Aportación al estudio del comercio antiguo a través de los hallazgos submarinos de la zona de Ceuta
Presentación
María Isabel Fernández García es una joven investigadora, de cuyo trabajo podemos sentirnos satisfechos. Nace en Algeciras y se forma científicamente en Granada; en aquella universidad estudia Prehis1toria e Historia Antigua. Con el trabajo que ahora publicamos obtiene el título de licenciatura.
María Isabel es una valiosa colaboradora de la Sala Municipal de Arqueología. Su trabajo no se limita al paciente quehacer de clasificación e iden1tificación de materiales, sino que nos ha acompañado ein excavaciones, a las que se aplicó con igual entusiasmo.
María Isabel es el primer fruto de nuestra conducta de abrir las puertas a toda persona que quiera trabajar en nuestro museo para bien de la cultura ceutí. Puede, y así lo esperamos, darnos otras satisfacciones, porque está capacitada para ello.
Ningún trabajo es perfecto. Lo sabemos todos. También ella sabe que dentro de poco su trabajo de hoy quedará superado porque la investigación continúa. No hay metas en Arqueología, sino apertura de sendas apasionadas.
Prólogo
Siempre nos atrajo los secretos que guardaba el mar, y de todos ellos los barcos que hace miles de años surcaban sus aguas y que ahora duermen en sus profundidades cobijando en su interior una serie de materiales que permiten, en parte, establecer la actividad económica de un período determinado.
Animados por esta idea y por el hecho de vivir muchos años en Ceuta, decidimos realizar el presente trabajo al objeto de conocer un poco su historia antigua.
Hemos de destacar que hasta ahora no se había realizado estudio alguno sobre las ánforas del litoral ceutí: por tanto esta Memoria de Licenciatura no es más que un estudio preliminar que, posteriormente, deseamos completar. Muchas dificultades nos ha surgido conforme elaborábamos nuestro trabajo. Por una parte, sabemos la existencia de un determinado tipo de ánfora, la Dressel 20, imposible de localizar y que hubiera constituido un jalón más en nuestro estudio. Por otra parte, no nos han facilitado ninguna información en torno a la 1Ubicación exacta de algún o algunos pecios, cuando de hecho las personas a las que hemos preguntado sabían perfectamente su localización. Por ello en el mapa que insertamos de ánforas y de elementos de anclas su ubicación es más o menos aproximada, en tanto que las informaciones que hemos recibido son relativas.
Todos los materiales que hemos estudiado se hallan en la Sala Municipal de Arqueología de Ceuta. Limitados a estos vestigios, realizamos nuestro estudio dividiéndolo en cuatro partes:
1. Una introducción en la que tratamos el aspee.to geográfico de la encrucijada de mares que es el Estrecho de Gibraltar. Continuando con un estudio sobre las denominaciones que esta ciudad tuvo a lo largo de su historia, apoyándonos tanto en las fuentes antiguas -Plinio el Viejo, Mela, Estrabón, Ptolomeo... - como en los autores modernos. Para finalizar en un breve análisis histórico del Norte de África, en cuyo contexto se ubica Ceuta, desde sus orígenes hasta la época romana, ya que nuestros materiales se encuadran en época púnica y romana.
2. Un catálogo de ánforas. Para ello hemos seguido los estudios de Mañá y Juan Ramón en los materiales púnicos. Para los romanos, a Dressel, Lamboglia, Benoit y, principalmente, Beltrán Lloris al que hemos elegido como guía fundamental.
3. Un breve estudio de elementos de ancla antigua, ya que Juan Bravo ha realizado un trabajo completo sobre los hallazgos de este tipo en aguas de Ceuta. Hemos incluido este apartado al objeto de conocer dónde se localiza la mayor parte de los vestigios. para tratar de averiguar la posible existencia de fondeaderos y calas de resguardo.
4. Hemos emitido una conclusión parcial en base a los materiales que hemos estudiado, esperando que posteriores descubrimientos nos permitan llegar a un estudio más completo y definitivo sobre el' comercio en esta zona en época antigua.
Los dibujos de las ánforas los hemos realiza1do a escala 1 :10 y los de elementos de anclas antiguas a 1 :50.
Por último, queremos agradecer la colaboración y ayuda prestada desinteresadamente por:
- Doctora doña Mercedes Roca Roumens, Directora de esta Memoria de Licenciatura, por su dedicación e interés. prestados.
- Don Emilio Alfonso Fernández Sotelo, Director de la Sala Municipal de Arqueología de Ceuta, quien puso a nuestra disposición el material anfórico objeto de este estudio.
- Doctor don Cristóbal González Román, por su ayuda en la confección de la parte histórica de este trabajo.
Introducción
Bañada por un mar y un océano, puente entre dos continentes, sí ruada en la desembocadura oriental del Estrecho de Gibralirar, a 35° 54' 4" de latitud Norte y a 5° 16' 26" del Meridiano de Greenwich, está ubicada la actual ciudad de Ceuta (1 ).
Debido a esca situación geográfica, se ve afectada por una fluctuación de corrientes muy diversas. Así la corriente oceánica se dirige del Atlántico al Mediterráneo. Esto está motivado por el déficit de agua, debido, por una parte, a la intensa evaporación de sus aguas y, por otra, a la escasa aportación de aguas fluviales, puesto que por la vertiente africana el único aporte lo constituyen las aguas del Nilo y por la zona europea la mayor parre del drenaje se vierte en el Atlántico. El flujo de esca corriente hacia el Mediterráneo se ve compensado por una especie de rebose submarino de las corrientes mediterráneas, ya que pasan éstas por unas capas más profundas. Así se origina la llamada «corriente permanente del Estrecho», ya que no es influenciada por el arrastre o deriva de los fuerces vientos de Levante (2).
El régimen meteorológico de esta encrucijada de mares que es el Estrecho de Gibraltar es imprevisible. Dos vientos (esta puede ser la palabra exacta) son los que lo dominan, el Levante (unas veces en calma, otras brumoso, casi pegadizo, con nieblas espesísimas, o bien el temporal que puede durar días, interrumpiendo la navegación aun a los barcos de más fuerte calado) y el Poniente (normalmente claro, diáfano y de mar rizada).
No obstante, el Poniente puede ser peligroso y duro en ocasiones. Porque el Poniente, sobre codo con la navegación a vela, al acelerarse las corrientes, puede dificultar el paso hacia el Atlántico.
Ceuta fue y es un refugio, por la configuración de su litoral, para el resguardo de las naves sorprendidas por los temporales. Sus dos bahías -Norte y Sur- son dos atalayas de protección. Es posible que la Bahía Norte en la antigüedad, fuese más utilizada para cualquier arribada forzosa por gozar de mejores condiciones de abrigo que la Bahía Sur, ya que sus playas la hacen más adecuada para desembarcar en botes (Lám. 1).
