería. Debido a que la irregularidad del terreno del Campo Exterior de la plaza requería muchos perfiles para aclarar toda la obra que se había hecho hasta estos momentos, y ante la falta de tiempo para poder levantarlos, De la Ferrière le remitió, como anexo a dichos documentos, una pequeña memoria que explicaba las partes del terreno y el modo con que las había dispuesto para desenfilar la plaza de las alturas circundantes.

El Ingeniero 2° Andrés de los Cobos, y los hermanos Antonio y Martín Fovet llegaron a diseñar también proyectos para fortificar la plaza de Ceuta, pero al final fue aprobado el De la Ferrière por resultar menos costoso, más ceñido y seguro, afirmando éste que las nuevas obras se construyesen más inmediatas a la Muralla Real, con lo que con menos gente, munición y gasto de obras quedaría la plaza mejor defendida y en poco tiempo fortificada respecto al terreno circundante y frente exterior.

A mediados del mes de julio de 1721 De la Ferrière remitió desde Ceuta una instrucción a la Corte para poder proseguir el proyecto suyo que había aprobado Felipe V, pero ahora tuvo especial cuidado en la decisión que pudiese al respecto tomar Verboom,

“...sujeto este mi dictamen a lo que dispusiere el Excelentísimo Señor D. Jorge Próspero Verboom, el qual no dudo que hallandose en la ciudad de Málaga vendrá a ,visitar esta plaza, en cuya inteligencia espero que enmendará lo que yo ubiere errado y mandará executar lo que le pareciere más conveniente para el real servicio”.

Por todo ello, y teniendo en cuenta el buen estado del terraplén y parapeto interior de la Luneta de San Felipe, se cerraría su gola y no siendo necesarios todos los albañiles que estaban aquí destinados, los sobrantes se dedicarían a revestir el ángulo saliente de la Luneta de San Luís. Con idea de que la obra no tuviese retrasos, el gobernador y Teniente General Francisco Fernández Ribadeo mandaría treinta desterrados a recoger piedra en la cantera próxima a la cisterna de la Almina y arena de las playas más cercanas, mientras que el veedor de la plaza y el intendente de Andalucía gestionarían la traída de ladrillos, cal y cantería para las nuevas obras. Siempre que el ingeniero, a cuyo cargo quedaban estas obras, se hallase con piedra suficiente para hacer la media cara izquierda de la Luneta de la Reina, dispondría que se abriesen los cimientos de la misma, ya que el tiempo que se emplease en trabajar daría lugar a que se cortase y transportase bastante piedra para que la obra no parase, pues una vez que dicha cara izquierda estuviese levantada a seis pies sobre el terreno, se podrían abrir los cimientos de la cara derecha y demoler el Fuerte de África, por pasar dicha cara por en medio de este fuerte, el cual no dejaría de proporcionar una enorme cantidad de piedra.

En las casamatas, parapetos y terraplén se observarían las mismas medidas que la Luneta de San Felipe, debiéndose dar seis pulgadas más de grosor a la pared exterior, con lo que encima del zócalo tendría cinco pies y medio de espesor. La cara derecha de esta luneta presentaba una gran pendiente, por lo que el zócalo de la cara izquierda se haría nueve pies y medio más bajo que la parte superior del parapeto del camino cubierto, y por consiguiente el ángulo saliente de esta luneta alcanzaría los once pies de alto y diez el de su espalda. Por la gran pendiente que debería tener la cara derecha de dicha luneta, su zócalo se formaría a nivel, haciendo de distancia en distancia sus gradas y, teniendo en cuenta que había en el Foso de San Ignacio una comunicación para entrar en el Fuerte de África, se podría servir de ella para esta luneta, formando una escalera de subida a la misma, como asimismo la de Alcántara serviría para la Luneta de San Luís.

Las dos comunicaciones que debía tener la Luneta de San Felipe era imprescindible hacerlas. La de la derecha encontraría la prolongación del Foso de Santiago y debía contar con dos pies de pendiente hasta encontrar otra prolongación del foso y la de la izquierda hasta la estrada encubierta del Ángulo de San Pablo. Se cerraría la gola de la plaza de armas que había a la derecha de esta luneta con una estacada y se dejaría en la comunicación de la derecha de ésta una surtida, para la que quedaría hecho un rastrillo de cuatro pies y se colocarían las puertas del mismo modo que en la otra luneta. Otros dos rastrillos se situarían en la surtida de la estrada encubierta antigua, delante del Fuerte de Alcántara y otro para la surtida que se debía hacer en la prolongación del Foso de Santiago. Se construiría una batería de dos piezas de cañón en la estrada encubierta que iba desde la gola el Medio Bastión de Santiago al Ángulo de San Pablo, con idea de poder flanquear la cara derecha de la Luneta de San Felipe en el ínterin que no se prolongaba la cara del medio bastión. Para el terraplén y parapeto interior de la Luneta de la Reina quedaba destinada la tierra que en esos momentos formaba el Fuerte o Reducto de Alcántara, el cual se mandaría demoler cuando fuese conveniente. Mientras se revistiese la Luneta de San Luís, y para que no quedase abierta la gola de este fuerte, se mandaría cerrar con una buena empalizada, incluyendo dentro de dicha luneta la misma comunicación que tenía el Fuerte de Alcántara.

En toda la Plaza de Armas no se contaba con ningún sitio a propósito para que los soldados pudieran hacer sus necesidades. Por esto, se construirían tres lugares comunes o letrinas, una en la muralla que cerraba el camino cubierto antiguo, delante de la Contraguardia de San Francisco Javier; otra en la gola de la luneta del medio, haciendo una profunda excavación que se revestiría de pared y cubriría con bóveda, haciendo un pequeño cuarto bajo con una pared de ladrillo, y en la derecha se formaría la tercera, en la gola del Medio Bastión de Santiago, en la muralla que miraba al mar. Una vez acabadas las tres lunetas se repararía la cara de Santiago, poniendo en buen estado sus troneras y parapetos y ejecutando lo mismo en el Baluarte de San Pedro y caballeros de la Muralla Real. Por otro lado, se repararía la muy importante Contraguardia de San Francisco Javier, ya que flanqueaba las dos caras izquierdas de las Lunetas de San Luís y la Reina, y al propio tiempo dominaba la Rocha, que era un puesto muy ventajoso para los enemigos. De la Ferrière consideraba imprescindible hacer la cara derecha del Baluarte de Santiago, según quedaba delineado en el plano,

“...pues en la actualidad no quedaba descubierta de ningún fuego y el pequeño flanquillo formaba un ángulo muerto, lo cual es sumamente defectuoso en la Fortificación, pues si el enemigo venía a apoderarse del ángulo saliente del camino cubierto de este Baluarte, podría sin la menor dificultad atacar el Minador en la cara derecha, sin ser ofendido de ninguna parte”.

Concluido esto se pasaría a prolongar la cara izquierda de dicho baluarte y, una vez finalizado, componer el Ángulo de San Pablo, como se mostraba en el plano, sin despreciar de ninguna de las maneras el formar las dos baterías en ambos espigones, pues el de la derecha flanqueaba la cara derecha del Baluarte de Santiago y barría toda la playa y el Puesto de los Colorados, y el de la izquierda hacía lo propio en la Playa de la Rocha, enfilaba el Chorrillo y la mayor parte del llano que había tras la Rocha.

La actividad poliorcética en la plaza de Ceuta no se redujo en este año 1721 a la proyección y construcción de obras exteriores nuevas en el Frente Exterior y a la reparación de otros enclaves más antiguos, sino que desde el mes de febrero tenemos registrados otros proyectos correspondientes a la remodelación de espacios arquitectónicos ya existentes, con idea de adaptarlos a nuevas necesidades militares, así como la creación de otros nuevos para ampliar los recursos materiales y humanos. En primer lugar, hemos localizado cuatro planos, con sus perfiles, de varios cuarteles a prueba de bombas que los ingenieros militares propusieron construir, el 10 de febrero de ese año, arrimados a la cortina de la Muralla Real. El centro neurálgico de la Plaza de África, que contó siempre con los edificios civiles, religiosos y militares más representativos, se valoraba ahora como un espacio geográfico esencial para la ubicación de elementos defensivos básicos para hacer frente al pertinaz sitio impuesto por los marroquíes, como cuarteles para la tropa, cuarteles para los artilleros, silleros o almacenes de madera y de caballería, almacén de balas de fusil, almacén de cuerda mecha, almacén de balas de artillería, bombas y granadas; almacén de trigo y harina, almacén de cebada, parque de artillería, casa de la armería y cuerpo principal de guardia (Figs.49, 50, 51, 52 y 53).

Se demolieron numerosas casas de particulares y se aprovecharon edificios para funciones que no les eran propias con el fin de readaptar distintos elementos defensivos, como la Catedral y el Palacio Viejo de los Gobernadores que estaban situados en la Plaza de África y que ahora sirvieron como cuarteles. Asimismo, en la Península de la Almina se proyectó el Fuerte de Santa Catalina mirando hacia la Bahía Norte o Mar de Gibraltar, en un paraje a propósito para defender la plaza de ataques navales, contando tan sólo con cinco cañones (Fig. 54). En la explicación de este plano aparecieron reflexiones poliorcéticas de primer orden, como que era máxima constante de artillería que el mayor número de piezas y el mayor calibre hacían callar al menor. Se razonaba también que la batería que defendía la playa próxima al fuerte estaba dotada de cuatro cañones de pequeño calibre, sin poder así batir a ningún buque ni por su situación ni por sus alcances, por lo que un navío de 80 cañones desmontaría y arruinaría en poco tiempo tanto la artillería como la Batería de Santa Catalina, pues no estaba defendida por ninguna otra, ya que las de Torremocha y Pineo Gordo hacían bastante si se defendían a sí mismas.

Para remediar estas situaciones tan embarazosas para la plaza, se situaría primero una batería al noroeste del fuerte, con idea de poder enfilar todo el paraje, y dotándola de piezas de grueso calibre. Además, al este de dicho fuerte iría otra batería de morteros pedreros para el uso que fuese más conveniente. Junto al parapeto indefenso que corría paralelo a la banda costera norte camino de San Amaro, se situaría otra batería para cuatro obuses que batiese el flanco derecho del fuerte y el espacio intermedio entre éste y la batería costera. También iría otra batería junto a la anterior, para diez o doce piezas de grueso calibre, con idea de que batiese frontalmente los ataques navales enemigos. Se recomendaba incluso la evacuación de un almacén de pólvora próximo al fuerte, debido a que las granadas allí alojadas podrían provocar su incendio y destrucción.

Iniciado el año 1722 prosiguieron los marroquíes con más empeño la reparación de sus arruinadas barracas, baterías, paralelas, comunicaciones, reductos y trincheras. Fabricaron un nuevo Serrallo, más apartado de la plaza que el que antes existía como castillo de su retaguardia y arrimaron sus obras a las empalizadas locales hasta el tiro de fusil. Los ingenieros españoles fortificaban también con la mayor rapidez posible.

Concluyeron la Luneta de San Felipe, construyeron de fajinas la de San Luís y seguían trabajando en la de la Reina o Santa Isabel. Demolieron toda la obra vieja de la Contraguardia de San Francisco Javier y, en su mismo suelo, prolongaron la línea de su cara y espalda sobre el Foso de San Ignacio, formando ángulo en su parte izquierda, más hacia el mar que antes sobre pizarra durísima y terreno muy confuso al que tuvieron mucho que rebajar. Estando ausente el ingeniero De la Ferrière, demostró bien su habilidad Andrés de los Cobos, que estaba en Ceuta desde el año anterior y que proporcionó las medidas al cuerpo de todas esas obras, así como a las bóvedas que servían de cuarteles.

Además de estas obras menores interiores de la plaza se fueron concluyendo poco a poco las de mayor envergadura y exteriores de las tres lunetas, así como la Contraguardia, de San Francisco Javier, y los ingenieros se aprovecharon del flanco sobre la marina, su ángulo y cara y abrieron los cimientos para prolongar la línea y demás obras de la Contraguardia de Santiago sobre el Foso de San Pablo y, siendo este terreno poco consolidado, se consumió mucha madera para asegurar su fábrica. A pesar de estas precauciones, amenazó después ruina, lo que les obligó a reparar en parte sus cimientos. Las actuaciones y proyectos más destacados correspondieron a los ingenieros Andrés de los Cobos, Francisco Llobet, Jorge Próspero Verboom y Luís de Langot. Llobet, Llovet o Jovet era ingeniero voluntario cuando en 1721 acompañó a Jorge Próspero Verboom en el reconocimiento de los territorios, plazas y costas del Mediterráneo y presidios de África, y permaneció en Ceuta todo el año 1722 a causa del sitio marroquí, interviniendo además en las obras que aquí se levantaron.

El Marqués de Castelar remitió cartas al Ingeniero General de los Ejércitos, Verboom, en las que le informaba cómo los fronterizos magrebíes con sus trincheras y otras obras se habían acercado mucho a las fortificaciones ceutíes, y que con el mismo intento continuaban sus trabajos y esfuerzos sin que el fuego de la plaza se lo embarazase. No se les hizo otra oposición, por no haber considerado el gobernador Ribadeo oportuno hacer algunas salidas y considerando Felipe V que dicha amenaza se podría cambiar en una ocupación de la plaza, estimó por conveniente que dicho Ingeniero General pasase a Ceuta, la reconociera por sí mismo y que, ayudado por el propio gobernador, concertaran ambos lo más correcto en cuanto a su defensa, no sólo para no dejar a los enemigos que se acercasen más sino también para alejarlos si fuese posible. El rey les cedía la disposición y acuerdo que tomasen, su ejecución más puntual y acertada y les requería una información posterior de las fuerzas enemigas y de su situación, así como de las disposiciones para contenerlos o apartarlos si se pudiese de la plaza de Ceuta.

Verboom se dirigió al Marqués de Castelar expresándole su opinión de que Ceuta era en esos momentos una plaza que ocupaban los marroquíes con gran ventaja, sobre la que éstos aplicaban todo el arte de la guerra sin que el fuego de la plaza les hubiera podido contener, así como la dificultad de conseguir adelantar las líneas con las salidas por lo fragoso y desigual del terreno. También le ponderó lo defectuosas que estaban colocadas la estrada encubierta y las lunetas, incapaces de defensa por no poderlas favorecer el fuego de las piezas más interiores; e igualmente le manifestó la necesidad de aumentar la guarnición en 3000 hombres más, tanto para la defensa local como para la prosecución de las obras, así como la remisión considerable de armas, municiones y pertrechos de guerra. Después de haber conferenciado con el gobernador sobre la solución al rechazo y alejamiento de los marroquíes, Verboom propuso a Castelar la utilización de dos medios Mtácticos, el uso de las minas y las salidas.

Como complemento a las disposiciones anteriores, Verboom realizó un primitivo proyecto en 1722 del Frente Exterior de Ceuta en el que detalló como obras antiguas los Baluartes de Santiago o de la Bandera, el Alto o del Caballero, el de San Pedro y Santa Ana, las Medias Lunas de San Ignacio y de la Rocha, el Ángulo de San Pablo, los Medios Baluartes de Santiago y de San Francisco Javier, los Reductos de África y Alcántara, los ataques enemigos, porción de baterías enemigas, el Arroyo del Chafariz y la estrada encubierta destruida, donde los sitiadores se ponían de noche (Figs. 55 y 56). Utilizó en los planos la gama cromática verde para señalar los ataques enemigos, líneas punteadas de negro para mostrar las obras del proyecto del ingeniero De la Ferrière y su estrada encubierta, y lavado de amarillo lo proyectado nuevo por Verboom, que incluía un medio baluarte adelantado, una cortina nueva en forma de contraguardia, contraguardias nuevas, el foso, la estrada encubierta y espaldones para cubrirse de las alturas. Para los perfiles, lo lavado de colorado correspondía a los de las obras antiguas, lo lavado de negro era el terreno conforme se hallaba en esos momentos y lo punteado de negro correspondía a los perfiles del proyecto De la Ferrière, lo lavado de amarillo eran los perfiles del proyecto nuevo y las líneas coloradas señalaban la superioridad que tenía el fuego de las obras, unas sobre otras.

A principios de 1723, se encontraba Jorge Próspero Verboom en Málaga, ocupado en las obras de sus muelles y puerto, mejorándolos y asegurándolos, evitando con sus arbitrios un gasto superfluo de más de un millón de pesos. Por entonces arreciaban los ataques marroquíes sobre la plaza de Ceuta, por cuyo motivo recibió orden real de pasar a ella sin dilación y a pesar de que la navegación por el Estrecho era arriesgada por ser invierno y no contar con una embarcación apropiada para el viaje,

“...movido por su ferborosa obediencia no difirió un punto la execución y poniéndose en la faluca real guardacostas con el Ingeniero en Jefe, su hijo D. Isidro Próspero, despreciando los peligros y riesgo de los corsarios de Berbería, logró la felicidad de passar en treintaiseis horas a la referida plaza, lo que fue tan del agrado de S.M., que se dignó mandar manifestarselo por el Marqués de Castelar”.

Notificó al Marqués de Castelar, por carta de fecha 7 de enero, que había llegado a la plaza de Ceuta y que había reconocido las obras adelantadas de los sitiadores, sin que el fuego de la plaza embarazase sus trabajos. El terreno que ocupaban iba de un mar a otro, empezando en el Barranco del Chafariz, que corría paralelo a la estrada encubierta, a una distancia de veinticinco o treinta toesas desde donde comenzaba a subir en forma de anfiteatro hasta legua y media de la plaza, rematando con el pie de las colinas próximas, de modo que a unas 80 toesas de la estrada empezaba ya a dominarla, ensanchándose siempre como seguía el perfil costero. Este terreno era el mismo que ocupaban los enemigos con su campo y ataques cuando dos años atrás se les echó de él con el ejército del Marqués de Lede, y cuando éste regresó a la Península volvieron a ocuparlo. Antes de que hubiese embarcado con la infantería, hicieron una línea en la parte superior del terreno, a una distancia de unas 300 toesas de la plaza e inmediatamente empezaron a abrir otros ramales, rematándolos con una paralela que iba de mar a mar, que se acercaba a las 100 toesas, según los altos que ocupaba y estaba ya muy avanzada antes de que hubiese acabado de embarcar la caballería. Después de perfeccionada, permanecieron así hasta la noche del 23 al 24 de noviembre de 1722, en que resolvieron continuar los trabajos de aproximación a la plaza, hasta avanzar la zona izquierda de la última paralela, que terminaba en el Mar de Poniente, a una distancia de 50 toesas del ángulo saliente de la Estrada Encubierta de la Contraguardia de Santiago, dejando el barranco por delante, y por su parte derecha se situaron a unas cuarenta toesas del ángulo saliente de la Luneta de San Luís, que era el puesto donde habían adelantado su última paralela, faltando el terreno de delante de la Luneta de San Luís y la Altura de la Rocha, para cerrar el espacio con el Mar de Levante.

Estos ramales o ataques los hacían ahora con distinto arte a como los construían antiguamente, aprendiéndolo quizás de las líneas de defensa que la plaza había dejado enteras o de algunos ingenieros u otros oficiales europeos prácticos en estas operaciones. Antes hacían sus ataques a pedazos, levantando montones de tierras anárquicamente, en forma de media luna, sin fajinas y sin comunicación entre unos y otros. Ahora trabajaban aplicando sus fajinas por delante hasta hallarse a cubierto, y detrás de ellas cavaban y levantaban tierra, adelantando cada noche según el fuego que pudiesen soportar, por cuyo motivo no perdían ya tanta gente y así iban avanzando sus paralelas hacia la plaza, comunicándolas con ramales y sicsaques para evitar las enfiladas, ocupando los terrenos más ventajosos. Como el paraje en que se hallaba la última paralela era en pendiente, todo el terreno bajaba hasta topar con el citado barranco situado delante de la estrada encubierta, y por ello a medida que el enemigo se iba acercando quedaba siempre un ramal dominando a otro, de manera que toda la gente que los guarnecía podía hacer fuego sin estorbarse. Esto les hacía ser únicos dueños de todo el terreno que ocupaban y del intermedio hasta llegar a la estacada de la plaza.

El terreno que ocupaba el frente de la plaza y su consistencia eran, según Verboom, muy malas. Su estrada encubierta estaba colocada a lo largo de dicho terreno, sobre una recia pendiente, lo que hacía que su mayor parte no tuviera explanada, siendo pues imposible que dicho terreno pudiese ser defendido con dicha estrada y las lunetas, y mucho menos con el fuego de las piezas más interiores del frente principal del cuerpo de la plaza, pues aunque contaba con murallas de desmesurada altura no podían descubrir estos enclaves de defensa. Este frente tenía delante un barranco que se extendía sobre sus dos terceras partes, desde enfrente del ángulo saliente del camino cubierto de la Luneta de San Luís hasta el ángulo saliente de la Contraguardia de Santiago, que terminaba por la derecha en el Mar de Poniente. Dicho barranco se encontraba a una distancia de veinticinco o treinta toesas de la estacada, donde formaba un declive considerable e iba casi paralelo a ella, sin poderse descubrir desde el referido camino ni desde las lunetas y aún menos desde el resto de las fortificaciones interiores. El terreno de la otra tercera parte del frente, desde dicho ángulo de la Luneta de San Luís hasta el Mar de Tetuán o de Levante, era bastante llano, aunque con alguna pendiente, hasta una distancia de 100 toesas donde comenzaba a subir sensiblemente hasta la cumbre del Morro de la Viña, dejando a su lado el Barranco del Chorrillo que era muy profundo y espacioso y en el que se podían colocar a cubierto de todo el fuego de la plaza unos 3000 o 4000 hombres.

Cuando los sitiadores comenzaron a trabajar en su última paralela, se les hizo fuego con la artillería de las lunetas y de los baluartes de la plaza, sin poderse servir de las contraguardias ni de las otras obras intermedias; con el resultado de tener que cesarlo por ser la obra de cantería de dichas lunetas todavía tan recientes que, a pocos cañonazos que se dispararon, empezaron a abrirse sus murallas. La Contraguardia de San Francisco Javier que se acababa de concluir no pudo recibir artillería, ni tampoco la de Santiago, en la que aún se estaba trabajando. En el caso del Revellín de San Ignacio, el Ángulo de San Pablo y la Falsabraga con San Pedro y Santa Ana, todas eran obras inferiores ya que no descubrían nada por encima de las obras que tenían delante, de modo que en estos momentos, según Verboom, sólo existía para la defensa de dicho frente los cañones superiores de la Muralla Real, los morteros y pedreros y la fusilería de la estrada encubierta que, aunque hacían frecuente fuego, lograban poquísimo efecto sobre los marroquíes que trabajaban a la zapa, y al propio tiempo los referidos cañones no lograban sus objetivos por lo distantes que estaban de sus trabajos, pudiendo sólo derribar la tierra y fajinas con que éstos se cubrían.

Las lunetas no tenían foso, siendo fácil para los sitiadores correrlas hasta su gola, donde encontrarían las escaleras para subir encima y las puertas para entrar en sus contraminas. No estaban tampoco flanqueadas por faltar los terraplenes de las Contraguardias de San Francisco Javier y de Santiago, y donde faltaba mucho aún por terminar. Habiéndolas querido disponer para poner en ellas artillería y pretendido que descubriesen el barranco, se habían construido más allá del parapeto de la estrada encubierta, con lo que estaban expuestas a serios inconvenientes como que los enemigos podrían batirlas fácilmente con el tiro de cañón. Por otro lado, su elevación impedía que el fuego de las piezas interiores de la plaza pudiese disparar al Campo Exterior y tampoco a la estrada encubierta, con lo que si los marroquíes viniesen a ampararse en estas lunetas con sólo levantar tierra en sus golas podrían disponer de tres piezas que ocupaban casi todo el frente de la plaza. Verboom reiteró en este asunto que su opinión no había cambiado a la de dos años atrás cuando expresó que no se ejecutasen dichas lunetas y, que habiendo discurrido en el mejor remedio para los defectos que presentaban éstas y la estrada encubierta, no halló otro que hacerlas sin foso. Teniendo en cuenta que no quedó bastante terreno entre ellas y la estacada, no se podía practicar sin ensancharlo por su parte exterior, sirviéndose de la tierra de los fosos para hacerle algún tipo de explanada, la cual no existía en toda la porción del frente que empezaba en la Luneta de San Luís hasta el Mar de Poniente. Esta solución la había propuesto el ingeniero un año antes, pero como entonces se ocupaba toda la gente de trabajo en construir las lunetas, así como otras obras esenciales y movimientos de tierras, no había para emprender este trabajo, además de que para ello se debía de haber abierto el parapeto y la estacada del camino cubierto a fin de sacarla más afuera, lo que era impensable realizar por estar iniciados los trabajos y haberse acercado mucho los enemigos. Según Verboom, quedaba mucho por hacer en todo el frente para ponerle en estado regular de defensa, pues...

“...con la construcción de estas Lunetas tan elevadas como lo son se han de levantar todas las demas obras que corresponden interiormente entre ellas y el cuerpo de la plaza, por lo que mientras esto no cambie se necessitará de mucha más gente de la que havia antes de la expedición, que los moros estavan quietos, pareciendoles hallarse en paraje de no poderse adelantar más su lugar que ahora la disposición del terreno que hemos levantado les combidará a abanzar hasta la mesma Estrada Encubierta, lo que no se les podrá embarazar si no es con Minas y repetidas Salidas de gran golpe de gente en que no se dexaría de perder mucha sin la continua inquietud en que estaría constituida la guarnición”.

La guarnición de Ceuta estaba constituida por seis batallones de tropas del Ejército y uno de la plaza. Los primeros llegaban a los 3000 hombres, rebajando 300, entre heridos, enfermos y rancheros, quedaban en 2700 soldados, de los que 600 estaban para las guardias de los puestos de la plaza, obras exteriores e interiores. En los trabajos estaban empleados unos 1400 hombres, casi la mitad de la guarnición. El regimiento local tenía 217 hombres, de los que sólo servía en armas la Compañía de Granaderos, estando ocupados los demás en otras faenas. Tampoco se podía contar con los 380 presidiarios, divididos en cinco brigadas, pues una estaba ocupada en las canteras, otra en los desembarcos y barcazas, y las demás en el servicio de la artillería, minas, llevar agua, llevar piedras para los pedreros, la Maestranza, la fábrica del pan, el Hospital, la fundición de balas, etc; con lo que concluía Verboom que ...

“...en la situación en que hoy se halla esta plaza no hay tropas para hazer guardia regular, que es la de tener dos noches buenas, sin lo qual el soldado no lo puede aguantar y se llenan los hospitales de enfermos. Y acercándose los enemigos más, como lo están executando, es preciso repostar todos los puestos con doblada gente, de suerte que no podrá haver el menor descanso ni gente alguna para las obras que tanto importa se adelanten, aún con más travajadores de los que hay actualmente en ellas”.

Teniendo presente todo esto, y acatando las órdenes reales en el sentido de que el gobernador Ribadeo y Verboom especularan sobre los remedios más eficaces para rechazar y alejar a los marroquíes, ambos decidieron que los medios mejores para ello eran las minas y las salidas. Las primeras se hallaban aún muy atrasadas, necesitándose el doble de trabajadores para ampliarlas y ponerlas en buena disposición. En el caso de hacer salidas, convinieron que fuesen de noche y con un destacamento pequeño y piquetes de algunas compañías de granaderos para deshacer sus obras, pero esto se podría realizar pocas veces debido a la cortedad de la guarnición. Verboom afirmó que sin perder un instante se aumentase la dotación en otros 3000 soldados y así contaría la plaza con un total de 6000, que no era demasiado ante la situación de estar sitiada por un frente tan amplio. Solicitaba también que las tropas nuevas viniesen con todos sus oficiales mayores, pues en los seis batallones no había más que un Coronel y dos Tenientes Coroneles, estaba enfermo en cama el Teniente de Rey, Pedro Orduña, se hallaba vacante para dos años la Sargentía Mayor y el veedor estaba ausente, por lo que se veía el gobernador sin la menor asistencia en una plaza que estaba sitiada en todos los sentidos. Por otro lado, se deberían enviar algunos Cabos Generales, como Mariscales de Campo y Brigadieres, inteligentes en defensas de las plazas y proveer el empleo de Sargento Mayor.

A finales de enero de 1723 comunicó Verboom al Marqués de Castelar que se pusieron dos manteletes para empezar el trabajo de la especie de lengua de sierpe que creyó conveniente sacar del ángulo saliente de la estrada encubierta de la Contraguardia de San Francisco Javier, cerrando el Mar de Levante o de Tetuán, con el objetivo de enfilar sus ramales cuando se quisieran acercar más los enemigos sobre el ángulo saliente de la Estacada de San Luís, y practicar una abertura cubierta para las salidas, siendo el paraje más a propósito para ello. Propuso también abrir una galería, que habría de salir algunas toesas afuera, con el fin de hacerles algún fuego para enfilarlos, y en el caso de que no se pudiese practicar por la vecindad de sus ramales y por la pendiente del terreno, siempre serviría para que el minador pudiese establecer algunas fogatas que les estorbaran para evitar su aproximación a la estacada. Mientras tanto, los sitiadores iban adelantando e intercomunicando sus ramales de las alturas de la Rocha, Morro de la Viña, Chafariz y la Pizarra.

Desde primeros de febrero de 1723 los sitiadores se ocuparon en reforzar todas sus líneas y en adelantar poco a poco a la zapa, con multitud de fajinas, las cabezas de sus ataques nuevos. Trabajaron, igualmente, una galería subterránea que no se pudo descubrir, conduciéndola a la Altura de la Rocha, situada a la izquierda de la plaza, que era el terreno de pizarra más amesetado y más dificultoso de ocupar de todo el frente de la estrada encubierta. A este respecto, para poder combatir a la defensiva se necesitaba gozar de ventajas en el terreno ocupado, tratando de establecerse el Ejército en una buena posición estratégica. La influencia del terreno en el combate se manifestaba en el obstáculo que sus formas o accidentes orográficos presentaban al movimiento de las tropas, en el abrigo que pudiesen proporcionar contra el fuego enemigo o en la facilidad que ofreciese para aprovechar toda la eficacia de que fueran capaces las armas de los sitiados. Por esto, los terrenos montuosos, como era el caso de Ceuta, presentaban el inconveniente de las pendientes fuertes, que eran muy difíciles de ver y batir, los barrancos profundos que eran a su vez caminos ocultos para los asaltantes, las alturas dominantes que hacían insostenibles ciertas partes de la posición; siendo también raro que se pudiese ocupar con ventaja un gran número de posiciones. Las cortas salidas buscaban deshacer las líneas recompuestas enemigas, arrancando fajinas y rompiendo sus crestas. En el lado local, los ingenieros trataban de concluir la lengua de sierpe nombrada de la Reina o Santa Isabel en el ángulo saliente de la estrada encubierta enfrente de la Luneta de la Reina.

Verboom ideó sacar otra obra de fortificación a la orilla del mar al lado del ángulo saliente de la estrada encubierta, delante de la Contraguardia de San Francisco Javier, a la que nombrará Luneta de San Jorge, pues desde la posición derecha no se podía descubrir el fondo del Barranco del Chafariz, ni el pie de la explanada. Era un terreno de fina arena que se debía mantener a fuerza de fajinas, hallándose tan dominado y enfilado por la altura enemiga de los Colorados, que los sitiadores no sólo oían los golpes de la maza sino que incluso veían trabajar. Al mismo tiempo, se continuaban todos los demás trabajos de las obras interiores a cargo de tres ingenieros que se hallaban en la plaza y el Ingeniero en Jefe, Isidro Próspero Verboom, con cinco ingenieros ayudantes, a los cuales había hecho venir a la plaza de Ceuta su padre, Jorge Próspero, formando parte de la expedición de 1720 del Marqués de Lede para levantar el sitio.

A mediados de marzo de 1723, los ingenieros de la plaza avanzaban en la obra del Puesto de los Cestones, situado en la posición derecha, a veinticuatro toesas fuera del ángulo saliente de la Estrada Cubierta de la Contraguardia de Santiago, reforzándola con tierra y poniéndole parapetos y banquetas para poder disparar. En dicho puesto cabían hasta dos compañías de granaderos y para mejor asegurarlo se le empezó a colocar una estacada ante un posible golpe de mano, dada la proximidad de los ataques enemigos. En estos días también se continuaba la fábrica de la capital de la Luneta de San Jorge, se ponía en correcto estado su parapeto y se adelantaba su camino cubierto. El 19 de dicho mes quedó concluido el Puesto de los Cestones y la cantería de la Luneta nueva de San Jorge iba muy adelantada, de modo que en poco tiempo podría estar en defensa,

“con lo que les havrá de costar mucho si quieren intentar el volver a levantar la línea que se les ha arrazado encima de la Rocha, y se reconose quanto inquietan estos puestos a los barbaros, pues se hallan desconcertados y sin saver lo que se hazen”.

Entretanto, se iban adelantando las minas ceutíes a buen ritmo, pues había ya una avanzada hasta debajo de su sicsac que salía de la Altura de los Colorados, otra estaba muy cerca ya del Pozo del Chafariz, otra que se había sacado del Puesto de los Cestones y que llegaba hasta la Altura de los Colorados, y otros dos ramales que se habían sacado de la Luneta nueva de San Jorge se dirigían hacia la Altura de la Rocha.

A mediodía, el hachero de la Almina observó que bajaba el bashá o gobernador marroquí a sus ataques, seguido de todos sus alcaides y de unos 3600 soldados. Dio aviso de ello colocando el hacho, que era un haz de leña que colgaba de un cabo en lo más alto del monte de la Almina cuando se producían movimientos tácticos enemigos, sirviendo para que las tropas del frente local de ataque estuviesen en guardia y prevenidas las de los cuarteles, de donde salían sin esperar órdenes todas las compañías de granaderos hasta la Plaza de Armas. Fue una falsa alarma, pues al anochecer se retiraron los enemigos a su campo, haciéndose luego retirar también las tropas de refuerzo de la plaza. Esto no solía ocurrir siempre así, pues el día 22 la comitiva enemiga de 5000 soldados reconoció todas las líneas de derecha a izquierda sin luego retirarse, razón por la que se mandaron quedar las tropas ceutíes de refuerzo, situándolas a cubierto en las bóvedas de la Contraguardia de San Francisco Javier.

A principios de abril, reforzaron los enemigos la línea que dirigían por su derecha a la Altura de la Pizarra, la del Óvalo y parte de la del centro, y empezaron a levantar en porción circular un espaldón en la parte interior de la primera línea de los Colorados, detrás del paso grande o boquerón del sicsac, tirando hacia su segunda línea, creyendo Jorge Próspero Verboom que harían una comunicación de una a otra o para servir de cortadura. A las escaramuzas diarias terrestres se sumaban ataques esporádicos sobre los navíos españoles, como los del día 8 de dicho mes, en que estando fondeadas en la bahía sur treinta y cuatro embarcaciones que habían traído a la plaza todo tipo de bastimentos, se ocuparon los sitiadores durante cuatro horas en disparar sobre ellas con los cuatro cañones de la Batería del Morro de la Viña, con la gran suerte de que sólo tocaron una de ellas por su proa y popa.

Durante días reconoció el hachero que los magrebíes trabajaban en otros asuntos, además de levantar y reforzar sus líneas para ponerlas en mejor defensa, pues en diferentes partes del centro de su campo amontonaban gran cantidad de tierra, sobre una distancia bastante ancha, en la cabeza del Óvalo que estaba en la posición derecha, enfrente del ángulo saliente de la Luneta de la Reina, y también en la línea correspondiente al ángulo saliente de la Plaza de Armas de San Felipe. Por ser la tierra extraída de otro color diferente a la de superficie, pareciendo que se extraía de zonas más profundas, Verboom pensó que en realidad estaban trabajando en algunas galerías subterráneas o minas, pero como estos parajes estaban apartados de los locales, los minadores no podían oír ninguna excavación.

Los ingenieros perfeccionaban la Lengua de Sierpe de San Felipe, que se sacó de nuevo del ángulo saliente de la plaza de armas de la derecha de la Luneta de San Felipe, y el minador había empezado a abrir dentro de ella sus ramales para establecer fogatas frente a los ataques enemigos. Resolvió también el Ingeniero General que se ensanchara y adelantara en ocho toesas más el ángulo saliente de la Estrada Encubierta de la Luneta de San Jorge, dándole la forma de medio baluartillo para ocupar una pequeña altura que corría sobre el escarpe del Mar de Tetuán, con el fin de que el fuego fuese aún más vivo y dominante. Hizo reedificar también la insigne cisterna que antiguamente se había construido en la Península de la Almina, ya que importaba mucho para la manutención de la plaza por la escasez de agua que padecía y más ahora que sufría un insistente sitio, habiendo costado a la Real Hacienda sumas considerables el pasarla desde la Península en las ocasiones en que se necesitó. Mientras se concluía esta obra halló el arbitrio de construir con poco gasto unos estanques o balsas que recogían el agua de los montes del Hacho cuando llovía y si lograban llenarse en inviernos lluviosos se conseguiría agua para un año, tanto para la guarnición como para los vecinos.

Hemos localizado planos y perfiles, fechados a finales de junio y diciembre de 1723, relativos a obras internas y externas de fortificación y proyectos para mejorarlas que fueron dirigidos por el Ingeniero General. En primer lugar planificó la Lengua de Sierpe del Puesto de la Tenaza o de los Cestones, con su caponera cubierta y entendiéndola como obra adelantada a la Contraguardia de Santiago, de lado del Mar de España o de Poniente (Figs. 57 y 58). La Luneta de San Jorge, así nombrada en honor al santo del Ingeniero General, estaba situada sobre el Barranco del Chorrillo, con una altura desde el pie de la muralla hasta el Mar de Tetuán o de Levante de dieciséis toesas, como obra adelantada que enfilara los ataques enemigos y que les impidiera su acercamiento. Contaba con bóveda para poner la gente a cubierto y un almacén para pólvora y granadas (Fig. 59).

Para dar una información más general de las líneas más avanzadas de vanguardia de la plaza, con todas las fortificaciones construidas hasta finales de junio y no como en los anteriores planos, en que nos daba una visión más parcial al referirse a obras concretas,

Jorge Próspero Verboom levantó dos planos que incluían el frente adelantado sobre el campo enemigo y la disposición de las minas de Ceuta (Figs. 60 y 61). Consideraba como obras antiguas la Muralla Real, el Baluarte de la Coraza Alta o del Caballero, el del Torreón, la Coraza Baja con su espigón, el Espigón del Albacar, el Baluarte de Santa Ana, el de San Pedro; además de las que ahora se concluían, como la Contraguardia de San Francisco Javier, el Revellín de San Ignacio, el Ángulo de San Pablo, la Contraguardia de Santiago, la estrada cubierta interior, las Lunetas de San Luís, de Santa Isabel o la Reina y de San Felipe, y la estrada cubierta exterior. Lo que se había fabricado en los últimos meses correspondía a la cortadura que aseguraba la posición izquierda, la Luneta de San Jorge con sus bóvedas subterráneas, la estrada cubierta avanzada, las Lenguas de Sierpes de San Luís, de Santa Isabel y San Felipe, y el Puesto de los Cestones. Daba también explicaciones de la campaña, con la situación del Pozo Chafariz, las trincheras de los marroquíes, la paralela que se había arrasado en la salida de la noche del 25 al 26 de febrero de ese año, lavando de amarillo lo que de ella habían vuelto a restablecer y con los ramales y comunicaciones que habían añadido, retirándose hacia atrás a causa de las obras nuevas. Incluyó también otros ataques posteriores a la referida salida, una porción de galería subterránea que habían dejado hundir la noche del 7 al 8 de junio, otra galería que abrieron del 8 al 9, un boquete que abrieron la noche del 18 al 19 y la línea que acabaron de cerrar la noche del 22 al 23.

El frente principal de la plaza estaba asegurado con minas que albergaban veintidós hornillos, pero ante el recelo de que los sitiadores trazaran una línea por delante del Pozo del Chafariz, el Capitán Comandante de la Compañía de Minadores, Felipe Tortosa, dispuso otra mina el 15 de julio, que situada en su inmediación la voló toda, incluido dicho pozo. Fue muy importante este suceso, ya que en este terreno se habían realizado desde muchos años atrás enconados encuentros con los sitiadores, y por esto es normal que apareciese en el plano anterior, bajo la explicación de “voladura del Pozo del Chafariz”.

Mucho más completo fue otro proyecto de Verboom en el que se detallaban significativas innovaciones en muchos de los enclaves fortificados locales, como las bóvedas arrimadas a la Muralla Real a prueba de bomba que proponía adaptar como cuarteles para la conservación y descanso de las tropas que estaban continuamente en la Plaza de Armas guardando su frente y estaban expuestas a las inclemencias del tiempo y al fuego enemigo, la Maestranza de Armería y Artillería, el proyecto de hacer una plataforma sobre el Espigón del Albacar con idea de ubicarle una batería, la elevación del Baluarte de San Pedro, la fijación baja de la falsabraga u hornaveque, las bóvedas a prueba de bomba de la Contraguardia de San Francisco Javier, el proyecto para ensanchar la gola del Revellín de San Ignacio y construirle bóvedas a prueba de bomba para la Maestranza de Fortificaciones y depósito de herramientas y materiales (Fig. 62). Modificaría la estructura del Ángulo de San Pablo, parte de la estrada cubierta antigua se haría contraguardia sin alzarla más de como estaba en estos momentos, completaría las bóvedas a prueba de bomba de la Contraguardia de Santiago y el caballero que se estaba ejecutando; se debería construir un torreón en la posición derecha del Mar de España saliendo desde la Contraguardia de Santiago con el fin de que flanquease la playa; se debería demoler la Luneta de la Reina y colocar una cortina que uniese con sus flancos a las Lunetas de San Luís y San Felipe y formase un hornaveque. Proponía construir varios revellines, fijaría las bóvedas a prueba de bombas de la Luneta de San Jorge, ejecutaría la porción de estrada cubierta exterior con sus cortaduras, seguiría trabajando en la tenaza doble con su caponera cubierta y proponía colocar un reducto sobre la Altura de los Colorados con sus caponeras cubiertas para la defensa de su foso y comunicación a la estrada cubierta de la plaza, además de otro reducto sobre la Altura de la Rocha para los mismos fines. En el recinto de la ciudad, Verboom siguió utilizando la Catedral como cuartel y el Palacio Antiguo de los Gobernadores como almacén de víveres.

El Marqués de Verboom hizo proyecto en 1723 del Revellín de San Ignacio (Fig. 63), mandándole copia al Capitán e Ingeniero 2a, Pedro Daubeterre, y firmándolo el Ingeniero Extraordinario, Domingo Arbuniez. En los cuatro planos correspondientes se diseñaron los cambios que precisaba dicho enclave, respetando sus seis troneras y colocándole un cuerpo de guardia, una capilla y bóvedas subterráneas a prueba de bombas para maestranza y almacén de pertrechos. Daubeterre había participado junto a Verboom en 1718 en las obras de la Ciudadela de Barcelona, comprobándose su actuación en Ceuta desde 1723 en que como Capitán e Ingeniero 2a colaboró con aquél en dicho Revellín de San Ignacio y en otras obras, hasta 1727 en que terminó el sitio ismailita. En cuanto a Arbuniez, también actuó en 1719 en la ciudadela barcelonesa, siendo hecho prisionero al año siguiente en el sitio de Castel-Ciudad. Verboom le propuso en dicho año como Ingeniero Extraordinario, cargo que ya ocupaba cuando trabajó en Ceuta en el Revellín de San Ignacio. En esta plaza trabajó hasta el año 1731.

Verboom modificó sustancialmente el Ángulo de San Pablo (Fig. 64), demoliendo gran parte de su obra ya hecha, sacándole muy poco ángulo y colocándole más extendido y firme, como si se tratase de un nuevo revellín. La puerta principal tenía bóveda para tránsito, rampa y puertas para la comunicación de dos cañones de bóveda antigua y se les daría luz a cada uno por sus ventanas correspondientes. También se disponía la casa del cabo de la plaza de armas, con una sala alcoba y la cocina, las estancias de la Plana Mayor, el cuerpo de guardia del oficial, el cuerpo de guardia de los soldados, la estancia para los soldados artilleros, una estancia pequeña que encerraría dos barriles de pólvora para el gasto diario, un lugar común para los soldados y otro para los oficiales.

El terreno existente a continuación de las bóvedas a prueba de bomba arrimadas a la espalda de la Muralla Real fue elegido por el Ingeniero General para que se cerrara con paredes de tapias y se instalaran allí las Maestranzas de Carpintería y Herrería para la Artillería y la de Cerrajería para la recomposición de las armas de la Infantería (Fig. 65). Aprovecharía la Muralla Real y una pared antigua de mampostería para cercar el espacio y distribuyó una zona cubierta que sirviese para la Maestranza de Artillería, un cuarto donde guardaran los carpinteros sus herramientas, otro espacio cubierto para abrigo de las cureñas y madera de dicha maestranza, una oficina para recomponer el armamento, un puesto con dos fraguas para la cerrajería, una herrería con fraguas antiguas y otras nuevas que se proponían, el puesto del interventor, una entrada con bóveda subterránea por debajo del Baluarte del Torreón que desplazaría a una zona antigua cubierta medio destruida, la puerta de entrada, un pozo, la Puerta Principal a la plaza con su cuerpo de guardia proyectado y una cisterna próxima al terreno que se proyectaba modificar.

La actuación de los profesionales de la ingeniería militar seguía abarcando todos los ámbitos de la ciudad, y el factor de esta especial dedicación ingenieril fue la insistencia del sitio durante estos años. Con la fijación puesta en la toma de la plaza, los sitiadores acentuaron con virulencia los ataques artilleros, debiendo dichos profesionales de la defensa buscar nuevos abrigos, como los ya estudiados anteriormente, practicar demoliciones en los edificios que apenas se podían mantener en pie, e incluso reforzar aquéllos más endebles o expuestos al alcance enemigo. Tal fue el caso del Palacio Episcopal (Fig. 66), que modificó parte de su estructura interna para dichos fines. En esta residencia episcopal se mantuvieron el aposento principal y la escalera principal de acceso al mismo y resto de los aposentos de la segunda estancia. Se modificaba la puerta de acceso al aposento del Obispo y el corredor que comunicaba al resto de las dependencias, así como otra puerta que se debería abrir en éste para que los criados pudiesen entrar sin pasar por la habitación principal. Se cambiarían las paredes de los cuartos que habitaban algunos miembros eclesiásticos, los cuales pasarían para mayor comodidad a los cuartos bajos, y por último se dotaría de mayor espesor a la muralla que serviría de pie derecho de la escalera principal, para que de este modo el edificio estuviese más abrigado y consistente ante los cañonazos enemigos.

Los agentes naturales alteraron también la disposición defensiva de la plaza de Ceuta en este año, como fue el deterioro ocasionado en el pie de la Muralla de la Bahía Norte, lo que obligó a que Pedro Daubeterre planificase dicho frente y calzase los lienzos comprendidos entre el Baluarte de San Juan de Dios con el muelle de la dársena y el

Baluarte de Santa María, con el fin de que se remediase el socavón producido por el continuo batidero en pleamar del Mar de España o de Poniente (Fig. 67). Es preciso recordar aquí que Jorge Próspero Verboom hizo recomponer también el muelle de la dársena, pues se estaba hundiendo por la razón arriba apuntada. Igualmente, durante todo el año 1724

continuó dirigiendo obras en Ceuta Pedro Daubeterre, proyectando y dibujando nuevos planos del frente de la Bahía Norte (Figs. 68 y 69) que estaba bastante arruinado y precisaba calzar su pie, y en éstos nos mostraba ya lo que se había adelantado en el calzo del ángulo de la rampa de la Puerta de Santa María. Al mismo tiempo, realizó otros planos y perfiles del Ángulo de San Pablo, con el estado de sus obras a mediados de octubre (Fig. 70).

Verboom permaneció en la plaza de Ceuta hasta el 30 de abril de 1724 y el gobernador, Fernández de Ribadeo quiso continuar la obra de los cuarteles arrimados a la Muralla Real, los cuales habían sido iniciados por el Marqués de Villadarias. Mandó demoler algunas casas que realmente no estorbaban, pues estaban situadas a distancia de las nuevas obras, provocando un daño irreparable a sus humildes dueños que con frecuentes gastos y reparos las habían mantenido. Sobre este particular, el rey Felipe V, aprobó el proyecto para ensanchar el terraplén de la Muralla Real por medio de bóvedas a prueba de bomba que servirían de cuarteles (Figs. 71 y 72) para el alojamiento de cuatro batallones, según previno por carta el Marqués de Castelar el 24 de octubre de este año al gobernador local, dando fe el ingeniero Canelas de que el original estaba en la Dirección de Fortificaciones y con el visto bueno del Ingeniero Voluntario Agustín Ibáñez Garcés. Dicho proyecto cambió la ubicación del cubierto que había propuesto Jorge Próspero Verboom, a espaldas del Baluarte del Torreón para Maestranza de Artillería y Armería, debiéndose ahora demoler e instalarse

en cuatro de las bóvedas nuevas con un patio cercado que se les podría añadir. Se mantendrían cuatro bóvedas antiguas que servirían de cuarteles y se añadirían dos espacios cubiertos nuevos para cocinas con sus fogones. El tejado de dichos cubiertos descansaría sobre una muralla que serviría al mismo tiempo de cerca para los cuarteles, y el acceso constaría de puertas accesorias y una puerta principal dotadas de sus correspondientes cuerpos de guardia. Se harían tres nuevas habitaciones, delante de las bóvedas antiguas, para cocinas y fogones, donde se deberían construir los pies derechos y arcos para formar el corredor y subir al segundo piso del acuartelamiento. Por último se levantaría otra habitación contigua a las rampas y cuarteles, que la cerrarían y circunvalarían por su lado opuesto. También, el subteniente e Ingeniero Extraordinario Miguel Sánchez Taramas trabajó en el mismo ensanche (Fig. 73), realizando también la correspondiente planimetría en la que indicaba el arreglo de las bóvedas viejas, el estado que mostraban las nuevas con lo que faltaba por hacer, los estribos o contrafuertes provisionales, el perfil de la Muralla Real a las que estaban arrimadas y la altura en que se encontraban las paredes de diecisiete bóvedas.

Antes de marchar a la Península, el Ingeniero General debió realizar el plano y perfiles de un almacén de pólvora que se establecería en la Plaza de África, próximo a los nuevos cuarteles proyectados junto a la Muralla Real y a la Maestranza de Artillería (Fig. 74). Su capacidad rondaría los 2000 quintales de pólvora, y estaría construido con bóvedas a prueba de bomba, como todos los que se levantaron desde el sitio de Muley Ismail.

Pedro Daubeterre trabajó intensamente durante estos años en la plaza de Ceuta. Buena muestra de ello, además de lo ya realizado en años anteriores, fueron sus proyectos de la Gran Cisterna de la Almina y el del frente adelantado con los ataques enemigos, el estado de todas las obras existentes y el de las proyectadas con fecha 3 de noviembre de 1724. Este Ingeniero 2a explicaba que en la Contraguardia de San Francisco Javier había que reparar las tres brechas de su contraescarpa que era de pizarra y al propio tiempo perfeccionar su estrada cubierta, parapeto y glacis. Lo proyectado en el Revellín de San Ignacio no se había llevado a cabo aún, mientras que las caras del Ángulo de San Pablo estaban a la altura del cordón, su flanco derecho a un nivel algo inferior y las bóvedas de este flanco que debían servir para depósito de pólvora, granadas y otras municiones de guerra se encontraban ya rematadas; el flanco izquierdo estaba a media altura del cordón y la muralla de la gola de dicha pieza tenía de dos a tres pies de alto. Se continuaba trabajando en este ángulo con todo rigor en su terraplén, hallándose ya su mitad acabado y restando el perfeccionamiento de su foso y el revestimiento de su contraescarpa. Lo proyectado en la Contraguardia de Santiago y su caballero se había cumplido sólo en parte, habiéndose iniciado su excavación y fundación. A las Lunetas de San Luís y de San Felipe les faltaba el revestimiento de sus parapetos. Detalló también una pequeña contraguardia que se había levantado sobre cimentación antigua y a la que faltaba revestir y perfeccionar. El resto de los enclaves poliorcéticos no habían sufrido cambios y en los de los sitiadores enumeró sus trincheras, el Reducto de los Colorados, el del Alcaide, la voladura del Pozo Chafariz y los Reductos del Óvalo, la Pizarra y la Rocha.

El gobernador local recibió aviso en el mes de junio de 1725 de que venía a suplirle Manuel de Orleáns, Conde de Charny, Gentil Hombre de Cámara del Rey y Teniente General de los Ejércitos de Castilla; por lo que mandó fijar su escudo de armas en las nuevas fortificaciones y aceleró la parte precisa en la obra de la gola del Revellín de San Ignacio. El relevo se produjo el 15 de septiembre de ese año y desde el primer momento aplicó el nuevo gobernador su mayor celo en cuidar la Compañía de Caballería de la dotación, así como facilitar la provisión de los empleos vacantes del Regimiento Fijo en los soldados que hubiesen nacido en la plaza. Al poco tiempo hizo romper y perfeccionar los Fosos del Ángulo de San Pablo, Revellín de San Ignacio y de la Contraguardia de Santiago. Revistió los parapetos de los merlones de la Plaza de África, renovó con perfección y levantó el glacis de la estrada cubierta de la posición derecha, prosiguió la obra del Revellín de San Ignacio, reparó con malecones la antigua muralla que asomaba a la Bahía Norte y mejoró el estado de las obras de los Fuertes de San Amaro y Santa Catalina.

La plaza de Ceuta se comunicaba con sus fortificaciones adelantadas del Campo Exterior a través de un puente con dos pequeños ojos, uno de ellos con la correspondiente compuerta levadiza, otro con arco de cantería y el último, grande y también de cantería, que caía sobre el Foso inundado que unía las aguas de las dos bahías. Las pequeñas embarcaciones entraban por una boca del foso y salían por la otra, sin necesidad de dar la vuelta a la Península de la Almina, aunque con el farragoso trabajo de bajar los palos para poder pasar por debajo del arco grande. En este estado estuvo esta vía de comunicación hasta años después de 1694, en que olvidada su gran importancia para la navegación, se fue llenando de pizarra y tierra que se echaba a las playas de su frente y que las tormentas y resacas marinas se encargaban de arrastrar e introducir por sus bocas abundantemente, quedando sólo algo de agua en su mitad y permaneciendo casi cegadas sus entradas. Sin pretender que se atrasaran el resto de las obras, el Conde de Charny dispuso que se limpiara con el fin de ponerlo en el mismo estado en que estaba antes, evacuándole toda la arena que era llevada por acémilas a los barrancos del Revellín de la Almina y por barcazas que la dejaban en las playas, empleando para ello casi un año. Para evitar las demoras de bajar y arbolar los palos de las velas de cualquier embarcación mediana, discurrió el gobernador que sería conveniente cortar el arco grande del puente y lo supliese una compuerta levadiza y de este modo pasarían sin tener que bajar los palos. Este proyecto fue elevado al rey que lo aprobó, pero como no había tenido la aprobación de los ingenieros locales, lo contradijo el Ingeniero 2a y Comandante en Jefe, Pedro Daubeterre, llegándose a la especial circunstancia de que, a pesar de que la parte principal de la obra estaba levantada, mandó Felipe V deshacerla y que el puente quedase en su estado primitivo.

Con esta actuación se rompía el proceso de colaboración establecido entre los gobernadores locales y los Ingenieros en Jefe de la plaza, en el que imperaban acuerdos colegiados a la hora de planificar proyectos de obras y en el que las decisiones dejaban de ser unilaterales e impositivas. Mucho había cambiado en este sentido el traspaso de poderes a los ingenieros, los cuales en la centuria anterior llegaban la mayoría de las veces a tener voz pero no voto en la toma de decisiones, acumulándose la competencia de las mismas en los Capitanes Generales de la plaza. El reglamento borbónico, que tanto debió a Jorge Próspero Verboom, consiguió, entre otras muchas competencias, una mayor autonomía de los ingenieros, que ya no dependían tanto del capricho de sus superiores y permitía al Ingeniero en Jefe el facilitar directamente los informes y proyectos al rey sobre el estado de fortificaciones, reparaciones y caudales de sus costes.

El Conde de Charny incrementó el potencial de las minas de la plaza a lo largo de todo el año 1726, destacando las voladuras dirigidas por el capitán de la Compañía de Minadores, Felipe Tortosa, en los meses de febrero y abril. El movimiento táctico solía repetirse a menudo, saliendo previamente las Compañías de Granaderos y Carabineros, junto a desterrados provistos de chuzos y fuegos de artificio que ocupaban los reductos enemigos para llamar su atención. Días antes se habían cargado hornillos en el ataque elegido, de modo que cuando las tropas abandonaban el lugar y los enemigos ocupaban su sitio, el hachero avisaba de que se podía dar fuego a la mina y se volaba aquel paraje. El plano correspondiente a la voladura del 22 de febrero fue remitido por el gobernador al Duque de Ripperdá, detallándole que se dio en el Ataque de los Colorados (Fig. 75), a base

de hornillos de 2000 libras de pólvora, destrozando un total de 50 toesas, y arruinando un diámetro de 70 a 80 toesas. Los efectos pudieron ser devastadores, pero siendo el terreno de distinta composición la pólvora perdió la mayor parte de su elasticidad. A primeros de abril se produjo otra importante voladura (Fig. 76), de la que volvió dar cuenta Charny al Duque de Ripperdá por carta que iba acompañada del correspondiente plano, y donde le detallaba las circunstancias de que los minadores ceutíes descubrieron que la composición del Ataque o Reducto enemigo de los Colorados, desde su base hasta su medianía, era de arena blanca y de tierra mezclada con arcilla. La tierra con arcilla era resistente, pero la debilidad de la arena permitió que la voladura arrancase su primer ángulo saliente, rebajándolo más de media toesa en profundidad, quince toesas su frente y tres toesas su parte central e imposibilitando así que los enemigos pudiesen restablecerlo rápidamente. Las ruinas ocasionadas se extendieron a más de 50 toesas de longitud, cegando su primera línea y costado paralelo al Mar de España y llegando a sepultar a muchos de los sitiadores, pero los efectos podrían haber sido más contundentes de no haberse encontrado con la mencionada flaqueza de la arena, que estorbó que la línea de suspensión por donde debía correr todo el movimiento elástico de la pólvora fuese uniforme.

A las desconfianzas y desasosiegos producidos por los sitiadores marroquíes se unió, a primeros de 1727, los recelos que pudiesen ocasionar las incursiones inglesas desde Gibraltar, ya que en estos momentos los enfrentamientos bélicos entre España e Inglaterra eran ya una realidad. A las proximidades del Peñón llegaba mucha tropa, armamento y bastimentos, quedando palpable el sentir de que se emprendía un sitio que podría repercutir directamente sobre la plaza de Ceuta. El bloqueo marítimo volvería a recrudecerse bajo la amenaza de que los barcos ingleses pudiesen cortar el tráfico comercial por aguas del Estrecho y lo que era más importante la dificultad de trasladar víveres, tropas y pertrechos a la plaza norteafricana. Por otro lado, con estos dos teatros bélicos tan próximos se temía que Felipe V se viese obligado a dividir el grueso de sus ejércitos para poder atenderlos adecuadamente, con la correspondiente merma humana y material para la plaza de Ceuta.

Más incertidumbre ocasionó, si cabe, el rumor de que el alcaide Alí ben Abdalá había solicitado de su rey el envío desde Mequínez de 10.000 negros al Campo Exterior de Ceuta, así como las observaciones del hachero en el sentido de que en la campiña enemiga nombrada de Almuñecar, a pocas leguas de la plaza, se había establecido un campamento de caballería e infantería que, sin embargo, desapareció a los pocos días sin saber que dirección tomó. Este desmantelamiento se hizo progresivo en los días siguientes y la razón obedecía a que el rey Muley Ismail había fallecido el 22 de febrero, aunque el levantamiento del sitio se hizo realidad desde primeros del siguiente mes de marzo.

Aprovechando esta situación de desconcierto, el Conde de Charny hizo continuas salidas, adentrándose en territorio enemigo y haciendo volar las murallas del campamento del Serrallo. Deshizo la Batería del Morro de la Viña, demolió el Ataque de la Pizarra y de la Rocha e incendió casas, barracas y trincheras. Junto a estas operaciones de saqueo y destrucción, realizó tareas de regular defensa, rebajando en tres varas la dura pizarra de la posición izquierda, que fue evacuada al barranco cercano del Chorrillo con idea de que todo el terreno estuviese llano y descubierto para las entradas, y llegó a rehacer y perfeccionar también el glacis de los caminos cubiertos y de las galerías. Tras treinta y dos largos y penosos años de pertinaz sitio ismailita, en que Ceuta sufrió dificultades de todo tipo, y en el que indudablemente alcanzó un relanzamiento militar como plaza de altísimo valor estratégico, pudo al fin tener un periodo de calma que se correspondió, como en etapas anteriores, con los conflictos planteados por los pretendientes al trono marroquí.

Con todo ello, los ingenieros españoles siguieron actuando vivamente en la plaza de Ceuta, remodelando, reestructurando y restaurando elementos poliorcéticos preexistentes y levantando otros nuevos para mejorar su defensa estática y dinámica. Ya vimos la polémica planteada dos años atrás, en que el gobernador local proyectó un nuevo puente fijo en la Plaza de Armas sin contar con los ingenieros, y cómo la protesta contundente de Pedro Daubeterre hizo que el mismo rey mandase deshacer lo emprendido. Con estos antecedentes, este Ingeniero en Jefe dio el visto bueno a otro proyecto (Fig. 77) ordenado por Charny, realizado el 5 de octubre de 1727 por el Ingeniero Ordinario Joaquín Pérez Conde, que incluía plano, perfil y elevación de la obra. Utilizando el lavado de colorado para indicar las obras antiguas y el amarillo para las obras nuevas que se estaban levantando, se fabricó un pilar nuevo que se situó a la izquierda del arco mayor y se derribó éste para ubicar en él un puente levadizo nuevo movido por un juego de poleas con el fin de que pudiesen pasar las embarcaciones arboladas. Se trabajó en el revestimiento de dicho puente levadizo a base de gruesos maderos que sirvieran de sustentación del mismo. En el lugar del puente levadizo existente en la antigüedad se construyó un arco nuevo y se dejaba intacto el tramo último levadizo existente en esos momentos. En la actuación profesional del ingeniero Pérez Conde hemos registrado sus trabajos en la Ciudadela de Barcelona en 1719 y 1720, junto a ingenieros tan valiosos como Foucault, Bachelieu, San Martín, De l’Oeil, Panón, Del Mazo, Medrano Fernández, Reynaldo, Leclère y Arbuniez. En 1721 fue nombrado teniente e Ingeniero Extraordinario, alcanzando el grado de teniente e Ingeniero Ordinario en 1727.

Tras la muerte de Muley Ismail, la plaza de Ceuta replanteó su disposición defensiva y dispuso frecuentes salidas a la campaña al objeto de recuperar cuantas piezas de artillería hubiesen quedado enterradas tras la retirada del ejército sitiador. Por otro lado, desde la Península y más concretamente desde el Campo de Gibraltar se hicieron enormes esfuerzos para equiparla con los pertrechos de guerra más necesarios, como los 200 quintales de balas de fusil y 80 tablones de explanada enviados el 17 de febrero de 1728 por medio de dos de sus barcos de dotación.

En este sentido, el Comandante de Artillería e Interventor Provincial de Ceuta, Francisco Luberto, detalló el 20 de octubre el estado en que se encontraban los cañones existentes en los distintos puestos de la ciudad, con lo que podemos entender que la plaza sufrió un sitio tan asfixiante y prolongado que la respuesta contundente dada por los sitiados se tradujo en el desgaste y deterioro de las piezas artilleras de grueso calibre que diariamente eran utilizadas. Fue así que cuatro cañones de bronce del Albacar estaban cavernosos y faltos de muñones y de cascabeles, uno de la Primera Puerta y otro de la Playa del Muelle estaban faltos de muñones y uno de la Playa de San Pedro estaba carcomido. En cuanto a los de hierro, cuatro del Baluarte del Torreón estaban sin cascabel, desfogonados y ,carcomidos, dos de la Coraza baja estaban carcomidos y desfogonados, cuatro de la Brecha estaban costrosos por dentro, cavernosos, carcomidos y de mala calidad; dos de San Francisco estaban carcomidos y desfogonados, cinco de la Primera Puerta estaban carcomidos y desfogonados, cinco de la Segunda estaban desfogonados, carcomidos y costrosos; seis del Baluarte de San Pedro estaban desfogonados, carcomidos y rajadas sus bocas; seis del Bonete de Santa Ana estaban carcomidos y de mala calidad, dos de la Contraguardia de San Francisco Javier estaban desfogonados y carcomidos, seis del Foso estaban sin cascabel, desbocados, carcomidos y de mala calidad; uno de la dársena del puerto estaba carcomido y desbocado y uno de Fuente Caballos se encontraba sin muñón. En el Castillo de San Amaro había uno desbocado y en el de Santa Catalina cuatro, entre cavernosos y carcomidos. En el Castillo del Desnarigado había tres que estaban carcomidos y de mala calidad, dos desbocados en el Sarchal y dos cavernosos y costrosos en el Cuartel de Minas.