Es por canto natural que la singular topografía y el encuadre geográfico de esta ciudad (3) con la amplitud y seguridad de su bahía natural, llamase 1a atención a los pueblos marítimos para buscar refugio e incluso establecerse en elJa, sobre todo si habían tenido que afrontar la travesía desde otros países, cruzando el Estrecho.
El origen de Ceuta se pierde en las sombras de la antigüedad. Está lleno de incógnitas. Entra, incluso, en el terreno de la mitología, de la leyenda y del misterio.
Recordemos en primer lugar las míticas Columnas de Hércules, que señalaban e! final del mundo conocido y que se llamaban Abyla y Calpe. La primera corresponde a Yebel Musa, según unos, o al Monee Hacho, según otros. La segunda, al Peñón de Gibraltar ( 4). AJ respecco Pomponio Mela (1, S) nos dice: «Deinde ese mons praealtus, ei, quem ex adverso Hispania Attollit, obiectus: hunc Aby1am, íllum Calpen vocanr, Columnas Herculis utrumque. Addit fama nomini fabulam, Herculem ípsum iunctos olim perpetuo iugo diremisse colles, atgue ita exclusum anrea mole montium Oceanum, ad quae nunc inundat admissum» (5).
La fundación de Ceuta, como decíamos, está ligada a tiempos, a épocas remocisimas, ya que, incluso, algunos atribuyen ésta a Seit, nieto de Noé el Africano, en una época inmediatamente posterior al Diluvio Universal o la enunciada por Juan León el Africano, que la considera de época romana (6).
Si múltiples han sido las tesis sobre su origen, múltiples han sido también los nombres que esta ciudad ha recibido a lo largo de su historia. Los griegos la denominaron:
y los romanos Septem Fratres por las siete colinas de su falda (7). Fuentes antiguas nos hablan, en repetidas ocasiones, de esta ciudad. Así Estrabón (XVII, 3, 6) nos refiere:
Pomponio Mela (1, 5) asevera: <<Ex iis tamen, quaie commemorare non piget, monees sunt alti, qui conrinenter et quasi de 1industria in ordinem expositi ) ob numerum, septem, ob similitudinem, fratres nuncupancur» (9) .
Plinio el Viejo (V, 18) nos dice: «In Abila quogue monte et quos Septem Fratres a simili altitudíne appellanc: frero irnminent juncti Abilae. Ab his ora interni maris» ( 10).
En el Itinerario de Antonino aparece el nombre die Ad Septem Fratres designando a Yebel Musa, mientras que Ad Abilen (.leg. Abylam) correspondería a Ceuta ( 11 ).
Parece ser que en época de Jusríniano tomó el nombre de:
Finalmente, los árabes la denominaron Sebta, nombre que ha conservado, con pequeñas variantes, hasta nuestros días ( 13 ).
Se hace necesario ahora una breve introducción histórica sobre el Norte de África, en cuyo contexto se inserta Ceuta.
La primitiva población del Norte de África se divide en dos categorías: autóctonos e inmigrantes. Al primer grupo pertenecerían los libios o «afri» (14). Se les ha asignado un origen semita --la mayoría de las teorías- cananeo, indoeuropeo ... Mientras que los inmigrantes tendrían un origen asiático (15 ).
Tanto los orígenes de la población bereber como los primeros contactos con el exterior se remoncan a época prehiscóriica. Por un lado, la antropología cultural los considera descendientes de los Mechraouir y Capsienses (16). Por otro, la arqueología ha puesro de manifjesro la existencia de contactos en época neolítica, basándose en los útiles de obsidiana hallados. Esca materia volcánica abunda en las islas del Mediterráneo Septentrional, por tanto se considera que se produjeron r-elaciones entre escas islas y la población norreafricana ( 17). Esta zona del continente africano. también recibió influencias egipcias desde épocas anteriores a la Edad del Hierro ( 18). Con el transcurso del tiempo fundaron en Egipto la dinas da XXII, cuyo fundador, Sheshonq I, era descendiente de un jefe libio ( 19). Escos influjos egipcios contribuyeron a enriquecer la personalidad africana.
Con el principio de la Edad del Hierro asistimos a la formación de un pueblo en el Mediterráneo Oriental, en lo que acrua1lmenre es la región costera del Líbano, que dejará una huella profunda en África. Nos referimos al pueblo fenicio.
La caída de la Grecia Micénica, resultado o no de la invasión doria, les favoreció, ya que se originó un vacío de poder que pronto supieron aprovechar. Se extendieron por el Mediterráneo Oriental y por el Sur partieron hacia Egipto, desde donde se desplazarían hacía el Oeste (20). Las fuentes antiguas señalan el comienzo de estas navegaciones entorno al año 1100-1000 a.C. (21 ). Sin embargo, los testimonios arqueológicos indican que anees del siglo VIII a.C. no se realizó una intensa expansión (22).
La aventura fenicia conoció varias etapas: una primera de reconocimiento o período precolonial, si aceptamos la hipótesis anees citada del 1100 a.C., con expediciones esporádicas; seguida de una fase de exploración de carácter comercial -atestiguada por la presencia de factorías tales como Mogador, Almuñécar, ere., y de ciudades como Lixus, Mocya, erc.-y una tercera fase, en la que las factorías se transforman en auténticas colonias (23).
Poco sabemos de su implantación en el Norte de África; es de suponer que al principio surgieron reacciones hostiles por parre de la población autóctona pero, poco a poco, cuando observaron que la única pretensión fenicia era comercial, los aceptaron e intercambiaron y compraron productos. Siguiendo a Diodoro (V, 20), Decret y Fantar indican que esta fase exploratoria africana se remontaría a una época anterior al siglo XII a.C (24).
Avanzando en el tiempo, vemos como en el siglo VIII a.C. se opera un cambio radical en las instalaciones fenicias norteafricanas, que se maceríaliza en la creación de escablecimíencos permanentes, es decir, de las factorías con carácter estrictamente comercial se pasa a colonias de poblamiento. Esta aseveración es posible, ya que la arqueología ha dmoscrado que los fenicios de U cica, por esta centuria:, conscruyeron una necrópolis simbolizando con ello que estos inmigrantes ya habían elegido una patria tanto para ellos como para sus descendientes (25 ). Así pues, asistimos a. una colonización oficial que pudo estar motivada, si seguimos a Decret y a· Fantar (26), por el exceso de población que padecía la ciudad madre, para explotar bien estas regiones lejanas o incluso para proteger lo adquirido en el Mediterráneo Occidental ame la codicia de cualquier pueblo.
De todas las colonias fundadas por los fenicios, cenemos que decernirnos en aquella que jugó un papel primordial no sólo en Africa del Norte, sino también en el Medicerráneo Occidental, Cartago. Su fundación fue llevada a cabo por la ciudad de Tiro y, según la leyenda, este hecho aconteció en el año 814 a.C. como consecuencia de la rivalidad entre el rey Pigmalión y su- hermana E1isa, la cual, al morir su marido Arcebas, partió hacia Canago. Cuando llegó eligió un promontorio bien protegido y negoció su adquisición con los miembros de la tribu local libia, quienes acordaron otorgarle el terreno que ella pudiera cubrir con una piel de buey. Elisa obró astutamente cortando en finas tiras la piel, corn lo que pudo rodear una zona notable sobre la colina y sus alrededores (27).
A lo largo de su historia, Cartago tendría que hacer frente ramo a los griegos -rivales comerciales con los que mantuvo la1rgas guerras- como a los indígenas. Estos últimos vieron cambiar su situación conforme Cartago extendía sus dominios hacia el interior, hacia las tierras férciles. Pronto se dejó de pagar el tdbuto libio impuesto en época fundacional y éstos fueron desposeídos de sus tierras, permaneciendo en ellas can sólo en calidad de obreros del campo o como pequeños agriculrores, previo pago de un fuerte impuesto. Estos sucesos, junto a que tampoco disfrutaban el derecho de ciudadanía de Canago, les convirtió en una constante amenaza, llegando varias veces a sublevarse (28).
Bajo la dinastía de los Magónidas (29), Carrago verá transformar su papel tradicional de comerciante pacífico por el de un claro imperialismo. Se perfila bajo Magón una agresiva política exterior que le llevará a realizar una alianza militar con los etruscos, así como a la ampliación de su flora guerrera y a la creacíón de un ejército mercenario, cuyos gastos sufragaba a través del comercio del metal. Poco a poco, Cartago se había constituido, hacia el siglo V a.C., en una gran poterncia que podía hacer frente a cualquier eventualidad (30).
Como consecuencia de la derrota en la batalla de Himera, en el año 480 a.C., sufrida por un general magónida llamado Amílcar, unos grupos rivales de aristócratas se hicieron con el poder gobernando Cartago por medio de una corte de magistrados. La situación de alllténtico caos económico, a causa de la política emprendida por los magónidas, les hizo replegarse sobre sí mismos, prohibiendo la importación de cualquier producto extranjero y ampliando sus posesiones africanas. Durante casi setenta años cnrinuaron esta política e intensificaron el comercio con el interior de África (31). En este pedodo los griegos sostuvieron numerosas guerras internas y los romanos iniciaron su proceso expansivo (32).
Cartago, que mantuvo diversas guerras en Sicilia, .sólo fue invadida un par de veces y fue al final de la primera guerra púnica cuando fueron expulsados por los romanos de esta isla y además tuvieron que pagar un fuerte tributo en plata durante veinte años (33 ). Esta situación incidió,
nuevamente, en la economía, ya que Cartago se veía imposibilitada canco para afrontar la deuda de guerra contraída con los romanos como para pagar a sus soldados mercenarios. Precisamente estos últimos, a causa de su posible «suspensión de sueldo», originaron una revuelca que fue aplastada por el fundador de la dinastía bárquida, o sea, por el general Amílcar Barca (34).
Será con el final de la segunda guerra púnica cuando los cartagineses verán corcadas todas sus posibles ambiciones, ya que el tratado impuest0 por Roma les prohibía llevar a cabo nuevas guerras, les privaba de las riquezas de España para rehacer su comercio, les redujo su territorio y no les permitió ningún tipo de ofensiva sobre Masinisa, quien en los años precedentes a la guerra se alió con los romanos, que le instigaron para que provocase un conflicto en el Norte de África (35 ). Duran ce más de cuarenta años, los cartagineses cumplieron lo estipulado en el tratado de paz, pero Masinisa acabó exasperándolos a consecuencia de sus pillajes y se levantaron contra él. Acto seguido, los romanos tomaron represalias contra Cartago y en el año 146 a.C quedó reducida a cenizas (36). Era el fin de una gran potencia que había velado por la seguridad e integridad de sus territorios.
Para el Mogreb, la llegada de los fenicios y la fundación de Carrago -que durante varios siglos fue no sólo para el Norte de África, sino también para gran parte del Mediterráneo Occidental un centro poHcico de gran envergadura y un foco de intensa actividad cultural- supuso la apertura del mundo libio a las corrientes económicas y culturales mediterráneas. así como su inserción en la Historia.
Si sus estructuras cambiaron, rambién lo hizo su religión. De adorar principalmente a las fuerzas de la naturaleza, l.a religión libia por efecco de los cartagineses adquirió un panteón jerarquizado con unos sacerdotes encargados del culeo de las diversas divinidades (37). Incluso adoptaron el rito del sacrificio del niño, herencia claramente fenicia. Esta ceremonia tenía como objetivos apaciguar la ira del dios, olbcener su ayuda y, a la vez, fortalecerlo. Este ritual se practicaba encre los númidas así como otros ritos religiosos menos sangrientos (38).
En síntesis, el aporte cartaginés fue de suma importancia para las poblaciones norteafricanas que se encontraban en los albores de su civilización.
Un nuevo proceso comenzará eras la destrucción de Carcago por los romanos, quienes decidirán apropiarse el dominio de la potencia rival desaparecida, contituyendo una provincia cuyo gobierno estará encomendado a un pretor (39). El territorio conquistado fue sometido al deslinde y la tierra volvió, tras una asignación ficticia, a sus a antiguos propietarios ( 40). En un principio, a Roma sólo le interesó establecer lazos de carácter jurídico con los indígenas como se desprende de la compleja condición jurídica de los suelos (41) así como de la división en tires circunscripciones -pagi- que corresponderían quizás a unos distritos administrativos y judiciales (42).
Con Cayo Graco asistimos a un intento de implantar en África un poblamiento romano. Para ello reconstruyó Carcago, que tomó el nombre de Colonia Junonia Chartago. Pero esta empresa oficial fracasó a la muerte de su creador, ya que sus enemigos arruinaron su obra y a los colonos sólo les quedó el derecho de revender sus tierras ( 43 ).