Los esfuerzos por seguir perfeccionando en la plaza las líneas más avanzadas fueron constantes en estos años posteriores a la finalización del sitio, con especial dedicación sobre todo en las posiciones que corrían paralelas a ambas bandas costeras norte y sur. En esta última el ingeniero Llamas trazó plano y perfiles del Fuerte de San Jorge, tal y como se encontraba a primeros de 1729, señalando los momentos de bajamar y pleamar y su altura sobre el nivel del mar, los distintos puestos avanzados que guarnecían los granaderos, el cuarto del capitán de granaderos, los refugios de tablas para subalternos y granaderos, así como el estado ruinoso de parte de su estacada. En plano y perfiles de mediados de julio, proyectó Llamas en dicho fuerte o luneta (Fig. 78) un proyecto con el adelantamiento de su estacada y estrada cubierta, detallando cómo el cuarto para los capitanes granaderos hacía frente al foso y detenía el terraplén de la estrada cubierta. Igualmente situó una muralla nueva, así como otra vía de salida hacia el campo enemigo que estaba bien protegida del tiro enfilado.

Por otro lado, el acceso de entrada desde la Plaza de Armas a la ciudad había sido motivo de estudio por parte de los ingenieros militares y del mismo Conde de Charny en años anteriores, que se habían encargado de solventar el problema del puente levadizo que salvaba el Foso inundado de la Muralla Real. Ahora se planteaba la disposición y vista que debía presentar la Puerta Principal unida a dicho puente , y para ello Jorge Próspero Verboom confeccionó un plano (Fig. 79) con la parte de obra que se debería agregar a la puerta existente durante años. El gobernador local lo remitió por carta al Marqués de Castelar con fecha 15 de julio, y a través de oficio del Marqués de Verboom de fecha 2 de agosto, con las explicaciones pertinentes sobre lo ya existente, que se reducía a un pórtico central de entrada a modo de arco triunfal con media bóveda de cañón, enmarcado con sillares en resalte, junto a lo nuevo proyectado que consistía en un segundo cuerpo superior de sillares isódomos que remarcarían el revestimiento del paramento anterior que era de tierra, y que incluiría los escudos en piedra de España y Portugal, además de la inscripción en piedra de “Muertos sí, vencidos no”. Por último, se coronaría con una cornisa y remate que antes no tenía.

Debemos tener en cuenta que en todos los proyectos de fortificación las puertas fueron elementos fundamentales que los ingenieros militares resolvieron con especial cuidado y detalle. Aglutinaban en su diseño los aspectos estéticos de la época filtrados por el estilo militar, los aspectos urbanísticos como vías con dimensiones apropiadas para un fácil tránsito al tiempo que puestos infranqueables, su conexión con la Plaza de Armas contigua y con el interior de la ciudad mediante un puente levadizo que permitía un aislamiento con el exterior. Sin lugar a dudas, Verboom se guiaba por las normas difundidas en el tratado de Sebastián Fernández de Medrano, en que decía que...

“...muchas puertas causan muchos cuidados y ocupan cantidad de gente para su guardia y es por donde está siempre en peligro de perderse la plaça por surpresa, y assí se harán siempre las menos que fuere possible. Son pocos de opinión de abrirlas en las caras de los Baluartes y en los flancos, razón porque su lugar principal es en medio de la cortina donde están defendidas de los flancos colaterales, dándolas 11 ó 12 pies de ancho y hasta 15 de alto, acabando en bóveda y procurando que vaya bolviendo, y no derecha, para escusar que no quede enfilada la calle de la campaña. Suélense poner en un lado y otro del umbral unas piedras redondas para que los carros no desmoronen los quicios. Su frontispicio será de piedra labrada a la toscana, que es obra fuerte y durable. Las Puertas se harán de roble de dos o tres tablas de grueso, que cada una tenga 2 ó 3 pulgadas y barreteadas de barras de hierro...”

En estos años de relativa tranquilidad en que las hostilidades con los marroquíes se reducían a esporádicas escaramuzas terrestres, y las marítimas a limitados ataques del corso en aguas del Estrecho, las autoridades locales y los ingenieros dedicaron sus mayores esfuerzos en reparar y restaurar lo derribado por los insistentes ataques artilleros enemigos, así como en modificar o levantar otros puestos fortificados adelantados e interiores de la ciudad, con el fin de ganar sus posiciones tácticas en la campaña y perfeccionar los planes generales de defensa. Fruto de dichas intenciones fueron las remodelaciones efectuadas por el Conde de Charny en los niveles inferior y superior del Palacio Viejo de los Gobernadores de la Plaza de África, de las que dio ya cuenta a Castelar a finales de septiembre de 1728. Dos años más tarde, sobre la torre del Palacio mariní, incorporó un reloj y un balcón, nombrándose desde entonces Torre del Reloj hasta 1966 en que se demolió para construir el actual Parador de Turismo de la Muralla.

El relevo del gobernador, Conde de Charny, se produjo el 29 de julio de 1731, ocupando su cargo Alvaro de Navia y Osorio, Marqués de Santa Cruz de Marcenado y Vizconde del Puerto, quien continuó los trabajos de la Plaza de Armas, reedificó algunos puestos en la Península de la Almina y mandó plantar una alameda en el Revellín, reduciendo terrenos comunales con las miras puestas en el empleo de sus maderas para espoletas, boquillas de bombas, granadas y ajustes de artillería. En estos primeros meses de su mandato el Ingeniero Extraordinario, Domingo Arbuniez, trazó tres planos con perfiles del Hospital Real (Fig. 80) ubicado en la Plaza de San Francisco, precedente de la que a finales de siglo será nombrada Plaza de los Reyes. Otro ingeniero, Miguel Sánchez Taramas, lo había proyectado a principios de julio de 1729, pero los estudios más serios partieron de Arbuniez, que lo concibió de forma rectangular y colindante con la Iglesia de San Francisco, la cual había albergado al Convento de los Padres Franciscanos desde principios del siglo XVIII, y para que el descargue de las paredes del hospital no afectase a la estructura de la iglesia, Arbuniez dispuso arcos de mampostería en sus paredes de tierra y se pudiese mantener así intacta la de aquélla.

Miguel Sánchez Taramas remitió a primeros de agosto por medio del Marqués de Santa Cruz una relación de las cinco bóvedas realizadas para el ensanche de la Muralla Real, las cuales habían de servir para cuarteles de infantería. Pormenorizaba en la misma que los entresuelos no se habían hecho hasta que se finalizaron las bóvedas superiores, pudiéndose quitar ya a éstas las cimbras y pies derechos que las mantenían para poderlas perfeccionar por su parte interior. Esperando concluir la obra en breve, manifestó que había gran necesidad de cuarteles en la plaza y que se había arruinado el situado junto a la Catedral por estar construido de tapias de tierra y sin cimientos con el objetivo de que sirviese de espaldón para proteger la Plaza de África de la invasión enemiga. Por precaución se le agregaron las otras paredes de tapia para hacer el cubierto que servía de cuartel y habiéndose de reedificar éste sobre el terreno que pertenecía a la Catedral, parecía más conveniente que se prosiguiese en continuar otras cinco bóvedas más además de las ya emprendidas, pues para levantarlas sólo se necesitaba cal y ladrillo y con las cimbras y pies derechos de las otras se podían hacer a menos coste con las ventajas añadidas de continuar el ensanche de la muralla y reintegrar con esto el cuartel arruinado. Advertía también que los cimientos de doce bóvedas, además de las cinco emprendidas, estaban construidos y fuera del nivel del terreno hasta cinco pies de altura y que para el arranque de las bóvedas restantes sólo faltaban seis pies. Precisaba 280.000 ladrillos de marca mayor para las cinco bóvedas propuestas, cuyas roscas eran de tres pies de espesor y para puertas, ventanas y cordones del parapetillo, por un valor de 11.100 reales de vellón. Precisaba también unos 50.000 ladrillos sencillos para los entresuelos de las mismas que habrían de ser de bóveda sencilla, por un coste de 6650 reales de vellón; 1458 cahíces de cal para levantar las cinco paredes o pilares sobre los que cargaban las bóvedas mencionadas, fachada principal, bóvedas senos con su parapeto que remataba y piso de los entresuelos, por un total de 16.656 reales de vellón y 810 quintales de yeso para las bóvedas sencillas de los entresuelos de las cinco propuestas, por un coste de 2278 reales de vellón.

Taramas especificaba que no mencionaba el importe de la piedra y su conducción, ya que se disponía en estos parajes y era extraída por los desterrados destinados a este trabajo. En cuanto a su conducción, se empleaban barcazas reales y acémilas hasta las mismas obras. No se contrataban operarios por ejecutarse con los de la maestranza y desterrados, pero faltaba un maestro mayor de obras para su buen gobierno. Su evaluación del coste total de las obras alcanzaría los 36.684 reales de vellón.

A primeros de abril de 1732 se produjo la sustitución del gobernador local, ocupando dicho cargo en calidad de interino Antonio Manso Maldonado, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, siéndole confirmado a mediados de octubre del mismo año. Supervisó la situación general de la plaza y en especial de su artillería, siendo asesorado por Juan Pingarrón, Comandante Provincial de dicho ramo, y fruto de ello fue la remisión de una relación remitida a José Patiño, en la que detallaba lo valioso que resultaría para Ceuta el envío en breve de artillería de bronce, pues sólo quedaban treinta y nueve cañones de todos los calibres y se debió valer de artillería de hierro, con el riesgo de reventarlos o de producir accidentes graves al personal correspondiente. Gracias a dicha relación, hemos podido calibrar, además del estado del potencial artillero de la plaza, con cuántos puestos defensivos contaba ésta para hacer frente a los frecuentes enfrentamientos con el enemigo y calcular los medios disponibles en el caso de otro hipotético sitio largo y pertinaz como el ismailita.

De este modo, se especificaba que en la Coraza Baja existían cinco cañones de hierro válidos y que faltaban otros cinco, que en la Coraza Alta los cañones de bronce existentes eran cuatro y que faltaba uno. En el caballero de la izquierda los cañones de bronce existentes eran dos y faltaba uno, en la Muralla Real los cañones de bronce eran trece y faltaban tres, y en el Torreón de la Bandera los cañones de bronce eran ocho y faltaban tres. Encima de la Puerta Principal del recinto de la plaza existían siete piezas inútiles de hierro, siendo necesarios otros ocho. En el guardafoso de la casamata de la derecha había un cañón y faltaba otro, y en el Mirador de la Puerta había una culebrina buena de bronce y faltaban otras tres. En el baluarte que miraba a la Bahía Norte, enfrente del Puesto del Teniente de Rey faltaban tres cañones de bronce, y en el Baluarte de San Juan de Dios habían cuatro cañones inútiles de hierro, faltando otros cuatro. Encima de la Puerta de la Almina faltaban dos cañones de hierro, y en el Baluarte de San Francisco existía una pieza de bronce y dos de hierro, precisando dos de bronce y otras tantas de hierro. En el baluarte que miraba a la Bahía Sur habían dos cañones inútiles de hierro y uno válido, faltando otros cuatro. En el Torreón del Obispo había un cañón inútil de hierro y otro válido, necesitando otros tres. En el Espigón de la Segunda Puerta habían dos cañones de hierro en buenas condiciones, y encima de esta puerta de los seis cañones de hierro, dos estaban deteriorados, faltando otros cuatro.

Por otro lado, la Contraguardia de San Pedro disponía de cuatro cañones de bronce, precisando otros doce. El flanco alto de Santiago contaba con dos cañones de hierro, de los que uno estaba inútil y faltaban dos. La Contraguardia de Santiago tenía doce cañones de hierro, de ellos nueve estaban inservibles y precisaba tres más. El Caballero de Santiago tenía seis cañones de bronce y precisaba otros dos, el Baluarte de San Pablo disponía de cuatro cañones de bronce y faltaban dos, y el Revellín de San Ignacio contaba con seis cañones de hierro. La Contraguardia de San Francisco Javier tenía seis cañones de hierro y el Baluarte de Santa Ana contaba con siete cañones de hierro y faltaban ocho. En el flanco bajo de la derecha de San Felipe los cañones de hierro existentes eran dos y la Media Luna de San Felipe contaba con seis cañones de hierro, faltando dos.

La Media Luna de la Reina tenía seis cañones de hierro, y la de San Luís tenía otros seis y precisaba tres. Los cañones de hierro existentes en el Revellín de San Juan de Dios eran cuatro y faltaban otros tantos. En la Batería de San Pedro faltaban tres cañones de hierro, en la Batería de la Cisterna existían dos cañones de hierro, en la de San Amaro habían tres y faltaban quince; en la de Torremocha existían dos cañones de hierro y faltaban ocho, en la de Santa Catalina habían cuatro y faltaban siete, en la del Desnarigado existían dos y faltaban otros tantos, en la de la Torrecilla habían cuatro cañones de hierro y faltaba uno, en la de la Palmera habían dos, en la del Sarchal existían cuatro cañones de hierro y faltaban otros tantos, en la de Fuente Caballos habían dos, y en la Batería de San José existían cuatro cañones de hierro y faltaban seis.

En resumen, dicha relación pormenorizaba que el número de piezas de artillería de bronce válidas para el servicio en la plaza de Ceuta era de treinta y siete y que se necesitaban 113, las cuales deberían traer sus atacadores, cucharas, cureñas y lanadas correspondientes. No se especificaban las piezas de hierro, ya que la mayoría de ellas estaban inservibles y sólo algunas se utilizaban para cubrir los flancos y baterías de la Península de la Almina. Para levantar explanadas faltaban tablones de tres pulgadas de grueso y un pie de ancho, contando con que el primer tablón fuese de nueve pies, y el último de cada explanada debería ser de dieciocho pies. Siendo de estas medidas, para un total de 100 explanadas se precisarían 1800 tablones y 300 durmientes de a dieciocho pies de largo y seis pulgadas de grueso.

Teniendo en cuenta que existían 45.590 balas de artillería y que cada pieza requería 500 balas, se precisaba un total de 34.533 balas artilleras. También se informaba a la superioridad del número de morteros existentes en la plaza, con distinción de sus calibres, colocación de sus muñones largo y grueso, así como el peso que había marcado en ellos. Los morteros pedreros de bronce de buena calidad alcanzaban la cifra de siete, mientras que los morteros de bronce para bombas eran nueve. Todos ellos podrían ser medianamente aprovechados para el servicio y tres de ellos necesitaban granos, o lo que era lo mismo de piezas que se echaban en el fogón de otro metal más duro cuando se había gastado el mortero y ensanchado con el uso y en la que se volvía a abrir el fogón. El número de morteros de hierro disponibles de buena calidad era de treinta y cuatro, precisándose un total de diez que deberían venir montados convenientemente. Se necesitaban ocho morteros para piedras, 5000 bombas, 4000 granadas de mano, 31.000 espoletas para granadas de ,mano, 1000 quintales de pólvora, 200 quintales de cuerdamecha, 2000 quintales de balas de fusil y 3000 fusiles que se situarían de reserva.

Los temores de un nuevo sitio sobre Ceuta se fundamentaban en los deseos del Barón de Riperdá, ahora bashá del sultán Muley Abdalá, por conquistar la plaza, sin escatimar esfuerzos materiales y humanos, ya que los vigías en el Campo Exterior y el hachero verificaron que en el campo enemigo fueron entrando desde el mes de septiembre más de 1500 jinetes enemigos, lo que se entendía como nuevos preparativos para estrechar el cerco a dicha ciudad. Por otro lado, un total de 5000 infantes y un número indeterminado de artilleros continuaban adelantando sus posiciones, construyendo nuevos ataques y situando baterías. Los ingenieros militares españoles intensificaron su labor durante estos años, en que volvieron a recrudecerse las avanzadas de los sitiadores haciendo planos que detallaban el estado de este teatro de la guerra como si se tratasen de páginas de un diario bélico. Fue así como el Ingeniero Extraordinario Miguel Sánchez Taramas realizó siete planos durante este año, que secuenciaban gráficamente cada mes el estado del frente principal de la plaza que miraba al Campo del Moro con todas sus fortificaciones, así como el de los ataques marroquíes. La información facilitada apenas modificaba lo que ya se había realizado antes, incluyendo aspectos puntuales en las anotaciones como que en dicho frente se disponía de 135 cañones y que el Foso inundado de la Muralla Real tenía de seis a nueve pies de profundidad. La situación cambiaba en el bando marroquí, ya que había vuelto a recuperar posiciones a costa española, tras la tregua impuesta tras el sitio ismailita. Reforzaron la Talanquera, el Morro de la Viña, el Otero de Nuestra Señora, el Chorrillo y el Barranco del Puente, que era muy largo y profundo y donde podían permanecer escondidos muchos soldados a resguardo de la artillería local.

Ante esta situación, el gobernador llamó a Consejo de Guerra a los principales jefes de la guarnición, incluyendo al Ingeniero en Jefe José Reynaldo, y al Capitán de Minadores Felipe Tortosa, con el objetivo de hacer una salida general nocturna contra el enemigo. Distribuidas las tropas en cinco columnas, se situaron tres de ellas en el centro, una a la derecha y otra a la izquierda del frente ceutí y marcharon en la madrugada del 12 de octubre sobre las dominaciones y trincheras enemigas de la Media Luna del Flamenco, Morro de la Viña, Mirador, Talanquera, Topo, Barranco del Puente, la Dama, casas de las Quintas y el Afrag; derribándoles sus trabajos y clavándoles sus piezas artilleras, contando además con que el importante manantial del Pozo del Chafariz quedaba bajo dominio español y se evitaba que los sitiadores pudiesen hacer acopio de sus aguas. Las tropas españolas desbarataron incluso las habitaciones que habían vuelto a reedificar para el alcaide Alí y otros jefes en la casa del Serrallo, obligando a todos a retirarse a los montes próximos. En dicha salida se produjeron las bajas de 363 soldados españoles heridos y cuarenta y cuatro muertos. Fiel reflejo de la situación anterior fue el plano (Fig. 81) remitido por José Reynaldo al rey a mediados de marzo de 1733, junto a una relación del proyecto del foso que proponía ejecutar en el frente principal de esta plaza, delante de las Lunetas de San Felipe, la Reina y San Luís.

A mediados de agosto, Antonio Manso informó a José Patiño de que Felipe V había visto el plano de Reynaldo con su proyecto para poner la plaza de Ceuta en mejor defensa, y que aprobaba todo cuanto proponía a excepción de la prolongación de la cara de la Luneta de San Jorge, que debería quedar sin modificación y ordenaba que todas las obras estuviesen bajo su dirección, pues él las había proyectado, satisfaciéndose los gastos de las mismas de los caudales destinados a fortificaciones. El rey prevenía al gobernador local que para que estas obras se construyesen en poco tiempo se emplease en ellas no sólo el mayor número de trabajadores posible sino también los soldados de la guarnición; entendiéndose que tanto el número como los jornales consignados a estos trabajadores los debería reglar el ingeniero de acuerdo con el veedor de la plaza.

Si la situación del potencial artillero de la plaza fue foco de primordial atención para la primera autoridad local, el de las fortificaciones no lo fue menos, dada la complejidad para su trazado, construcción y mantenimiento tras los continuos reveses entablados con los enemigos, tanto por tierra como por mar. Por ello no debe extrañarnos que el Brigadier de los Ejércitos Reales e Ingeniero Director desde 1730 de las fortificaciones de Cádiz, Ignacio Sala, visitase la plaza de Ceuta el 17 de agosto de 1734. La reconoció y examinó las obras del Espigón de la Marina Norte, la Contraguardia de Santiago y los fosos abiertos en las Lunetas de San Luís, la Reina y San Felipe. Quedó asombrado cuando se enteró de que se trabajaba en ellas sin tener en esta ciudad el plano original y su proyecto con la aprobación real como era norma establecida, tanto para la seguridad de lo que se ejecutaba como también para que ni el ingeniero ni cualquier otra persona pudiesen variar circunstancia alguna del proyecto sin especial orden real, lo que podría suceder si no estaba presente el plano aprobado. No obstante, el teniente e Ingeniero Ordinario Diego Cardoso le mostró un plano que especificaba la realización de las obras y que era copia del proyecto de Reynaldo.

El ingeniero Sala deseaba expresar en correos sucesivos sus opiniones sobre la solidez de lo construido, así como lo relativo a la defensa de la plaza y para ello llegó a realizar un estudio muy pormenorizado de la plaza de Ceuta a finales de septiembre de 1734. En su hoja de servicios, este destacadísimo leridano aparecía ya en 1686 como Ingeniero Voluntario en la campaña de Cataluña, enfrascado en la Guerra de Sucesión a la corona española. En 1710 acompañó a Jorge Próspero Verboom en las batallas de Zaragoza, Brihuega y Villaviciosa, siendo luego destinado a Lérida. Tras la creación del Real Cuerpo de Ingenieros Militares en 1711, alcanzó el empleo de Ingeniero en 2a y capitán en Lérida, y asistió al sitio de Barcelona. En 1716 y 1717 tuvo a su cuidado las obras de la Puerta Nueva de la plaza de Barcelona, pasando luego a Cádiz como Ingeniero en Jefe y Teniente Coronel. En 1726 era Ingeniero Director con el grado de Brigadier, trasladándose al sitio de Gibraltar y después a Sevilla. Fue Ingeniero Director de las fortificaciones de Andalucía desde 1728 hasta 1749, siendo comisionado en este periodo para visitar y proyectar las fortificaciones del Campo de Gibraltar, Málaga, Badajoz y Ceuta. Entre 1730 y 1738 se centró en las obras de Cádiz, siguiendo la técnica de la arquitectura abaluartada de la escuela de Vauban, que tan bien aprendió al entrar en contacto directo con Verboom (Calderón Quijano et al., 1958).

En el estudio antes reseñado, Sala afirmaba que el terreno exterior de la Muralla Real hacia el Campo de los Moros se ensanchaba siempre y ascendía, formando primero el Barranco del Chafariz, a la derecha el del Rivero y a la izquierda el del Chorrillo. Según él, esta plaza necesitaba tan sólo como fortificación exterior un hornaveque, mejor dispuesto y flanqueado que el existente entre los Baluartes de San Pedro y Santa Ana, un buen revellín para cubrir la cortina, su foso y camino cubierto. De esta manera, Ceuta hubiera quedado en mejor estado de defensa sin ocupar un frente tan amplio como el actual, y sus fortificaciones hubieran quedado menos dominadas por las alturas que ocupaban en estos momentos hasta las Alturas del Morro de la Viña, Topo y Otero de Nuestra Señora. En esta plaza no se podían cumplir las mismas razones del arte militar como en otras, en el sentido de que las fortificaciones exteriores deberían cubrir a las interiores, ya que la Muralla Real era obra robusta y de gran altura y nunca podría quedar perfectamente cubierta de las obras exteriores y, por otro lado, los marroquíes sitiaban con muy poca artillería, sin batir en brecha, como enseñaba la experiencia tras tantos años en que estuvo sitiada esta plaza.

Del mismo hecho del sitio se probaba que las referidas fortificaciones exteriores habrían sido suficientes para defender Ceuta, pues en tantos años como estuvo sitiada, con tantos esfuerzos como hicieron los fronterizos no pudieron ganar un palmo de terreno, antes bien lo perdieron. Por la intensidad del sitio se fue ganando sobre ellos el terreno exterior que por entonces ocupaban las fortificaciones, construyendo pequeños reductos de tierra, fajina y estacas, los cuales cambiaron de forma en repetidas ocasiones y se fueron revistiendo de mampostería, según las diversas coyunturas durante este periodo,

“...siendo ésta la causa originaria de la mala disposición y construcción de las obras exteriores del Frente dela plaza de Zeuta, para cuyo remedio hubiera sido muy combeniente al servicio del Rey que en una de las intermisiones que dio este sitio se hubiese echo una Junta de los Ingenieros más inteligentes y experimentados para que bien conciderada la disposición del terreno, estado de las Fortificaciones Exteriores, forma dela guerra que hazen los moros, y atendiendo a todas las demás circunstancias necessarias, dispusiesen un Proyecto general, el qual se hubiese observado inviolablemente...”.

Según este ingeniero, el hornaveque compuesto por los Baluartes de San Pedro y Santa Ana se hizo al principio con un ángulo de tenaza tan abierto que sus flancos no podían defender bien las caras de dichos baluartes, especialmente del primero, cuya cara sólo estaba defendida de la mitad del flanco de Santa Ana, y para remediar este defecto se le formó después una falsabraga muy mal construida y con una cortina muy corta y flancos pequeños. Tampoco consideraba conveniente la puerta situada en medio de la cortina del hornaveque, por el gran rodeo que debía dar la tropa para salir desde el recinto ciudad a la Plaza de Armas, puesto que aún contando el flanco del Baluarte de San Pedro con una poterna o surtida que salía de su orejón, no podía servir cuando la tropa salía formada. Para remediar los defectos de este hornaveque proponía adelantar la cara del Baluarte de Santa Ana y prolongar su flanco hasta la falsabraga, quedando dicho baluarte más capaz, y avanzando la cortina del costado izquierdo quedarían los flancos más regulares y defenderían mejor las caras de los referidos recintos abaluartados. Aunque el flanco de San Pedro tenía su poterna, Sala entendía que se debería abrir una puerta en el mismo ángulo flanqueante para la entrada y salida de la tropa sin engorros y para cubrir estas puertas y la poterna del Baluarte de Santa Ana propuso una especie de plazas bajas en los flancos, al mismo nivel del foso, formadas de un parapeto de mampostería, con sus durmientes, su banqueta por la parte interior y sus rastrillos. Este tipo de obras sería suficiente para cubrir y resguardar dichas puertas, pues sus fuegos de fusilería rasantes valdrían para limpiar el foso del hornaveque y defender las caras del Revellín de San Ignacio y, aunque los enemigos llegasen por algún accidente a recorrer dicho foso, no podrían hacer daño a estas plazas bajas al contar su parapeto exterior con seis o siete pies de altura, que era la altura compuesta del parapeto interior y su banqueta.

Contaba la Contraguardia de Santiago con una bóveda paralela al largo de su gola que servía de alojamiento a los desterrados y, según este ingeniero, estaba mal construida, abierta en muchas partes por su clave y se llovía por diferentes sitios. Para asegurarla de la ruina que amenazaba fue preciso dividirla en toda su longitud con unas paredes que se sirvieron de estribos, además de añadirle varios estribos interiores y uno grande en su parte exterior correspondiente al caballero de la mencionada contraguardia. Propuso Sala que, al mismo tiempo que se ejecutaba la nueva cortina del hornaveque, se construyesen en su terraplén trece bóvedas que podrían servir de alojamiento para los penados, ya que si en cualquier momento pudiese parecer conveniente mudar la Contraguardia de Santiago o no servirse de aquella bóveda, los desterrados estarían mejor ubicados en las bóvedas de esta cortina, por ser más interiores y por estar más a mano para asistir a las obras y funciones que se necesitasen tanto fuera como dentro de la ciudad.

El Ángulo de San Pablo y el Revellín de San Ignacio tenían mala planta, pues fueron al principio reductos de tierra que se construyeron en los años más críticos del sitio, y fueron sufriendo con el tiempo numerosos cambios internos y externos, presentando en estos momentos un buen revestimiento de mampostería con diversos cubiertos y bóvedas que servían para alojamientos, almacenes y calabozos. Era preciso mantenerlos sin hacer en ellos mudanza alguna y, por la misma razón, se debía también mantener la Contraguardia de San Francisco Javier, que contaba con buenas murallas y cinco bóvedas con sus entresuelos, en las cuales se alojaban veintiuna compañías de infantería. Para asegurar las golas de estas tres fortificaciones y el foso del hornaveque, en el caso de que los marroquíes irrumpieran o diesen algún golpe de mano y llegasen a penetrar en los primeros fosos, entendía Sala que sería conveniente que se hiciera en ellos tres cortaduras. La primera seguiría la cara de la Contraguardia de San Francisco Javier hasta la del Revellín de San Ignacio, la segunda seguiría la cara izquierda del Ángulo de San Pablo hasta el de San Ignacio y la tercera cortaría el foso del hornaveque desde el extremo de la gola del Ángulo de San Pablo hasta la cara del Baluarte de San Pedro. Todas estarían hechas con un parapeto de mampostería, con sus durmientes, su banqueta interior y su rastrillo.

Las Lunetas de San Luís, la Reina y San Felipe que se construyeron después de la expedición del año 1720 con caponeras embovedadas en las caras de las dos últimas, eran tres obras distintas. La de la Reina y San Felipe tenían poca capacidad y las tres estaban mal situadas, pues aunque Sala comprendía que la razón para su construcción había sido la ocupación y dominio de las alturas donde se colocaron, faltaba la altura de la izquierda sobre el Barranco del Chorrillo, donde pareció conveniente levantar en 1723 la Luneta de San Jorge, la cual era más reducida que las anteriores. Si bien las tres primeras se hicieron sin idea de añadirles fosos, en el presente se les estaba abriendo pero, al fundarlas sobre terreno movedizo sin buscar cimentación sólida, presentaban ahora varias fracturas. A la cara izquierda de la Luneta de San Felipe había sido preciso hacerle un recalzo de dos toesas y media de profundidad bajo sus cimientos, pero a estos recalzos no se les podía dar el grosor y contrafuertes correspondientes a una obra nueva, ya que no era posible tener la luneta en el aire, aunque fuese por partes, y realizar bajo ella la excavación. Además de estas reparaciones, les sería necesario algún asiento, pero como los asientos serían desiguales en razón a la altura de los recalzos y fortaleza del terreno que se encontraba en sus cimientos, Sala opinaba que las tres lunetas no quedarían con la suficiente solidez. Como no se construyeron sus cimientos con la misma inclinación de sus caras sino con retretas, como se acostumbraba, y se les dieron los fuegos de las caponeras para su defensa, era imprescindible que los fosos de las caras de la Luneta de la Reina se defendiesen con otras caponeras que se situarían en sus extremos. Otro defecto encontrado a la Luneta de San Felipe era que estaba situada en un terreno mucho más bajo que el de las otras dos.

Sala concluyó que, en lugar de las cuatro lunetas, se construyese un hornaveque, cuyo frente quedaría casi horizontal desde el ángulo de la Luneta de San Jorge hasta el terreno o plaza de armas del camino cubierto, entre las dos Lunetas de San Luís y la Reina, y el ala de dicho hornaveque tomaría su defensa de la cara izquierda del Ángulo de San Pablo y vendría bajando, según la natural disposición del terreno, para no ser vista ni enfilada de las alturas exteriores, con su cortadura en el Foso de San Pablo para asegurar la gola de esta obra y los Fosos de San Javier y San Ignacio. En la cortina de dicho puesto se podrían construir once bóvedas a la misma altura, sin entresuelos, y en las que se podría alojar las mismas tropas que se alojaban en las bóvedas de la Contraguardia de San Francisco Javier, pudiendo estar acuartelados tres batallones preparados para la defensa de estas fortificaciones en todo momento, y en tiempo de poco movimiento bélico como ahora, los retenes que se creyesen necesarios se podrían mantener en sus cuarteles, consiguiendo así un gran descanso a la tropa, valorándose que no se necesitaría más que una mediana guardia en cada uno de los dos baluartes de dicho hornaveque y las correspondientes en San Pablo y Santiago, con lo que quedarían resguardadas las obras que componen todo el frente exterior de esta plaza.

La mayor parte del camino cubierto de esta plaza tenía dos líneas de estacada, cosa muy defectuosa según el parecer de Sala, especialmente para la guerra contra los marroquíes, ya que la primera sobrepasaba de dos a dos pies y medio la altura del parapeto de dicho camino, encontrándose apartada tan sólo unos dos pies del borde de este parapeto, y la segunda línea de estacada se hallaba al extremo del plano de la banqueta, a cinco pies apartada de la primera y con la misma altura del parapeto, dejando en la estacada interior unas pequeñas aberturas de distancia en distancia por donde entraban uno a uno los soldados, los cuales se colocaban entre las dos estacadas para defender la avenida de la explanada o glacis.

No cabía duda de que si bien esta disposición era la más acertada para este tipo de guerra, ya que el enemigo no podría saltar las dos estacadas, Sala la valoraba como muy defectuosa, pues en el caso de que los sitiadores se arrojasen al camino cubierto, como bárbaramente lo ejecutaban y con tanta gente, los soldados situados entre ambas estacadas se darían por perdidos al estar bajo el poder de sus sables y la dificultad que ofrecía su retirada. Al mismo tiempo, la tropa que se situara en el plano de dicho camino, detrás de la segunda estacada, estaría a un nivel más bajo que los enemigos situados sobre el glacis, con la correspondiente indefensión ya que sus fuegos nunca podrían descubrir el plano del glacis. Las obras se deberían disponer de forma que el soldado, además de estar seguro, debería creer que lo estaba y que el enemigo no le podía atropellar.

Sala entendía que al nuevo camino cubierto del hornaveque proyectado, a todo el camino cubierto de la derecha y al frente de Santiago, que constituían el resto del frente de la plaza, se les diesen hasta seis toesas de anchura, desde la contraescarpa hasta su parapeto. De igual modo, que una vez que se plantase la estacada una toesa separada del parapeto y seis pies y medio de alto sobre el plano de la banqueta, se construyese un pequeño foso de cuatro pies de profundidad bajo el nivel de la banqueta28, entre la estacada y el parapeto de la explanada, con lo que este parapeto alcanzaría más de ocho pies de alto y el resto del camino cubierto quedaría en disposición de regular defensa. Prevenía el ingeniero que si estas estacas se hiciesen de piezas cuadradas, de siete a ocho pulgadas de cara o frente y cortadas por su diagonal, al plantar sus ángulos por la parte interior quedarían colocadas formando troneras, lo que facilitaría mejor el disparar con más facilidad en todas direcciones, ahorrándose muchas estacas y resguardando mejor la cabeza del soldado. Sopesaba Sala que el soldado situado sobre la banqueta, cubierto con la estacada, descubría y defendía la avenida de la explanada o glacis, de la misma manera que si estuviese arrimado a su parapeto. Toda la tropa del camino cubierto podría así hacer fuego continuamente al glacis, sin el embarazo de la segunda estacada, como ocurría ahora, con la seguridad de que nadie desde el borde del glacis podría saltar a dicho camino salvando la estacada. Si los atacantes saltasen al fosito proyectado por Sala, éste no les podría valer como parapeto, pues sería tan pequeño que no les cubriría, ni se podrían mover en tan pequeño espacio. Al tener su plano inferior un ancho de dos pies y medio, cualquier enemigo que saltase a él no podría salir con facilidad, ya que la altura del parapeto quedaba a más de ocho pies. La defensa de dicho foso sería muy fácil, no sólo por el fuego que se le haría entre las estacas, sino también porque se le flanquearía desde los ángulos entrantes y a través de la estacada se le podría incluso arrojar todo tipo de artificios de fuego.

Resultaba para Sala de poca utilidad la segunda estacada exterior que se denominaba Puesto de la Tenaza con su caponera cubierta, enfrente del ángulo flanqueado de la Contraguardia de Santiago, así como su prolongación por la parte costera. Esta obra se anegaba cuando el mar se encrespaba y estaba expuesta siempre a cualquier golpe de mano, y decidido a asegurar este frente derecho del Campo Exterior, opinaba que sobre el nivel o piso del camino cubierto se construyese un reducto, que debería quedar en forma de puercoespín, con su parte exterior de camino cubierto y su foso, dándole una altura de nueve a diez pies, con su entrada principal por la base del foso, con escalera interior, aunque podría tener comunicación al camino cubierto por uno de sus flancos. Con treinta o cuarenta soldados que vigilaran este reducto, y otros tantos hiciesen lo propio en las plazas de armas situadas en el centro e izquierda, delante del Ángulo de San Pablo y del frente del hornaveque, con fosos a su alrededor, traversas a sus costados y centinelas para el resto de los lienzos del camino cubierto, quedarían estas fortificaciones aseguradas.

Todo el trabajo y cuidado de las fortificaciones de Ceuta en cualquier idea o proyecto deberían pasar por la formación del glacis, disponiéndole de modo que desde el mismo camino cubierto se descubriese todo el Barranco del Chafariz y la Altura de la Dama, por cuya razón las tierras que sobrasen en la construcción de este proyecto se deberían extender en el glacis, dándole sus pendientes, de forma que no quedase parte alguna que no se viese y defendiese, tanto del camino cubierto como de sus correspondientes obras interiores. Observadas todas las circunstancias anteriores, veía Sala muy conveniente este proyecto porque el hornaveque era una obra grande y capaz de buena defensa, su frente descubría bien todo el plano de la Altura de la Dama, los fuegos del ala de este hornaveque descubrían y barrían bien toda la zona oriental de la plaza hasta la orilla del mar, quedando cruzados por los fuegos del frente de la Contraguardia de Santiago, por su caballero y por el Ángulo de San Pablo, los cuales descubrían todo el Barranco del Chafariz. El camino cubierto quedaría con menos extensión y más seguro que el ahora existente, y todos estos enclaves poliorcéticos se defenderían con menos tropa que las que necesitaban las obras que al presente tenía el frente de la plaza.

Proponía el ingeniero que las lenguas de sierpe o lunetas eran muy convenientes en el frente de esta plaza, por ser obras avanzadas hacia la campaña en las que sus soldados allí instalados estaban seguros aunque les atacasen virulentamente, ya que sus fuegos eran muy buenos al ser rasantes y porque su comunicación subterránea en forma de mina les permitía una retirada fácil. Siendo conveniente para su mayor resguardo que su entrada fuese por el foso y no por el camino cubierto, se debería practicar ello en la Luneta de San Felipe y en las de San Luís y de la Reina construir a su alrededor fogatas u hornillos, en caso de que los sitiadores se aproximasen a ellas con sus ataques o sus minas. Éstas eran muy bien valoradas por Ignacio Sala, por su utilidad para la defensa de la plaza,

“...pues es constante que estas an tenido siempre a raya a los moros en tan dilatado sitio y que la mina es lo que mas atemoriza a qualquier tropa, por cuya razon se deven concervar y perficionar las que presentemente se hallan en buen estado, construyendolas de mamposteria y boveda de rosca en los paraxes que no es terreno firme y se han de mantener a fuerza de madera; pero siendo utilissimas las fogatas baxo del glacis para impedir que se aproximen a el con los ataques, será combeniente construyr las que se jusgazen necessarias para su defenza, al mismo tiempo que se executare el nuebo camino cubierto de este Proyecto”.

La Contraguardia de Santiago fue colocada indebidamente, siendo adelantada sin necesidad, por lo que si se hubiese construido como refería Sala en su proyecto, estaría mejor defendida por el Ángulo de San Pablo y no hubiese quedado entre dicha contraguardia y el Baluarte de San Pedro una plataforma que en el presente se reducía a poco más que a un montón de tierra. Proponía por ello que, después de construidas las demás fortificaciones del proyecto, en caso de aprobación real, se retirase esta contraguardia a su debido lugar, haciendo enfrente su ángulo flanqueado y un reducto dentro del camino cubierto. A esta mudanza se oponía la construcción en estos momentos del Espigón nombrado después de Nuestra Señora de África, el cual se proyectó, según su criterio, sin la reflexión conveniente por no haber sopesado el cambio de situación de la contraguardia, y porque el frente de dicho espigón y la cabeza de la contraguardia formaban un ángulo muerto sin capacidad de defensa alguna,

“...y si la razón que se tubo para proyectar este Espigón fue la defenza dela playa, se devía tener presente que ésta quedaba casi igualmente defendida por el Espigón del Albacar, que está solamente una cien tuesas mas atrás, recalzandolo y ensanchandolo conforme demuestra la linea de puntos y la bada de amarillo en el plano, para la mejor colocación de la artilleria, lo que hubiera sido mucho más fácil y seguro que la construcción del Espigón nuebo...”.

Si la intención del proyecto fue cerrar la playa de aquel paraje, nombrada de la Sangre, y asegurar su puerta, esto se hubiese logrado con una pared de cantería de una toesa de grueso que entrase en el mar tanto como el propio espigón, dándole solamente unos siete u ocho pies de alto por su parte exterior, una estacada en medio del parapeto una banqueta por su parte interior como las cortaduras o traversas de los fosos. Se dotaría con fuego de fusilería para su defensa, y se evitaría el ángulo muerto que actualmente presentaba. Igualmente, y para mayor seguridad de ambas bandas costeras, oriental y occidental, sería menester recalzar los dos Espigones del Albacar y de la Coraza Baja, ya que el mar los tenía muy desgastados por su pie, de forma que se podía temer alguna ruina en ellos. En el caso del pequeño Espigón de Santa Ana, situado al extremo de la contraescarpa del Foso inundado de la Muralla Real, en la banda del Mar de Tetuán, se debería alargar un poco más para impedir que el mar introdujese arenas en el referido foso.

Los parapetos propuestos por Ignacio Sala, dado que los sitiadores tenían poca artillería y no batían en brecha, llevarían menos grosor que el que ordinariamente se daba a este tipo de obras, esto era de quince a dieciocho pies, y experimentándose que el rebufo de la artillería descomponía continuamente las troneras y que algunas veces los ladrillos que saltaban de ellas dañaban a los soldados en el camino cubierto; expresaba su opinión de que todos los parapetos de las fortificaciones exteriores fuesen sólo de tres a cuatro pies de grueso y construidos de ladrillo, con el fin de que saliendo la boca del cañón fuera del parapeto no pudiese descomponer los merlones con el rebufo artillero, con lo que se ahorraría la continua recomposición de las cañoneras, dando al propio tiempo mayor ámbito a estas fortificaciones. Por esto, en el caso de que volviesen los enemigos a emprender otro sitio sobre la ciudad, sería fácil engrosar dichos parapetos por su parte interior.

Los tenientes e Ingenieros Ordinarios Diego Cardoso y Miguel Sánchez Taramas tuvieron como ayudantes durante todo este año al Ingeniero Voluntario, Alonso González de Villamar y Quirós y al Ingeniero Extraordinario Luís Díaz Navarro2 9. Al primero no satisfizo el proyecto propuesto por Sala, por lo que remitió dos cartas el 19 de noviembre al entonces Coronel e Ingeniero Director Diego Bordich, en las que, como Director de las obras que se ejecutaban en la plaza de Ceuta, le daba cuenta de que Sala había llegado con la idea fija de que todo lo que existía fuera de la Muralla Real era una obra mal entendida que era menester derribarla, y contentarse con hacer un revellín en medio con dos plazas de armas. Por todo ello, Cardoso le hizo ver el inconveniente en que caería si se abandonaba la altura en la que estaba situada la Luneta de San Luís, ya que en tal caso vería dominada su obra proyectada delante de la Muralla Real. Desde ese momento Sala se inclinó por conservar las dos Lunetas de la Reina y San Luís y demoler la de San Felipe, alegando para ello su mala construcción, pero se le volvió a explicar que en dos semanas se la repararía con un recalzo y con buenos cimientos. Cardoso fue tajante en sus apreciaciones profesionales al decir que no hallaría Ignacio Sala ninguna otra obra que se acomodase mejor, según arte, a los caprichos del terreno donde estaban las lunetas.

Sobre los defectos que apuntó Sala sobre el nuevo espigón, Cardoso aseguró a Bordich que dicha obra estaba adaptada a los mayores preceptos de la fortificación. La misma oblicuidad de ese ángulo pretendidamente muerto de la cabeza del espigón que avanzaba sobre la campaña, podía considerarse como buena defensa, pues contaba con camino cubierto, caponeras y tiros rasantes a pocas toesas de él, desde Santiago y siempre que actuase el cañón de este flanco destruiría a cuantos estuviesen en el camino cubierto de la plaza. Sala había censurado también la poca seguridad de los cimientos de la cabeza de dicho espigón, que se había empezado a fabricar el 9 de julio de este año. Cardoso le argumentaba que la operación que había realizado para comprobarlo había sido muy poco segura y que le extrañaba mucho más de él, tratándose de un hombre con experiencia notoria en obras marítimas. Cualquier persona sabía que el mar en sus orillas iba teniendo cada vez más profundidad, pero para saber lo que las primeras piedras de dicho cimiento entraban dentro de la arena viva no hizo Sala más que nivelar el fondo exterior de la cabeza del espigón y abrir en ella una cala en la obra. Hizo la excavación hasta donde un maestro de obras que trajo consigo dijo que había encontrado el suelo de los sillares grandes. Cardoso le planteó que en este reconocimiento habían dos errores, uno era no haber querido hacer la cala en otros parajes más asequibles, y poder apreciar así el declivio natural del arenal, y el otro consistió en que el citado maestro dijo que había llegado con el brazo a la base de la primera hilada de sillares. Teniendo en cuenta que en este lugar en bajamar la altura del agua llegaba a tres pies justos, ello resultaba imposible y este argumento sería factible si dicho maestro de obras tuviese un brazo de cuatro a cinco pies de largo.

Cardoso indicaba a Bordich que en el proyecto original que llevó Reynaldo a laCorte, y en el plano que él le remitió en días pasados, quedaba reflejado cómo la escollera precisa de piedra de zarpa para asegurar el espigón estaba proyectada como cosa conveniente a cualquier obra de mar. La obra estaba en esos momentos muy sólida, tanto por los buenos fundamentos que tenía dentro de la arena virgen, como por los grandes sillares asentados con hormigón y hechos de cal en seco. Una vez que los ingenieros consiguieron emerger la obra del fondo marino, se comprobó a los tres días que dicho hormigón estaba como el acero y que con picos no se podía deshacer, habiéndose utilizado para dicho asunto 300 cahíces de cal procedentes del Puerto de Santa María. Los sillares restantes estaban asentados, hasta llegar a la altura en que combatía el mar, con mezcla hecha de tres partes de cal y una de polvo de ladrillo del que se fabricaba en Ceuta, el cual contenía gran parte de arena. Sus juntas estaban tapadas o zulacadas con un betún hecho de polvo de cal, estopa picada y aceite que resultaba tan fuerte como la misma piedra y, al mismo tiempo, dichos sillares iban unidos con grapas de hierro hasta la citada altura. Al propio tiempo, Cardoso planteaba a Bordich la necesidad de que el espigón contase con su caballero para descubrir el terreno circundante, así como un almacén y un cuartel, asegurándole que sus costes serían bajos y que se realizarían sobre el cimiento de la cabeza sin que fuese precisa ninguna excavación.

Sala había propuesto, junto con el flanco en la cabeza del espigón, el que se abriera un pequeño foso de cuatro pies de ancho, y otros tantos de profundidad por la parte interior del parapeto del camino cubierto. Cardoso explicó que dicho sistema poliorcético correspondía a Monsieur Dasín que ya lo había inventado en 1731 y que no pudo conseguir licencia por presentar serios inconvenientes y más particularmente en la plaza de Ceuta, que estaba dominada a menos de tiro de fusil casi por todo su frente, en especial desde el Barranco del Puente, que era el paraje oriental más cubierto y desde donde hacían los marroquíes más daño. Informó que se proseguía activamente en la excavación del foso de la derecha e izquierda de las Lunetas de la Reina y de San Luís, perfeccionando muy deprisa el glacis de la derecha de la primera y las tierras de pizarra de la última se iban llevando, parte al espigón para su terraplén y parte se sacaba de la parte izquierda del foso de San Francisco Javier. También, y en muy pocas semanas, se había conseguido cimentar la octava hilada de sillares de la cabeza del espigón, de dos pies y medio de alto, que con los trece y medio que tenía, formaban dieciséis, que eran los dos tercios de su altura por aquella parte. A este nivel se rellenaba el frente que miraba a la plaza (Fig. 82), por ser el que más batían las corrientes, y el que miraba al campo enemigo se iba levantando y trabajando con el mayor esfuerzo, hasta ponerlo igualado.

La brecha producida en abril a causa del temporal de levante sobre la capital del Baluarte de San Pedro fue foco de atención prioritaria en estos momentos, ya que iba extendiéndose a los lienzos adyacentes. Miguel Sánchez Taramas había proyectado esta reparación en ese mismo mes, pero hasta finales de noviembre no se iniciaron los trabajos, levantando dos toesas a dicha ruina.

A mediados de diciembre, Cardoso confeccionó otro plano (Fig. 83), con el seguimiento que estaba realizando en esos momentos de la obra del Espigón de Nuestra Señora de África. Detalló en el mismo su nivel, su flanco, la puerta de salida para la caballería, la piedra de zarpa de la obra antigua y la que se debía poner en el lugar que,ocupaban los cajones, sin que ésta se viese siquiera en bajamar. Había quitado ya la mitad de dichos cajones, hasta un total de doce toesas, entregando sus maderas y clavazones en los almacenes y habría retirado todos los del frente enemigo si no le hubiesen sido necesarios para mantener los manteletes. A primeros de junio de 1735 Cardoso, como ingeniero que dirigía las fortificaciones ceutíes, había conseguido terminar los fosos, caminos cubiertos y glacis nuevos de las Lunetas de San Felipe, de la Reina y de San Luís, los cuales se habían iniciado el 17 de marzo del año anterior. Estas obras estaban ya cerradas, provistas de murallas atroneradas y dotadas de sus puertas correspondientes de minas. Por otro lado, calculaba que el Espigón de Nuestra Señora de África podría culminarse en el plazo de tres meses.

Un total de seis proyectos de fortificaciones fueron aprobados por Felipe V a través de José Patiño, con real orden de 15 de agosto, por ser precisos e inexcusables. El primero correspondía a las veintiséis bóvedas proyectadas en la Muralla Real para ensanchar el terraplén, y en el mismo especificaba que hacía años que se concluyeron las cuatro primeras del lado de la Coraza Alta, por lo que el rey aprobó las veintidós restantes el 24 de octubre del año 1734, habiéndose ejecutado ya ocho bóvedas y tres entresuelos. Se habían levantado nueve murallas que debían recibir las bóvedas a prueba de bomba, siendo su construcción primordial para el alojamiento de cuatro batallones, y para ensanchar el terraplén que hasta ahora faltaba. El segundo proyecto comprendía desde la Puerta de la Ribera hasta el Torreón de San Jerónimo (Fig. 84), por encima de Fuente Caballos. Entre la muralla existente entre dicha puerta y el Baluarte de San Francisco los sitiadores habían conseguido abrir tres brechas por medio de sus baterías situadas en el Morro de la Viña, siendo muy conveniente que se cerraran. Los cañonazos habían destruido otras partes, las cuales precisaban sus respectivos parapetos y un lienzo de esta muralla, la cual tenía 92 toesas y tres pies de largo, y seis y cuatro pies de alto, delante de la muralla antigua, debería ser levantado, considerándose que esta muralla de la banda costera meridional podría durar muchos años si se efectuaban cumplidamente dichas reparaciones. Se debería fabricar de mampostería ordinaria otra muralla desde el Baluarte de San Francisco hasta el Torreón de San Jerónimo que sirviese de parapeto, pues en dicho paraje había otra construida de tapial que estaba arruinada y podría producirse, si no se resguardaba este frente, un desembarco enemigo.

Un tercer proyecto trataba de la parte septentrional de la Península de la Almina, desde la Gran Cisterna hasta el pequeño Puerto de la Puerta de la Almina. Este paraje, aunque no se encontraba tan expuesto a desembarcos por estar situado en una ensenada y a resguardo de las Baterías de Torremocha, San Amaro y San Pedro, además de por los puestos de la Puerta de la Almina, Puerta Principal de Plaza de Armas y Espigón de Nuestra Señora de África; convendría que se levantasen lienzos de muralla hasta igualarse con la Altura del Camino Real de la Almina ya que por él marchaba la tropa a ocupar sus puestos, así como para la conducción de la artillería. El hecho de que todos los años el mar socavase su base y derribase algunos trozos durante los temporales, obligaba a su reparación si no se quería perder la comunicación con dicha zona de la plaza.

En un cuarto proyecto se planificó para regular defensa el Paraje del Sarchal, en el que estaban ubicadas minas voladas de las que se sacaba piedra para las obras de fortificación. También contaba con una playa que miraba al sudeste y que estaba expuesta a cualquier invasión por desembarco enemigo, como ya había ocurrido en anteriores ocasiones. Además, en sus orillas existía un puente desde donde se embarcaba la tropa. Diego Cardoso había remitido al Felipe V en días anteriores un pequeño croquis de dicha ensenada (Fig. 85), con el fin de que la información fuese más completa y pudiese éste decidir sobre la forma de proyectar de manera más adecuada su defensa. En dicho documento le detalló que dicho enclave contaba con un cuartel y dos baterías a barbeta, las cuales deberían disponer de tres morteros pedreros cada una, tanto para disparar piedras como para arrojar barriles fulminantes. Los tiros de cañón en este tipo de terrenos eran inútiles...

“...por ser fixantes como que camina de alto para abajo, y esta flaqueza debe ser defendida como una brecha accesible”.

Parte del terreno de la zona se dejaría impracticable debido a su natural declive, pero en el espacio situado entre ambas baterías se debería contar con un parapeto de tapial que resguardase a la tropa, pudiendo ésta maniobrar de manera provisional con sus fusiles y granadas de mano, pues no se trataba de resistir un sitio formal sino de rechazar los golpes de avance enemigos.

El quinto proyecto incluía un plano general que abarcaba desde la Almina hasta la casa del Serrallo. Se debería levantar un parapeto desde el Fuerte del Desnarigado hasta el pie del Sarchal, correspondiéndose con la muralla antigua, la cual podría ser aprovechada añadiéndole unos revestimientos a lienzos en mal estado y levantándole cuatro pies de altura. Contando con canteras próximas, esta zona costera podría quedar bien defendida con poco gasto. Desde el Fuerte de Santa Catalina hasta la Playa del Desnarigado también había una parte de muralla antigua que precisaba del mismo reparo que la anterior. En esta zona de la Península de la Almina algunas partes accesibles desde la costa podrían ser incomunicadas o cegadas con barrenos por dos brigadas de desterrados, de 50 hombres cada una, con cabos que les dirigieran convenientemente. Todos los datos para la defensa quedaban reflejados en el proyecto, sin dejar nada al azar, como las advertencias sugeridas en el plano de que todas las calas situadas en el contorno de dicha península iban con sus pies de profundidad, así como la advertencia expresa de que a 100 toesas de distancia de la orilla podía fondear cualquier navío enemigo. Por otro lado, en los montes de este paraje se recogía mucha leña de jara que abastecía suficientemente los hornos para la fabricación de teja y ladrillo

“...pues el corte de un año crece y igualmente en el subcesivo, y tiene fuentes y pozos de agua mui buena con las tres Balsas grandes y la gran Cisterna que están de repuesto para el abasto de la plaza”.

En la Almina eran muy necesarios y esenciales dos repuestos de pólvora, que almacenasen de cuarenta a 50 quintales cada uno, pudiéndose fabricar de tapial con algunas partes de piedra y mezcla a distancias convenientes y dotándoles de un techado simple, con el objetivo de que situando allí la pólvora se desocupase la Ermita de San Amaro, la cual no presentaba mucha seguridad en estos momentos. Uno de estos almacenes fue aprobado por real orden de 20 de agosto de 1732, debiéndose ejecutar en el paraje inferior del Monte Hacho, próximo a la cisterna, y el que se proponía ahora debería situarse cercano al Fuerte de Santa Catalina. Convenía que ambos estuviesen separados, ya que si se volara uno se podría contar con el otro. En cuanto a los tres fuertes con que contaba la Almina en estos momentos, Santa Catalina, Desnarigado y Cuartel del Sarchal, se hallaban en estado de hacer una buena defensa, siempre que se ofreciese la ocasión porque eran fuertes por naturaleza.

La reedificación del espigón viejo de la izquierda (Fig. 86), es decir, el de la Coraza Baja o de la Ribera; fue objetivo marcado en el sexto proyecto. Las razones argumentadas eran que parte de aquél tenía una gran brecha y de que durante la bajamar sólo quedaban dos pies de agua en la boca del Foso de la Muralla Real con lo que, a pesar de contar con un suelo firme de pizarra, quedaba cortado el paso de embarcaciones de un mar a otro, y adelantándole hasta la peña que llegó a ser su cabeza en siglos anteriores, actual Peña del Caballa, se lograría también evitar asaltos por sorpresa tan frecuentes como se daban. Entre las obras propuestas nuevas estaban dos lenguas de sierpe, una en la posición occidental y otra en la oriental del Campo de los moros, emplazadas sobre las minas, con fuegos rasantes al horizonte y haciendo defensa y resguardo a todos los fuegos de la plaza,

“...éstas son zentinelas soterráneas que sostienen a los enemigos y dan lugar con sus fuegos a que se ponga la gente en defenssa, no ba explicado su cálculo por ser cossa muy corta su gasto y porque las obras de esta naturaleza se ejecutan por la Compañía de Minadores de la plaza”.

Los requerimientos de Felipe V a sus ingenieros militares seguían siendo una constante. Por tanto no debe extrañarnos que a finales de julio José Patiño, como primer Secretario de Estado, pidiera de nuevo a Ignacio Sala que le informara del estado de las fortificaciones de Ceuta. Por entonces se encontraba éste dirigiendo las de Cádiz y, atendiendo a su demanda, le remitió un plano inserto en un proyecto con consideraciones de enorme valor poliorcético para la plaza. El plan, remitido el 27 de agosto de 1736, determinaba que no se hiciesen tres nuevas lunetas, ya que las construidas descubrían bien todo el terreno, quedando bien vistas y defendidas desde las fortificaciones interiores de la plaza. Sala hizo tal proyecto con el objetivo de reducir el laberinto de aquellas fortificaciones a una forma más regular, procurando disponer una obra grande en lugar de cuatro pequeñas y hacer el camino cubierto mucho más fuerte y reducido que el existente. De este modo no se perdía terreno de importancia táctica y se ganaba mucho por lo adelantadas que estaban las minas hacia el Campo Exterior fuera de la estacada, reduciendo al mismo tiempo el trabajo de la guarnición en hacer guardias y retenes.

Al no habérsele mandado nada más sobre el asunto y recibiendo orden real para volver a su destino en Cádiz, consideró que se querrían mantener dichas Lunetas de la Reina, San Felipe y San Luís, así como el perfeccionamiento de la obra del Espigón nuevo de Nuestra Señora de África. Por esta razón no remitió a la Corte su proyecto, pues a pesar de que ya no se podría derribar lo construido, entendía que más adelante se podría estimar por convenientes algunas de sus obras, como la composición del hornaveque que formaban los Baluartes de San Pedro y Santa Ana, así como pequeños cambios en las lenguas de sierpe, sin afectar nunca a su seguridad.

Había propuesto Sala que se desbaratase el Puesto de la Tenaza con su caponera cubierta, haciendo sobre el plano del camino cubierto un reducto con empalizada que aseguraría la parte oriental de estas fortificaciones, ahorrando con ello el trabajo de un piquete y logrando que la tropa gozase de mayor seguridad. Con lo ya construido, la guardia situada en el camino cubierto de la caponera y cortaduras de la parte de la playa podría ser asaltada por los sitiadores sin la menor dificultad, que destruirían lo que se les antojase y podrían volverse a sus ataques con ninguna pérdida, puesto que los fuegos interiores de la plaza no les ofenderían. Proponía ahora que, tan pronto como se iniciase la obra de la lengua de sierpe, se deshiciese la de la Tenaza y se construyese el reducto, aprovechando para ello las excavaciones que produciría aquella obra.

Tampoco consideró acertada la fortificación de la estrada cubierta avanzada de la parte occidental del Campo Exterior, por considerarla poco segura para su guarnición. Proyectó que su ángulo se cortase, haciendo de este puesto una lengua de sierpe y que la Luneta de San Jorge se redujese a otro reducto como el propuesto en la posición derecha, pudiendo dar a todas estas obras una comunicación subterránea para su mayor protección. Con esta disposición se ahorrarían también las guardias de dicha estrada, quedando más libres las minas de ese frente. Siguió insistiendo en que el Camino Cubierto de la plaza presentaba serios defectos, por estar hecho según el modo antiguo, no contar con la anchura necesaria y no disponer el reducto de la derecha de un foso delantero que garantizase su mayor seguridad, y hallándose estas ventajas por ciertas y convenientes, se podrían después practicar en adelante conforme pareciere oportuno.

El Ingeniero en Jefe, Juan Vergel Reyllo, expresó también su parecer sobre la realidad que mostraba la plaza de Ceuta en estos momentos (Capel et al., 1983), y presentó en este año a Patiño un proyecto que incluía un “Discurso que probaba su utilidad hacia la Real Hacienda, tanto en su erección cuanto en la limitada tropa con que se podría defender la plaza y estar con mayor seguridad que estaba”.

Las deliberaciones en la Corte sobre el modelo poliorcético a seguir en adelante en la plaza de Ceuta fueron muy complejas, dado que como hemos visto se consultó a numerosos ingenieros y sus opiniones fueron siempre contrapuestas. Se construyeron las lenguas de sierpe formuladas por Diego Cardoso, nombrándose del Príncipe la oriental, de la Princesa la occidental y de San Jorge la que correspondía a la luneta del mismo nombre del Barranco del Chorrillo. Sin embargo, se admitió parte del proyecto de Ignacio Sala al construirse un Reducto nombrado de San Antonio, en el Puesto de la Tenaza, en la parte oriental del Frente Principal de la plaza, con su comunicación subterránea a la Lengua de Sierpe del Príncipe.

Ceuta contó con minas como sistema táctico fundamental para su defensa, sin el que habría sucumbido a sus sitiadores ya en el siglo XVII. Desde entonces acá se fueron modificando y ampliando hasta este año en que ingenieros, oficiales de artillería y minadores proyectaron la construcción de una galería magistral, de la que partirían ramales que comunicarían entre sí todas las fortificaciones de superficie. El plano (Fig. 87) iba firmado por Andrés de Llairos, Félix Tortosa, Ambrosio Marín, Jorge Granados, Lorenzo Solís, Amaro Trujillo, Juan de Bussy y José de Manes. Dicha galería, construida a base de bóvedas de rosca de ladrillo, se iniciaría en la contraescarpa del Foso inundado, atravesaría la Plaza de Armas, el Revellín de San Ignacio y a través de la Luneta de la Reina iría zigzagueando de oriente a occidente por debajo del Camino Cubierto, colocando fogatas en el glacis que preventivamente se podrían ir haciendo cuando dicha galería estuviese ejecutada, hasta llegar a infiltrarse en las posiciones enemigas.

Se conservarían tres ramales de contraminas situados en el Baluarte de Santa Ana y Contraguardias de San Francisco Javier y de Santiago, que se comunicarían con la Galería Magistral, consigo mismas y con un complejo laberinto de túneles, con el objetivo de disponer desde ellos hornillos debajo de las fortificaciones de la Plaza de Armas, dejando abandonadas las restantes. Desde estos ramales se llegaba a las posiciones enemigas situadas en los actuales Instituto Siete Colinas, Jardines de la República Argentina en las Puertas del Campo, Estación del Ferrocarril y Avenida de Otero. Por último, se nombraban las minas situadas fuera del Camino Cubierto, en territorio enemigo, que se conservarían provisionalmente con pequeñas reparaciones de poco coste, mientras se perfeccionase la Galería Magistral y después se abandonarían completamente.

Sin lugar a dudas, la aportación teórica proporcionada durante la década de los años treinta por parte de los ingenieros militares españoles llegó a modificar los modelos ensayados de defensa marítimo-terrestre en Ceuta. Fundamental para entender la nueva poliorcética fue el tratado de fortificación o arquitectura militar, fechado en 1733, del Director General de la Real Academia de Matemáticas de Barcelona, y capitán de infantería e Ingeniero 2a, Mateo Calabro, quien no buscaba una defensa amparada sólo en puestos concretos fortificados, sino que resaltaba ya todas aquellas condiciones recurrentes por las que atravesaba el territorio que se deseaba proteger. Sin perder el norte de los planteamientos de Vauban o Medrano, Calabro pretendió reconvertir todo su cúmulo experiencial y práctico en una técnica, en una ciencia, valiéndose del Real Cuerpo de Ingenieros ya plenamente consolidado y de una formación reglada a través de las Reales Academias. Sus aires ilustrados de modernidad partían de que el objeto de conocimiento debería ser práctico y rigurosamente matemático y geométrico, desplazándose precisamente las aportaciones teóricas. Sus sistemas de fortificación seguían siendo abaluartados y atenazados, adaptando el segundo y tercer modelo del Marqués de Vauban, pero lo nuevo eran sus intenciones, ensayando tipologías expansivas o centrífugas que buscaban ante todo el cambio de las relaciones territoriales. Según Calabro, la fortificación o arquitectura militar era ciencia porque sus principios y toda su formal perfección tenían sus fundamentos en las Matemáticas, y también era arte porque con reglas ciertas y preceptos determinados proponían lo que se debía ejecutar.

En su tratado planteaba hasta doce máximas para la fortificación de una plaza irregular, como por ejemplo era Ceuta, partiendo de su medición, el reconocimiento del terreno circundante, el adelantamiento de las obras desde las murallas antiguas hacia la campaña y el tanteo de tiempo, dinero y gente necesarias para su construcción. En otro sentido, al hablar de la defensa de una plaza llegaba a decir que ...

“...quán rara y difízil es d’adquirir esta tan nezesaria ciencia de defender plazas, la qual no se aprende con perfeczion en las lecziones de la Academia ni lellendo libros, pero el probecho que d’uno y otro se saca son algunos prezeptos generales que se pueden ver en ell arte universal de la guerra, los quales, bien entendidos, se haze dellos la aplicazion que conbiniere en los aczidentes particulares que se suelen ofrezer”.

También destacaba Calabro, entre otras disposiciones, que durante el sitio a cualquier plaza, su gobernador reconociese el lugar que el enemigo hubiese escogido para el ataque y que mandase trabajar con toda diligencia unos hornillos bajo la explanada o glacis, el ángulo entrante de la contraescarpa y plaza de armas; de modo que se les pudiera pegar fuego. Si hubiesen obras exteriores, mandaría que se trabajase en las contraminas, entrando en ellas por debajo del terraplén bajando hacia el foso y se irían continuando alrededor de todo el Frente Principal de la plaza.

Muchos de estos proyectos fueron entendidos por la monarquía, aprobándolos y llevándolos a cabo enteramente, otros fueron modificados y aceptados en parte y otros muchos fueron rechazados por irrealizables. En este último caso, igual que ocurrió en el siglo XVII, pesaba ante todo las pautas marcadas por la Real Hacienda que entendía que aquéllos se pasaban del presupuesto concedido para su realización. El Imperio español había sobredimensionado el capítulo del arte de la guerra y ahora la burocracia exigía un mayor control en aras de que las arcas estatales evitaran el déficit existente. Aún así, la problemática de Ceuta, con su condición de frontera sur de la Península y con teatros bélicos terrestres y marítimos en su propio hinterland, no permitió dicha reducción presupuestaria, sino antes bien su incremento en fortificaciones, dotación humana y pertrechos de guerra; con la salvedad de que para un mejor beneficio de la Real Hacienda y una más eficaz organización de la propia ciudad, Felipe V mandase cumplir reglamentos e instrucciones, como el de 30 de enero de 1737 que fijaba las competencias y obligaciones del veedor, que debería hacer un inventario de todos los materiales de la Maestranza, las del guardalmacén que controlaría los materiales artilleros, las del maestro voluntario de la armería, del maestro voluntario de la cerrajería, del maestro voluntario de la herrería, del maestro mayor de carpintería, del maestro mayor de albañilería y del interventor de la Maestranza como responsable directo de todos sus materiales. Ya no era necesario el Parque de Artillería, que antes se mantenía por separado y que perjudicaba al servicio real por sus fraudes y pérdidas, debiéndosele considerar desde ahora parte integrante de la Maestranza.

En la Maestranza podrían trabajar soldados voluntarios y desterrados, y si cometiesen algún fraude serían arrestados por el interventor, el cual daría luego aviso al veedor para su castigo. Igualmente, aquellos muchachos de la ciudad que quisieran aprender los oficios de la Maestranza podrían hacerlo, ya que con el tiempo tendrían la oportunidad de cubrir las plazas vacantes, lo que sería menos gravoso para la Real Hacienda. Además, el sobrestante mayor de obras llevaría un control de lo que se pidiese para ellas, tanto de materiales de la Maestranza, como de los almacenes de artillería y al final de mes haría una relación que, visada por el Ingeniero Director, pasaría a manos del rey. Lo mismo debería ejecutar el interventor de obras, que daría relación al sobrestante mayor y remitiría otra a la Corte. Los cabos de brigada tomarían de la Maestranza los útiles precisos para las construcciones con la conformidad del Ingeniero Director. Los interventores de maestranza y obras darían notificación diaria al veedor del trabajo en que estaban empleados los operarios a su cargo y de lo adelantadas que pudiesen estar las obras, avisando también de la asistencia de los desterrados a las obras y sus destinos señalados. Tanto en la Maestranza, como en las obras reales de la plaza, los trabajos no se interrumpirían desde por la mañana hasta el mediodía y desde las dos de la tarde hasta el toque de oración, exceptuando sólo desde primeros de junio hasta finales de septiembre, en que debido al calor se concedería a los obreros una hora más de descanso, permitiéndoles salir a las once o que entrasen a las tres. Además de las normas de este reglamento, podrían expedirse otras de carácter complementario, con el objetivo de fijar el régimen de la Maestranza o de resguardar los reales intereses, ya fuese por parte del Comandante General de la plaza, del Ministro de la Real Hacienda, de los ingenieros, del interventor y del guardalmacén. Una copia del mismo quedaría en la Contaduría Principal de la plaza para su perfecta y puntual aplicación.

La aplicación del nuevo Reglamento de las Maestranzas de Ceuta planteó serias dificultades, sobre todo en la delimitación de competencias y en la interferencia de funciones de los distintos cargos intervinientes. Fiel reflejo de esto fue la solicitud realizada el 10 de enero de 1738 por Andrés de Clairac, Comandante y Comisario Provincial de la Artillería local, al Duque de Montemar como Director de la Real Junta de Fortificaciones para que se alterase dicho reglamento, asegurando una mejor cuenta y razón de todos los materiales y géneros que en ella entrasen o saliesen y evitar los extravíos y menoscabos de la Real Hacienda que hasta entonces se habían padecido. Aseguraba Clairac que estas Maestranzas no podían clasificarse como las demás del reino, ya que se habían establecido muchos siglos antes de que existiese el Cuerpo de Artillería, ni había tenido competencia en ellas la inspección de los comandantes, ni sus oficiales para admitir o despedir a los operarios que las servían, pues se trataba de plazas de la dotación ordinaria fijadas desde la conquista de la ciudad y ninguna de las órdenes antiguas hablaban de su dirección, sino tan sólo para que sirviesen indiferentemente a todo lo que aquí se ofreciere de artillería, marina, obras extraordinarias, casas reales y almacenes, e incluso al pueblo. Por esto decía Clairac que sería penoso que en estos momentos de paz y buen orden monárquicos se introdujesen nuevas jurisdicciones en el reglamento que acabarían produciendo litigios, con perjuicio del resto de las obras.

Decía Clairac que por real aprobación de fecha 1 de enero de 1736 se había empezado a poner en práctica este primer reglamento y que, con carta de 11 de febrero del año siguiente, el Duque de Montemar le había pasado impresa la orden real en la que se le prevenía de que por ningún pretexto faltase a su cumplimiento. Cuando se presentaba alguna obra perteneciente al ramo de la artillería, ésta debería ser solicitada por su comandante y él, como comandante-comisario provincial, daba luego la orden para su ejecución, pudiendo además añadir su parecer sobre las medidas y circunstancias que estimase oportunas. Una vez que se concluía la obra, se hacía la entrega con intervención del contralor para el cargo que debía llevar al guardalmacén y data que de ello resultaba al interventor de la Maestranza por los materiales que había empleado.

Clairac entendía que las maestranzas bajo una única dirección lograban controlar mejor el consumo que en ellas se daba, así como el paradero de los materiales empleados, cuya práctica contraria no podría llevar bien la Comisaría General de Cruzada, que afrontaba con sus caudales sus crecidos gastos y, siempre que se solicitaba alguna faena precisa en la plaza, se atendía su adelantamiento con todos los operarios disponibles en la Maestranza, lo que no tendría lugar si llegase a permitirse alguna variación, y sucedería que estuviesen los de artillería sin empleo ni obra precisa, y los demás trabajos careciendo de desempeño por falta de éstos. A este respecto, debemos recordar cómo los caudales de Cruzada se empleaban en la manutención de presidios y galeras, en el socorro de necesitados, en la remuneración de los que se ocupaban de enfermos, en la reconstrucción de lo perdido y sobre todo en la guarnición local, que defendía de marroquíes e ingleses y evitaba la penetración de sectas.

Ante esta problemática, Pedro de Rebollar y de la Concha contestó a Casimiro de Uztariz (por entonces secretario interino del Despacho de la Guerra), haciéndole saber que se trabajaría para la artillería en todo aquello que permitiesen las demás circunstancias, y le respondió duramente, puesto que la condescendencia en lo que solicitaba no sólo era contraria al establecimiento que se observaba en esos momentos en todo el país, sino que suponía un duro gravamen a la Real Hacienda, yendo en detrimento de todas las obras importantes de la plaza de Ceuta, ya que ni unas ni otras se lograrían así adelantar.

Mientras tanto, la actividad poliorcética en estos momentos se centraba en la construcción de un cuartel para dos batallones de infantería fuera del recinto-ciudad, en la península de la Almina y asomando a la Bahía Norte, según el proyecto remitido por el gobernador Antonio Manso, el 7 de marzo de 1738 (Figs. 88 y 89). Ya vimos en años anteriores cómo se habían ubicado otros cuarteles a resguardo de las Murallas Reales, tal y como propugnaba Vauban, sin patio interior ni plaza exterior, pero la nueva propuesta sintonizaba ahora más con las reformas iniciadas por Felipe V en el Ejército español, que creó un cuerpo permanente y eficaz con asentamientos fijos en enclaves estratégicos del territorio nacional, y para lo cual precisó cuarteles que pasaran a formar parte de la ciudad, sin necesidad de construirse cerca o adosados a fortificaciones, con el fin de alojar a las tropas y de contar con amplios locales para el almacenamiento de pertrechos militares y caballerizas.

Este modelo de cuartel exento fue primero incorporado por el ingeniero Bernard Forest de Belidor, en su obra de 1720 titulada “Compendio de arquitectura militar, civil e hidráulica”, mejorando el proyecto vaubiano al concebir cuatro edificios en torno a un patio central, disponiendo las cuadras en la planta baja y las dependencias de los soldados en la planta superior. Aún así, el modelo de cuartel más difundido en España desde 1717 fue el de Jorge Próspero Verboom, como edificio longitudinal exento que debería ser imitado en los de nueva planta de todas las provincias españolas (Sambricio et al., 1991). Para el cuartel de infantería disponía tres cuerpos, dos laterales de mayor elevación para alojamiento de los oficiales, separados con accesos independientes, y uno central en el que situaba las habitaciones de los soldados. Para dos batallones, como en el cuartel proyectado para Ceuta, que contaría con 1040 soldados, sería necesario establecer cuatro alturas o plantas, debido a razones prácticas y estéticas. Se situaría entre las Balsas y la Gran Cisterna, próximo al Camino de San Amaro y con una envidiable posición estratégica, a resguardo de los cañones enemigos y cercano a la dársena portuaria del Mar de Gibraltar para facilitar el embarque y desembarque de tropas y bastimentos, al tiempo que serviría de enclave defensivo de los puestos cercanos y para prevenir algún posible desembarco enemigo. Se precisaría desmontar una gran superficie de terreno, adaptándolo a su declive y protegerlo en su parte posterior de una gruesa muralla que fijara las tierras y aguas de las colinas circundantes, actuando unos desagües de conductos aliviadores de las ramblas otoñales y primaverales.

Estructuralmente, el edificio contaría con un triple acceso frontal con escalinata y uno posterior. Pasando a su interior, se dispondrían en las esquinas delanteras los pabellones de oficiales y en los laterales de la planta baja irían las cuadras, las cuales ocuparían cada una su compañía, sin mezclarse unas con otras, sumando un total de veinticuatro y no dispondrían de ventanas. Cada altura se dividiría en cuatro dormitorios y cada uno de ellos a su vez en dos aposentos diferentes. Los pasillos o corredores se sustituirían por accesos en vertical a través de cajas de escaleras, para el paso desde el nivel inferior hasta el cuarto. Se situarían también espacios comunes o descansillos en las plantas, fogones para cada compañía que servirían de cocinas y un aljibe con sus conductos exteriores, para que una vez se llenase éste, condujesen las aguas sobrantes a la playa cercana. Por entonces se produjo en Ceuta el relevo de su gobernador, Antonio Manso, por Pedro de Vargas Maldonado, Marqués de Campo Fuerte, el 9 de septiembre de 1739. Contó para la dirección de las obras de fortificación con el Ingeniero 2a y Capitán, Lorenzo Solís, que hizo a finales de dicho año una relación del estado general de la plaza y proyectos económicos para ponerla en regular defensa. Empezó definiendo a Ceuta como uno de los presidios más recomendable que tenía el monarca español en toda África, para pasar luego a explicar que su Frente de Tierra estaba aparentemente fortificado y que debería mejorar sus defensas, sobre todo las de la Península de la Almina y alrededores del Monte Hacho, parajes que Solís entendía como más a propósito para desembarcos enemigos. Detalló en esta zona el Baluarte de San Juan de Dios, situado en la Muralla Septentrional y desde el que partía un muelle con dos escolleras, quedando su ensenada tan arruinada y estrecha que impedía el atraque de las pequeñas embarcaciones que transportaban el comestible diario, provisiones, tropas, leña y materiales de gran volumen a la plaza. Por ello convendría hacerlo sólido, consistente y capacitado para el útil servicio.

Contiguo al anterior se encontraba el nuevo Baluarte de San Sebastián, que se fabricaba en estos momentos, y estaba dotado de batería para impedir el atraque e irrupción de embarcaciones medianas enemigas en la ensenada comprendida entre dicho puesto y el Castillo de San Amaro. Junto a la batería proyectada de San Pedro y la que en un futuro se situaría delante de la Casa del Gobernador, podrían contener a navíos de línea lejos de la plaza. Dicha ensenada quedaba rematada con la Batería de Santa Catalina y a partir de aquí la costa se volvía brava, con bordos muy pedregosos y fondos muy embarazosos con peñascales hasta llegar a Punta Almina. Contorneando la península se llegaba a Cala Ballena, con riscos inaccesibles en los que se podrían situar barcas corsarias sin ser vistas, pudiendo hacer ofensas y prisioneros. Antes de llegar al Frente del Desnarigado predominaban ribazos altos, peñascos y precipicios, con la Cala de Juan Gómez. El Castillo del Desnarigado estaba rodeado de terrenos escarpados y en la cala del mismo nombre podían atracar barcos grandes a tiro de pistola de los bordos, así como pequeñas embarcaciones y chalupas en las piedras de la lengua de tierra allí contigua, por lo que se temía una irrupción que pudiese sorprender el paraje.

Desde esta cala hasta el Sarchal todo eran riscos dificultosos y montañas ásperas, con el Puesto del Cardenillo, el cual se hallaba a treinta y cinco toesas de aquélla. A 70 toesas de la Cala del Desnarigado se encontraba la Fuente del Conejo, llegando después a la Guardia o Fortín de la Palmera (Fig. 90). Tras este puesto y su torre continuaba el camino dificultoso, aunque más accesible a desembarcos, pasando luego a la Cala de Fuente Cubierta como guardia destacada del Sarchal y cuyo destacamento protegía la Guardia de la Palmera, ya que allí podían atracar falúas y embarcaciones practicando desembarcos a veinticinco toesas de distancia de un lado a otro, siendo más fáciles de noche por estar ambos parajes colaterales muy indefensos. A unas 70 toesas de Fuente Cubierta había escollos apartados de la lengua de tierra y en su frente el acceso era peor, pero la posibilidad de invasión aumentaba por existir bastante fondo para navíos grandes que encontraban abrigo en tiempo de bonanza y poniente.

A 100 toesas antes de llegar al paraje o batería del Sarchal se encontraba la Fuente de Mulatarráez, con un terreno muy escabroso pero accesible, por lo que se podría utilizar para hacer alguna maniobra táctica en caso de copiosa irrupción enemiga. El Sechal o Sarchal (Fig. 91) era un puesto con un cuerpo de guardia compuesto de catorce hombres, situado en un escarpado de difícil acceso por su lado izquierdo, contando en su lado derecho con un playazo a propósito para atracar y desembarcar tropa que se denominaba Playa Hermosa. Ésta era muy cómoda para golpes de mano marroquíes, debiéndose reparar muy bien por el asilo que ofrecía, tanto por la parte que miraba al mar como por la de tierra. Siguiendo el contorno costero mediterráneo se encontraba el Puesto llamado Canero de Sidi bel Abbés Zentin, debajo del Molino de Viento. A 100 toesas distante del Molino de Viento aparecía el paraje intrincado del Carrizal, en el que provisionalmente se podrían situar algunos cañones para incomodar a las barcas que intentasen atracar en la Playa del Sarchal.

El tramo de costa desde el Carrizal hasta el paraje nombrado del Galeón Alto se mantenía inalterable, a base de bordos escarpados e inaccesibles, alcanzando a otras 100 toesas más el del Galeón Bajo. A tiro de pistola de este último se hallaba la Piedra del Moro y junto a ésta la Piedra de Don Gaspar. La Playa de San Jerónimo se encontraba a continuación, con terrenos poco expuestos a sorpresas, pero con una cala indefensa capaz de contener embarcaciones y apta para pequeñas incursiones. El paraje contiguo era el de Fuente Caballos, muy expuesto a desembarcos y por ello muy peligroso para toda la población residente en la Almina, requiriendo la fábrica de algunas defensas para que lo flanqueasen lateralmente. Inmediato a él estaba el Boquete de la Sardina, portillo abierto que desembocaba en el Foso del Puente y Puerta de la Almina y que se encontraba todo abandonado, necesitando que se amurallase y se le dispusieran algunas defensas en todo el recinto para evitar una fácil sorpresa y general invasión. Seguía la Brecha, en la muralla detrás de la Catedral, que ya había sido reparada y a continuación una playa amplia donde podían atracar falúas armadas y atacar a través de la Puerta de la Ribera, cuyo cuerpo de guardia avanzado estaba expuesto a ser sorprendido y hecho prisionero. Venía luego el espigón de la izquierda, que convendría adelantarlo hasta los islotes como estaba proyectado, amenazando ruina en estos momentos, por lo que importaba mucho su ejecución para defender y cubrir dicha playa y todo el costado de la plaza hasta Fuente Caballos, así como impedir que durante la bajamar pudiesen los fronterizos introducirse a pie en la Ribera y causar estragos en la marinería que allí dormía.

El puesto siguiente era la contraescarpa del Foso inundado de la Muralla Real, en cuyo extremo izquierdo convendría ejecutar un espigón o malecón que evitase que las arenas arrastradas por las olas del Mar de Tetuán lo pudiesen cegar, como sucedía ordinaria y frecuentemente, causando grave daño y perjuicio a una defensa tan importante y ventajosa para la conservación de la plaza como era tener bien corriente y limpio este gran foso. Dando la vuelta a este canal se encontraban dos escaleras bañadas por el agua del mar, una estaba por debajo de la derecha del Puente principal, con un endeble rastrillo que debería repararse haciéndole doble; y otra debajo de la comunicación al primer Espigoncillo del Albacar, que precisaba del mismo reparo por estar en continua amenaza de intromisión por desembarco. Ambos deberían estar perennemente cerrados y sus llaves recogidas. A continuación seguía el recinto de la Ciudad hasta llegar al Baluarte de San Juan de Dios, pero previamente se debería reparar la Torrecilla de las Letrinas, vecina a dicho baluarte, y arreglando sus dos subidas o rampas quedaría flanqueado y bien defendido del lado derecho por el baluarte de la primera Puerta principal, especialmente si se dispusiese un fuerte rastrillo delante de la puerta y salida a la plaza de África con vistas a no verse sorprendida por incursiones navales enemigas. Con pequeñas reparaciones y poniendo la batería de dicho flanco a barbeta y contando con un buen espaldón, quedaría este recinto bien defendido, sucediendo de igual manera en el playazo situado entre el Albacar y el Espigón de Nuestra Señora de África, ejecutando los atrincheramientos y rastrillos necesarios y cubriendo la surtida del rastrillo de San Pedro y la Puerta de la Sangre, por donde se comunicaba a la Puerta principal de dicho espigón.

Solís entendía que para dejar todo esta parte con suficiente y regular defensa era preciso fortificar la gola de la Almina con un sencillo atrincheramiento, que corriese desde un extremo del rampante vecino a las Cisternas de agua situadas frente al Mar de Gibraltar y llegase hasta el otro extremo cortando el Camino Real proyectado, con sus tres rastrillos, uno en cada extremo y otro en el centro, siguiendo la sinuosidad y dirección que en estos momentos tenían los vestigios de muros antiguos que afloraban, ya que situándolos así cubrirían aquella línea defensiva costera mucho mejor de como estaba ahora. Se debería procurar también que se ensanchase el rampante desde la Batería de San Pedro hasta pasadas las Cisternas, ya que era terreno incómodo y de débil defensa, además de añadirle un pequeño muelle que sirviese para desembarcar el ganado del abasto de carnes y provisiones necesarias para la plaza.

También describió dicho ingeniero la Plaza de Armas y Frente Exterior más adelantado hacia las líneas enemigas. Hizo hincapié en la dificultad manifiesta de fortificar un territorio que se iba ensanchando y elevando hacia la campaña y criticó las soluciones aportadas por anteriores ingenieros, detallando numerosos defectos de fabricación y posicionamiento táctico, pero que por no mover ahora obras costosas y embarazosas se podía conservar lo existente, hasta que el tiempo ofreciese mejor oportunidad. Convendría poner a la plaza de Ceuta con tal sistema defensivo que muy poca guarnición la pudiese mantener, y ante la vecindad de ciudades como Tetuán y Tánger, que continuamente mandaban expediciones terrestres y marítimas contra esta plaza, se imponía la actuación de la Junta de Peritos Ingenieros y el dictamen de Fiscales Generales muy experimentados en la guerra de fronteras, como ocurría en plazas sitiadas en Europa en esos momentos. De sus decisiones debería salir una total reforma del sistema poliorcético de la plaza ceutí, y por ello Solís abogaba por el mantenimiento del Frente de Tierra con su Muralla Real y sus baluartes y, que una vez arruinados éstos por el paso del tiempo, se agrandasen más. También sería preciso fabricar un perfecto hornaveque con un buen revellín doble y capaz que cubriese su cortina y al que se le adaptase un foso con compuertas reforzadas para poder llenarlo siempre a voluntad. Tendría igualmente su camino cubierto regular, con sólo una estacada y su fosito intercepto entre ésta y el parapeto del glacis para mantener dominado el espacio de las fortificaciones exteriores, y el terreno que ocupasen las demás obras, aunque existiesen, se debería despejar cuando se arruinasen por algún sitio o fuese volado por minas enemigas o por las propias. Solís no juzgaba conveniente alterarlas por el trasiego excesivo y embarazo tan grande que ello acarrearía, ya que si bien daría ventaja defensiva a la plaza, por otro lado aumentaría el gasto anual.

El hornaveque y el revellín deberían ser figuras irregulares adaptadas tanto a las desigualdades de alturas entre sí, como en la magnitud de las líneas magistrales de sus recintos, atendiendo con cuidadosa desproporción a los padrastros más próximos que dominaban el Frente de Tierra. Como las alturas que más incomodaban eran las situadas a la izquierda, del mismo modo las caras y flancos que las contravalaban deberían ser más largos y altos. Otro tanto se haría en el primer tercio o mitad de las caras de la derecha para evitar las enfiladas enemigas.

Para colocar con acierto las fortificaciones que se hubiesen de levantar mediante esta económica providencia del ingeniero, se debería contar previamente con un plano exacto de la situación de las alturas dominantes a la Plaza de Armas, con expresión de lo que se elevase cada una de ellas sobre el horizonte del terreno en que estaban situadas las fortificaciones existentes, con el fin no sólo de poder determinar en su construcción la longitud y anchura de las murallas magistrales, a medida de sus irregulares alturas y más o menos gravedad de la solidez del terraplén que las habría de sostener, sino también para dejar con segura certeza señalada la conveniente posición de las principales líneas y ángulos de cada figura o pieza de fortificación

“...cuya bien premeditada idea, aprobada por S.Md. en el Proyecto General, una vez consavida notoriamente su consistencia con prezision, se havía de seguir por Yngenieros sucesores a los Governadores y con esmerado zelo lo avían de procurar. De esta savia conducta se seguiría el tener a esta Plaza con el tiempo en la mas conveniente forma fortalezida y costeada su fabrica con gran economia”.

Cuando lo permitiesen las reales urgencias o hubiese dinero en los fondos destinados a las defensas de la plaza, Solís veía necesario continuar las murallas de la Almina, tanto por la banda marítima norte como por la sur, fundándolas con cimientos de dos pies y medio más bajo que el nivel de las mareas bajas, y no sobre el terreno que seguía la sinuosidad de sus desiguales alturas. De esta forma, sería una obra duradera y propia para la defensa de ataques sorpresivos, pues se situarían de trecho en trecho sus plataformas que irían cubiertas con sus parapetos altos en los tramos en que pudiese ser vista y ofendida por la artillería del Campo del Moro. El resto del recinto murado que mirase al circuito del Monte Hacho iría a barbeta, siguiendo en esta disposición en las radas, calas y subidas cómodas para que los enemigos no pudiesen irrumpir por ellas.

Para Solís, las minas y contraminas de Ceuta eran partes esenciales de su defensa:

“...devo prevenir que esta matteria es digna de toda la Real atenzion y dela del primer Ministro por su gran importancia, no solo para la conservazion deesta plaza en nuestro poder que es la maior, sino para obttener grande hahorro la Real Hazienda en lo suzesivo que no es la menor”.

Sin embargo, Solís argumentaba que después de haberlas examinado, creía que el método con que eran dirigidas era muy desordenado, criticando al capitán de minas por no hacer coincidir los puntos subterráneos con los correspondientes sobre la superficie del terreno señalado para volar, como también entendía inútil que avanzasen tantos ramales dispersos hacia la campaña. Dudaba de la probada experiencia de Tortosa y le exigía que la demostrase a través de experimentos con pequeñas fogatas, ya que estando situados tan próximos los ramales se debilitaría la solidez del terreno y ello no indicaba sino su falta de conocimientos estereométricos, necesarios para averiguar la solidez de los terrenos propuestos para su voladura. Un buen Director de Minas debería primero resolver la conducción de una mina a cualquier punto señalado sobre la campaña, y realizada ésta descubrir su iconografía sobre el terreno. En segundo lugar, volver a la dirección recta deseada cuando los obstáculos obligasen al desvío. En tercer lugar, saber la estereometría necesaria, no sólo para medir las excavaciones que se hiciesen, y computar con exacta justificación las subidas y bajadas cuando los obstáculos impidiesen a uno y otro lado el corte del plano horizontal al nivel que se condujese, sino también para averiguar con certeza el sólido propuesto para hacerlo saltar. En cuarto lugar, debería conocer muy bien la naturaleza de la pólvora y los maravillosos efectos de su elasticidad. En quinto lugar, que supiese conformar la cantidad de pólvora con la calidad de piedra y tierra que se debiera mover. Le sería obligado, en sexto lugar, haber realizado muchos experimentos que le permitiesen dar razón demostrativa de ellos y formar discursos reflexivos que sirviesen para instruir a sus subalternos y sucesores, en beneficio de la conveniencia pública y del real servicio

Las veces que el ingeniero solicitó explicaciones sobre el modo de realizar y dirigir las minas fueron denegadas por el capitán de las mismas. A pesar de ello, las visitó hasta donde pudo y registró diferentes anchuras y alturas, que a veces le obligaron a ir en cuclillas, llegando a la conclusión de que su Director no podría ver ni entender la verdadera posición de los irregulares ángulos y líneas de sus confusos derrumbadores, a menos de contar con un itinerario que detallara muy bien los tramos, siendo por esto ineficaz tanto terreno contraminado. Para Solís una buena solución sería construir hornillos debajo de cada fortificación o en algunos parajes del Camino Cubierto y glacis, bien revestidos con rosca de ladrillo, sin necesidad de extenderse hacia la campaña. De este modo, se tendría una regular defensa y no la tan expuesta, aventurada y confusa disposición presente de las contraminas, que causaban grandes pérdidas económicas. También se evitarían las inundaciones que en las obras destacadas provocaban las aguas de las vertientes vecinas, pues al llover copiosamente se introducían todas en el replano hondo y bajo situado en el frente de la derecha, desde el ángulo saliente del camino cubierto de la Luneta de San Felipe hasta los salientes del camino cubierto del Reducto de San Antonio, donde a veces cargaban extraordinariamente. Incluso a veces pasaron a minas y comunicaciones diferentes de las que servían para su desagüe, causando grandes daños, como los provocados a finales de 1736 y principios de 1737, en los que pudieron haberse ahogado todos los granaderos que estaban apostados en la galera de la derecha contigua a dicho Reducto de San Antonio.

Para evitar estos males, la solución dada por Solís era cegar las minas avanzadas, haciendo un zanjón o mina real subterránea dispuesta de forma conveniente que enlazase las playas de ambos mares ...

“...y evitte al bárbaro el podernos sorprehender por nuestras conttraminas, y quedemos dueños de bolarle siempre quelo queramos”.

En este punto, dudaba de la eficacia de las mismas y planteó que una mina dejaría de cumplir su esperado objetivo cuando se produjesen accidentes y fallos al colocar un oficial de minadores el hornillo excéntrico del grueso del muro que se intentaba volar, al estar bien colocado el hornillo sin tener pozo próximo alrededor, pero por haber sido mal fabricada, apuntalada o atacada su boca se perdía por ello la potencia de su pólvora. También podía saltar una mina al haber puesto anticipadamente la pólvora en el hornillo y por esto se humedecía, disipándose su fuerza o quedando incombustible al dispararla. A veces ocurría lo mismo al haberse interrumpido la salchicha por donde se le daba fuego, debiéndose haber cerrado previamente la boca del hornillo, y en otros casos era la mala colocación de la pólvora, pues cada práctico-minador tenía su propio estilo, y ...

“esta materia requería una digrezion larga para demostrar phisico mathematicamente el modo mas efectivo y probechoso para asegurar el azierto, el qual es ya practicado de los modernos y contraido por un Auttor nombrado el perfectto Yngeniero franzés, consequente auna demostrazión que prueba bastante quelas polvoras integramente se encienden y hazen el efectto tottal respecto al que deve hazer cada livra parzial dellas separadamente quemadas, lo que aproximando ala verdad observada con diversos experimentos bastó para que los prácticos y especulativos le aian tenido por el mejor methodo hasta de aqui practicado: el qual se haze poniendo toda la polvora en su montón, con las precauziones que la perserven delas contingencias dichas”.

Las contraminas existentes tenían cinco pies de alto por cuatro de ancho, otras eran más reducidas, y las restantes tenían menos capacidad por lo que resultaban poco valiosas. En otro tiempo, los oficiales reformados las patrullaban, pero en el presente no se hacía por su incomodidad. Solís aseveraba que revistiéndolas de mampostería y rosca de ladrillo se podrían concluir en pocos años y se evitaría los cuantiosos gastos anuales para la Real Hacienda, además de que evitarían las intrusiones enemigas si se reforzaban los endebles rastrillos y puertas colocadas en los bordes que daban al Foso seco. Esta obra y las mejoras de otras, como el trazado del zanjón o Mina Real que iría por delante del Camino Cubierto, se podrían ir ejecutando con los mismos fondos que se consumían en la manutención de las contraminas actuales, junto con lo que se gastaba en tablones y aceite. Ello sería suficiente importe para, en pocos años, poner el Frente de Tierra casi impenetrable para los marroquíes, dejándolo además libre de las máquinas subterráneas que ellos y cualquier tropa de Europa le intentasen aplicar, con lo cual se ahorraría anualmente un total de 19.272 reales de vellón, computándose también el gasto mensual de 2256 reales de vellón producido por la Compañía local de Minadores. Todo ello sumaba 46.340 reales de vellón, por lo que en un quinquenio habría caudal suficiente para finalizar la Mina Real y en los dos años siguientes se concluiría el otro zanjón de reserva que cortaba por mitad de la Plaza de Armas, desde el ángulo flanqueado de San Javier hasta la Contraguardia de Santiago. Éste sería de gran utilidad para, llegado el caso, recuperar con brevedad todo el terreno y fortificaciones exteriores que los enemigos hubiesen arrebatado, a cuyo fin se procuraría tenerlas bien circundadas con el zanjón y cerrados preventivamente con cortaduras y rastrillos los Baluartes de San Pedro, de Santa Ana y cortina intermedia; con idea de que los ataques opuestos fuesen regulares y se pudiera aprovechar el tiempo sobrado para contraminarlos y hacerlos volar para que abandonaran la Plaza de Armas.

Para Solís otro remedio para perfeccionar la plaza de Ceuta sería la correcta conclusión de las bóvedas para cuarteles de la Muralla Real, ya que a pesar de su gran coste no quedarían bien dispuestas en esos momentos para un cómodo servicio y, teniendo en cuenta que no había ahora necesidad perentoria de ellas para el alojamiento de las tropas, cuando se quisieran continuar se las debería hacer más saludables y viables para su habitabilidad. En cuanto al arsenal o maestranza que se debería construir contiguo a dichos cuarteles, se destinaría el espacio que al presente tenía y quedaría también con sus zaguanes y oficinas, como se requería para sus manufacturas .

El camino propuesto desde Fuente Caballos hasta unas cuarenta toesas pasado el Sarchal sería una obra indispensable para la defensa de la Almina, debiéndose continuar dando la vuelta a todo el contorno peninsular hasta llegar al Fuerte de Santa Catalina y de San Amaro, construyendo en lugar de las barracas de madera propuestas unas torrecitas de piedra, barro y mezcla de cal, que servirían de atalayas de alerta y estarían dotadas de un cabo y tres soldados. Igualmente, la Segunda Puerta vecina al Puente principal que comunicaba a la Plaza de Armas, por ser una zona de frecuente tránsito para la tropa y el pueblo, convendría que estuviese dotada de un atrincheramiento o cortadura con su rastrillo para que la sujetase y defendiese convenientemente. Se debería incluir, por otro lado, la construcción de la Batería de San Pedro en la Almina en los lienzos de la muralla nueva a ella adyacentes, con el fin de dejar este puesto desembarazado y cómodo. Esta obra estaba aprobada, pero no existía plano rubricado de la Corte que se hubiese solicitado a su tiempo. Esto mismo ocurría con el plano del espigón de la izquierda, que debería ejecutarse junto con el anterior cuando se incorporase a los fondos destinados para las fortificaciones de Ceuta, puesto que se trataba de una obra de útil defensa para la playa sur y la muralla de dicha banda. El pequeño espigón o malecón sólido circular en su extremo que se debía sacar y continuar en la contraescarpa del gran Foso de agua de la Muralla Real, junto al Bonete de Santa Ana, con idea de que no se cegase, debería pasar por consulta a la Corte para ver si se le incluía en las obras y reparos inmediatos.

Lo que se precisaba con urgencia era un puente durmiente en la Puerta de la Almina, igual y casi paralelo al existente, con su puente levadizo y restablecer el otro que estaba incapacitado para su uso. Sería muy provechosa su construcción con el fin de que se saliese por una puerta y se entrase por la otra, pues del modo en que estaba en estos momentos creaba confusión y embarazo para el tráfico comercial que se aglutinaba en este único y común paso. Se precisaría también que ambas puertas estuviesen cubiertas con una pequeña y atrincherada plaza de armas, con su empalizada y atrincheramiento que defendiesen los dos rastrillos de salida y entrada y, sobre la muralla de este frente que miraba a la Almina, se abriesen algunas troneras que rasasen y enfilasen bien todas las avenidas de un lado y otro de este paraje.

Era imperiosa la inclusión en este capítulo de reparos y obras de la plaza la recomposición total de la Muralla Real que miraba al norte, desde el Baluarte de San Juan de Dios hasta el Espigón del Albacar, junto a la primera Puerta principal que comunicaba a la Plaza de Armas con el recinto urbano, pues estaba a punto de afectar al vecindario colindante a dicho tramo. Asimismo, debería fijarse aquí la construcción y establecimiento de un robusto rastrillo doble a dos batientes, con su postiguillo y varadero, para que pudiesen salir las lanchas armadas sin necesidad de dar la vuelta al circuito del Monte Hacho o ir por el Foso inundado de la Muralla Real, ya que no convenía ni una salida ni otra en el caso de intentar la recuperación de alguna presa que los marroquíes de Tetuán hubiesen llevado a cabo. Solís recomendaba el cierre de la gola vecina al Monte Hacho por el Paraje de Nuestra Señora del Valle, con un atrincheramiento defendido con un foso y un camino cubierto que cortarían los Caminos Reales de la Marina Norte y Sur respectivamente, con sus fuertes rastrillos de comunicación y uno en el centro para las salidas. Asimismo para la comodidad de esta plaza en todo momento, convendría concluir y perfeccionar las cisternas de agua, según el proyecto general del Marqués de Verboom, y poner fuera de insulto enemigo la Puerta de la Ribera por medio de un fuerte rastrillo. Veía necesario componer el desembarcadero común, estableciendo un amplio muelle que tuviese más capacidad y con sólida consistencia para mantener el tráfico de las embarcaciones que descargaban víveres y demás géneros que llegaban a la plaza, así como la entrada y salida de tropas de la guarnición. Además de dicho muelle convendría levantar otro más tosco y de poco coste en la ensenada próxima a la Batería proyectada de San Pedro, para desembarco del ganado del abasto, provisiones voluminosas del asiento y otros géneros de gran porte a fin de que no entorpeciesen su paso y comunicación hacia los respectivos almacenes. Veía conveniente también de que cuando se construyese la nueva Batería de San Pedro se ensanchase el terraplén que comunicaba desde ella a las Balsas o Cisternas de agua, con el objetivo de que la tropa pudiese pasar en formación y apostarse frente al desembarcadero, para así defender aquel estrecho paraje en la debida forma.

Dentro de este proyecto general del ingeniero Solís se especificaban los edificios militares que como segunda clase de obras se deberían ejecutar cuando lo permitiesen los fondos destinados a la plaza de Ceuta. En primer lugar, detalló que las bóvedas de la Muralla Real deberían llegar a su conclusión, con su oficina de maestranza, sus pórticos y murallas de clausura para dejar ambos recintos reclusos y separados, con sus corredores de comunicación y sus escaleras. Las cocinas se situarían enfrente de dichos cuarteles, haciéndolas habitables, saludables y cómodas, y en cada estancia inferior y superior se pondrían puertas y ventanas enrejadas para que se ventilasen entre sí de día y de noche, ayudándose también para ello de claraboyas cupuliformes situadas en la estancia superior de cuatro pies de ancho, además de un enrejado de madera o hierro en el piso de una toesa en cuadro para desahogo de las estancias inferiores y un pequeño borde alrededor o pendiente para que no cayese agua o inmundicia alguna.

Finalizadas dichas bóvedas, se destinaría completamente para arsenal el edificio de la Plaza de África que al presente servía de Parque de Artillería, de fábrica de yeso y de almacén de provisiones y que al estar juntas se estorbaban unas dependencias a otras. Se debería acondicionar para uso exclusivo artillero, concentrando aquí todos los géneros dispersos en los tres o cuatro almacenes de dicha plaza, para de este modo disponer de ellos de forma coordinada y facilitar mejor su custodia. Si resolviese favorablemente la Corte, de acuerdo con el comandante de artillería, se haría la distribución y decoración idóneas, ya que a las otras dos dependencias se les daría ubicación en el cuartel de soldados situado junto al viejo Palacio de los Gobernadores, cuando éste estuviese desocupado por estar ya de uso y servicio el de las bóvedas de la Muralla Real, ganando así mayor espacio del que disponían en tiempos pretéritos.

Según Solís, los cuarteles para dos batallones de soldados y oficiales proyectados y remitidos a la Corte por su antecesor, se deberían colocar en la Almina, entre el Castillo de San Amaro y las grandes Cisternas de agua, con todas las oficinas y menesteres necesarios; pero a su modo de ver juzgaba reducida su superficie, ya que los capitanes deberían ganar espacio al contar con vestuario supletorio en su compañía y asimismo agrandar algunas caballerizas. La Corte sería en última instancia la que resolviera en favor o en contra de su propuesta, pero no había dudas de que dicha obra era muy conveniente para una pronta defensa en caso de irrupción en el territorio del Hacho, para tener con esta tropa más abrigado todo aquel desavenido paraje, que se podrían disponer que también estuviesen fuera de cualquier sorpresa para su mayor seguridad y conservación.

Era indispensable hacer un pequeño cuerpo de guardia en la avanzada de la Puerta de la Ribera, con su entrada interior cubierta de rastrillo y atrincheramiento. Este capítulo relativo a la segunda clase de obras necesarias y reparaciones lo cerraba el ingeniero reseñando que se podría demorar su ejecución según el margen que dejasen los fondos destinados para obras de fortificación de la plaza.

El último capítulo del proyecto de Solís se refería a las obras y reparos indispensables para poner en conveniente defensa la Plaza de Armas de Ceuta, que se deberían ejecutar en el presente año 1739 y en los sucesivos, cuyo coste sería moderado en proporción a su utilidad. Lo primero sería perfeccionar el Baluarte y Cortina de San Sebastián para lograr el cierre de la brecha que tenía y asimismo arreglar el terraplén y piso de la entrada de la Puerta de la Almina contigua a dicho baluarte. También se recompondría el ángulo flanqueado del Baluarte de San Pedro en la Plaza de Armas, como tenía aprobado la Corte y se construiría la pared de sustentación del Espigón de Nuestra Señora de África. En el Reducto de San Antonio, obra muy valiosa para dejar evitar sorpresas enemigas, sería conveniente hacer una muralla adyacente a la salida de la campaña de dicho espigón formando una placita de armas con su empalizada, con el fin de que defendiese el costado derecho de dicho reducto en noche oscura y quitarle los fuegos de artillería si embarazase el poner segundos fuegos de fusilería. Solís también veía provechoso abrir la puerta tapiada de su cara derecha para que se pudiera mantener la tropa aquí destacada, colocándole dos rastrillos dobles.

En la Luneta de San Jorge se alzaría su parapeto hasta cubrirla del Morro de la Viña y asegurar la bóveda para que pudiese sostener el terraplén y defendiese correctamente la banda izquierda de ese frente. Si se levantara algo su fuego y su galápago hiciera lo propio con idea de dar más pendiente al terrado que le cubría, ya que se llovía todo, sería ello de gran importancia defensiva pues así la tropa allí apostada podría mantenerse en dicho puesto y evitaría el avance enemigo. En la Luneta de San Luís se harían merlones levantando el parapeto y poder situarse a cubierto del Morro de la Viña y de otras alturas, guarneciendo esta fortificación una batería del calibre dieciséis para contrabatir las contrarias. En la Luneta de la Reina se levantaría su cara izquierda y la mitad de su derecha, guarneciéndola con artillería del mismo calibre que la anterior. En la Luneta de San Felipe se levantaría el parapeto de su cara derecha, para que la batería pudiese disparar convenientemente a cubierto de las de los marroquíes, situadas en el replano y media luneta de la izquierda. Todas estas lunetas cubrirían los fuegos de las fortificaciones interiores y por esta razón se contrabatiría desde ellas.

La Contraguardia de Santiago presentaba algunos defectos, necesitando la apertura de algunas troneras para su más expedita defensa y levantar los merlones de las cinco orientadas al Morro de la Viña para que la artillería y asistentes estuviesen a cubierto. Asimismo, precisaba la reparación del costado dirigido a esa dominación y poner a la subida desde éste a su caballero un espaldón de nueve pies, levantando también la cara de dicho caballero hasta otros nueve pies, con lo que quedaría de útil servicio. Las galeras de la derecha e izquierda, con las Lenguas de Sierpe de San Luís, de la Reina y de San Felipe, que en tiempo de lluvias se inundaban, serían cubiertas de modo más consistente para evitarlo, logrando así que fuesen habitables y la tropa pudiese apostarse en ellas. En todo el Frente de Tierra de la Plaza de Armas convendría hacer un foso pequeño detrás del parapeto del Camino Cubierto, con su estacada en su borde e interior, semejante al practicado ya en el Reducto de San Antonio, con lo cual se evitaría no sólo la ahora deserción habitual sino una firme seguridad ante un ataque riguroso enemigo. Esta obra se dispondría de modo que no pudiese servir de paralela cómoda al enemigo y, aprovechando el Camino Cubierto existente, su coste sería la mitad de lo que se suponía en un principio.

Si la Real Junta de Fortificaciones lo considerase conveniente y el Primer Ministro lo ratificara, Solís entendía como muy válida la obra de un zanjón o mina real exterior que cortase rectamente las dos playas de la derecha e izquierda del Frente de Tierra, arrimándola todo lo posible a su Camino Cubierto. Por otro lado, los cubiertos de Plaza de Armas donde se apostaban los retenes de dobles centinelas eran de madera, por lo que las lluvias terminaban estropeándolos. Para evitar el continuo gasto anual que suponían sus reparaciones y para que fuesen de mejor servicio, Solís abogaba porque se les fabricase de cítara de ladrillo del país, revocados con mezcla de cal. Otras reparaciones se deberían hacer en el flanco y ala derecha del baluarte de la primera Puerta Principal que comunicaba a la Plaza de Armas, pues defendía todo el recinto comprendido entre dicho baluarte y el de San Juan de Dios hacia la Bahía Norte, dejando a barbeta el flanco que miraba al muelle, así como levantarle con merlones la cara orientada hacia la campaña y Playa de la Sangre con idea de que cubriesen las espaldas de los artilleros que servían en los cañones de dicho flanco.

Para indicar pormenorizadamente todo este capítulo de obras necesarias, este ingeniero veía precisa la realización de un plano del recinto-ciudad y Plaza de Armas, con escala de cuatro pulgadas por 100 toesas, con expresión de los proyectos ideados para proponer que los mejorase la Real Junta de Fortificaciones, y asimismo el plano y perfiles ampliados de los zanjones o Minas Reales, cuyos borradores ya tenía realizados y sólo requerían su demanda para remitirlos. También procuraría concluir el plano general de Ceuta, en escala de 100 toesas por pulgada, con expresión de sus parajes más significativos. Terminaba esta relación Solís considerando que todos los cuarteles, almacenes y arsenales que se hubiesen de construir en Ceuta, se dispondrían con prevención, resultando más económica a Felipe V el costear la fábrica de pabellones para alojamiento de la guarnición y Estado Mayor de la plaza que el dejar de hacerlos,

“porque además del gran alivio que resulta a la tropa, conseguiríase zesasen los avitantes de Zeutta en la ambizion de fabricarse cassas, cuyo exceso redunda indirecta y virtualmente contra la Real Hazienda por el estravio que padezen los materiales destinados a las Reales Obras”.

Las críticas vertidas por Solís al diseño y realización de las minas y contraminas de Ceuta tuvieron su respuesta en un escrito dirigido a la Corte, firmado por el Capitán de Minadores, Félix Tortosa, con fecha 23 de enero de 1740. Aprovechó Tortosa el requerimiento que se le hacía de que remitiese los perfiles de las minas ceutíes, los cuales deberían mostrar las bocas de los ramales cortados y un plano general, para exponer, contradiciendo a Solís, que...

“es imposible y repugna a la ciencia mathemática dar cuerpo a una cosa cuyas partes no tienen las puras circunstancias que piden sus reglas, pues las varias contradicciones y agudezas de los hombres no han podido llegar a difinir perfectamente la trixisión del ángulo, y aunque el faltar a los proyectos geométricos parece apartarse de la regularidad de sus operaciones, disculpe la que mi obediencia en todo debe complacer a V.S. manifestando en el modo posible una equidad imaginada, que hasta ahora no ay autor que trate de Minas que diga se pueden demostrar por alzado, sí sólo en Plano, para que su fábrica se comprehenda y conozca en su propio lugar, como se ve en el general y se señalan con puntos a la campaña y los parages que ocupa, a diferencia del de Fortificación y Architectura civil, porque sus partes principales constan de cuerpo y las Minas solamente de una orizontal y de una línea terrestre, sin que pueda en esto regla fixa en su operación, y sólo si al mayor acierto a causa de la variedad de los terrenos, por lo sólido o frágil de ellos, como se da a entender, en los que precisan la madera y los que no la necessitan”.

Tortosa ratificaba su deseo de acertar en todo el cumplimiento de su obligación como militar, esperando que en Madrid se le reconociese el importante trabajo desarrollado durante tantos años en la defensa de la plaza de Ceuta.

En el proyecto ya estudiado del Ingeniero 2ª y Capitán, Lorenzo Solís, se especificaban los defectos observados en todo tipo de fortificaciones y edificios militares de la plaza de Ceuta. Por ello, la relación remitida a mediados de febrero de 1740 por el Comandante de Artillería y Teniente Coronel Andrés de Clairac al Ministro de la Guerra, Duque de Montemar, no hizo sino redundar en esa idea en relación con los diferentes almacenes de artillería. En el Almacén de Santa Bárbara todas las paredes interiores tenían excesiva humedad y se calaban sus bóvedas, causando inmensas goteras que mojaban las pilas de los barriles de pólvora, con lo que se pensó en hacer un total asoleo del mismo. Sólo una nave del Almacén de Santa Gertrudis padecía goteras, debiéndose colocar un buen zulaque en su techo y cubrirlo con delgadas planchas de plomo. El Almacén de madera necesitaba, delante de su puerta, una cítara de un pie de alto para impedir el agua que le penetraba, pues podría llegar a inutilizar el maderamen allí instalado. La sala de armas tenía dos toesas de su lado izquierdo con necesidad de total recomposición, tanto en el techo, suelo y estanterías, de las que se habían retirado las armas para evitar su deterioro. En el Almacén de San Francisco Alto toda la bovedilla del primer tránsito se calaba y ocurría lo mismo en la bovedilla de la estancia alta de la Torre de los Fuegos, por lo que ambos requerían un cubrimiento de azoteas.

Apenas dos semanas más tarde, Clairac daba otra relación, pero esta vez del número de piezas artilleras existentes en la plaza de Ceuta, sus calibres, dirección de sus fuegos, así como su distribución por aprobación de su gobernador, Pedro de Vargas Maldonado. Delimitó primero las baterías situadas en la Plaza de Armas y señalando que el número de piezas en la Batería de la Luneta de San Luís era de diez, siendo ocho su calibre, en la de la Reina había seis del calibre ocho, y en la de San Felipe había ocho del calibre doce. Estas lunetas distribuían sus fuegos en todo el Frente de Tierra, y respecto que estas baterías debían contrabatir las de los enemigos en caso de sitio, se tuvo por conveniente solicitar artillería de los calibres veinticuatro y dieciséis para colocarla en ellas, como constó en el estado artillero de la plaza de 13 de marzo de 1738. En el perfil de San Felipe había dos piezas del calibre cinco, las cuales estaban siempre cargadas a metralla, defendiendo el Camino Cubierto de Santiago, y resultando suficientes para dicho objetivo. En la Contraguardia de Santiago había ocho piezas del calibre veinticuatro, y en su caballero había seis del calibre ocho, las cuales distribuían sus fuegos, como las lunetas, al Frente de Tierra, entendiéndose que la artillería existente en el caballero fuese del mismo calibre que la de la contraguardia. En el Reducto de San Jorge había dos cañones del calibre ocho que defendían la galera de la izquierda, pero lo conveniente sería que fuesen de un mayor calibre. En el Reducto de San Antonio había siete cañones del calibre ocho, habiéndose colocado dicha artillería por disposición del gobernador Antonio Manso. Actualmente se consideraba superflua su existencia, ya que la primera intención al construir dicho reducto fue de que sirviese de segundo fuego de fusilería, siendo en estos momentos perjudicial por estar descubierto y no poderse cubrir en él.

En el pequeño flanco de la puerta del campo del espigón había dos cañones del calibre dieciocho que estaban siempre cargados a metralla para defender el intento de poner los enemigos petardos al rastrillo de dicha puerta, pero eran valorados de sobra al flanquear suficientemente la fusilería de la estacada el referido rastrillo. Dentro del Espigón de Nuestra Señora de África estaban una batería baja con doce cañones del calibre doce, una batería cubierta con dos cañones del calibre cuatro y su caballero, con cuatro piezas del calibre cuatro. Dirigía dicho espigón sus fuegos a todo el ataque de la parte izquierda, por lo que sería conveniente acomodar aquí artillería del calibre dieciséis, a fin de contrabatir las baterías marroquíes que se construyesen en su frente. La Batería de San Francisco Javier contaba con cuatro cañones del calibre veinticuatro, la de San Ignacio seis del calibre dieciocho, la del Ángulo de San Pablo dos del calibre dieciséis, la de Santa Ana cinco del calibre ocho y la de San Pedro cuatro del calibre doce. La artillería de estas cinco baterías ofendía poco o nada la campaña por encubrir sus fuegos las fortificaciones exteriores, por lo que se infería que el colocar y considerar artillería en ellas tenía como objetivo el rechazar a los enemigos de las citadas obras, en caso de que se apoderaran de ellas. Por último, en la Segunda Puerta había cuatro cañones del calibre cuatro que defendían la playa situada entre el Espigón Viejo y el de Nuestra Señora de África, siendo suficientes para ese fin.

Dentro del recinto de la Ciudad, la Muralla Real contaba con doce piezas del calibre doce, la Coraza Alta tenía cuatro del calibre veinticuatro, su caballero contaba con tres del calibre ocho, Santiago tenía tres del calibre veinticuatro, y su torreón tenía dos del calibre ocho. Todas estas baterías ofendían las alturas que dominaban su frente y, salvo la Muralla Real, podían contrabatir las baterías que los enemigos intentasen construir, por lo que sería muy conveniente colocar en el caballero de la Coraza y en el Torreón de Santiago una artillería del calibre veinticuatro. En la Coraza Baja había tres cañones del calibre veinticuatro, los cuales ofendían el Morro de la Viña y el ataque que tenía en su falda, así como también enfilaban la Cañada del Chorrillo. Eran suficientes, por no permitir su ámbito más número de cañones. Los flancos de la Muralla Real contaban con dos cañones del calibre ocho, los cuales defendían bien el Foso inundado. En el plano del Torreón de Santiago había dos cañones del calibre dieciocho, sobre la Primera Puerta había tres del calibre dieciséis y uno del calibre dieciocho, en el Mirador había cuatro del calibre veinticuatro, y en el Baluarte de San Juan de Dios había dos del calibre dieciséis. Estas baterías defendían la Bahía Norte, demostrando su utilidad en numerosos ataques navales. En la Catedral había dos cañones del calibre dieciocho, en la Brecha había dos del calibre dieciséis y en San Francisco había dos del calibre veinticuatro, y todas ellas defendían la ensenada de la Bahía Sur, pudiendo incluso ofender el Morro de la Viña si llegara el caso.

En cuanto a las baterías situadas en la Península de la Almina, en San José había cuatro piezas del calibre veinticuatro, que ofendían, tirando con poca elevación, al Morro de la Viña y Chorrillo, como asimismo a la ensenada del Mar de Levante o de Tetuán. Se veía conveniente aumentar cuatro cañones a esta batería, porque su situación era a propósito para inquietar a los enemigos. En Fuente Caballos había cuatro cañones del calibre doce y en el Torreón de San Jerónimo había dos del calibre doce, los cuales defendían pequeños desembarcaderos y resultaban suficientes para ese fin, aunque sería beneficioso para la defensa de esa banda costera aumentarlos de calibre. En el Fuerte del Sarchal había cinco del calibre dieciocho, los cuales eran suficientes y defendían su playa pues era la más propensa a invasiones por resultar cómodo su desembarco. En el Fuerte del Desnarigado había dos cañones del calibre dieciocho que impedían que las embarcaciones que comerciaban con poniente, desde Gibraltar a Tetuán, lo pudiesen ejecutar libremente, pues al ser ofendidos por la artillería local ello les obligaba a desviarse y les causaba un dificultoso tránsito, demorándoles su llegada. Dicho fuerte, al contar con un reducido cubo o torreón, sólo podría verse aumentado en un cañón del mismo calibre. En la Cala del Desnarigado había dos cañones del calibre catorce que defendían suficientemente el paraje. El Castillo de Santa Catalina contaba con cuatro cañones del calibre dieciocho que servían para abrigar las embarcaciones ceutíes, siempre que éstas estuviesen acosadas por las enemigas, así como impedirles que fondeasen en la pequeña Ensenada de las Cuevas. Por otro lado, resguardaban de bombardeo marítimo los almacenes de pólvora.

La Batería de Torremocha, a barbeta, tenía once cañones del calibre dieciocho y defendía los barcos de la plaza del corso en el Mar de Poniente o de Gibraltar. Impedía, en parte, el bombardeo marítimo sobre los almacenes de pólvora y desde ella se hacían, con el aviso dado por el cañón del Monte Hacho, las señales para que los navíos que usualmente proveían la plaza de Ceuta estuviesen atentos a cualquier ataque imprevisto. En el Castillo de San Amaro (Fig. 92) había cinco cañones del calibre doce para la defensa de pequeños desembarcaderos cercanos y la Bahía Norte, por lo que sería conveniente aumentar su número y su calibre. La Batería de San Pedro tenía tres cañones del calibre veinticuatro, habiendo sido proyectada que fuese perfeccionada en forma de porción de círculo y teniéndose la intención de incorporarle otros tres cañones del mismo calibre para defender mejor la Banda costera Norte. Por último, en el Hacho había un cañón del calibre nueve que servía para avisar a la Batería de Torremocha y que ésta obrase como hemos referido más arriba.

El resumen general de toda la artillería existente en la plaza daba el registro de 94 cañones en la Plaza de Armas, cuarenta y siete en la Ciudad, cuarenta y tres en la Almina y tres de reserva para la defensa de la dársena y del Baluarte de San Sebastián; es decir, un total de 187 cañones, de ellos 64 eran de bronce y 123 de hierro. Posteriormente a este recuento, Andrés de Clairac detalló cómo quedarían las baterías después de la distribución que él proponía, con el fin de que las lunetas de la Plaza de Armas se hallasen con piezas suficientes para contrabatir, en el caso de ser atacada la plaza. Fue así como la Plaza de Armas contaría con 95 cañones, repartiéndose doce en San Luís, seis en la Reina, ocho en San Felipe, dos en el perfil de San Felipe, siete en la Contraguardia de Santiago, seis en su caballero, dos en el Reducto de San Jorge, siete en el Reducto de San Antonio, dos en el pequeño flanco de la puerta del campo del Espigón, dieciocho en el Espigón de África, cuatro en San Javier, seis en San Ignacio, dos en el Ángulo de San Pablo, cinco en Santa Ana, cuatro en San Pedro y cuatro en la Segunda Puerta.

El recinto de la ciudad contaría con cuarenta y ocho piezas, distribuyéndose doce piezas en la Muralla Real y dos en sus flancos, cuatro en la Coraza Alta y tres en su caballero; tres en Santiago, dos en su torreón y otros dos en el plano de éste, tres en la Coraza Baja, cuatro sobre la Primera Puerta, cuatro en el Mirador, dos en el Baluarte de San Juan de Dios, dos en la Catedral, tres en la Brecha y dos en San Francisco. Por otro lado, la Almina dispondría de cuarenta y cuatro piezas, repartiéndose cuatro en San José, cuatro en Fuente Caballos, dos en el Torreón de San Jerónimo, cinco en el Fuerte del Sarchal, dos en el Fuerte del Desnarigado, y otras dos en su cala, cuatro en el Castillo de Santa Catalina, seis en Torremocha, cinco en el Castillo de San Amaro, seis en San Pedro, uno en el Monte Hacho y tres sobre polines o ruedas para la defensa de la dársena. En la estrada cubierta de Plaza de Armas se distribuyeron también dieciocho morteros y nueve pedreros, situando nueve morteros en el Ángulo de San Pablo, diez en San Pedro y tres en la Contraguardia de Santiago; dos pedreros en el foso de Santiago y siete en San Luís. Además, en los almacenes se podría contar con otros seis de a tres pulgadas y cuatro líneas para granadas de mano. Por otro lado, la Compañía de Artilleros contaba con 50 miembros, y la Compañía de Minadores con 56.

Esta reestructuración defensiva se vio complementada por la actividad poliorcética desplegada por el Capitán e Ingeniero 2ª, Lorenzo Solís, en la plaza de Ceuta. Además del proyecto ya estudiado de 1739, había asegurado, por amenazar ruina, el Espigón de Nuestra Señora de África; había recalzado externamente San Pedro en Plaza de Armas, la Muralla del Albacar y las de la Ciudad y Almina que miraban a la Bahía Norte; había asegurado la Luneta de San Jorge e hizo los planos del Baluarte de San Sebastián. A finales de febrero de 1740 realizó un plano de los tambores diseñados para las Puertas de la Sangre y del Espigón de Nuestra Señora de África, y a mediados del mes siguiente proyectó los perfiles para hacer un muelle más cómodo, junto con el plano, perfiles y elevación del Palacio del Gobernador, en el que distinguía el alojamiento principal, lo que se debería ejecutar de nuevo en la fachada principal, la variación que mostraban los tejados todos a un mismo nivel; el nuevo corredor con la escalera principal, un nuevo cuarto que se ensanchaba por comunicarse con una galería, así como otro que se le dejaba más habitable (Fig. 93).

Junto a estos proyectos de Solís, debemos mencionar ahora la actividad poliorcética desarrollada en la plaza ceutí por Diego Bordick, que en el año 1700 ya había planificado su Frente Principal.. Además de proyectar las fortificaciones de Ceuta en 1725, planificó los contornos de la plaza de Gibraltar en 1726 y, desde principios de 1727, era Ingeniero Director. En 1730 proyectó el frente de Ceuta que miraba a los marroquíes, pasando dos años más tarde a dirigir la Fábrica de Tabacos de Sevilla como Ingeniero Director. Proyectó en 1735 las fortificaciones de Badajoz, y en 1736 las torres de la plaza de Orán. Al año siguiente proyectó el Frente Principal de Ceuta y nombrado, como Ingeniero Director, miembro de la Real Junta de Fortificaciones de Madrid, actuando en dicho cargo con el grado de brigadier desde 1739. A sus proyectos de años pasados se añadió ahora, a mediados de julio de 1740, el del muelle situado en la Bahía Norte que posibilitara la entrada en el puerto ceutí de treinta a cuarenta barcos de guerra y galeras pingües. En 1745 proyectó la expedición a Manhia en Argelia, acumulando en ese año en su hoja de servicios un total de 40 años en toda clase de fatigas, movimientos, marchas, campamentos y demás profesiones de guerra, así como en todas las funciones, batallas, ataques, sitios, defensas y expediciones que se habían ofrecido dentro y fuera de la monarquía,

“...en cuyos encuentros he recivido siete heridas y entre otras algunas mortales, de que estoy bastante impedido y procurado conseguir la theorica y practica de Artillería, como la que pertenece a todas las Arquitecturas, adquirí en lo primero lo suficiente para tener escuela practica y publica Academia para la instrucción del segundo Batallón de Real Artillería que discipliné y bastantes sólidos principios en la profesión de Ingeniero...”

No debemos olvidar que desde décadas anteriores los ingenieros habían expresado insistentemente en todas sus peticiones que España debería contar con un órgano permanente o Junta que se responsabilizara de fijar los aspectos económicos, técnicos y administrativos en las obras y fortificaciones de la corona. Desde 1739 las plazas de Ceuta, Zamora, La Coruña, Valencia, Melilla, Gibraltar y Alhucemas llevaban a cabo sus obras y fortificaciones con los ingresos obtenidos mediante la aplicación de impuestos urbanos. Otras ciudades estaban sujetas a la Secretaría de Guerra y las financiaban con fondos de la Real Hacienda y habían otras, como Cádiz, Málaga y Gerona, que contaban ya con Junta de Reales Obras (Muñoz Corbalán, 1992) que aplicaba una tributación reglamentada con el fin de acometer todo tipo de actuaciones constructivas. Gerona constituyó su Junta el 6 de junio de 1737, Madrid el 1 de septiembre de este año y Barcelona a primeros de marzo de 1740.

Siguiendo esta misma pauta, Felipe V ordenó que se formase la Junta de Reales Obras de Ceuta el 4 de marzo de 1741, a través de un reglamento o instrucción que designaba como fondos asignados para la construcción y progreso de las obras las rentas derivadas del tabaco, aguardiente, alfóndiga, sal, almadraba y cualquier otra consignación o arbitrio de los que se diesen en beneficio del rey aplicado a dicho objetivo. En el mismo se fijaba que el Comandante General de la plaza fuese el Presidente de la Junta y, en su defecto, el Teniente de Rey, figurando además como miembros de la misma el veedor y el ingeniero encargado de la dirección de las obras, debiéndose reunir una vez a la semana. Todos sus componentes tendrían votos decisivos, y si el asunto a tratar fuese muy dificultoso y grave se debería dar cuenta a la corona, por medio del Ministro de la Guerra, Duque de Montemar, en representación formal.

Todos los caudales obtenidos pasarían a poder del tesorero, que haría los libramientos, expresando en las correspondientes certificaciones los fines para los que se destinaban. Al final del año, éste presentaría una cuenta formal a la Junta de lo que hubiese entrado y salido de las arcas, acompañada de los correspondientes planos y perfiles de las obras que se hubiesen ejecutado en aquel año. En el caso de que el ingeniero viese conveniente dar a destajo algunas obras de especial esfuerzo, como manufacturas, excavaciones de tierra, pizarras, rocas, demolición de edificios, vestigios antiguos u otras de esta naturaleza; debería comunicarlo a la Junta, quien providenciaría lo que juzgase más oportuno y el ingeniero formaría la contrata en la que se estipulasen las condiciones con que a su plena satisfacción hubieran de determinarse estas obras. Los empleados que, según acuerdo de Junta, fuesen precisos para cuidar de la buena calidad, adelantamiento y trabajo de las obras, habrían de ser por elección, nominación y satisfacción del ingeniero y éstos como los demás operarios estarían totalmente a sus órdenes durante el trabajo, sin depender de nadie como no fuese él para castigarles, despedirles y mudarles, siempre que no cumplieran con su obligación o faltasen a la subordinación debida, dando parte a la Junta para su conocimiento; pero los salarios y jornales de unos y otros se regularían por común acuerdo y satisfacer con certificación del ingeniero, por si tuviese descuentos que hacerles por faltar al trabajo alguno de ellos u otros motivos.