Por otro lado, la guerra de Yugurca tuvo más resonancia en Roma que en África. Salustio, en su Historia de fa Guerra contrct Yugurta, nos habla de la Mauritania Occidental o Mauritania Tingitana, en cuya región se ubica Ceuta (44). Boceo, que reinaba en este país, incorporó después a sus estados la Mauritania Oriental en compensación de su traición al entregar Yugurta a los generales romanos Mario y Sila. A su muerte sus estados se repartirán entre sus hijos, correspondiéndole a Boceo II la Mauritania Oriental y a Bogud la Occidental ( 45 ).
La victoria de Mario conservó entre los reinos clientes a Numidia y abrió a Roma una extensa zona de influencia en Mauritania. Éste concedió a sus veteranos las tierras africanas que les había prometido al objeto de favorecer el reclutamiento del ejército y dio a los veteranos gétulos el derecho de la ciudadanía romana (46). Esta presencia romana no modificará verdaderamente la vida de los indígenas, ya que ellos continuaban inmersos en las tradiciones púnicas (47).
Serán las guerras civiles las que repercutirán en África, pues las diversas facciones solícitaron la ayuda de los jefes africanos, quienes pensaron obtener con su participación ventajas análogas a las de Masinisa cuando luchó contra Cartago. La victoria de César puso en práctica una verdadera política africana que la integraría profundamente y por varios siglos en el mundo mediterráneo bajo la égida romana (48).
Al comienzo de la obra cesariana, los emigrados itálicos en África pueden agruparse en tres categorías.: hombres de negocios o comerciantes, poseedores de cierras a título privado y colonos propiamente dichos (49).
Tres puntos fundamentales rigen la obra africana de César. En primer lugar la creación del África Nova, o sea, la ainexión de Numidia, que ofrecía grandes posibilidades de expansión a la colonización y permitía ampliar y cubrir la vieja provincia del 146 a.C. que ahora pasaba a denominarse África Vetus (50).
La segunda medida fue la concesión a Sirtius de un extenso territorio, es decir, Numídia del Norte, en compensación por la ayuda prestada a César contra los pompeyanos y contra Juba. Este hecho entraña no sólo el pago de una deuda sino también una serie de ventajas estratégica; y políticas, ya que el territorio sittiano aseguraba la protección de las dos provincias (51 ).
La tercera medida fue la creación de nuevas colonias, motivadas por el número de veteranos y de proletarios que debían establecerse, así como por la r:iecesidad de dar vida y prosperidad· a unas regiones agotadas por las guerras. La elección de estos establecimientos, la mayor parte ubicados en torno al cabo de Bon y cercanos a Cartago, muestra tanto un deseo de reunir el África Vetus y sus campos de trigo con Italia como una voluntad de querer proceder a la romanización, aunque ésta durante la época que nos ocupa estaba aún gestándose (52).
Es en el período augústeo cuando se perfila cierta continuidad en la política africana. Desde el año 36 a.C., en que bs provincias pasaron bajo la aucoridad de Octavio, un nuevo impulso se ciará a la obra emprendida por César. Parece ser que a Augusto Je atrajo el contineme africano por su importancia geográfica y económica (53 ).
Procedió a la reunión de las dos provincias -África Vetus y África Nova- en una sola, que tomó el nombre de Africa Proconsular, siendo gobernada por un antiguo cónsul, y aunque las tropas estuvieron, en un primer momento, estacionadas en su territorio· -la III Legio Augusta quizás porque unos desórdenes sacudían el país, contó oficialmente entre las provincias senatoriales (54).
El aspecto más significativo y duradero de la obra de Augusta son sus colonias, que respondían a fines económicos, políticos y estratégicos, pues mejoraban el abastecimiento de Roma íntensificando la producción cerealista, otorgaba tierras· a numerosos veteranos licenciados, quienes podían constituir núcleos de colonización que garantizaran el orden en un país aún no sometido (55 ). Estas colonias antes del :año 27 a.C. son denominadas Coloniae Juliae y a parrír de esta fecha Coloniae Juliae Augusti o Cofoniae Augusti ya que en ese año, Octavio recibió el nombre de Augusto (56).
Octavio también recompensó la ayuda que le prestó durante la guerra civil Boceo II, que reinaba en la Mauritania Oriental, concediéndole el reinado de Bogud, aliado de Marco Antonio, es decir, la Mauritania Occidental (57). De esta manera la Mauritania quedó constituida en un solo reino que se extendía desde las orillas del Atlántico hasta Ampsaga, donde limitaba con la Proconsular. Pero pronto este reino quedaría vacante al morir Boceo II sin dejar sucesor. Augusto dispuso a su capricho de este territorio antes de instalar en el trono un nuevo rey, hecho que ocurriría ocho años más tarde. Durante el interregnum, desde el año 21 al 25 a.C., la Mauritania fue gobernacfa a través de dos prefectos y durante ese período de tiempo se crearon una serie de colon·ías: Saldae, Igilgili, Rusazus, Rusguníae, Gunugu, Carrennae, Tubusuectu, Aquae Calidae y Zucchabar en la Mauritania Oriental; Zilis, Banasa y Babba Campesrris en la Mauritania Occidental (58).
En el año 25 a.C., Augusto estableció una especie de fórmula de protectorado al conceder el reino de Boceo II al joven Juba II. Esta medida beneficiaba a Roma porque no sólo tenían un aliadlo que les prestaría ayuda en sus luchas contra los indígenas africanos, sino que también se le confió la guardia y protección de sus fronteras (59).
Es durante su reinado cuando Augusto concedió a todos los habitantes de Ceuta y Tánger el derecho de ciudadanos romanos, otorgando a otras muchas ciudades de la Mauritania Tingitana el título de colonias romanas (60). Posac nos dice: «A partir de Juba II, educado en Roma, el país mejoró considerablemente, estableciendo contactos con las ciudades españolas, de algunas de las cuales obtuvo el título de ,gobernante honorífico (61).
Las diversas actividades realizadas por Augusto ponen de manifiesto, entre los africanos, que se ha producido un cambio: la presencia romana en África es una realidad. Por tanto, no es de extrañar que surjan reacciones violentas en el último tercio del siglo I a.C., como el levantamiento gétulo provocado por la irritación ante la política de Juba, que no es otra que la de los romanos (62). Oposición que se traducirá en una serie de alianzas tribales, cuyo objetivo será hostigar a las tropas romanas. Años después de la muerte dé Augusto estalló la primera rebelión que obligó a Roma a llevar una guerra larga y difícil.. Esta sublevación pudo originarse tanto por la resistencia de ciertos sectores africanos a la romanización como por una serie de proyectos que obstaculizaron el modo de vida indígena, tales como la construcción de carreteras militares que cerraban parcialmente a los nómadas su vida de trashumancia, la transformación de as tierras de los nómadas en tierras de cultivo, etc. (63 ). Esta guerra comenzó en el año 17 d.C. y estuvo marcada por la personalidad de Tacfarioas. Su objetivo no era otro que recuperar los territorios indispensables para la supervivencia de la tribu en su modo de vida tradicional. Esta lucha terminó con la muerte de Tadarinas y su fracaso originó, por una parte, que las tribus sublevadas no recuperaran el territorio usurpado y, por otra, que los romanos extendieran aún más su zona de ocupación. Estos acontecimientos se desarro1laron en época de Tiberio (64).
En los reinados de Augusto y Tiberio, tanto la Legión acantonada en África como los auxiliares encargados de proteger las fronteras del Imperio se hallaban bajo las órdenes del Procónsul. Con Calígula la situación cambiará, ya que las responsabilidades militares del Procónsul fueron encomendadas a un Legado. Esta división de poderes estuvo motivada quizás por las condiciones difíciles que exigían en África la presencia de un general competente y por el peligro que representaba la acumulación de poder militar en manos del Procónsul si éste intentaba dirigir su ejército contra el Emperador o contra Roma (65 ).
El sucesor de Juba II, su hijo Ptolomeo, aumentó la prosperidad del país y alcanzó fama por sus fabulosas riquezas, que al parecer originar: con su muerte. El historiador Suetonio refiere que Ca1ígula invitó a Ptolomeo a que lo visitase, cosa que éste cumplió encontrándose con el Emperador en Lyón. Calígula, molesto por la ostentación y popularidad de su huésped, mandó prenderle y darle muerte poco más tarde. Era el año 40 d.C. (66). Calígula incorporó las tierra$ de Ptolomeo al Imperio, no sin una campaña militar para aplastar la resistencia que Aedemón, liberto del rey asesinado, acaudillaba tanto por el regicidio como por la anulación de su independencia. Esca campaña militar terminó en época del Emperador Claudío (67). Al respecto, Plinio el Viejo (V, 11) nos relata: «Romana arma primum, Claudio principe, in Mauretania bellavere, Ptolemaeum regem a C. Caesare interemptum ulciscente liberto Aedemone, refugíentibusque barbaris, ventum constat ad montem Atlancem>> (68).
Con la llegada de la paz, Claudia dividió la Mauritania en Tingicana y Cesariense (69). Carcopino, apoyándose en Dión Casio, fija este acontecimiento en los años 47-48 de Claudio (70). Ceuta se englobaría en la Mauritanía Occidental, que en un principio se llamó Mauritania Ulterior y posteriormente Tingirana, de Tingis (Tánger), aunque su capítal hasta el siglo III fue Vo1ubilis (71).
Durante su reinado, Tingís, Lixus y Caesarea fueron elevadas al rango de colonias; Rusuccur y Typasa recibieron el derecho latino; también creó el municipio de Volubilis, al que se concedieron numerosos favores (72).
Parece ser que una tranquilidad relativa imperó en el reinado de Nerón porque en esta época no se ha constatado ningún tipo de levantamiento. Sin embargo, la crisis sucesoria del año 68-69 tuvo repercusiones importantes en África. Tres hechos se desarrollan en este período:
l. El Legado L Clodio Macer intentó convertir a Numidia -cuya población no se mezcló en este asumo- en una provincia independiente.
2. Se realizó una tentativa de secesión por parte de Albino, Procurador de las Mauritanias, quien soñaba constituir un principado independiente al que anexionaría España.
3. Los últimos sobresaltos de la crisis, final del año 69, culminaría con _ la victoria de Vespasiano, que se dedicaría a los problemas propiamente africanos (73 ).
Bajo Vespasiano se produce el primer gran éxito en la lucha contra los nómadas del Sahara, Jo que le permitió modificar el terrirorio romano: instalación en el año 75 de la Legión en Theveste, construcción de la carretera de Theveste a Hippo Regis, etc.
Sin embargo, en las Mauritanias debieron acontecer desórdenes graves, ya que Sentio Ceciliano fue enviado allí en calidad de Legatus Augusti pro Praetore Ordinandae utrius que Mauretaniae (74).
El Emperador Domiciano tuvo que hacer frente a una revuelta llevada a cabo por los Nasamooes (75 ), que pretendían eludir el pago de un tributo a Roma. Sublevación que fue aplastada por el Legado Suelio Flaco. Por otra parce, un oficial del orden ecuestre, Velio Rufo, tuvo que hacer frente a unos desórdenes que se produjeron en Mauritania, a causa de que los romanos querían reducir la libertad de movimien1t0 de estas tribus así como impedirles exceder los límites que le habían sido concedidos (76).
En suma, la época Flavia es un período de intensa actividad en las provincias africanas, las cuales conocieron exploraciones como la de Suelio Flaco a las regiones sahariana y transahariana, expediciones punitivas y guerras.
Con la subida de Trajano al trono se inicia un plato de reorganización que no encontró mucha resistencia en África, salvo en la Mauritania, pues la presencia de un Subprocurador indicaba que la situación era difícil (77).
Bajo Adriano también la Mauritania presenta problemas, originándose unas revueltas en el año 118, que serán sofocadas por Marcio Turbo, surgiendo tras un período de relativa paz nuevas hostilidades en 122 -ataque de la colonia de Cartennae por la tribu de los Baquates, de las que la Mauritania Cesariense Occidental fue parcialmente afectada-.
Además de esta actividad militar, Adriano se interesó por el estatuto municipal de un gran número de ciudades. Parece ser que en un viaje que realizó a estas tierras otorgó beneficios a provincias africanas y concedió el derecho latino a algunas ciudades. En cuanto a la Mauritania, su intervención se limitó a una colonia, Typasa, y a un municipio, Choba. Frente a la política autoritaria y conquistadora de Trajano, se observa en Adriano una cierta prudencia motivada quizás por las dificultades encontradas en la Mauritania, una prudencia que lo llevará a interesarse sobre rodo en las ciudades pacíficas y prósperas de la vieja África (78).
Con Antonino continúan las guerras en las dos Mauritanias produciendo la resistencia de sus habitantes ·un bloqueo a las iniciativas romanas de implantar una colonización seria en esta zona. Mientras que la Cesariense, bajo Marco Aurelio, parece apaciguarse, en la Tingitana dos hechos marcan su historia. Por una parre, evolucionan las relaciones entre los romanos y algunas tribus -Macenitas, Baquates-; por otra se produjo el hostigamiento a provincias españolas, principalmente a la Bética, por bandas mauritanas. Tras otras luchas sostenidas durante el reinado de Cómodo contra los mauritanos, el retorno a la paz señalará el principio de una actividad intensa. Se crean o instalan vías, se concede el derecho de ciudadanía, se modifican las defensas de los territorios romanos y se prepara la extensión al Sur (79).