Ningún sobrestante puesto por el ingeniero para el cuidado de la obra tendría brigada alguna de desterrados, sino que los cabos de ellas le estarían subordinados a fin de evitar los fraudes que hasta este momento se habían experimentado. Siempre que el ingeniero necesitase cal, hierro, ladrillo, madera u otra cosa relativa a las obras, debería hacerlo presente en la Junta. Era responsabilidad de aquél el velar porque el interventor y sus sobrestantes diesen paradero a los géneros de obras. En las maestranzas era donde más se trabajaba, comprendiendo para servicio de las reales obras el asiento del coste, por el que las acémilas hacían el transporte de materiales; el ejercicio de las barcazas y la conservación, progreso y entretenimiento de las minas. En este último punto, el reglamento alteraba la norma anterior de que las maestranzas estuviesen dirigidas por los comandantes de artillería, e incluso antes, en enero y febrero de 1738, era el veedor quien mandaba en la Maestranza, como Ministro de Hacienda. Ahora recaía el control de ellas en el ingeniero, produciéndose la anécdota de que incluso el comandante de artillería ignoraba la disposición de las minas, así como si existían o no maderas para sus reparaciones y progresos. Se sujetaba, pues, el capítulo de maestranza y minas a la dirección de la Junta de Reales Obras, planteándose de este modo el que no se supieran los fondos destinados a la artillería y sus precisas necesidades.

En todas las Juntas de Obras aparecieron discrepancias entre los diferentes estamentos y Cuerpos que las componían, y lo mismo ocurrió en la de Ceuta, sobre todo en lo que afectaba a sus competencias y en especial en lo relativo a las funciones y responsabilidades de los ingenieros, así como a irregularidades apreciadas en las partidas y contrataciones. Para solventar estas dificultades, el Ministerio de la Guerra se erigió en árbitro de todo lo que decidieran las Juntas locales, como así ocurrió en las de Cádiz, Málaga y Gerona, que desde 1737 debían remitirle los proyectos de obras, con lo que su capacidad autónoma de decisión se reducía, llegando a centralizarse aún más todo tipo de gestiones y proyectos arquitectónicos con la creación de la Real Junta de Fortificaciones de Madrid en septiembre de 1737. Con ella se intentaría el control general de las Juntas locales creadas y por crear, así como facilitar la transparencia de sus actuaciones, rentabilizar las arcas reales y validar todo tipo de obras.

Incidiendo en este orden de cosas, Felipe V, tras analizar que las compañías de artilleros y minadores de la plaza de Ceuta servían en 1741 con un pie irregular y que con este sistema se perjudicaba al real servicio; mandó que en adelante el gobernador local fuese el inspector de esas compañías, por ser de dotación, y el comandante de artillería tuviera el cargo de subinspector de las mismas, observándose que cada uno estuviese en su respectivo cargo sin variar las reales ordenanzas de infantería en este asunto, dándosele al rey cuenta por parte del gobernador, por vía del Secretario del Despacho Universal, de lo que aconteciese en este particular. Tendría especial cuidado el comandante de artillería, como subinspector, de que estas compañías estuviesen bien instruidas en el manejo de armas, ejercicios de cañón y mortero, construcción de baterías y espaldones, manufactura de fajinas, salchichones, gaviones y todo lo que llevase a la utilidad del real servicio.

El haber de estas compañías no sería como hasta ahora de dos en dos meses, sino como se acostumbraba en todas las tropas reales por prest o sueldo diario, a razón de 50 reales de vellón mensuales para los sargentos, doce para los cabos y treinta y ocho para artilleros, bombarderos y minadores. La distribución propuesta sería para los sargentos de doce cuartos diarios y 65 cuartos para el vestuario; para los cabos un total de ocho cuartos diarios, 116 y medio para masita o parte del prest destinada a la renovación y mantenimiento del vestuario y para artilleros, bombarderos y minadores un total de siete cuartos diarios y 113 cuartos para masita. Con este presupuesto tendrían suficiente para un vestuario completo de tres en tres años, sobrándole al sargento 55 reales y diez maravedíes para adornar su vestuario, y al resto treinta y un reales en tres años que se podrían aplicar para el mismo fin. Las masitas se ajustarían de tres en tres meses, aplicando su importe al entretenimiento de las prendas más necesitadas. El importe del vestuario se guardaría en una caja con tres llaves, una para el capitán artillero y las otras dos para el capitán minador y su ayudante, respectivamente. Las ocupaciones del gobernador no permitían cuidar del mecanismo y detall de dichas compañías, siendo esto más propio del comandante de artillería en lo que se refería a la disciplina, mecánica y cuentas de las compañías. Éstas alternarían según su antigüedad y formarían en adelante Cuerpo, mandando el capitán más antiguo, y si ocurriese que compañías de los dos batallones pasasen por algún motivo a la plaza de Ceuta, alternarían asimismo por antigüedad.

En cuanto a propuestas de empleos subalternos, se observaría en adelante que cada capitán hiciese las correspondientes a su compañía, aprobándolas luego el comandante de artillería como estaba prevenido en el tomo IVº, folio 195, de las Reales Ordenanzas. Para las compañías que vacasen, en lo sucesivo propondría dicho comandante a tres sujetos y esta propuesta la dirigiría al gobernador, quien como inspector pondría en ella sus notas, pasándolas después al rey por vía reservada para que resolviese. A cada uno de estos individuos se les daría una fanega de trigo al mes, considerando la falta que había en el presidio ceutí, pero a aquellos que hubiesen contraído empeños se les quitaría media fanega para pagar sus deudas y media para su manutención. Esta tropa se acuartelaría como las de la guarnición, leyéndosele las ordenanzas dos veces a la semana y el que incurriese en delito sería castigado. Los oficiales subalternos asistirían a las listas todas las tardes y cada semana a la revista de armas y ropa, y a los individuos de estas compañías no se les permitiría ir indecentes como paisanos, sobre todo en las guardias, sino como soldados, no dejándoles usar la capa ni otras ropas que no fuesen de uniforme, el cual debería continuar de azul con divisa colorada. Se suministraría de los almacenes reales a estas compañías las armas necesarias, retirando las inutilizadas y haciendo nuevo cargo de ellas el guardalmacén, como era costumbre.

Las minas eran una de las principales defensas de la plaza de Ceuta y estaban dirigidas por el gobernador, bajo los dictámenes del comandante de artillería e ingenieros. El rey resolvió a este respecto que el capitán de minadores estuviese directamente subordinado al comandante de artillería y asimismo el de artilleros, debiendo el primero levantar y luego firmar cuatro planos de las actuales minas, pasando uno de ellos a manos reales a través del Secretario del Despacho Universal, otro al gobernador y los dos restantes al comandante de artillería e ingenieros. En los mencionados planos se enumerarían todas las galerías, ramales, comunicaciones y hornillos de las minas. Todas las maderas y menajes que existían por abuso a cargo del capitán de minadores, después de inventariados, se entregarían en los almacenes de artillería, pues debería ser éste el depósito general donde se ubicaran todos los útiles para trabajar en las minas. Cuando algunas de las galerías, ramales o comunicaciones necesitasen reparaciones, el capitán de minadores daría parte al comandante de artillería y éste al gobernador, quien dispondría que se reconociese el daño ocasionado por el comandante de artillería e ingeniero encargado de la dirección, a fin de que estando de acuerdo resolviesen lo más conveniente y le explicasen lo pensado sobre el asunto. Formalizada la resolución dada por el gobernador, comandante de artillería e ingeniero en orden a atender los reparos, se prevendría por parte del comandante de artillería al capitán de minadores de que formase el estado con las maderas precisas, así como las toesas, pies y pulgadas de las obras a ejecutar y el número indicativo del plano. A continuación, el gobernador daría la orden al comandante de Artillería para su ejecución, atendiendo a su puntual cumplimiento, teniendo presente para la data del guardalmacén lo prevenido en la Ordenanza Real, tomo 2º, libro 1, t.16, folio 69, artículo 12. Las maderas sacadas de las minas serían anotadas por el guardalmacén para ver su aprovechamiento en otros fines de real servicio. Los progresos y adelantamientos de los ramales serían siempre más acertados en tiempo de ataque, por prevenir éste el rumbo a que se deberían oponer los sitiados para la defensa. Por ello, se suspendería la actividad en las minas, atendiéndose sólo el mantener en buen estado las actuales y evitando así los gastos superfluos que de lo contrario ocasionaban a la Real Hacienda.

Mandaba también el rey que el comandante de artillería y el ingeniero reflexionasen sobre si era conveniente tanto número de minas, pues parecía que la proximidad de los ramales podría ocasionar funestos efectos cuando llegase el caso de operar los hornillos, y sobre este importante asunto atendería el gobernador de la plaza a las resoluciones del comandante de artillería e ingeniero, como también a las exposiciones del capitán de minadores, pasando a manos reales a través del Secretario del Despacho Universal las opiniones de los tres, en el caso de que no coincidiesen sus pareceres y se resolviese lo más conveniente. El último articulo de esta orden real fijaba que, no estando empleada esta compañía artillera en las faenas de su ministerio, hiciese el servicio conforme lo ejecutaban los de su clase en el regimiento real de artillería en semejantes casos.

Los ingenieros intensificaban mientras tanto sus actuaciones en las fortificaciones más adelantadas de la plaza de Ceuta. Tal fue el caso del proyecto, iniciado ya con anteriores ingenieros, de fortificar el Espigón de la Banda Norte arrimado a la zona continental, denominado Nuestra Señora de África (Fig. 94), que sería ahora trabajado por Francisco Sánchez Taramas a finales de mayo de 1741, con sus planos, perfiles y elevaciones. Delimitaba los planos superior e inferior, los almacenes para pertrechos, el almacén de pólvora, la batería baja, la escalera en caracol para subir al caballero, la rampa subterránea para ir a la batería baja y al caballero, el cuerpo de guardia y la puerta para salir la caballería. Al mismo tiempo, el Ingeniero Director con el cargo de Mariscal de Campo desde 1740, Ignacio Sala, remitió un plano del Espigón de África el 31 de diciembre de 1741, y firmado en Cádiz, a José del Campillo, Secretario del Despacho de Guerra, que le fue incluido con una carta en una consulta realizada por la Junta de Obras de Ceuta a primeros de febrero del año siguiente (Fig. 95). El plano mostraba cómo se deberían labrar los sillares de cantería de las murallas de dicho espigón que daban al Atlántico en las porciones circulares convexas, con el fin de que quedasen bien unidos y trabados entre sí con el cuerpo de mampostería.

Años más tarde, en 1748, fue este Ingeniero Director nombrado Gobernador y Capitán General de Cartagena de Indias, llegando a estudiar las fortificaciones del Canal de Bocachica. Igualmente, empleó pilotajes y cajones de madera para el Fuerte de San José, de Santiago y de San Fernando en Portobelo, como los había ya empleado en Cádiz y Ceuta,

“...preparando cajones, limpiando el suelo con palas corvas, con tres o cuatro piquetes clavados enfrente y asentando el piso superior, luego la base de estos cajones se iniciaba con una fila de cantería 1 pie más abajo que durante la pleamar y el declivio sería el que correspondiese al cuerpo del Espigón...”.

Sin lugar a dudas, Sala tenía una completísima hoja de servicios, realizando todo tipo de obras poliorcéticas, tanto en superficie como subterráneas, y traduciendo tratados, como el redactado por el Mariscal de Francia y Director General de sus Fortificaciones, Monsieur de Vauban. En sus 90 páginas, Sala consideraba como muy precisas para la defensa de cualquier plaza el disponer de bóvedas a prueba de bombas para el descanso de la guarnición, porque sin ellas la tropa no dormía ni tenía reposo, llegando a rendirse y a fatigarse antes de tiempo. También era muy importante para él que las principales explanadas de la artillería fuesen de cantería muy fuerte, pues la mayor parte de las bombas que caían sobre ellas se abrían antes de reventar, sin hacer daños de consideración, y al caer una bomba en una explanada de madera la dañaba de tal modo que muchas veces costaba más que componerla. En el capítulo cuarto del tratado justificaba Vauban toda la fuerza de la defensa del glacis y del camino cubierto en las minas y hornillos, pues...

“ninguna cosa acobarda tanto la tropa del sitiador, por ardiente y valerosa que sea, como el verse una y dos veces bolados en el mismo paraje, lo que le obliga a detenerse y buscar bajo tierra la seguridad que no puede hallar en su superficie, procurando desvanecer los hornillos del defensor”.

Ciertamente, si el glacis no estaba minado de antemano no podía la guarnición hacer una vigorosa defensa, puesto que cuando el sitiador llegaba con sus ataques al pie del glacis ya tenía destruidos los principales fuegos de la plaza con la superioridad de sus baterías. Los conductos principales de las minas quedarían libres para oír desde ellos los trabajos subterráneos del enemigo y para construir nuevos ramales y hornillos, de lo que se deducía el inmenso trabajo que tendría el enemigo para superar tantos obstáculos, ya que no era posible que su tropa dejase de acobardarse y aburrirse, viéndose volada tantas veces, y quedándole sólo el recurso de buscar las minas para desvanecer los hornillos, con lo que se alargaría mucho un sitio, que era precisamente, según Sala, cuanto debería desear el gobernador de la plaza.

Por otro lado, en todas las plazas no se podrían construir indeterminado número de minas porque causaría un gasto enorme e inútil, pero considerando que sin éstas no se haría una vigorosa defensa en el camino cubierto, y que tampoco se podrían levantar en el mismo acto del sitio, sería juicioso que, en el mismo momento de hacer dicho camino se le construyese solamente la galería principal que corría bajo del nivel de su parapeto y a ras del foso, con sus entradas señaladas que correspondiesen a los ángulos entrantes de las plazas de armas, lo que evitaría considerables gastos a la fortificación.

Junto a estos presupuestos teóricos de la guerra subterránea, simultanearon en la plaza de Ceuta una serie de proyectos de obras en superficie por parte de otros ingenieros, como Lorenzo Solís, que a principios de marzo de 1743 remitió tres planos a José del Campillo, a través de la Junta de Obras, relativos al paraje de Fuente Caballos que, como había ya detallado en su relación referida a la situación general de la plaza en 1739, se trataba de un tramo costero mediterráneo muy expuesto a desembarcos y que convendría fortificar de nuevo ante el peligro que suponía para toda la población residente en la Almina, en especial para su flanqueo lateral (Fig. 96). En 1740 disponía Fuente Caballos de cuatro cañones del calibre doce, el Torreón de San Jerónimo contaba dos del mismo calibre, y la Batería de San José otros cuatro del calibre veinticuatro. Ahora Solís respetaría el Baluarte de San Francisco, situado junto al Boquete de la Sardina, como obra existente a la que se uniría lo proyectado en la parte occidental. En cuanto a la Batería de la Puerta de Fuente Caballos, se entendería como obra existente que enlazaría con lo proyectado hacia el este. Delimitaba una plataforma nueva con flancos defendiendo los alrededores, la Batería de San José, el Boquete de la Sardina con su puerta y varadero para que saliesen las chalupas armadas; dos cuerpos de guardia nuevos en la Puerta de Fuente Caballos y, junto a la citada Batería de San José, muy necesarios para cubrir bien aquellos puestos, un camino bajo y a cubierto de las alturas enemigas y la Cerca del Tejar.

A finales de mayo del mismo año, Solís remitió una carta al Marqués de la Ensenada, a través de la Junta de Obras, en la que incluyó la planimetría de la Torre del Hacho, con la entrada, la Torre del Mirador, que entendía como inútil por su tamaño, la torre nueva destinada a mirador que estaría situada en la parte norte, con el fin de descubrir mejor los alrededores; un departamento y alcoba para el capitán-centinela para que viviese allí, la habitación del capitán, un cubierto que sirviese para apostar a seis soldados de noche en la Batería de Torremocha y otro semejante para dos soldados con sus caballos de guardia en el Hacho, tres garitones para situar a tres hombres de noche en algunos parajes precisos para su custodia, y cuatro garitas para centinelas que antes estaban al raso y soportaban las inclemencias del tiempo. Dichas mejoras y obras se harían de piedra, tierra y poca cal, muy económicas, sólidas y duraderas y las maderas correspondientes se retirarían de las depositadas en el Tejar (Fig. 97). En cuanto a su defensa artillera, el Hacho disponía ya en 1740 de un cañón del calibre nueve, que servía para avisar a la Batería de Torremocha para que ésta a su vez diese la voz de alarma a los navíos que suministraban a la plaza, y por lo tanto estuviesen atentos a cualquier contingencia.

Muchas veces no coincidieron los presupuestos teóricos poliorcéticos dados por los propios ingenieros, dándose ejemplos de criterios tradicionales de fortificar junto a otros más modernos, e incluso llegando al rechazo de los más elementales aspectos para una regular defensa. Tal fue la postura dada en 1744 por el Teniente Coronel e Ingeniero 2ª, Félix Prósperi, italiano que en su nuevo método de fortificar defendía que las máximas que deberían observarse cuanto fuese posible eran que todas las partes de una plaza se pudiesen defender unas a otras, que los flancos permaneciesen ocultos, fuesen grandes y con fuego continuado o perenne; que todo se pudiese defender con la fusilería, que se defendiese mucho terreno con poca gente, que los fosos se hiciesen anchos y llenos, que se eligiesen como más valiosos los baluartes y revellines mayores antes que los menores, y que para fortificar bien no se reparase en reglas de autor alguno, ni en máximas particulares

Estos planteamientos disentían con los de la mayoría de los ingenieros, para los que la tratadística y los estudios académicos debían ocupar un lugar relevante en la aplicación práctica de proyectos y realizaciones poliorcéticas, sin olvidar tampoco la experiencia personal adquirida a través de los dilatados años de servicio de armas. Todo esto se ratificaba en los distintos dictámenes emitidos por la Junta de Obras sobre las minas de Ceuta, como el del 11 de marzo de 1745. Los oficiales de la misma examinaron las reflexiones que en la primera sesión había formulado el Ingeniero Comandante Lorenzo de Solís, y después de algunas consultas, superados algunos inconvenientes y añadidas algunas prevenciones, resolvieron que su dictamen debería redundar en el mayor progreso de la defensa subterránea y en la mejor economía en gastos de esta dependencia, tan importante para la conservación de este ventajoso presidio. Se mantendrían los tres ramales de minas dentro de las fortificaciones de ese frente, aquellos que se dirigían con leves tortuosidades hacia la Estrada Cubierta, uno por la derecha y otro por la izquierda, y el resto por el centro mientras se les mejoraba, dándoles una dirección más recta y abocándolos a una galería que se proponía hacer nueva debajo del Camino Cubierto, de tres pies de ancho y cinco de alto, la cual debería correr desde el ala derecha a la izquierda. No habiéndose modificado este Frente de Tierra, como lo intentó el Ministerio de la Guerra, se podrían hacer con rosca de ladrillo y sus pisos se subirían algunas pulgadas, manteniendo la misma pendiente que tenía el foso de las fortificaciones exteriores más avanzadas. Dicha galería se debería fabricar sin más dilación, dándoles a las aguas de la campaña que a ella concurriesen el desagüe y curso más cómodo y regular que al capitán de minadores Félix Tortosa le pareciere más conveniente. Al estar construida con entrada por los fosos, permitiría también una fácil disposición para buscar al enemigo a conveniencia, aunque bien entendido que desde las capitales del Camino Cubierto se harían unos ramales preventivos y asimismo, entre los nuevos que se hubiesen de levantar hostilizando al enemigo, tuvo como primordial Tortosa que se practicasen otros que los intercomunicasen con regular posición de ángulos para su ventilación.

Mientras se concluyese la galería propuesta, precediendo su real aprobación, los miembros de la Junta convinieron que en estos momentos no se abandonasen las minas que existían en la campaña, fuera del Camino Cubierto, conservándolas con nimias reparaciones y gastos, con el fin de que aumentasen la defensa de la plaza, y que a las más adelantadas que no servían de precisa comunicación de las intermedias no se atendiesen ni se emplease dinero alguno en ellas. Ya que los ramales nuevos hacia la campaña deberían ser conducidos de regular forma, se especificaría en el plano su disposición para que, teniendo Tortosa una copia rubricada y otra en el archivo de la Junta de Reales Obras, se observase lo que Felipe V llegase a aprobar en correlación con este dictamen emitido. Del mismo modo, era preciso y conveniente que para estos nuevos trabajos el rey estableciese en la plaza de Ceuta las mismas gratificaciones, además de su plaza corriente, a los minadores, cabos y sargentos, como se estilaba y practicaba a dar por cuenta de la Real Hacienda a los minadores del Ejército por los días que se empleasen en el trabajo, con las intervenciones y formalidades que tuviese la corona por conveniente, con lo que la Junta local provisional de Ceuta estimaba que quedaría servida de manera regular y con utilidad para su servicio y el erario establecido.

Por otro lado, a finales de mayo de 1745, se hicieron gestiones ante el Comisario General de Cruzada, Domingo de Bustamante, para que la aplicación de los bienes de Cruzada se destinasen a las reedificaciones locales como consecuencia de la epidemia de peste bubónica declarada entre 1743 y 1744. Dichas tareas fueron evaluadas por la Junta Real de Obras en agosto de 1745 en 344.936 maravedíes. De igual modo, en una relación de finales de junio del mismo año se especificaban las reparaciones y fabricación nueva por incendio de las Iglesias de San Antonio, San Amaro y Valle, del Hospital Real, Hospital de San Amaro, Hospital Real de Mujeres, Cuerpo de Guardia del Pozo del Rayo, de las Balsas y de San Felipe, así como las casas de Juan Aguado, María de Ledesma, José de Linares, Gregorio Parra, y Tomás Pinto. Ampliando lo anterior, debemos decir que el Hospital Real, distante dos varas de la Veeduría y colindante con el Convento e Iglesia de San Francisco, se encontraba en pésimo estado en 1746 por el deficiente mantenimiento provocado por dicha epidemia, que llegó a registrar un total de 4000 defunciones, y precisó por ello el aprovisionamiento de caudal procedente de la Comisaría de Cruzada, ya que sus reparaciones fueron presupuestadas en casi 42.777 reales de vellón.

Aunque las disposiciones de la Junta de Obras fijaban reglamentariamente lo ya realizado y lo que se debía de hacer en cada momento en las fortificaciones de la ciudad, ello no fue obstáculo para que en ocasiones el gobernador local actuase unilateral y arbitrariamente, asumiendo unas competencias que no eran sólo suyas. A este respecto, la real disposición dada por la Corte el 3 de enero de 1748 por el Marqués de la Ensenada al Ingeniero en Jefe, José Muñoz, reprendía al gobernador, Juan de Palafox, por haber hecho edificar, contra la voluntad real, algunas tapias delante de la Puerta Almina y haber ensanchado de modo perjudicial el camino de dicha Almina por su parte sur, ordenándose que se cesase luego en ese trabajo y arrasasen las citadas tapias, y reiterándole que en adelante no emprendiese obra alguna sin reparo alguno y sin real aprobación, confiriéndolo antes en Junta el ingeniero Muñoz y el Ministro de Hacienda.

Muñoz fue destinado a Orán con el mismo cargo, pero antes de marchar hacia allí el 9 de noviembre de 1748 realizó el plano y perfiles de la Batería de Torremocha en la península de la Almina, con capacidad para ocho cañones. Asimismo, en agosto de 1749 el presupuesto de su cuartel proyectado ascendía a 68.462 reales, cuya edificación se pensaba sufragar con la ayuda de la venta del aguardiente. Al producirse dicho cambio, se personó en Ceuta el Ingeniero en Jefe y maltés de nacimiento Leandro Bachelieu, que ya había actuado en 1745 dando su visto bueno a dos almacenes de pólvora situados en un cerro de la Almina. Al poco de estar en Ceuta, Leandro demostró su fuerte carácter al chocar con el Ministro de la Real Hacienda por el mal gobierno de sus asuntos, dando cuenta a la Corte, que resolvió a su favor. Lo mismo pasó al gobernador Orcasitas, con quien dicho ministro había tenido roces en cuanto a sus respectivas jurisdicciones, ya que aquél no estaba acostumbrado a obedecer las órdenes reales. El Ingeniero en Jefe, en su afán por adularle, no hizo las correspondientes diligencias para que el expediente incoado al anterior gobernador, de fecha 3 de enero, se llevase a cabo.

Con todo, el trabajo en las minas continuaba a muy buen ritmo, a pesar de las diarias incursiones enemigas. El capitán de minadores, Felipe Tortosa, remitió un plano (Fig. 98) a la Corte en 1750, donde indicaba todo el entramado de galerías subterráneas, con las bocaminas reales y hornillos de la campaña, así como parte de la fortificación antigua que partía desde el Foso inundado de las Murallas Reales hasta llegar a los ataques, baterías de cañones y morteros enemigos del Campo Exterior. Los minadores españoles vestían casaca azul con vuelta encarnada, chupa y calzón gris e iban armados con sable, fusil y pistola. Cuando trabajaban en las minas se cubrían con un capote en forma de capucha para defender sus ojos de la tierra y del polvo. Acostumbraban a hacer las galerías, también llamadas ramales, canales, retornos o conductos desde la salida de pozos o haciendo aberturas de tres a cuatro pies, adelantándolas hasta debajo del terreno de las obras en donde se quisiese conducir la mina o contramina. Tanto los sitiadores como los sitiados adelantaban sus galerías, cada uno por su parte, y si se encontraban procuraban destruirse unos a otros, o cuando menos intentaban inutilizar sus obras. En el momento en que los minadores oían trabajar a los enemigos, su mayor atención consistía en aplicar un hornillo o petardo en su galería para que la atravesase y derrumbase, esparciendo tanto humo que la mayor parte de los trabajadores pereciesen asfixiados.

El ingeniero Canelas trabajó en Ceuta desde el año 1724, planificando las bóvedas a prueba de bombas del terraplén de la Muralla Real, así como almacenes de pólvora en 1746. De primeros de octubre de 1750 son el plano y perfil de la Lengua de Sierpe de San Felipe (Fig. 99), que él delineó y que luego firmó Agustín Ibáñez Garcés, a la sazón Ingeniero en Jefe tras sustituir en el cargo a Leandro Bachelieu el 22 de abril. En dicho proyecto, modificaba la cámara subterránea de madera y el cuerpo de guardia del Camino Cubierto, colocaba puntales y traviesas en la parte superior y laterales por amenazar ruina, reparaba la comunicación a dicho reducto, prolongaba sus caras y trabajaba aquellas partes del mismo que estaban deterioradas por efecto de las minas, las que habían tenido trincheras o aquellas cuyo suelo era muy poco consistente. Ibáñez fue un verdadero servidor de Fernando VI, por lo que volvió a sacar a colación la real orden de 2 de enero de 1748, previniendo al Marqués de la Ensenada de su incumplimiento, con lo que éste previno al gobernador Orcasitas el 28 de julio de 1750 porque ...

“teniendo entendido no haberse dado cumplimiento a la Real Orden de 13 de febrero de 1748, es muy de su real desagrado su inobservancia y que sin la menor dilación haga poner en práctica la demolición con todo lo demás que se oponga a la defensa de la Fortificación, y señaladamente el quarto que se edifica en el terraplén de la Muralla de la Marina Norte, sin permitir V.E. que en adelante se altere lo que en estos asumptos queda reglado, pues será responsable de su observancia”.

Esta orden llegó a Ceuta el 6 de agosto, demoliéndose las tapias con brevedad, sirviendo la tierra empleada en su construcción para llenar zanjas y fosetes y resultando así cómodo el paso a los civiles que se dirigían a sus casas, sin tener que realizar rodeos como antes ocurría.

Desde finales de enero de 1751 fue nuevo gobernador de Ceuta Pedro Loaísa, Marqués de Matilla, Brigadier de los Reales Ejércitos y Teniente de Rey, que permaneció interinamente durante treinta y siete días en dicho cargo. Le sucedió Carlos Francisco de Croix, Teniente General de los Reales Ejércitos, que desde el principio de su mandato impuso las rondas nocturnas de todos los oficiales, así como frecuentes salidas marítimas sobre el río Negrón y río de Tetuán, y terrestres sobre los sitiadores de la plaza, acantonados a tiro de fusil de las fortificaciones más avanzadas. En este año actuaron en la plaza de Ceuta el Ingeniero Voluntario Ramón Panón30, mandando las Baterías de las Lunetas de San Felipe y la Reina, trabajando en los atrincheramientos, los Ingenieros Extraordinarios Luís Huet y Antonio Murga, que había sido nombrado el 12 de enero Director de la Academia de Matemáticas de Ceuta, y el Ingeniero 2ª Carlos Luján. Este último realizó el 2 de abril el plano, perfiles y vistas del Espigón de la Ribera, llamado también de la Coracha (Fig. 100) o Espigón de la Izquierda, demostrando sus ruinas, lo corroído, su cabeza y su canal hasta la peña. Recordemos que ésta estuvo fortificada en tiempos pretéritos, habiéndosele colocado incluso potencial artillero, como lo indicaban el encastre para asegurar su retreta y la zarpa y carretales que se proyectaban para evitar dicho paso, quedando su mayor profundidad durante la bajamar en dos pies y medio, y el resto hacia su cabeza en seco.

De la misma fecha fue otro plano suyo (Fig. 101) del Frente de la Puerta de la Almina, que representaba toda la superficie comprendida entre la Casa del Gobernador y Fuente Caballos. En este último paraje se perfilaban las tierras que se deberían escarpar para su mejor defensa y seguridad, así como el espaldón u obra que en dichas fortificaciones se debería fabricar de modo provisional para que quedase todo desenfilado de la batería enemiga situada en el Morro de la Viña.

Resultaba indudable que el refuerzo artillero de las fortificaciones fue fundamental para sostener los sitios impuestos a la plaza por parte de los marroquíes. De aquí que el Comisario Provincial de Artillería debiera redactar asiduamente las correspondientes revistas del material artillero, pormenorizando su estado, las existencias y los que hacían falta que se remitieran, expresando al mismo tiempo el grado de premura para su disposición, según la situación real de cada momento. En este sentido, el Marqués de Croix remitió el 10 de junio de 1751 al Marqués de la Ensenada el estado de los montajes de artillería que el comisario Pablo Blázquez le había detallado, informándole que existían 52 cureñas de servicio, incluidas las de los cañones de hierro de los calibres dieciocho, doce y ocho, que había un total de 76 defectuosas y que 69 se deberían reemplazar. Sería muy conveniente que se remitiese el doble de cureñas para poder contar con alguna reserva, no sólo por lo que pudiera ocurrir sino también para el reemplazo de las que continuamente inutilizaban los temporales. Eran muy pocas las que se podían recomponer, cambiándoles sus ejes, ruedas, soleras o herrajes, pero no admitían mayores mejoras porque sus maderas estaban carcomidas o podridas por efecto de las frecuentes humedades del lugar. El total de ajustes de mortero útiles para el servicio era de dieciséis y seis eran defectuosos, con lo que al presente había los necesarios para su uso regular. Las bombas de diez pulgadas y nueve líneas, usadas regularmente en caso de necesidad para los morteros de doce pulgadas, mientras que a éstos y a los de nueve pulgadas se les dotaba de sus correspondientes, no tenían la fortaleza suficiente para su uso regular por estar carcomidas, por cuyo defecto se destinaron para hornillos y para arrojarlas al foso, aunque en caso de necesidad podrían servir también para este menester otras de calibre inferior. En cuanto al personal artillero, la Compañía Provincial disponía 79 miembros, mientras que la Compañía de Minadores contaba con 80.

En cuanto a los ingenieros, Carlos Luján trabajó de modo continuo durante todo el año 1751, diseñando a mediados de junio la construcción de un cobertizo frente a la Puerta de la Almina, junto al terreno del Revellín, donde se pondría una pescadería cercada de estacas, un cuarto para el repeso y otro que serviría de almacén de berberechos y demás artículos procedentes de la Península, los cuales antes se vendían en el Foso semiseco. También fue suyo el proyecto de un cuartel (Figs. 102, 103 y 104) que se debería construir en la Península de la Almina, a la izquierda de las Grandes Balsas, mirando su frente a la Marina Norte, con capacidad para un regimiento de infantería, 1200 desterrados y pabellones para oficiales. Seguía un esquema rectangular de dos plantas, con una puerta principal, otra para el cuerpo de guardia y una tercera de comunicación para los desterrados, además de una prisión, las bóvedas donde se situarían los desterrados y las destinadas a los cabos de briada, las cocinas, los lugares comunes y unos tramos de escaleras de acceso al segundo piso, en el que estarían ubicadas igual número de habitaciones para la tropa. Los pabellones contaban con sus puertas correspondientes, las habitaciones para oficiales subalternos, las destinadas para los que cambiaban la tropa, lugares comunes y escaleras de subida al segundo piso, que era igual que el primero. Luján prevenía que para la construcción de este edificio sería preciso disponer a tiro de pistola de la piedras, agua y arenas necesarias, las acémilas que el rey pagaba diariamente en esta plaza, como asimismo los desterrados para excavar los cimientos y prestar servicio a los maestros albañiles.

En 1752 detentó el cargo de Ingeniero Director de las fortificaciones y obras de la plaza de Ceuta Jerónimo Amici, que ya en 1718 había trabajado en la Ciudadela de Barcelona, y que en 1749 había trazado un plan de reparaciones para el Castillo de San José de Almería. A sus órdenes trabajó el Ingeniero Ayudante o Extraordinario Pedro de Brozas y Garay, que obtuvo dicho cargo en 1751 y que había asistido al Marqués de Verboom en su Secretaría. A finales de enero trazó Garay un plano (Fig. 105) que mostraba una porción del Foso de la Almina hasta el puente, con el muelle por entonces existente que salía desde el mismo ángulo del Baluarte de San Juan de Dios y que debería concluirse tomando la dirección noreste y arrimarse al nuevo espigón, el antiguo espigón de estacas y piedras sueltas que estaba ahora arruinado y que se debería quitar por completo, pero que provisionalmente se había fabricado para resguardar las embarcaciones, el brazo nuevo que se debería sacar desde el ángulo de la espalda del Baluarte de San Sebastián y el pequeño puerto que ahora se formaría para que sirviese de resguardo a pequeñas embarcaciones.

El primer objetivo marcado por el nuevo Ingeniero Director de la plaza fue, por un lado, de proteger la banda sur o mediterránea cerrándola hasta la batería del Sarchal y reforzar ésta, y por otro lado, intensificar la protección de las embarcaciones locales con la dotación de un puerto más abrigado en la Banda norte. Por ello, propuso a la Corte un nuevo plano (Fig. 106) de la Batería a barbeta del Sarchal, artillándola con capacidad para diez cañones y haciendo destacar en ella su entrada y el tambor que la cubría, su parapeto a barbeta, la explanada, el terraplén, un recinto de mampostería con estacada encima, un foso que cubría a la batería de los caminos colindantes, el cuerpo de guardia, un cuarto para el oficial de guardia, dos cocinas, el cuerpo de guardia para los artilleros, así como otro cuarto para el sargento de artilleros y un almacén de pólvora.

Siguiendo con el plan iniciado por su Ingeniero Ayudante, Amici hizo a mediados de diciembre una relación y un plano (Fig. 107) que indicaban el estado en que se encontraba el Foso de la Almina, centrándose en la parte destinada a resguardar las barcazas que descargaban materiales y víveres procedentes de la Península para las reales obras de la plaza de Ceuta, a cuyo mismo fin estaban destinados los buques de remo de pequeño porte, como el nuevo javeque, la lancha real y la liparota. En el plano indicaba el estado del referido foso antes del mes de septiembre, cuando el gobernador local comenzó a profundizar su base, hallando un nivel de dos pies de profundidad durante la pleamar, dos pies de arena y después un suelo de pizarra continua. Estando las aguas en marea baja, dicha zona quedaba casi seca hasta el puente, y entonces por delante del andén o muelle se contaba con agua suficiente para arrimar las otras barcazas para descargarlas, actividad portuaria que se veía favorecida en invierno, debido a la existencia de mayores mareas. Por la parte del Baluarte de San Sebastián, llamado al presente el Revellín, la pizarra quedaba siempre al descubierto, sirviendo de estribo a la fundación de su muralla.

Los temporales de diciembre de 1751 habían destruido el espigón de estacas, volviéndolo a reedificar en el pasado junio el Marqués de Croix, pero a pesar de la insistencia de la Corte en mantenerlo, Amici demostró que era una obra enteramente inútil por ser baja y compuesta de piedra suelta y pequeña, pasándole por encima los temporales del nordeste, este y sureste. Meses atrás se había levantado un primer malecón para que las aguas no embarazasen la excavación, y desde éste hasta el puente se sacaron los dos pies de arena referidos y luego cuatro más de pizarra, empleándose para ello pólvora de modo incorrecto, ya que la regla decía que a tres pies de profundidad de un barreno se debería emplear más de dos pies de pólvora y el resto con tierra para atajarle, a lo que añadía que los otros barrenos podrían agotarse debido al agua que transpiraban, dando apenas tiempo para cargarlos y dispararlos, convirtiéndose la citada pólvora en una pasta. En esta primera excavación de pizarra se ejecutó otra obra absurda, según Amici, y fue que desde el puente hasta el malecón se descubrieron los cimientos de la muralla del Baluarte de San Sebastián, dejándolos desamparados y más altos que la excavación, razón por la que levantaron un segundo malecón que sirvió para profundizar todo hasta nueve pies, desbaratando el primero, así como una parte del andén, dejando descubiertos sus cimientos y sin reflexionar que, volviendo las aguas a ocupar aquel sitio, podría introducirse por las venas o vetas de la pizarra y ablandarla de modo que se rindiese al peso de la mampostería que estaba sobre ella y arruinarse, particularmente por la parte de dicho baluarte, por la gran masa y altura del terraplén que lo formaba, a cuyo movimiento de tierras podía también contribuir las salvas que se hacían con los cañones situados sobre el baluarte, como se había experimentado en la garita del ángulo, a cuyo pie estaba el segundo malecón, llegando a agrietarla por varias partes y debiéndose reedificar.

La excavación referida de cuatro pies de pizarra y dos de arena, añadiendo a éstos los dos pies de agua en alta mar, podría ser suficiente, pero la idea pretendida era de que en dicho paraje entrasen las demás embarcaciones reales, como los dos barcos largos de la Reina Ana y San Zenón, y para ello profundizaron desde el puente hasta el malecón otros ocho pies, hasta llegar a los actuales dieciséis. En los perfiles, Amici indicaba que se debería continuar la excavación hasta 140 varas contadas desde el segundo malecón, sin contar el declivio que se le debería dar hacia afuera a fin de que las arenas no se introdujesen tanto con las corrientes y para que al retirarse volviesen a arrastrar tras de sí las que hubiesen entrado. Las dificultades encontradas para la prosecución de esta obra fueron muchas, ya que era preciso ir ocupando con malecones los espacios que se determinaba profundizar, como se reconocía con el tercer malecón, que se dejó de construir porque filtraba gran cantidad de agua a través del espigón, siéndole preciso por tanto revestir por dentro y por fuera con otro malecón a él arrimado y situar una bomba que trabajaba continuamente en desecar la excavación de las aguas que filtraban por la misma pizarra. Asimismo, el canal formado se volvía a llenar de arenas hasta la superficie que tenía esta zona antes de su primitiva excavación, puesto que se encontraba al descubierto de los temporales dominantes en la banda norte, y los cinco pies de vara en marea alta actuales, una vez retirados los malecones, no evitarían que las arenas se introdujeran allí de nuevo.

Una gran parte de los escombros que dio esta excavación se depositó en este Foso de la Almina, pasado el puente y otra no menor se echó encima del andén, desde la muralla de la plaza hasta la garita. Por otro lado, las barcazas transportaron otra cantidad que vaciaron a lo largo de la muralla que desde el Baluarte de San Sebastián seguía hasta San Amaro, y otra carga fue llevada a una distancia de 100 toesas, frente al mencionado Foso de la Muralla Real y su entrada, todo esto yendo contra las defensas hechas por el rey para la conservación y limpieza de los puertos, caños, surgideros y bahías. Estos escombros de pizarra mandados depositar por el gobernador podrían, según Amici, traer resultados funestos para la integridad de los sistemas defensivos de la banda costera norte, ya que los temporales de levante podrían desmoronar estos materiales pizarrosos y extenderlos a lo largo de la muralla hasta el Foso inundado con el riesgo de cegarle enteramente, mientras que los temporales de poniente podrían devolverlos a las mismas excavaciones. Para el Ingeniero Director, esta fábrica ...

“se ha emprendido sin haverse propuesto en Junta alguna y por consequencia ignorarse si ay aprobación de la Corte causando un crecidísimo gasto, parece deviera suspenderse por las razones y dificultades arriva mencionadas y proponer a S.M. la ejecución del Muelle antiguamente proyectado, aunque en dicho Proyecto no se halla bien colocada la entrada por estar a la parte de levante quando deve mirar al poniente, a fin de que las arenas no entren a zegarle, por lo que es preciso darle otra disposición para la qual necessita un sondeo formal para con mas conocimiento deliberarle”.

A este respecto, recordemos que el Ingeniero Director de fortificaciones tenía numerosas competencias, como cuidar de la plaza a él asignada, visitarla todos los meses, ordenar las obras convenientes, dar cuenta después al Ingeniero General de todo lo proyectado y, una vez que le devolviesen los proyectos aprobados por la corona, hacía saber a los asentistas las obras que se ejecutarían por medio de una publicación, así como su adjudicación, en presencia de la Junta de Reales Obras. Al Director le correspondía también tener cuidado de todos los trabajos de las líneas en la forma que el Ingeniero General lo hubiese hecho, mientras durase la guardia de veinticuatro horas; distribuía a los ingenieros de su brigada el trabajo de la noche, hacía trazar las trincheras, las plazas de armas y los alojamientos, y para esto tomaba la correspondiente orden de su superior.

Jerónimo Amici hizo otra relación el 18 de abril de 1753 del estado que presentaba el Espigón de Nuestra Señora de África (Fig. 108), situado a la derecha del frente de la plaza que miraba al campo enemigo, de las causas de la ruina que amenazaba la parte más adelantada en el mar, así como del método que él proponía, como Ingeniero Director, para repararlo. Este espigón, como se representaba en el primer plano, había sido ya proyectado por el Ingeniero Director Diego Bordick y ejecutado después por el ingeniero Diego Cardoso en 1735, siendo Teniente de Rey el difunto General José de Aramburu. Según Amici, dicha fortificación no debería mantener el alineamiento del flanco antiguo, que contaba con dos cañones, ya que siguiendo el referido proyecto este espigón hubiese quedado enfilado por la batería enemiga situada en el Morro de la Viña, que era un terreno elevado situado a 600 varas frente a la posición izquierda, pero Cardoso, sin atender a este inconveniente, continuó dicho alineamiento y mantuvo así enfilado el espigón. Éste remataba en su extremo o cabeza en un caballero con batería alta y baja, que tampoco se justificaba puesto que por su lado costero no precisaba cubrirse de ninguna enfilada y tampoco dominaba los terrenos del frente de la plaza que desde dicho morro bajaban hacia la playa que miraba al norte.

Una de las murallas que formaban el espigón, la que miraba al campo enemigo, tenía el grosor de cuatro varas hasta el arranque de la bóveda, y la del lado de la plaza tenía dos varas y un pie, por lo que al no tener proporcionada fuerza con la primera para sostener el empuje de la bóveda que paralela a ellas formaba el caballero, fue la causa de que se hubiese quebrado por diferentes partes, a pesar de que una vez ejecutada practicaran por debajo de su clave dos arcos para sostenerla, resultando totalmente inútil este empeño e inclinando sensiblemente a la muralla más estrecha. En el caso de que este caballero hubiese sido necesario con una batería baja, en lugar de una bóveda paralela a las dos murallas debería construirse las precisas, pero perpendiculares a ella, para evitar su ruina llegando a ser batido en brecha en la batería baja. Además de la defectuosa fabricación del caballero, reconoció falta de suelo bajo el espigón debido al movimiento continuo de las aguas y de los temporales del sureste, que habían socavado su pie. Ello fue verificado a través de la relación dada por el maestro mayor de albañilería, Juan Guerrero, y de carpintería, Juan Sánchez, que asistieron a esta obra con el ingeniero Cardoso y que detallaron lo acontecido,

“...haviendo determinado D. Joseph de Aramburo fundar otro Espigón, convidó a el Señor Obispo a fin de que con su asistencia se colocase la primera piedra, que fue al extremo del citado Espigón, y otra piedra fue sentada en terreno no firme, y que assí fue siguiendo lo demás de la obra, y que tanto el Yngeniero que el referido Guerrero no se atrevieron a contradezirle porque no gustava se le propusiesen dificultades, ni que se replicase a sus determinaciones. A lo que Juan Sánchez añadió que estando concluido, padeció su caveza o extremo un temporal que huvo que socavó una parte de ella, arrancando sillares de crecido tamaño aunque fuesen engrapados de fierro según Arte, y que haviendo llegado a esta plaza de estacas aforrado de planchas, y que vaziadas con bombas las aguas y limpiadas las ruinas el Yngeniero Don Lorenzo Solís éste hizo rodear la caveza, y a alguna distancia de él, con un malecón hasta la última piedra de su fundamento, clavó en éste muchas estacas en forma de pilotage, pero sin ser guarnecidas con puntas de fierro como es costumbre y que lo mas que estas entravan era 2 pies y otras menos; luego hecha esta diligencia volvió a fundar sobre ellas hasta reparar enteramente el dicho socavado, y esto mismo lo confirma el mencionado Guerrero”.

Se confirmaba así la causa del desplazamiento de la obra, que resultando sólo en la parte que ocupaba el caballero, se hacía preciso demolerle para evitar mayores ruinas y gastos, así como dejarle a igual altura que el resto del espigón. El cordón más bajo de éste debería ser desmontado y, una vez quitado, se levantaría su muralla, asentándole nuevamente al mismo nivel y situar la garita en el correspondiente lugar. Luego se demolería la escalera de caracol que permitía la subida al caballero y el almacén de pólvora, sacando todas las tierras hasta encontrar el firme, que según el corto pilotaje que realizó Solís debía tratarse de peña. Hallada la roca por firme y reconocida la fundación de las dos murallas de la parte del campo enemigo y de la plaza con algunas catas espaciadas, si no llegasen al firme se deberían recalzar interiormente, introduciéndose por debajo de ellas sillares de cabeza, pero no todo de una vez sino en pequeñas porciones hasta donde se iniciaba la muralla circular. Esta zona se repararía de modo diferente, demoliendo interiormente la porción circular hasta la mitad de su grosor y desde sus cimientos hasta una altura reglada, después se picaría la peña que se hubiese descubierto, de manera que se inclinase ésta hacia adentro con el máximo declivio posible, con el fin de que la nueva mampostería hallase resistencia hacia afuera y con buenos sillares bien cramponados o provistos de clavos con cabeza acodillada se levantara la nueva fundación unida a la muralla antigua, asentando y ripiando todo esto a golpe de martillo y con buena mezcla, hasta recibir lo alto de aquélla sin dejar en esta parte ningún vacío ni flojedad. Esta nueva pared no debía seguir interiormente la figura circular de la antigua sino en línea recta, partiendo ambas desde el punto que formaban las dos líneas tangentes con el círculo de la cabeza del espigón. Este refuerzo interior construido sobre el firme no había dudas que impediría su actual desplazamiento y sería también menos costoso.

Concluido lo anterior, se podría volver a construir el pequeño repuesto de pólvora en el mismo lugar que en la actualidad, quedando totalmente debajo del terraplén, de modo que sobre la clave de su bóveda quedase bastante refugio, volviendo luego a formar el terraplén con tierras bien apisonadas y cañas humedecidas que hiciesen más cuerpo y se cubriría su superficie con losas cuadradas, con sus juntas bien unidas y asentadas en un buen hormigón. Colocado el cordón y siguiendo el nivel del resto del espigón se haría el mismo número de troneras que permitiera el recinto, levantando su parapeto y merlones, de modo que quedasen a cubierto los que debían defenderlo.

La comunicación al pequeño depósito de pólvora podría ser continuada por debajo, como la antigua. Para cubrir la enfilada del Morro de la Viña podría ser suficiente el dejar una abertura para el paso de la artillería y para comunicarse desde lo alto de la batería con el repuesto de pólvora se usaría la escalera de caracol. Las bóvedas que actualmente estaban por debajo del terraplén, la comunicación y el cuerpo de guardia deberían levantar sus suelos por encima del nivel de la pleamar, y la puerta del espigón que miraba a la plaza por donde entraban las aguas en los temporales convendría ponerla a cubierto, formándole su comunicación lo más próxima a la muralla y cubrirla por encima a fin de que las olas no se introdujesen y estuviese siempre libre y enjuta, pues debería servir para el paso de la caballería. Para entrar a lo alto de la batería, no siendo suficiente la de caracol, debería practicarse por el Cuartel de Desterrados.

Amici fue relevado el 23 de abril, ocupando el cargo a partir de ahora como Ingeniero Director Jefe de la plaza de Ceuta Juan Bautista Gastón y French. Este ingeniero había sustituido en 1738 a Sebastián Feringan en la dirección de las obras del Arsenal de Cartagena por presiones del Intendente de Marina Ruvalcaba, pero lo mismo que le pasó a su antecesor, chocó desde el principio con las principales autoridades navales. Ello motivó que Ensenada le reemplazara al año siguiente por el Ingeniero 2ª Esteban Panón, y que trabajase desde entonces como Ingeniero Ordinario en las fortificaciones de Calpe en 1747, y como Ingeniero 2ª en la plaza de Lorca en 1750.

A los dos meses de ser elegido Ingeniero Director de las obras de Ceuta, French dio el visto bueno a una relación que detallaba los trabajos realizados en la plaza ceutí y que firmó el Ingeniero Extraordinario y Teniente Juan Bautista Derretz, quien había trabajado a las órdenes de Amici en julio de 1752, encargándose de pormenorizar las reales obras, de la excavación del puerto y construcción del muelle, y continuó como tal junto a Esteban Panón. Por dicha relación sabemos que se continuaba trabajando en los cimientos del gran cuartel proyectado para dos batallones y 1200 desterrados, sacándose piedra de las canteras del Sarchal y Pozo del Rayo para las reales obras, recomponiéndose la Casa del Ministro Principal de Hacienda y Contaduría, haciéndose obras en el taller nuevo y en el rastrillo de Fuente Caballos, cubriéndose el tejar del tinglado que debería servir para la custodia de maderas y pertrechos de marina, acabándose la recomposición de las cocinas del Regimiento de Córdoba y recomposición de la Lengua de Sierpe de San Antonio y trabajándose en las minas de la Luneta de San Felipe.

Asimismo, se estaba componiendo una puerta en el Almacén de Artillería, se había comenzado a demoler el Espigón de Nuestra Señora de África y se emplearon a fondo los herreros en hacer diferentes clavos, picos, azadas y recomponer barrenos, picaretas y fogariles para la Plaza de Armas. Los cerrajeros hacían cerraduras, cerrojos, cinceles y punteros nuevos, recomponiendo además los deteriorados; el farolero hacía faroles y velones para las guardias de la Plaza de Armas y diferentes puestos; los carpinteros labraban maderas para puertas y ventanas del taller y la Casa del Ministro Principal, así como rastrillos para la Plaza de Armas. Los toneleros recomponían barriles y cubetas y hacían otras nuevas para las reales obras. Las seis carretas se emplearon para conducir piedra desde las canteras citadas a las obras, leña para los hornos de la fábrica de ladrillo, así como otros géneros. Las acémilas transportaban piedras, mezclas, ladrillos, arena y barro y las seis barcazas traían piedras de las canteras, arenas para las mezclas y desembarcaban diferentes géneros de obras y víveres. Los inválidos se empleaban en la limpieza de la Plaza de Armas y otras tareas más llevaderas.

Según una certificación de Domingo de Arriete, Sobrestante Mayor de las reales obras, los desterrados sumaban en mayo un total de 1236, de los que 1175 tenían habitación y 61 no. Estos últimos no tenían haberes, y muchos eran sirvientes de casas particulares que por no estar empleados en el real servicio no se les abonaba pan ni prest. Los 182 de la Brigada de Afuera a cargo de Manuel de Les sí los cobraban, por estar encargados de la provisión del pan, de las camas, de los almacenes de materiales y de artillería y de las acémilas de las reales obras, y en este total se incluían treinta y seis hombres destinados en el asiento de abastos y otros ocho para llevar las carretas, siendo su factor Julio de Cortázar. Los 1175 desterrados fueron destinados a todo tipo de servicios, contabilizándose 66 en la limpieza de las murallas y de la estacada, 75 en la real obra de Maestranza, cuatro en la fragua de artillería, cinco en la marina, tres aguadores o patrullas pivotes, quince escribientes y cabos volantes, ocho en el trabajo de los carpinteros, cuatro en el Palacio del Gobernador, dos en las reparaciones del Convento de San Francisco, cuatro en el ángulo y Foso de la Almina, dieciocho en el trabajo de las minas, diecisiete en la fábrica de teja y ladrillo, seis sacando y excavando el barro de las minas, cuarenta y dos en el Parque haciendo mezclas, tres conduciendo agua para las mezclas, dieciocho en la obra de la Casa del Ministro Principal, tres en la obra del nuevo matadero y 50 en las obras de Fuente Caballos.

Un total de veintitrés desterrados trabajaban en la obra del nuevo taller de carpintería, cuarenta en la Cantera del Hacho, cuarenta y uno en la del Pozo del Rayo, doce para la carga y descarga de los hornos de ladrillos, cuatro levantando unas tapias en el cementerio, cuarenta y seis en las excavaciones de los cimientos del Gran Cuartel de la Almina, 66 en las descargas de víveres y provisiones de leñas, maderas y cal; veinticinco para limpiar las aguas del foso, siete haciendo una portada en el Sillero Bajo, seis llevando cal de las bóvedas al Parque, 54 demoliendo el Espigón de Nuestra Señora de África, diez en la estacadilla del Muelle de la Almina, veinticuatro en el Foso de la Almina quitando los cajones y el barro, cinco regando los álamos, tres limpiando los pozos de la alameda, diecinueve en el trabajo de las barcazas, diez presos, 71 rancheros, panaderos y cuarteleros; diez maestros de jarcias, cuarenta y nueve enfermos y cuarenta y tres sirvientes en el Hospital, cuatro escribientes en la Contaduría y en el Parque, 70 inútiles para ningún servicio que se quedaban en el Cuartel, treinta y tres en el almacén de materiales haciendo espuertas, seis en el Almacén de Artillería, tres guardas del tabaco, uno en los fogariles de la Plaza de Armas, cuarenta y cuatro en el asiento de abastos y carretas, veintiocho en la provisión de pan y asiento de camas, otros veintiocho en las acémilas del cortijo, cinco de repesadores y porteros de la Tesorería y uno en la Iglesia del Valle con trabajos de real orden. Se emplearon también dos albañiles en la construcción de una casa de Julio de Villalba, cuyo haber se les iría reteniendo a favor de la Real Hacienda e iría descendiendo según el número de faltas cometidas a dicha Brigada de Obras.

Al ser destituido de su cargo en abril, y estando desplazado en la provincia de Cádiz el resto del año 1753, Jerónimo Amici proyectó un cuartel de caballería y otro de infantería en Puerto Real, y estando destinado en el Puerto de Santa María, levantó un plano (Fig. 109) de los dos muelles necesarios para hacer un pequeño puerto frente al Foso de la Almina de Ceuta, en su Bahía Norte, que suponía un nuevo paso en la conformación de un espacio vital para la vida de la ciudad en los órdenes comercial y de defensa, y que ya había diseñado en 1752. Ceuta, como plaza costera, tuvo con Fernando VI en esta segunda mitad de siglo un resurgir económico gracias al desarrollo comercial que fue adquiriendo su puerto. Los nuevos programas ilustrados intentaron la conjunción de las viejas estructuras de esta ciudad-cuartel con la potenciación de una ciudad abierta hacia el Estrecho, partiendo de la creación de un fondeadero estable y vigoroso. A lo ya diseñado antes, Amici añadió ahora un puente estable de mampostería, otro que no tenía uso corriente, una nueva rampa para bajar desde el puente al foso, un almacén de marina, un tinglado para el maderamen naval, el andén nuevo con su rampa de acceso, escaleras y bóvedas, el segundo y tercer malecón que aún existían, un cuarto malecón para doblar el espigón de estacas que se había reedificado de nuevo, el andén situado debajo de los dos Muelles, el lugar destinado para las descargas, otro andén a modo de refuerzo o sostén de la muralla del Baluarte de San Sebastián o Revellín ya que permanecían al descubierto sus cimientos; la cabeza elevada del muelle de la derecha, la escalera de caracol para subir a su batería y la rampa que corría paralela a lo largo de la cortina por donde se deberían ejecutar los transportes.

A primeros de enero de 1754, French fue relevado en su cargo de Ingeniero Director Jefe de las Obras de Ceuta por Esteban Panón. No obstante, estando como nuevo gobernador interino de la plaza el Mariscal de Campo Juan de Urbina, aquél trazó a finales de febrero un plano (Fig. 110) del frente de la plaza ceutí donde explicaba cómo el Campo Exterior y los ataques enemigos presentaban la misma disposición que antaño bajo la dirección de Muley Ismail, a pesar de que con las continuas salidas se les hubiese arruinado en gran parte. Las alturas principales seguían siendo la del Morro de la Viña, la de Talanquera y la del Otero de Nuestra Señora, siendo su distancia horizontal a la estacada local de 1516 varas, aunque la del Morro quedaba más apartada aún, superando en elevación a las demás y declinaba con quebradas y barrancos hasta el nivel del mar por la parte de la Bahía Norte, quedando inaccesible desde el Reducto de San Jorge en adelante por el lado de la Bahía Sur o Golfo de Tetuán. En estas eminencias de dominio estratégico fijaron sus mejores baterías para enfilar las defensas ceutíes del istmo, e incluso las próximas a la Almina.

Se debería anotar como principal barranco el del Ribero del Puente, predio en el que se ocultaban con asiduidad crecido número de enemigos sin que el hachero alcanzase a descubrirles, además de que resultaba para ellos muy ventajoso porque las salidas hasta allí eran arriesgadas y dificultosas. Este campo enemigo disponía incluso de antiguos atrincheramientos pertenecientes a 1720, de la mayor parte de las murallas mariníes de Ceuta la Vieja y de Arcila, de dos apostaderos, de ramales y paralelas; de caminos o calles que conducían al Campamento del Serrallo, a la Cala de la Tramaquera, a las casas del Alcaide Alí y al Algarrobo. Por todo lo detallado, French indicaba que...

“el capital defecto de predominio que padeze Ceuta, no quedando a favor suyo o de su fortificasion otra cosa más que la de no poder ser batida por sus flancos, juntamente con la ignorancia de los enemigos contra quienes se opone, y su ningún conocimiento en el Arte de atacar las plazas; bien es que no ay defecto por capital que sea como el del predominio, que no puede remediar el poder de los Monarcas, pero siempre sería punto de reelevante consideración éste, por el empeño en que precisamente hauía de constituir sin sus Reales Armas, aparte de las contingencias y excesivos gastos que hauía de hazer”.

Sus dos Medias Lunas del Flamenco estaban a 580 varas de la estacada de la Lengua de Sierpe de San Antonio, su longitud llegaba a las 73 varas y sus perfiles mostraban que se construían a base de tierra sobrepuesta con tapial, con una trinchera de cinco varas de ancho por seis de profundidad, seguida de otro nivel de tierra sobrepuesta de tres varas, una serie de banquetas de mampostería y otra trinchera de comunicación de cinco varas de profundidad. Este entramado poliorcético a base de paralelas, comunicaciones, trincheras y ramales, fue siempre considerado como obra informe por los ingenieros, pero se mantuvo gracias a la pertinaz constancia marroquí que no dudó nunca en hacerlo y rehacerlo, ante un modo de fortificar y guerrear totalmente diferente al español.

Hemos llegado a registrar casi cuarenta proyectos de obras de Esteban Panón en la plaza de Ceuta durante su mandato como Ingeniero Director. Siendo nuevo gobernador Miguel Agustín Carreño, a finales de enero de 1755 realizó el plano y perfiles del frente de la ciudad que miraba a la Almina, con su foso y muelle, que fue remitido al Secretario de Guerra, Sebastián de Eslava, junto al proyecto volante para su aprobación en la Corte. Por otro lado, a primeros de marzo diseñó y levantó plano de una máquina en forma de pontón, con una sola cuchara para limpiar cualquier canal o entrada de puerto como el de Ceuta (Fig. 111), en donde por su limitada amplitud no podían operar los pontones ordinarios de dos cucharas, y cuyo uso sería ideal para el dragado y construcción del puerto del Foso de la Almina diseñado ya años atrás por otros ingenieros. Para el manejo de dicha cuchara serían necesarios cuatro hombres que moviesen sus ruedas, arbotantes, cordajes y rodetes, y para evacuar la arena se situaría una lancha contigua a la proa de la embarcación principal.

Antes que finalizara el año, Panón proyectó los planos y perfiles de un cuerpo de guardia para 50 granaderos y otro para sus respectivos oficiales en el terraplén de la plaza de armas de la estrada cubierta, entre la Luneta de San Luís y la de la Reina. Asimismo, a primeros de abril de 1756 trazó nuevos planos y perfiles a lo ya elaborado en 1753 por Jerónimo Amici de los dos espigones construidos con estacas de pino y rellenos de piedras sueltas, formando una especie de muelle en el Foso de la Puerta de la Almina. El extremo de uno de los dos espigones (Fig. 112) perdió una porción de seis varas de largo en su lado derecho a finales de enero próximo pasado, por efecto de un temporal del sudeste, y once varas más por la acción de otro temporal de mediados de febrero; mientras que su lado izquierdo llegó a perder cuatro varas. Para las primeras ruinas que se había producido por los rigores invernales, el ingeniero Panón realizó un proyecto de reparación con fecha 17 de febrero que se remitió a la Corte, pero que no fue aprobado por el rey, que ordenó el 16 de marzo que el Ingeniero Director hiciese otro que se adecuase más a lo que mostraba este plano con reseña de las primeras y segundas ruinas producidas y que marcase con color amarillo el método que se debería seguir para su mayor seguridad y permanencia. Para ello dispuso un repié de estructura diagonal, a base de estacas de quejigo muy entrecruzadas y con un empedrado que contase con grandes sillares que amortiguase el golpe del oleaje y otro con piedras de gran tamaño, que por falta de embarcaciones proporcionadas para su transporte no se podría ejecutar por el momento.

Panón, siguiendo la real orden de 19 de abril, proyectó otro plano del Foso de la Puerta de la Almina (Fig. 113) que mostraba por pies y pulgadas de varas castellanas el fondeo del agua que había en bajamar y con la advertencia de que durante la pleamar subía el agua cuatro pies más. Asimismo indicaba el fondeo de una parte de su bahía, de mayor magnitud que lo que ocuparía el muelle aprobado por el rey el 3 de marzo de 1755 si llegaba a ejecutarse, cuya proyección estaba en líneas amarillas, en líneas negras lo que había quedado del espigón de la derecha, construido con estacas de pino y piedras sueltas, y con líneas punteadas se reconocían sus dimensiones y la porción que se había llevado el mar hasta estos momentos. Anotaba complementariamente Panón que a la entrada del citado foso, donde se situaban las embarcaciones de dotación de la plaza, sería preciso dragarle su fondo con el pontón por él inventado por hallarse muy lleno de arena y piedra acumuladas por el mar, y lo mismo ocurría en la entrada real del nuevo muelle proyectado, pero que ambos trabajos supondrían crecidos gastos para la Real Hacienda, por lo que convendría mejor que el barco de la Reina Ana, el de San Zenón y cualquier embarcación de la dotación local fondeasen a resguardo del andén diseñado ya que contaba con bastante fondo incluso en marea baja. En este sentido, debemos tener en cuenta que durante el siglo XVIII el problema de las mareas preocupaba poco a los marinos del Mediterráneo, ya que éstas eran en él casi imperceptibles; pero se agravó mucho a partir de la extensión del comercio y de la guerra naval en el Atlántico, dado que los barcos dependían frecuentemente de las mareas para entrar y salir de los puertos.

En el presente año 1756, el Ingeniero Director Panón realizó otros trabajos de fortificación y reparaciones en la cabeza de la Galería de San Felipe, en la Muralla Norte, en el almacén del parque de materiales de las reales obras, en las cocinas de los cuarteles, en el Almacén de Harina y en cobertizos del patio del Parque de Artillería contiguo al Almacén principal, para que sus bastimentos se conservaran mejor evitando estar a la intemperie. Y a finales de mayo del siguiente año se apreciaron movimientos de caballería e infantería pertenecientes a Sidi Muhammad, hijo de Muley Abdalá, que después de acampar en el Serrallo, el Negrón y Castillejos empezaron a realizar incursiones sobre las fortificaciones más avanzadas de la plaza de Ceuta, siendo contenidos por su artillería. Por entonces, la guarnición local recibió el alivio de dos piquetes de los Regimientos de Burgos y Coruña y treinta artilleros procedentes del Campo de San Roque, mientras que por otro lado Panón aseguraba el Espigón de África para la defensa tanto costera como interior de los ataques enemigos de la Banda Norte.