La política tradicional -control ejercido en la zona desértica o semidesértica por expediciones partidas de las ciudades costeras- es abandonada por una política de presencia militar bajo Septimio Severo. El objetivo pricipal de su obra consistirá en asegurar la dependencia y sujeción de las provincias con respecto a Roma. A pesar de su origen africano, quiso dirigir un golpe definitivo a los islotes de resistencia a la romanización. Para ello extendió el área de dominación romana y protegió a 1a vez que fortificó ciertos puntos que podían resultar amenazados. Creó la provincia de Numidia, la que sometió a la autoridad del Legado de la Legión, quien recibió el título de Praeses Provinciae Numidie. Esta medida la realizó quizás para asegurar el trono imperial.
Hemos de tener presente que la necesidad de conquistar nuevas cierras es consecuencia de la evolución que experimentó en el siglo II la agricultura africana, ya que en el mercado competirán junto al trigo dos cultivos nuevos, la viña y el olivar. Ello suponía la obtención de nuevas tierras donde cultivar estos productos; estas cierras serían expropiadas a sus ocupantes, quienes a su vez se levantarían contra el usurpador.
La acción de Septimio Severo alcanzó su punto culminante en Mauritania, principalmente en la Cesariense, donde se conjugan ostensiblemente tanto el avance militar como la ocupación de tierras.
Su política militar se traduce en un desarrollo agrícola de las diversas regiones fértiles de Africa. Para conseguir este objetivo, realizó una serie de medidas económicas: extendió la zona de ocupación hacia el Sur con lo que nuevas tierras se abrían para el cultivo. Al objeto de obtener mejores resultados fomentó la multiplicación de los pequeños propietarios libres, protegió a los campesinos y puso en cultivo tierras incultas. Reorganizó el patrimonium imperial y la res privata, hecho que motivó que pasaran bajo su dependencia directa una gran parte de la producción agrícola.
Septimio Severo también llevó a cabo una política municipal a través de la cual concedió derechos políticos y privilegios a algunas ciudades, como el lus Italicum -distinción suprema que asimila el suelo provincial al itálico- que lo otorgó a Cartago, Utica y Lepcis; y el Ius Coloniae a algunas ciudades entre las que podemos destacar Auzia -que en una inscripción del año 230 aparece como Colonia Septimia Aurelia- (80).
Caracalla se dedicará a completar la obra de su padre, Septimio Severo, más que a conquistar, lo que originará una menor resistencia por parte de la población africana. Durante su reinado se constatan numerosos castel/a. Éstos han sufrido una evolución, pues en su origen estaban constituidos por unos colonos que trabajaban en uno o varios dominios imperiales, quienes deseaban construir un centro común, que verá aumentar sus fuerzas y sus edificios por el juego normal del desarrollo económico, y al verificarse una verdadera aglomeración decidirán construir un muro. Estas construcciones se constatan en el año 227 y no parece que se deba al· azar ni que vaya ligada al desarrollo interno de cada castellum, ya que por esta época se atestigua que operaciones militares tuvieron lugar en la Mauritania. Así, pues, los castel/a tenían un carácter puramente defensivo debido, por una parte, al desarrollo de los grandes dominios, de sus producciones, de su población, que deseaba la existencia de un centro y, por otra, al temor de una vuelca a la inseguridad (81 ).
La política activa de Septimio Severo, continuada por sus primeros sucesores, permitió entregar a la colonización romana nuevas tierras en las regiones más meridionales del África romana. Este avance entrañaba el eterno problema de la seguridad de las zonas anexionadas, que se resolvía bajo la protección del ejército siempre y cuando éste tuviera un amplio campo donde desplegar su actividad. Pero su labor quedaría obstaculizada cuando se encontrase limitado y constreñido por el desierto, corno ocurrió en el reinado de Severo Alejandro, quien tuvo que llevar a cabo una nueva concepción defensiva. Por una parte, ordenó la vigilancia de ciertos puntos avanzados del times a unas unidades más móviles que la infantería legionaria y, por otra, confió a los colonos instalados en regiones amenazadas el cuidado de asegurar, al menos, una parte de .su propia defensa.
En su época se recrudecen los desórdenes en las Mauriranias y la presencia de un procurador en la Tingitana, bajo el título de Pro Legato, implica que existía entre los romanos una preocupación ante estos acontecimientos (82).
El reinado de los severos en África se traduce por una aceleración del proceso de romanización. Durante este período se acentúan las contradicciones entre los diversos elementos que componen el África romana.
Algunos años después de la muerte del último de los severos se originará un movimiento que levantará a una parte de África, especialmente a la Proconsular; nos referimos a la crisis del 238, que pondrá de manifiesto el odio de determinados sectores a Ja romanización y a la explotación simbolizada en la persona de Maximino. En ,esta revuelca, iniciada en Thysdrus, participaron jóvenes procedentes de la aristocracia municipal, de la población de los campos, de la plebs urbana e incluso pequeños propietarios rurales. Pero el levantamiento, cuyo objetivo era instalar en el crono imperial a Gordiano, fracasó debido a la heterogeneidad de los sublevados así como a la fidelidad de la Legión hacia Maximino, soldado Emperador. Capielino, Legado de Numidia, reprimió cruelmente a los insurrectos; su triunfo fue de corca duración, ya que poco después llegaba al trono imperial el joven Gordiano III, quien disolvió la IIIª Legio Augusta. Parece ser que la voluntad de aportar un importante cambio en la política defensiva tradicional -simbolizada hasta ahora por la presencia y 1a acción de la Legión- fue el motivo que le impulsó a tal decisión y no el deseo de vengarse de un cuerpo de tropa considerado responsable de la muerte de los dos primeros Gordianos, ya que de tratarse de un resentimiento contra la IIIª Legio Augusta la hubiera reemplazado por otra, cosa que no ocurrió (83).
Durante los años 239-245 se atestiguan unos desórdenes en la Tingitana; es difícil afirmar si la crisis del 238 le influyó directamente. Se ha supuesto que la insurrección de Thysdrus, la represión de Capelieno y la proclamación de Gordiano III, si no afectaron a las Mauritanias sí que crearon un clima de desorden e inquietud que despertó el ardor de los Baquates contra los romanos (84).
Tras el breve y oscuro reinado de Emiliano, llega al trono en el año 253 Valeriano, siendo aclamado por sus tropas de Retia y Norica. Estas huestes eran precisamente aquellas que habían _pertenecido a la Legión de Numidia. En recompensa acordó su regreso a Africa-y la restitución de su antigua unidad, con lo que quince años después de su disolución, la lllª Legio Augusta era nuevamente restablecida (85).
A partir del año 259 entran en juego los bávaros (86) con lo que la situación se agravó como Jo prueban dos textos, uno hallado en Auzia y el otro en Lambese, en los que se les menciona. Se produce una serie de batallas en el curso de las cuales las tropas romanas tienen que hacer frente a diversos adversarios. Los bávaros, que se encuentran agrupados en una confederación, invaden la Numidia con resultados desastrosos. Tras una serie de derrotas se rodean de nuevos aliados al objeto de coordinar sus operaciones. Estas acciones bélicas se desarrollan en el 259-260, cuya presión amenaza a Numidia y a Mauritania; mientras tanto ► las tropas romanas, a pesar de sus diversas victorias, no podían vencerlos definitivamente (87).
Si durante el reinado de Galieno y de Probo la paz fue o no turbada en las Mauritanias, es difícil de precisar) ya que carecemos de algún documento que nos permita emitir cualquier juicio al respecto. Sin embargo, sabemos que una serie de duelos y arnerdos se reanudan entre el jefe de los Baquaces y el Procurador de la Tingitana en octubre del 277, a través de una inscripción hallada en Volubilis. Parece ser que, finalmente, la confrontación baquate-romana terminó en un compromiso en el que no hubo un vencedor ni vencido (88).
El reinado de Diocleciano, con las reformas que realizó en el aspecto político, administrativo, militar y judicial, t:uvo una particular importancia para las provincias africanas.
Su sistema de la tetrarquía devolverá al poder imperial eficacia defensiva y continuidad. Durante este período en Africa se acentuará, aún más que en la época de Cómodo, la diferenciación entre romanizados y no romanizados, y se observará un recrudecimiento en los levantamientos de las tribus. Los primeros desórdenes tendrán lugar en el año 290, en la Mauritania Cesariense, a los que seguirán los nómadas saharianos, que pondrán a prueba el sistema defensivo del África romana, con Jo que Maximiano decidió llevar personalmente las operaciones militares encaminadas a sofocar dichas rebeliones.
Diocleciano, para facilitar la administración de los territorios africanos, dividirá, conforme surgen los problemas, sus posesiones en este continente en ocho provincias -anteriormente eran cuatro-. Así, antes del 288 separará la Mauritania Cesariense de la Mauritania Siticiense. Entre el 295 y el 303 dividirá Proconsular en tres: Proconsular, Tripolitana y Bizancio; la Numidia dará lugar a dos provincias: la Numidia Cirteana al Norte y la Numidia Militar al Sur; por último, adaptará la Tingitana a la diócesis de España (89).
En su reinado, sin que podamos dar ,una cronología exacta, se originará la disminución de las fronteras de La Mauritania dejando la provincia reducida a unos límites muy pequeños que conservará hasta la caída del Imperio (90).
Un siglo más tarde, el Imperio Romano de Occidente se derrumbará ante el empuje de los pueblos bárbaros. Éstos pasaron a África sembrando a su paso muerte y desolación. Ceuta, que se encontraba en su camino, debió ser devastada por ellos, quedando reducida a escombros. Poco tiempo después se reconstrn1ra, pasando a formar parte, nuevamente, de la Historia del Norte de África.
Notas
(1) Gordillo Osuna (1972), pág. 13.
Anuario-Guía (1927), pág. 745.
(2) Hernández Yzal (1968), pág. 673.
(3) Gordillo Osuna (1964), pág. 19.
(4) Gordillo Osuna (1964), pág. 22.
Bravo Pérez, Bravo Soto (1972), pág. 11.
Ponsich ( 1970), pág. 8.
Baeza Herrazti (1981), pág. 16.
Troncoso (1979), pág. 24.
(5) «Más. lejos, hay un monte muy elevado, justo enfrente de aquel que se eleva sobre la otra costa en España: se llama a la primera Abyla, la segunda Calpe, y ambas las Columnas de Hércules.
Respecto a esto existe una leyenda: el propio Hércules había separado estas colinas que formaban antiguamente una cadena continua, y así el océano que se detenía allí por la masa de montafi.as, pudo penetrar hasta las orillas que ahora baña». Roger (1924), pág. 28.
(6) Gordillo Osuna (1972), pág. 153.
(7) Criado, Ortega (1931), pág. 12.
Bravo, Muñoz (1965), pág. 14.
Posac (1962), pág. 361.
Gordillo Osuna (1972), pág. 183.
Troncoso ( 1979); pág. 24.
Baeza Herrazti (1981), pág. 19.
(8) «Si se navega partiendo de Lynx hacia el mar interior, nos encontramos Zelis y Tinga, después las rumbas de los Siete Hermanos y encima el monre Abyla poblado de fieras y cubierto por grandes árboles». Roget (1924), págs. 24-25; Dessau en la Paulys Realencyclopádie, pág. 1550.
(9) «Entre las cosas que se pueden señalar con rigor, nos encontramos con montañas elevadas que se relacionan emre sí y puestas en fila como por designio; se las denomina a causa de su número Siete y a causa de su parecido Hermanos». Roger (1924), pág. 28; Dessau en la Paulys Realencyclopadie, pág. 1550.
( 10) «Se encuentra incluso sobre el monre Abyla y sobre los montes que se les denomina los Siete Hermanos, a causa de su igual altura, junto al monte Abyla, dominan el Estrecho». Roget (1924), pág. 34; Dessau en la Paulys Realencyclopadie, pág. 1550.
( 11) Roger (1924), pág. 39.
(12) Dessau en la Paulys Reafencyclopii.die, pág. 1550.
(13) Criado, Ortega (1931), pág. 13.
Troncoso (1979), pág. 23.
Dessau en la Paulys Realencyclopddie, pág. 15 50.
(14) Denominación de la Historiografía Antigua. Éstos reciben el nombre de bereberes tanto en la Historiografía Medieval y Moderna como en la Contemporánea. Decret (1981), pág. 35.
( 15) Medos, persas, armenios (Salustio en su Historia de la Guerra contra Yugurta). Decret (1981), págs. 31 y ss.
(16) Poblaciones norteafricanas que se remontan a la Edad de la Piedra Tallada. Decret (1981), pág. 35.
(17) Decret (1981), pág. 38.
(18) Las relaciones entre libios y egipcios parece que se pueden remontar a la I dinastía Tinita. La paleta de Narmer registra la victo- ria de unos faraones sobre los libios. Decret (1981), pág. 42.
(19) Se trataba de un jefe mashauash, Buyuwawa, que había vivido en uno de los oasis del desierto libio aproximadamente al final de la época Ramesida. Drioton-Vandier (1977), págs. 446-448; Pirenne (1971), pág. 17.