A primeros del mes de junio llegaron a puerto ceutí, como tropas de refuerzo, un total de 230 artilleros, bombarderos y minadores, procedentes del Regimiento de Infantería de Soria de Cádiz, ya que se tenían noticias en Ceuta de que Abdalá se había situado entre Alcazarseguer y Tánger con un ejército bien pertrechado esperando el refuerzo del alcaide tetuaní, Alilucar, y que su objetivo era poner sitio formal a la plaza. Por esta nueva situación, las autoridades militares y en especial el Ingeniero Director pusieron todo su empeño en defender y asegurar la plaza, arbitrando todas las medidas a su alcance. La coordinación entre ingenieros y marinos fue crucial, ya que el paso de mercancías, pertrechos y soldados desde la Península obligaba a una organización mucho más amplia entre las dos orillas del Estrecho, con una eficaz disposición de los embarques y desembarques, la habilitación de fondeaderos y muelles locales a resguardo de las baterías enemigas y la necesidad de contar con un número suficiente de barcos rápidos y maniobrables que, además de transportar y escoltar, pudiesen batir con su artillería las posiciones enemigas de una banda costera y otra

Los ingenieros contaron con el aporte cartográfico facilitado en el mes de junio por Gutierre de Mevía, Comandante de los Batallones de Marina y del navío de guerra nominado “el Tigre”, quien ordenó a Juan de Lángara, Alférez de Navío de la Real Armada, que levantara dos planos de la Rada Norte de Ceuta (Fig. 114) en los que situó los Castillos de Santa Catalina y de San Amaro, la Fuente de las Peñas, el Baluarte de San Pedro, el Muelle de la ciudad, el Foso de las Murallas Reales que comunicaba los dos mares, la Galera Derecha, la Punta de las Peñas, la de Torre Blanca y la de Almina. Al mismo tiempo, determinaba la calidad de los fondos marinos, indicando los que tenían arena, arena y cascajo, arena fina, piedra, arena y coral, arena y piedra, coral y cascajo o cascajo solamente, y advertía que como la corriente solía llevarse la arena, dejaba al cascajo y al coral rozando los cables de los navíos que se hallaban fondeados en esta rada, lo cual podría provocar serios percances. En estos meses fue muy significativa la extraordinaria seguridad que daba la escolta del Tigre con sus 74 cañones y del jabeque de rentas de Algeciras a barcos longos, falúas y saetías que llegaban a Ceuta cargados de pertrechos de guerra, así como sus frecuentes ataques costeros a posiciones enemigas, como las del Arroyo del Puente.

Mientras tanto, a lo largo de este mes de junio y hasta el 10 de julio en que finalizó este corto sitio, dirigió Panón a los Ingenieros Extraordinarios Gaspar de Lara y Antonio de Murga en los trabajos de escarpa desde Fuente Caballos hasta el Sarchal, los de excavación de los fosos situados frente a la Galería de San Jorge y de la Luneta de San Antonio, el refuerzo de la Plaza de Armas y añadir más cañones a las troneras que batían el Foso de las Murallas Reales, la Playa de la Sangre y Luneta de San Antonio. A finales de agosto realizó el plano y perfiles del Castillo del Sarchal, situado en la costa sur de la Península de la Almina, a una milla de distancia del recinto urbano, con el objetivo de impedir un desembarco en su playa (Fig. 115). Indicaba en colorado la situación deficiente del castillo en el mes de julio pasado, el mal estado de sus murallas, de sus alojamientos, del parapeto de su artillería y del estado circundante, y en amarillo el plano volante que demostraba el proyecto ejecutado provisionalmente con cimientos de pizarra y lodo, teniendo presente el aprobado por el rey en 1752, y que Panón cambió por mezcla.

Proponía una batería más rasante de dos cañones para batir la playa, una muralla de mampostería con su banqueta para flanquear la inmediación de la batería, otro parapeto que cumpliría el mismo fin y un rastrillo que facilitaría el paso del agua y de cualquier persona que embarcase o desembarcase. Se debería reparar un murallón antiguo que al presente se encontraba arruinado en diversas partes, se seguiría utilizando la cantera próxima al castillo que proporcionaba buena piedra sólo para mampostería. Veía conveniente Panón construir con salida el parapeto de piedra a seco que se fabricó con urgencia en el mes de mayo pasado cuando los marroquíes sitiaron la plaza, prolongándolo hasta encontrar el murallón antiguo y sostener así mejor la estructura del fuerte. Igualmente, el actual cuerpo de guardia, capaz para un cabo y ocho soldados, debería ampliarse para más tropa y para cuatro caballos que rondasen de noche la Almina. En el cercano nacimiento de la Peña era preciso hacer un aljibe que dotase de agua a la tropa del castillo, ya que en la actualidad tenían que ir a buscarla a las Balsas. Situaba por último el camino de ronda que llevaba hasta el Desnarigado, contorneando toda la Almina.

Este ingeniero proyectó también modificaciones a otras fortificaciones situadas en el Campo del Moro, como las del Diente de San Jorge y obras adelantadas del frente izquierdo (Fig. l16). En dicho plan expuso las razones que motivaron la batería allí empezada, así como el estado que presentaba en estos momentos. Tenía las ventajas de poder defender dicho reducto, enfilar el Barranco del Chorrillo y batir con metralla la salida del terreno inferior que formaba un parapeto paralelo con estas obras, sin ser descubiertos por ninguna parte, y desde donde se arrojaban los marroquíes cuando querían insultar dicho frente o cortar el ganado que allí estuviese paciendo. Situó dos cortaduras provisionales entre junio y julio para apartar al enemigo e impedir que los fuegos opuestos y cruzados de la estrada encubierta afectasen a la tropa allí establecida, y para ello contó con el fuego de la Contraguardia de la Luneta de San Luís.

El Puesto del Diente de San Jorge era cuatro pies y dos pulgadas más alto que el Puesto de los Granaderos, con lo que le restaba capacidad de fuego. Parte del frente del primero no podía ser visto ni batido por el segundo, ni siquiera por el parapeto, lo que permitió a más de un enemigo acercarse y disparar sin poder ser visto. Ello obligó al ingeniero a construir un foso triangular y a casi concluir una batería capaz para tres cañones y veinticinco espingardas que pudiese barrer todo el frente a metralla. Con ella, el citado frente no necesitaba ser flanqueado ni defendido desde ninguna posición, ya que se encontraba dentro de la cortadura y del parapeto, constituyéndose en un puesto que se podía autodefender, con lo que en el futuro el enemigo evitaría forzarlo, ya fuese por sus fuegos duplicados o por estar el resto de las estradas encubiertas de las obras avanzadas con menos defensa y más fáciles de atacar.

El fuego del cuerpo de guardia del cuartel actual guarnecía los dos puestos de la izquierda y del retén y dominaba a puestos poliorcéticos más bajos como la Contraguardia de San Francisco Javier, Baluarte de Santa Ana y Ángulo de San Pablo, con lo que Panón infería que...

“...siendo todos éstos dominados por el Diente y que éste no tiene defensa de parte ninguna, que por sí es precisa e indispensable la citada batería; y si se quiere colocar otra de 4 morteros y 2 pedreros, de donde se descubre todas aquellas cercanías, será impenetrable toda la yzquierda, sin incomodar la tropa abanzada, lo que no tiene oy en donde estos están colocados, siendo así que dicha cortadura y parapeto se defienden por sí y por sus flancos, y con la citada batería no necesita gente o mui poca que la guarnezca, lo que evidencia la utilidad de la mencionada batería y de aquellos morteros y pedreros”.

Igualmente, ubicaría en esta batería las tierras sacadas en la excavación de una contrabanqueta, permitiendo a la tropa que abría fuego el estar a cubierto de las alturas. Del mismo modo, quitaría varios tinglados con traviesas y parapetos, así como su estacada de roble y su clavazón, con el objetivo de hacer una espaciosa plaza de armas.

A mediados de septiembre, Esteban Panón proyectó una parte de las bóvedas adosadas a la Muralla Real (Fig. 117). Del total de veintiuna construidas, las cuatro primeras tenían entresuelo de madera y en su frente una comunicación de mampostería, otra tenía entresuelo de bóveda de medio ladrillo de espesor con sus correspondientes lunetas para darle más desahogo, y en otra bóveda había medio entresuelo con su escalera de madera por su parte exterior. Se había destinado otra para almacén de pertrechos y géneros de artillería, y en las veinte restantes estaban alojados con bastante estrechez el Regimiento de Burgos y el de Irlanda, necesitando por lo menos otras cuatro para su correcta instalación. Por todo ello, Panón planificó hacer en dichas bóvedas cuatro o seis entresuelos de tablas sobre sus correspondientes vigas de quejigo, sostenidos con sólo tres arcos en cada bóveda y, aunque el proyecto de Castelar de 24 de octubre de 1724 de formar en cada una su respectivo entresuelo y su comunicación en su frente mediante un pasadizo sólido con arcos fue aprobado, no se llegó sin embargo a realizar por haberse caído una bóveda de dichos entresuelos y quedando todo en el estado presente, ya por dicho accidente, por lo costoso de su comunicación o porque quitaban bastante luz a los cuartos. Panón estimaba como más conveniente que se ejecutaran con madera, para lo cual se contaba con bastantes materiales en los reales almacenes.

Ya había trabajado Panón en la Luneta de San Luís desde mediados de noviembre de 1755, dotándola “según arte” de una nueva dirección de sus fuegos y una mayor defensa para enfilar la galería situada sobre su línea capital, para batir sus flancos y alturas de su frente, como asimismo el Barranco del Chorrillo, el Morro de la Viña y la Talanquera. Empezó a construir una galería o lengua de sierpe de diez varas de mampostería, unas traversas cubiertas de madera y argamasa para hacerse desde ellas fuego sobre la superficie del terreno de la campaña, una excavación de dos pies de profundidad que sirviese de comunicación a cubierto en esta luneta, un almacén subterráneo para servicios, puertas de minas, cuerpo de guardia para el oficial, cuerpo de guardia para la tropa y un cobertizo para la conservación de los cañones. También situó un cañón para enfilar la galería, otros dos que batían el Barranco del Chorrillo y otras alturas dominadas por el enemigo, una batería para cinco morteros y una tronera para batir el interior de los puestos avanzados y el Reducto de San Jorge, en el caso de que se llegase a perder. La realidad era que a primeros de diciembre de 1757 la cabeza de dicha galería se hallaba totalmente arruinada (Fig. 118), por lo que Panón proyectó su reparación, como ya se había realizado con la de San Felipe el año pasado, con una porción de arcos sobre los que debería descansar su cubierta construida con vigas de quejigo y dos ladrillos de dos pulgadas de mezcla en su interior. A las diecisiete claraboyas que daban luz a la comunicación existente entre la estrada cubierta y la cabeza de la galería se les sustituirían sus rejas de madera por otras de hierro; el patio se debería rebajar un pie y medio para mejorar la defensa y algunas puertas de minas se deberían cerrar dándoles comunicación por otra parte

Mientras tanto, el Comisario Provincial de la Artillería de Ceuta, Guillermo de Mesnay, en su revista de enero de 1758 daba cuenta del estado deficitario de las dos Compañías Provinciales de Artilleros y Minadores, con un total de 83 efectivos artilleros y 85 efectivos minadores, y ello porque se habían desplazado treinta y seis destacamentos a Melilla, diez al Peñón de Vélez, ocho a Alhucemas y nueve a Málaga, por un periodo de tiempo comprendido entre dos o más meses, con la consiguiente merma en la guarnición local. A esto se sumaba un total de 83 efectivos artilleros que se encontraban rebajados de servicio efectivo en la plaza y cuarenta y uno que quedaban francos, con lo que realmente se podía contar diariamente con cuarenta y dos artilleros, ya que los minadores estaban continuamente empleados en los trabajos de las minas. Mesnay censuraba esta situación, contando con que había un total de 154 cañones y veintiún morteros, que precisaban 200 artilleros para cualquier urgencia y para custodiar los pertrechos y demás efectos artilleros, y ...

“...no sólo no tiene la tropa las dos noches buenas que prescriben las Reales Ordenanzas y nuevamente se tiene mandado por Real Orden de 17 de Agosto de 1.756..., que como diariamente se emplea más de la mitad de la tropa, no se le puede a ésta instruir en el ejercicio de su facultad, como se acostumbra en todas las plazas en consecuencia de las acertadas Instrucciones que para su ejecución están dadas ”.

A pesar de estos inconvenientes, Panón continuó proyectando y llevando a cabo numerosas obras en la plaza ceutí, destacando a mediados de enero de este año la reparación de murallas, tapias y mampostería de dos almacenes situados junto a la Real Maestranza. Hacia la mitad del siguiente mes situó fajinas y piquetes en las obras avanzadas de la cortadura izquierda del Campo de los Moros, y también reparó a primeros de junio la brecha que el mar había ocasionado en la Muralla de la Bahía Norte, en la rampa de la Puerta de Santa María; llegando a finales de diciembre a proyectar la reparación de la cabeza del espigón de la izquierda del muelle, por la acción de un temporal. Como colofón a esta década de intensa actividad ingenieril, Panón planificó, dos días después de ser coronado rey Carlos III, el 19 de octubre de 1759, un total de cuatro calabozos, en la forma solicitada por el auditor local por la falta de ellos, con un coste de 1200 reales para mampostería, carpintería, rejas y argollas.

En el mes de febrero del siguiente año, Panón levantó planos y perfiles de un almacén para maderas y otro para diferentes pertrechos, puesto que Guillermo de Mesnay los requería para ubicar adecuadamente toda clase de materiales artilleros necesarios para dos meses de un hipotético sitio continuado, como cañones, morteros, balas, bombas, cureñas, ajustes de morteros, espeques en bruto, cucharas, aguardiente refinado, hojas de lata, hojas de talco, tablas de pino de Flandes, tablas de pino de la tierra, acero de Milán, baquetas de fusil, piedras de fusil, picos para minas, serruchos, barrenos, espuertas terreras, cera virgen, sogas de esparto, carbón de brezo, barriles de humo de pez, cola, etc.

Por todo lo anterior, no debe extrañarnos que el nuevo gobernador, Marqués de Vanmarcke, informase a mediados de octubre al Secretario de Estado y de Guerra, Ricardo Wall, de las deficiencias existentes en la Compañía de Artillería y de Minadores, en cuanto a su escasa dotación y a lo mal preparadas que estaban en el manejo del cañón y del mortero, pues a pesar de que contaban con una bandera en Sevilla y otra en Málaga, no reclutaban gente moza voluntaria que se inclinase a saber bien el oficio de artilleros y bombarderos. Ante la falta de diez bombarderos, Vanmarcke se vio obligado a destinar a cuarenta soldados de infantería a trabajar en faenas de artillería, como prevenía el reglamento de la plaza, por ser el frente de la plaza muy dilatado y todo guarnecido de artillería, y por la importancia de los puestos de todo su circuito, en los que sólo montaban guardia diariamente un oficial y diez artilleros, habiéndose arreglado así para que tuviesen dos noches de descanso.

El gobernador también detalló todo esto al Comandante General Interino de Artillería, Maximiliano la Croix, quien le propuso el modo de completar dicha compañía con presidiarios, pero aquél le hizo ver lo imposible de dicha intención puesto que no los había para el Regimiento Fijo de Ceuta, que se encontraba falto de 356 soldados de esta clase y que nunca se podrían reemplazar. Tampoco debería practicarse la muda de los destacamentos a los presidios menores, pues aunque la actividad enemiga en su campo era por ahora mínima, podría aumentar y se contaría tan sólo con dos oficiales y ocho artilleros. También reflejó la situación de la Compañía de Minadores, que estaba en mejor pie y trabajaba fundamentalmente en el restablecimiento de las minas, ya que desde su ascenso al gobierno local las encontró en total abandono, y el capitán se dedicaba con mucho celo a esta obra tan importante para esta plaza.

Una de las causas que llevó a España y a Francia a hacer la guerra a Inglaterra en 1762 fueron las hostilidades de que eran objeto los barcos españoles sin que existiera previa declaración de guerra. Ante esta anómala situación, durante el periodo comprendido entre febrero de 1762 a octubre de 1763 hemos registrado documentalmente que en los puertos de Ceuta, Algeciras y Tarifa hubo una intensa actividad corsaria con javeques, goletas, galeotas y escampavías, que detenían barcos británicos y otros de bandera neutral que transportaban mercancías procedentes de puertos enemigos, de países beligerantes o que llevaban destino a puertos hostiles a la corona española. No debe pues extrañarnos que el gobernador Vanmarck informara a Wall, el 24 de febrero de 1762, de que una fragata inglesa hubiese apresado a la Lancha Real, buque-correo de Algeciras a Ceuta, pero que éste pudo escapar aprovechando la oscuridad de la noche, y que por este motivo dispuso, poniéndose de acuerdo con el Ingeniero Comandante y el Ministro local de Hacienda, la colocación de dos cañones del calibre veinticuatro y un morterillo en el Baluarte de San Pedro que miraba al Mar de Poniente, con el fin de proteger y abrigar a los barquitos de pescadores y a dicha Lancha Real que acudiesen a refugiarse a dicha costa.

La reparación de las defensas ceutíes, ya fuese por acción bélica, por la abrasión marina o por envejecimiento, fue una constante en el quehacer de los ingenieros. Tal fue el caso de los tres proyectos realizados por el Ingeniero Ordinario Luís Huet del Espigón de la Ribera, en los que detalló su adelantamiento y el método empleado para asentar las piedras de sillería, con el objetivo de que los lechos se preservaran de ser socavados por las olas del mar (Figs. 119 y 120). Huet recibió en estos momentos la inestimable ayuda del Ingeniero 2ª y Teniente Coronel, Carlos Lemaur, y de José Gordillo, que colaboraron en este mismo año con él en el plano y perfiles de la parte más avanzada en el Mar de Poniente del Espigón de África, en cuyo extremo se encontraban dos bóvedas que al parecer habían servido en tiempo de sitio de repuesto de pólvora, y una de ellas al presente de prisión al canónigo José González Guerrero. Igualmente, Huet trazó el 4 de mayo el plano y perfiles de un cuartel capaz para dos batallones de infantería, con cuatro bóvedas sobrantes que servirían de almacén de víveres, donde no faltaban los espacios suficientes para este tipo de edificación, como la puerta principal, el patio, las escaleras de acceso a la planta superior, el cuerpo de guardia de los piquetes, las cocinas, el cuerpo de guardia del oficial, las letrinas y las cuadras (Figs. 121 y 122).

Huet dictó, previo acuerdo con el nuevo gobernador local Francisco Tineo, una orden general meditada el 20 de junio de 1769 para que se observase por las tropas de la guarnición y detall, siempre que se hubiesen de reforzar sus puestos ante la llegada del ejército enemigo en el campo exterior. En ella se fijaba que a la primera señal que diese el hachero colocando en el palo de en medio un hacho, es decir, un haz de leña, reforzarían los puestos de la Plaza de Armas con dos compañías de granaderos y seis piquetes, tres por regimiento, con 100 milicianos. Del mismo modo, estarían preparadas en el cuartel las dos compañías de granaderos o de alternación sobrantes, 50 hombres cada uno con sus respectivos oficiales para acudir a la Plaza de Armas si fuese necesario, cuya marcha emprenderían sin otra orden que la de la segunda señal del hachero, poniendo una bandera blanca, y si además de dichas señales pusiese una bandera encarnada, se pondría el resto de la guarnición alerta a las órdenes del Comandante General de la plaza. La caballería debería formar a la primera señal del hachero con un piquete por batallón de delante de la Guardia de San Sebastián, desde donde partirían dos patrullas a guardar la Almina y otra con el mismo fin a la ciudad para contener cualquier desorden que se produjese, ejecutando lo propio las patrullas de infantería de la Almina y ciudad. Viendo esta señal, 250 milicianos formarían en la Plaza de África con su comandante y ayudante para ser destinados a los puestos que se les asignasen.

Si el ataque se produjese de noche, se vigilarían con especial cuidado las cabezas de las lenguas de sierpe, pues serían las primeras en ser atacadas. En este caso, el cabo de la Plaza de Armas mandaría un parte al Comandante General de la plaza y al mismo tiempo, haría tirar un cañonazo desde el Caballero de Santiago, que sería correspondido con otro de la Batería de San Sebastián, y a éste se seguiría otro de la Batería de San Pedro. Con estas señales, todos ocuparían los puestos asignados como si fuese de día. Se contaba con un total de 2172 soldados, incluidos los 250 milicianos, y se deberían emplear diariamente 1234, atendiendo sólo al frente de la Plaza de Armas para una regular defensa, pues las guardias de la Almina, ciudad y destacamento quedaban reducidas a la menor expresión y soportando los soldados ocho horas de centinela. Para el día siguiente se disponía de 938 soldados, reconociéndose que deberían redoblar 296 diariamente, cuyo trabajo no podía soportar esta guarnición sin el aumento de otros dos batallones completos procedentes de la Península.

En el reconocimiento realizado a la artillería necesaria para las baterías del frente de Plaza de Armas, se comprobó la falta para la regular defensa y dominio sobre el fuego enemigo de treinta y ocho cañones de batir y nueve morteros de nueve y doce pulgadas con sus correspondientes cureñas y ajustes, así como algunas explanadas de piedra. Siendo asimismo indispensable, por el superior dominio de las alturas del campo enemigo, el coronar todos los parapetos con sacos terreros para la conservación y resguardo de los defensores; se debería hacer acopio de unos 240, así como también algunas fajinas, cestones, salchichones, piquetes, 2000 quintales de pólvora, cureñas, cucharas, atacadores, lanadas y ajustes de recambio necesarios para una regular defensa.

Todo el camino cubierto de la Plaza de Armas se encontraba abandonado, estando ocupados los tres puestos de los cadetes de la derecha, centro e izquierda, con sólo seis cada uno, y lo propio ocurría en las guardias principales de la Plataforma Nueva y su camino cubierto, Lengua de Sierpe de la Reina, Diente de San Jorge, Espigón de África, Santa Ana y Plataforma Vieja. Al presente, comprendidos los granaderos, la guardia de todo el frente de la Plaza de Armas constaba de 181 hombres, número insuficiente para resistir y contrarrestar cualquier invasión que intentase el enemigo. Se tendría presente también el disponer unas fogatas en todos los ángulos salientes y entrantes de las lenguas de sierpe y camino cubierto, enterradas de ocho a nueve pies, y distantes cuatro toesas de la estacada, cuyas salchichas sobresaldrían por la parte interior de dichas lenguas de sierpe y camino cubierto; y por lo que incumbía a las minas, se tendría especial cuidado en disponer los hornillos a su tiempo.

Esta orden general se incorporó a un plan de defensa encargado por el Ingeniero General Juan Martín Cermeño a Huet el 15 de julio de 1769, y que fue redactado el 20 de diciembre, en caso de sitio formal a Ceuta por el emperador de Marruecos. Al mismo tiempo le mandaría con brevedad el plano general de la plaza, bien detallado y a escala para que se viesen distintamente sus partes. Para ello, Huet encargó a Fermín Rueda los perfiles generales, a Ramón de Anguiano el plano general de las minas y a Ciriaco Galluzo el plano general de la plaza; siendo todos ellos Ingenieros Delineantes.

Partió Huet de la máxima de que se conquistasen sólo aquellas plazas que resultasen de gran importancia para el Estado y que su situación fuese ventajosa, ya que la perfección de una plaza era con corta diferencia como la del hombre, y jamás podría el arte de la fortificación hacer una buena plaza no se situaba en terreno ventajoso, aunque ocurría a veces que toda la industria humana y las inversiones económicas más elevadas podían jamás remediar sus defectos. Era precisa condición en la elección del terreno para levantar una plaza la de tener suficiente extensión para sus obras esenciales, accesorias y accidentales, y era constante también que si el sitiador arruinaba una obra debía el sitiado construir otra en buen estado de defensa. Igualmente, tenía gran importancia que la plaza no estuviese dominada, que fuese difícil ser atacada y fácil defenderse, y que a la distancia del alcance del cañón no hubiesen barrancos y caminos hondos que facilitasen al enemigo un seguro abrigo para abrir sus trincheras a corta distancia de la plaza.

La situación de la plaza ceutí era mala, con barrancos, caminos profundos, zanjas y ribazos, capaces de abrigar un numeroso ejército; con tres paralelas abiertas y varios ramales, y la dominación de enemigo a la corta distancia de 573 varas entre la plaza y las alturas, con un desnivel ventajoso para los enemigos de 140 pies. Los dominios de frente, enfilado y de revés eran peligrosos, sobre todo este último, ya que no se descubrían los defensores en sus terraplenes. Los otros dos se remediaban construyendo algunas traversas o elevando algo más los parapetos con saquetes terreros, en este sentido, y buscando la disminución del problema que produjo el haber querido conservar la muralla en su defectuosa situación, fue preciso fortificar este frente sin atender a máximas, con fosos angostos y poco profundos, pequeñas obras exteriores, con golas cerradas y difícil de hacerles cortaduras, y sus comunicaciones por escaleras.

Al estar la plaza de Ceuta con la mayor parte de sus obras exteriores cerradas o escarpadas por sus golas, una vez alojado el sitiador en ellas sería muy temeroso reatacarlas y quererlas recobrar, porque sólo podían comunicarse por unas pequeñas puertas y escaleras de caracol que permitían el paso a dos hombres de frente. En todo caso, Huet proponía que se dividiese la guarnición en tres partes, una para la guardia, otra para retén y la última para descanso, subdividiendo asimismo la primera en otras tres, debiendo sostener las dos primeras de ésta todos los ataques enemigos para que quedase la última al preciso fin de ocupar todos los puestos que no hubiesen sido atacados. Del retén se harían las mismas divisiones, debiendo tomar puesto sobre las murallas, inmediatamente después de la guardia, y finalmente la que estuviese de descanso se mantendría siempre en estado de embarazar los desórdenes internos y de socorrer los puestos en caso necesario.

Nada más llegar Huet a Ceuta se le encomendó el reconocimiento de sus minas, hallándolas en estado deplorable y dándolas por inútiles y de ningún servicio a la plaza, resultándole inconcebible el que después de haber estado tantos años bajo dominio español no se hubiesen atendido con eficacia y esmero en su construcción, mejora y conservación. Para el ingeniero, las minas constituían un sistema defensivo fundamental en Ceuta, ya que no embarazando con sus voladuras el acceso del enemigo a la Estacada y su alojamiento sobre el Camino Cubierto, llegarían a perderse todas las obras exteriores y las líneas locales se replegarían hasta la Muralla Real, que sólo podría resistir algún tiempo, por ser obra antigua portuguesa y porque sus dos flancos eran muy cortos. Por todo esto, procuró revestir de firme toda la paralela que comunicaba una banda costera y otra, para poder desaguarla y cortar la inundación que imposibilitaba el tránsito por ella, y por consiguiente desahogar los ramales que debían servir, formar los nuevos y cargar los hornillos. Logrado esto en parte, puso en estado adecuado los ramales de la Mina de la Rocha baja y la que desde San Jorge llegaba hasta la Dama, en cuyos extremos se habían abierto las cajas correspondientes para hornillos y otras que pasaban entre la cabeza de la Lengua de Sierpe de San Luís y Diente de San Jorge, quedando corrientes y desaguadas las comunicaciones para acudir con nuevos ramales y hornillos donde fuese conveniente. Estando ciegos todos los ramales que debían salir de las cabezas de las Lenguas de Sierpe de San Luís, la Reina y el Galápago, Huet no admitiría ponerlos en su debido estado si hubiese lugar para hacerlo y recurriría a sacar de ellas ramales para fogatas, y asimismo desde la Galería Magistral para buscar el centro de las cabezas de las cuatro lenguas con el fin de volarlas en caso de avance enemigo. Lo ideal, por tanto, según él hubiese sido que todas estas obras se hubiesen contraminado en su construcción para ganar tiempo y evitar tantas confusiones actuales.

Para remediar en lo posible estos defectos, después que se hubiesen retirado a la campaña los sitiadores, dispondría en el glacis, en todos los ángulos de las lenguas de sierpe y del Camino Cubierto, a una distancia de ocho varas unas fogatas enterradas a diez pies, unos cajones o cofres llenos de pólvora, granadas a distancia de cuatro varas y enterradas a siete pies y las salchichas de unos y otros que saliesen por debajo de la cresta del Camino Cubierto, desde donde se les prendería fuego. El principal objetivo debería ser siempre el mantener la superioridad de los fuegos para contrarrestar y amortiguar los de las baterías enemigas situadas a 513 varas de la plaza, como la del Morro, la Talanquera y el Otero; para lo cual sería preciso contar con la disposición en batería en el frente de Plaza de Armas de 92 cañones de todos los calibres y veinticinco morteros. Si la guarnición se reforzara y llegara a tener un pie respetable, se harían frecuentes salidas nocturnas para ahuyentar a los trabajadores marroquíes y una salida general con el único objetivo de traerse su artillería a la plaza o clavarla y quemar sus cureñas.

Huet siguió refiriendo que la situación de la plaza y su sistema de fortificación dejaban poco lugar para una defensa regular, con un camino cubierto guarnecido por dos estacadas, distantes una de otra cuatro pies, siendo la segunda muy precisa para sostener cualquier invasión y ataque enemigos, pues si llegase el caso sólo llegarían a apoderarse del espacio entre ambas estacadas, quedándose encerrados en ellas y sufriendo todo el fuego de la plaza por enfilada. Otra ventaja de esta segunda estacada era la de facilitar con seguridad la retirada del Camino Cubierto, en el caso de haberle de abandonar después de una vigorosa defensa. Sólo era visible el defecto de ambas en caso de sitio, por sobresalir la primera una vara más que la cresta del Camino Cubierto, y la segunda dos pies, y siempre que el sitiador construyese baterías no se deberían mantener así por no poderse mantener los defensores en el Camino Cubierto expuestos al excesivo daño de la artillería de las estacadas, por lo que sería preciso pensar en rebajarlas, dejándolas a la altura regular de nueve pulgadas, más alta que la cresta, no embarazando así el poder guarnecer con saquetes de tierra todo su parapeto.

Como no se podían ejecutar cortaduras en las obras exteriores, habría que formar una tercera estacada parapetada en su terraplén, distante seis pies de la segunda y tres pies más baja que la primera, para que el enemigo no la descubriese ni embarazase el fuego de la plaza, facilitando una segura retirada a los fosos por escalas de madera que a este fin se arrimarían a la contraescarpa. Preparadas con tiempo las cortaduras en los fosos, esperaba Huet lograr en ellos la mejor defensa de la plaza, quedándole servibles los fuegos bajos de las caras de las Lunetas de la Reina y San Felipe, junto con las bombas, granadas, saquetes de pólvora, barriles de hierro, fulminantes y piedras que por las lunetas y contraguardias se les echaba y evitar así que se adueñaran de todo el foso. A pesar de ello, si el enemigo no desistía de esta empresa a costa de perder muchísima gente, se haría la retirada en buen orden y se daría fuego a las fogatas y cajones, lo que facilitaría el tiempo necesario para abrigarse en las lunetas, rebellines y contraguardias y esperar aquí el primer asalto, en cuyas obras, siguiendo el mismo plan que en el Camino Cubierto, estarían ya formadas otras cortaduras con candeleros y fajinas, echando por las brechas todo género de fuegos artificiales. Si con toda esta defensa fuese preciso ceder a la multitud, se haría la retirada en buen orden detrás de la estacada fijada en medio del Foso de los Baluartes de San Pedro y Santa Ana y en la Falsabraga, después de haber volado todas las fogatas. Un paso atrás sería la retirada detrás de la Muralla Real, en la cual necesitaría el enemigo para abrir sus brechas el cegar el Foso de agua y hacer a él su bajada, con lo que se aprovecharía para practicar algunos hornillos en el macizo del muro que se volaría oportunamente.

Si aún así los sitiadores siguieran avanzando, se haría la retirada detrás de las cortaduras preparadas en todas las plazas y bocacalles de la ciudad y en los terraplenes de las Murallas Norte y Sur, hasta la Muralla de la Puerta de la Almina, que estaría minada con tiempo para poderla volar junto con su puente de firme. Sobre la Contraescarpa del Foso de la Almina habría otra cortadura sostenida por varias baterías construidas en la Alameda Alta. La siguiente cortadura estaría situada en las alturas del Molino de Viento, donde la guarnición tendría una situación tan ventajosa sobre el enemigo que le obligaría a reordenar de nuevo el sitio, debido sobre todo a la proximidad de los almacenes de pólvora, de las baterías de circunvalación y la posibilidad de recibir socorros y refrescos de la Península a través del Puerto de San Amaro.

Quedando enfiladas todas las plazas de armas o paralelas de los enemigos por la costa, así como el hondo Barranco del Ribero, Huet proponía el empleo de tres embarcaciones que, bien parapetadas y dotadas cada una de un cañón, pudiesen de noche y de día hacer daño a las trincheras marroquíes y desmontarles su artillería. En esta labor recibirían también la ayuda de lanchas, javeques y navíos de guerra. Por último, Huet detallaba que para levantar un sitio formal a la plaza de Ceuta eran necesarios cinco batallones, además de los cinco existentes en la guarnición; una compañía de minadores, tiendas de campaña para tropa y oficiales, treinta y ocho cañones del calibre veinticuatro, nueve morteros de doce y nueve pulgadas, 16.000 pies superficiales de piedra dura de Málaga para completar las explanadas de firme que faltaban en las baterías del frente de Plaza de Armas, 50 saquetes de tierra, 1200 estacas, 800 puntales y 400 tablones de minas, 700 tablones para explanadas, 700 vigas y 1200 tablas de pino. En cuanto a los fuegos artificiales, fajinas, roscas embreadas, balas incendiarias, saquetes de pólvora, granadas, bombas, guijarros, barriles de pólvora de iluminación y fulminantes; destinando a Ceuta a un buen maestro y facilitándole los materiales correspondientes como resina, sebo, aceite de linaza, azufre, salitre, estopas, alcanfor, cristal mineral, azogue, goma arábiga, sal, amoníaco, aguardiente, algodón, jarcia blanca, jarcia vieja, alquitrán, cera virgen y trementina, se podría contar con todos los necesarios.

En otro documento de 20 de septiembre de 1770, planteaba Huet cómo defender la retaguardia de la plaza de Ceuta, es decir, de la Península de la Almina. Reflexionaba que...

“una expedición de desembarco para atacar de viva fuerza o sorprehender un puesto es muy difícil, y resulta indispensable que el que la dirija deva estar bien informado de la playa, de la sonda del pasaje en donde se deva hacer el desembarco, de las medidas que el enemigo pueda tomar para oponerse a él, de las ventajas o malas resultas que puedan acontezer, de la cantidad de municiones de guerra y boca, etc, y todas estas cosas son muy delicadas y deven dirijirse por hombres mui inteligentes y de caveza. Los desembarcos deven hacerse en quanto sea dable en las tierras baxas, huyr de las playas fangosas y escarpadas, y quanto mejor sea la rada, tanto más fácil será el desembarco, porque las naves de guerra podrán sostenerlo con el fuego de sus baterías; bien que es mui dudoso, pues rara vez succede que los navíos puedan con sus fuegos protexer el desembarco, y para subvenir a esta falta se suelen hacer unas baterías ambulantes, uniendo dos bateles y sobre cada uno se pone un cañón de batir”

En el mismo detallaba que la situación del Monte de la Almina corría sobre su longitud este-oeste, aunque estas líneas le cortaban algo diagonalmente, y si se tomaba al Fuerte del Desnarigado por el punto más al este, corría su latitud norte-sur por San Amaro y el Sarchal. Esta ventajosa posición era causa de que toda embarcación que se metiese en el saco o golfo que formaban la Punta de la Almina y Cabo Negrete con viento al sureste se perdería sin remedio, viéndose precisada a varar en la costa y sólo con los vientos flojos al este se podría atravesar dicho golfo, pero de ningún modo arrimarse al Monte de la Almina sin riesgo de naufragio; lo que evidenciaba claramente no poderse abordar desde la Punta de la Almina a la Ribera si no era con los vientos occidentales o de Poniente. Con este presupuesto era claro para Huet que los marroquíes no podrían poner en práctica la expedición de desembarco con dichos vientos, debiendo hacer con precisión el punto de reunión o asamblea de todas sus fuerzas navales en el río de Tetuán o en el puerto de Tánger, teniendo en cuenta que en el primero sólo podían entrar javeques y galeotas, debiéndose quedar los buques mayores en la rada, expuestos a perderse si entraba viento del sureste; y en el segundo no tenían abrigo sino bajando las embarcaciones menores, pues con los vientos al este no podían mantenerse ancladas, viéndose obligadas a zarpar y a abrigarse tras el cabo Espartel.

Si saliesen desde Tetuán, los vigías del Hacho descubrirían la boca del río y sabrían el instante en que zarpaban, y si fuese desde Tánger verían la expedición en cuanto desembocasen en el Estrecho de Gibraltar. Para ello, según Huet, sería aconsejable que cruzase de una costa ceutí a otra una escuadra respetable de javeques, fragatas o faluchos de guardia que con sus fuegos diesen aviso de su proximidad; pero teniendo en cuenta que no se podía contar con ella en estos momentos por estar empleada en otros fines, el fracaso de la expedición enemiga vendría por la buena defensa que hiciese la guarnición local. El único paraje no fácil, pero de los menos malos de la circunvalación de la Península de la Almina para poder ejecutar con menos dificultad el desembarco era Playa Hermosa, que empezaba en el nuevo Fuerte del Sarchal y acababa debajo de la Batería del Molino, siendo su longitud de 290 toesas y su anchura de diez a doce toesas. Estas medidas impedían la capacidad de maniobra y formación enemigas, y como esta playa cascajosa estaba enfilada por cruzarse en ella los fuegos de las baterías del Molino y Fuerte del Sarchal, los enemigos no podrían resistir el fuego de metralla, que se volvía más temible aquí porque al dar los tiros en el cascajar la multiplicaba fácilmente. La Playa de la Torrecilla del Desnarigado era muy corta, de treinta y dos toesas, estaba protegida por su batería y flanqueada por la del Fuerte del Desnarigado, por lo que dudaba que en tan corto terreno y entre dos fuegos temibles se atreviesen a desembarcar. El resto de la Península mostraba pocos espacios para dicho intento, ya que el mar batía al pie de sus escarpes, siendo 150 pies su menor altura y sólo ofrecía algunos parajes que limitaban el desembarco a una sola embarcación. Últimamente estos puestos se habían ocupado con garitones, guardados por cuatro soldados de las milicias urbanas, y se habían construido de modo que teniendo dos tronerillas en los tres frentes para situar dos espingardas en cada uno, pudiesen evitar el desembarco.

Desde Fuente Caballos hasta el Desnarigado había una trinchera de tres líneas de tunas formando redientes para su mutua defensa. Si se llegase a levantar tierras en toda su longitud y se formasen, de distancia en distancia, unas baterías provisionales con cañones de los calibres cuatro u ocho, se lograría tener una trinchera respetable y temible para los enemigos, ya que deberían subir a cuerpo descubierto flanqueados por todas partes sin poder protegerse de ninguno de los fuegos y quedarían imposibilitados de volver a embarcar. Desde el Fuerte del Desnarigado hasta la zona de las Cuevas el terreno era peñascoso y muy alto en su escarpe, en la Punta de la Almina había una batería con cuatro cañones del calibre doce que dominaba el Fortín del Palmar o de la Palmera y las Cuevas, y en el Estornino había un cañón que flanqueaba el Palmar, por lo que era presumible que no se diese ninguna intentona aquí de ataque sorpresivo.

Huet consideraba que con la corta guarnición que tenía la plaza de Ceuta no se podía guarnecer ni defender el Frente de la Plaza de Armas, y mucho menos toda la circunvalación de la Península de la Almina, que alcanzaba una legua de circunferencia, pero como tenía serias dudas de que aquélla aumentase sobre el pie necesario para ambos objetivos, acampando o abarrancando mucha parte de ella en el monte, deberían salir los socorros para defender todos los puestos de dicha península desde el centro de la ciudad. En el caso de que los enemigos tomasen la playa de Fuente Caballos para atacar la plaza por la retaguardia, el ingeniero manifestaba que, según el proyecto de defensa, para evitar que las Alturas del Espino, San Simón y el Molino fuesen cogidas por su espalda, se abriesen y ocupasen las trincheras desde el hornaveque del Espino hasta el Fuerte del Sarchal, y que tanto la batería de dicho fuerte como la del Molino las flanqueasen de modo que su acceso quedase cerrado.

Según él, la urgencia no daba lugar a que se proyectasen obras sólidas como la reedificación del muro de circunvalación sobre los antiguos vestigios romanos con mejoras respecto a la fortificación moderna, pero de nada serviría una u otra sin defensores suficientes para controlar todos los puestos de la circunvalación y plaza. Siempre que los enemigos fronterizos se uniesen con otra potencia y bloqueasen la plaza de Ceuta por tierra y por mar, serían inútiles todas las defensas, porque al perder la superioridad marítima se cortarían los víveres, refrescos, socorros y municiones procedentes de la otra orilla del Estrecho, viéndose precisada la ciudad a capitular sin llegar a las armas.

Fernando de la Cuesta, comandante de la artillería de Ceuta, planteó a mediados de noviembre al gobernador ceutí Salcedo, como había hecho ya Huet, que era muy limitada la fuerza de cuatro compañías de artilleros y una de minadores para toda la ciudad, ya que con las primeras se debían cubrir los 110 cañones y veinte morteros pedreros situados en los puestos de Plaza de Armas y Muralla Real y dirigidos al Campo de los Moros, además de los 60 emplazados en las baterías costeras de la ciudad y circuito de la Almina; y al mismo tiempo con la segunda se atendía a las minas, que deberían ser el objeto principal para la defensa del frente de dicho campo. Por ello, pedía a Salcedo que solicitara a Carlos III, que se estableciesen en Ceuta tres compañías de artilleros y una de minadores, lográndose con ellas las ventajas de contar con sujetos ejercitados en un mismo paraje y evitar que se desmembrasen los batallones de los artilleros, pues escogiéndose 153 presidiarios del Regimiento Fijo que con aptitud sirviesen para formar las tres compañías, resultaría que cada una tendría 58 plazas, con dos sargentos, dos cabos primeros, tres cabos segundos, un tambor y 50 presidiarios; mandadas por un teniente coronel, tres capitanes, tres tenientes y cuatro subalternos, y de este modo estaría esta plaza bien dotada para su regular defensa artillera. Como estas compañías no gozarían de gratificación, puesto que debían ser reemplazadas por otros presidiarios, ello no impediría que dichos oficiales fuesen relevados cada tres años o cuando conviniese.

Por otro lado, solicitaba de la superioridad el establecimiento de una compañía de minadores, por la notable falta que hacía en Ceuta para el adelantamiento y subsistencia de sus minas. De la Cuesta contaba con treinta y ocho años de experiencia, desde cadete a capitán, en las minas de Longón y Orán y en los batallones del Real Cuerpo, y por ello manifestaba lo importante que resultaría para el real servicio saber elegir para las minas a sargentos, cabos y minadores apropiados para tan penoso trabajo, así como a oficiales con genio e inteligencia para mandar con verdadero acierto. Con ello intentaba hacerse con el mando y dirección de las minas, a las que quería aplicar también el entramado defensivo de las minas de Orán y de los presidios menores. Lo que proponía era sólo para el diario servicio de artillería y minas, pues en caso de que la plaza fuese invadida se debería duplicar el número de oficiales y aumentar el número para sirvientes con presidiarios escogidos.

El gobernador remitió la solicitud del comandante artillero a Juan Gregorio Muniaín, Secretario del Despacho de la Guerra desde 1766, recordándole que las minas deberían estar bajo la dirección del ingeniero comandante, y que le parecía oportuno proponer al rey que se formase una o más compañías de artilleros y minadores y que estuviesen sujetas al comandante de artillería de Ceuta, pero con total independencia de su Cuerpo y bajo su inspección, como los demás regimientos de su guarnición, porque de lo contrario resultarían graves inconvenientes. Salcedo le informaba también que para la formación de dichas compañías sería precisa la providencia de que de las Cajas de Reclutamiento de Sevilla, Cádiz y Málaga llegasen a este presidio todos los sentenciados por delitos no indecorosos, y que ello resultaría de muy corto o ningún gravamen a la Real Hacienda si en lugar de gratificarles con cuatro reales de vellón al mes se les aminorase el tiempo de su condena por buena conducta. Debemos considerar aquí que en el último tercio de este siglo las plazas africanas fueron utilizadas también como presidios para albergar penados de delitos leves, mientras que los de delitos graves eran enviados a las minas de Almadén.

Las solicitudes anteriores resultaron infructuosas ya que a mediados de noviembre de 1771, Muniaín remitió a Salcedo, una orden real advirtiéndole que la dotación local de artillería estaba completa, ajustándose al reglamento de la plaza, y que debía cesar el abono de pan y prest con que asistía al sargento y a treinta y seis soldados del Regimiento Fijo que hacían de artilleros segundos, y en consecuencia se retirasen a su Cuerpo. Salcedo le reiteró que, de resultas de haberse incorporado al cuarto batallón de artillería las dos compañías provinciales de artilleros y minadores que servían en esta plaza y de haberse establecido el destacamento de esta clase que prevenía la ordenanza de 29 de enero de 1762, fue indispensable que entre su antecesor Vanmarcke y el comandante de artillería De la Cruz se arbitrase la incorporación de dicho sargento y treinta y seis soldados al servicio artillero, por no poder ejecutarse con los dotados por dicha ordenanza, cuya providencia aprobó el rey el 23 de abril de 1762, y en cuya conformidad se continuaba hasta ahora, sufriendo serios problemas para defender la Plaza de Armas, los baluartes de la ciudad y fuertes de la circunvalación de la Península de la Almina. Por todo ello se ratificaba en que el destacamento de 100 soldados que prevenía el reglamento para Ceuta, aún completo no podía ser suficiente para el desempeño de dichas tareas.

Esta problemática suscitada en cuanto a la dotación de medios humanos y materiales a las plazas fortificadas por parte de la monarquía española fue desde siempre una constante, pero ello no debe hacernos perder el marco teórico que las proyectaba para una mejor y regular defensa. En este sentido, y a pesar de todas las vicisitudes sufridas, la tratadística poliorcética jugó durante el reinado de Carlos III un papel preponderante, aún más que en reinados anteriores, y ello por las reformas militares ilustradas, la afiliación francófila, la profundización matemática, el desarrollo de las Academias, así como la traducción y publicación de obras nacionales y extranjeras sobre el arte de la guerra. En este sentido, es referencia obligada el Teniente General de Artillería, Marqués de Quincy, que en 1772 publicó un tratado sobre fortificaciones que incluía tablas para aprovisionar las guarniciones, municiones de boca y de artillería necesarias para las plazas de guerra según el número de baluartes con que contasen, los útiles de minadores, el modo de fabricar la pólvora, y las diferentes cantidades de ésta precisas para cargar las minas según el espesor de tierra que soportasen encima, siguiendo el parecer de Vauban.

En este mismo año debemos citar también el tratado titulado “Principios de fortificación”, perteneciente al Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos y Director de la Real Academia Militar de Matemáticas de Barcelona, Pedro de Lucuze, que estudió en sus 69 capítulos los términos de la fortificación real, los de la fortificación de campaña, la aplicación de obras de campaña al ataque y defensa de las plazas, las líneas y ángulos del plano de una plaza, máximas generales, baterías en murallas, baluartes y cortinas, obras esenciales, obras convenientes, obras accidentales, obras exteriores, obras accesorias, barreras, edificios principales y la defensa de la plaza. Al redactar Lucuze este tratado pretendía la síntesis de otros muchos, buscando así un texto breve y claro que sirviera de manual básico poliorcético nacional ante la avalancha de obras extranjeras que se traducían en estos momentos en España, y para lo cual siguió, según el investigador García Melero (1990), las pautas de autores tan destacados como García de la Huerta, Nicolás, De los Ríos y Sala y Prósperi. Muchos de los aspectos desarrollados en estos tratados fueron aplicados por los ingenieros en Ceuta, pero otros se modificaron o adaptaron según las características orográficas tan peculiares de la plaza, las disponibilidades de la Real Hacienda o las continuas incursiones enemigas terrestres o costeras.

Ya hemos visto cómo en estos últimos años la mayor preocupación de los ingenieros fue defender adecuadamente la Península de la Almina, porque a pesar de que se había firmado la paz con el Emperador de Marruecos, había desconfianza en Ceuta por los diarios movimientos de tropas fronterizas en sus proximidades, y se temían ataques costeros por ese frente más débil de su retaguardia. Por esta razón, menudearon los proyectos y planos de obras de defensa al Secretario del Despacho de Guerra, Conde de Ricla, para que los elevara a su vez al Ingeniero General, Martín Cermeño, y actuara en consecuencia. De todos ellos, destacamos el remitido a mediados de abril de 1772 por el ingeniero Francisco Gózar, en el que reflexionaba cómo estorbar un desembarco marroquí en la Almina y Monte Hacho mejorando la fortificación de la Puerta de la Almina con sus dos medios baluartes y el almacén de pólvora, para reducir así el ataque al frente que miraba al Campo Exterior. Durante la defensa de las fortificaciones de Plaza de Armas y de la Ciudad, éstas podrían recibir de la Almina el socorro necesario, pero si se perdieran y el enemigo se adueñara de la plaza, le serviría la fortificación proyectada para apoderarse con más prontitud de su población, pues para resistir a aquel nuevo frente no había ninguna defensa. Para estorbar un desembarco por la Bahía Sur convendría fabricar tres baterías, la primera se situaría encima de unos peñascos que batían las olas en la Puerta de Fuente Caballos, la segunda en igual situación en la del Molino, y la tercera en Playa Hermosa, desde donde se podrían flanquear los espacios que mediaran entre ellas, desde la Ciudad hasta más allá de la batería del Sarchal, que contenía cinco cañones. Igualmente, en los espacios donde hubiesen playas, se fabricarían parapetos con sus banquetas para impedir el paso, a lo que se sumarían las defensas que se pudiesen colocar en lo alto, al lado del camino de ronda, donde sería preciso poner alguna artillería para auxiliar a las de abajo. Si los fronterizos se apoderasen de la Almina y se hubiesen retirado las tropas hacia la Ciudad, las fortificaciones de aquel paraje carecerían de abrigo contra las bombas enemigas, por estar enfiladas, dominadas y batidas de revés, como también los dos extremos de la muralla de la Puerta de la Almina, con lo que en poco tiempo obligarían a la guarnición a rendirse.

Gózar había ya informado el 19 de febrero que también era necesario poner en buen estado de defensa los puestos del Frente Norte, cuya muralla amenazaba ahora ruina por diferentes partes por no haberse reparado sus grietas desde hacía años y que permanecía abierta enteramente entre la Guardia de San Pedro y las Balsas grandes, en una longitud de 700 varas. Desde estas alturas sería obligado el impedir que el enemigo se apoderase del Monte Hacho, que antiguamente se hallaba faldeado de una robusta cerca de la que subsistían vestigios en varios lienzos, y se situarían destacamentos en los puestos para embarazar las subidas con cortaduras, que consistirían en un parapeto con su foso por delante.

Manteniéndose la paz con el Emperador de Marruecos, si otra potencia quisiera conquistar Ceuta, creía Gózar que sería útil la fortificación de la Puerta de la Almina, pues no temiendo ya por el frente continental sería ventajoso el puesto de la plaza para defenderse mientras se esperase socorro, retirándose a ella después de haber practicado cuanto fuese oportuno. La obra para cubrir dicha puerta era muy basta y costosa, requiriendo primero un desmonte y transporte de tierras muy considerable con pérdida de bastante tiempo, y luego supondría molestias para la población civil enclavada desde esa zona hasta las proximidades del Convento de San Francisco, quitando las ruinas de los edificios demolidos para que no facilitasen al enemigo ningún abrigo inmediato a la fortificación, pues protegiéndose en estas ruinas le sería mucho más fácil aproximarse a ella, mientras que desde el convento podrían batir en brecha con cañones desembarcados o tomados de las Baterías de San Amaro, Torremocha, Santa Catalina, Punta de la Almina, Desnarigado y Torrecilla del Desnarigado, por lo que convendría cuanto antes abandonarlos si no se pudiesen retirar, clavar, desmontar o arrojarlos al mar.

Si se produjese un ataque combinado entre marroquíes y otra potencia a un tiempo sobre el Campo Exterior y la Almina, sería muy positivo robustecer la fortificación nueva, aunque la situación se tornaría muy problemática ya que seguiría dominada por las Alturas del Morro de la Viña y del Cañaveral, estando sus defensores descubiertos, dominados de frente, enfilados en muchas partes y batidos de revés en obras tan estrechas que no permitirían idear nada, y lo mismo ocurriría en la Almina, sin poderse entonces socorrer mutuamente, a menos que llegase un rápido auxilio desde Algeciras. Por lo expuesto, Gózar reconocía que en Ceuta había falta de municiones y de soldados, puesto que estaban sin cubrir muchos puestos de Plaza de Armas, la Ciudad, la Almina y Monte Hacho, y se precisaban también para realizar salidas fuera de la estacada. Igualmente, era inexcusable el acopio de todo tipo de víveres necesarios para un año o poco menos, en consideración a que el mar era la única línea de comunicación para el socorro, cuyo tránsito a Ceuta desde Algeciras, Tarifa o Cádiz sería más fácil siempre que soplase viento del oeste. Se deberían también inventariar todos los géneros y materiales existentes en los almacenes de artillería y fortificación, a fin de proveerlos prontamente, así como todo tipo de útiles para el trabajo de las trincheras, como fajinas, cestones, piquetes, sacos terreros, maderas, caballos de frisa, erizos, abrojos y camisas embreadas. Lamentaba Gózar a este respecto que se hubiese realizado el desmonte del jaral existente en el Monte Hacho, ya que perjudicaba su falta para las fajinas y otros empleos y, siendo limitada la cantidad que se podía obtener de los árboles plantados en la Almina, acrecentaba el gasto a la Real Hacienda.

Al tratar la defensa de las plazas, Lucuze afirmaba, en el tratado antes reseñado, que el gobernador, antes de llegar el caso de sitio, debería disponer de una guarnición numerosa, bien disciplinada y experimentada, de buenos ingenieros, artilleros y minadores. Contaría con tropas proporcionadas a las obras por defender, y cuando la plaza tuviese sólo baluartes, rebellines o contraguardias, de modo que pudiese ser atacada por todas partes, situaría un batallón en cada baluarte. La guarnición debería ser tal, que dividida en tres partes, una bastase para el trabajo, otra para el retén y otra para el descanso. Visitaría con frecuencia los almacenes de pertrechos, víveres y municiones, distribuyéndolos en distintas partes para que algunos se reservasen, en el caso de que otros se hundiesen con el fuego enemigo, y encargaría a personas fieles la custodia de sus efectos. Igualmente, reconocidos los víveres y municiones, acopiaría todo lo necesario, al menos para tres meses de sitio, de los distintos parajes del contorno, sin olvidar la leña, lana o colchones que pudieran servirle para la comodidad de los enfermos y la formación rápida de parapetos. De la campaña vecina recogería todo el ramaje posible para fajinas, cestones y estacas que hubiese de emplear en los atrincheramientos, como también el trigo, harina, vino, aceite, y otros frutos para su abasto, con el fin de que no se aprovechase de ellos el enemigo. Haría arrasar la campaña de los sitiadores, cegando pozos y norias, derribando setos, vallados, cercas y casas para dejar al descubierto cuanto alcanzase el cañón de la plaza.

Según Gózar eran tres los parajes más expuestos a un posible desembarco en la Almina, contando desde las Baterías de San Amaro y Torremocha hasta la de Santa Catalina. El primero en la Playa de San Amaro, defendido por el mismo castillo que se encontraba a su derecha, pero a pesar de que contaba con parapetos en su frente, necesitaría más tropa para detener al enemigo. El segundo paraje era Valdeaguas, de difícil acceso, y sin más defensa que los parapetos que lo circundaban; y el tercero era el Sauciño, con mayor apertura que el anterior, pero con débil defensa. A pesar de que los tres estaban protegidos por sus respectivas baterías que los defendían en el caso de que los barcos estuviesen lejos de la orilla, ello no era posible cuando éstos estaban cerca, siendo así más fácil el desembarco enemigo.

A mediados de mayo, el Conde de Ricla previno al Ingeniero General, Juan Martín Cermeño, sobre la fortificación del frente de la Almina de Ceuta propuesta por Gózar, y le manifestó que antes que el rey determinase la obra que debía ejecutarse, se pasara orden al Capitán General e Intendente de Andalucía para que pasase a Ceuta en comisión el Ingeniero Director destinado en estos momentos en Cádiz, Juan Caballero, que se ayudaría de un ingeniero subalterno para hacer un preciso examen del terreno, al tiempo que examinaría los proyectos volantes propuestos. Unificando criterios con el Ingeniero Comandante Gózar y el gobernador Salcedo, deberían llegar a un acuerdo entre partes que sería incluido en el expediente y elevado al monarca para que dictaminase lo más oportuno. El dictamen fue remitido el 9 de junio y en él se indicaba que cualquiera de los proyectos estaría dominado por la elevación de 120 pies desde el Campo de los Moros hasta una distancia de 1100 varas, flanqueados sus dos costados desde las eminencias del Morro de la Viña y Punta del Cañaveral, y batido del revés por toda su espalda, con tan excesiva elevación y espacioso frente que imposibilitaría la supervivencia a los defensores. En el caso de que se quisiese evitar este defecto adelantando algo más el frente del hornaveque doble propuesto por Verboom, y cubriendo toda su gola y costados con un robusto y elevado espaldón, no había duda que aumentaría la defensa, pero en nada contribuiría a la seguridad de su frente por la parte de la Almina, como tampoco sería suficiente ocupar dicha altura con un fuerte de campaña, padrastro u obra destacada, pues igualmente se incurriría en el defecto de la dominación con que le excedían, además del Monte Hacho, otras seis alturas que la seguían a distancia de 160 varas aproximadamente una de otra, todas con mayor capacidad y elevación.

En consecuencia, la situación de la plaza y ciudad se reducía a un istmo muy bajo de 600 varas de longitud y 230 de latitud que unía al continente africano con la Península de la Almina y Monte Hacho, y como desde los extremos de dicho istmo, que eran el Frente de Tierra y el Muro de la Almina, se ensanchaba y elevaba el terreno en rampa muy considerable, quedaría la Ciudad y sus fortificaciones siempre descubiertas, dominadas, enfiladas, batidas de revés y flanqueadas si se llegase a perder parte de la Almina y el Hacho, sin esperanzas de subsistir en el interior de la Ciudad, aunque se fortificase aún más el propuesto frente de la Almina, tanto por su situación como por lo reducido de su población. A pesar de ello, la Almina era la parte mejor y más importante para subsistir en este presidio, por lo que convendría que no se reedificasen edificios civiles en la Ciudad y sí se construyesen en las faldas de las siete alturas de la Almina, dejando libres y desahogadas sus cumbres para fortificarse y asegurarse en ellas si obligase la necesidad, pues tanto importaba establecer el vecindario en la Almina con la mitad de su guarnición bien acuartelada y algunos almacenes de municiones, víveres y pertrechos, como era perjudicial el acopio de casas débiles y gran estrechez de calles que tenía la plaza, las cuales ocasionarían mucha pérdida de defensores en el preciso tránsito y comunicación por ellas durante un sitio formal. En cuanto a demoler el puente estable que comunicaba la Almina con la Ciudad y sustituirlo por otro provisional de madera sobre pilares de cantería y mampostería con su levadizo en el extremo, era evidente que debía ejecutarse así, dándole la misma situación prescrita en el proyecto primero, y podría cubrirse con un rebellín proporcionado a las defensas del actual frente de la plaza, con tal que su terraplén no se elevase nada del mismo piso de la Alameda Alta, que estaba catorce pies sobre la contraescarpa y especie de camino cubierto donde correspondía la salida del puente para la Almina, cuya obra era la única que podría adaptarse para cubrirla y suficiente para precaverla de un insulto o golpe de mano.

También correspondería inundar el foso, de manera que pudiese quedar en bajamar al menos con tres pies de agua, pero no convendría que comunicase las aguas de una bahía y otra ya que las continuas tierras y arenas de las playas laterales lo cegarían, y nunca se conseguiría la debida inundación ni la precisa existencia de las embarcaciones del rey y de los abastos, pues no tendrían otro refugio ni descargadero seguro. Por esto, se podrían abrir sólo 140 varas más en su longitud, dejando el resto del foso cerrado para varar y carenar las barcazas y demás barcos menores, e igualmente se comenzaría la rampa de comunicación que se construía ahora pegada a la contraescarpa hasta subir los treinta pies de profundidad que tenía dicho foso e igualar su extremo superior con el lado derecho de la salida del puente, y en el izquierdo podría formarse una escalera en idéntica disposición con una especie de mezetta o plataforma en su extremo inferior, que dejándola a un pie sobre el nivel de pleamar podría servir para embarcar y desembarcar personas, ya que para efectos de acarreo serviría el andén o muelle bajo actual, continuando con la misma anchura hasta el citado carenero, desde donde se comunicaría con la Almina y Ciudad por la referida rampa. Por último, el dictamen aseguraba que el principal y medio más seguro para conservar este frente consistiría en la vigilante custodia de toda la costa y calas que formaba el conjunto del Monte Hacho y la Almina, cuya indispensable precaución, ayudada de las correspondientes baterías y ventajosa naturaleza del terreno, sería la única y positiva seguridad de la plaza por esta parte.

Este documento se incorporó al expediente de obras, junto a las memorias y acuerdos fijados por la Real Junta de Fortificación de la plaza, que con carácter extraordinario dio cumplimiento el 15 de junio, previa real orden del día 4, a varios puntos relativos a poner a Ceuta en estado general de defensa para resistir un sitio, según lo propuesto por Caballero. Concurrieron a ella el Comandante General y Gobernador de la plaza, Salcedo, el Ministro Principal de la Real Hacienda, Juan de Torres, el Ingeniero Director, Juan Caballero, el Comandante de Ingenieros, Francisco Gózar, el Comandante de Artillería, Fernando de la Cuesta, y el Secretario, Felipe García Benítez. En la primera memoria estudió la distribución de los edificios militares para guarnecer y proveer de municiones y pertrechos la Plaza de Armas y fortificaciones exteriores, ayudándose de los cañones y morteros necesarios y de dos batallones del Regimiento de Córdoba y uno del Regimiento Fijo, que se acuartelarían en las Contraguardias de San Javier y de Santiago. Para este servicio artillero se repostarían 100 quintales de pólvora del calabozo a prueba de bomba llamado del Potro, que estaba situado a la entrada del Baluarte de Santa Ana, y del repuesto también a prueba de Santa Bárbara, situado en la 2ª Puerta. Se distribuirían igualmente otros 100 quintales en pequeños repuestos de las mismas baterías, además de disponer de un competente número de cartuchos de fusil en uno de los calabozos de la entrada del Ángulo de San Pablo. El suministro diario de bombas y granadas cargadas se haría de las pequeñas bóvedas de la gola del Revellín de San Ignacio.

Para el interior de la plaza y Ciudad sería conveniente almacenar 500 quintales de pólvora en el Almacén a prueba de San Lorenzo, y destinar los Almacenes de San Dimas y de la Coraza, también a prueba, para obrador y repuestos de granadas y bombas incendiarias, además de una o dos bóvedas de la Plaza de los Cuarteles para los efectos de mayor riesgo. Otros tres batallones de infantería, junto a tropas de artillería y desterrados se acuartelarían en los Almacenes del Sillero y del Reloj y otras bóvedas de la Plaza de los Cuarteles, reservando algunas para las urgencias. La sala de armas se transferiría al Almacén de San Francisco y los demás del frente de la plaza que miraba a la Almina, las Casas del Rey y de la Misericordia, serían suficientes para repuesto de víveres. En la Almina se debería acuartelar el resto de la guarnición, acopiándose del principal recurso artillero, montajes, pertrechos, armas, utensilios, fajinas, salchichones, gaviones, candeleros, cestones, piquetes, bombas, granadas, cartuchos de metralla, pólvora y todo lo que excediese de la dotación artillera destinada en Plaza de Armas y recinto de la Ciudad para un periodo de veintidós días de sitio formal o fuego vivo. Lo mismo se haría con los víveres y demás abastos de la plaza, al no contarse con edificios suficientes para la debida distribución que requerían tales ocasiones.

En la segunda memoria decía Caballero que de las minas antiguas del frente de Plaza de Armas se eligiesen, perfeccionasen y dispusiesen las más proporcionadas para dirigir galerías, ramales y cajas; construyendo las que fuesen necesarias hasta unirlas con las actuales del camino cubierto y glacis. La obra del tenallón, o especie de falsabraga que formaba una débil e imperfecta obra baja al pie de la cara del Baluarte de Santa Ana, debería reducirse a la prolongación de dicha cara, pues con la presente disposición toda la parte comprendida debajo de ella era perjudicial para una regular defensa. También quería Caballero que en el extremo del Foso inundado, pegado al muro de su perfil izquierdo, se dejase una rampa para comunicar la Contraguardia de San Javier con el Baluarte de Santa Ana por su ángulo flanqueado, la cual podría cubrirse de las enfiladas del campo enemigo con sus respectivos espaldones o traversas, y si desde lo superior de dicha contraguardia se construyera una escalera unida a su contraescarpa hasta bajar al foso, sería esto muy importante para la debida comunicación. Los edificios comprendidos en el Ángulo de San Pablo estaban a media prueba de bomba y empedrada su parte superior, por lo que interesaba mucho cargarlos de tierra por precaución y por mejor disposición de sus terraplenes, y por otro lado el parapeto o cerca de tablones de la Luneta de San Antonio era incapaz de resistir el fuego de cañón.

En la Junta celebrada el 29 de junio quedó acordada y resuelta la ejecución de las primeras obras y reparos que propuso el Ingeniero Director para los exteriores y Muralla Real del Frente de Tierra de Ceuta, con el fin de que se pusiera en el más pronto estado de defensa, según las órdenes reales; así como su dictamen relativo a las demás obras de la plaza, Almina y Hacho.