(20) Decret (1981), pág. 48.
(21) Harden (1967), pág. 295. Tarradell (1968), pág. 82. Edey (1975), págs. 67
(22) Harden (1967), pág. 295.
(23) Decret (1981), pág. 49.
Harden (1967), págs. 295 y SS.
Tarradell (1968), págs. 85-87.
(24) Decret (1981), págs. 48-49. (25) Decret (1981), pág. 50.
(26) Decret (1981), págs. 51-52.
(27) Edey (1975), pág. 129.
Decret (1981), pág. 53.
Harden (1967), págs. 58-59.
(28) Edey (1975), pág. 129.
(29) Dinastía de jefes militares que deben su nombre a Magón, primer líder cartaginés que la Historia reconoce. Edey (1975), pág. 134; Pirenne (1961), págs. 157 y SS.
(30) Decret (1981), pág. 55.
(31) Edey (1975), pág. 135.
(32) Edey (1975), pág. 136.
(33) Edey (1975), págs. 136-145.
(34) Edey (1975), pág. 146
(35) Edey (1975), pág. 150.
(36) Edey (1975), págs. 150-151.
(37) Benabou (1976), pág. 377.
(38) Benabou (1976), pág. 378.
Edey (1975), págs. 106 y ss.
(39) Decret (1981), pág. 142.
(40) Benabou (1976), pág. 31.
Decret (1981), pág. 143.
(41) El ager publicus comprendía, además del suelo de Cartago, las tierras que se asignaron a los estipendiarios. Las ciudades libres recibían una porción de territorio y el restante era vendido por los cuestores (ager privatus vectigalisque). Las tierras acordadas como recompensa a los tránsfugos cartagineses, así como las de las ciudades denominadas liberae e immunes, llevaban el nombre de ager privatus ex jure peregrino. Benabou (1976), págs. 32-33; Decret (1981), págs. 143-144.
(42) Decret (1981), pág. 143.
(43) Benabou (1976), págs. 33-34.
(44) Criado, Ortega (1931), pág. 19.
(45) Roget (1924), pág. 26.
Decret (1981), pág. 147.
(46) Benabou (1976), págs. 35-36. Decret (1981), págs. 147-148.
(47) Pues en las ciudades aún subsiste la influencia de la cultura púnica, mezclada de helenismo, que reinaba antes de la destrucción de Cartago. Benabou (1976), pág. 37; Clavel, Leveque (1971), págs. 98 y ss.
(48) Benabou (1976), pág. 38.
Decret (1981), pág. 150.
(49) Benabou (1976), pág. 38.
(50) Decret (1981), pág. 157. Benabou (1976), pág. 39.
(51) Benabou (1976), págs. 39-40. Decret (1981), pag 159.
(52) Benabou (1976), págs. 40-42. Clavel, Leveque (1971), págs. 31-32.
(53) Benabou (1976), págs. 43-44.
(54) Decret (1981), pág. 160. Benabou (1976), págs. 45-57.
(55) Decret (1981), pág. 161. Benabou (1976), pág. 51.
Clavel, Leveque (1971), págs. 36-37.
(56) Las Coloniae Juliae pueden confundirse con las fundaciones que se remontan a época de César. Así, por ejernplo, Neápolis, Carpis e Hippo Diarrhytus son Coloniae Juliae y no son cesarianas, aunque algu- nos colonos se estableciesen en época de César, su fundación efectiva se realizará bajo Augusto. Decret (1981), pág. 161; Benabou (1976), pág. 41. (57) Decret (1981), pág. 162.
Tarradell (1954), pág. 123. Posac (1981), pág. 27.
Gordillo Osuna (1964), pág. 22. Gordillo Osuna (1972), pág. 159. Criado, Ortega (1931), pág. 20.
(58) Decret (1981), págs. 163-164. Chatelain (1968), págs. 46-49. Benabou (1976), pág. 48.
(59) Decret (1981), pág. 164. Benabou (1976), pág. 49.
(60) Criado, Ortega (1931), pág. 20. Posac (1981), pág. 27.
Gordillo Osuna (1964), pág. 22. Gordillo Osuna (1972), pág. 159. Tarradell (1954), pág. 123
(61) Posac (1981), pág. 28. (62) Benabou (1976), pág. 68.
(63) Benabou (1976), págs. 69-73. Decret (1981), pág. 165.
(64) Benabou (1976), págs. 75-84. Decret (1981), pág. 166.
(65) Benabou (1976), págs. 85-89. Decret (1981), pág. 167.
(66) Thouvenot (1973), pág. 152. Posac (1981), pág. 28.
Tarradell (1954), págs. 124-125.
(67) Benabou (1976), pág. 90. Decret (1981), pág. 168. Tarradell (1954), pág. 126. Posac (1981), pág. 28.
(68) «Los ejércitos romanos por primera vez, combatieron en la Mauritania. El rey Ptolomeo había sido asesinado por C. César, el liberto Aedemón quiso vengarlo; y, persiguiendo a los bárbaros, es cierto que se llegó hasta el Atlas». Roget (1924), pág. 32.
(69) Decret (1981), pág. 168.
Benabou (1976), págs. 90-92.
(70) Cita de Gordillo Osuna (1972), pág. 159.
(71) Posac (1981), pág. 28.
(72) Chatelain (1968), págs. 144-150. Benabou (1976), pág. 94.
(73) Thouvenot (1973), pág. 153.
Benabou (1976), págs. 89-100.
(74) Título extraordinario que implica la presencia de tropas legionarias encargadas de reprimir desórdenes graves. Benabou (1976), pág. 103. (75) Establecidos en las costas orientales y meridionales del gran Cirte. Benabou (1976), pág. 104.
(76) Benabou (1976), págs. 105-111 (77) Benabou (1976), págs. 113-120
(78) Benabou (1976), págs. 120-134.
(79) Thouvenot (1973), págs. 153-154. Benabou (1976), págs. 134-164.
(80) Thouvenot (1973), págs. 155-156. Benabou (1976), págs. 165-185.
(81) Benabou (1976), págs. 185-194. (82) Benabou (1976), págs. 194-199. (83) Benabou (1976), págs. 201-211.
(84) Benabou (1976), págs. 212-214.
(85) Benabou (1976), págs. 214-217.
(86) Confederación de montañeses que residen entre Djurdjura y la frontera Noroeste de la Numidia. Benabou (1976), pág. 217.
(87) Benabou (1976), págs. 217-227.
(88) Benabou (1976), págs. 227-231.
(89) Thouvenot (1973), pág. 157.
Benabou (1976), págs. 233-245.
(90) Troncoso (1979), pág. 23. Posac (1981), pág. 29.