El Foso principal de la plaza por el Frente de Tierra o Muralla Real era navegable y se comunicaba libremente de mar a mar. Por esto, Caballero propuso que se construyeran para su custodia dos robustas cadenas y se emplazaran para cerrarlo en sus dos bocas o extremos, y también que se fabricase un total de 2000 salchichones y cajones de madera embreados y forrados de hojalata con sus correspondientes canales y provistos de pólvora para producir su efecto en las minas, pues de lo contrario quedarían inutilizados ante las inundaciones producidas por filtraciones del terreno. Convendría también que se colocaran cuatro o seis cañones en la altura inmediata al cuerpo de guardia de la Brecha para inquietar a los que los sitiadores tenían enclavados en el paraje dominante del Morro de la Viña. Igual número de cañones propuso para la Alameda Alta de la Almina, Pineo Gordo, Punta de la Palmera, Sarchal, Quemadero, San Amaro, Desnarigado y el Molino,

“...vien entendido que se deverán desde luego cortar, escarpar y prohivir rigurosamente para lo subcesibo los infinitos senderos, veredas y derrames axcesibles que artificialmente se han formado desde todas las guardias y otros parajes del perímetro para bajar y subir al mar sin necesidad, pues con esta disposición y la de no omitir la precisa de patrullas de Caballería y rondas montadas que salgan de ora en ora desde la Guardia de San Sebastián por derecha e yzquierda a dar la buelta a todo el contorno del Acho y Almina, alertando las guardias assí de estos puestos como los centinerlas de los garitones, no dudo se consiga la entera seguridad del Acho y conservación de tan importante objeto”.

A estas precauciones se debería añadir que cuando dispusiese el enemigo un ataque sorpresa sobre la Almina, se incorporasen tres retenes de 50 hombres cada uno apostados durante todo el día en la Altura de los Judíos, en el cruce de los tres caminos que iban al Desnarigado, Punta Almina y Santa Catalina, y en la Altura de la Palmera, con el fin de estar prestos a acudir donde hubiese necesidad. Para el mismo caso reservaba Caballero la entera demolición que debería hacerse de los Almacenes de la Ribera y San Amaro, pues estaban indebidamente al pie de la muralla, y cuando el ejército enemigo estableciese sitio formal se cuestionaría el poner adecuadamente traversas y espaldones a todos los terraplenes de las Murallas Norte y Sur de la plaza y Almina, los cuales estaban descubiertos y enfilados del Campo del Moro. El Almacén de San Lorenzo, inmediato a la 1ª Puerta, encerraba el repuesto del carbón de brezo, y Caballero opinaba que se desocupase y abriese en él una puerta que mirase a la Plaza de los Cuarteles. Finalmente se aprobó en Junta que el Ingeniero Comandante tramitase las condiciones de una contrata para sacar de las canteras y conducir al pie de las obras la piedra necesaria, y que el Comandante de Artillería acopiase todo tipo de géneros de artillería y gastadores para los Parques de Artillería y Fortificaciones.

El Ingeniero General continuó trabajando en otros planes de defensa para la plaza de Ceuta, en los que informó de sus puntos fuertes y débiles, para pasar luego a unas reflexiones personales sobre los proyectos que se le propusieron. Describió primero la Muralla Real y su Foso inundado que miraban al Campo del Moro, a los que se anteponían tres órdenes de fuegos exteriores: un hornaveque con un tenallón al pie de su cortina, dos contraguardias con dos rebellines intermedios, y cinco lunetas que sostenían el Camino Cubierto, además de cuatro casamatas o galerías que defendían la explanada con el fusil. Del referido camino cubierto salían varios ramales de minas hasta el interior de los baluartes de dicho hornaveque, pero todas estas obras tenían el grave inconveniente de que el campo enemigo las dominaba con 50 varas de elevación aproximadamente y a tiro de cañón. Al expresado frente le unían sus correspondientes lados o muros elevados de ocho a nueve varas sobre el nivel de pleamar que los bañaba, y aunque parecían accesibles por las playas laterales, estaban bien defendidos por los espigones que los cubrían.

El cuarto lado o frente de este recinto era donde se hallaba la puerta y puente que se comunicaba con la Almina, el cual tenía su foso semiinundado para puerto de lanchas y pequeñas embarcaciones. Dicha Almina consistía en un espacioso terreno en el que estaba establecida la mayor parte de la población de este presidio, y contaba con siete alturas que declinaban al norte, elevándose la mayor de ellas 82 varas sobre el nivel del mar. Por la parte meridional estaba defendida la población desde el Rastrillo del Valle hasta el Espino con una escarpada elevación natural, y desde éste hasta Fuente Caballos se cerraba con un nuevo parapeto construido últimamente. Desde esta fuente corría una muralla que comprendía los Baluartes de San Carlos y San José, que unida con la contraescarpa del citado foso llegaba hasta el Baluarte de San Sebastián que miraba al norte, separándose del recinto de la plaza por medio de precitado foso. También se hallaba precavida la plaza por el norte con una muralla que seguía desde San Sebastián hasta la Plataforma de San Pedro, continuando desde aquí hasta el Rastrillo de las Balsas un lienzo arruinado que tenía ya aprobada su reedificación. Por la parte oriental no contaba esta población con ninguna defensa, pues se unía con el Monte Hacho por una especie de valle o cañada. Este monte tenía casi 7300 varas y se elevaba 140 sobre el nivel de pleamar, su costa sólo estaba amurallada desde el citado Rastrillo de las Balsas por San Amaro hasta Santa Catalina, y el resto disponía de varias baterías, a las que se añadieron últimamente otras tres de cuatro a seis cañones en los puestos del Quemadero, Palmera y Pineo Gordo. En la cima de este monte se hallaba una porción de muro antiguo con cuarenta torreones de seis a nueve pies de grosor, y veinte a treinta y seis de altura, adaptados a las irregularidades del terreno, y en dicho muro hicieron varias aberturas los vecinos para allí protegerse durante el periodo de la peste que sufrió la ciudad. La mayor parte de las faldas de este monte caían bastante rápidas hacia la parte del este, con varias fuentes y muchas jaras, que podrían dar suficiente leña para abastecer a la guarnición durante un mes ...

“siendo la maior y más ventajosa partte de esta posesión el Monte Acho, nadie negará fundamentalmente que perdido éste lo sería tanvién la esperanza de subsistir en lo restante del Presidio, respecto que quedaría reducido al estrecho conjunto de la Almina y Plaza, encaxonado entre los dos fuegos del citado Acho y Campo del Moro, que uno y otro los domina con duplo frente, y les ofrece proporción para ser sobstenidos y socorridos de su principal cuerpo de África; como asimismo para impedir que fondeen en la bahía las envarcaciones de España con iguales subsidios...”.

Algunos ingenieros opinaban que se debería reedificar la muralla que antiguamente cerraba la costa de la Península de la Almina, o bien que se rodease con un muro toda su circunferencia. Para Caballero esta disposición no parecía proporcionada, ya que su construcción supondría un coste elevadísimo, porque sería incapaz de resistir los tiros de cañón de fragatas de guerra y porque se debería reparar frecuentemente debido a los copiosos y rápidos derrames de las aguas que descendían por sus lomas. Por todo ello, le parecía como mejor solución el perfeccionar un respetable establecimiento y asegurar una retirada en la parte superior del Hacho, aún más si cabe cuando en tiempo de sitio tendrían fondeadero las embarcaciones en las Calas de Santa Catalina, Desnarigado y otros cañeros de su costa para recibir los repuestos desde el otro lado del Estrecho. Dispuesto así este puesto, lo siguiente sería asegurar la Almina por disponer del mejor terreno y población, pero que al no contar con suficientes defensas corría el riesgo de desembarcos enemigos de modo sorpresivo procedentes desde Tetuán, Tánger o Gibraltar. Para evitarlos debería construirse un muro, que Caballero reconoció que existió en la antigüedad, desde el Rastrillo Nuevo hasta el de las Balsas, en forma de hornaveque doble, formándole su foso por delante y adaptando las elevaciones, espesores, parapetos y terraplenes a los desniveles que ofreciera el terreno, con el fin de que fuese capaz de cerrar y custodiar la Almina. El costo de esta obra ascendería a 36.000 escudos de vellón.

El proyecto del Monte Hacho consistía en formar los cuatro baluartes, dejando en los dos últimos las correspondientes puertas o salidas a la campaña, precaviéndolas con un simple tambor y levantar la parte de muralla que faltaba para acabar de cerrar el recinto, adosando a ella el lado mayor de un cuartel para alojar 200 hombres de infantería, con un almacén anexo de pertrechos, otro para 200 quintales de pólvora, un tercero para víveres y aljibes. Se habrían de macizar también los huecos o aberturas ya referidos del muro antiguo, dejando a la altura actual las golas de los baluartes y sus muros de seis a doce pies más bajos, proporcionando así sus elevaciones a la desigualdad del terreno en que debieran construirse y poder establecer en cada uno cuatro cañones de mediano calibre para atender a la defensa de las faldas de acceso al Monte. La mencionada porción de muralla que faltaba para cerrar el recinto podría ser de tres a cuatro pies de espesor, con una altura de nueve hasta doce, puesto que se encontraba en la cúspide del monte y en paraje difícil para aproximarse a ella. El costo de todas estas obras ascendería a 68.000 escudos de vellón, contando con que éstas como las proyectadas en la Almina emplearían a desterrados. El ingeniero afirmaba que con las disposiciones propuestas...

“cualquier esfuerzo que inttenten hacer los enemigos confinantes, ni aún la potencia más aguerrida de Europa, contra ella no les producirá efectto alguno, a menos que la dominación de unas fuerzas navales no venciera la gran dificultad de permanecer en un bloqueo tan constante, como requiere la rendición de esta plaza”.

Carlos III aprobó el proyecto de Caballero el 9 de octubre, pero previno que, en lugar del doble hornaveque propuesto desde el Rastrillo Nuevo hasta las Balsas para cerrar la Almina, se hiciese sólo un camino cubierto con su plaza de armas atrincherada en la parte baja de la primera altura, colocando hacia el norte una batería sencilla de seis u ocho cañones que flanquease la ensenada o fondeadero y defendiese al mismo tiempo por su dominación dicho camino. Esta modificación supondría menos coste y mayor facilidad de fabricación, de modo que en poco tiempo se podría realizar aplicando en ella un número competente de desterrados. En cuanto al recinto del Hacho, ordenaba que sobre lo ya aprobado se colocase un proyecto volante con la distribución de defensas necesarias y que, dado lo irregular del terreno, el Comandante Ingeniero Gózar las planificase sobre el mismo, aumentando o disminuyendo las partes que componían su totalidad y que sacando a escala el plano y perfiles con gran detalle les hiciese copias para enviar a la Corte y al Archivo de Fortificación. A este respecto, debemos recordar que ya en 1755 el ingeniero ordinario Martín Gabriel había trazado el plano y perfiles de la nueva Fortaleza del Monte Hacho, y que volvió a trabajar en Ceuta desde 1773 hasta 1777. Sus proyectos sirvieron de base para los trabajos de Caballero, que llegó a primeros del año 1773 a ensanchar la tenaza para hacer más regular la figura del frente suroriental del hornaveque del Hacho, con lo que tampoco habría necesidad de pastel ni rebellín, ya que la caída rápida del terreno los dispensaría (Fig. 123).

En los primeros días de febrero, Caballero realizó el trazado de la Fortaleza del Hacho para cerrar la parte de recinto antiguo que contenía y darle sus correspondientes defensas, según lo prescribía el proyecto volante aprobado por el rey en octubre próximo pasado. Situó en el mismo la muralla antigua, que era de buena mampostería, y a la que se debería subsanar varias covachas hechas expresamente en su macizo para acoger a los vecinos que abandonaban la población en tiempo de contagio de peste. También emplazó la casa actual del vigía o hachero con su garitón, un conjunto de tinglados para aquellos desterrados que estaban destinados al cultivo del monte, un cuerpo de guardia recién construido; varios pozos de agua dulce, aunque algo gruesa para beber, canteras de las que se extraía piedra para la obra, el camino y entrada desde la ciudad, la Puerta de Málaga, el camino que iba a la Ermita de San Antonio, una cañada donde filtraba y destilaba agua por el macizo del torreón del recinto a la que llamaban Fuente de María Aguda, un tinglado que podría servir para los obreros o de almacén y otros para repuestos de pólvora, víveres y pertrechos. Del mismo modo, delimitó espacios para situar un cuartel para 300 soldados con sus correspondientes cisternas y pabellones de oficiales, así como la altura proporcionada para la casa de los vigías, ya que la actual no descubría los horizontes desde el este hasta el sur y se podría acomodar para otros fines.

También fijó un perfil para la mayor altura que se pudiese dar al nuevo muro en los puestos más bajos, que naturalmente sería en los ángulos flanqueados de los baluartes y en alguno de los de la espalda. En el caso de la menor altura en los puestos más altos, sería en el arranque y unión de los flancos con el muro antiguo, es decir, en la formación de los ángulos flanqueantes, y en esta zona se podría rebajar todo lo que excediese el muro antiguo. Entre estos dos perfiles extremos se proporcionarían los intermedios, y el desnivel que resultase podrían sufrirlo los terraplenes, sin que quedasen inútiles para el uso de sus fuegos, ya que ni aún en los flancos y caras que hubiesen de recibir artillería habría dificultad en disponerles las explanadas, haciéndolas a mezetas como estaban en la Muralla Real, y estas baterías se dejarían a barbeta para su mejor servicio, puesto que por su dominante elevación no quedarían descubiertos en ellas los defensores desde la campaña. Por otro lado, muchos parajes de la fortaleza precisaron que el nuevo muro se fabricase sobre la misma roca, mientras otros debieron subsanar sus macizos ante la existencia de numerosas covachas (Figs. 124 y 125).

El ingeniero Martín Gabriel, asistido por sus ayudantes, Jaime Garcini y Fernando López Mercader, amplió la imagen de la Fortaleza del Monte Hacho y de su entorno, enriqueciéndola con mayor lujo de detalles, en dos planos realizados a finales del mes de julio de 1773. En ellos (Figs. 126 y 127) detalló el muro antiguo que separaba la Almina del Valle, las Balsas Viejas y las Balsas Nuevas, el Cuartel nuevo, el corral de los carneros, el camino de subida al Hacho y el que lo rodeaba, la Batería del Sarchal, la cañada que recogía las aguas de las montañas y las conducía a las balsas, desaguando las restantes al mar; el perfil del Muro Norte que debería construirse para evitar al presente la enfilada de las embarcaciones enemigas, el cañón de bóveda que debería construirse para el libre tránsito y quedando en su parte superior continuado el camino cubierto, el camino cubierto proyectado y trazado con su plaza de armas, el atrincheramiento de dicha plaza que debería construirse, así como la parte de plaza de armas que la cerraba sobre cimientos de piedra en seco; la doble estacada que habría de cerrar las golas de dicho atrincheramiento y plaza de armas, la batería trazada en la cima de la montaña, los Camposantos de Apestados, la Iglesia o Capilla de Nuestra Señora del Valle que ahora se inutilizaba, y los Rastrillos de las Balsas Nuevas.

En la obra de la Fortaleza del Hacho destacó el frente que cerraba la obra antigua, la surtida y el cuerpo de guardia, el Baluarte de la Puerta de Málaga, el de Fuente Cubierta, el de San Antonio y el de San Amaro; la tenaza con su pastel, los terrenos y espacios propuestos y trazados para la construcción de un cuartel para 300 hombres, un lienzo de muro antiguo que se abandonaba y demolía, el almacén construido en la gola del Baluarte de Puerta de Málaga con los cuartos provisionales a su espalda que al presente servían de parque de útiles herramientas y demás géneros necesarios, y en los que se colocaría una fragua para componer dichos materiales; otros almacenes trazados que deberían ejecutarse; la casa actual del vigía, la que debería construirse y otra en la que se encerraba el juego de armas del cañón de señales; el cuerpo de guardia de la tropa con el cuarto para el oficial, el del ingeniero encargado de dichas obras y el que habría de construirse para el soldado de caballería que llevaba los partes que daba el vigía; la casa de vivandería, los tinglados donde se encerraba a parte de los desterrados que trabajaban en las obras, la entrada al semibaluarte, la entrada principal con su cuerpo de guardia, el camino proyectado para ir a la entrada principal, el camino antiguo que se abandonaba, y las canteras de donde se sacaba la piedra para la obra. Y en los primeros días de diciembre volvió Gabriel a realizar otro plano y perfiles, donde indicaba que las obras iniciadas en ese momento en el frente de fortificación del Monte Hacho eran el Baluarte de la Puerta de Málaga, el de Fuente Cubierta, el almacén de pólvora, los cuartos provisionales, una poterna y las modificaciones del muro antiguo (Fig. 128).

Los planes de defensa siguieron aumentando sensiblemente. Si bien la atención en estos momentos se centraba en la adecuación poliorcética de la Ciudadela-Fortaleza del Monte Hacho, ello no fue óbice para que el Ingeniero Director, Juan Caballero, ampliase dichos planes al resto de la plaza a finales de mayo de 1774, trabajando en una relación con plano de un proyecto para el frente de la Almina, a fin de aumentar sus defensas ventajosamente, en el caso de ser atacada la plaza de Ceuta con un riguroso sitio (Fig. 129). Los recelos del ingeniero a un pertinaz asedio de la plaza de Ceuta fueron cobrando visos de realidad desde el mes de septiembre de dicho año, sobre todo desde el momento en que el rey marroquí, Sidi Muhammad, declaró indirectamente la guerra a Carlos III, al plantearle que tanto Marruecos como Argel querían acabar definitivamente con la presencia extranjera en el norte de África. Al peligro magrebí se sumó el apoyo prestado por Inglaterra, iniciando el sitio de la plaza de Melilla en diciembre y el ataque al Peñón de Vélez de la Gomera en enero del año siguiente, pero la monarquía española se mantuvo firme en querer conservar a ultranza los presidios africanos, como representó el Conde de Floridablanca al rey. Con todo ello, el refuerzo militar carolino del área del Estrecho de Gibraltar se mantuvo para evitar posibles agresiones de Marruecos u otro estado islámico y las de los ingleses desde el Peñón, lo que llevó a un control parcial del tráfico marítimo en dicha zona, al establecimiento de acuerdos comerciales preferenciales con Marruecos y al robustecimiento de las defensas de Ceuta.

En este sentido, tenemos que valorar la carta remitida desde Cádiz el 4 de octubre de 1774 por Caballero, como Ingeniero Director de las obras de Ceuta, a Silvestre Abarca, que desde el día 3 de ese mismo mes era Mariscal de Campo y Director del Ramo de Fortificaciones del Reino. En ella le detallaba las dos comisiones que efectuó a Ceuta en los años 1772 y 1773, y que ante un posible enfrentamiento bélico con Marruecos actuó conjuntamente con la Junta de Fortificación para dejar dicha plaza en perfecto estado de defensa, sobre todo atendiendo a la conservación del Monte Hacho con reductos, apostaderos y otras obras de campaña. Una vez desvanecidos los recelos de sitio formal, recibió la orden de proponer su constante seguridad y pasar con los proyectos a la Corte, para lo que formó los correspondientes planos, perfiles y descripción que se encontraban en el Archivo General del Cuerpo, e insistiendo en la opinión de los antiguos que habían poseído este presidio, que para conservarlo fortificaron la dominante cumbre superior con un recinto de torreones redondos que se estaba construyendo y sin terminar cuando lo ocuparon las tropas españolas; a cuyo efecto propuso que se continuase dicha fortificación antigua hasta cerrar la figura de dicha ciudadela, cubriendo sus ángulos con baluartes proporcionados para las defensas que requería su situación.

Presentados esos documentos al rey, precedidos del informe y adiciones del Ingeniero General, fueron aprobados con expresas órdenes de que tanto este proyecto como otro de Juan Martín Cermeño para resguardar la población de la Almina que se hallaba abierta e indefensa por la parte de la Cañada del Valle, se encargaran a Caballero para trazarlos sobre el terreno, los comenzase e informase de dicha traza e instrucción al Ingeniero en Jefe, Martín Gabriel, para que ajustándose a ello dirigiese la ejecución de las obras hasta su conclusión. Así se hizo, y no hubo duda de que después de acabado el proyecto del Hacho y cerrada la población de la Almina, no sólo se pudo contar con la posesión de las dos partes principales de la ciudad, sino que con ellas quedó totalmente asegurada la plaza por su espalda. Sin estas providencias, las baterías costeras situadas a los pies de dicho monte seguirían siendo insuficientes para su resguardo, y para su refuerzo se formaron ahora unas garitas capaces para cinco soldados en ciertos parajes que evitarían una sorpresa al alarmar a los demás puestos cercanos. Dejando ya el presidio sin recelo alguno por su retaguardia, se encargó Caballero del modo de asegurarlo mejor por su frente exterior, dando por ciertas las noticias que llegaban de que los enemigos vecinos se estaban instruyendo en el manejo del cañón y del mortero y de que pudieran seguir con los preparativos para un sitio formal.

La tensión fue en aumento desde mediados de enero de 1775, ya que el vicecónsul de España en Tánger, Francisco Pacheco, informó al gobernador Salcedo de que había llegado allí Mr. Gegüel Werlaam, ofreciéndose al soberano marroquí para que después de que pusiera sitio a Ceuta, tras la expedición a los presidios menores, contraminase sus minas, y para lo que pedía una asignación de 300 reales al mes. Por entonces, la plaza ceutí tenía una guarnición de tres regimientos, es decir, poco más de 3000 hombres, que resultaban insuficientes, e igual número de presidiarios que formaban la tercera parte del total del Regimiento Fijo, en el que también se integraban muchos desertores. La incertidumbre siguió creciendo hasta llegar a finales de marzo, ante la defectuosa demarcación de límites realizada en el campo ceutí con la paz firmada con Marruecos, ya que los enemigos pusieron su cordón sobre las alturas que dominaban la plaza y Salcedo expresó que sería muy útil que dicho cordón se alejase a tiro de cañón de ella, o por lo menos del de fusil de la gente local apostada.

Lo mismo que Caballero hizo en 1774, el Ingeniero en Jefe Gabriel mandó a la Corte a mediados de septiembre una relación del estado y circunstancias de la plaza de Ceuta, pero ahora mucho más reflexionada y extensa, en la que como militar ilustrado llegó a detallar aspectos geográficos, estratégicos, económicos, poliorcéticos, artilleros y urbanísticos. Atrás quedaban las relaciones en las que los profesionales de la ingeniería militar fijaban criterios exclusivamente militares, y desde ahora muchos buscarán, adaptándose a los nuevos tiempos, un plan total para la ciudad, estructurando sus partes de modo funcional y práctico e intentando crear recursos de todo tipo a fin de hacerla salir de su etapa de territorio cerrado por otra más moderna y abierta, pero todo ello sin perder el norte de ciudad-cuartel o ciudad-presidio, como era el caso particular de Ceuta.

Por todo esto no debe pues extrañarnos que Gabriel plantease en las primeras líneas de este documento apartados como “utilidad de Ceuta por su situación” y “su utilidad por producciones”. En el primero afirmaba que en todos los tiempos Ceuta había sido y era recomendable por su ventajosa situación en la costa sur del Estrecho de Gibraltar, que continuaba siendo las llaves de los mares Océano y Mediterráneo, porque a pesar de que en su bahía no podían recalar siempre buques de alto tonelaje, podía abrigar a buques capaces de hacer en tiempo de guerra una fácil navegación, y favorecer a España en el tránsito de un mar a otro. Era, además, yugo de la barbarie africana y antemural de España. El segundo capítulo trataba de su economía, diciendo que su pequeña superficie impedía la producción, salvo algunas frutas y hortalizas, para la manutención de sus vecinos, y consecuentemente menos para la numerosa tropa que regularmente la guarnecía; por lo que diariamente se proveía de todo lo que le llegaba desde la Península. Apreciamos el pensamiento fisiocrático de Gabriel al afirmar que ...

“...algún día, con el beneficio de los plantíos de pinares hechos en varias faldas del Monte Acho, puede que se consiga tener de este género, no solo el suficiente para la construcción y arboladura de los barcos de su dotación y para el consumo de los edificios militares de la plaza, sino también para proveer con facilidad porción considerable a los Astilleros de Cádiz y Cartagena. Esta circunstancia se expone no distante dudosa, porque aunque dichos plantíos se ven en el día brotados y aun arraigados, la poca tierra que por lo regular se encuentra encima de la peña de que cuasi todo el Monte se compone, hace recelar se hagan suficientemente robustos y crecidos como corresponde al intento. Sin embargo, aquella esperanza añade nuebos quilates a su posesión y hace mas precisa su conserbación por las bentaxas que solo esta circunstancia ofrecería entonces a sus conquistadores”.

Dos meses más tarde, Gabriel trazó otro plano y perfiles de la nueva Fortaleza del Hacho, en los que detalló que el frente de fortificación y la Cortina de Fuente Cubierta cerraban la figura y que el Baluarte de la Puerta de Málaga estaba concluido a excepción de las explanadas y de pequeños tramos. También trazó el Baluarte de Fuente Cubierta, la cortina entre estos dos baluartes con su poterna en el centro a la altura del cordón, el muro y parapeto de la Cortina de Fuente Cubierta que se encontraban totalmente concluidos, las partes del recinto antiguo que estaban ya dotados de su parapeto, los terraplenes que debían acompañar al recinto y que aún debían hacerse, los dos almacenes con sus cuerpos de guardia ya construidos para el alojamiento y custodia de los desterrados empleados en estas obras, la casa antigua del vigía, la actual a la que se debería rematar su torrecilla situada sobre el piso principal, el cuartel para 300 hombres con sus pabellones y cisterna que se iniciarían en breve, el almacén que faltaba por fabricar, las casas y almacenes provisionales que se habían hecho para el servicio de las obras, la balsa ejecutada para el surtimiento de las mismas y las porciones del terreno que deberían desmontarse para desahogo y perfección de las defensas de dicho nuevo frente. Además, en el recinto antiguo se habían ya reparado y revocado un enorme número de covachas y grietas en casi las tres cuartas partes de su extensión (Fig. 130).

Este pormenorizado estudio de la plaza de Ceuta por parte de Gabriel culminó con el añadido final de seis notas o adiciones, en las que aseveró que como la Marina de los enemigos fronterizos nunca podría ser temible y la situación del Monte Hacho y su costa circundante eran de difícil acceso, estando por ahora perfeccionadas sus obras defensivas resultarían éstas suficientes para enfrentarse adecuadamente a un posible golpe de mano. En segundo lugar, afirmó que para preservar la Iglesia de Nuestra Señora del Valle y conservar el terreno de su inmediación interior bastaría con levantar un muro de recinto flanqueado que abrazase dicha iglesia a su efecto, ya que en el supuesto de que los marroquíes lograsen desembarcar por dicha zona, no podrían subsistir veinticuatro horas en las faldas del Monte Hacho. La tercera nota se refería a que la Junta de Abastos proveía abundantemente de los víveres necesarios, haciendo siempre sus compras a la Península de granos, vino, aceite, carnes y legumbres para más tiempo del preciso ante cualquier acontecimiento imprevisto.

Por otro lado, Gabriel destacó que la artillería de la plaza de Ceuta era numerosísima, ya que tenía 255 cañones de bronce e hierro montados y de respeto de todos los calibres y cuarenta y siete morteros de todos los diámetros, en su mayoría de bronce. Igualmente contaba de la pólvora, armas, municiones y demás géneros necesarios para una larga defensa, habiendo además orden en Algeciras para proveer el ramaje suficiente para fajinas y gaviones. En otra nota Gabriel decía que la defensa de esta plaza podía alargarse cuanto se quisiera, pues cada palmo de terreno desde la Plaza de Armas hasta el Monte Hacho era susceptible de cortaduras y atrincheramientos capaces de detener al enemigo más aguerrido; no obstante, en ningún caso debería abandonarse ni jamás extenderse más allá del Camino Cubierto y lunetas que la sostenían, ya que mientras los enemigos no bajasen su artillería de las alturas, seguirían con sus fuegos dañando las robustas defensas, tanto por su elevación como por su gran distancia, y siempre que se arriesgasen a hacer fuegos rasantes sería muy fácil a la guarnición hacer las salidas convenientes para clavar, destruir o traerse cuanta artillería colocasen en las faldas de dichas alturas. Para ello, la Marina local bombardearía ambas bandas costeras y la artillería de plaza podría batir sus trincheras de comunicación, alejar sus retenes e imponer respeto a sus plazas de armas. Concluyó Gabriel esta relación diciendo que en tiempo de sitio deberían estar en la plaza, con el Comandante General, un Ingeniero Director y cuatro o cinco ingenieros ayudantes, incluido algún ingeniero delineante. El mismo número, poco más o menos podría haber mientras siguiesen las obras del Monte Hacho en tiempo de paz, pero una vez acabadas éstas se podrían reducir a dos o tres los ayudantes.

Sin lugar a dudas Gabriel tomó buena nota de los presupuestos teóricos del arte de la guerra facilitados por el francés Guillaume le Blond en su tratado de 1776 sobre elementos de fortificación regular e irregular, en especial de sus máximas relativas a minas, contraminas y plazas marítimas, que como en el caso de la plaza de Ceuta se aplicaron según el gusto galo. Para este ingeniero y maestro de matemáticas las fortalezas situadas a orillas del mar se fortificarían por su parte terrestre del mismo modo que las plazas interiores, pero las obras de su frente costero podrían presentar gran variedad, contando especialmente con la disposición de su puerto y las circunstancias de las mareas, y para que las embarcaciones quedasen libres de cualquier ataque sería preciso que la entrada estuviese defendida por la naturaleza de la costa o por obras de fortificación que dominasen y cubriesen el paso. A este efecto deberían construirse dentro del mar gruesos muelles, arrojándose piedras sillares en su fondo para asegurar la cimentación de la obra, y en su extremo se colocarían baterías o fuertes que con ayuda del cañón impidiesen la proximidad de bajeles enemigos. La figura de estos fuertes ordinariamente era circular o determinada por la que tuviese el lugar donde se construyesen, su parapeto sería de mampostería con cañoneras en todo su contorno para dirigir los tiros a cualquier parte. También se solían fabricar baterías en parajes ventajosos de la costa para defender la entrada del puerto, formando el parapeto en línea curva, arco de círculo o elipse, a fin de cubrir mayor extensión de mar.

Cuando la entrada del puerto tuviese poca anchura se cerraría con cadenas o mástiles que se levantarían y bajarían según el movimiento del agua e impedirían el paso a todo tipo de barcos. Siendo sin embargo muy ancha, si el mar lo permitiese, se construiría en medio una batería que defendiese sus extremos, y en el mismo sitio solía ponerse una torre con su linterna que servía de guía a las embarcaciones, como así reseñaba dicho autor galo en la segunda parte de dicho tratado, titulada “Arquitectura Hidráulica”. Las plazas marítimas, además de puerto, necesitaban una buena rada, y toda la parte del recinto que miraba al mar debería tener un parapeto de mampostería con cañoneras y aspilleras para hacer fuego a los bajeles que se acercaran a batir la plaza. Los puertos mediterráneos, en los que el flujo y reflujo eran imperceptibles, no precisaban de canal para que los barcos pudiesen entrar inmediatamente sin aguardar la marea, pero tanto en el interior de éstos como en los del Océano Atlántico se hacía muchas veces otro pequeño puerto para carenar y reparar las embarcaciones, al que se denominaba entonces dársena y en la que hibernaban ordinariamente las galeras. En este sentido, las ciudadelas eran muy necesarias en las plazas marítimas en las que resultaba fácil la entrada a su puerto, como el caso de Ceuta, puesto que pudiendo ser sorprendidas por mar encontrarían rápidos socorros en las ciudadelas, frustrando las tentativas y designios del enemigo, a cuyo efecto se construían de modo que dominasen la plaza, el mar y la campaña, como la del Monte Hacho, que era muy recomendable por su situación.

Los méritos de Martín Gabriel fueron muy pronto recompensados, puesto que el Ingeniero General, Silvestre Abarca, le remitió una carta el 14 de enero de 1777 en la que le notificaba su ascenso a Ingeniero Director, así como el de los ingenieros subalternos que con él trabajaron durante los dos años anteriores, como fue el caso de Alonso González de Villamar y Quirós que alcanzaba ahora el cargo de Ingeniero en Jefe. A lo largo de aquel año los proyectos que recibieron más impulso y dedicación continuaron siendo el de la Ciudadela del Hacho y el de la fortificación de la Almina de la plaza por la parte del Valle. Gabriel trazó el perfil de este último proyecto, indicando que había una parte del muro que se apoyaba en el recinto antiguo y que por tanto no necesitaba contrafuertes y que al ángulo flanqueado del baluarte del centro habría que elevarlo, como al resto del muro, unos treinta pies de altura hasta el cordón para cubrir mejor sus caras y flancos, con lo que consideraba que sería así suficiente para evitar un golpe de mano por aquel paraje. De este modo sustituía el camino cubierto aprobado por este muro de fortificación flanqueado, pero sin embargo el Conde de Ricla rechazó este cambio porque ...

“me parece que en esa parte no se necesita de una obra de tanta consideración y gasto como V.S. ha proiectado, y una vez que en el Proiecto general aprovado se cierra esa parte con solo camino cubierto, lo que a mi modo de entender será suficiente, puede V.S. hacer otro Proiecto adelantando hacia la campaña el camino cubierto proiectado, aunque con otra figura y otra disposición, según lo exija el terreno, con cuia providencia se salvará el inconveniente de no abrir los cimientos en el cementerio de apestados.”

Quedando así en pie la aprobación del proyecto general de la Almina, le ordenó que le remitiese otro nuevo, con su plano y perfiles a escala proporcionada, en los que se detallasen las obras que contenía el proyecto aprobado para el Monte Hacho, indicando las ejecutadas y el estado de las avanzadas. Dicha orden fue recibida en Ceuta el 10 de mayo y pasada por su ayudante, Bernardo Zebollino, a manos de Gabriel, que cuatro días más tarde remitió a Abarca el plano del nuevo camino cubierto con dos plazas de armas, adaptable también al frente del Valle de Ceuta, evitando así el paso por el Cementerio de los Apestados y logrando un mayor ahorro para la Real Hacienda. En dicho documento gráfico (Fig. 131) figuraba también el trazo del muro anteriormente propuesto, y al que seguía Gabriel aún defendiendo porque entendía que con él la población de la Almina tendría más posibilidades de ser defendida ante un posible desembarco en la costa del Monte Hacho. Con todo ello, el Conde de Ricla ordenó a Gabriel el 12 de julio que informase sobre la propuesta aprobada de cerrar la población de la Almina con un recinto compuesto de un baluarte entero y otro medio con el fin de liberarla de un golpe de mano enemigo en lugar del camino cubierto proyectado,

“siendo esta última circunstancia imposible en una plaza como Zeuta donde están continuamente con las armas en las manos como si estuviesen los enemigos sitiándola, no pudiendo dar golpe de mano pues éste solo se intenta en las fortalezas que se conoze un total abandono, a más que para executarlo deve ser viniendo en lanchas desde la costa de África, las cuales es indispensable sean descuviertas por el vigía del Acho, quien dando parte, se pondrá en defensa la guarnición, en cuyo caso es muy dificultoso fuerzen el camino cuvierto, aunque consigan hazer el desembarco...”

Gabriel dictaminó que no se ejecutase el recinto que proponía el gobernador, ni el camino cubierto proyectado y aprobado, ubicando en su lugar otro más adelantado que no afectaría al camposanto, ni permitiría el paso a una incursión enemiga desde el mar. Este nuevo perfil lo propuso como invención suya el Ingeniero Director Ignacio Sala, aunque se debía realmente al oficial francés Mr. De Asein, el cual se remitió a los Ingenieros Directores que estaban reunidos en Barcelona para la expedición de Italia del año 1740, y que después de haberlo examinado informaron a Felipe V que sería perjudicial para las plazas europeas, pero muy útil para las africanas como Ceuta, porque las liberaba de golpes de mano que los marroquíes atrevidos y sin conocimiento acostumbraban a echarse de repente sobre el camino cubierto. En cuanto a la fortificación del Monte Hacho, Ricla dictaminó que como ya estaba reparado el recinto antiguo, se acabase de perfeccionar con el cuartel y demás obras que se estaban ejecutando, pero que por ningún pretexto se hiciesen los dos baluartes, la plataforma y tenaza proyectadas en la ciudadela, coincidiendo con Gabriel en que así estaba suficientemente fortificado. Del mismo modo, consideró que deberían concluirse por superfluas las obras empezadas de minas, plazas de armas, Foso de la Almina, Espino, Fuerte del Quemadero, resto de obras del Hacho y edificios reales.

Al final, la decisión de Carlos III se comunicó a Gabriel a través de Abarca el 18 de agosto, ordenándole que la población de la Almina se cerrase por la parte del Valle con el camino cubierto y plaza de armas que se habían propuesto en el plano y perfil enviados a la Corte el 12 de julio, y que se construyesen en el Monte Hacho los dos baluartes, la tenaza y el pastel ya aprobados, debiéndose ajustar el coste de estas últimas obras en 500.000 reales de vellón.

A partir de estos momentos, la plaza de Ceuta viviría en el continuo desasosiego de verse frecuentemente atacada por su enemigo fronterizo y al que se sumó, desde 1779 a 1783, el conflicto bélico hispano-británico, ya que desde entonces fueron diarios en el Ministerio de la Guerra los recelos de un ataque inglés a la plaza española norteafricana, reflejándose esta situación en la fluida correspondencia establecida entre su gobernador, Domingo de Salcedo, y el secretario del Despacho de Guerra, Miguel de Muzquiz. A la debilidad española de obrar en el mar se sumó que las dos bases principales de los movimientos estratégicos, Lisboa y Gibraltar, no la pertenecían. No sólo no la pertenecían, sino que estaba indirectamente en manos del enemigo la primera y directamente la segunda. Además, la mayor parte del litoral atlántico peninsular pertenecía a Portugal, dividiendo en dos el litoral español, y abriendo en él una brecha inmensa de 1000 kilómetros. Al norte, mirando a Inglaterra, pero escasamente preparada estaba la base naval del Ferrol, y al sur, mirando a América, la de Cádiz, y entre ambas estaba la de Lisboa, que debería enlazarlas. Así pues, hubo que partir para la ofensiva desde Cádiz, base de la acción sobre América, pero ahora precaria desde que la vigilaban por un lado Lisboa y Laos y de otro Gibraltar. Esto derivó en que se volvía a poner en entredicho la fuerte dependencia de la plaza de Ceuta respecto a la Península en víveres, personal y bastimentos, con un canal prácticamente controlado por la flota inglesa desde Gibraltar, y con una guarnición muy deficitaria en el caso de verse atacada la ciudad por dos frentes y dos enemigos que ya habían unido en la centuria anterior sus esfuerzos por doblegarla, y con esta nueva situación las principales preocupaciones carolinas se encaminaron en aumentarle sus recursos poliorcéticos.

Partiendo de estas circunstancias siempre adversas, el ingeniero Miguel Juárez de Sandoval redactó en Ceuta, el 21 de noviembre de 1787, una relación de sus reales obras que iba acompañada de un plano donde se reconocían las que se debían perfeccionar, reparar o construir y el gran recinto que se había de defender. En el recinto de la Plaza de Armas situó la Contraguardia de Santiago, que tenía dos edificios de techos de madera y tejas para tropa del Regimiento de Toledo, y capaz uno para diez camas y otro para quince, y bajo su terraplén habían siete bóvedas a prueba con capacidad para 180 camas. Bajo el terraplén del Espigón de África se hallaban dos almacenes a prueba, uno de veintidós varas de largo por diez de ancho, y otro de cuarenta por diez, actualmente desocupados. En el Baluarte de San Ignacio había una habitación con techo de madera y tejas donde podrían colocarse dieciséis camas. El Baluarte de San Francisco Javier contenía diez cuadras a prueba capaces de 190 camas que alojaban en ellas a tropa del citado regimiento, y en el de Santa Ana había un almacén cubierto de madera y teja ocupado con pertrechos de artillería, de treinta y una varas de largo por dieciocho de ancho. Inmediato al Baluarte de San Pedro había un tinglado cubierto de teja con efectos artilleros, de veintiocho varas de largo por quince de ancho.

Dentro del recinto de la Plaza de los Cuarteles y Ciudad relacionó que en el terraplén de la Muralla Real se encontraban veintiséis bóvedas con 52 cuadras a prueba, ocupadas por el Regimiento Fijo y tropa de Artillería, a excepción de cinco que servían para depósito artillero y con capacidad en su totalidad para 1224 camas. El Almacén de San Dimas era a prueba, estaba ocupado con efectos de las reales obras y con capacidad para 50 camas. En dicho almacén, la cuadra que alojaba la brigada de barcazas y minas era capaz de 96 camas, la que habitaban los agregados de artillería tenía el techo de madera y teja y con capacidad para 160 camas y las dos cuadras próximas al Sillero que alojaban antes a la tropa de artillería tenían 96 camas, pero se encontraban inhabitables por las filtraciones de agua que padecían sus techos. De las dos cuadras del Sillero con capacidad para 140 camas, una estaba ocupada con trigo y la otra estaba desocupada, situándose efectos de artillería debajo de ambas. El almacén próximo a la playa de la Ribera, de veinticuatro varas de largo por trece de ancho y cubiertos de madera y teja, contenía efectos de fortificación, mientras que la Cuadra de la Campana, también con la misma techumbre, había tenido tropa y en la actualidad contaba con materiales de fortificación y treinta camas. En el caso de los dos almacenes a prueba del Baluarte de San Francisco, uno contenía treinta camas y estaba ocupado con efectos de marina, igual que el otro que era sin embargo más pequeño. Los dos Almacenes de la Puerta de la Almina eran a prueba, con capacidad para 65 camas y ocupados con aguardiente de la provisión del abasto.

En el Recinto de la Almina, el Tejar tenía tres Almacenes, uno de diez varas y media de largo por nueve y media de ancho, otro de treinta y cuatro varas por cinco de ancho, y el tercero de veinticinco por cinco; cubiertos de teja y ladrillo y ocupados con efectos de fortificación. El cuartel que alojaba al primer Batallón de Toledo estaba tejado y alojaba 477 camas. El Almacén Antiguo de San Pedro contenía ocho cuadras, dos de veinte varas de largo por cuatro y media de ancho, otra de veinte por seis, otras dos de veintisiete por diez, dos más de quince por ocho, y otra cuadrada de diez varas; todo él cubierto de madera y teja y ocupado con provisiones del abasto. De los dos Almacenes Nuevos de San Pedro, el bajo estaba cubierto con bóveda de medio ladrillo y tenía 58 varas de largo por diecinueve y dos pies de ancho para vino y aceite, mientras el alto tenía el techo de madera y teja, con 87 varas por diecinueve y dos pies, para depósito de trigo. El almacén de la fábrica de jabón estaba techado con madera y teja y tenía treinta y siete varas de largo por siete de ancho. En el almacén grande del Valle que estaba ocupado con madera de fortificación y cubierto de teja, podían colocarse 180 camas; mientras que otro inmediato a éste, mucho más pequeño, contenía pertrechos artilleros y techo de tejas, con capacidad para cuarenta y cinco camas. El Cuartel Nuevo disponía de catorce cuadras, doce de ellas de veintiocho por ocho y media, y las dos restantes de veinticinco y media por ocho y un pie, estaban ocupadas por las brigadas de desterrados.

La fortificación del recinto del Monte Hacho se encontraba en buen estado, contando con seis cuadras a la derecha de su entrada que tenían sus maderas podridas por la gran filtración de agua llovediza en sus azoteas, por lo que eran inhabitables y amenazaban ruina, y para evitar su situación, sería forzoso apuntalarlas y emplear en ellas 84 cuartones de trece pies de longitud. Las otras seis cuadras restantes del mismo lado estaban en buen estado y habitables, precaviendo los techos de los pabellones por estar todas debajo de los mismos. Las seis cuadras de la parte izquierda sufrían el mismo defecto que las primeras, habiéndose arruinado en una de ellas casi los dos tercios de su techo, y las otras seis estaban en el mismo estado que las segundas. El cuerpo de guardia del oficial, aunque sus maderas servían medianamente, era inhabitable por la filtración de aguas, mientras que el de la tropa tenía inutilizado todo el techo. En los pabellones de oficiales de la derecha, el primero y el segundo tenían dieciséis tablas inútiles y nueve cuartones con sus cabezas podridas, el tercero estaba habitable y el cuarto tenía inútiles ocho tablas y cuatro cuartones. En los de la izquierda, el primero tenía nueve cuartones con sus cabezas podridas y ocho tablas inservibles, mientras que el segundo, tercero y cuarto estaban habitables. Faltaban las llaves de las habitaciones de los pabellones, así como todas las vidrieras de las buhardillas y todas sus puertas y ventanas deberían repararse para que quedasen en correcto uso. La capilla tenía deteriorado por completo su techo y sus puertas. Para reparar el cuartel y pabellones del Hacho hizo Juárez un tanteo prudencial del gasto, indicando que si se proporcionaban los materiales y operarios necesarios podrían terminarse dichas obras en el término de tres meses. Se construirían dos bóvedas de rosca de medio ladrillo en cada cuadra baja para ganar firmeza y seguridad, por lo que resultaría un total de veintiocho, junto a las cuatro que deberían hacerse en el cuerpo de guardia del oficial y de la tropa, y por otro lado lo más acertado sería cubrir con tejados a lomo cerrado las azoteas de los pabellones y la capilla para prevenirlas de ruina en lo sucesivo.

En tiempo de paz, Ceuta debería contar con cinco o seis batallones de infantería, incluidos los dos del Fijo, junto a las cinco Compañías de Milicias Urbanas, la Compañía de Caballería de la plaza, la tropa de artillería correspondiente a su dotación y 150 fusileros o cazadores. Si se recelara sitio o ataque formal, además de la tropa expresada, se aumentarían otros seis batallones completos, una compañía de minadores con sus oficiales, un escuadrón de caballería o dragones para las salidas y acudir prontamente donde se necesitase. Debería la plaza de Ceuta estar provista de todos los víveres y pertrechos necesarios para seis meses, y que se mantuviese libre la comunicación con la Península por medio de una escuadra de javeques, lanchas cañoneras y dos fragatas o navíos, para ser socorrida con lo que necesitase, e igualmente faltaría completar con artillería montada y morteros a algunas baterías de la ciudad.

En la última década del siglo XVIII, ya con el rey Carlos IV en el trono, la plaza de Ceuta continuó siendo el freno a los afanes marroquíes de dominar la orilla sur del Estrecho de Gibraltar. Para ello el monarca español centró todo su interés en la correcta cobertura de sus líneas de defensa, tanto terrestres como marítimas, puesto que el nuevo Emperador de Marruecos, Muley Yazid, nieto de Muley Ismail, lo primero que hizo al acceder al poder fue declarar la guerra a España en 1790 y sitiar la plaza ceutí durante dos años, al cabo de los cuales se vio obligado a pedir la paz. Con todo, los ingenieros militares trabajaron en proyectos, algunos de los cuales habían sido iniciados en años anteriores, pero que ahora cobraban visos de realidad, como el realizado por Pablo Menacho a primeros de enero del Muelle de San Amaro (Fig. 132) para seguridad de los bajeles reales,

“con cuyo resguardo sería segurísima esta plaza y poderosa esta colonia en el comercio en los tiempos de paz con el Ymperio de Marruecos y por la proximidad de éste a los puertos de Málaga y Cádiz se comerciarían las mercancías con suma facilidad y menos gastos de los navegantes, porque con tal Muelle sería éste el Puerto General de arrivadas”.

Por otro lado, a finales de febrero, Miguel Juárez hizo nuevas modificaciones en la Maestranza de Fortificación de Ceuta, en el recinto del Parque y en sus almacenes (Fig. 133), con una delimitación clara de sus dependencias, como la Maestranza de Carpintería, la de los herreros, el patio del Parque, el cuarto de repuesto, las balsas para depósito de cal y de recogida de aguas, el cuarto que hacía las veces de pequeño almacén de la Maestranza, el cuarto para el Brigada del Tejar, el del Guardaparque, el patio situado frente a la Maestranza, el cuerpo de guardia, los lugares comunes, dos almacenes generales, uno de materiales, uno de herramientas, los cuartos de provisión de abastos, el patio de la lechería de abastos, la Huerta del Tejar y el enclave donde se pretendía construir el nuevo almacén. A este primer proyecto añadió Juárez un segundo a los pocos meses con el fin de ampliar dicha maestranza, y en el que pormenorizaba en plano y perfil el almacén nuevo propuesto, así como unos cobertizos que servirían de obrador a los operarios, uno para los aserradores y una habitación para el sobrestante interventor (Fig. 134).

El ingeniero Pablo Menacho quiso también sumarse a este conjunto de obras de finales de siglo construyendo a primeros de septiembre un varadero próximo al Muelle de San Amaro, y para lo cual debería desmontarse una laja submarina de forma paralelepípeda de 73 varas de largo por veintiuna de ancho y ocho de alto, que sumaban 12.264 varas cúbicas. En la bahía se emplearían barrenos de martinete bajo el agua, siendo precisa igualmente la introducción de cañones de madera cargados de hojalata, ya que de no ser así los barrenos se llenarían de agua; y en la playa se dejarían tres o cuatro varas de escarpado de la pizarra próxima a la muralla (Fig. 135). En un segundo proyecto de dicho muelle de finales de septiembre, Menacho situaba la rampa, los muros que contenían las tierras de la rampa, el rastrillo, el Fuerte de San Amaro, un receptáculo que comunicase agua al lavadero y de donde se llenasen las bodegas de los buques, un lavadero, los conductos, la línea exterior con revestimiento de cantería, los cañones perpendiculares para amarrar barcos, dos cañones inferiores para colocar aparejos y dar salida a las embarcaciones, el varadero, anclas enterradas que servían para varar, las escolleras y las líneas del Castillo de San Amaro (Fig. 136). También especificaba que las tierras del desmonte servirían para rellenar la rampa y terraplenes del muelle y la piedra para la línea, aprovechando el cajón los escombros en el interior del sólido que se proyectaba. No daba más anchura al muelle en este proyecto con idea de dar salida a las avenidas de la Cañada de la Teja y a los derrames de la fuente y lavadero, pero si contase con su filtro por debajo del muelle, la podría continuar hasta el ángulo saliente. Anotaba, finalmente, que no proyectaba otro brazo porque las arenas que entrasen durante las bonanzas impedirían la salida de los barcos, tanto en buen como en mal tiempo, y al mismo tiempo se perdería la pesquería que abunda en la Playa de San Amaro y que era muy conveniente para el pueblo.

Con el objetivo de mantener limpio de arenas el Foso inundado de las Murallas Reales y sintonizando con el ingeniero Menacho en la pretensión de permitir en la plaza de Ceuta un mejor acomodo y navegación para la Marina, el ingeniero Tomás Muñoz levantó a comienzos de noviembre un plano en el que manifestó las líneas de escarpa y contraescarpa de aquéllas, y a la altura de los muelles de la banda norte, del Espigón del Albacar y del Baluarte de la Coraza situó desde el fondo hasta la superficie unos martilletes con ranuras para formar sobre ellas unos malecones y unas compuertas que permitiesen controlar la entrada y salida de las aguas del foso, con idea de poderlo así dragar con mayor facilidad (Fig. 137).

A mediados de dicho mes ya tenía calculado Menacho que la proyectada obra del varadero y Muelle de San Amaro necesitaría 40.300 varas cúbicas de piedra en seco, sin contar su revestimiento. La obra consistiría en desmontar piedra, tierra y pizarras para formar una playa y fondeadero, y con la misma piedra arrojada al mar se construiría el muelle para desembarco de pertrechos y seguridad de efectos, sin causar más gastos que el empleo de 50 hombres de los sobrantes de las reales obras. Según el ingeniero, su fábrica era sumamente importante puesto que en cualquier momento podrían varar allí y ser socorridos los faluchos matriculados en la plaza y los nacionales con gran comodidad y seguridad y, una vez verificado el desmonte, también podría alojar a las barcazas que de continuo se carenaban y que no podían estar en el foso. Los demás buques mayores se colocarían sobre balizas y harían sus descargas en el muelle, sin el anterior inconveniente de tener que alejarlos mucho de la costa para poder huir los patrones de las bombas enemigas. En tiempo de paz la referida obra sería igualmente útil, resultando evidente que con vientos fuertes del este y del sureste no se podría fondear fácilmente en el muelle del foso, ni estar con seguridad en el fondeadero, con lo que se detendrían las descargas y se navegaría con gran riesgo para buscar la ensenada de San Amaro

A comienzos de 1791, la Maestranza de Artillería situada frente a los Cuarteles de la Muralla Real sufrió los efectos de un incendio ocasionado por los frecuentes fuegos enemigos, como consecuencia del nuevo sitio establecido por Muley Yazid (Fig. 138). Por entonces dicho edificio contaba con el zaguán de la entrada, un cuarto para escribientes, otro para oficiales y contralor, una carbonera, el cuerpo de guardia, las cocinas, cuatro patios, el calabozo de la plaza, dos almacenes, una cuadra donde estaba la fragua y se hacían armas, un tinglado con efectos artilleros, un pequeño cuarto con varios útiles que había consumido el fuego, lugares comunes, dos tinglados que se habían quemado y ahora reparados, una cuadra con cuatro fraguas, un cuarto para depósito de víveres, un tinglado para toneleros y otro para carpinteros a los que se les había reparado su techo a causa del incendio, y por último otro tinglado que estaba totalmente destruido por el fuego y que se había ahora fabricado de nuevo.

De nuevo intervino Miguel Juárez en otro proyecto, en este caso se trataba del que le ordenó Carlos IV que hiciese a principios de marzo al oeste de la Almina, así como el frente de la muralla que cerraba la ciudad por aquella parte (Fig. 139). Esta obra incluiría en el frente fortificado o fortificación alta el Baluarte de San Carlos y el de la Reina Luisa con su caballero a barbeta, con veintiocho bóvedas y dos pequeños almacenes a prueba, dos bóvedas de comunicación, dos cuerpos de guardia y dos cocinas. La fortificación baja o Frente de San Fernando contaría con el Semibaluarte de San Francisco de Paula y el de San Miguel con sus repuestos, el Espigón de la Puerta de la Sardina con un repuesto y cuerpo de guardia a prueba, un puente nuevo de comunicación, cuerpos de guardia avanzados, nueve bóvedas a prueba el doble de largas que las de la fortificación alta y con las que tendrían comunicación, lugares comunes, una cisterna y una muralla que debería rebajarse a flor de agua con su boca de comunicación.

Los ataques enemigos se hicieron intensísimos en estos momentos, y por ello se dotó a la Fortaleza del Monte Hacho de un plan de señales (Fig. 140) para que el hachero advirtiese a la plaza de los movimientos de tropas y fuegos artilleros del campo fronterizo. En este orden de cosas, el comandante de artillería de la plaza relacionó el intercambio de fuegos producidos desde baterías y lanchas de fuerza, durante todo el mes de agosto hasta el 14 de septiembre, en que solicitaron los marroquíes su suspensión. Por dicha relación sabemos la virulencia de dichos ataques artilleros, ya que desde la plaza se realizaron de día y de noche un total de 1742 tiros de mortero y obús, 3615 cañonazos, 78 de metralla y 56 morteradas de piedra; y que desde las lanchas se dieron 300 tiros de mortero, 622 de obús, 595 cañonazos y 288 de metralla. En cambio, desde el lado contrario se hicieron a la plaza 3423 tiros de mortero y 911 cañonazos, y a las lanchas 211 de mortero y 319 cañonazos. El total de desgracias personales fue de nueve muertos y treinta y tres heridos.

A los planes de construir un muelle en San Amaro por parte de Pablo Menacho, se sumó a mediados de febrero de 1792 el de Miguel Juárez, con el diseño ideal de un puerto situado en la misma ensenada, y que serviría no sólo para el abrigo de las embarcaciones mercantes y desembarco de sus efectos, sino también para buques de guerra, incluso javeques (Fig. 141). Para ello, trazó en dicho proyecto los muelles que conformaban el puerto, el muelle común para el desembarco, el varadero, la rampa de acceso desde el rastrillo al cuerpo de guardia, el emplazamiento para carenar los buques y los antiguos almacenes. Añadió una nota en la que indicaba que los sondeos llevados a cabo en la zona daban brazas de seis pies de Castilla cada una, que se debería desplazar un parapeto por toda la parte exterior de los muelles, dejando en él las correspondientes cañoneras para la defensa de la entrada del puerto, y en su interior hacer las escaleras necesarias para desembarcar y acceder cómodamente al andén, y añadió por último que se deberían construir los edificios anexos al mismo puerto.

Juárez había actuado el año próximo pasado en un proyecto de defensa del frente occidental de la plaza, y ahora en este año por real orden de 28 de febrero se comunicó al gobernador de Ceuta, José de Urrutia y de las Casas, que diese su parecer, junto al del ingeniero Carlos Masdeu, sobre dicho plan. Ambos convinieron en que si los enemigos fronterizos eran auxiliados por otra nación más civilizada, (entiéndase Gran Bretaña), con 10.000 hombres y buenos directores, las actuales fortificaciones de Ceuta harían una gloriosa y larga defensa, pero al final no podrían resistir a los sitiadores por poder éstos colocar mayor número de artillería con las ventajas de dominación y enfilado, destruyendo todo el Camino Cubierto y parapetos, haciendo cesar los fuegos locales, y dándoles ocasión de hacer un ataque violento o brusco para liberarse de las contraminas y fogatas. Si bien tendrían con ello numerosísimas pérdidas, se apoderarían de las primeras obras exteriores, cortando la comunicación a las cuatro lenguas de sierpe cubiertas, llamadas galeras, donde estaban las principales bocaminas, y estando éstas inutilizadas se aproximarían cada vez más sin riesgo para sus baterías, con lo que se rendirían prontamente. Sólo les quedaría por vencer la Muralla Real, muy alta y robusta y con un foso de siete pies de agua, pero el enemigo se podría colocar en la contraescarpa, debajo de sus fuegos, ya que éstos tenían gran elevación y el foso era muy estrecho, con lo que casi sin espaldón se podría poner a cubierto del reducido flanco que tenía y batir en brecha a quince varas de distancia, mientras desde otros muchos puntos procuraría el enemigo evitar la defensa arrojadiza. Por no contar la Muralla Real con capacidad para hacer buenas cortaduras para la defensa de la brecha, como por disponer de baluartes estrechos y reducidos, convendría tener practicados de antemano algunos hornillos para volar durante la retirada aquellos sitios donde pudiese el enemigo establecer baterías contra el nuevo proyecto de la Almina, obligándole así a que las situase a un nivel inferior de los fuegos ceutíes.

Juzgaban también el gobernador y el ingeniero que era muy conveniente la demolición, hasta el nivel del terreno, de la muralla antigua que cerraba la plaza con la Almina, por su inutilidad y por su perjuicio en el caso de que el sitiador se hubiese apoderado de la Muralla Real, pues aunque se lograse volarla siempre quedarían ruinas que estorbarían el uso de la artillería y le pondría a cubierto para fijar sus baterías, además de que los restos que cayesen al foso le permitiría la subida a la brecha que pretendiese hacer.

En el caso de que los sitiadores hubiesen accedido, mediante desembarco, a la espalda del nuevo proyecto, de poco servirían las defensas de dos antiguos, débiles y muy reducidos baluartes sin flancos y una simple muralla. Merecía, por tanto, aumentar la defensa de norte a sur de la zona, empezando desde ahora con cerrar el nuevo proyecto por la espalda por medio de una pared totalmente atronerada de doce pies de alto y dos de grosor, poniendo en los rastrillos de comunicación sus tambores, con cuya corta obra se aumentaría la dificultad de una sorpresa. Arrasada la referida y demolida la parte que sobresalía del antiguo torreón, ya que estorbaba para que el foso fuese más ancho y pudiese correr el andén, se debería establecer al nivel de éste un orden de contraminas que defendiese de la aproximación del enemigo, que se vería obligado a hacerlo a la zapa. Habría de construirse en este frente un camino cubierto simple profundizado en el terreno para que no quitase los fuegos del tenallón, con un pequeño atrincheramiento en la cabeza de cada puente a fin de detener al sitiador y poder levantar o abatir los levadizos en caso de retirada. En los dos últimos pies derechos de los puentes se colocarían hasta el andén dos escaleras y una rampa sobre arcos para la comunicación del tráfico y la retirada, con la oportunidad de usar también minas.

La experiencia de Masdeu acreditaba que las ruinas y desperdicios de la carga inflamada de una batería alta impedía, en su mayor parte, el uso de otra que estuviese más baja y pegada, y el que se hacía era con mucha incomodidad y riesgo. Así sucedería en la del tenallón respecto del hornaveque en el proyecto, pues el ancho de sus caras no era más que de trece varas, y en la cortina de veintidós; por lo que se retiraba el baluarte de la derecha del hornaveque seis varas y se avanzaba igual distancia la cara izquierda del tenallón por permitirlo la mayor anchura del foso, incluso haciendo más cómodo el andén. En este mayor espacio se construiría un fosete de igual profundidad, comunicado por puente levadizo, que recibiría las ruinas del hornaveque y daría a éste mayor defensa. Toda la cara que miraba al norte del Baluarte de San Sebastián se debería hacer nueva por hallarse esta muralla con el grosor preciso para su altura, y debiéndose levantar veinticuatro pies para que formase el baluarte del hornaveque, antes de llegar a su altura remataría en una línea con su talud, finalizaría al menos en siete pies, por lo que sería preciso construirla de nuevo, en cuyo caso la avanzarían los ingenieros unas cinco varas para poder colocar francamente cuatro cañones que flanqueasen la parte exterior del lado derecho de la plaza, resultando más capaz el baluarte con un espacioso flanco para defender todo el frente del norte de la Almina y ahorrando cualquier otra obra por este costado (Fig. 142).

Una máxima de capital importancia para cualquier plaza fortificada, según el ingeniero, era que se construyesen cuantas bóvedas a prueba se necesitasen para repuestos, almacenes, hospitales y abrigos de tropa, pero esta importante regla no debería aplicarse en plazas como Ceuta que tenían proporción para ponerse fuera del alcance enemigo, ya que en ésta se poseían 5310 varas, a las que se deberían aumentar otras 700 que distaban de las primeras obras las baterías que en diferentes ocasiones habían colocado los marroquíes, y habiendo visto por repetidas experiencias que las bombas contrarias nunca habían alcanzado más de 2000 varas, quedaban 4000, y aún en el caso de que su ataque, por las pérdidas, se adelantase 1000 varas, siempre estarían libres 3000 con 1300 de ancho en donde se debería colocar el pueblo, Hospital General, almacenes, parques y tropa que estuviese de descanso, para liberarlos del indispensable riesgo que tendrían en las bóvedas a prueba por el preciso tráfico de unas a otras y de sus surtidas. Por estas razones y no teniendo necesidad de tantas bóvedas como las propuestas, se debería economizar las del tenallón, quedando más robusto para su defensa. El espigón de la izquierda, llamado de la Ribera, era el punto más débil de la plaza y se proponía en el proyecto que defendiese el paso enemigo por la banda sur. Lo lógico era pensar que con este programa poliorcético el enemigo pasaría infinitas incomodidades y pérdidas en la rendición de las obras exteriores y Muralla Real,

“...y assimismo que les causará no poco horror el conozer que todo lo sufrido no es más que una corta señal de lo que se le espera para pretender su muy dudoso fin propuesto, en vista de un doble frente de fortificación intacto, cerca de 100 varas más ancho que el terreno de ataque, dominante a todo éste, con más de 60 bocas de fuego, sin contar las flanqueantes, un Foso muy regular de agua, con su Camino Cubierto y minado todo su frente”.

Por otro lado, Masdeu insistía, como el resto de los ingenieros de la plaza, que San Amaro constituía el paraje más a propósito para ejecutar un muelle conveniente para las urgencias de la guerra.

La reordenación del territorio propuesta por la monarquía española, como condición imprescindible para adaptarse a los principios modernos del arte de la guerra, se fue cumpliendo a marchas forzadas en la plaza de Ceuta. Buen ejemplo de dicho proceso fue el cuartel que se proyectó construir sobre el terreno de la cantera en el camino del Monte Hacho, o más abajo de ésta, capaz de alojar a 4000 presidiarios o 3000 soldados (Fig. 143), formando las cocinas en la parte de afuera, y delimitando su entrada, el cuerpo de guardia y el del oficial, la escaleras de comunicación, los calabozos, el corredor, el patio, las cuadras y los lugares comunes.

Otro destacadísimo ingeniero que intervino en Ceuta en esta última década del siglo fue el tarifeño Francisco de Orta y Arcos. En su currículum figuraba el haber servido como cadete en el Regimiento de Infantería de Castilla desde el 1 de agosto de 1759, su promoción a Subteniente e Ingeniero Delineador desde el 12 de enero de 1762, a Teniente e Ingeniero Extraordinario desde el 19 de marzo de 1763, a Capitán e Ingeniero Ordinario desde el 27 de julio de 1775, con el grado y sueldo de Teniente Coronel de Infantería desde el 1 de marzo de 1782. Acreditaba hasta esta fecha un total de veinticuatro años de servicio, habiendo sido destinado y comisionado a varios Ejércitos y plazas de Europa, África y América, donde permaneció seis años. Sirvió en el ejército de Gibraltar desde el principio del conflicto anglohispano y en el ejército de Mahón, donde fue promovido a grado y sueldo de Teniente Coronel de Infantería. Acabada la campaña de Mahón volvió al sitio de Gibraltar como Edecán del General en Jefe el Duque de Crillón. Figuraba en la nómina de marzo de 1786 como Teniente Coronel e Ingeniero en 2ª, suplicando en dicho mes el cargo vacante de Tenencia de Rey de la plaza de Ceuta, por fallecimiento de Antonio María de Innoff. El Comandante General de Ceuta, Luís Francisco de Urbina, certificaba el 6 de diciembre de 1791 que el Coronel Orta había defendido dicha plaza del sitio impuesto por Muley Yazid, ocupaba el cargo de vocal de la Junta local de Guerra, había participado en salidas para destruir baterías enemigas y había arreglado hornos, campamentos y cuarteles. A mediados de mayo de 1792 había levantado plano del terreno de la Almina para construir el Hospital Real Militar, así como su proyecto.

A comienzos de mayo del año siguiente fue, como Ingeniero en Jefe, el encargado de las reales obras de fortificación de Ceuta y con la ayuda del gobernador local, José de Urrutia, alejó a los marroquíes de las fortificaciones exteriores, logrando destruirles la Batería de Terrones. Proyectó en agosto los tres cuerpos del Cuartel de Nueva Planta, capaces de albergar a 2000 hombres, de obra sencilla con bóvedas de yeso y tabiques con sus senos aligerados, con el fin de evitar mayores gastos en la robustez de muros y en las maderas, que siempre estaban sujetas a continua corrupción (Fig. 144). El coste de esta obra totalmente acabada ascendía a 122.138 escudos de vellón y, en el caso de que se construyese dentro del cuartel una cisterna, se sumarían 12.097 escudos más. Por otro lado, a finales de septiembre trazó el plano y los perfiles del frente de fortificación sur, entre los Baluartes de San José y San Carlos hasta Fuente Caballos y parte de los escarpados ejecutados anteriormente hasta el Paraje del Espino (Fig. 145). En ellos detallaba que las 300 varas de dicho frente hasta Fuente Caballos ocupaban 21.000 varas cúbicas, de las que 9000 eran de tierra y pizarra floja y las 12.000 restantes de pizarra rasa y piedra fuerte. Durante cuarenta días se desmontó todo a fuerza de barrenos y se emplearon 500 desterrados para la obra y el transporte de los escombros hasta el mar. Se gastaron cuarenta y dos quintales de pólvora sacados de los reales almacenes, como era costumbre para los demás escarpes, desmontes y voladuras; 868 escudos en dos fraguas para apuntar barrenos, calzar picos y demás útiles, 966 por los jornales de albañiles que trabajaron en el recalzo y revestimiento general, 1262 por la gratificación de cuatro cuartos a 50 picadores que perfeccionaron los taludes y 400 cahíces de cal tomados de los acopios de la dotación anual para que las inclemencias del tiempo no debilitasen la pizarra y llenar varios huecos y brechas. El coste total sería de casi 3096 escudos de vellón, sin incluir el género de hierros a propósito para barrenas y cucharas que se usaba para la prosecución de los escarpes y que se había incluido en el pedido anterior.

Dos años más tarde, Orta hizo una relación de los escarpados que se habían realizado en Ceuta hasta este momento, de los que se hacían ahora y de los que faltaban que hacer hasta su conclusión, con la pretensión de que el perímetro defensivo de la plaza quedase atendido como correspondía. Este programa se conformaba con lo que estimó conveniente José de Urrutia, Capitán General del Ejército de Campaña y Principado de Cataluña, en su etapa como gobernador de esta plaza. Por la parte sur, con una longitud de 300 varas desde el Baluarte de San José al de San Carlos, en el que comenzaba la elevación del terreno y el escarpe, hasta Fuente Caballos, existía anteriormente un terreno cordillera o montecillo de pizarra al que el mar batía su pie y se elevaba hasta muy cerca del cordón y parapeto por donde se bajaba con facilidad, resultando por su fácil acceso un lugar a propósito para las deserciones. Atendiendo a estos motivos y para remediarlos en parte se había abierto y tallado en la misma pizarra un fosillo de cuatro varas de ancho por uno y medio de profundidad, que separaba el parapeto del montecillo, y en la actualidad no existía más que una llanura con declive al mar, formando en el parapeto antiguo con el escarpe y talud que se dio a la pizarra una muralla robusta revestida en sus cortinas, caras y flancos, ya que no siendo la piedra de igual dureza, convenía fortificarla así y para que las aguas y la humedad la afectasen.

En la cortina situada entre los Baluartes de San José y San Carlos, donde la pizarra se desplazó debido a los materiales que resultaron del corte y por los silos que se descubrieron, fue preciso levantar un lienzo de muralla de treinta y cinco varas desde su base hasta la coronación del parapeto. Este escarpe quedó totalmente acabado en poco tiempo gracias a la intervención del Conde de Santa Clara, gobernador que tomó posesión a finales de abril de 1793, y se mantuvo en el cargo tan sólo hasta mediados de julio del año siguiente. Después de concluida dicha muralla, el nuevo Comandante General José Vasallo, sabedor del estado que presentaba años atrás aquel terreno y de la necesidad que había de desmontarlo, se manifestó complacido de su culminación, rindiendo cuenta a la superioridad para su debido conocimiento con sus planos y perfiles.

Desde el rastrillo de Fuente Caballos y Torreón de San Jerónimo hasta el Espino se hallaba también concluido e inaccesible el escarpe, en total 270 varas, habiéndose formado tres paredones de robustas mamposterías en otros parajes que presentaban deterioros por las aguas, cerrando y macizando también algunos silos, y en el mismo Espino, cuyo parapeto tenía caídas 68 varas desde antes del último sitio y arruinado su cuerpo de guardia, se levantó otro lienzo de muralla para que uniese y sujetase el terreno que por dos veces había rodado y destruido sus parapetos, abriéndose dos cañoneras para una mejor defensa de las playas. Desde el Espino, pasando por los Garitones del Pintor, Carrizal y Molino, hasta el rastrillo nuevo, en total unas 1280 varas, se llegaba al terreno conocido como la Rocha, de una altura comprendida entre las 150 y 170 varas y de rápida pendiente y donde sólo se cortaron los senderos existentes para evitar su bajada y que pastasen allí las cabras. Desde aquí hasta el camino que bajaba al Fuerte del Sarchal, unas 170 varas de recorrido, se hallaba acabado un escarpado de quince a veinticinco varas de altura por donde era imposible subir, cortado casi verticalmente por tratarse de piedra dura, y donde se continuaba trabajando para dejar escarpada en su totalidad toda la ensenada. El proyecto de estas obras, con su plano, perfiles, cálculo y demás reflexiones, fue enviado por Orta a la Real Junta de Fortificación, para que a su vez el rey Carlos IV resolviese lo más conveniente (Fig. 146).

En dicho plano situó unos parapetos sencillos que harían para evitar todo precipicio y hacer fuego en caso necesario, un parapeto de cuatro varas y media de espesor que debería coronar los escarpes para la mayor defensa y total seguridad de la ensenada, un escarpado proyectado de cuarenta pies de alto y diez de talud, una batería para dos cañones que flanquease la costa opuesta y el pie de la Rocha hasta la Batería del Molino, el camino que llevaba a los fuertes de la costa sur y daba la vuelta a todo el Hacho, el terreno que se había comprado para construir el Cuartel de Nueva Planta, el Garitón del Sarchal, Playa Hermosa, la llanura y tierras resultantes de los escarpes ejecutados, restos de parapetos antiguos, el Garitón de Mulatarráez al que convenía llevar el escarpado más o menos alto para cerrar enteramente la cala y porque desde dicho garitón hasta la Torrecilla del Desnarigado, siguiendo la orilla del mar, se encontraban bastante igualados los escarpes, precisando sólo que se les perfeccionase con algunos barrenos, a excepción de la Cañada de Fuente Cubierta que requería su cierre con un pequeño murallón.

Para hacer este proyecto en un año, entendía Orta que eran necesarios 500 desterrados, de los que 300 recibirían medio real de gratificación por el manejo de 100 barrenos en iguales términos que la gozaban los destinados a obras, cuyo importe ascendería aproximadamente a 40.000 reales. Se establecerían tres fraguas fijas al pie de la obra para acerar los barrenos y útiles y asignando dos reales a los maestros, uno a los oficiales y medio a los aserradores, importarían 4000 reales. El carbón para mantener estas fraguas en funcionamiento todo el año costaría 30.000 reales, y 20.000 el hierro y acero necesarios. El gasto de materiales para los parapetos sería de 12.000, el rastrillo y un puente levadizo unos 2000, y 10.000 para algunos gastos imprevistos, picos a propósito para el arreglo de taludes, cuñas y palancas para sacar piedras. De modo que la suma total sería de 118.000 reales de vellón, y el Ingeniero en Jefe hizo especial hincapié en que habiendo caudales sólo faltaría que el rey aprobase el proyecto y que se le facilitasen el mayor número posible de trabajadores, puesto que la primera ventaja del proyecto consistía en que quedaría inaccesible y defendida por sí misma una ensenada de gran consideración poliorcética; la segunda ventaja estribaba en el aprovechamiento de toda la piedra que resultase de los desmontes, ya que se podría emplear en la fábrica del Cuartel de Nueva Planta que se debería levantar en su inmediación, excusando sacarla de otras canteras donde era preciso emplear a muchos desterrados, y en tercer lugar porque la nueva defensa que proponía para el fuerte era poco costosa en útiles, pólvora y gratificaciones.

Desde el Garitón de Mulatarráez pasando por las Baterías del Quemadero y Palmera hasta la Cala del Desnarigado, se atravesaban 1600 varas de escarpados naturales con recias y robustas rocas, a las que sólo se debería ayudar un poco con los barrenos necesarios para que quedasen bien alineadas, debiendo añadirse un pequeño murallón en la Calilla de Fuente Cubierta por donde bajaba un arroyo y ejecutar los correspondientes parapetos para su seguridad y defensa. La ensenada o Cala del Desnarigado se encontraba cerrada con un murallón, un torreón y una cortina que se unía con el fuerte del mismo nombre, en un total de 180 varas, pero este frente corrido estaba en mal estado, por lo que se reedificó en todas sus partes últimamente. Desde dicho fuerte hasta cerca de Santa Catalina, pasando por Punta Almina y las cuevas, toda la costa era inaccesible en 2200 varas, debiéndose aplicar solamente algunos barrenos para cortar los senderos que permitían la bajada para ir a pescar. El tramo de 2500 varas que iba desde el Fuerte de Santa Catalina, Sauciño, Pineo Gordo, Torremocha y San Amaro, hasta el Rastrillo de las Balsas donde concluían los escarpados, fue analizado y estudiado por Orta en otro proyecto que pensaba remitir en breve a sus superiores para su aprobación y posterior fabricación.

A mediados del mes de julio, Orta levantó el plano y perfil de la Maestranza de Fortificación con expresión de edificios que la rodeaban, como la Ermita del Valle con su callejón y la Calle Real, además de puestos militares como la Plaza de Armas, la Cortadura del Valle y la surtida del Pozo del Rayo. Según Orta, el terreno que ocupaba la maestranza antes de la guerra con Muley Yazid era un gran corralón cercado de tapias que había visto siempre sembrado de cebada, donde sólo existía el gran almacén de harinas y, habiéndose abandonado la Maestranza Antigua que ahora ocupaban los magataces, a causa del fuego de los enemigos durante el último sitio, se fue cerrando el recinto, abriendo cimientos y levantando paredes y pilares de mampostería, llegando a cerrarlo por completo. La torre árabe almenada situada frente a la Ermita del Valle fue aprovechada para configurar uno de los vértices de la nueva construcción (Fig. 147), y las diferentes dependencias se fueron distribuyendo a lo largo de cada uno de sus tres amplios lados, como el almacén con efectos artilleros, el horno de municiones con su oficina, el patio para leña que se había construido durante el sitio último, sus almacenes que estaban ahora ocupados por la tropa del Regimiento de Córdoba, un gran almacén para depósito de harinas y pan cocido para la tropa, así como estancias para oficinas. Colindante con el horno anterior estaba el cuarto del guardia del Valle, y a pocos metros se encontraban la oficina y cuarto del sobrestante interventor, la cerrajería, las fraguas y tinglados de los herreros, el cuarto del maestro mayor y el tinglado para carbón de brezo que se había cerrado últimamente. A mayor distancia se hallaban la Huerta de la Maestranza, el cuerpo de guardia, el cuarto del herrero, unos tinglados que habían estado antes cerrados y que ahora servían de almacenes de herramientas, suelas, tablas y clavazones, cinco talleres de esparteros, toneleros, cerrajeros y carreteros, y cuatro tinglados de madera que habían servido para los carpinteros desde el principio, pero que deberían demolerse tan pronto como pasasen a sus respectivos talleres.

Orta afirmó que esta obra nunca tuvo calculados sus gastos, puesto que con el auxilio de las maderas que se trajeron para la guerra se cubrió toda ella, se construyó poco a poco con la dotación ordinaria sin necesidad de pedir más operarios, aunque desde el principio faltaran por colocar tanto puertas como ventanas. Por otro lado, el Ingeniero en Jefe debió prever en este proyecto que la pared que caía y formaba la Calle Real necesitaba el doble de su altura normal a causa de la pendiente del terreno y que su cimentación debería también alcanzar una mayor profundidad.

A comienzos de agosto, trazó Orta el plano y perfil del Cuartel Nuevo que se había construido inmediato a las Balsas, representando su entrada principal, sus once bóvedas, el cuerpo de guardia para la tropa, la cárcel para presidiarios, el corredor, las escaleras, el patio con pozo, las cocinas, las zonas comunes, la capilla, el cuarto del oficial y las oficinas (Fig. 148).

Aún a finales del siglo XVIII los ingenieros seguían soportando problemas profesionales relativos al cursus honorum. Tal fue el caso de Francisco de Orta, que a primeros de julio de 1796 remitió un escrito al Ministro de la Guerra, Miguel José de Azanza, en el que le manifestaba el atraso que sufría en sus nóminas con relación a otros ingenieros que habían servido a sus órdenes durante y después de los sitios impuestos a la plaza de Ceuta, a la que llegó ya de Coronel, como eran el Teniente Coronel Carlos Masdeu, el Capitán Pedro Giraldo de Chaves, el Teniente Pedro Lobo y Arjona y el Alférez Pedro Ailmer; Ingeniero Voluntario este último al que Orta había incluso examinado para su ingreso en el Cuerpo. A todos ellos se les dieron graduaciones, gobiernos, sueldos y empleos vivos, sin que él hubiese podido alcanzar el grado de brigadier, y sin esperanzas de poder cobrar la pensión de 4000 reales con que se le honró.

A pesar de todos estos inconvenientes, hemos registrado que Orta continuó trabajando en 1797 en las fortificaciones de Ceuta en un último proyecto local que reflejaba el estado de las defensas (Fig. 149) situadas en el Frente Exterior, así como los cambios tácticos experimentados en el Arroyo de las Colmenas. Del primer bloque o frente poliorcético destacó las Galeras de San Luís, de la Reina, del Galápago y de San Antonio; el glacis, las Surtidas de San Luís, del centro y de San Felipe; el Puesto y Fuerte de San Jorge, la Plaza de Armas de la izquierda, las plataformas nueva y vieja, la Plaza de Armas de San Felipe, el Fuerte de San Antonio con su tambor, el Espigón de África, la Contraguardia de Santiago con su caballero, la Plaza de la Contraguardia; las Lunetas de San Felipe, de San Luís y de la Reina con sus puertas, la Contraguardia de San Francisco Javier; los Rebellines de San Ignacio y de San Pablo, llamado del Ángulo; el tenallón; los Semibaluartes de Santa Ana y de San Pedro con sus correspondientes almacenes de artillería, el Frente de la Valenciana, la 2ª Puerta, el Espigón Viejo, el Espigón del Albacar, el Albacar, el Puesto de la 1ª Puerta, la Muralla Real, el Espigón del Sur y la Coraza.

En relación con el Arroyo de las Colmenas, Orta decía que aunque no tenía agua permanente en verano, eran muchas las que recogía en invierno, que varios barrancos de dicho arroyo se llegaron a terraplenar, levantando su aliviadero hasta dejarlo al descubierto de la plaza y del tiro de fusil desde la Galera de San Luís, con el fin de que sus arroyuelos no descompusiesen estas obras tan importantes. También mandaba ahora terraplenar una laguna antigua, nacida del aporte de dicho arroyo, y de la que bebían aún los ganados. Existía, además, un cañón que daba comunicación subterránea al arroyo desde el Fuerte de San Antonio, pasando por su galera hasta llegar al mar, pero las últimas arroyadas del invierno pasado lo habían hundido, llevándose el enfrasque y gruesas piedras que lo conformaban. Por esto, propuso que se levantase una pared de catorce varas de largo, cinco de alto y dos de grosor en la abertura causada, para que terraplenase el seno y se mantuviese el aliviadero como estaba antes, evitando desperfectos en la obra y posibilitando el paso de las tropas locales por aquel paraje.

Si bien en estos años de final de siglo no se produjo ningún enfrentamiento directo y abierto con barcos ingleses en aguas ceutíes, sí hemos de hacer mención a alguna escaramuza ocasional de tanteo, como la producida en 1796 en la Cala del Desnarigado donde fueron rechazados gracias a la actuación del gobernador José Vasallo. En su correspondencia con el secretario del Despacho de Estado manifestaba a finales de diciembre de 1798 que la plaza de Ceuta contaba con suficiente guarnición para su defensa en el caso de que los ingleses se aventurasen a atacarla, con 4450 hombres entre sus distintos regimientos, 200 artilleros, 262 soldados de la Compañía de Caballería y dos compañías de desterrados armados de dotación. No solicitaba artillería, tan sólo 1000 quintales de pólvora.

El brigadier Juan Bautista de Castro ocupó el gobierno de la plaza de Ceuta desde el 8 de septiembre de 1798 hasta el 15 de abril de 1801, y contó con la ayuda de los ingenieros Ciríaco Galluzo y Páez, Francisco de Fersén, José Veguer y Juan Bautista de Jáuregui. El primero nació en Orán en 1744, fue cadete del Regimiento Real de Artillería desde 1758 hasta 1765, actuando como Ingeniero Delineante en 1767 en la plaza de Figueras, alcanzando el cargo de Subteniente de Ingenieros dos años más tarde y en 1796 fue Coronel e Ingeniero 2ª, dirigiendo las obras de defensa de la plaza de Rosas. Fersén, en abril de 1796, ocupó el cargo de Ingeniero en Jefe de Cataluña e Inspector General de Fortificaciones, realizando trabajos en Ceuta desde 1799 hasta 1801. En 1792 fue nombrado Veguer ayudante de ingenieros, trabajando en Ceuta a finales de 1799, mientras que de Jáuregui sabemos que actuó en esta plaza desde 1799 hasta 1802.

Estos dos últimos ingenieros trazaron un plano a finales de noviembre de 1799 (Fig. 150), con la explicación del frente fortificado, las contraminas de la Plaza de Armas y sus comunicaciones de la Bocamina del Semibaluarte de Santa Ana, la del Foso entre San Ignacio y San Pablo, la de San Francisco Javier, la de dentro del Fuerte de San Jorge, la galería de comunicación con las Contraminas del Campo Exterior, la Bocamina de las del Campo en el Foso de San Luís, la del Foso de la Reina, la del Foso de San Felipe y la del Foso de Santiago. También detallaron las contraminas de la derecha, con las plazas de armas abiertas y revestidas antes de 1797, así como las que deberían revestirse según el tanteo de obras propuestas para dicho año. En las contraminas de la izquierda situaron la plaza de armas abierta antes de 1797 y que estaba al presente revestida según proposición de este último año, así como los hornillos que estaban sin revestir y los que lo estaban de mampostería.

En otro plano de la misma fecha, firmado por Galluzo, Jáuregui y Fersén, se representaron las obras nuevas ejecutadas en las Contraminas de la plaza (Fig. 151), como las del Fuerte de San Antonio, cuya cruceta se había abierto nuevamente haciéndola de mampostería porque se encontraba arruinada y abierta en tan sólo cuatro varas. Diversos martillos de crucetas, ramales con sus fogatas correspondientes y hornillos se abrieron de nuevo y estaban apuntalados; otras crucetas se estaban abriendo, pero por ser el terreno de roca dura sólo se había conseguido ejecutar hasta 101 pies. Hasta llegar a la Galera de la Reina se había conseguido abrir y dejar corrientes y apuntaladas unas cuantas crucetas y fogatas de mampostería. En la cabeza de la Galera de San Luís se repararon de mampostería cinco crucetas simples, un hornillo, una doble cruceta y los costados de tres ramales, se hizo una cruceta de rosca de ladrillo y otras tres se apuntalaron, abriéndose además tres fogatas nuevas. En las Contraminas de San Jorge se repararon algunos ramales con mampostería. La mayoría de las crucetas situadas debajo de la Galera del Galápago y otras, entre la plaza de armas de San Felipe y el Fuerte de San Antonio, no se pudieron descubrir por su inmediación a unos conductos de agua de la fuente cercana, puesto que si se abriesen se llegaría a inutilizar por completo un recurso hídrico tan valioso. Por último, representaron en color amarillo las contraminas, ramales y crucetas proyectadas, en carmín las galeras y ramales ejecutados de mampostería y rosca de ladrillo, en marrón los ramales y fogatas apuntaladas, en capa de tinta clara las que estaban de terreno natural y en tinta oscura las crucetas, martillos y ramales cegados que se deberían abrir por ser fuegos necesarios para volar el terreno de parte del Camino Cubierto, ya que se encontraba sin ellos y habían sido inutilizados por el Teniente General Luís Huet cuando estuvo de Comandante de Ingenieros en esta plaza.

Los ingenieros Fersén y Veguer confeccionaron otros dos planos con sus perfiles correspondientes que completaban el proyecto anterior. En uno de ellos, trazaron una de las tres plazas de armas (Fig. 152) que deberían revestirse en las Contraminas de San

Antonio, y que fueron aprobadas por el rey el 7 de marzo de 1797, indicando al mismo tiempo que las tres seguirían dicho trazo sin más diferencia que alguna pequeña desigualdad del terreno. El otro plano representaba la plaza de armas que se había revestido en las Contraminas de San Jorge (Fig. 153) en este año y que habían sido aprobadas por el rey en la fecha ya citada. Para la disposición de las minas y contraminas de Ceuta los ingenieros locales tomaron buena nota de las máximas que sobre dicho sistema de defensa activa o móvil elaboraron años atrás Raimundo Sanz yGuillaume le Blond. Para éstos el uso de las contraminas, como minas de defensa, era muy distinto al de las minas de ataque, pues éstas sólo tenían por objeto abrir brechas para hacer y deshacer entradas accesibles y destruir las obras hasta tomar la plaza. Las contraminas estaban encargadas de su defensa, disponiendo fogatas y hornillos de modo que embarazasen al enemigo el adelantar sus minas de ataque y trincheras, haciéndole volar todas sus baterías, de forma que les fuese muy difícil el adueñarse de nuevo de sus cañones. Su razón de ser estribaba, pues, en facilitar los medios necesarios para encontrar al Minador enemigo e impedir la continuación de su obra

En cuanto a los materiales empleados y su disposición, para ambos autores las galerías abovedadas de ladrillo eran más permanentes, pero no tan fáciles de defender como las apuntaladas de madera, que se podían volver a deshacer y abrir ramales con facilidad; pero en el caso de que se quisiera dejar como permanentes, sería necesario que su bóveda o plano superior fuese achaflanado, y no en centro como se acostumbraba a fabricar, porque de este modo circularía mejor el aire. Aunque se construyesen las galerías comunicantes y principales de rosca de ladrillo, los ramales que salían de ellas deberían ser de tierra y apuntalados de madera porque indeterminadamente habrían de servir para dirigirlos hacia los trabajos de los sitiadores, según los parajes en donde formasen susreductos, baterías o ataques. Se abrirían respiraderos de dos a tres pulgadas de diámetro, teniendo en cuenta que el más superficial tendría encima de ocho a diez pies de tierra en el primer plano, pudiendo ir otro en el segundo plano, con la precaución de construirlos apartados de la perpendicular de los hornillos para que no exhalasen por ellos parte de su fuerza, y así se lograría la ventilación y exhalación de los vapores en el nuevo terreno removido. Resultaría todo ello muy útil para la salud de los minadores y para enjugar la humedad de los hornillos, en los que se conservaría la pólvora sin percibirla en mucho tiempo y la circulación proporcionaría la renovación del aire, para proseguir con más comodidad el trabajo en el resto de la galería y ramales. En consecuencia, si se dotaba de suficiente humedad a la pólvora de los hornillos, se deberían elegir preferentemente las minas y contraminas más profundas a las superficiales por la seguridad y efectos producidos de 1855, el Cuartel del Reloj de 1857 y las torres neomedievales de la línea avanzada de 1862.

III.- Los centros de formación académica de los ingenieros militares.

El punto de partida para la preparación matemática, tanto de los artilleros como de los ingenieros, fue la primera Academia creada en Madrid en 1582 por el rey Felipe II con el nombre de Academia de Matemáticas y Arquitectura Civil y Militar, al frente de la cual situó como primer director a Juan de Herrera. La dirección estuvo aneja al cargo de arquitecto real, y por ello la desempeñaron sucesivamente Francisco de Mora y Juan Gómez de Mora, contando al principio con los profesores Juan Bautista de Labaña, Pedro Ambrosio Ondériz, García de Céspedes, Georgio, Pedro Rodríguez Muñiz, Ginés de Rocamora, Juan Ángel, Julián Firrufino, Julio César Firrufino, Cristóbal de Rojas, Juan Díaz Cedillo, Luís Carducho y Juan de Córdoba; contando además con asistentes relevantes como Bernardino de Mendoza, Francisco Pacheco, Tiburcio Espanochi, Francisco Arias de Bobadilla, e incluso Lope de Vega (Simón Díaz, 1952). El principal objetivo de esta Academia fue el ir sustituyendo a los capitanes de cercos o ingenieros, en su mayoría italianos, que dominaron los reinados de Carlos I y Felipe II, por otros españoles, al tiempo que se impulsaba la geometría euclidiana para formar el pensamiento técnico y la ingeniería española del siglo XVI.

Ya con el rey Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, siguiendo el modelo francés impuesto por Richelieu, elaboró en 1625 un plan de reformas educativas basándose en la necesidad de formar cuadros dirigentes, y para ello fundó los Reales Estudios del Colegio Imperial que la Compañía de Jesús tenía en la Corte, en sustitución de la Real Academia de Matemáticas de Madrid, aunque el fracaso de este plan le llevase a partir de 1632 a elaborar otro para crear Academias Militares donde los nobles fuesen instruidos en la política y en la vida militar. Entre los Estudios Mayores contaba dicho Colegio con una Cátedra de Matemáticas y otra “De re militari”, puesto que a pesar de que...

“el formar esquadrones, abrir trincheras y hacer Fortificaciones pertenecía más a lossoldados que a losreligiosos, pero darla causa porque esta forma de escuadrón y este género de fortificación es más útil para defenderse o para conseguir victoria, esto está fundado en principios matemáticos de Geometría y Perspectiva, de los cuales se vale el Arte Militar. Y así como es lícito a los religiosos de prender y enseñar las Matemáticas, assí también lo es aplicar aquellos principios generales a la materia particular de la Milicia...”

Esta Cátedra de Matemáticas contó, desde 1658, con la inestimable colaboración de fray Genaro María de Aflito, lector de Artes y Teología de la orden de Predicadores, que obtuvo la Cátedra de Matemáticas y Fortificación por haber fallecido Luís Carducho, por las buenas referencias que se tenía en la Corte de haber servido más de tres años en el Ejército de Cataluña como Capellán Mayor de los Tercios, acudiendo también a lo que se ofreciese en asuntos de fortificación, y las que tenía de él Juan de Austria de haberse hallado en la expugnación de Portolongon y en los sitios de Barcelona y Gerona. En una consulta realizada al Consejo de Guerra el 28 de noviembre de 1663, Aflito proponía diferentes medios para que dicha cátedra se pudiese impartir con decoro y aprovechamiento, dada la necesidad que había en España de ingenieros militares, y para lo cual sería primordial que se continuasen las dos sesiones diarias del modo como él las daba, y la conveniencia de contar con ocho estudiantes fijos con sus sueldos, dos cobrando cuatro escudos mensuales, dos cobrando seis, dos cobrando ocho y otros dos cobrando doce, que se deberían pagar puntualmente del dinero asignado a la artillería, como también el sueldo íntegro del catedrático, ya que siendo él eclesiástico se le podría dar una pensión equivalente a su sueldo y, excusando otros gastos que se realizaban con ingenieros extranjeros, se podría acudir al mantenimiento de la cátedra y ejercicio de la lectura, aplicando para ello, en el ínterin que se aseguraba lo necesario, 20.000 reales cada año de los gastos de artillería. Esta cantidad sería suficiente para desarrollar las clases y buscar un lugar en el Retiro o en la Casa de Campo donde se pudiesen experimentar las trazas de fortificaciones a base de demostraciones prácticas. Como consecuencia de todo lo anterior, pensaba Aflito que podrían salir formados cuatro ingenieros cada año, y se conseguiría la conveniencia de asegurar un asunto de tanta importancia para España. El Barón de Anchi estudió sus propuestas y contestó que la monarquía necesitaba cada día más ingenieros para sus plazas y ejércitos, debiendo echar mano de extranjeros por su falta, sobre todo de franceses, por lo que entendía que para formar ingenieros serían válidas las propuestas de Aflito, pagándose 50 escudos mensuales al catedrático y otros 60 repartidos entre los seis sujetos que cursaran estudios en la Academia.

El Capitán General de la Artillería de España notificó al Consejo de Guerra, a mediados de febrero de 1683, que había quedado vacante la Cátedra de Matemáticas Militares de Palacio por fallecimiento de su lector Juan Ascencio, saliendo como pretendientes el Teniente de Maestro de Campo General Julio Bamfi y fray Ignacio Muñoz, religioso dominico, Maestro de Teología y Catedrático propietario de Matemáticas en la Universidad de Nueva España. El Capitán General se inclinaba por el primero, dado el provecho que daría a los estudiantes y porque así podría tenerle a mano para lo que se pudiese ofrecer fuera de la Corte. Su sueldo sería de 50 escudos a cargo de la artillería, como los cobraban Julio César Firrufino, Jerónimo de Soto y fray Genaro de Aflito, y otros 100 escudos a cargo de la Presidencia de Hacienda. Sin embargo, el Consejo de Guerra nombró a primeros de abril a Bamfi como Catedrático de Matemáticas, con un sueldo de veinticinco escudos, que era su pie de artillería, y otros 75 que le correspondían como Teniente de Maestro de Campo General los pagaría Hacienda. El Capitán General de Artillería argumentó que con dicho sueldo Bamfi no podría mantenerse en la Corte, y citaba también que Julio César Firrufino, Aflito yDe Soto cobraron 50 escudos, y que sólo Juan de la Rocha y Juan Ascencio, los dos últimos de la Academia, gozaron veinticinco escudos. Ante esta situación, el propio Bamfi remitió al Consejo dos meses más tarde un memorial donde suplicaba la reserva del pago de media anata, unos 3000 reales, por el empleo de leer las matemáticas militares en la Corte, con 50 escudos de sueldo al mes, y daba como razones que se hallaba muy pobre y achacoso, el que en todas partes los catedráticos de igual facultad estaban exentos de contribuciones, como Firrufino, Aflito, De la Rocha y Del Pozo, haciéndose extensivo a los estudiantes de dichas matemáticas, y que lo lógico era que la exención incumbiese más al catedrático que las enseñaba.

Juan de la Carrera y Acuña, Capitán General de la Artillería, informó a mediados de diciembre de 1689 que Bamfi pretendía el cobro íntegro que se le concedió como Maestro de Campo y por la ocupación que ejercía en la Corte como Catedrático de Matemáticas y Fortificación, citando como ingenieros que estaban en iguales condiciones a Aflito, Reynaldi, Borsano, Meni y el Marqués de Buscayolo. El primero iba donde se le ordenaba, en este caso a las fortificaciones de Gibraltar; Reynaldi murió sirviendo en Cataluña; Borsano se encontraba en Cataluña como Ingeniero Mayor, Meni asistía al sitio de Orán y el Marqués de Buscayolo estaba jubilado. Por último, añadió Carrera que ...

“esta Academia de Matemáticas no sé que haya producido el menor fruto, sí de inútil gasto a la Real Hacienda con Maestro y 8 estudiantes que gozaban sueldo solo en el nombre y tendía a su extinción; siendo de parecer para descubrir la habilidad de Bamfi, porque tampoco parece se haya experimentado en ningún exército de S.M., se le mandase pasar a Orán por los recelos presentes y carecerse de Ingeniero”.

Al mismo tiempo, Carrera declaró la total falta de ingenieros en España en febrero de 1690, y que los pocos que había estaban trabajando en Cataluña, por lo que solicitaba que el rey ordenase a los gobernadores de Flandes y Milán que enviasen cada uno dos ingenieros, junto a otros dos del ramo artillero, y que teniendo en cuenta que había llegado al Colegio Imperial de la Corte el padre jesuita Manuel Jacobo Kresa, Catedrático de Matemáticas, se podría disponer de su persona para la retirada de campaña de algunos alféreces reformados que se inclinaban a su profesión, manteniéndoles del caudal de artillería, y constando por certificaciones del catedrático su asistencia a clase, no pudiendo gozar de esta situación el que no fuese como mínimo sargento.

Uno de los ingenieros propuestos a finales de septiembre de 1697 por Medrano fue Pedro Borrás, y para ello presentó certificación en la que constaba haberle visto servir en Flandes durante dieciocho años como soldado, sargento, alférez, Director o Maestre del tren de Artillería, inclinado a las disciplinas matemáticas y las concernientes al arte militar y, habiendo asistido a su Academia a estudiarlas, saliendo con aprobación en Geometría Práctica y Especulativa, Geografía, Formación de escuadrones, Uso de la artillería y Fortificación, y para que uniese la teórica a la práctica, le nombró diversas veces que fuese a las plazas que se debían fortificar, alcanzando tal provecho que se le nombró ingeniero y fue destinado como tal a la provincia de Namur y a su capital, debiendo ser uno de los nombrados para ir a España, por estar dotado de suficiente ciencia, práctica y experiencia para ello, y digno merecedor de las honras que el rey quisiese hacerle.

En esta segunda mitad de siglo, la formación de los oficiales fue prácticamente nula por la falta de Academias o Escuelas que impartieran una enseñanza científica, especializada y adecuada a las nuevas necesidades bélicas. Los últimos años del reinado de Carlos II marcaron una reestructuración y reactivación en los planos social, económico y militar, con una serie de reformas que incidieron en las posteriores borbónicas. Una de las más importantes fue el nacimiento de oficiales profesionales, que por real cédula de 8 de febrero de 1704 se ordenaba que en cada compañía se formasen diez cadetes de origen noble (Sánz, 1776) y, una vez que se crearan las Academias, se unificaría la vía de paso al grado de oficial, extinguiéndose el acceso desde la clase de cadetes de regimiento o de compañía. Una serie de disposiciones dictadas entre 1717 y 1746 limitaron la admisión en la clase de cadetes del arma de Infantería a la nobleza, de modo que su predominio en los oficiales fue casi absoluto. A pesar de ello, ya no eran momentos en que la nobleza formase en su conjunto al estamento militar, sino que los oficiales se dedicaban por entero a la milicia y se especializaban en un tipo de guerra más científica y técnica. Las actividades de los militares dieciochescos se desarrollaron tanto que obligaron a crear Colegios y Academias como centros para la formación de los oficiales y para la actualización de los mandos superiores, con nuevos métodos, planes de estudio actualizados, prácticas frecuentes, medios adecuados y profesorado con alta preparación científica y pedagógica (Valdevira, 1996).

La Academia proyectada por el Ingeniero General Jorge Próspero Verboom para Barcelona en la primavera de 1715 sirvió para llevar a cabo una iniciación y profundización en el estudio de las matemáticas y ciencias aplicadas, y como medio para completar la experiencia práctica de campo en muchos ingenieros. Al establecerse la Academia, la monarquía se aseguraba pues podía así disponer de un cuerpo de ejército ingenieril bien preparado que le sería básico para su sostenimiento, y que por medio de obras militares y civiles le facilitaría el control territorial, estratégico, económico y administrativo. El Ministerio de la Guerra centralizaba estas enseñanzas en una Academia dependiente directamente de aquél y con ello evitaba la competencia de la Compañía de Jesús, a través del Colegio Imperial. El “Discurso y Proyecto para el establecimiento de AcademiasReales de Matemáticas Militares”, atribuidos dudosamente a Verboom y datado en 1715, hacían clara alusión a los sistemas educativos utilizados en centros religiosos como el ya citado. En ellos se manifestaba que el fin de estas Academias era la instrucción de las artes militares, tanto teóricas como prácticas, que convenía que sus directores y profesores saliesen de entre los ingenieros con más experiencia profesional en los estilos prácticos de la guerra y en las ideas estratégicas de sus generales, así como en experiencia pedagógica. Según Verboom, esto no ocurría en los centros religiosos y en otros profesores de matemáticas especulativas, cuya enseñanza...

“se reduce a puras curiosidades y primor en las expresiones y argumentos, por faltarles el uso y prácticas de las cosas, siendo tan varios los accidentes de la guerra que muchas veces no save aconsejarse en ellos aun la misma experiencia; además que los religiosos y eclesiásticos penden mas de la obediencia de sus superiores que la del Rey, no suele ser en ellos seguro el secreto, ni pueden ser castigados si faltan a su obligación...”

Desde 1712, fecha en que se estableció la Academia Militar de Badajoz, poco a poco se fueron ampliando estos centros por todo el territorio nacional, como la Academia de Barcelona en 1715 y la de Pamplona en 1719. Igualmente, en 1725 el rey Felipe V fundó, en el mismo establecimiento de los Reales Estudios Jesuitas, el Real Seminario de Nobles de Madrid, siguiendo para ello la dirección del Seminario parisino de Luís el Grande (Varela, 1988). Este nuevo centro estaba destinado a la educación de la nobleza y estaba colocado bajo la dependencia del Colegio Imperial, siendo una de las materias cursadas más importante las Matemáticas e impartiéndose además Música, Baile, Equitación y Esgrima, a la vez que se daba una preparación militar que capacitaba a los alumnos para el ingreso en el Ejército como oficiales. La actividad académica de este Real Seminario duró hasta 1729, estableciéndose al año siguiente la Academia de Matemáticas y Fortificación de Madrid que se extinguió en 1748, y dos años más tarde se creó la Academia de Matemáticas de Orán.

Precisamente, a finales de julio de 1732, el por entonces Brigadier de los Ejércitos Reales e Ingeniero Director de las fortificaciones de Cádiz, Ignacio Sala, remitió un proyecto a José Patiño dando su parecer en nueve artículos sobre la disposición que deberían tener las Academias que se establecieran en un futuro próximo para la enseñanza de los ingenieros. Partía primero Sala de la idea de que las Academias eran talleres donde se deberían formar buenos ingenieros y, en consecuencia, se dispondrían de forma que los individuos que saliesen para el Cuerpo de Ingenieros pudiesen servir útilmente a su rey, tanto en las plazas como en campaña; pero como para el servicio real se necesitaban hombres prácticos que supiesen ejecutar las operaciones pertenecientes a los ingenieros de las primeras clases, no sirviendo de nada los que sabían demasiadas Matemáticas sin práctica alguna, ya que éstos sólo eran buenos para disputar cuestiones de Elementos, Álgebra, Trigonometría, etc, y no para hacer una operación sobre el terreno; sería preciso que en las Academias establecidas se enseñase la parte práctica antes que la teórica y, aunque generalmente se creía que el teórico podía entrar en el Cuerpo de Ingenieros con la esperanza de ser práctico con gran facilidad, no obstante convendría que supiese hacer sobre el terreno todas las operaciones precisas antes de hacerse ingeniero, puesto que después de logrado el empleo muchos sólo se aplicaban a proposiciones inútiles al servicio real,

“aunque curiosas, les parece que las partes prácticasson pertenecientes a un albañil o carpintero y no a un Ingeniero, por cuya razón se desdeñan de aplicarse a ellas y a las operaciones sobre el terreno como cosa inferior al empleo, y hallándose precisados a hacerlas las ejecutan sin la exactitud y justificación conveniente”,

También era imposible que todos los sujetos que entrasen a estudiar las Matemáticas en una Academia tuviesen el genio y aplicación correspondientes para proseguir los estudios y pasar después a servir en el Cuerpo de Ingenieros, ni tampoco serían todos a propósito para este empleo, pues además de la ciencia necesitaban tener otras circunstancias más precisas, por cuya razón consideraba Sala que deberían estar dispuestas las Academias de modo que la mayoría de los oficiales del Ejército y los que no quisiesen ser ingenieros aprendiesen con poco esfuerzo las partes de la Matemática y Fortificación correspondientes a un buen oficial de infantería, y que los que pretendiesen servir en el Cuerpo de Ingenieros se les enseñase de forma que con poco más tiempo y trabajo que los anteriores aprendiesen todo lo que debiera saber un Ingeniero Extraordinario, por si llegase el caso de sacar a algunos de ellos antes de concluir sus estudios, pero después de haber reconocido tener el talento y cualidades correspondientes al empleo, pudiese servirlo con utilidad en las obras y fortificaciones bajo las órdenes de su jefe.

No pretendía Sala que en las Academias se dejasen de enseñar todas las partes de la Matemática y Fortificación, pero sí invertir el orden de la enseñanza, dando primero la práctica y después la teórica, pues además de que esta parte no era absolutamente necesaria ni para la mayoría de los oficiales del Ejército ni para losingenieros, no se podía negar que la parte práctica necesitaba de voz viva para su enseñanza y en la especulativa se podía aprender mucho sin profesor. El que sabía la práctica, como naturalmente deseaba saber la razón de lo que hacía para poder demostrar la certeza de aquellas operaciones que ejecutaba, se habría de aplicar por precisión a la especulativa; y no sucedía al contrario, pues habían muchos que eran grandes matemáticos sin saber hacer una operación sobre el terreno y muchas veces, estando precisados a su ejecución, se valían de algunas reglas que aunque eran ciertas en la demostración no dejaban de ser falsas en su aplicación, por los inevitables errores que se cometían en las operaciones de medir líneas y ángulos. Estas Academias deberían dividirse en tres clases o estudios, enseñando en la primera la Aritmética práctica hasta la regla de proporción, calcular cualquier superficie y cuerpo regular e irregular, la Geometría práctica, el uso del compás, los nombres de líneas y ángulos y demás partes de la Fortificación con todas sus definiciones y máximas generales; con lo que un oficial de Infantería tendría suficientes conocimientos, pudiendo hablar en términos propios cuando conviniese, y si se hallase en el caso preciso de levantar tierra para cubrirse, lo ejecutaría de manera que su obra fuese defendida y flanqueada, lo que resultaría imposible si no contase con los principios de la Fortificación, pudiendo suceder, si careciese de éstos, que ejecutase alguna obra con ángulos muertos u otros errores, por lo que servirían más de perjuicio a su tropa que de defensa.

En la segunda clase, que deberían pasar precisamente después de la primera los que quisiesen ser ingenieros, se habría de enseñar la Fortificación regular e irregular, perfeccionándose al mismo tiempo en la Geometría práctica, trazar sobre el terreno las figuras, planos y fortificaciones que se delineasen sobre el papel, el uso de la plancheta y nivel para levantar cualquier plano de un terreno, edificio o fortificación regular e irregular, sacar distintos perfiles cortados por cualquier paraje de los referidos edificios, fortificaciones y terrenos, formar estados y cálculos de todaslas partes de un edificio ejecutado y delinear toda clase de planos, perfiles y elevaciones con las sombras y colores correspondientes a cada tipo de obra. Siendo todas estas materias las que debería saber un Ingeniero Extraordinario, podría desde la segunda clase de la Academia salir a trabajar con utilidad bajo las órdenes de cualquier Ingeniero en Jefe o Director

En la tercera clase se podrían enseñar los Elementos de Euclides, Álgebra, Trigonometría, Esfera y demás partes de la Matemática para que se perfeccionasen en ella los que quisiesen y los que después de salir de la segunda clase no pudiesen emplearse en el Cuerpo de Ingenieros, resultando evidente que los sujetos instruidos en la práctica de la primera y segunda clase de la Academia aprenderían con facilidad todas las partes especulativas de la Matemática que se enseñarían en la tercera, que éstas no eran absolutamente necesarias a un ingeniero, que el que tuviese aplicación podría aprenderlas casi todas sin profesor, y que cualquier alumno capaz de escribir un curso entero de todas las partes de la Matemática no podría servir al rey como ingeniero con tanta utilidad como el que sólo supiese lo que se enseñaría en la primera y segunda clase.

En cuanto a la ubicación de estas Academias, Sala opinaba que se deberían establecer en las principales plazas de guerra para que los oficiales de sus guarniciones tuviesen la comodidad de aplicarse a aprender estos principios tan necesarios a un buen oficial de infantería, y para que muchos de estos oficiales, después de haber cursado la primera clase de la Academia, pasasen a la segunda, unos por pura curiosidad y natural inclinación a aprender esta materia, y otros con el fin de pasar al Cuerpo de Ingenieros, con lo que se lograría que muchos oficiales de tropas y otros españoles que en estos momentos no tuviesen disposición y conveniencia para estudiar, saliesen en breve tiempo como personas útiles, pudiéndose luego elegir a los mejores para el servicio real en el importante empleo de ingeniero. Aunque en la primera clase de estas Academias podría enseñar cualquier profesor, consideraba Sala que los de la segunda clase deberían ser ingenieros de profesión que hubiesen servido mucho tiempo en construcciones de obras y en campaña, para poder así enseñar a los académicos con sólidos fundamentos de fortificación, el uso de la plancheta y el nivel para todaslas operaciones prácticas, y buenos dibujantes para enseñarlestambién el diseño. Aunque no era posible que todos los académicos saliesen perfeccionados en el dibujo porque para ello se requería un genio e inclinación particulares, no obstante era necesario que el que fuese a pasar a ingeniero supiese delinear al menos planos y perfiles de fortificaciones y edificios, con las sombras y colores correspondientes, ya que sin conocimiento de dibujo nadie podría ser buen ingeniero, aunque supiese hacer perfectamente sobre el terreno las operaciones pertenecientes a su profesión, y nunca podría demostrar y poner en limpio, con todaslas particularidades requeridas, los planos de las plazas, edificios y terrenos que se le mandasen levantar y formar, ni podría destacar tampoco todas las circunstancias de los proyectos que idease, tanto en la arquitectura civil como en la militar.

Con esta disposición se podría contar con muchos sujetos hábiles para Ingenieros Extraordinarios y Ordinarios, como también que el ingeniero que no supiese las cosas que se debían enseñar en la segunda clase de estas Academias, cuando se encontrase trabajando en la construcción de las fortificaciones, serviría menos al rey que un buen sobrestante, y no había duda que la mayoría de los pretendientes a este empleo no las podrían aprender bien si no se enseñaban en las Academias, puesto que aunque no se podía negar que el buen teórico podía aprenderlas estando empleado en las obras de ingeniero, sucedía que algunos no tenían ocasión de verlas ejecutar a sus jefes. Con otros se experimentaba que los que no contaban con aplicación y genio se quedaban en el mismo estado en que entraron, sin saber tirar una línea con perfección, por lo que siendo tan imprescindibles estas partes prácticas a un ingeniero y no absolutamente necesarias las ciencias que se habrían de enseñar en la tercera clase de estas Academias, creía Sala que se podrían reducir estas Academias a la primera y segunda clases tan sólo, ya que podría el ingeniero práctico aprender la teórica sin profesor, y el que quisiese aplicarse a todas las ciencias y matemáticas podría hacerlo en las Academias establecidas en Madrid, Barcelona, Cádiz y otros lugares de España. Con otras cuatro o cinco Academias que se estableciesen en las principales plazas de España contaría Felipe V en poco tiempo, tanto de los oficiales de tropas como de otros vasallos españoles, con tantos sujetos capacitados que podría escoger los mejores ingenieros, pudiendo formar un lucido Cuerpo de Ingenieros subalternos para ascenderlos después según sus méritos, aplicación, valor y experiencia, despidiendo y agregando a las tropas los que ahora se hallaban en el empleo sin los requisitos necesarios.

Ya la primera Academia de Matemáticas madrileña de 1582 había tomado a la Geometría de Euclides como base de la teoría de las proporciones, de la que dependía directamente el arte de fortificar. Por contra, los matemáticos del siglo XVIII no tuvieron ninguna preferencia por la Geometría, aunque hicieran el intento de demostrar el V postulado euclidiano, a través de Lambert y Saccheri. Este último publicó en 1733 el libro titulado “Euclides limpio de toda mancha”, y llegó a la conclusión de que la única geometría válida era la de Euclides, mientras que el primero había conseguido superar las dificultades de representar figuras sólidas contenidas en el espacio sobre un plano a través de la perspectiva. De ésta nació la Geometría descriptiva que estudiaba los métodos con los que representar sobre el plano las figuras sólidas y las soluciones de los problemas relativos a ellas, con el fin de deducir las propiedades de los sólidos y las relaciones que había entre sus elementos, o de poder construir con el único auxilio de la representación plana, mental o materialmente, en el espacio la figura sólida. El método que empleó Lambert fue el de las proyecciones, que sobre el plano vertical y horizontal se llamaron, respectivamente, alzado y planta. Por todo ello, la Geometría descriptiva interesaba tanto al matemático como al ingeniero constructor, ya que sus métodos se aplicaban también a la representación del corte de piedra, corte de maderas, construcción de relojes de sol y en la teoría del claroscuro y de las sombras. El fundador de esta rama matemática fue el francés Monge, que fue el primero en establecer de manera rigurosamente matemática los métodos y teoremas, en parte ya conocidos anteriormente, en un todo conjuntado y científico. Con la puesta en marcha, desde mediados de siglo, de esta nueva rama, se produjo una auténtica revolución en los proyectos de ingeniería (Argüelles, 1989).

En consecuencia, durante el siglo XVIII el orden militar hizo suyo el orden geométrico especulativo o trigonométrico, que se practicaba sobre el terreno y que se ayudaba de los medios que le proporcionaban la simetría, la planimetría y la estereometría, y por encima de este conocimiento básico que era la Geometría descriptiva, el ingeniero militar debería acumular otros saberes imprescindibles en su formación, como el Álgebra, la Estática, la Trigonometría, la Balística, la Cosmografía y la Arquitectura Civil, como así lo aseveraba Mateo Calabro en su tratado de fortificación o arquitectura militar.

A finales de julio de 1733, el Ingeniero Director de las Obras del Principado de Cataluña, Andrés de los Cobos, propuso un plan para el establecimiento de cuatro Academias de Matemáticas en Barcelona, Alicante, Cádiz y la Coruña, para que Felipe V emplease a muchossujetos, casi sin coste alguno, en las profesiones de ingenieros, oficiales de artillería y de marina. Al final de dicho plan ofrecía una repartición de los 80 ingenieros en el territorio peninsular español y sus dependencias, sin incluir las Indias, para cuando llegase el caso de estar tres oficiales en cada batallón o cuerpo, y les ayudasen a cuanto se precisase en plazas, fronteras y campaña. En Orán, Ceuta y los otros presidios africanos, debería haber al menos doce batallones con los cuerpos de caballería y dragones, siendo suficiente con treinta y seis oficiales y seis ingenieros.

-La Real Academia de Matemáticas de Ceuta de 1739.

Esta Academia fue creada a instancias del gobernador de la plaza, Pedro de Vargas Maldonado, Marqués de Campofuerte, con sujeción a las ordenanzas de ese año, siendo aprobada por Felipe V tres años más tarde. Se rigió, como la de Orán, por la misma ordenanza que la de Barcelona, siendo suprimidas ambas por real orden de 22 de septiembre de 1789, y en su lugar se crearon las de Zamora y Cádiz. La solicitud fue elevada el 3 de noviembre de 1742 a José del Campillo para que se dignara hacerla presente al monarca para su aprobación con el fin de que los oficiales y cadetes del Ejército se instruyesen en las partes de la Matemática correspondientes a un militar,

“pues ya sea en el servicio de la misma tropa son conocidísimas las ventajas que de ello se consiguen, o bien dedicándose a servir en el Cuerpo de Ingenieros o de Artillería son tan patentes las que se alcanzan”.

Para ello invitó al Ingeniero Ordinario Agustín López de Tejada, sujeto de conocida inteligencia que se hallaba destinado en Ceuta, para que en sus ratos libres se dedicase a formar una Academia de Matemáticas con los oficiales y cadetes de su guarnición, con el visto bueno de sus Coroneles yComandantes. A estos fines se añadía también el evitar los inconvenientes que la ociosidad ocasionaba, y para su organización se necesitaba ahora tan sólo algunos bancos y mesas en la Maestranza. El rey accedió, dando respuesta el 2 de diciembre de 1742,

“...con la circunstancia de que esta ocupación no distraiga a este Yngeniero del cumplimiento de su principal encargo, buscando el Gobernador los bancos y mesas que se necesitasen, sin coste de la Real Hazienda”.

La primera relación de los oficiales y cadetes discípulos de la Academia se hizo el 8 de marzo de 1743, y en ella detallaba Tejada que del Regimiento de Murcia asistían el capitán Manuel de Palma, los tenientes Pedro de Alarcón y Juan Pacheco, el alférez Antonio Díaz y los cadetes Nicolás de Robles y José de Aranda; del Regimiento de León el alférez de granaderos Antonio Sexudo, los alféreces José de Mena y Domingo Suárez y los cadetes Antonio Alba, Pedro Cuervo y Juan Salcedo; del Regimiento Fijo de Ceuta los alféreces Pedro Camúñez, Manuel de Aguiaz y Nicolás Clerac, además de los cadetes Melchor Correa, Ignacio Fernández, Luís Dominguez, Fernando Zapata, Pedro Osorio, Antonio Álvarez, Alejandro Arvó, Manuel Alburquerque, Luís Fernández y Diego García; de artillería el teniente de minadores José Granados y los artilleros José de Salas, Pacivo Gran, Manuel López y Francisco Clerac, y por último los particulares Manuel de Les, Agustín Ximio, Diego Alburquerque y Felipe García.

Debido al fallecimiento en diciembre de 1750 del Director, Agustín López de Tejada, la Academia suspendió sus actividades docentes hasta que el 26 de ese mes el rey Fernando VI ordenó a Juan Martín Cermeño que la restableciese eligiendo entre el teniente Antonio Murga, que se hallaba practicando su examen para ingreso en el Cuerpo y para lo cual necesitaba tiempo para obtener el empleo de ingeniero y obtener inmediatamente aquel destino, o si no quería perder tiempo en dicho restablecimiento se podría emplear al Ingeniero Extraordinario José Santos. Ante las dudas surgidas, el rey decidió el 8 de agosto de 1751 que fuese elegido Antonio Murga, y para ello notificó al gobernador local, Marqués de Croix, a través del Marqués de la Ensenada que por Hacienda se le asistiese con su sueldo desde el día de la toma de posesión, que buscase una sala adecuada para impartir las clases y que del fondo de las obras se pagase sus alquileres, las mesas, los bancos y todo lo necesario para que funcionase adecuadamente. Al mismo tiempo, el gobernador le expuso el día 20 que sería muy útil para el servicio que se estableciese que los artilleros hiciesen al menos dos veces por semana el ejercicio de cañón con fuego real, para lo que dispondría un paraje apropiado, ya que componiendo la mayor parte de estas compañías desterrados y desertores de otros Cuerpos, jamás podrían ser buenos artilleros si no se les enseñaba y tenían algunas prácticas.

Con motivo de la llegada a Ceuta de Murga el 24 de septiembre de 1751 para hacerse cargo de su Academia, el Ministro de Hacienda destinó dinero para dotarla de mesas, bancos y todos los instrumentos precisos para la enseñanza, y que el número de oficiales y cadetes fuese el que voluntariamente quisiese convenir como se practicaba en Orán, donde tampoco se les eximía del servicio, pero esto no obstaba para que pasasen a la Academia de Barcelona algunos oficiales de la guarnición extraordinaria con reales órdenes que se inclinaban a ello cuando lestocase y fuesen elegidos a este fin por sus Cuerposrespectivos. Una vez restablecida la Academia el 8 de noviembre de 1751 bajo su dirección, concurrieron también tres oficiales subalternos y veintitrés cadetes de los regimientos y compañías de artilleros de la guarnición.

La Ordenanza de 1751 dada por Fernando VI para la Academia de Barcelona se extendió también de forma explícita a las enseñanzas de las de Orán y Ceuta. Según el monarca, se justificaban por el logro de un mayor acierto en las operaciones militares, por el deleite de su estudio, por el conocimiento de las ciencias matemáticas y especialmente las que afectaban al arte de la guerra, por la contribución de sus fundados preceptos e invariables reglas en los casos de guerra ofensiva y defensiva, y por las utilidades que en tiempo de paz suministraban sus estudios para el beneficio general de sus vasallos. Consideraba también que suponían el medio más oportuno para instruir a los individuos del Ejército desde su juventud, a través de profesores militares que supieran elegir las materias conducentes a dicho fin, y les pudiesen comunicar en sus explicaciones a sus discípulos las reglas de la verdadera aplicación de sus preceptos en la práctica.

Igualmente, detallaba que su padre, el rey Felipe V, había establecido la Real Academia Militar de Matemáticas de Barcelona a cargo del Cuerpo de Ingenieros desde 1716, siendo rectificada por el Reglamento de 22 de julio de 1739, y estuvo dotada de profesores, fondos para su subsistencia, premios para los discípulos destacados y documentos para su enseñanza, como las Academias particulares que también estableció en Orán y Ceuta, de las que salieron sujetos muy destacados que al presente estaban incorporados en los Cuerpos de Ingenieros, de Artillería y en otros del Ejército. Con este Reglamento renovaba Fernando VI el de 1739,

“corrigiendo sobre las materias y Ynstrucciones de enseñanza lo que la experiencia ha dictado combenir, señalando mayor número de Maestros, con otras prebenciones y mejorando el establecimiento delas referidas escuelas particulares de Orán y Zeuta para aquellas Guarniciones...”.

Las normas de funcionamiento de éstas quedaron detalladas en el mismo desde el artículo 102 hasta el 114, fijando primero que todos los oficiales y cadetes que tuviesen inclinación hacia las Matemáticas pudiesen pasar a estudiarlas a la Academia de Barcelona, pero que ante la falta que harían en sus Cuerpos para el regular servicio, sucediendo esto especialmente en las plazas de Orán yCeuta por sus numerosas guarniciones, era voluntad real que continuasen en una y otra las Academias particulares de dicha ciencia bajo el cargo de un ingeniero. Serían protectores de estas Academiaslos Comandantes Generales de dichas plazas y Subinspectores los Ingenieros principales de ellas, a través de los cuales harían susrecursos los Directores de cuanto precisasen al Ingeniero General, a cuya orden estarían, dando éste información al rey para que resolviese lo más adecuado.

Los alquileres de la sala destinada para cada una de estas academias, como también los instrumentos y otros gastos necesarios a la enseñanza, continuarían pagándose a través de las tesorerías de dichas plazas del fondo de obras de fortificación, y se asistiría de los mismos a cada Director con 200 escudos de vellón al año, dándose cumplida noticia a los Ministros de Hacienda para que librasen mensualmente sus respectivos sueldos. Si por muerte o enfermedad de algún Director se hubiese de suspender la enseñanza, cuidaría el Ingeniero Comandante de emplear a otro de la plaza para que continuase funcionando la Academia, adecuándose para ello a la orden que de antemano le habría dado para estos casos el Ingeniero General.

Se admitirían como académicos los oficiales y cadetes de la guarnición que se quisieran dedicar a este estudio, con permiso previo de sus Coroneles y la aprobación del Comandante General, quien debería dar la orden al Ingeniero Comandante para su recepción en la Academia. Aunque no quería el rey que se relevaran de sus guardias a oficiales y cadetes, mandaba sin embargo que se les facilitase las que estuviesen más cerca de la Academia y se permitiese a los cadetes tomar para las centinelas las guardias que no les impidiese la asistencia a las clases diarias. Como estos académicos deberían hacer además otros servicios inexcusables y esto les imposibilitaría dedicarse enteramente al estudio, ni tampoco el Ingeniero Profesor llevar a un tiempo las cuatro clases prescritas para la Academia, mandaba el rey que en estas academias particulares durase el curso cuatro años, dividido en dos clases de discípulos comenzándolo cada dos años. En éstas se darían las mismas materias que quedaron expresadas para la matriz de Barcelona, y se observaría en lo posible lo prevenido para ésta, explicándose en el primer y segundo año lo correspondiente a la primera y segunda clase, y en los dos siguientes lo perteneciente a las otras dos, respetándose siempre el mismo método, a cuyo fin remitiría el Ingeniero General a los Directores de estas academias particulares, por medio de los Ingenieros Comandantes, los cuadernos de la Academia de Barcelona para que se adaptasen a ellos.

Por la mañana, a las horas que pareciesen oportunas, enseñaría el Director a los alumnos de la primera clase, y por la tarde a los de la segunda, o bien al contrario, disponiéndolo todo con rigor y prudencia de acuerdo con el Ingeniero Comandante, y siguiendo las órdenes e instrucciones del Ingeniero General. A los oficiales y cadetes que estando en estas academias quisiesen pasar a la de Barcelona, los Directores o Inspectores de sus Cuerpos los tendrían presentes en el nombramiento que les hiciesen, tal y como prevenían los artículos veintisiete y veintiocho, y por el Director de la referida Academia se les admitiría y colocaría precediendo un examen del estado de su suficiencia en la clase correspondiente para acabar el resto del curso. Si alguno de los alumnos, cuyos Cuerpos saliesen de la plaza para otras guarniciones, quisiesen continuar sus estudios en estas academias, debería para ello solicitar una real licencia por medio de sus Jefes, al objeto de que no habiendo inconveniente, se le permitiese y que mediante Certificación de los correspondientes Directores, visada por los Subinspectores de lasreferidas Academias, se les tuviese presente en las revistas de sus regimientos y asistiese con sus sueldos.

El Ingeniero General o Comandante General del Cuerpo, como Inspector de todas estas academias, celaría sobre el más puntual cumplimiento de cuanto en esta Ordenanza se prevenía, cortando cualquier abuso a tiempo y representando al rey, a través del Secretario del Despacho de la Guerra, los medios que le pareciesen más oportunos para promover la enseñanza y conseguir el fruto que de estos centros de enseñanza se pretendía. En su último artículo formulaba el rey el deseo de que por todos los medios se asegurase el estudio de la importante ciencia de las Matemáticas y que se estimulara su aplicación entre sus vasallos, y para ello ordenaba a los Capitanes, Comandantes Generales de las Provincias, Directores, Inspectores de tropas, Ministros de la Real Hacienda, Ingeniero General, y demás personas a quienes compitiese la ejecución de cuanto se prevenía en esta Ordenanza, la diesen puntual cumplimiento en la parte que a cada uno le tocase, y que se observase en lugar del antiguo Reglamento de 22 de julio de 1739 para la Academia de Barcelona.

Tres meses mástarde, el Ingeniero Director, Jerónimo Amici, envió otra relación en la que aparecían los mismos oficiales y cadetes, con la inclusión de Juan Cortés, subteniente del Regimiento de Córdoba y los cadetes del Regimiento Fijo Juan Barzelar y Jacobo de Quintanilla, manteniéndose este número de académicos hasta el 13 de noviembre de 1752.

El gobernador de Ceuta, Marqués de Croix, recibió una carta a primeros de enero de 1753 en la que el Marqués de la Ensenada le notificaba que el rey había nombrado Maestro de Dibujo de la Academia de Guardia-Marinas a Tomás Canelas, que actualmente se encontraba en Ceuta agregado a la dirección de ingenieros, por lo que prevendría al Ingeniero Director Amici para que nombrase a otro que le sustituyese en dicho empleo y dispusiese que Canelas se marchase a Cádiz expidiéndole su orden y pasaporte. Por entonces, la casa que servía de Academia estaba arrendada en ocho pesos mensuales, y no encontrándose quien arrendase la que dejó el difunto José de Retamal, tesorero de la plaza, por estar embargada hasta que se liquidase su cuenta, se pidió a Ensenada que se trasladase la Academia a esta casa y se excusase a la Real Hacienda el pagar el alquiler de la otra, esperando su aprobación para ponerla en práctica desde primeros del próximo marzo, con el visto bueno de Amici.

En otra relación de 10 de febrero de 1754, firmada por Antonio Murga, con el visto bueno del nuevo Ingeniero Director Juan Bautista Gastón y French, se diferenciaba ya la primera clase que había comenzado sus actividades el 3 de noviembre de 1753, y la segunda clase que lo había hecho el 8 de noviembre de 1751. Figuraban en la primera clase con nota de “sobresalientes” los cadetes del Regimiento de Córdoba Gregorio de Luque y Juan Bravo y Arango; del Regimiento Fijo el capitán Joaquín de Guevara, el Ayudante Mayor Diego Alburquerque y el cadete Francisco Alburquerque. Con nota de “buenos”, el cadete del Regimiento Fijo Antonio Benitez, del Regimiento de Navarra el capitán Álvaro de la Serna y el cadete Diego del Toro, el cadete de la Compañía de Minadores Guillermo de Murga, y de la Compañía de Artilleros el subteniente Juan Díaz y el cadete Pedro Granados. Por último, y con nota de “medianos”, destacaban del Regimiento Fijo el subteniente Manuel Espínola y los cadetes José Siesude y Antonio del Toro, así como el cadete de la Compañía de Artilleros Manuel Ysuaso. En la segunda clase sacaron nota “sobresaliente” el subteniente del Regimiento Fijo, Luís Fernández, y el cadete de la Compañía de Minadores. Antonio Tortosa. Como “buenos” figuraban el cadete del Regimiento de Córdoba, Francisco de la Raga, y el cadete del Regimiento Fijo, Pedro Camúñez, y con nota de “mediano” el cadete del Regimiento Fijo, José del Castillo.

A primeros de noviembre de 1755, según la relación firmada por Antonio de Murga y el nuevo Ingeniero Director, Esteban Panón, el número de académicos ascendía ya a veintiséis, siendo su edad media de veintidós años y destacando especialmente por su elevado número los alumnos procedentes del Regimiento de Córdoba y del Fijo de Ceuta. Del primero figuraban los cadetes Manuel Borrás, Manuel Medina, Gregorio Luque, Francisco Luque, Antonio Montenegro, Roque Moreno, Diego Álvarez, Manuel Veguer y Manuel López Camacho. Del segundo, los cadetes Manuel de Guevara, Antonio Benítez, Tomás Girón, Pedro Medina, Antonio Medina, José Fernández, Juan Manjón y Francisco Cañete. Del Regimiento de Navarra procedían el subteniente Luís de Barrena y los cadetes José Aymerich y Gabriel Pérez, de la Compañía provincial de Artilleros los cadetes Manuel López Trujillo y Juan Trujillo; de la Compañía de Minadores Juan Félix Granados, Gaspar Lobo y Fernando Tortosa, y el particular José Ignacio de Ampudia, que en la siguiente relación de mediados de febrero de 1756 aparecía ya como cadete del Regimiento de Navarra, junto a José Aymerich. De todos ellos, seguían estudiando a primeros de febrero de 1757 los cadetes Gregorio Luque, Francisco Luque, Manuel López Trujillo, Juan Félix Granados, Antonio Montenegro, Tomás Girón, Pedro Medina, Manuel Veguer, Antonio Medina, José Fernández, José Ignacio de Ampudia, Pablo Juan Trujillo, y el subteniente Manuel de Guevara, con la novedad de que desde este momento se les enseñaba Fortificación.

Los problemas relativos a las instalaciones de la Academia se mantuvieron durante bastantes años, por no contar desde el principio con las adecuadas. Por ello no debe extrañarnos que el Conde de Aranda enviara una carta al Secretario de Guerra, Sebastián de Eslava, con fecha 20 de agosto, en la que le notificaba que el Ingeniero en Jefe, Esteban Panón, le había hecho saber que la Academia de Matemáticas había interrumpido sus actividades docentes por haber ocupado la casa en que estaba establecido el Coronel del Regimiento de la Corona, y exponía que se podría colocar en los bajos de la Casa del Ministro de Hacienda por ser muy amplia, estar reparadas sus estancias y contar con varios puntos de entrada. Estas habitaciones propuestas, cuando se construyó la citada casa, se destinaron a Contaduría, pero subsistiendo esta oficina en la Casa del Contador no se emplearon en ella, e instalada en ellos la Academia se ahorraría el alquiler que sería ineludible en cualquier otro sitio.

Intervino también en esta cuestión el Ministro provincial de Hacienda, Juan Lorenzo del Real, que el 23 de septiembre recibió la orden real, a través de Eslava, para que informase si coincidía con el Ingeniero Comandante Panón en que los cuartos bajos de su casa eran válidos para ubicar la Academia de Matemáticas. Este Ministro hizo constar que en éstos estuvo siempre la Contaduría y que ésta se sacó de allí para poder arreglarlos, esperando sólo para volver a su antiguo emplazamiento que se secasen las humedades y salitres de sus paredes. Además, desde el día 5 de septiembre tenía abierto el estudio en su propia casa el Ingeniero Director, Antonio de Murga, no suponiendo ningún inconveniente que continuase así mientras el Coronel del Regimiento de la Corona, Marqués de Navahermosa, desocupara la que habitaba, ya que estaba esperando un permiso real para trasladarse a la Península. Por este motivo y por haber estado desde su establecimiento, salvo quince meses que estuvo colocada en la que hoy existía con el Ingeniero Comandante, de donde se sacó por disposición del gobernador para el citado alojamiento a causa del aumento de tropa; lo podría pasar desde luego a ella por ser apropiada para dicho fin y no tener que gastar ningún alquiler la Real Hacienda.

Su padre, Esteban Panón, informó a Ricardo Wall, Secretario de Estado y Guerra, que el 15 de abril de 1762 había marchado de Ceuta el Director de la Academia de Matemáticas, Antonio de Murga, por tener que incorporarse a su nuevo destino en las costas de Granada, y ante su ausencia no sabía si se debía continuar o extinguir dicha Academia, por lo que dispuso, de acuerdo con el Ministro Provincial de Hacienda, que el Ingeniero Ordinario Alonso Ofray, el único que en estos momentos se encontraba en la plaza de los tres destinados en ella, se encargase de su dirección con el correspondiente inventario bajo llave de los materiales y utensilios existentes en dicho centro, hasta que Wall dispusiese lo conveniente, sabiendo que el alquiler de las instalaciones costaba cuatro pesos mensuales. Este secretario contestó al mes siguiente que así se arreglase, con la salvedad de que dicho ingeniero continuase asistiendo, dentro de lo posible, a las reales obras de la plaza, y que además Esteban Panón se mantuviese encargado de la dirección de las obras hasta que llegase a Ceuta el ingeniero Luís Huet. Panón le informó que hasta estos momentos no se sabía el paradero de Huet, ni del Ingeniero Extraordinario, Juan Bautista D’Estiers, y que los Ingenieros Ordinarios, Juan Bautista Derretz, destinado en Cataluña, y Antonio Hurtado, destinado en Andalucía, se mantenían aún en Ceuta por orden de su gobernador hasta que llegasen los citados ingenieros aquí destinados.

Por Real Disposición de 22 de junio, se encargó de la dirección de la Academia el ingeniero Ofray y firmaba el visto bueno Huet, reanudándose las clases el 7 de julio, y asistiendo durante el verano los cadetes del Cuerpo de Artillería Manuel del Toro, Juan Lobato, Francisco de Murga y Pedro de Rivas; el alférez del Regimiento Fijo Juan de Arrieta y los cadetes Francisco Carrasco, José Fernández, Alonso Lobato, Diego Sierra, Roque Tablada, Joaquín Durán, Andrés Álvarez, José Beltrán, Rafael Zúñiga, Pedro Martínez y Antonio Medina; el cadete del Regimiento de Soria Antonio Gómez de la Torre y el del Regimiento de Navarra Teodomiro del Toro. Todos ellos debieron, durante el mes de octubre, aplicarse al estudio del tratado de Aritmética, y en el mes de enero de 1763 al del tratado de Geometría Elemental.

El Coronel del Regimiento Fijo dio cuenta al gobernador local, Juan Vanmarcke, que se hallaba vacante el 8 de febrero la tenencia de la Compañía de Antonio Nicolás Ruíz por ascenso de Felipe Sierra a capitán, y que este empleo estaba destinado para premio de los subtenientes que se habían aplicado en el estudio de las Matemáticas. Con este motivo acudieron dos subtenientes del mismo Regimiento, José Blas Rivert de la Compañía de Diego Espín, y Manuel Calderón de la Compañía del Teniente Coronel; alegando ambos haber estudiado Matemáticas en Cádiz y Barcelona respectivamente, y presentaban sus correspondientes certificaciones. Vanmarcke dispuso que les mandase examinar el Comandante de Ingenieros y lo ejecutó el Director de la Academia, Alonso Ofray, resultando que el primero estaba más atrasado que el segundo, pero debido a su buena conducta, a su mayor antigüedad y al servicio prestado como ayudante para cuidar a los desterrados, fue elegido al final.

En la relación de primeros de julio, los cadetes Manuel del Toro, José Fernández, Antonio Medina, Diego Sierra, Pedro Martínez, Francisco Carrasco y Joaquín Durán, cursaban Matemáticas en los tratados de Aritmética, Geometría Especulativa, Geometría Práctica y Trigonometría. En la de primeros de abril se incluía además el estudio de los tratados de Fortificación, Artillería y Cosmografía. Al año siguiente, se relacionaron los cadetes que cursaban el estudio de Matemáticas, con noticias del aprovechamiento, tanto de los académicos antiguos como de los modernos, ya que los primeros, como Pedro Martínez y Francisco Carrasco, habían acabado el curso y habían iniciado el Dibujo, y los modernos, como José Biempica, Joaquín Soria, Juan Castro, José Carbonell, Andrés Álvarez, Rafael Zúñiga y Antonio Huet; habían finalizado los dos primeros tratados de Aritmética y Geometría Especulativa, y habían iniciado la Geometría Práctica. En la relación de 12 de enero de 1766, los cadetes antiguos antes mencionados habían acabado el curso de Ciencias y continuaban el Dibujo, mientras los cadetes modernos habían concluido los cuatro primeros tratados de Aritmética, Geometría Especulativa, Geometría Práctica y Fortificación, y ahora iniciaban el de Artillería.

Los estudios se fueron ampliando, y muestra de ello fue la relación de primero de mayo en la que aparecía en la segunda clase, con estudio de Dibujo, el cadete del Regimiento Fijo Francisco Carrasco y en la primera clase, con estudio de los tratados de Aritmética, Geometría Especulativa, Geometría Práctica, Trigonometría, Fortificación, Artillería y Estática, José Biempica, Joaquín Soria, Juan Castro, Antonio Huet y Rafael Zúñiga. Esta relación iba firmada por Ramón de Anguiano, Ingeniero Delineador y nuevo Director de la Academia de Matemáticas por fallecimiento del Ingeniero Ordinario Alonso Ofray. En la correspondiente al 20 de noviembre, los cadetes correspondientes a los dos regimientos existentes en Ceuta que se hallaban cursando el estudio de Matemáticas, se distribuían en la primera clase, iniciada el 1 de julio de 1766, con los tratados de Aritmética y Geometría Especulativa, con Mateo González Manrique, Mateo Arcos, Francisco Alburquerque, Andrés Álvarez y Tomás Álvarez; mientras que en la segunda clase, iniciada el 1 de julio de 1764, con los tratados de Aritmética, Geometría Especulativa, Geometría Práctica, Fortificación, Artillería, Estática, Maquinaria, Hidráulica, Hidrostática, Óptica, Arquitectura Civil y Cosmografía; tenían como alumnos a José Biempica, Joaquín Soria, Juan Castro, Rafael Zúñiga y al subteniente Antonio Huet.

Precisamente, el padre de este último, Luís Huet, remitió una carta y un plano a comienzos de enero de 1767 al Ingeniero General Juan Martín Cermeño, notificándole que se trataba de una casa que fue propiedad de Francisco González, vecino de esta plaza, y que se adjudicó al rey por quiebra que hizo el Nombrador de Tabacos, de quien era fiador dicho propietario. Esta casa que al presente estaba vacía y que con el tiempo se deterioraría hasta quedar inservible podría, según Huet, ser reparada y ponerse habitable para que pudiese servir para las aulas de la Academia de Matemáticas, para el despacho de su Director y el del Ingeniero Comandante. Esta proposición no se atrevió Huet a plantearla a la Junta de Reales Obras, ya que el gobernador local Francisco Tineo se inclinaba a apoyar una instancia del Teniente de Rey que la solicitaba para él. Huet presupuestó para su conclusión y puesta en condiciones de habitabilidad unos 30.000 reales, con lo que se ahorrarían 1080 reales que se pagaban anualmente por el alquiler de la casa que en estos momentosservía de Academia, y también las dos cuadras bajas podrían acondicionarse en caso necesario para almacenes de materiales diversos y víveres, alquilándose asimismo por cuenta real las tres estancias o asesorías marcadas en el plano de la planta baja, con lo que quedaría muy beneficiada la Real Hacienda (Fig. 154).

La relación que mostraba el mayor número de oficiales fue la del 7 de diciembre de 1768, que estudiaban el tratado de Aritmética y Geometría Especulativa. En la clase antigua figuraban el Ayudante Mayor del Regimiento Princesa, José Marichalar, los cadetes del Regimiento Fijo, Pedro Martínez y Francisco Ampudia, y el Teniente de las Milicias Urbanas de Ceuta, Simón de Dolarea. A la clase nueva asistían alumnos pertenecientes todos al Regimiento Princesa, como el Capitán de granaderos, Diego de Córdoba; el Capitán de infantería, José Fleming; los Tenientes, Domingo Clorduy, Nicolás de Porras y José Saborido; el Subteniente Miguel Moreno, y los cadetes, Felipe Álvarez, Antonio Vela, Pedro Ramírez, Antonio Larena, Luís Victoria, José Benítez de la Borda, Pedro Cebollino y Pablo Bremond; junto a los caballeros particulares, Francisco Polo y Bernardo Cebollino. Por otro lado, la relación con mayor número de oficiales y cadetes extranjeros asistentes a la clase nueva de la Academia fue la de 15 de noviembre de 1770, pertenecientes todos ellos a los Regimientos de Vitoria y Bruselas, como los Tenientes Terencio Macdonell, Reinaldo Macdonell, Pedro Lacy y Adalberto Boquislawsky; los Subtenientes, Juan Gautier, Melesio Bourck, Patricio Saxsfield, Joseph Fyrry y Ricardo María Curtin, y los cadetes Mauricio Fitzgerald, Dionisio Fitzgerald, Ignacio Gould, Nicolás Macragh, Thomás Lyshagt, Patricio Conrry, Miguel Lacy, Juan Bulter, Luís Galhault, Achille le Senne, Santiago Lepippre y Manuel Ossorno. En esta misma relación aparecía, entre otros, el artillero distinguido Anastasio del Hierro y el cadete del Regimiento Fijo de Ceuta Manuel de Anguiano, hermano del que era en estos momentos Director de la Academia, Ramón de Anguiano, que presentaba aprovechamiento de “sobresaliente” en Matemáticas y Dibujo. Este cadete, aunque había sido examinado en la Corte por real orden, continuaba su mérito en esta Academia de Ceuta trabajando en la reducción que del plano general de dicha plaza había mandado hacer el rey Carlos III.

Hemos de recordar que la Academia de Matemáticas de Barcelona comenzó a funcionar en 1720 bajo la dirección de Mateo Calabro, Ingeniero 2ª, y que en su tratado de Fortificación o Arquitectura Militar estudiaba las partes de las Matemáticas absolutamente necesarias a un buen arquitecto militar o ingeniero, como la Aritmética numérica y la literal o Álgebra, la Geometría Especulativa, que consistía en la Trigonometría y uso de los instrumentos geométricos, la Planimetría y la Estereometría; la Estática, la Maquinaria, la Hidrostática, la Artillería y la Arquitectura Civil. El aprendizaje de todas estas ciencias o artes permitirían al ingeniero formar o delinear la planta de la fortificación que se quisiese levantar, delinear el perfil de toda la obra en general y de cada parte en particular, formar el tanteo de su coste y dirigir la obra hasta su culminación. Esta Academia se reorganizó en 1736, siendo su nuevo Director el Ingeniero Extraordinario Pedro de Lucuce, bajo cuya inspiración se compuso por los profesores de dicha Academia “el Curso de Matemáticas para la instrucción de los militares”, formado por los mismostratados que incluyó Calabro pero sustituyendo los de Estática, Maquinaria e Hidrostática por los de Fortificación, Geografía, Náutica, Mecánica y Óptica. En el caso de la Academia de Matemáticas de Ceuta, tan sólo echamos en falta respecto a los tratados impartidos en Barcelona, los de Mecánica y Náutica.

A propuesta del Conde de Aranda de 21 de Septiembre de 1756, resolvió el rey Fernando VI que desde noviembre de ese año se estableciese en la Corte una Real Sociedad de Matemáticas, de la que nombró como primer miembro al Ingeniero Director Pedro de Lucuce con la ayuda de cinco ingenieros y cinco artilleros. Las rivalidades entre unos y otros, así como el enfrentamiento entre el sucesor de Aranda, La Croix, y la Sociedad, llevaron a su disolución el 17 de noviembre de 1760.

Lucuce fue nombrado el 19 de septiembre de 1774 Director Comandante de las Academias Militares de Matemáticas de Barcelona, Orán y Ceuta. De 1781 databa su tratado “Nociones militares de Fortificación”, escrito para la instrucción de los cadetes del Regimiento de Dragones de Sagunto y, por extensión, a los asistentes a las demás Academias Militares, como la de Ceuta. En sus numerosos capítulos extractaba los principios matemáticos másimportantes que debería saber cualquier oficial, destacando en Aritmética la numeración y cuatro primerasreglas, los quebrados o fracciones, la razón y la proporción con sus reglas; en Geometría Especulativa las líneas y ángulos, las superficies o figuras planas y los sólidos; en Geometría Práctica el modo de formar y dividir líneas y ángulos, el modo de nivelar cualquier distancia y medir las líneas, el modo de formar y transformar figuras planas, el modo de dividir figuras planas y de medir superficies y sólidos. Igualmente trató el modo de fortificarse en campaña con máximas generales para los fuertes y explicación de reductos, la preparación para su construcción, modo de trazarlos, colocación de estacadas, de pozos, árboles y obstáculos para la mejor defensa, el modo de fortificarse en casas, corrales y cementerios, etc, así como las precauciones contra las sorpresas dadas a dichos puestos, su defensa y sus ataques.

Aunque la Academia de Matemáticas de Ceuta fue trasladada, junto a la de Orán, a Cádiz y Zamora respectivamente, por real decreto de 1 de febrero de 1790, no debe extrañarnos que en los proyectos realizados por los ingenieros militares en la primera plaza se basaran en la aplicación de las Matemáticas del momento estudiadas en dicha Academia. Tal fue el proyecto realizado por Pablo Menacho a mediados de noviembre de 1790 de construir un varadero y un Muelle en la bahía de San Amaro (Fig. 155). En esta fábrica llegó a realizar cinco cálculos diferentes para sólidos o figuras geométricas, a base de paralelepípedos y prismastriangulares, con el fin de obtener, a través de comprobaciones aritméticas, sus correspondientes volúmenes expresados en varas cúbicas. Y para poder llevarlo a cabo, tomó Menacho como referencias la Matemática Algebraica y geométrica euclidiana, partiendo previamente, como era lógico en obras de Ingeniería Marítima, del estudio de las relaciones existentes entre la resistencia de los materiales empleados en su construcción, como piedras sillares, tierras y pizarras, y la acción del oleaje que se producía frecuentemente en dicha zona del litoral ceutí por los fuertes vientos del este y del sureste. En cada operación diseñó su correspondiente figura geométrica para hallar el cubicaje necesario, así como el posterior coste que resultaría.

IV.- Arquitectura hidráulica militar de Ceuta

El agua ha sido en todos los tiempos el bien más valioso, el alma de pueblos y ciudades, llegando a ser la razón más profunda y permanente del ser humano. La continuidad entre la ciudad islámica y la ciudad gótica, renacentista y barroca se manifestó a través de la estructura vital del abastecimiento del agua, ya que de él dependió la libertad de la ciudad, con su uso la vida del entorno natural actuó intramuros, y en su evolución podemos seguir el crecimiento y fases del devenir urbano. Tanto su suministro, como su regulación, supusieron un gran problema en la actividad política de pueblos y ciudades, confiándose a arquitectos durante el Antiguo Régimen y a ingenieros militares durante la Ilustración.

Casi isla rodeada de relieves montuosos, como Yebel Zemzem, Sierra del Haus, Hafa Quebdana, Sierra de Anyera, Hafa el Huesta, Yebel Fahies, Yebel Musa y Yebel Shinder del lado continental, y el Monte Hacho del lado peninsular; Ceuta no poseyó ningún río importante desde épocas remotas, pero sí contó desde el siglo XI con una mina de agua provista de 80 pozos de ventilación (Gozalbes Cravioto, 1989). El modesto Awayat o Awiat (Tarajal) se aprovechó siempre con escasa rentabilidad y el manantial perenne de Yebel al-Mina, según el geógrafo al-Idrisi, no era abundante como para hacer frente a las necesidades de una ciudad islámica en plena expansión. Por su situación y su territorio, Ceuta debió buscar siempre soluciones al abastecimiento hídrico, y al respecto el historiador al-Bakri nos recordaba que los antiguos excavaron un canal en este lugar, con una longitud de alrededor de dos tiros de flecha. Este antiguo canal, que partía desde el río Awayat, bordeaba tres millas el Mar Meridional o de Tetuán y alimentaba a la antigua Mezquita Aljama, y todo hace indicar que continuó funcionando durante el siglo XII. Al-Manzur estuvo tentado en 1184 de transportar el agua desde Balyunis al modo antiguo, como se hacía en Cartago y en otros lugares de África, pero en 1191 se paralizaron sus trabajos.

Si el agua ha sido siempre un signo de vida, para un musulmán aún lo fue más, y ello justificó que levantaran un sinfín de construcciones hidráulicas como cisternas, canales, puentes, depósitos, aljibes, albercas, pozos y fuentes, para proporcionar agua a sus correligionarios, caminantes, peregrinos y santones, ya que además del valor doméstico y sanitario se atribuía el valor de bien común caritativo, expiatorio y curativo. La técnica que emplearon se remonta a la que tomaron los romanos para sus cisternas o aljibes de agua de lluvia, o a las canalizaciones que servían para abastecer de agua a las ciudades y campamentos. El espacio subterráneo era de planta rectangular, cubierto con bóveda de cañón, tomando como base el ladrillo, el sillarejo y la argamasa, y a las paredes se las cubría también con almagra, una especie de barniz impermeabilizante. Solían contar además con respiraderos cuadrados abiertos en la bóveda, con idea de que el agua se airease y no se pudriese. Con todo ello, las tradiciones grecolatinas y los conocimientos persas fueron transmitidos y enriquecidos por los agrónomos islámicos, como Ibn al Awwán, Ibn Wafid, Abú Abdalá al Juwarizmí, Ibn Luyún, al Karají e Ibn Bassal (Cruz, 1996).

En el curso del siglo XIII, Ceuta puso a punto una serie de soluciones para paliar la penuria de agua. Sus necesidadesfueron en continuo aumento con la construcción de salas de abluciones, mezquitas, fuentes y baños diversos, a los que se añadían lasindustrias que empleaba abundante agua, como curtidurías, tintorerías, sobaderos para cueros y tratamientos de telas. Testimonial fue la pretensión de al- Ansari de que cada casa de Ceuta contase de baño y sala de ablución, como la de al- Bakri al afirmar que los baños eran abastecidos por sawani, barcos o ruedas hidráulicas que traían el agua del mar. Autores posteriores confirmaron que la ciudad tenía baños abastecidos con agua traída desde el mar a tierra firme a través de las ruedas antes mencionadas, trayéndose además el agua potable desde el poblado cercano de Balyunis y de capas freáticas que en dicha zona eran poco profundas. La perforación de pozos era una de la soluciones más corrientes en las ciudades del momento, pero en Ceuta se encontró con la organización original de que pozos y cisternas numerosas y bien construidas eran obras de arte mantenidas gracias a un servicio público.

Si los antiguos acueductos, como el de Arcos Quebrados31, fueron restaurados durante el siglo XII, el aumento de las necesidades ciudadanas provocó una política hidráulica sistematizada, edificando al-Azafi baños en el Arrabal de la Almina que fueron destinados a servir de fuentes y abrevaderos. Al ser consideradas auténticas obras de arte, estas construcciones fueron señaladas con el mismo tratamiento que los demás monumentos de la ciudad, destacando sobre todas las demás la gigantesca cisterna situada en el mismo paraje, que fue descrita como abovedada, contenía más de 300 pilares de piedra, era tan grande como una aldea de 500 habitantes y su interior estaba todo él recubierto de azulejos y ladrillos vidriados. Todos los navíos que venían a Ceuta y que querían tomar agua, debían pagar cierta cantidad para su mantenimiento (Fernández, 1938). Esta cisterna era un caso único, estaba situada fuera de las murallas, pero próxima a los fondaques cristianos, y recogía el agua que bajaba de lo alto de las colinas del Monte Hacho, que jugaba por entonces el papel de “castillo de agua”. Se adjudica a al-Manzur la restauración de los muros del Hacho, la Fuente de los Caños o de las Balsas, así como el Puente de Alcántara o de los tres ojos. La Península de la Almina con media legua de circunferencia, coronada por el Monte Hacho de 204 metros, presentaba una declinación de sur a norte, por lo que sus cañadas y arroyadas caían hacia la Bahía Norte. Siempre contó con una red hídrica a base de arroyos de caudal intermitente que encontraban limitados sus cursos a las estaciones húmedas. Dada la proximidad de la costa, se generaba una red de drenaje que en los puntos de mayor pendiente alcanzaba el grado de escarpe, y las cabezas de curso no superaban la curva de nivel de los 150 metros, descendiendo por barrancos de disposición radial a la Montaña del Hacho y desembocaban en el mar. Las fuertes pendientes y la proximidad del Hacho supusieron una escorrentía superficial grande, con la consiguiente disminución de la infiltración por su carácter impermeable y por dominar en la zona materiales metamórficos con bajo grado de porosidad.

Las aguas recogidas eran utilizadas para el uso doméstico, para la agricultura, para el ganado y para consumo en las alcazabas y fortificaciones. La abundancia de agua en el Monte Hacho y la prodigalidad con la que se utilizaba, nos permite afirmar que Ceuta, a pesar de su insularidad, no sufrió durante el dominio islámico carencia de agua. Sin embargo, la abundancia era relativa, ya que las ordenanzas de la gestión del agua de la Mezquita Mayor fijaban que los responsables deberían vigilar adecuadamente su uso, controlando los dos pozos que deberían cerrarse con llave y reservarlos sólo a los creyentes musulmanes. Esta rigurosidad en la aplicación de las normas benefició al vecindario, al contrario que en el puerto de Safi, en pleno siglo XIV, donde los pozos de su mezquita fueron puestos a disposición del pueblo para tomar allí el agua libremente y llegó a carecer de ella a los pocos años.

Durante el medievo, el método más sencillo para disponer de agua era recoger la procedente de lluvia en una balsa (Jiménez Esteban, 1989), por lo general cuadrada y de poca profundidad y de aquí pasaba al aljibe para que no cayesen impurezas traídas por el viento, la arena y la hojarasca. Dentro del aljibe se conservaba sin apenas evaporarse, puesto que la bóveda la protegía del sol y se conservaba potable al estar ventilada mediante respiraderos u orificios abiertos en la bóveda.

Debemos tener también presente en este sentido que los tratadistas romanos Sexto Julio Frontino y Marco Vitruvio Polión ejercieron una enorme influencia en los ingenieros renacentistas. Este último dedicó el octavo de sus diez libros de Arquitectura, en sus capítulos uno, dos y siete a la búsqueda y captación del agua. Durante el Renacimiento cobró especial interés el abastecimiento de agua en las ciudades al renovarse abundantemente su uso por razones higiénicas, de adecentamiento y para mejorar su defensa, como en el caso del proyecto colegiado de Benedito de Rávena y Miguel de Arruda de 1541, en el que se enumeraban al final unas consideraciones muy explícitas sobre la salvaguarda de los veneros locales ceutíes por ser muy valiosos para la ciudadanía,

“...cuando se derriven las casas que están en el Albacar y los otros pedazos de muros, según lo he ordenado, se tendrá el modo de no derribar las que resguardan el pozo que ahí está, y también algunas cisternas que están en las casas, que no se han tapado y pueden aprovecharse sus aguas...”

Por otro lado, el ingeniero al servicio de la corona española, Giovanni Francesco Sitoni, afirmaba en el siglo XVI que los eruditos coincidían en que el agua de manantial o cualquiera que manase a través de la arena o roca era la mejor, que la exposición al sol y al viento también la mantenía sutil y ligera, mientras que el aire claro y los lugares altos garantizaban que estuviera libre de suciedad y malos olores que la pudiesen corromper (García Diego et al., 1990). El agua de lluvia también era buena, pero no si estaba demasiado tiempo depositada en un sitio, incluso si procedía de nieve o hielo. Algunas veces habría que usar agua de cisterna, aunque no era la ideal, y en cualquier caso sólo se debería beber cuando aquélla se hubiese alimentado de la escorrentía de los tejados y no del suelo. Algunos eruditos consideraban también que el agua para beber debería estar a la sombra para que se mantuviese más fina y clara, pues como decían los expertos se podría filtrar el agua que hubiese corrido por conducciones abiertas a través de depósitos de sedimentación de arena o grava fina, en las que se depositasen sus basuras. Las sanguijuelas e insectos se podrían evitar con cal viva, o poniendo peces y anguilas en el depósito para que se las comiesen. Esto último se hacía regularmente en España, poniendo peces en manantiales y pozos para mantenerlos libres de gusanos y de cualquier mal sabor u olor.

En el siglo XVII, Vauban, arquitecto militar y urbanista, tocó el tema del agua y la fortificación en estudios y proyectos de acueductos, canales, esclusas, fuentes, fosos inundados, puentes y riegos, así como de las aguas y fuentes de la tierra. Asumía las experiencias en ciudades portuarias realizadas por ingenieros y arquitectos holandeses, sobre todo en la construcción de dársenas, diques, esclusas y canales(Parent, 1982). Sería, sin embargo, el teórico francés Bernard Forest de Belidor, quien más estudiase la Ingeniería Hidráulica durante el siglo XVIII, siendo el punto de partida para muchos de los ingenieros españoles. Recordemos que, desde 1712, Francia contó con el Cuerpo de Ingenieros Civiles de Puentes y Canales, controlado por un Intendente de Finanzas y compuesto por ingenieros o arquitectos expertos. España siguió el camino francés a base de Ordenanzas, como la de 1718, en la que se intentaba mejorar la infraestructura viaria e hidráulica, pero al no contar aún con un Cuerpo disciplinado y jerarquizado, se hubo de recurrir a los ingenieros militares, sobrepasándose sus correspondientes funciones.

La relación existente entre Arquitectura e Ingeniería Hidráulica se dio ya desde el siglo XVI, según el investigador García Tapia (1990: 201), continuándose en los siglos posteriores: una de las condiciones másimportantes a las que estaba sometido el lugar que iba a ocupar un edificio o un conjunto urbano lo constituía la disponibilidad de agua en sus proximidades; además, el agua debía reunir ciertas condiciones para que pudiese ser aprovechada.

Partiendo de las premisas anteriores, no debe extrañarnos que ya durante el siglo XVIII, y basándonos en la tratadística de Jhon Muller de 1767, las cisternas fuesen consideradas estancias subterráneas donde se recogía, conservaba y purificaba el agua llovediza. Su capacidad se proporcionaba con la cantidad de agua necesaria para el consumo de la plaza, o al menos durante un posible sitio que se le impusiese, ya que en esos momentos de asedio era cuando más se necesitaba. Su disposición consistía en una o más bóvedas cilíndricas, construidas a prueba de bomba, y comunicables entre sí. Inmediato a ellas se hacía un expurgador, es decir, otra bóveda pequeña que, recibiendo primero el agua de lluvia y deteniendo lastierras que solía acarrear, la fluía limpia a la cisterna por un conducto situado a menor profundidad que el suelo de dicho expurgador, y guarnecido con una o dos rejillas gruesas para que no se introdujesen pajas ni broza alguna. Para usar y sacar el agua de la cisterna se construía un pozo seco al lado, al que se le daba todos los días el agua precisa para el consumo de la guarnición por medio de un conducto que, comunicando el fondo de la cisterna con el pozo, se abría y cerraba con un grifo de bronce. Esta precaución era muy importante para conservar limpia el agua, especialmente en tiempo de sitio, ya que la introducción de una bomba en el aljibe inutilizaría toda su agua. De igual modo, convenía hacer una escalera para bajar a reconocer, limpiar y reparar la cisterna en caso necesario, y siempre que lo permitiese su situación se dejaría una atarjea o canal por donde se difundirían las aguas a otro paraje más bajo. Hechas las excavaciones, se debía cubrir toda la superficie de la cisterna con un macizo de mampostería de tres pies de grueso, bien trabado y unido para que sirviese no sólo de cimiento a los muros principales y de división, sino también para base y firmeza de su pavimento, el cual convenía hacerlo de tres solerías de ladrillo, asentado en mezcla fina.

Concluido el suelo, se elevaban sus muros principales y de división hasta el arranque de las bóvedas, dándoles el grosor que correspondiese al peso que debían sostener, construyéndolos de piedra o ladrillo con gran cuidado, sirviéndose de mortero de cal y arena. Los muros principales debían labrarse sin agujeros para andamios para evitar fugas de agua, y sería muy provechoso cubrir los paramentos interiores de los muros con dos alicatados de ladrillos, bien trabados y pegados con mezcla fina. Las bóvedas se construían y cubrían con las mismas precauciones. El suelo de las cisternas y paramentos de muros principales, hasta el mayor nivel que alcanzase el agua, se debían jaharrar, es decir, cubrir con una capa de yeso o mortero, y enlucir después con algún betún o argamasa. Al levantar cisternas en terrenos húmedos o de abundantes manantiales, era bueno aplicarles entre muros y tierras una capa de greda amasada y apisonada, para impedir que las aguas exteriores aflorasen en el muro, pues con el tiempo podrían filtrarse dentro de las cisternas y comunicar a sus aguas algunas impurezas (Forest de Belidor, 1742)

Además de las cisternas, se solían construir en lasfortalezas unas balsas o estanques descubiertos donde se acopiaban las aguas que no cabían en aquéllas, o que teniendo sus derrames hacia otra parte se podían aprovechar para otros usos diferentes al de beber, como fue el caso de una balsa utilísima que se ejecutó en el castillo de Montjuich de Barcelona. Estas balsas se construían con una bajada o pendiente suave, por un lado al menos, para facilitar el servicio del agua que contenían, la cual normalmente se destinaba para lavar la ropa, y en todo lo restante se observaban las mismas reglas para fabricar los suelos y muros de las cisternas (Forest de Belidor, 1737).

El primer documento que hemos registrado relativo a una gran cisterna construida en la plaza de Ceuta corresponde a un plano que no presentaba ni autor ni fecha de realización, pero que por analogía con otros lo hemos datado hacia 1721 (Fig. 156). Y el primer documento escrito relativo a esta obra fue una carta del gobernador de Ceuta, Francisco Fernández de Ribadeo, que con fecha 17 de septiembre de 1722 envió al Marqués de Castelar, haciéndole saber que el rey Felipe V le había mostrado su preocupación por alguna escasez de agua en Ceuta debido al gran consumo originado por el crecimiento demográfico y por los destrozos ocasionados por los vecinos a las antiguas cisternas situadas en la Almina, para aprovechar sus cantillos de piedra y hacerse con ellossus propias casas. Por todo ello, el monarca le pedía la reedificación y el aumento de dichas cisternas. Por su parte, Ribadeo le expuso que...

“mas diré a V.S. que, precaviendo desde el principio que entré en esta plaza, carecería de agua este pueblo, y que convenía aplicarse a conservar y reedificartodaslas cisternas que se encontrassen de provecho, las quales han servido mucho en la última expedición para poner en ellas el agua que se embiava de España para el Exército, siendo notorio que ninguno de mis predecesores ha tenido este cuydado, o no se les ha ocurrido por no haver havido entonces la carestía de agua que yo he experimentado, de que en diferentes ocassiones he informado a la Corte...”

La justificación que dio Ribadeo al rey fue que las cisternas se caían de viejas, que habían sido destruidas por la caída de edificios antiguos contiguos, y que estaban muy dañadas por los continuos estruendos de la artillería y las voladuras de minas habidas en la plaza durante el sitio ismailita. Según el gobernador, en dicha fecha sólo habían treinta y cinco cisternas en la ciudad y siete en la Almina, conteniendo todas ellas un total de 50.000 arrobas de agua, y en años anteriores la ciudad debió tener falta de agua, sabiendo que en toda la Almina existían 493 pozos y treinta y nueve norias. En el año 1718 contabilizó en Ceuta un vecindario de 660 familias, comprendidos los desterrados y sin contar la guarnición extraordinaria, de modo que para cada familia se podía decir que había un pozo, y este problema se agudizaba si se contaba lo poco que había llovido años atrás. En la Almina había una cisterna antigua que estaba destruida en parte, situada en un paraje a propósito para recibir las aguas de los barrancos del Monte Hacho, de 1780 toesas de superficie y diecisiete pies de alto, capaz de contener un total de 2.913.212 arrobas de agua. Quedaba en pie más de las dos terceras partes, faltando sólo una tercera parte por reedificar. Habría que limpiarla de tierra, pues tenía más de toesa y media hasta llegar al suelo firme, y reedificándola esta plaza no necesitaría de socorro de agua de la Península, costando su transporte mensual más de lo que costaría el ponerla en buen estado.

El gobernador entendía que la reedificación era una obra grande, si se quería además cubrirla, como estaba antaño, de bóvedas de ladrillo, por lo que proponía dejarla descubierta en forma de estanque, por lo que si se quisiera, dada su situación, sería fácil el sacar el agua hasta el mar por medio de una esclusa. En tanto el rey meditaba lo propuesto por el gobernador, se aceptó el proyecto del Ingeniero 2ª Andrés de los Cobos, en el que cortaba algunos barrancos que había a la altura de la Almina para probar si se mantenían en ellos algunas balsas de agua. Este ingeniero remitió una carta al Ingeniero General Jorge Próspero Verboom, a la que acompañaba un plano de una parte del barranco llamado “del medio”, desde lo que servía para la presa o retención de agua, ya casi acabada, hasta su desagüe al mar. Además de esta obra, proyectó otra a veintiuna toesas de distancia, no para construirla en ese momento, sino sólo para que, con permiso de Verboom, pasasen los pedreros al terreno intermedio entre las dos obras y únicamente con sacar la piedra precisa, que en este lugar era de la mejor calidad, podría hacerse para el mes de mayo de 1723 otra con la misma capacidad que la ya levantada, proponiendo el coste de mano de obra y cal, igual que la ejecutada, por casi 100 doblones.

Tenemos que reseñar que los ingenieros empleados en Flandes combinaban las características de la construcción en seco y las hidráulicas, siendo hábiles profesionales en trabajos de fortificación donde el agua representaba un importante papel. Aquí fue donde Verboom empezó a destacar y a alcanzar grandes experiencias en este campo del arte militar, proyectando en el Flandes marítimo y Mons tanto parapetos, caminos cubiertos, rebellines y hornaveque, como esclusas, canales y sistemas de abastecimiento de agua potable a fortificaciones y ciudades. Asimismo, estuvo en 1722 trabajando en las obras de fortificación y muelles de Málaga, elaborando incluso un proyecto para el abastecimiento de agua a dicha ciudad. En Ceuta realizó el plano y perfiles de un aljibe o cisterna antigua que se hallaba detrás de la plaza, en terrenos de la Almina, que recibía las aguasllovedizas que bajaban del Hacho, con el proyecto de restablecerla con bóvedas de ladrillos sobre pilares, y con capacidad para 1.303.102 arrobas de agua (Figs. 157 y 158).

Dicha documentación gráfica formó parte del expediente que remitió Verboom, junto a una instrucción muy completa, al Marqués de Castelar a primeros de noviembre de 1722, y en el mismo señalaba que la recomposición del aljibe antiguo de la Almina, aumentaría su coste por haberse proyectado su cubrimiento con bóvedas del espesor de ladrillo y medio, conforme reconocían los arquitectos antiguos, para que el agua no se corrompiese con el ardor del sol en verano, no se ensuciara de polvo y para que, dada la inmediatez de la ciudad, no pudiesen algunos malintencionados ensuciar el agua y apestarla, dejándola inservible. Para que el agua se introdujera clara en el aljibe, Verboom preveía unas balsas o receptáculos para que aquélla, antes de entrar en él, depositase en ellos la mayor cantidad de arena y fango que trajese consigo. Incluso subdividía el aljibe principal en otros secundarios para evitar su limpieza diaria y, cuando se tuviese que limpiar, dispuso un conducto en uno de sus ángulos para sacar el agua que hubiese en el aljibe y dejarla correr al mar, dejando otro conducto mayor macizado con cal y canto, pudiéndose abrir para sacar de él todo el fango o barro del fondo, lo que concluido se volvería a macizar para dejar entrar agua nueva. Encima de las bóvedas formó un terrado enladrillado, con una pendiente hacia uno de los ángulos, donde habría un agujero por donde se introduciría en el aljibe el agua de lluvia que cayese encima del referido terrado. En su superficie se situarían cinco aberturas de tres pies de diámetro con sus brocales a modo de pozos, cuatro para poder sacar el agua con cubos y el quinto para alzar las compuertas que estaban en la muralla que dividía el aljibe en dos partes. Todos estos brocales tendrían sus puertas de tablas con sus cerrojos, para que se sacase el agua según conviniese.

Fue preciso reforzar la muralla antigua de dicho aljibe que miraba hacia el barranco, ya que tenía minado y comido su pie por la acción de las aguas llovedizas que pasaron por dicho barranco. Junto a esta zona había árboles y huertos que crecían satisfactoriamente por estar situados en terrenos muy fértiles, siendo hasta una altura de nueve pies todo de tarquín y tierra de la más fina y grasa que había en la montaña del Hacho. El coste de la obra era alto, según Verboom, pero si se pensaba en la gran escasez de agua que tenía la plaza y lo que costaría si se tuviese que traer de la Península, entonces sí compensaba, habida cuenta de que sólo el gasto de las botas que sirvieron para transporte en la última expedición, importó más del doble de lo que suponía su proyecto. El aljibe contendría, hasta el arranque de las bóvedas sobre quince pies de altura, un total de 1.303.102 arrobas de agua, que equivalían a 8.144.362 y media raciones de agua de azumbre cada una, cantidad suficiente para remediar cualquier necesidad.

Además de estos argumentos, Verboom detalló el tanteo del coste que supondría la referida recomposición. Se sacarían casi 1296 toesas de tierra de escombro del aljibe principal para dejarlo como estaba antaño, cuarenta y seis para excavar el sitio donde irían ubicados los pilares y la muralla de división del aljibe, 361 en la excavación de la primera balsa, 103 en la de la segunda, 212 para poner el radier o empedrado y 108 para excavar la cimentación de la muralla para recalzar la del aljibe por la parte del barranco; y el valor de esta partida de excavación de tierras ascendería a 47.868 reales de vellón. La mampostería necesaria para cimentar los pilares y la muralla de división del aljibe principal sería de casi veintitrés toesas, de 69 la precisa para la muralla y suelo de la primera balsa, de treinta y seis la de la muralla y suelo de la segunda balsa, 52 para el radier y 160 para reforzar el aljibe del lado del barranco; todo ello por valor de 100.086 reales de vellón. El gasto de albañilería se descomponía en 92 toesas para pilares y muralla de división del aljibe principal, 322 para las bóvedas y treinta y ocho para el parapeto superior del aljibe. Para enladrillar el suelo del aljibe se contaría con treinta toesas, 60 para el terrado, cuatro para la primera y dos para la segunda balsa. El total presupuestado para gastos de albañilería sería de 315.432 reales de vellón, teniendo en cuenta que los ladrillos que se emplearían en esta obra deberían estar hechos a propósito, es decir, de diez pulgadas de largo, cinco de ancho y dos y media de grosor.

Se emplearían también 244 toesas cúbicas para cubrir de hormigón las bóvedas que formaban el terrado, que supondrían 97.600 reales de vellón. Verboom consideró suficiente construir tres naves de ocho bóvedas cada una, que incluiría, junto a la madera, clavazón, transporte y mano de obra, un total de 75.821 reales de vellón. El último capítulo fue el coste de las compuertas, calculando el ingeniero que los ganchos, la mano de obra y el clavazón supondrían 2034 reales de vellón. Así pues, el valor total de la obra sería de 750.000 reales de vellón, es decir, 50.000 pesos, metiendo en ese montante los andamios, puentes, el desperdicio de ladrillos, la composición y revoque de paredes antiguas y nuevas, así como también los gastos imprevistos.

Verboom pasó de Málaga a Ceuta en marzo de 1723 para dirigir personalmente las obras del restablecimiento del aljibe, permaneciendo en la plaza ceutí todo ese año. A finales de abril notificó a Castelar que como había llovido insistentemente en esos días, se llenaron algunas cisternas y otras habían transpirado en diferentes pozos, pero siendo pocas y pequeñas las primeras, no podían abastecer en demasía, y habiendo hecho la diligencia de hacer medir el agua de todos los pozos, encontró que los más próximos a la costa habían aumentado su capacidad, unos una vara y otros vara y media, mientras que otros sólo dos cuartas y muy poco los de la Almina. A los pocos días cesaron las lluvias, y las que cayeron produjeron muy poco efecto por la gran aridez de la tierra. Verboom reiteró en estos momentos la importancia para la ciudad de que comenzasen ya las obras de la gran cisterna o aljibe, para cuyo fín necesitaba la cantidad referida de ladrillos gruesos y medianos de Málaga. Como entendía que su fábrica emplearía mucho tiempo para su conclusión, informaba el ingeniero a Castelar que se podría recoger en ella una gran porción de agua en su mitad, mientras se hacía la otra mitad de su suelo y paredes y se practicaba una muralla de separación para recibir el agua que cupiese en esa mitad, al tiempo que se cambiaba el resto y se construían las bóvedas de la otra mitad. De esta forma, no se dejaría de tener una buena provisión de agua para disminuir el gasto del aprovisionamiento de agua desde la Península, que sería grande si continuaba la falta de pozos.

En abril del año siguiente pasó a Cádiz para trabajar en sus fortificaciones. En la leyenda de un plano de 8 de noviembre de 1724 (Fig. 159) se confirmaba su partida de Ceuta, así como la situación al presente de la gran cisterna y las balsas, confirmando que una de las balsas se llenaba de agua para el ganado y otra había alcanzado el tope de su capacidad.

En el año 1723 estuvo también trabajando en la reedificación de la gran cisterna y balsas el Capitán Ingeniero 2ª Pedro Daubeterre, con proyectos donde se especificaban dos balsas hechas con paredes de cal y canto, empezadas a fabricar en 1722, y que ahora se habían ensanchado y profundizado, y necesitaban para su conclusión el alzamiento de paredes. Dichas balsas estaban llenas de agua y se señalaban también otras dos que tenían paredes de piedra seca y malecones de tierra que no habían recibido agua todavía, habiéndose ejecutado en el otoño (Figs. 160, 161, 162, 163 y 164). Daubeterre advertía que la peña en que estaban construidas estas balsas era muy porosa y llena de vetas, por lo que no

conservaba su agua sino que sucesivamente transpiraba de una a otra hasta salir de la última. Si no llovía pronto se agotaría, lo que no sucedería hasta dentro de un año o más por el acopio de agua que se podría recoger en ellas. Las cisternas y pozos de la plaza descansaban, mientras la guarnición, los vecinos y los ganados se servían del agua que manaba de la última balsa, para lo cual había suficiente todavía. En definitiva, su proyecto presentaba pocas novedades a lo aportado por Verboom, tan sólo las murallas y revestimientos nuevos en las cisternas. Durante todo el año 1724 estuvo Daubeterre reedificando la gran cisterna, como mostraba un plano con lo ya finalizado y lo que faltaba por hacer (Figs.165 y 166).

Una carta del Marqués de Lede, General en Jefe del Ejército, dirigida al Marqués de Castelar y fechada a finales de agosto de 1724, narraba las vicisitudes por las que atravesaba la plaza de Ceuta, y en especial el problema del suministro de agua a la ciudad, con lo cual transcribía casi literalmente lo que le había relatado Daubeterre días antes desde dicha plaza. Se censuraba en dicho documento que lo que atrasaba las obras era la falta de caudales para pagar a los obreros, siendo indispensable que el rey Felipe V los remitiese,al tiempo que aumentase el número de obreros para que por lo menos se procurase poner en estado de defensa las obras más avanzadas de la plaza. En cuanto a la cisterna, Daubeterre le indicaba que dicha obra quedaba suspendida, así como las reparaciones necesarias, teniéndose que ejecutar primero la bovedilla que debía cubrir el desagüe principal de la cisterna que salía por debajo del Camino Real hasta el mar, ya que había permanecido abierto hasta ahora y le parecía indispensable hacerlo para no embarazar dicho paso, y en segundo lugar hacía falta tapar la boca del pozo para impedir que se cegase. La tercera reparación consistiría en enfajinar el terreno sobre el que estaba fundada la casa destinada para la guardia de la cisterna, así como terminar de enladrillarla. Al ser dichas reparaciones de poco coste, el Marqués de Lede no encontró ningún inconveniente para su ejecución y tramitó dichas peticiones al Rey para que resolviese convenientemente.

Durante los siguientes veintiséis años no hubo novedades dignas de mención en estas obras hidráulicas. Ya en 1750, el gobernador y presidente de la Junta de Reales Obras de Ceuta, José de Orcasitas y Oleaga, se dirigió al Marqués de la Ensenada a finales de julio para detallarle la situación en que se encontraban las balsas, formándole el plano y perfil y advirtiéndole que, debido al nuevo camino que entoncesse estaba haciendo en el Hacho, llegarían más aguas a dichos receptáculos. Orcasitas esperaba que pasase el Ministro a Fernando VI el acuerdo de dicha Junta de poder ampliar los muros para que no se experimentase como hasta el presente escasez de aguas (Fig. 167).

El Ingeniero 2ª Carlos Luján notificó al Marqués de la Ensenada a finales de mayo de 1751 que a los grandes aljibesse lesiba todo el agua por sus cimientos, cuya reparación debió hacerse el año anterior antes de recibir el agua, pero que por su carencia y estando de acuerdo con el gobernador se aprobó que entrase el agua para cubrir cualquier emergencia que se pudiese dar. Para remediar este inconveniente se necesitaba, según Luján, hacer en sus suelos un plano de mampostería de un pie de alto con un hormigón de ocho pulgadas, y debido a que estos aljibes aún contaban con nueve pies de agua para abastecer a la guarnición y al pueblo, él no se atrevía a recomponerlos. También informaba que había suficiente agua en las Balsas de San Amaro y en los pozos de la Plaza de Armas para hacer frente a una eventual sequía. Luján trazó igualmente un plano a principios de junio, con el perfil y vista de un cuartel nuevo capaz para un regimiento de infantería y desterrados, situándolo a la izquierda de las Balsas y mirando de frente a la Marina Norte, y en su leyenda citaba la Gran Cisterna, el Pozo del Rayo y las Balsas de San Amaro (Fig. 168).

Jerónimo Amici fue nombrado Ingeniero Director de la plaza de Ceuta en 1752 y se le relevó de dicho cargo al año siguiente, siendo sustituido por Juan Bautista Gastón y French. Durante ese tiempo trabajo en el gran cuartel que había proyectado Luján, llegando a completarlo en planimetría con capacidad para un regimiento, 1200 desterrados y disponer de pabellones suficientes para oficiales. En dicho documento aparecían a su izquierda las Balsas Viejas de San Amaro, con las murallas de piedra seca para detener sus aguas, y a su derecha las Balsas Nuevas o del Pozo del Rayo, bien comunicadas por caminos que iban al Monte Hacho y Calle Real de la Almina y bien protegidas por el Cuartel nuevo y las Murallas de la Marina Norte (Fig. 169).

Para dotar a Ceuta de suficientes recursos hídricos trabajó también el Ingeniero Ordinario Martín Gabriel, que hizo una relación de la plaza de Ceuta a mediados de septiembre de 1775, siendo gobernador Domingo Joaquín de Salcedo, y en él reseñaba que...

“subsistiendo en el presente año las balsas en el mejor estado, son la alaxa más apreciable y de mayor importancia de la plaza, pues suministran casi toda el agua a la población y Guarnición de la que se recoge en ellas de las faldas vecinas del monte Acho. En el interior de estas balsas nuevas, aprovechándose de su pared de recinto, se construyeron últimamente tres espaciosas quadras para aloxamiento de la tropa de Cazadores o Miqueletes, que en esta situación podrán acudir con facilidad a quanto ocurra de nuebo en todo el recinto de el Acho...”.

En 1792, el Teniente Coronel e ingeniero, Carlos Masdeu, servía en Ceuta a las órdenes del Coronel e Ingeniero Extraordinario Francisco de Orta y Arcos, y redactó a finales de febrero un nuevo proyecto para la defensa de la plaza, en el que llegó a decir que...

“el hacer una balsa en la cañada de Baldeaguas combiene, si no es suficiente de la mitad que se ha propuesto, en atención a que las siete existentes se puede a poca costa lebantar 2 pies más a cada una...”

Este documento se completó con otro de Orta fechado a mediados de junio de 1795, que llegaba a describir que había 2500 varas desde Santa Catalina al Sauciño, Pineo Gordo, Torremocha, San Amaro, hasta las Balsas, donde concluían en los escarpados, conforme el rey lo tenía aprobado. Lo detallado hacía referencia a la parte de la Almina que miraba a la Bahía Norte, en la que estaban situadas las Balsas, y en la que Orta proyectó, como Masdeu, una gran balsa o pantano, que permitiría aumentar el potencial hídrico de la ciudad y evitaría en parte el suministro de agua desde la Península. La situó en la Cañada de Valdeaguas, ya que ésta disponía de una tierra muy apta para plantar un excelente pinar y quedaría a la izquierda de las Balsas Viejas de San Amaro, en un paraje de fácil comunicación y bien protegido de posibles incursiones enemigas por estar flanqueado por la Fortaleza del Hacho, el Castillo de Santa Catalina, el Puesto de guardia del Sauciño, la Batería a barbeta de Pineo Gordo y la de Torremocha, el Castillo de San Amaro y el Cuartel nuevo (Fig. 170).

En 1900, de las cuatro balsas que quedaban en funcionamiento, sólo permanecían activas la primera, conocida como Fuente del Hierro, y la de la Reina, que fue construida por el gobernador José Urrutia de las Casas el 1 de julio de 1794, como aparecía inscrito en uno de sus arcos. La Fuente del Hierro fue restaurada en 1892, creándose plaza fija para el guarda y constituyéndose en un vivero que abastecía de plantas a los jardines de la ciudad, y en 1912 se derribó el rastrillo que separaba la contigua Maestranza de Ingenieros de la zona de las Balsas y del Pozo del Rayo (Figs. 171 y 172).

V.- Representacióm, disposición e imagen de la plaza de Ceuta durante el siglo XVIII

El desarrollo urbanístico de las ciudades españolas del siglo XVIII partió desde la monarquía borbónica siguiendo las ideas propugnadas del centralismo y búsqueda de un orden autoritario. A comienzos de la centuria, Ceuta seguía considerándose como una ciudad-cuartel, manteniendo unas estructuras de defensa que configuraban el esqueleto externo de la plaza, mientras que el interno permanecía con pocos cambios con respecto a las típicas ciudades barrocas de la época, es decir, con una Plaza de África con capacidad para formar en ella hasta 3000 soldados, que se continuaba hasta la Plaza de los Cuarteles, junto a Plazuelas como la de San Juan de Dios y la de San Blas, calles principales como la Calle Real Baja, la de Misericordia, la Derecha, la de la Brecha, la del Espíritu Santo y la del Almacén de la Pólvora o de Armas, y Puertas como la Primera, la de la Ribera, la de Santa María y la de la Almina. Sin embargo, poco a poco la plaza comenzó a superar las rígidas vinculaciones impuestas por el estamento castrense, y aunque el nuevo sistema borbónico se mantuvo inserto en estructuras preexistentes, las posteriores iniciativas reformadoras de los ingenierosilustrados, sobre todo a partir de la segunda mitad de siglo, se plasmaron en realizaciones constructivas y urbanísticas de un superior calibre, tanto en cantidad como en calidad, siguiendo siempre el modelo galo.

El primer plano que hemos localizado de este siglo fue confeccionado en los primeros años, como aporte gráfico de la situación de lasfortificaciones de la plaza y del asedio que desde 1694 sufría por parte de los marroquíes, que, mandados por el gobernador de Tetuán, Alí ben Abdalá, pretendían apoderarse de ella en nombre del sultán Muley Ismail. Distinguía tres partes, la fortificación del Frente y recinto de la Ciudad, con el Medio Bastión de Santiago, el Ángulo de San Pablo, los Reductos de África, de Alcántara y de San Francisco Javier, los Bastiones de San Pedro y de Santa Ana, el Revellín de San Ignacio, el Tenallón, los Baluartes del Torreón y de la Coraza alta, la Batería del Mirador, los Bastiones de San Juan de Dios, de la Pólvora y de San Francisco, y el Puente de la Almina. En un segundo conjunto o parte situaba los edificios de la ciudad, como el Santuario de Nuestra Señora de África, el Convento real de la Trinidad, la Iglesia Mayor (arruinada), la Casa de la Misericordia, el Palacio Viejo de los Gobernadores, la Puerta de la Almina, el Almacén de provisiones del Sillero, los Cuarteles de la Guarnición, la Capilla de San Antonio, la Maestranza, las Puertas de Santa María y de la Ribera. Por último, aparecían las partes más señaladas de la Almina, con el Convento de San Francisco, el Hospital real, la Veeduría, la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, la Casa del Obispo, el almacén de provisiones de San Pedro, la Capilla de Nuestra Señora del Valle, la Cisterna y la Pedrera o cantera. Aparecían perfiladas las casas y calles, la vieja muralla modernizada al fortificarse por el sistema de Vauban, el Frente del Campo Exterior que daba al enemigo, la Península de la Almina en donde se iniciaba la ciudad nueva con el Palacio, los Cuarteles de Caballería, la Casa del Obispo, el Hospital, el Convento de San Francisco, el extenso campo atrincherado de los magrebíes, el recinto exterior de Ceuta la Vieja, las baterías enemigas, el Cuartel de los Alcaides, la casa de las concubinas, etc (Fig. 173).

Los detalles de la vida diaria de esos momentos quedaron reflejados fielmente, como la instrucción que hacía un regimiento situado en la Plaza de los Cuarteles, las tareas de arar los huertos de la Almina, el tránsito de recuas por los caminos, la ocupación de las trincheras y el cuidado de las baterías por parte de los sitiadores, las evoluciones de un escuadrón de caballería en un campo cercano, la llegada de tropas enemigas por el camino de los Castillejos, el desembarco de barriles de víveres en Cala Benítez, grupos de personas que hablaban, que cuidaban el ganado que pastaba, que cazaban ciervos y liebres a caballo. En el mar aparecían fondeados gran número de bajeles, y sobre las peñas de la costa musulmanes y cristianos pescaban plácidamente con caña.

En otro plano del mismo año quedaban situados, entre el Mar del Sur o de Tetuán y el del Norte o de España, en el Campo Exterior el puesto y la punta de la Tramaquera, el Camino a Tetuán desde Castillejos, el Cuartel de los Alcaides, el Campamento de los moros, los Terrones, Ceuta la Vieja, Puerto Benítez, Torre del Vicario y las Baterías de la Marina, la nueva y la vieja, la del Chafariz, la del Morro y la del Chorrillo. En la ciudad, los Espigones del Albacar, el Bastión de los Mallorquines y la Playa de la Ribera; y en la Almina la Piedra de Don Gaspar, San Simón, el Molino de viento, Playa Hermosa, el Valle, la Cisterna o ribero, el Fuerte de San Amaro, la Fuente de la Teja, San Antonio, los Barrancos o riberos de Valdeaguas, del Codicino, de Santa Catalina y de la Teja; los Islotes de Santa Catalina, Punta Almina, el Barranco y Fuerte del Desnarigado y el Hacho (Fig. 174)

Un plano de 1720, cuyo autor fue un delineante de la Real Escuela de Javeques de Cartagena, situaba muy pocos accidentes geográficos y puestos fortificados, como Punta Almina, el Hacho, el Fuerte de San Antonio, el Barrio Nuevo, la Ciudad, el Foso, las fortificaciones avanzadas, las galeras o escuchas, el Serrallo, Ceuta la Vieja, Sierra Bullones, Cabo Blanco, el sitio donde acampó la Marina y el navío Tigre haciendo fuego; todo ello en clara alusión a la expedición realizada por el Marqués de Lede en dicha fecha. Curiosamente, frente al Foso semiseco de la Almina delimitó las brazas de profundidad para que los bajeles pudiesen estar informados a la hora de acercarse y fondear (Fig. 175).

En otro plano anónimo del mismo año, se ampliaba el hinterland ceutí hasta el río Castillejos y Tánger, distinguiéndose el campo fortificado y cómo el Marqués de Lede dispuso su Ejército el 9 de diciembre, fecha en que 35.000 marroquíes iniciaron el ataque sobre la plaza de Ceuta, y también iban señalados los campos ocupados por el enemigo antes de dicha jornada. En su leyenda quedaron situadas la Ciudad, la Almina, el Hacho, el Morro de la Viña, el Topo, Ceuta la Vieja, la Casa del Alcaide, las chozas moras, Cala Benitez, la parte derecha de la línea ocupada por una brigada local auxiliada por la caballería, el paraje ocupado por la Brigada de Granada, el paraje sostenido por el Batallón de Palencia, el cementerio ocupado por los granaderos, las baterías de la derecha, de la izquierda, de Granada y de Guardias Españoles; el montecillo, las Compañías de Dragones de Sagunto, de Dublín y de Pavía y las de Caballería del Príncipe, de Rosellón y de Montesa; y de igual modo, se alineaban las marchas enemigas de caballería e infantería (Fig. 176).

Las primeras normas urbanísticas halladas en esta primera mitad de siglo correspondieron a un documento anónimo fechado en 1722, en el que se afirmaba que poco a poco había ido creciendo el número de vecinos de la plaza, que éstos se vieron obligados a hacer casasfuera del recinto ciudad a causa del sitio ismailita, en las faldas del Monte Hacho, en el paraje que se llamó antaño Arrabal de la Almina, en donde estaban situadaslas Casas Reales del Capitán General y del Veedor. En la actualidad dicho arrabal estaba muy poblado, particularmente después de la expedición del año pasado, con tenderos, vivanderos y otros artesanos que allí se quedaron, contándose en la plaza 436 personas de comunión y 1916 en la Almina, sin incluir las tropas de la guarnición ni los presidiarios; con lo que se contaba con un total de 2352 personas, de las que 700 eran mujeres, y este número resultaba muy crecido ...

“para un presidio que se deve mirar como una atalaya y no como una plaza de comerzio, según se dixo en otra ocasión, siendo parte de dicho vezindario mantenido con pensiones de Su Magestad y se devería (a fin de evitartan crecido gasto a la Real Hacienda y de aliviar la guarnición, como por otras conveniencias que se seguirían a la plaza) defender absolutamente que se estableziesen más familias, mandando salir las que últimamente, después de 1.721, sean connaturalizados, prohiviendo el que se construian nuebas casas, pues del establecimiento de éstas se sigue el que se tenga más terreno que defender...”

Según dicha relación, además de dicho vecindario, había en la plaza el estado eclesiástico, por ser sede obispal, manteniéndose en ella el Obispo, que tenía su Casa en la Almina y extendía su diócesis a los presidios de Melilla, Alhucemas y Peñón de Vélez. El cabildo se componía de siete canónigos, cuatro dignidades y doce sacerdotes, con la Catedral sita en la Plaza de África, al otro lado de la Iglesia de Nuestra Señora, el Convento de la Trinidad Descalza, la Real Casa y Hospital de Huérfanos y Religiosas de la Misericordia y la Ermita de San Juan de Dios; y en la Almina estaban la Parroquia de Santa María de los Remedios, el Convento de Descalzos Franciscanos y el Hospital Real.

El último plano que hemos seleccionado de esta primera mitad de siglo es una vista frontal tomada desde la Bahía Norte, entre la Casa del Gobernador y Punta Almina, en el que se destacaban espacios militares, religiosos y civiles, como la Casa del Obispo, el Hospital Real, el Convento de San Francisco, la Casa del Gobernador, la explanada del Rebellín, el Puente de la Almina, el Convento de Trinitarios Descalzos, la Catedral, la Iglesia de Nuestra Señora, la Torre del Reloj, la Coracha, la Puerta Principal, la Muralla Real, el Torreón, el Espigón, la Puerta de la Sangre, las Fortificaciones Exteriores, Ceuta la Vieja, el Morro de la Viña y el Campo de los moros. Por entonces, y como consecuencia del sitio, se encontraba demolido el Medio Bastión de Santiago y se construían la Contraguardia y Caballero de Santiago, las Lunetas de la Reina, de San Luís y de San Felipe, la Contraguardia de San Javier, los Reductos de San Pablo y de San Jorge, el Rebellín de San Ignacio, las Lenguas de Sierpe y los Cuarteles a prueba de bomba arrimados a la Muralla Real (Fig. 177). Tras la epidemia de peste bubónica sufrida por Ceuta en 1744, interesaba la reparación de algunos edificios por haber sido pasto de las llamas, como las Iglesias de San Antonio, del Valle y de San Amaro; el Hospital chico de San Amaro, el Hospital Real; los Cuerpos de Guardia del Pozo del Rayo, de las Balsas y de San Felipe, y las casas particulares de Juan Aguado, de María de Ledesma, de José de Linares, de Gregorio Parra y de Tomás Pinto; por un coste de 344.936 maravedíes, según la Junta Real de Obras.